Harry Nilsson (1941-1994), talentoso cantautor y
pianista estadounidense, en 1977 editó KNNILLSSONN, una producción muy
elaborada de pop de calidad, que sería una rara avis dentro de su carrera
musical. Este álbum, último editado por Nilsson en RCA, fue casi ignorado por
tener un sonido que anticipaba la onda etérea del new age, y una estética que
estaba a años luz del punk, la música disco y la new wave; los estilos que
empezaban a dominar los charts a fines de 70.
Otro hecho que precipitó el fracaso comercial de
KNNILLSSONN fue la poca atención –en términos de promoción y difusión- que le
dio una RCA todavía shockeada por la repentina muerte de Elvis Presley, el
principal artista de su catálogo. Quizás por eso no muchos se percataron que
KNNILLSONN contaba con un repertorio de excelentes canciones, todas compuestas
por Nilsson –otro hecho inédito en su carrera- , además de haber sido grabado a
todo lujo en Inglaterra, acompañado por unos arreglos de cuerdas imponentes.
En KNNILLSSONN no había guitarras eléctricas, no
había piano y no había instrumentos de vientos. La totalidad de la
instrumentación del álbum provenía de una multitud de cuerdas, junto a bajos
muy al frente y muchas percusiones. Todos estos instrumentos le daban un sonido
muy especial a esta producción, inusual dentro del mundo del pop. Un disco que
comenzaba con “All I Think About is You”, una soberbia balada, con una letra
melancólica –al estilo del tango “Nada”-, en la que el personaje
protagonista de la letra de la canción busca infructuosamente reencontrarse con
un amor del pasado, yendo a su casa. Sin dudas, ésta era una de las mejores
canciones de amor que grabó Nilsson en toda su carrera, junto con su recordada
versión del súper hit "Without You", en 1971. “I Never Thought I´d
Get This Lonely”, era un tema jazzy con un sonido de chanson francesa, que
contenía arreglos de cuerdas pizzicato y percusiones muy bien ensambladas;
además de incluir una interpretación del clásico canturreado onomatopéyico nilssoniano.
“Who Done it?” era una canción humorística con una letra inspirada en las
clásicas novelas de suspenso de Agatha Christie. El cuarto tema del disco,
“Lean on Me”, con su ensamble de cuerdas y mucho eco, se emparentaba con las
producciones de Phil Spector y su famoso Wall of Sound. Por el contrario,
“Goin´Down” era un tema menor, aunque también incluía una impecable
instrumentación. “Old Bones” era otra canción simplona, pero con algunas
reminiscencias beatles.
Como muchos sabrán, Harry Nilsson siempre fue un
gran admirador de la banda de Liverpool, por eso grabó varios covers de los
Beatles a lo largo de su carrera, e incluso se hizo amigo de ellos. Por
ejemplo, John Lennon, con quien Harry compartió el famoso Fin de Semana Perdido, cuando –durante un año y medio- John estuvo separado de Yoko Ono y se
mudó a California. Allí, Lennon le produjo a Nilsson Pussycats (1974), un
disco bastante interesante aunque irregular. Por su parte, Nilsson
colaboró con Lennon en Wall and Bridges (1974), haciendo coros en la canción
"Old Dirty Road". Además, Nilsson fue muy amigo también de Ringo
Starr, quien fue el padrino de casamiento de Harry.
Volviendo a KNNILLSSONN, en “Sweet Surrender”
la cosa se ponía bastante funky, con una pegajosa melodía, que Nilsson
cantaba con mucho swing. “Blanket for a Sail” era un tema con estética
infantil, cuyas regalías, posteriormente, serian donadas por Nilsson a una
asociación pediátrica de lucha contra el sida. Curiosamente, esta última
canción tenía un compás en 6/8, un ritmo poco común dentro del pop, un género
dominado por el clásico 4/4. “Laughin´ Man” era otra canción optimista con
múltiples pistas de voz, poniéndole mucho énfasis al ritmo, como si la
propia voz del cantante fuera motor de una danza. Finalmente, cerraba el
álbum la bella y conmovedora “Perfect Day”, que empezaba con un sutil arpegio
de guitarra de doce cuerdas, doblado por el acompañamiento de otra guitarra de
seis cuerdas. Este sonido tan delicado daba el marco ideal para la entrada de
la extraordinaria voz de Harry, quien era acompañado por un coro de niños de la
St.Paul Cathedral y la vocalista Mara Gibbs. Esta canción –también en 6/8, y
luego incluida en la banda sonora del film All That Jazz, de Bob Fosse-
era como un lento adiós, dulce y tierno; y, como decía la letra: "(...) la perfecta forma de terminar el
día perfecto…”.
Como decíamos al principio, con la edición
este disco Harry Nilsson terminaba su larga ligazón con la RCA, en
la que editó nada menos que 16 álbumes, desde su debut en 1967. Luego de esta
etapa, y hasta su muerte, Nilsson completaría la grabación de solo un álbum más
–no editado en EEUU-, compuso el tema principal de la banda sonora de la
película Popeye (1980) y algún que otro single, espaciando paulatinamente su producción,
a través de los años. Quizás, un retiro progresivo precipitado por un par de
fracasos discográficos como éste de KNNILLSSONN, así como por el horror
provocado por el asesinato de su amigo John Lennon, un hecho que llevó a
Nilsson a promover campañas para concientizar en contra del uso indiscriminado
de las armas de fuego. Además, imitando a John, Nilsson también se dedicó por
entero a su familia, abandonando la histeria del show business, para dedicar su
tiempo a la crianza de sus muchos hijos, hasta su muerte súbita, en 1994,
producida por un ataque cardíaco masivo causado por la diabetes, justo cuando
estaba planeando la grabación de un álbum de regreso. Sin dudas, una pérdida
irreparable, pero aún nos queda su obra, con esos discos plagados de canciones
propias e inmortales interpretaciones de temas de otros autores. Sin dudas, con
Nilsson se da el caso de un artista no masivo, pero con una discografía
inusual, bella, ecléctica, y muy recomendable.
Decir que Adrián Iaies es
uno de los más talentosos pianistas de la música popular argentina no es una novedad para casi nadie. Pero
nos quedaríamos cortos si resumimos su actividad musical solo con esa mención,
porque en la figura de Iaies se conjugan muchas variantes: músico virtuoso, sí,
hábil arreglador, productor y compositor, también; pero, y no menos importante,
un gran promotor y difusor del jazz (tanto
por su labor como director del Festival
de Jazz de Buenos Aires, así como su trayectoria al frente de un sello
discográfico dedicado al género); y todo eso sin hacer referencia a su labor
como director musical –compositor- de bandas sonoras de filmes –como ocurrió en
Mi Primera Boda, protagonizada por
Natalia Oreiro y Daniel Hendler, en donde el propio Iaies hace un breve cameo
junto a su piano-… Un melómano, investigador, docente musical; pero, además,
otra cosa que siempre hizo Iaies fue acercar al jazz a otros géneros de la música popular –llámese rock,
tango, folklore o compositores
populares-, haciendo versiones (en clave jazzera) de decenas de esas
viejos clásicos, que conocemos todos, y con los que este músico creció,
escuchándolos; como para reafirmar que el jazz no es una música de una elite, sino un género tan accesible
como cualquier otro. Y en eso está el hombre, en medio de sus jóvenes 56 años,
con una actividad profesional febril, incansable, que no se detiene ni un
minuto: grabando discos, tocando en vivo, produciendo eventos, enseñando en
talleres de perfeccionamiento docente o dando clínicas; siempre adelante, con
las mismas ganas y el tesón que tuvo desde ese primer momento en que, siendo
niño, su madre lo sentó frente a las teclas de su piano…
ENTREVISTA:
¿Cómo se da tu acercamiento a la música,
y porque elegiste al piano como tu instrumento?
Elegí el piano porque mi vieja es pianista, por lo
que era bastante natural que eligiera este instrumento ya que desde siempre
hubo un piano en mi casa; y por eso tenía un contacto cotidiano –y hasta
obligado- con la música. También, en mi casa había un ambiente muy musical: mi
viejo era tanguero, y le mucho gustaba bailar tango, era bastante milonguero; y mi vieja tenía una formación
de música clásica, había sido
concertista, por lo cual no había ninguna posibilidad de que yo zafara del
piano; y luego, la verdad, nunca hubo en mí ningún tipo de interés por otro
instrumento que no fuera el mismo piano.
Y con relación a esto, ¿por qué afirmas que vos no
elegiste la música, si no que ésta te eligió a vos?
Bueno, es una forma de decir. No elegí a la música
porque, cuando me quise acordar, ya era músico. Yo nunca tuve dudas de eso,
pero es porque a mí me sentaron desde muy chiquito al piano -cuando apenas
tenía cuatro años-, y me obligaban a estudiar la única música que había para
estudiar en ese momento que era la música
clásica. De cualquier forma, yo creo que mi vieja hizo bien, porque la
única manera en que se puede hacer que un chico estudie música –si se cree que
tiene condiciones-, es obligándolo a hacerlo, e insistirle; porque si no va a
ser muy difícil que un chico se siente voluntariamente al piano a estudiar,
superando algo que, incluso, físicamente le cuesta, porque para la manito de un
chico de cuatro años es toda una complicación pulsar las teclas.
Y a partir de esos tempranos tiempos de
descubrimientos musicales hasta la actualidad, ¿cuáles son tus máximas
influencias, tus referentes, los artistas que más admiras?
En su gran mayoría, son músicos de jazz, especialmente pianistas; no
puedo dejar de mencionar a Bill Evans,
quien –prácticamente- fue la primera música de jazz que yo escuché. Más precisamente, un disco del trío de Bill
Evans (At the Town Hall, 1966), que
escuché, justamente, en la casa de mi maestro Manolo Juárez. Bueno, Manolo también ha sido una gran influencia
para mí, porque es un músico que siempre tuvo el mismo tipo de compromiso con
la música llamada académica (o erudita) que con la música popular. Admiro mucho
también a John Lewis, que fue otro
gran pianista –tocó en el Modern Jazz
Quartet-, y lo considero una gran referencia musical; como así también, por
supuesto, a Miles Davis, Bud Powell,
Thelonious Monk, y, obviamente, (Duke) Ellington...
La verdad, tuve muchos referentes musicales en el jazz, y luego, como mi adolescencia transcurrió en forma casi
paralela con los primeros tiempos del rock
nacional, yo fui muy fan de Charly García, de ir a sus conciertos, desde la primera época de Sui Generis y luego también con La Máquina de Hacer Pájaros, Serú Giran;
y también tuve la suerte de ver varias veces tocar en vivo a Piazzolla, experiencias, ambas, que
inevitablemente también me han marcado...
¿Cuál es para vos la diferencia entre hacer una
banda sonora y un disco original? ¿Cómo Pensás ambos proyectos?
Para mí, no tienen ninguna relación. En sí, los
discos tienen una vida autónoma, tienen que funcionar por sí mismos, yo pienso
(y trato) a mis discos como proyectos que deben tener una cierta homogeneidad,
una idea conceptual, incluso en cuanto a las formaciones (instrumentales), ya
que no suelo hacer discos en los que haya varias formaciones diferentes; por
eso, a lo largo de cada uno de ellos hay una formación única, ya sea un disco
de cuarteto, trío, un dúo, o solo piano, según la ocasión. La banda sonora es
otra cosa, ya que es algo que tiene que funcionar como apoyo de algo que es
prioritario: la imagen; o sea, que cada banda sonora tiene que ayudar o,
incluso, potenciar lo visual; por eso, a veces, consiste en casi un silencio
con algún sonido en algún lado. Lo que yo tengo bien en claro es que, en una
banda sonora, la música no puede distraer al espectador de lo que está viendo,
¿no?
Y con relación a los covers, ¿de qué manera pensás
los que realizas, y cuál es la diferencia para vos entre componer un tema
propio y realizar un arreglo para una canción de otro?
En realidad, yo no hago “covers”, lo que yo hago es
tomar una canción e imprimirle mi propia identidad; en cambio, el cover es
interpretar una música de la forma más parecida a la versión original. El cover
es un concepto del rock, y no
tiene demasiado que ver con el jazz.
La diferencia entre componer mi propia música o de trabajar sobre una
composición de otra persona es que cuando vos compones tu propia música estás
tocando algo que nadie conoce hasta que vos lo tocás, es algo tuyo y no tiene
otra versión alternativa más que la tuya, con lo cual, tenés una preocupación
menos; en cambio, cuando vos tocás algo que no te pertenece, tiene sentido que
toques esa música si crees que podés aportarle algo tuyo, si no es así es
preferible dejarla. Por eso, por ejemplo, si yo voy a grabar, o a tocar,
“Pannomica” (de Monk), o la “Zamba
de Lozano” –como hicimos, en ambos casos, con Roxana Amed-, o hacer “Cuando Ya me Empiece a Quedar Solo” –como
hice en el disco de solo piano Esa
Sonrisa es un Santo Remedio-, eso tiene sentido hacerlo si yo voy a hacer
algo diferente a la versión original, a aportarle algo mío; sino no tiene sentido,
sería como tirar agua en el mar...
Hablando de versiones, ¿qué canción de otro artista
te hubiese gustado componer a vos?
La verdad, muchísimas: “Cuando Ya me Empiece a
Quedar Solo” y “Viernes 3 AM”, ambas de Charly
García; “Upper Manhattan Medical Group”, un tema increíble de Billy Strayhorn -que es otro de mis
compositores preferidos, y algo así como el alter ego de Ellington-; “Ruby My Dear” de Monk,
toda la música de Duke Ellington...
En fin, sería una lista interminable de temas. Toda la música que yo toco son
temas que adoro y que me hubiese haberlos hecho yo...
¿Cuál es la diferencia que encontrás entre grabar
versiones de Fito, Charly, Spinetta, Divididos o un tango de Cobián?
Ninguna diferencia, todas son músicas que me
gustan; lo que sí, trato siempre de que mis versiones no se conviertan en una
caricatura (del original). No se trata de tocar, por ejemplo, un tema de Divididos, o de Cobián, y llevarlos al ritmo de jazz; se trata de construir una historia diferente, y que
muestre tu identidad como músico acerca de ese material que a vos te gusta. Hay
que tener un gran respeto por los compositores originales, por eso yo nunca
hago versiones de taquito, no es que agarro cualquier tema y lo grabo, es una
labor que lo hago a conciencia, trabajo mucho cada tema, lo estudio, lo toco,
lo escucho... Y, una vez que lo terminé, me fijo si realmente le estoy
aportando algo o no; por eso, me ha pasado el tener que descartar muchísimos
temas, en los cuales venía trabajando, ya les había escrito el arreglo, los
estaba ensayando, e, incluso, ya había llegado a tocar en vivo, y ahí, en el
vivo, recién me di cuenta de que no tenía ningún sentido insistir con eso...
¿Cómo fue para vos el desafío de grabar
composiciones de Astor Piazzolla?
Con su música, la verdad es que yo no siento ningún
desafío mayor al que siento cuando grabo otras músicas de otros compositores,
porque básicamente elijo música que me gusta. Lo que sí he tenido en cuenta con
Piazzolla es el hecho de que buena parte de la música que él escribió yo no
creo que pueda ser compatible a mi idea de cómo trabajar una versión de manera
diferente, porque me parece que mucha de su música, Piazzolla la pensó para ser
tocada tal cual él la escribió; porque, en sí Piazzolla no era un compositor de
música popular sino contemporánea, y un orquestador; por
eso, su música necesita que, no sólo uno toque sus temas de la manera que él
escribió la música, sino que también es necesario tocarlos con los arreglos que
él puso ahí.
¿Cómo se origina tu dúo con Roxana Amed, y cuál es
tu balance del mismo?
Con Roxana somos amigos y nos conocemos hace
bastante. En sí, este proyecto arranca cuando ella me invitó a grabar en su
disco Entre Mundos. Ahí, grabamos
como dúo en el tema que da nombre al álbum. Ese tema lo grabamos en la casa de Pedro Aznar, quien era el productor de Entre Mundos; y luego, yo la invité a
ella a grabar en con Horacio Fumero;
allí ella cantó “La Colina de la Vida”, el tema de León Gieco. Así, comenzaron a sucederse invitaciones entre nosotros
dos, ella me invitó a acompañarla en vivo en algunos conciertos suyos; luego,
yo la invité cuando presenté mi disco Esa
Sonrisa es un Santo Remedio, y también para que me acompañe en Café Vinilo –ahí, todos los años yo hago
un ciclo de jazz, porque
siempre me dan unas fechas para que haga lo que quiera-, y como ese dúo que
hicimos en Café Vinilo funcionó, de
ahí sale la idea de hacer un disco. El balance que puedo hacer de esta
experiencia es muy bueno, como pasa siempre que te juntas con alguien
talentoso, que tiene algo para decir, y también una persona interesante y que
es solidaria en el escenario, como es el caso de Roxana. Por eso, es una
experiencia súper buena el tocar con ella, y algo que disfruté, disfruto, y
disfrutare cuando ocurra, ya sea en concierto o en disco, o, incluso,
escuchando el disco, una vez grabado...
¿Cómo fue la experiencia de grabar, en vivo, Cuando la
Lluvia Dejó de Ser Sagrada?
Bueno, en realidad, ese no fue el primer disco que
grabo en vivo. Ya hice varios discos en vivo, porque me gusta muchísimo tocar
en vivo, soy un tipo muy poco fóbico en el escenario, disfruto mucho tocar, me
gusta el contacto con la gente, me gusta tocar en lugares chicos donde la gente
puede tomar algo mientras escucha mi música; por lo tanto, grabar en vivo
siempre es una muy buena experiencia para mí. También, así como me gusta
grabarlos, también me gusta mucho escuchar discos en vivo, soy un gran
consumidor de álbumes de este tipo, que, por otro lado, en el jazz constituyen
una tradición mayor a la de cualquier otro género musical, ya que, obviamente, en
el jazz la música sucede en el
escenario de un modo muy diferente a lo que ocurre en un estudio, porque el
contacto con el público -para los artistas de jazz- siempre constituye una gran influencia. Este último disco,
al que te referís, la experiencia fue buenísima, y, además, lo hicimos en forma
conjunta con la gente del Café Vinilo,
quienes son amigos y muy buenos productores discográficos. Por ejemplo, el
trabajo de Cheche Ordóñez –el dueño
del Café-, fue sensacional, ya que se ocupó de todo lo referente a la
producción del disco de manera brillante, y así yo pude tocar tranquilo sin
tener que preocuparme por nada; la verdad, lo suyo fue un mérito, porque, por
el contrario, en las grabaciones de mis discos yo soy mi propio productor. En
verdad, he trabajado con otros productores, sólo en algunos discos, y Cheche,
sin dudas, está a la altura de cualquiera de ellos, incluso los mejores, con
los que grabé en el extranjero.
¿Cuál es la historia detrás del vals que le
dedicaste a Beatriz Sarlo?
Bueno, yo admiro mucho a Beatriz Sarlo, leo todo lo que ella escribe, y coincido con sus
opiniones. Obviamente, mis lecturas sobre su obra vienen de hace tiempo, y no
de ahora, cuando se ha armado –recientemente- tal revuelo mediático sobre su
figura con el tema del programa 6, 7 ,8
y demás; y, por otro lado, Beatriz es una melómana y una jazzera, le gusta
mucho el jazz, le gustan muchos
pianistas de jazz; en sí,
conoce bastante sobre el género –tanto ella como su marido, el cineasta Rafael Filipelli-. Por eso, una vez que
me vino a escuchar, hablamos, y yo le dije: “Te voy a escribir un tema”; entonces, me contesta “bueno, dedícame algo que sea como “Waltz for
Debbie” (un famoso vals de Bill
Evans)” Y así fue que me salió este “Waltz for Beatriz”, que quedó
precioso, y que a ella -cuando lo escuchó- la hizo emocionar hasta la
lágrimas...
¿Cómo es la experiencia de estar al frente de un
sello discográfico y organizar festivales de jazz?
Para mí el organizar un festival siempre es una
experiencia muy enriquecedora, porque yo soy una persona a la que siempre le
gusta hacer cosas de producción además del trabajo más artesanal relacionado al
hecho de componer música. Siempre me ha interesado producir discos, organizar
eventos, incluso, he sido manager de mi propia carrera durante bastante tiempo,
o sea que conozco un poco como funciona el negocio. Es un lindo desafío, pero
también son cosas diferentes. En lo que respecta a lo del sello discográfico,
que es lo que hice en EMI Odeón, con el subsello S´ Jazz -que era un proyecto
mío-, llegué a ese proyecto cuando ya era artista de la compañía; bueno, esa
actividad es muy distinta a la de organizar un festival, que es un festival
público –organizado por el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad-,
que se hace con dinero del estado, y en donde uno tiene que tener ciertos
cuidados en el sentido que necesariamente –más allá de que, al igual que en el
sello discográfico, uno como director artístico tiene la de seleccionar
aquellos artistas que están OK como para estar en el escenario- yo tengo que
ocuparme de que todos los músicos se enteren que existe esta posibilidad de
tocar, que tienen que enviar su material; y además, como este es un festival
tan complejo, con variados escenarios temáticos, eso también implica un cierto
cuidado, un cierto diseño. En sí, es una experiencia buenísima. Ya voy a
empezar mi quinto año como director del festival, y siento que aprendí
muchísimo en todo este tiempo.
Con respecto a esto, ¿Cuál es tu opinión de la
difusión que se le da al jazz en nuestro país?
El jazz acá
no se difunde ni más ni menos que lo que ocurre en otros países. Este es un
género que no es masivo en ningún lugar del mundo, y siempre depende de canales
alternativos. Obviamente, si vos vas a Nueva York, ahí hay un montón de radios
que se dedican a difundir jazz,
son emisoras que pasan solo esta música pero ese debe que también hay un
sistema de radios, en forma de redes, que es mucho más extenso al que existe
acá. Sin embargo, hoy en día que existe la posibilidad de hacer radio por
Internet creo que la difusión va en camino de ampliarse –no sólo acá sino en
cualquier lado-; además, los medios gráficos también le dan mucha más difusión
al jazz que la que le daban
hace 15 o 20 años, por eso es común que hablen del Festival cuando lo hacemos,
también veo que hay críticas que comentan mis discos cuando son editados –como
también lo hacen con muchos otros artistas de este género-. Podría haber más,
pero también podría haber mucho menos, y uno siempre tiene que ser consciente
de que está tocando una música que no es masiva, también se podría hacer mejor,
pero tampoco hay tanta gente preparada, tantos periodistas que entiendan sobre
el asunto como para hablar con detenimiento, ¿no? Es como que falta formar
gente...
¿Cuál es tu opinión acerca del nuevo paradigma
existente, a la hora de difundir música, con la caída de las discográficas y el
auge de las descargas vía Internet?
No tengo una opinión muy clara, lo que sé es que el
disco (el CD) se muere como formato, en la medida que se muere todo aquel
formato que pasa a ser posible de ser copiado, o ser consumido gratis. Grabar
un disco, de música alternativa, independiente, no masiva, hace rato que ya no
es un buen negocio; ya que no hay posibilidades de no perder dinero porque los
discos cada vez se venden menos. Me parece que estamos a las puertas de algo
nuevo, los artistas en algún momento van a tener que encontrar algún método
para poder seguir recibiendo una compensación económica por su trabajo –me
refiero a regalías, derecho de autor, etc.-, pero seguramente lo que tendrá que
cambiar es el formato. La buena noticia de este nuevo panorama es que se caen
las discográficas, ya que, ellas en buena parte son culpables del ocaso de los
discos y el fracaso del formato. En general, los ejecutivos de las
discográficas son personas a las que no les gusta la música, seres incapaces
que van rotando de discográfica en discográfica, y aunque cada vez se venden
menos discos, ellos se enriquecen más... Por eso está bueno que se caigan las
discográficas para que estos personajes busquen alguna otra ocupación para la
que sí sean idóneos, ¿no? Más allá de eso, no tengo ninguna otra opinión.
Algunas
veces la vida nos da gratas sorpresas y ciertas noches insípidas se vuelven inolvidables.
Algo de eso les pasó a tres pibes de barrio, que una noche se colaron en el vip
del Soul
Café (Báez 246, en el barrio de Las Cañitas). Fue el miércoles 26 de
noviembre de 2003. Nunca más se lo iban a olvidar…
La noche había empezado mal. Tomás, uno de los tres
afortunados, había planeado una cita a ciegas en ese cool local gastronómico, con dos suecas que estaban estudiando
fotografía en Baires, pero las minas no tenían ni media onda. Sin embargo,
Tomasito no se rendía, porque ya tenía bien marcada a su presa en este dueto de
féminas nórdicas, y por eso les había dicho a dos amigos (Marce y el Gordo
Carbone) que se jugaran su chance con la otra rubia. Lástima que estos dos
pibes no eran capaces ni de levantar ni un papel del piso, como se dice en la
lleca... Por eso el final fue previsible. “Sobre lacrado”, como también se
llama a este tipo de situaciones. Así, mientras Tomás al fin podía disfrutar de
la compañía agradable de su rubia, sus dos amigos se preguntaban, lisa y
llanamente, qué carajo estaban haciendo allí... Porque no habían podido
establecer ningún tipo de comunicación con la otra muchacha europea.
Así, la noche languidecía lentamente, hasta
que, de pronto, en una maniobra media extraña, Tommy le pregunta a un tipo que
cuidaba la entrada del vip, si iba a tocar alguna banda allí esa noche. “No sé. ¿Ustedes son de la banda?”, respondió
y repreguntó el mono. Y ante la tímida respuesta de los muchachos: “Sí”, el tipo les dijo: “Bueno, pasen”.
Y así entramos, nomas... Perdón, entraron. A saber:
Marcelito, Tomás y el Gordo Carbone. Sí, tres dignos representantes del lumpen
proletariado del conurbano bonaerense. Un habitante de Lanús City y dos del
Morón Profundo, con más orto que cabeza, colándose en un lugar en el que no
estaban invitados ni a los premios. Y junto a Matías entraba la sueca. La otra
rubia hacía rato que se había ido, argumentando tener “jaqueca”.
Una vez traspasada la cortina que
delimitada la entrada del vip del resto del local, divisaron, sentado en una
mesa, a Charly García comiendo
spaghettis con su hijo Migue y un
par de amigos. Ustedes son capaces de entender lo que significa eso para un par
de pibes de Lanús y Morón? Sí, ¡Charly! ¡¡¡El mismísimo prócer del Rock
Nacional, sentado ahí nomás, a metros de distancia!!! Seguramente, para los
habitúes del lugar, esto era algo común, algo que pasaba cualquier noche de la
semana, pero para estos tres pibes... Ah mierda, cuanta emoción...
La pregunta del urso de la puerta, acerca de si
“eran de la banda” tenía una explicación, y rápidamente se enteraron el porqué.
Es que en ese momento estaba tocando una banda de chicos jóvenes, con un cantante
pelilargo, rubio y carilindo que se parecía a Franco Constanzo, el ex arquero de River.
El reggae fusión que hacían sonaba blandito, tipo música funcional. Quizás por
eso Charly los despidió con un irónico: “No
se preocupen muchachos, ya van a triunfar...”
Una vez terminada la
actuación de este grupo semi amateur, de los que no se volverá a tener
noticias, ni en el resto de este relato ni en toda nuestra vida, Charly se paró y se fue directo al
escenario... En ese preciso instante el Bicolor empezaría un show íntimo para
unos pocos espectadores afortunados. La visita al local de su amigo Fabián El
ZorritoVön Quintiero,
y la presencia de otros viejos amigos de los dos músicos, como Fernando Samalea y Fernando Kabusacki, fue la excusa ideal para juntarse a tocar. Y
repito lo de grata sorpresa, porque jamás me iba... Perdón, jamás Marce, Tomás
y el Gordo Carbone se hubiesen imaginado que el Maestro (nunca un calificativo
estuvo mejor puesto) les iba a regalar semejante show. Cuando a eso de las dos
de la mañana, García tomó un teclado
con vocoder, al tiempo que empuñaba una guitarra eléctrica, la gente esperaba
ser sacudida con música de la mejor.
Sé que muchos se sorprenderán si les digo
que fue un show magnifico, ya que están acostumbrados a enterrar a García, deshaciéndose en diatribas que
examinan su decadente estado físico, mental y anímico. Ya sabemos que esta es
una de las costumbres máximas de nuestra bendita Argentina, en donde rara vez se
respeta a los ídolos, ya que los que preferimos ver prendidos fuego o a lo sumo
borrachos en alguna plaza. Pues bien, estimados señores, esa noche mágica de
noviembre del 03, García demostró que difícilmente pueda ser sepultado jamás. Y
es que, muchas veces, antes de ir a ver un concierto de García, los espectadores
se preguntaban: "¿Hoy Charly se pondrá las pilas?" Bueno, ese
miércoles se las puso. Y cómo...
Cantando y tocando con ganas, como hacía
mucho tiempo no se lo veía. Divirtiéndose y generando magia a cada instante,
mayormente con la guitarra, aunque no faltó su magistral uso de los teclados y
sus dichos en el vocoder. Lo acompañaba una banda de lujo: Samalea en batería, su hijo Miguel
García en teclados, Fernando
Kabusacki en guitarra y el "anfitrión" VönQuintiero
en bajo. En todo momento se vio a la banda divirtiéndose y generando un feedback tremendo con los pocos afortunados
espectadores, los cuales se vieron envueltos en una especie de frenético
orgasmo sonoro, cuyo torbellino centró su origen en la escuálida y querible
figura de Charly. Mientras un
voluminoso y mediático periodista deportivo de TyC y Radio Mitre, abrazaba a
sus dos jóvenes y voluptuosas “acompañantes” (las comillas pueden estar o no), Charly
ejecutaba varios de sus clásicos de todos los tiempos, demostrando lo bien
que se sentía en ese lugar y en esas tan mágicas circunstancias. En ese
instante no era difícil comprender porque el músico se sentía más cómodo en
estos shows chiquitos que en los estadios, frente a audiencias masivas, en
donde solía auto boicotear el espectáculo…
Claro, en esa hora y media no faltarían clásicos
inolvidables de Los Enfermeros (la recordada agrupación que acompañaba a García
en los ochenta y primeros noventa) como "Yendo de la Cama al Living",
"Cerca de La Revolución", "Promesas Sobre el Bidet",
"Pasajera en Trance", "Rezo Por Vos", "Funky",
"Anhelonia", "Adela en el Carrusel" y varios más; los
cuales se mezclaban con canciones de los Beatles
como "All You Need Is Love". También García la descocía interpretando
un par de temas de su último disco de entonces, Rock And Roll Yo, el cuál había sido editado apenas una semana
antes de este concierto ad hoc. Así pasaron, el ahora clásico,
"Asesíname" y ese monumental cover de Stevie Wonder (del tema “Love's in need of love
today”), intitulado en el disco de García como
"Wonder".
La parte final del show en el Soul Café fue cien
por ciento "stone" y así pudimos... Perdón, los presentes pudieron
disfrutar de deliciosas versiones de "It's Only Rock And Roll",
"Beast Of Burden" o "Honky Tonk Women". Ahí Charly se
permitió jugar con las tonalidades de “Beast of Burden” y “El Día que Apagaron
la Luz”, fundiéndolas como si fueran una única canción. El broche frenético
llegó con una muy buena redención del clásico de BobDylan "Like A
Rolling Stone", que hizo levantar a todo el mundo de sus asientos. Sería
bueno en este momento marcar un paréntesis y aclarar que todos estos temas
fueron cantados por Charly y su hijo en un inglés muy bueno y nada sanateado,
aunque usted no lo crea.
Y así pasó... “Todo tiene un final, todo termina”,
y luego de una hora y media "el show de los sueños" finalizó. Charly
se quedó escuchando la grabación de la jam
en sus auriculares, junto a la mesa de sonido, antes de volver a su "Palermo Bagdad", mientras todos los presentes se
iban yendo del local. Un momento mágico que ya había pasado, quedando también grabado
en las retinas y el recuerdo de aquellos tres pibes...
Finalmente, días se siguieron escurriendo del
almanaque, como siempre, y por fin la rubia se volvió a Suecia, luego de ver –junto
a Tomás y Marce- a Spinetta
ofreciendo un show solo con la guitarra acústica, en diciembre de 2003, a
beneficio en un hospital neuropsiquiatrico de la calle Córdoba. Seguramente, la
muchacha se fue de nuestro país sin enterarse que había visto en vivo a los dos
más grandes próceres del rock local. Antes del final de ese mini romance, cuando
aún hacía pocos minutos que se habían ido del Soul Café, y mientras aún
Tomás gozaba del sabor en los labios que le habían dejado los besos de la
fogosa blonda, Marcelo y el Gordo Carbone se quedaron junto a su amigo, ya en
la madrugada del jueves, comentando el show de Charly en una panchería de
Retiro.
Porque, después de todo, ¿quién les podría
robar ese recuerdo que ya llevaban en sus memorias y en el fondo de sus corazones?
Quizás nadie les volviese a creer este relato, diciendo que este show lo
soñaron y que nunca ocurrió. Y sin embargo, nada de eso importa…
Porque, como ya sabemos, a veces la amarga realidad se convierte en algo más hermoso que cualquier sueño. Asumiendo
que eso fue aquel concierto íntimo que García regaló ese mágico
miércoles; yo, simplemente, quisiera darle las gracias... Gracias a Charly por
tantos años de música, talento y magia. Y gracias también, porque no, a esos tres pibes, entre los
que por fin me incluyo, por protagonizar esta pequeña historia, esta ficción de
lo real, que hoy te conté...
A mediados de abril compartimos, en un café de esta
porteña ciudad de Buenos Aires, una charla con Fernando Blanco, uno de
los músicos más interesantes del pop
argentino. Con una trayectoria musical de más de 30 años, fue bajista y
miembro fundador de Los Súper Ratones. Luego de alejarse de esa
formación, desde 2005, viene desarrollando una interesantísima carrera
solista en la que ya ha editado tres álbumes: Blanco Móvil, Mares
LejanosyDías Movidos. Además, como si
fuera poco, en la transición entre ambas etapas formó la banda de covers Beatles, Nube
9, un proyecto encantador, con trascendencia internacional y que no para de
crecer. Fanático irredimible de los fab four y el rock de los 50 y 60;
nos cuenta acerca de sus influencias y su pasado musical. Hay que destacar que actualmente
está, presentando algunos de los nuevos temas que van a formar parte de su próximo
álbum solista. Además de dar charlas analizando las composiciones Beatles. Sin
dudas, un artista multifacético, un apasionado laburante de la música…
ENTREVISTA: ¿Cuándo
elegiste el bajo como tu instrumento?
Casi de casualidad. Cuando recién empecé a tocar,
en mi primera banda, yo tocaba guitarra, pero después hubo un cambio de
músicos, y entonces había un guitarrista que tocaba mucho mejor que yo y otro
que tocaba mucho peor. Y como yo tenía la falsa creencia de que el bajista “era
mejor que el segundo violero, pero no tan bueno como el primero”; me dije: “Ok,
estoy en el medio, me toca el bajo…” Justo, yo había visto en un sucucho de
Mar del Plata en donde vendían casetes, en la esquina de Independencia y Luro,
un bajo Hofner tirado en una vidriera, todo sucio, y con una fotito al lado que
decía “el bajo de Paul McCartney”. Hoy parece difícil de creer, pero en
los 80los Beatles no eran tan reconocidos como en la actualidad. Acá se
los menospreciaba…
¿Y eso, por qué?
Porque en los 80 la gente estaba en cualquiera.
Mucha cocaína, supongo; no sé… (risas)
Pero estaba Badía que
los pasaba muy seguido en sus programas…
Sí, Badía les daba bola, y algún que otro
tipo también, pero los Beatles
todavía eran muy nuevos para ser clásicos y eran muy viejos para ser modernos.
Entonces no cuajaban con la época. De hecho, a mí me verdugueaban en el
colegio, cargándome por lo mucho que me gustaban. Bueno, volviendo a lo del
bajo, la cuestión es que lo encontré ahí tirado en esa vidriera y lo cambié por
la vieja guitarra mía, poniendo dos mangos encima. Es decir, que hice un
negoción, porque ese es el Hofner que me acompaña hasta hoy. Un instrumento que
es una maravilla, y que todo el mundo me viene siempre a preguntar de donde lo
saqué. Y, bueno, la providencia me lo mandó, qué sé yo…
Andá a saber cómo llegó
a esa vidriera…
Sí. Y con respecto a tocar el bajo, no alcancé la
real dimensión de lo que era tocar ese instrumento hasta que armé Nube 9
y empecé a sacar, en serio, los que Paul tocaba en Los Beatles -y no lo que yo
creía que tocaba. Cuando vi lo que él hacía me di cuenta de que eso era la
gloria, y, de repente, me empecé a entusiasmar cada vez más, y ahora ya me
siento realmente muy contento de ser bajista. En mis discos, desde el bajo
puedo ver muchas cosas de la música. Para mí, ser bajista es como jugar de 6, o
mejor, jugar de 5 en un equipo de fútbol, es como ser un mediocampista que
tiene perspectiva de todo, ayudas ahí en la base, en la defensa, pero también
construís el gol en el ataque. Está bueno.
¿Sos autodidacta? ¿O
fuiste a estudiar bajo o guitarra a algún lado?
Sí, soy autodidacta. Los discos de los Beatles me enseñaron…
¿Cómo surgió
el proyecto de Nube 9?
Nube 9 nació en 2001, un poco, como una especie de divertimento, de terapia
paralela a nuestro trabajo en otras bandas. Se dio porque unos amigos míos
estaban armando, acá al lado, en The Cavern, la primera Semana Beatle y yo
tenía muchas ganas de tocar ahí, no me quería quedar afuera. Entonces me reuní
con un par de músicos con los que hacía rato quería tocar. Ese fue el caso de Lucrecia
(López Sanz) de las Beladies, Pablo Ezquerra en voz y
teclados, que estaba tocando con una banda amiga Funes, y Julián
Carranza que estaba con Los Prisioneros. Así nos empezamos a juntar
con la idea de armar un show que incluyera canciones que normalmente las bandas
Beatles no tocaban. Fue un
tributo armado desde lo musical. No tenía nada que ver con toda esa cosa
vinculada a los disfraces, las pelucas, los trajes, etc. Todo eso a mí no me
gustaba. Ya metidos en el proyecto vimos que había una especie de
identidad dentro de la banda. En esa misma época se produce la muerte de George
Harrison. Entonces, como la banda había sido bautizada con el nombre de uno
de los discos de Harrison (Cloud Nine, 1987) decidimos armar
un show especial que reuniera todas las canciones que George había
compuesto durante su etapa Beatle, además de aquellas, no propias, en
las que él había hecho la primera voz. De esta manera, armamos un repertorio de
28 o 29 temas con los que hicimos un show medio temático. La respuesta de la
gente fue muy buena.
Eso los
incentivó a redoblar la apuesta...
Sí, siguiendo con los shows temáticos, luego
decidimos interpretar completo en vivo el Álbum Blanco. Ese fue un proyecto
de locos. Porque, cuando empezamos a ensayar, nos dimos cuenta que había temas
que recién los aprendimos a hacer bien cuando nos metimos de lleno a sacarlos.
Toda mi vida había creído que sabía los temas de los Beatles pero recién
estando en Nube 9 comencé a interpretarlos como realmente eran. Para mí
fue casi otra escuela musical. Porque entre lo que uno creía que era (la música
de los Beatles) y lo que realmente es hay una gran diferencia. Esto es
algo que yo les recomiendo a todos los músicos: que escuchen y saquen los temas
de los Beatles como en verdad son, no como creen que son.
Al final,
fue la magia de interpretar esas canciones los que los atrapó.
Tal cual. Pensá que, de ahí en más, Nube 9
no dejó nunca de crecer y fue el público el que no nos dejó parar más. Lo que primero fue para nosotros un proyecto
terapéutico, para despejarnos de los problemas que teníamos en las bandas en
las que estábamos full time, se terminó convirtiendo en algo mágico. Por
eso, nos empezamos a meter de lleno en esto. Incluso, todos terminamos yéndonos
de esas otras bandas en las que estábamos.
Además
lograron llevar la música de Nube 9 al exterior.
Así es. Hace años que vamos a tocar a Liverpool.
Tocamos también en Rusia, en España. Nos reciben súper bien en esos países. Es
buenísimo que pase todo eso. Nunca va a dejar de sorprenderme la repercusión.
Los
integrantes de Nube 9 también te acompañan en tu proyecto solista.
Sí. Pienso que eso es lo mejor que tiene Nube.
Nosotros decimos que somos una orquesta de rock porque el nuestro es un
grupo multifuncional. De pronto hacemos un show de los Beatles, otro día
un show con material de otros grupos de los 60. También podemos acompañar a un
flaco que hace temas de Elvis o a otro que hace Rolling Stones.
En mis discos solistas me acompañan los chicos de Nube 9 por la sencilla
razón de que manejamos un idioma musical común que hace que todo salga muy
rápido y bien. Porque, con una pequeña indicación, ellos ya saben qué onda le
quiero dar a cada tema que hago.
Este
lenguaje musical común es el que hace que incluso se animen a realizar una muy
buena coda improvisada en el final de “Taxman” ¿no?
Claro. Aunque, en verdad, somos de respetar mucho
lo que está escrito en la partitura de cada tema. La canción tal cual es. Sin
embargo, a veces nos tomamos ciertas licencias, como en el final de “Taxman”.
En ese caso, lo hacemos así porque Julián, nuestro guitarrista, es muy
bueno y a veces está un poco contenido. Por eso, ese final de “Taxman”, que
estiramos, es ideal para que él se luzca un poquito. De cualquier forma, yo soy
muy cuidadoso porque siempre pienso a este proyecto a partir de lo que a mí me
gustaría ver como fan de los Beatles. Hacer algo tipo “clon” no me llena.
Lo que me gusta es vibrar musicalmente con el tema. Por otro lado, soy un tipo
muy respetuoso porque tampoco me gustan las versiones. De los covers de los
temas Beatles hay muy pocos que me atraen. Me gustan versiones muy puntuales,
como la que hizo Stevie Wonder con “We Can Work it Out”, pero no muchas
más.
A vos te
gustan más las interpretaciones que se asemejan a la grabación original.
Lo que pasa es que uno nunca se cansa de escuchar
las grabaciones originales tal como las hicieron los Beatles. Yo hace
más de 40 años que los vengo escuchando. Lo que sí me parece es que, al
interpretarlos en vivo, uno les puede poner una impronta propia de rock. Es como el caso de Baremboim
cuando hace la “Novena Sinfonía”, salvando las distancias. Ahí tenés el
caso de un tipo que respeta lo que escribió Beethoven, pero eso no
impide que le diga a su orquesta que toque con más potencia un crescendo,
con mucha más polenta, para que todo vuele por el aire. Eso es lo que
intentamos hacer en Nube 9. De ahí sale el porque nos auto definimos como una
orquesta de rock and roll.
Ya que me contás esto de
trabajar junto a Nube 9, ¿alguna vez te pasó que, a partir de estar sacando
algún tema del repertorio beatle, eso te sirviera como disparador para componer
una canción propia?
No sé. Bueno, en realidad, no lo pienso con tal
exactitud. Sin embargo, se me viene a la memoria “Parque de diversiones,
un experimento divertido que hice en este disco, que quizás se relacione con
eso, porque esa canción salió a partir de una grabación de batería hecha por Paul
en uno de los temas instrumentales de su primer álbum solista (McCartney,
1970). A mí me encanta como toca Paul la batería, y por eso tomé un par
de compases de esa grabación, la sampleé, y construí un tema arriba de
eso.
En un
reportaje dijiste que en tu álbum solista Marea Lejana
(2008) abriste un poco más el juego de las influencias. Que habías pasado del beat de Blanco Móvil (2005), tu primer disco solista, a incluir
otros estilos.
Es posible. Lo dije y es verdad. Lo que ocurrió es
que Blanco Móvil fue un disco espontáneo. Se grabó y mezclo en sólo diez
días. Eso fue así porque yo nunca pude aceptar que, con toda la tecnología que
disponemos en la actualidad, no podamos grabar un disco con la rapidez que se
hacía hace 30 o 40 años. Fue un experimento musical que salió bien: grabar y
mezclar un álbum en poco tiempo. Obvio que para hacer eso tenés que tener a tu
lado muy buenos músicos y yo, en Nube 9, los tengo. Por su parte, en mi
segundo disco solista, además de esa forma de trabajar, abrí las influencias. Aún
hay un dejo beatle en las canciones pero también quise hacer temas que
tuvieran un estilo un poco más heavy. Por ejemplo, hay uno que se llama
“Yo Quiero Ser Bob Dylan” que es un folk rock que se parece a los que
hacía Dylan en la época que electrificó su sonido.
¿Y qué otros
artistas que escuchas han influido en tu música?
Es muy difícil de determinar. A veces pienso que
soy un tipo muy cerrado y otras que soy muy abierto. Me gustan un montón de
artistas, dentro de los estilos que más me atraen. De por sí, el universo
beatle es infinito. Además, me gusta mucho el rock and roll de los años 50: Elvis,
Chuck Berry y Little Richards. De la música de los 60 me gusta
casi todo. Me vuelve loco tanto la música que había antes del surtimiento de
los Beatles, así como la beatlemania
generada por ellos, el rock
psicodélico y todos los grupos que surgieron después. De otros estilos,
como el rock progresivo, me
gustan algunas cosas. De la música de los 70 me gusta, creo, la mitad de todo
lo que se hizo. En esa década también hubo grupos increíbles como Queen,
que fue la primera banda que escuché y me voló la cabeza cuando era pibe.
También hubo otras bandas geniales como los Who o Led Zeppelin.
De los 80 no me gusta nada, me parece una década muy hueca musical y
artísticamente. En los 90 se hizo un
revival que rescató los valores del pasado. Fue lo que pasó con el Brit Pop, un estilo que a mí me vino
bárbaro. Creo que tranquilamente me sentaría a escuchar discos con los Gallagher
o los Blur, porque se nota que curtimos la misma onda.
Y de los
últimos años del rock, ¿qué te gustó?
Creo que la década de los 2000 fue un poco hueca, pero
igual hubo algunas cosas que me gustaron. Ahora mismo hay un par de bandas que
me parten la cabeza. Hay un grupo que se llama Jim Jones Revue que hace
un rock clásico excelente.
También me gustaba mucho Amy Winehouse y algunas cosas de Green Day.
¿Del rock
nacional te influenció algún artista?
Lo que más me pegó, cuando era chico, fue Serú.
Yo fui a ver verlos cuando estrenaron el disco Peperina en Mar del
Plata y me volaron la cabeza. Charly García era un demonio musical, aún
no se puede creer el nivel que tenía en esa época. Yo era chiquito, tenía 10 u
11 años entonces, y en el medio del
show, Charly me miró y yo sentí lo que el tipo pensaba. Yo sentía que el
tipo estaba pensando: “Qué pendejo
ese pibe. ¿Qué hace acá…?” Claro, yo estaba como poseído en la
primera fila, re copado con la música. Me acuerdo que la mirada de Charly tenía
una lucidez impresionante, y la música de Serú, también; obvio… Esa era
música en serio. Digo esto porque ahora se ha puesto muy boluda la música. Hay
cosas que me gustan, pero esa trascendencia que sentías cuando veías a un grupo
como Serú ya no la encontrás con tanta facilidad…
Ayer justo me compré Fiebre de Vivir, un
disco de Moris que también me encantaba cuando era pibe. También
escuchaba mucho a León Gieco y Spinetta, Almendra, Pescado
Rabioso...
Se nota que
tus gustos siempre están enfocados en el rock clásico.
Porque eso es el rock para mí. Cuando el género se mixtura con otras movidas como
el rap, la música tropical o la bailanta, ya no me interesa. No digo que eso esté bien, mal o
muy mal; simplemente no son cosas que me atraigan, me emocionen.
Entonces, será medio
difícil que te sientes a escuchar un disco entero de un grupo o solista del
rock actual, ¿no?
Yo trato de hacerlo, pero la verdad es que me
cuesta escuchar un disco entero de una banda. Porque hay una fórmula y
enseguida decodificás el universo de lo que va a pasar, y por eso, al tercer
tema deja de sorprenderte ese disco. Y eso no pasaba con Serú Girán, o
los Beatles. Esos eran discos en donde había sorpresa hasta el final,
había movimiento. Hoy por hoy, la música tiene que estar en click,
viste. Click es el tempo en la grilla, como le dicen en el Pro Tools.
Y, para mí, si uno graba todo en grilla, todo el tiempo, el tempo deja de ser
un entretenimiento. Porque que el baterista acelere o se quede es un
entretenimiento, es parte de la música. Por eso antes los integrantes de las
bandas grababan todos juntos, porque está bien moverse un poquito. Por ejemplo,
escuchá el minuto 2.00 de “Michelle”, y vas a ver que ahí los Beatles se caen, pero, ¿a
quién le importa eso? Porque esa “imperfección” te movía algo, y estaba bueno
que eso suceda. Lamentablemente, ahora eso no pasa más. Ya no tiene sorpresa la
música. Ahora, de repente, alguien te hace un coro en la estrofa 1, y te lo
pegan en las estrofas 2, 3 y 4. Entonces, si vos ya lo escuchaste, ya sabés lo
que va a pasar. En cambio, vos escuchabas los coros de los Beatles, y no sabías que iba a pasar en cada uno de los
coros, porque eran todos diferentes. Eso es lo que hace que aquellos discos de
esos artistas sigan siendo divertidos e interesantes. Pero, bueno, tengo que
reconocer que igual, dentro de estos nuevos códigos de la música actual, hay
algunas cosas buenas. Por ejemplo, Muse, un grupo que no es lo que más
me gusta, pero al que hay que reconocer que tienen cosas interesantes, que
saben hacer hits.
Cambiando de
rubro: ¿De dónde surgió la idea de realizar, junto al periodista Sergio Marchi,
un libro (The
Beatlend) sobre los Beatles?
Surgió de casualidad, como parece que pasa con
todas las mejores cosas. A Sergio lo conozco de hace mucho
tiempo y es muy fana de Nube 9. Por eso, varias veces cuando
hicimos shows temáticos con temas de la trayectoria solista de los Beatles,
lo invitaba a tocar la batería. En esas oportunidades charlábamos mucho. Nos
juntábamos a comer y ahí hablábamos acerca de los discos solistas. Un día me
cuenta que estaba haciendo un libro acerca de la separación de los Beatles y yo
le digo: “Che, ¿porque no hacemos un libro que incluya lo que pasó después
de la separación?” A él la idea le interesó mucho. Un día viene y me
comenta que la editorial le había dado vía libre para hacer el proyecto. A
partir de allí comenzamos a investigar. Yo me dediqué a hacer la parte musical,
disco por disco, y Sergio se encargó de articular la historia. De repente,
teníamos el libro.
¿Te
sorprendió algo, durante el proceso de investigación?
Totalmente. Nos dimos cuenta de que aunque la
historia de los Beatles, como grupo, estaba contada por miles de
personas (periodistas, amigos, amantes, managers, hasta ellos mismos...), la
historia acerca de lo que pasó con ellos después de la separación casi no
existía. Eso me parece un hallazgo. Hicimos una especie de “parte dos” que
mucha gente quería conocer. Por eso pienso que el libro gustó y se vendió bien.
Se
preocuparon por comentar todos los discos solistas, incluso los menos conocidos
o exitosos.
Tal cual. Repasamos disco por disco, año tras año,
desde 1970 hasta hoy.
En tus temas, ¿qué
compones primero, letra o música?
En general, primero me sale la música. De repente,
a veces, me pasa que encuentro alguna letra a la que le puedo poner música. Por
ejemplo, me pasó eso en Días Movidos,
mi disco editado en 2012, con un tema que se llama “Nunca”, en donde las
palabras están encadenadas. Me pareció divertido hacer ese juego, en donde una
palabra, que al final de una oración tenga un sentido, y otro diferente al
repetirse al principio de la siguiente oración. También estaba “Como Elvis”, un
tema que tiene un trabajo casi “de laboratorio” en donde la letra está hecha a
partir de títulos de canciones de Elvis, porque el chiste es que “me
hace sentir como Elvis Presley”.
¿El sentido de la letra
de un tema como “Romance a la antigua” tiene que ver con el hecho de pensar que
cada vez hay menos de eso en las relaciones amorosas?
Sí, es un poco un chiste, ¿no? En realidad, al
principio yo le compuse la música y todo el mundo me decía, con respecto a los
arreglos y los coros, que tenía una onda muy Queen. Entonces me puse a
pensar cuáles eran los temas recurrentes en las letras de Freddie Mercury,
y me acordé de algunas canciones como “Seaside Rendezvous”, “Lazing on a Sunday
Afternoon” o “Old Fashioned Lover Boy”, en donde el tipo mostraba toda la locura
que tenía con figuras como (Rodolfo) Valentino, y todos esos galanes
románticos de antaño. Yo pensaba en cómo le hubiese gustado tener un romance a
la antigua, y, de ahí en más, empezó a surgir la letra de la canción. También
es como mi pequeño tributo a Queen, que fue la primera banda que me
partió la cabeza de pibe, y a la que tuve la suerte de poder verlos tocando en
vivo en Mar del Plata, mi pueblo, cuando vinieron en el 81. Ese acontecimiento
marcó mi vida.
En ese caso quizás sea
mostrar también otras de tus influencias musicales, más allá del universo de los Beatles; que es el grupo al que más fácil te podría asociar una parte del
público.
Lo que pasa es que, en realidad, yo me muevo en mi
propio universo. Llegó un momento en el cual no necesito embanderarme en la
onda de ningún otro grupo. Por ejemplo, cuando recién empezaba a ser conocido
con mi primera banda, Los Súper Ratones, nuestra onda estaba relacionada con
toda esa cosa tipo Beach Boys, y ahora mismo acá hay grupos que son como
el clon de un grupo extranjero. Por eso, compuse el tema “Yo quiero ser Bob
Dylan”, en donde el chiste venía por ese lado: todo el mundo quiere ser alguien…
Ok, todo bien, pero está claro que a esta altura de mi vida me conformo con ser
quien soy yo: Fernando Blanco, con mi propio universo y mis cosas. Me
gusta tomar influencias de otros lados, nutrir mi música de distintas cosas,
pero ya me siento seguro que ese componente que pongo yo es valioso.
¿Cómo surgió la
posibilidad de tocar con Ringo, cuando él vino al Luna Park?
Eso pasó a partir de una gestión que hicimos con el
Vasco, un amigo mío, fanático de los Beatles, también; y que a veces
toca la batería con nosotros. Juntos, presentamos el proyecto para tocar ese
día, antes de Ringo. Obviamente, también habían otras bandas que querían
hacerlo pero parece que escucharon nuestro material y lo eligieron. Al
principio, todo eso me pareció medio sanata, pero luego, la última noche, me
encontré con los propios músicos que acompañaban a Ringo, con los que
estuve en el hotel tomando algo, y me tiraron buena onda, nombrándome temas que
les habían gustado de mi material. Entonces me dije: “Puta madre, ¡los
escucharon en serio!” Obviamente, fue una experiencia maravillosa tocar
ahí, abriendo para Ringo, sobre todo porque lo sentí como si fuera un
premio a toda mi trayectoria. Pensaba en todo lo que me había pasado en mi
carrera en la música, reflexionando acerca de las cosas buenas y malas que
viví, y sentía que todo se justificaba por haber llegado a tocar ahí. Estaba
contento con eso, y también me encantó el encuentro que tuve con el público,
con el calor maravilloso que me brindaron esa noche. Viste que ser el soporte
de otro artista es un tema, porque a veces no tenés mucho que ver con el número
principal y te pueden tratar mal o tirarte algo por la cabeza; pero, de
repente, puede ocurrir que la gente siente una empatía con tu música, y te
brinda su cariño. Bueno, yo sentí eso esa noche.
¿Y cómo es Ringo?
Mirá, no pudimos ni siquiera saludarlo porque hace
tiempo que él declaró que no iba a volver a saludar, ni firmar autógrafos o sacarse
fotos con nadie. Así que estaba estrictamente custodiado y era imposible
acercársele. Como te decía, me encontré con sus músicos, todos tipos re capos y
amenos, y ellos mismos bromeaban con esta situación, diciendo “qué amargo Ringo,
que no aparece”; pero es entendible. Pensá que es un señor de 76 años, que
fue acosado toda su vida. Obvio, hubiera sido maravilloso saludarlo, pero está
todo bien… Bueno, nosotros también somos muy amigos de Brian Ray, uno de
los guitarristas de Paul, y mucha gente nos pregunta acerca de si
conocimos a McCartney, ya que nosotros hicimos muchas giras tocando con Brian,
e incluso él nos invitó a verlo en el show de McCartney, cuando tocó en
2012 en Montevideo, en donde hasta
estuvimos en camarines charlando con Brian y Rusty (Anderson), el
otro guitarrista de Paul. Por eso, de repente la gente te pregunta: “¿Cómo
fue verlo a Paul?”, porque, claro, McCartney estaba a diez metros de
donde nosotros estuvimos charlando con sus músicos. Pero no, no pasó, y vos no
podés meterte para forzar la situación. ¿Qué se le va a hacer? Son gente grande
y están cansados de que les estén encima.
¿De dónde surge este
vínculo con el guitarrista de Paul?
Cuando vino a tocar acá, en 2010, Brian hizo
un par de notas, y nos encontramos en unos reportajes. Dany Giménez, el
periodista que ahora está en la radio Vorterix, lo iba a entrevistar y me pidió
ayuda para hacer la nota. Así que, cuando terminó la entrevista, nos quedamos
hablando de música, y Brian se re copó. También dio la casualidad de que
él ya había conocido a Lucrecia (López Sanz) en otro lado, y cuando ella
apareció ahí, se sorprendió al enterarse de ambos tocábamos en la misma banda. Más
tarde, fuimos a tomar algo, y él nos dijo que iba a mirar videos nuestros en
YouTube. Bueno, lo hizo y le encantó. Por eso después nos preguntó si nos
animábamos a sacar algún tema suyo, para acompañarlo en vivo. Y así fue, cuando
Brian volvió a Argentina, hicimos un par de shows con él, y pegamos muy buena
onda. De ahí en más, salió la oportunidad de ir a tocar a Brasil, Panamá, y
hacer otro par de shows acá. Brian es un excelente músico, durante 20 años
acompañó a Etta James, luego estuvo con Johnny Halliday en
Francia, y ahí conoció al batero de Paul, quién lo metió en la banda, en
donde está tocando desde hace más de 10 años…
¿Hay alguna canción de
otro que te hubiese encantado haberla compuesto vos?
“Help”, un tema que me pegó un martillazo en la
cabeza cuando lo escuché por primera vez, porque tenía una melodía, letra e
interpretación perfecta. Todo en esa canción es ideal, los arreglos, los coros,
el ritmo… Todo en “Help” tiene gracia y está bien. Es una genialidad. Sin
dudas, me hubiera gustado hacerla, creo que es la canción más perfectita que
conozco…
¿Y de las tuyas, cuál es
tu preferida?
Ayyy… (piensa) Mirá, “Mares Lejanos”, me parece un
tema muy redondito, muy bien compuesto. También, la letra de “Yo quiero ser Bob
Dylan” me pareció muy divertida; y en Días
Movidos me parece que hay muchos temas buenos. Está “Hey”, el primer corte
de difusión, una canción muy pulenta, muy para adelante. Bueno, también volví a
componer un par de temas con mi amigo Balde (Marcelo Sposito) –el ex
integrante de Kapanga-, y eso fue importante porque me llevó por otros
caminos compositivos a los que no estaba acostumbrado. Justo me estaba
acordando de “Tirando abajo las puertas”, uno de los tres temas que hicimos
juntos, que es muy raro, dentro de lo que es mi estilo, pero que creo que tiene
una muy buena composición…
¿Tenés bajistas
preferidos, aparte de McCartney?
Me encanta lo de John Entwistle en The
Who, pero yo no puedo hacer eso…
Bueno, el de
Queen…
Sí, John Deacon me parece un tipo muy
sobrio, muy musical, y con unas ideas muy divertidas. Lo que pasa es que él es
un tipo tan apático, tan poco gracioso...
Siendo tan fan de los
Beatles, ¿cuál es tu relación con la música de los Rolling Stones?
¡Me encantan los Stones! Sobre todo el
período de los 60 y 70. Me encanta cuando (Keith) Richards dice “Los
Beatles siempre nos patearon el culo”, o Jagger, más orgulloso:
“Los Beatles fueron una banda que duró poco”. Los Stones tienen una deuda enorme con los Beatles en el
hecho de que los hayan empujado a componer. También, el Libro de Andrew
Oldham –su primer manager- es muy interesante, y el Stone Alone, de
Bill Wyman, imprescindible de leer.
¿Cuál es tu
opinión acerca del presente de la industria discográfica?
Las compañías discográficas están en extinción. El
panorama no es bueno. Hay que remarla mucho para sacar un disco. Pero, por otro
lado, es asombroso como aún las bandas subsisten y cada vez son más. Por eso,
hay una doble mirada acerca de lo que está pasando.
Aunque no
haya discográficas, nuevos artistas nunca van a dejar de aparecer.
No. Pero se complicó fue la situación de los
músicos. Antes como había un embudo
mucho más grande, los músicos que llegaban tenían muchas cosas solucionadas. De
cualquier forma, siempre tuvimos que pelearla. Ese es mi caso, siempre tuve que
remarla, nunca tuve una época de esplendor. Yo estoy seguro de que siempre
va a haber mucha gente con talento. Sin embargo, en la actualidad, no hay nada
que me llame mucho la atención dentro del rock nacional.
¿Y cuál es
tu opinión acerca de las descargas ilegales en Internet?
Bueno, lo han hecho con mis discos, pero... ¿Qué
voy a hacer? Es decir, yo no pienso que con el disco se pueda ganar plata. Los
músicos vivimos de los shows, las presentaciones.
Eso fue
siempre así...
Obvio. Aunque hubo una época en que se vendían
muchos discos, durante los 90, cuando los grupos, incluso, iban mucho a grabar
sus producciones afuera. Fue el boom del CD. Una época que duró 5 o 6 años,
pero ya se terminó.
Dentro de
este panorama desolador de la industria del disco, ¿cómo haces cuando querés
editar un disco nuevo?
Me edita una compañía chiquita que está asociada
con EMI, y éstos me lo distribuyen. Yo soy un defensor de las compañías
discográficas. Para mí eran algo muy útil. Eran equipos de trabajo puestos a
disposición del artista. Especialistas que se encargaban de que las tapas de los
discos salieran bien, los temas estuvieran bien grabados, etc. Yo no estoy de
acuerdo con la idea de que el músico tiene que ser polifacético y hacer todo
eso por sí mismo.
La autogestión
lleva a eso...
Sí. Sin embargo, creo que el tema de la auto gestión
está muy idealizado. Me parece que es una burrada que los propios músicos
tengan que llevar, ellos mismos, su material a Musimundo y negociar el
porcentaje de ganancia por disco vendido. Aparte es necesario darle esa
responsabilidad a gente que se especialice en eso. A mí me parecía bárbaro que
existieran las compañías y que estuvieran los A y R (dedicados a Artistas y
Repertorios), tipos que se especializaban en ver y seleccionar artistas.
Los famosos
cazatalentos...
Tal cual. En su momento, todos los músicos
criticaban a los A y R, a los tipos que elegían quienes grababan y quiénes no.
Los que más los criticaban, obvio, eran todos aquellos que se quedaban afuera.
Pero para mí era necesario que existiera gente especializada en eso, tipos que
dijeran: “éste tiene talento, éste no.” Esos eran profesionales que,
medianamente, ponían las cosas en su lugar. La música no es una actividad democrática. Esta es una idea que yo le
discuto a cualquiera. La música es una actividad de excelencia, porque no es lo
mismo Charly García que un pibe que toca con la guitarra toda
desafinada. Ahora, en nombre de la democratización, todo está al mismo
nivel. Yo no estoy de acuerdo, pero tampoco voy a salir a ponerle una bomba a
MySpace. Yo pienso que era mejor lo de antes, cuando existía un nivel de
excelencia que nos hacía exigir más como músicos. En esa época, si vos entrabas
a un estudio a grabar era imposible que te pusieras a pelotudiar o fumarte un
porro...
Entonces,
¿tu opinión es que en los 90 comenzó a generarse una camada de artistas de rock
menos profesionales? ¿La cultura rock empezó a pasar por el lado del barrio,
los vicios y chau?
No. Yo no culparía de eso a la movida del rock
barrial, lo principal es que el personaje no se trague al artista. El que
piensa que drogándose va a componer una mejor canción se equivoca. Eso es
confundir el medio con el fin. El fin no es ese. El fin es lograr que las
canciones estén buenas. No importa salir en televisión. Eso es necesario, pero
no lo principal. De cualquier forma, el principal problema actual pasa por otro
lado. El tema es que, a partir de los 90, se dio vuelta la taba. Hasta ahí los
tipos que llegaban a presidir las compañías discográficas venían de Artística,
eran los A y R que nombré antes. A partir de esa época, empezaron a presidir las
compañías tipos especializados en marketing, así como abogados y contadores. De
repente, se le empezó a poner mucha más atención al marketing, al negocio, que
a lo artístico. Yo prefería lo de antes.