Resultaría
muy complicado encasillar a Sebastián
Furman en una sola actividad. Él es músico, director,
profesor, divulgador, compositor. Su devenir tiene tanto de vanguardia como de
música popular y clásica. Analiza y compone canciones, obras y artefactos
musicales, publica discos y libros, da seminarios. Hasta forma parte de un
grupo revolucionario de teatro, performance y humor: Los Bla Bla. Una de sus últimas invenciones es La Canción Sin Fin, un ciclo (que empezó en forma de pódcast) en el
que analiza los tres discos más grandes de Charly
García solista y que ahora originó presentaciones teatrales realizando una
exitosa gira. Sin dudas es un artista que vive la vida con intensidad y deja
una huella profunda por dónde camina. En esta entrevista nos acercamos un poco
a su eclético mundo.
ENTREVISTA> Tu vida está dedicada a la música, ¿por qué la elegiste?
No
sé por qué. Imagino que fue así porque desde que tengo conciencia me divierte
mucho. Era una buena manera de pasar el tiempo. Siempre me fascinó. Desde muy
chico tengo algunos recuerdos en relación con la música. Por ejemplo, de la
música y el cine, de ver algunas películas y asombrarme con la banda sonora. Me
acuerdo de algunas pelis con música de John Williams y quedarme petrificado
pensando: “yo quiero hacer esto”. Después fui entrando de diversas maneras,
como a muchos nos pasa, con el rock nacional, con los Beatles y en paralelo con la música académica… En realidad, nunca
me lo pregunté. Fue algo que se dio en forma natural, como una especie de sana obsesión.
Obvio que en la profesión atravesás circunstancias, momentos y cosas
diferentes. Muchas veces no es tan fácil laburar como músico, sobre todo cuando
arrancás. Pero empecé a dar clases desde muy chico, también. Y a tocar en
lugares en forma profesional.
¿Tocaste
en algún grupo en esas épocas?
Sí,
estuve, cuatro o cinco años, en un grupo de rock sinfónico que se llamaba Nova. Ahí tocaba tres teclados y hacía
canciones. Fue en la época pre redes sociales por eso hay mucho grabado pero no
se difundió nada. Tenemos muchas canciones atesoradas de esa época y el plan es
sacarlas en algún momento. Lo que pasa es que la banda se desintegró. Formé
parte de un par de bandas más. En algunas hice arreglos, como en Toponauta que es una banda santafesina.
Hice y hago mucha música en vivo con los Bla Bla. Ahí toco mucha música popular,
también. De manera solista, tal vez no me entusiasma tanto porque me gusta
trabajar con músicos.
¿Cómo
es musicalizar obras de teatro?
Es
algo que siempre me gustó porque es muy parecido al cine y lo estudié bastante
también. Entonces, hay una paleta gigante de cosas que podés hacer porque vos
podés enfatizar lo que está pasando en escena o dar un color dramático o, al
contrario, alivianar. Inclusive me divierte mucho hacer folies, hacer sonidos e
ir generando otras cosas con lo sonoro. En los Bla Bla participamos un poco los
seis de la creación colectiva. Muchas veces los chicos me sugieren cosas que
son muy útiles o traen algunas ideas o música porque la mayoría son músicos
también y tocan bastante o son cantautores. Entonces se arma colectivamente. Lo
bueno de la música es que puede llevarte a un mundo de ciencia ficción aunque
en la escena haya una persona con un objeto trucho. Entonces es ese universo el
que a mí me interesa más.
¿Cómo
ves la música popular de la actualidad? ¿Pensás que la melodía entró en crisis?
No
logro identificarme tanto con el trap. Hay cosas que me gustan… Trato de ver
qué es lo que me gusta de lo que hay y hacia dónde vamos también y no quedarme
tanto en la melancolía de lo que ya fue, sobre todo lo que corresponde con la
gran época de la música de los 70… De todas formas, a mí me gusta Bach, soy fanático de Bach y eso es lo
que enseño en el conservatorio en donde doy clases de fuga. Y si te ponés a
pensar, Bach murió en 1750. Entonces, es cierto que la melodía ha sufrido
transformaciones y que por ahí se des complejizaron un montón de cosas
instrumentales pero al mismo tiempo se complejizó en otro aspecto. Lo que pasa
es que por ahí yo no lo puedo disfrutar todavía, o algunas cosas sí. Por
ejemplo, la otra vez hice una columna de radio del último disco de Nathy Peluso. Es un disco que me
encantó, una apuesta parecida a la que hizo Rosalía hace un par de años - que fue furor - pero el de Nathy
tiene, obviamente, mucho más contenido argentino, porteño, tanguero… Y la
verdad es que me pareció súper rockera. Tiene una fineza en el trabajo, en la
producción, en el sonido, en su manera de frasear, que no es tan habitual, también
tiene que ver con el swing de los músicos que están con ella. Aparte es una
artista que se la juega porque tiene un tema que es una salsa y otro en el que
está sola con un bandoneón y otro que es más cool jazzy con piano Rhodes... No
tiene prejuicios, eso me gusta.Ella es
más del hip hop, no está tan en la movida del trap adolescente como lo que se
escucha ahora pero quiero decir, que en su música encontré cosas con mucho
cuidado, buen gusto, con arreglos muy trabajados, el sonido muy pulido. Por ahí
me parece que lo que pasó, sobre todo en los 90 en adelante, es que las grandes
compañías discográficas y todos los medios de difusión pasan una música que no
está tan cerca de la gente que quiere escuchar música con cierta profundidad.
Entonces vos vas a un supermercado chino y te sorprendés con la música que
suena, porque siempre son temas nuevos que no entiendo como pero me quedan un
rato en la cabeza cuando llego a casa y luego, por suerte, desaparecen para
siempre… [Risas] No sé si hay alguien que llega a su casa a la noche y se pone
un disco de estos que suenan en el chino… O los que sonaban en los Cuarenta
Principales, las radios pop, etc. En un sentido, eso no es música. Eso es
industria musical. Es otra cosa. Es como decir, una cosa es la salsa de tomate
que te hace tu abuela con los tomates reales, toda la data y todo el tiempo que
lleva. Y eso no tiene nada que ver con una lata industrializada que está en el
supermercado. Un poco pasa eso con la industria y la manufactura de la música y
también con los millones que mueve. A veces confluye eso con una búsqueda
personal pero no sé hacia dónde va. El capitalismo se puso más crudo. Todo es
más controlado. Por ahí en la época de los Beatles estaban unidos porque ellos
fueron la primera banda masiva y al mismo tiempo ellos sacaban temas que eran
collages sonoros, música de vanguardia, en 1968. “Revolution Number 9” y todos
los loops de cinta que se te ocurran. Eso venía adentro de un disco de la banda
más vendida del mundo. Hoy eso es difícil de pensar. En ese aspecto, la
industria viene llevándose puesto todo.
¿Y
hoy la música por dónde va, lo que no es industria musical?
Bueno,
las mujeres están entrando muy fuerte en el rock. Veo muchas pibas hacer cosas
espectaculares, y eso me encanta.
¿Tu
álbum Cocoliche, cómo lo pensaste?
Es
una serie de piezas que venía acumulando en forma aleatoria. Primero había
hecho un concierto de bandoneón y orquesta que está ahí y decidí hacer algunas
piezas más. Por eso el título, porque es un cocoliche de cosas que junté y que
fui un día al estudio y las grabamos con unos músicos queridos que tocan muy
bien. Hay ahí unas mezclas raras porque hay estándars de jazz, una fuga medio folclórica,
hay un tema dedicado a mi gato Ringo, alguna pieza para cello y piano solo… No
sé si todas tienen la misma inspiración pero es lo que yo fui en ese momento,
ya hace siete años… Una investigación académica – popular, aunque no me gusta
mucho esa dicotomía de términos.
¿Por
qué elegiste a Charly y esos tres discos a analizar (Yendo de la cama al living, Clics
Modernos y Piano Bar)?
Porque
creo que refleja una época muy importante del país. A su vez, son tres discos
muy populares y muy conocidos pero muchas veces se los pasa por encima. Me
acuerdo una vez en el programa de Tinelli que estaban bailando y cantando “Nos
siguen pegando abajo”, con los del jurado diciendo: “que linda canción”, y
nadie reparó en el significado de ese tema… Entonces es como que aquella
canción que en su momento denunciaba algo pasó a ser un objeto más de consumo. La
propuesta fue de Fede Vázquez, de la
Futurock, después de una larga charla que tuvimos en un querido bar en donde
estuvimos hablando de esos años y eses tres discos. Es impresionante como se
fue transformando Charly en esos álbumes y además cómo reflejó la coyuntura.
Entonces eran muy buenos para hacer una trilogía. Además a Charly lo tengo en las
entrañas desde muy chico. Muchas de las canciones las había pensado hace mucho.
¿Hay
alguna canción de otro que te hubiera gustado componer a vos?
“Laura
va”. Porque es mi estilo. No sé si la hubiera podido hacer. Siento que habría
hecho algo similar para contar una historia así, como una “She´s Leaving Home”
argentina.
Pablo
Read está orgulloso de su
estudio. Es cómodo, tiene guitarras, teclado, libros, cds, y una pila de
vinilos, todo material con el que se formó. Los Beatles, en una de las paredes, atestiguan el recuerdo de sus
comienzos en su Pergamino natal, donde estaba la música que escuchaban sus
padres. Como oyente de música está siempre inclinado al disfrute, como
cantautor no puede evitar que salga a la luz toda su formación anterior. Llegó
a Rosario en el 95, tras una breve estada se volvió a Pergamino, pero al año
siguiente se instaló definitivamente en nuestra ciudad. De ser un joven con
cierta expectativa, con el tiempo alcanzó el momento de compartir escenario con
Litto Nebbia, incluso de tenerlo
como invitado en un tema que va a estar en su próximo material a publicar.
Cómodamente, en una soleada mañana de sábado, a metros del estadio Gabino Sosa,
recorremos su vida musical, entre mates y café.
ENTREVISTA>
¿Cómo comenzó tu idilio con la música?
Mirá, yo arranqué de muy chiquito, porque en mi casa
siempre se cultivó mucho la música. No desde el hacer, sino desde el placer de
escuchar. Una vez, cuando tenía cuatro años, mi abuela paterna, cansada de
regalarme siempre autitos, me trajo de regalo una guitarra, que yo como pibe la
percibí como un juguete. Sin embargo, el paso siguiente fue algo así como:
bueno, vamos a mandar al nene a aprender a tocar la guitarra. Al principio fue
como un juego, pero es muy significativo lo que comienza a suceder con el
instrumento cuando empezás a dominarlo. Porque al principio vas con toda la
euforia, pero al poco tiempo ves que la cosa no es tan fácil, que no te sale
nada, que te duelen los dedos, que te querés matar [risas]. Una vez pasada esa
instancia, vos te das cuenta de que lentamente eso de tocar un instrumento va
provocando una satisfacción en uno porque causa un efecto en los demás. Yo
recuerdo que un día en casa estaba encendida la tele, estaban dando “El Zorro”,
aparece la música de esa serie, yo empiezo a imitarla en la guitarra, y mi mamá
me dice: “¿Quién te enseñó eso?” Nadie, le dije, me salió. Y fue ahí que me di
cuenta del efecto que provocaba en el otro con mi instrumento. Y mis padres,
que vieron que me gustaba y que me dedicaba, incentivaron mucho más mi
aprendizaje. Mi vieja compró un teclado, se compraron más discos en casa. Los
discos y los libros eran canilla libre.
Eso fue provocando un crecimiento en tu vocación…
Sí, después, en la escuela, en los actos de las fiestas
patrias viene ese: bueno vos que sabés bailar folklore, bailá; y vos que sabés
tocar la guitarra, vas a tocar en el escenario. Y así viene el momento en que
te aplauden por primera vez. Ahí empecé a sentir que pasaban cosas con esto de
la música.
En la vida de todo artista hay un arco que recorre desde
su momento de aprendizaje hasta que se convierte en creador. ¿A vos qué te pasó
con eso, cuándo te diste cuenta de que te podías transformar en compositor?
Primero tuve toda una instancia de tocar temas de otros.
Yo creo que con los Beatles apareció esa necesidad de hacer mis propias cosas.
Me dije: si estos tipos hicieron sus propias cosas, yo también quiero
intentarlo. Pero, también, hay mucha gente que se dice “yo quiero hacer mis
propias cosas” y no tiene nada para decir. Entonces, ser escritor… yo tengo una
cosa con la palabra compositor, creo que me queda grande. Es la necesidad de
decir algo. Igual tuve mucho conflicto con eso, porque primero copié lo que
decía otro, hasta que te das cuenta del “para qué”, y ves que poder decir lo propio
es el verdadero significado. Eso lo logré de mucho más grande.
Toda esta iniciación que estás contando fue en Pergamino…
Sí, allá no había academias de música, todo pasaba por
profesores particulares. Y cuando terminé el secundario, cuando era muy
complejo todo porque no había internet, hoy un pibe se mete en cualquier
tutorial y con las nociones básicas te ayuda bastante, entonces yo me vine a
Rosario para estudiar en la facultad, porque también dentro mío habitaba la
idea de ser docente. Yo quería ser músico y docente, algo que en Pergamino era
más difícil. Ser artista, digo, porque allá son todos médicos, abogados, y te
preguntan ¿y vos, de qué vas a vivir? Y es difícil responder: voy a vivir del
arte. Y la verdad, es que no vivo del arte tampoco, vivo de la docencia, como
ocurre con la gran mayoría de los músicos.
¿Creés en el compromiso social a la hora de crear o que
las cosas pueden salir de otra manera en esta contemporaneidad que nos toca
vivir?
Yo tomo palabras de Oscar
Wilde: escribir es facilísimo, primero hay que tener algo para decir y después
decirlo. Entonces, eso que yo tengo para decir abarca un abanico de temáticas
que me movilizan a mí, por ejemplo, la última canción que escribí: habla sobre
los miedos. Se podría pensar que es algo que tiene que ver con lo existencialista,
con lo psicoanalítico. Y luego, tengo una mirada hacia la realidad social. Son
las temáticas que me vienen a mí. Si tengo que meter mis patas en el barro por
mi ideología, lo voy a hacer, aunque me digan que es un panfleto, no me
importa. Como dice [Mario] Benedetti, yo ya soy un caso perdido,
aunque escriba algo más universal, si tengo que hablar de pececitos, ya va a aparecer
el pececito bueno, el pececito malo y así.
Pablo aclara que ser docente fue una consecuencia de su
Licenciatura en Música, que no estudió profesorado, y que la relación que tiene
con sus alumnos no es igual que la de un profesor de Matemáticas, por ejemplo.
En aquella materia el docente viene y expone y el alumno aprende, en cambio con
la música siempre hay una ida y una vuelta, porque todo el mundo escucha esto o
aquello y ahí se va generando otra instancia. “Lo que veo es que las nuevas generaciones están más atomizadas. Eso no
es ni bueno, ni malo. Antes nosotros escuchábamos rock, pero también “Pájaro
campana”, “Kilómetro 11”, “Caminito”… ahora escuchan pop coreano y punto. Tal
vez porque con la tecnología, ahora está todo más linkeado. Los algoritmos te
llevan a eso solo. ¿Quién te saca de ahí? Bueno, un docente”. Confía en que
el docente no va a impedir seguir escuchando eso, pero va a abrir camino hacia
otras formas de música.
A propósito de cómo se escucha música hoy, somos una
generación que creció con el formato físico, en tu calidad de cantautor ¿cómo
te llevás con las nuevas maneras de publicar?
Yo pertenezco a esta generación bisagra que ama los
formatos físicos. A la vez soy consciente de que hoy con esos formatos no le voy
a llegar a nadie. Yo tengo un perfil que me permite conocer que puedo llegar a
lugares donde no hubiera podido llegar de otra manera, siendo independiente,
claro. Si sos Vicentico, por
ejemplo, vas a llegar a todos lados. Yo soy un pirincho que hace su música
desde una habitación. Ahora, el formato digital hace que me escuchen en Rusia,
en Japón, y uno se pregunta cómo puede ser que pase esto. A mí me da alegría
saber de esa llegada. Ahora, yo amo los discos, el objeto, soy medio fetichista
con eso. En mí, hoy, conviven esas dos cosas. A mí me parece que, en el futuro,
el disco va a desaparecer, creo que va a quedar sólo lo digital. Yo tengo
alumnos que no saben qué es una disquería, nunca fueron a una. Alguien dijo:
sale un disco de Charly, pronto en
las bateas. Y otro dijo: ¿qué es una batea? [risas]. En definitiva, a mí me
encanta la canción, y la canción es una música con una determinada forma, y una
letra, y también reconozco que para mí no es lo mismo una letra de canción que
una poesía. A mí me gusta dividir eso, hay letras de canciones con mucho vuelo
poético, pero yo no soy poeta, mis letras son funcionales a una música
determinada. Sí hay poemas que se pueden musicalizar, pienso en Lepera, y sus letras que son muy
poéticas, pero yo respeto la forma que tiene la canción que es estrofa,
estrofa, estribillo, estrofa, estrofa, estribillo. Y da la casualidad que esa
forma dura tres minutos, funciona así. Después, puede tener un solo, puede
durar un poquito más. No sé exactamente por qué funciona así, pero a mí me
gusta eso, me moviliza.
En este momento en que vos estás publicando en tus redes,
¿desististe o conservás la idea de disco conceptual?
Sí, lo pienso por ahí, como disco conceptual. No
necesariamente las canciones deben estar articuladas, no necesariamente todo
tiene que ver con todo. En mi disco Yo
argentino te vas a encontrar con una gama de géneros que son degenerados en
realidad [risas]. Pero ese es el concepto del disco: la representación de la
argentinidad. Intentar reflejar que nos habita ese conglomerado de cosas.
Pablo llegó a Rosario en los 90, cuando ya había algunos
movimientos musicales consolidados, la trova rosarina, por supuesto, y la
aparición y disolución de bandas pop que colmaron escenarios de la época. Algo
conocía porque a Pergamino llegaban Canal 3 y Canal 5. Había una clara
influencia de nuestra cultura ciudadana en los jóvenes de la localidad
bonaerense. “Hubo, en el pergaminense,
una rosarinidad instalada por esos medios de comunicación, sobre todo en los
años 80”, recuerda. “Conocía a Baglietto, a Fandermole, a Abonizio,
a Goldín… ni hablar de Fito, por supuesto, tipos que ya habían
tenido una trascendencia. Bueno, Baglietto, Fito y Litto Nebbia tuvieron una
influencia muy marcada en mi vida, son músicos que yo escuché mucho”,
confiesa. “Por eso, es curioso que haya
gente que no sabe que soy pergaminense y me diga que mis canciones contienen
una rosarinidad, y es algo que yo no me doy cuenta”, comenta. Ahora, qué es
la rosarinidad en las canciones es algo que no se comprende del todo. Pablo
cuenta que hablando con un joven alemán, éste le dijo que no entendía el rock
argentino, que no lo percibía como rock, lo percibía como tango, algo que como
músico le parece que son cuestiones obvias, que tienen que ver con la identidad.
“Yo cuando escucho a Charly, la parte
tanguera de sus temas las filtro, aunque hay temas que son estrictamente
tangueros, y escucho algo que tal vez difiere de lo que escuchan otras
personas”, dice.
Como docente, ¿qué te sorprende de los jóvenes en cuanto
a su percepción de la cultura de hoy?
Mirá, te voy a decir que a mí me sorprende la maldad.
Porque todas las generaciones padecimos la demonización, eso de: la juventud
está perdida. Creo que eso no se ajusta al ahora. La verdad no es que la
juventud esté perdida, los mecanismos culturales actuales que le llegan a esta
juventud son malditos, son malvados. La sorpresa que yo tengo es que cuando vos
les mostrás otra música que no les va a llegar por las vías que frecuentan, los
pibes gustan de esa música. Gustan del tango, gustan de la música clásica, se
emocionan… Yo les he hecho escuchar a Sui
Generis, primero les choca, como todo. A mí también me pasó con el tango
que consideraba que era cosa de mis abuelos. Primero les resulta raro, después,
a la tercera pasada, les empieza a gustar ¡les encanta! Y yo me consideraría un
malvado si no les mostrara otro tipo de música a mis alumnos. Creo que hay una
maldad en que se oculte, no sé si adrede o no, la música de siempre. Yo tengo
mis hijos que escuchan la música de su generación y la que escucho yo de toda
la vida. Y mi hijo, cuando se junta con sus amigos, les muestra esa otra música
y ellos también traen otras cosas. Reconozco que yo estuve muy solo en algún
momento. Yo escuchaba a Creedence y
mis compañeros se burlaban de eso y, pensando en voz alta, me digo: quién sabe
si esas soledades no son provocadas.
Vos tenés una faceta de docente de aula, pero también tenés
otra faceta de docente en tu canal de YouTube, donde recreás y explorás la
música de Beatles y de otros músicos históricos. ¿Percibís que, de esa manera,
le estás llegando a determinada gente?
Primero, no sé a quién le está llegando. No me importa
saberlo. Sentí en algún momento que tengo todo ese material, todos esos discos,
y me dije: la vida es breve, lo voy a hacer [risas]. Si yo todo esto lo puedo
decir delante de un curso, hoy que los pibes están pegados a las redes, me
dije: lo voy a dejar acá. Algunos de mis alumnos lo siguen, porque me han
dicho: profe, me suscribí a su canal. Por ahí se aburren, porque no soy tan
entretenido como esos youtubers que ellos miran habitualmente y tienen otra
dinámica. La otra vez alguien me dijo que no sabía no sé qué cosa y que lo supo
a través de un video mío y eso me puso contento. Pero, bueno, antes vos decías
tengo todo este material, voy a hacer un programa de radio, pero ahora ya no se
escucha radio tampoco. Igual, no lo hago con la idea de decir: esto es así. No
tengo pretensiones de absolutismo, ni de decir: yo soy un erudito, académico.
No tengo esa pretensión. Me interesa que alguien venga y me diga: che, tal
acorde no está bien. Y si eso está a los diez minutos del video, quiere decir
que el tipo vio hasta ahí… y es fantástico eso.
Y con respecto al artista, al cantautor, el que se
presenta en un escenario y no sólo canta, sino que arma un espectáculo con
canciones y cuentos, narrando historias, ¿cómo convencés a quienes te acompañan
en esas presentaciones?
Particularmente, la presentación de Yo argentino, fue un trabajo personal muy grande que tuve que
hacer. Porque el qué voy a hacer y para qué lo voy a hacer es muy importante
para mí. Vuelvo a lo que dije antes: tener algo para decir. Después, puede
gustarte o no, pero yo quiero decir esto. Y en este caso, junté músicos que
conocía y se pusieron a mi servicio. Por ejemplo, el bajista fue compañero mío
de la facultad, el guitarrista fue alumno mío, el percusionista es un gran
instrumentista que se recopa y entonces eso te permite armar algo. Después,
volvimos a tocar juntos, porque el grupo ya estaba armado, pero no es que surgió
espontáneamente, trabajé especialmente para eso. Yo, generalmente, soy solista,
toco mi guitarra y canto. Mis canciones están pensadas para eso, no están
creadas para grupo. Salvando las distancias, el modelo que siempre me gustó es Silvio Rodríguez. También, siempre
recuerdo a Luis Alberto Spinetta
haciendo los temas de Téster de violencia,
solo con su guitarra y eso temas salían adelante igual. Eso me hizo pensar que
la canción tiene que estar. Después todo el ropaje que vos le pongas puede ser
más entretenido o no. Entonces, me dije: yo quiero eso, la canción.
Antes de la pandemia hiciste una presentación donde
tuviste como invitado a Litto Nebbia, ¿cómo surgió eso?
Eso ocurrió porque se acercaba el aniversario del primer
disco de Los Gatos. Entonces, en ese marco, me dije qué lindo sería poder tocar
el disco entero de Los Gatos, un disco que siempre me encantó. Lo empecé a
grabar (está en Bandcamp), y le di una vuelta de bossa nova, porque en esa
época Litto estaba copado con la bossa nova, y me pregunté: ¿y si lo tocamos en
vivo? Busqué a los músicos, aceptaron la idea y armamos todo para tocar el
disco entero. Empezamos a buscar un lugar dónde tocarlo, hablamos conGuillermo Calluso, el encargado de programación del CEC (Centro de
Expresiones Contemporáneas) y me dijo: me encanta la propuesta y, además, adoro
a Litto Nebbia y tenemos ganas de traerlo acá. Justo en esa época Litto estaba
presentando un libro. Y venía a presentarlo a Rosario, un jueves, el viernes lo
tenía libre y el sábado tocaba en un show propio. Entonces, fue ahí que se le
propuso estar en el CEC el viernes. Le dijeron que íbamos a tocar nosotros y
aceptó. Y así, ese día, hicimos el disco entero y los últimos dos temas los
tocamos con Litto. Se hizo un combo: Litto presentó su libro y tocó con
nosotros. Fue fantástico. Fue muy emocionante tocar delante de él, pero lo más
emocionante fue cantar “Madre escúchame” y él me hizo la segunda voz. Y
escuchar esa voz tan adorada por mí, ahí cerca, fue muy fuerte.
Pregunta de cierre de entrevista [risas]. ¿Cuáles son los
discos de cualquier lugar del mundo que te marcaron para siempre?
Con cada disco tuve una relación distinta. El primer
disco que me voló la cabeza, con el que tuve una epifanía fue unos Grandes
éxitos de Los Beatles. Un material
que editaba ATC y que contenía los clásicos “She loves you” y demás, pero
cuando escuché “Help”, con esos coritos, me dije: guauuu, es por acá. De chico
también escuchaba a Edmundo Rivero,
pero luego el Álbum blanco de los
Beatles, Artaud, de Pescado Rabioso, Ayúdame a mirar, de Juan Carlos Baglietto. Los grandes éxitos de Gardel, con esos clásicos que ayudan a llevar
a otro nivel las letras de las canciones. Vida,
de Sui Generis, fue un disco fuerte cuando lo escuché por primera vez en su
momento. Y, después, en mí convivían otras músicas que sonaban de fondo [risas],
como Palito Ortega, temas que te
demostraban que con tres acordes podés hacer una canción. Ni hablar de otro
disco potente para mí, Sólo se trata de
vivir, de Litto Nebbia. La que da título al disco, es una de las primeras
canciones que aprendí a tocar en mi guitarra. Puedo decir que con Litto aprendí
a tocar la guitarra y con Charly aprendí a tocar el piano. Con Charly no sólo
aprendí a tocar el piano, sino que aprendí a componer, a hacer canciones.
Tocando mal las canciones de otros, uno aprende a componer. Por ahí te queda
algo del otro, pero genial, que me digan ese tema se parece a uno de Charly me
parece bárbaro. Mirá si me dicen que una canción mía se parece a una de alguien
que no me gusta, sería una traición a mí mismo [risas].
Mientras se acaban el mate y el café, te pregunto, ¿qué
proyectos vienen pronto?
Estoy haciendo un trabajo que tiene dos vertientes. Por
un lado canciones con guitarra y voz, de tinte folklórico, y por otro, un
poquito de canciones de rock. Yo grabo, grabo y grabo, tengo como cincuenta
canciones dando vueltas, pero después agrupo. Pueden ser dos disquitos más, uno
que se va a llamar Usos y costumbres
y otro que se va a llamar Algunos días,
que va a contener el “Rock del barrio”, donde Litto Nebbia participa como
invitado.
Editado el 26 de septiembre de 1974, Walls and Bridges supuso para John Lennon el regreso a las fuentes,
luego de su famoso Fin de Semana Perdido,
su periodo caótico y desaforado cuando decidió dejar Nueva York para exiliarse
en California junto a su amante May Pang,
durante una bizarra separación matrimonial auspiciada por la mismísima Yoko Ono. Y es que Yoko y John ya no se
soportaban más, luego de cinco años de una intensa relación amorosa que los
volvió inseparables.
A pesar de que este periodo pudo parecer
traumático, la vocación cancionera de Lennon no se vio afectada, ya que estaba
en un período súper activo, grabando discos como Mind Games (1973), componiendo temas para Ringo Starr o Johnny Winter
y hasta produciendo un disco (Pussycats,
1974) para su amigo Harry Nilsson.
Sin embargo, la desbocada vida pública de Lennon era un desastre, con su
reputación dañada luego de escándalos varios en locales nocturnos
californianos, y por soportar el acoso del FBI, quienes –siguiendo directivas
del gobierno de Richard Nixon-
querían deportar a Lennon de los Estados Unidos, por considerarlo una
personalidad “subversiva”. Por si fuera poco, John también debía afrontar una
serie de problemas judiciales propiciados por el editor Morris Levy, titular de
la firma Big Seven Music -dueña de un extenso catálogo de composiciones de los
pioneros del rock-, quien lo acusaba de que su “Come Together” era un plagio de
“You Can´t Match Me”, una composición original de Chuck Berry perteneciente a aquel catálogo. Y como si esto fuera
poco, su inmanejable productor Phil
Spector había huido con las cintas de Rock
n Roll, el disco de versiones de viejos clásicos del género que estaba
grabando junto a Lennon, atrincherándose en su mansión de Beverly Hills, preso
de sus delirios megalómanos, luego de una discusión exacerbada por los excesos
y el diferente criterio musical de ambos. Por suerte, más tarde, Lennon ganaría
el juicio que le habían hecho por incumplimiento de contrato -llevado a cabo
por la compañía que lo acusaba de plagio- y también conseguiría que Spector le
devolviera las grabaciones.
Fue esta racha súbita de buena suerte, luego de un
período tan turbulento, el que lo impulsaría a grabar un nuevo álbum que diera
cuenta de su buen momento. Un periodo venturoso que se vería reflejado en la
edición de este Walls and Bridges, el
disco más exitoso de John Lennon en años, luego de Imagine (1971); y que sería casi un regreso a la inspiración
introspectiva de Plastic Ono Band, su
magnífico álbum solista de 1970.
Y es que Walls
and Bridges estaba repleto de canciones de plena inspiración confesional.
Casi un desahogo luego de la tormenta, comenzaba con “Going Down in Love”, una
hermosa canción que hablaba del devenir amoroso en las relaciones. Luego
llegaba el magnífico "Whatever Gets You Thru the Night", en dueto
junto a su amigo Elton John. Un tema
que sería el primer (y único) hit Número Uno que tuvo Lennon en vida, ya que
tanto “(Just Like) Starting Over” como “Imagine” lograrían esa repercusión
popular en los rankings, como reacción inmediata luego de su asesinato en 1980.
Walls and
Bridges continuaba con “Old Dirt
Road”, una amarga canción, compuesta y cantada a dúo con Harry Nillson, y el
rock "What You Got". Sin embargo, los mejores momentos en este disco
se dan en cuando Lennon se mostraba más abierto y relajado emotivamente, en
temas como "Steel and Glass" (éste, un desagravio público en contra
de su ex manager Allen Klein) y el
hermoso "No. 9 Dream". Otras canciones destacadas fueron la paranoica
“Scared” y la magníficamente deprimente “Nobody Loves You (When You're Down and
Out)”, momentos de plena confesión existencial, en los que John muestra lo
mejor de su profunda estirpe cancionera. En lo que tiene que ver con sus
amores, Walls and Bridges, también
traía “Bless You”, dedicada a Yoko Ono y “Surprise, Surprise (Sweet Bird of
Paradox)”, un tema que hablaba de su relación con May Pang.
Por eso, a pesar de algunos momentos musicales no
muy elaborados, como el instrumental "Beef Jerky" o, especialmente,
el inopinado final del disco –en un curioso duo con su hijo Julian, en batería- con la versión de
"Ya Ya" (viejo rock del catalogo de Big Seven Music, interpretado -en
vano- para intentar cumplir con las imposiciones judiciales de las que habíamos
hablamos antes); este es un álbum muy recomendable, uno de los mejores de todo
el repertorio del ex beatle.
Decir
Gustavo Montesano
es nombrar a uno de los principales representantes del rock progresivo
argentino. Desde los 70, primero en la legendaria banda Crucis luego en el dúo Merlín
–junto al recordado Alejandro De Michele-
y, posteriormente con su carrera solista. Ahora radicado hace décadas en España
después de su paso por los exitosos Olé
Olé y su amplia trayectoria como productor, vuelve al rock sinfónico para
presentar su nuevo EP intitulado Traumas
de un pasado tenebroso, que reúne tres canciones.
El
EP incluye un tema instrumental, “Vuelo a la obsesión”, que tenía más de 40
años esperando ver la luz porque había sido parte del repertorio del último
tiempo de Crucis. Las otras dos canciones del lanzamiento son “Un día se irá”,
escrita durante la pandemia del Covid 19 y “Traumas de un pasado tenebroso”,
inspirada en los tiempos de la última dictadura militar en Argentina. Todos los
temas son letra y música de Gustavo Montesano. Grabados y mezclados en Madrid
ya están disponibles en Spotify y YouTube.
ENTREVISTA> ¿Cómo decidiste volver al rock progresivo?
Por
muchas razones. En realidad, durante toda mi vida el rock progresivo fue el
estilo que más ha gustado hacer. El rock sinfónico – progresivo es mi raíz. Hace
muchísimos años que vengo barajando y fantaseando con la idea de volver a ese
origen. Y a partir de lo que fue la pandemia, en los dos últimos años, en la
que muchísimas personas nos empezamos a replantear las cosas, me di cuenta que
mi oficio es la música. Esta pandemia me hizo dar cuenta que nunca se sabe lo
que va a pasar mañana así que es mejor que hagamos lo que realmente sentimos y
tenemos ganas de hacer y nada más. Ya sabes que el rock sinfónico es una fusión
entre la música clásica y el rock y además no me da limitaciones, puedo hacer
realmente lo que quiera, no tengo formatos específicos sino libertad para crear
e imaginarme la música como yo la quiero, en la armonía, los compases y
duración. Entonces estoy muy contento de haber reconectado con mi propio ser.
¿Cómo
lo grabaste?
Volviendo
a lo de antes, lo hice durante el encierro, en forma casera porque lo grabé en
el estudio que en el sótano de mi casa. Empecé a grabar el piano, la batería,
los teclados, el bajo, las guitarras… No tenía la idea de publicar nada sino de
hacerlo exclusivamente para mí. Pero cuando vi que me estaba entusiasmando y
estaba quedando como yo quería, decidí llevarlo a los estudios de grabación en
Madrid, y otros, a los ingenieros de sonido que conozco de hace muchos años
para que aportaran la ingeniería técnica del disco.
Hagamos
un recorrido sobre las canciones. “Vuelo a la obsesión” es un tema de pura cepa
progresiva que había sido de Crucis, ¿por qué no lo grabaron en su momento?
No
lo grabamos porque no tuvimos tiempo. Con Crucis grabamos dos elepés nada más
pero seguíamos ensayando nuevos temas y nuevas músicas, y “Vuelo a la obsesión”
era una de ellas. Incluso, si mal no recuerdo, la llegamos a interpretar en
algunos conciertos hacia el final de la vida del grupo. Entonces era una música
que se había quedado “como una piedrita en el zapato”. Era una cosa que tenía
pendiente de hacer y me dí el gusto de hacer ahora.
El
tema es tuyo, ¿no?
Sí.
Lo escribí cuando tenía 20, 21 años.
¿En
qué te inspirás para componer música actualmente? ¿Escuchás algo del rock progresivo
nuevo?
No
me inspiré en nada en especial. Es una música que se da en mí en forma muy
natural porque empecé de muy niño con la música clásica, con los conciertos de Mozart, de Beethoven, etc., y después escuché a los Beatles, los Stones, Santana, y a Hendrix, y a tantos artistas más… Entonces no necesito tener una
fuente o algo externo para inspirarme. Me siento en el piano y es lo único que
me sale. Me cuesta menos hacer este tipo de fusiones que lo que estuve haciendo
muchos años que es música pop. En el prog estoy totalmente libre de trabas y de
condicionamientos y además internet y las nuevas plataformas nos dan a los
artistas la posibilidad de hacer la música tal cual queremos hacerla. De
cualquier forma estoy al tanto de lo que se ha hecho en los últimos años en el
rock progresivo y sinfónico. Me gustan muchos artistas como por ejemplo, Porcupine Tree, Dream Theater o Steven
Wilson. Se han hecho cosas muy interesantes y muy bonitas y yo siento que
pertenezco a esa “raza” de músicos o de artistas.
“Un
día se irá”, ese tema lo compusiste en pandemia, ¿no?
Efectivamente.
La letra habla de que “un día se irá” el virus. En el momento en que lo escribí
eso no parecía posible. Parecía una utopía porque el estado de desesperación
era tan grande que no se sabía dónde nos iba a llevar ni cuánto tiempo iba a
durar. Realmente, teniendo una visión optimista, pensaba: algún día se tendrá
que ir. “Quién lo ha creado, quién lo ha inventado, quién lo trajo, por qué,
con qué fin, con qué razón…” Todas estas son preguntas que se plantean en esa
canción.
“Traumas
de un pasado tenebroso” es un tema de tono opresivo que, además de darle nombre
al EP, evoca nuestro pasado en la última dictadura militar…
En
mi caso, no es una opinión sino un hecho, el llamado Proceso de Reorganización
Nacional me afectó mucho. Me provocó traumas, paranoias, inseguridades de todo
tipo que me costaron muchísimos años quitarme de encima, literalmente. Y en mi
vuelta al rock sinfónico para mí era fundamental volver al Gustavo de los 20 años
y a lo que estaba haciendo a esa edad. Entonces, ¿qué es lo que hacía a los 20
años? Crucis. Y estábamos conviviendo con aquella realidad dura, muy dura. Pude
escribirlo ahora, 45 años después pero nunca es tarde. Y de esa forma poder
enterrar definitivamente aquellos fantasmas. Para mí expresarlo en forma de
música es muy importante.
En
una nota de Pagina
/ 12 dijiste que esa época te provocó
pesadillas. ¿Qué tipo de pesadillas y cuanto te duró eso?
Las
pesadillas eran recurrentes y me duraron muchos años. Traumas y la paranoia. Veía
un policía y salía corriendo, me daba palpitaciones. Fue una época que sufrí
bastante pero afortunadamente hemos sobrevivido a eso y a tantas cosas más.
¿Cómo
te llevás con la trascendencia que sigue teniendo Crucis a pesar del paso de
los años?
Es
muy raro [risas]. Me parece increíble. Si querés que te sea sincero, que un
grupo de rock progresivo sinfónico se transformara en popular en aquel momento
de “éxito” de Crucis, ya era una sorpresa. Nosotros fuimos los primeros
sorprendidos de que aquello tomara la magnitud que tomó porque, simplemente,
esperábamos ser un grupo más de rock sinfónico pero nunca jamás habíamos soñado
con la posibilidad de que nos pasara lo que vino después: los discos, los
grandes conciertos en grandes estadios, las giras… Todo eso era algo que no
estaba en nuestros planes. Por ejemplo, la primera vez que actuamos en el Luna
Park estábamos muy asustados porque, hasta entonces, el único grupo de rock que
había actuado allí había sido Sui
Generis y ellos eran un grupo muy diferente de lo que era Crucis. Considerábamos
que nuestra música no era muy fácil de digerir. Lo que pasa es que el público
argentino es muy bueno, es un público maravilloso que sabe discernir cuando un
artista es bueno y cuando no lo es. Esa sabiduría, sapiencia y sensibilidad del
público nos sorprendió mucho. El fervor, la comunicación que se producía entre
Crucis y su público era algo fenomenal. Por eso el reconocimiento hacia el
grupo que existe 45 años después, que la gente todavía se acuerde de nosotros
con tanto cariño, es un fenómeno que me sorprende cada día. También, me halaga
y me enorgullece muchísimo.
Ahora
son un grupo reconocido internacionalmente, los discos se publican en muchos
países: Japón, Rusia… Llegan a todos lados.
Claro,
exactamente. De alguna manera eso se va haciendo una bola cada vez más grande
que hizo que nos publicaran en muchos países del mundo. El primer país fuera de
Argentina en donde se publicó fue en Brasil. Incluso hicimos una gira por ese
país… Sí, fue una bola de popularidad cada vez más grande, cada vez más
sorprendente pero también cada vez más difícil de contener y de gestionar para
nosotros que éramos chicos de 20 años, y además en un contexto como el que se
vivía en Argentina en aquellos años.
Todo
muy vertiginoso y aparte luego surgieron las diferencias musicales y el grupo se
disolvió…
En
mi caso, siempre valoro las diferencias musicales. Creo que es algo positivo en
tanto y cuanto esas diferencias se puedan fusionar. Siempre es linda la fusión
de las músicas. Y es verdad que Pino
[Marrone] y Aníbal [Kerpel] estaban
más influenciados que por el jazz rock, mientras que yo seguía con la música
clásica, y Gonzalo [Farrugia] estaba con el candombe… Pero
creo que si se fusiona todo eso queda muy bonito. El problema que tuvimos
nosotros es que nunca tuvimos el tiempo suficiente para hacerlo. Todo fue muy
vertiginoso y no tuvimos tiempo ni para sentarnos a tomar un café para charlar
que era lo sobre lo que queríamos hacer con el grupo. Es triste pero cada vez
que llegábamos a ensayar cada uno estaba pensando en irse. Nuestra única meta
era buscar otra realidad. Nos tocó vivir una época muy dura y eso nos
influenció mucho, lamentablemente.
El
que espera desespera. Pero por fin, este mes, salió a la venta el segundo tomo
de una venerable saga, Vendiendo Inglaterra por una Libra 2
(2022, Gourmet Musical Ediciones). La monumental investigación erudita y amena de
Norberto Cambiasso sobre
la historia social del rock progresivo británico se sumerge durante algo más de
450 páginas en el pasado para contextualizar la tradición, la nostalgia y las transformaciones
en los futuros pasos del rock progresivo. Desde el papel crucial de la Incredible String Band marcando la zona
de confluencia entre el folk y el prog. También, un repaso por la parte central
de la obra de Genesis y Jethro Tull. Todo eso y mucho más es lo
que nos espera en esta obra indispensable para todos los fans del género y de
la música en general. Para adentrarnos un poco más en el libro conversamos con
su autor.
ENTREVISTA> ¿A qué refiere el subtítulo del libro:Del Revival al Progresive Folk?
Empiezo
hablando de lo que algunos llaman el segundo revival, a partir de los años 50,
con gente como AL Lloyd y Ewan MacColl, etc. Hay toda una primera
parte del libro que se llama “Antes del prog” en donde cuento la metamorfosis
del folk y ciertas cosas ligadas a la psicodelia, incluso a los Beatles y los Rolling Stones. La línea de este segundo volumen empezó con ver la
relación que tenía el progresivo con el folk, una relación que rápidamente
empezó a aparecer por todas partes, y después se convirtió un poco en el
intento de averiguar qué era lo específicamente británico, o incluso inglés,
que había originado al rock y al progresivo en particular entre finales de los
60 y los 70.
¿Cómo
es la organización del libro?
Tiene
dos partes muy marcadas: Una es la correspondiente al prog, en la que en los
dos primeros capítulos se habla del revival folk y un segundo capítulo que
plantea como ese revival se va transformando en folk rock. Es un capítulo que
termina con Pentangle. Los dos
capítulos siguientes tienen que ver con el proceso que se dio a mediados de los
60 por el cual el pop británico empieza a apropiarse de tradiciones un poco más
autóctonas, en particular todas las que están ligadas al music hall. Entonces
es un capítulo sobre los Beatles y los Stones del periodo intermedio, que sería
el tercero; y un cuarto capítulo que habla de bandas ligadas a la psicodelia
pero también aparece el primer disco de David
Bowie o el periodo intermedio de los Kinks.
Esa es la primera parte y se llama “Antes del prog” porque todo ocurre en los
60, obviamente. Es todo lo que ocurre antes del álbum debut de King Crimson, para poner una fecha
emblemática. Después, la segunda parte, va desde el acid al progresive folk.
Empieza con un capítulo de Incredible String Band y después rastrea una serie
de bandas ligadas al folk ácido y al folk progresivo, y después concluye con
dos capítulos sobre Genesis y Jethro Tull.
¿Cuál
era el entorno social cultural que rodeaba al rock progresivo británico en esos
años?
El
rock progresivo bebe de estímulos muy variados. Un poco la voluntad del libro
es romper con ese mito ligado a cuatro o cinco bandas sinfónicas muy
importantes que tiende a hacer creer que el progresivo es la mera modificación
de los clásicos de la música burguesa y nada más. La idea es que el rock
progresivo en Gran Bretaña es un género fuertemente británico y la búsqueda de
algo británico es algo que, efectivamente, empieza con los revival folk. Pero, también,
está presente el intento de mostrar cómo se constituye un pop británico a
mediados de los 60 con bandas como los Beatles,
los Stones, los Who o los Small Faces que,
de alguna manera, sientan precedente para lo que después van a ser las
búsquedas del prog más consolidado.
La
Incredible String Band es una banda muy olvidada, ¿no?
Sí,
así es. En el capítulo dedicado al grupo marco eso. En realidad fue una banda
muy popular entre 1967 y 1968, y muchos dicen que fue inspiración para los
Beatles y los Rolling Stones. Si vos pensás en tres bandas multi populares de
Inglaterra: Beatles, Rolling Stones y Led
Zeppelin, todos ellos eran fans de la Incredible String Band. Entonces uno
se pregunta por qué si tuvieron una centralidad tan fuerte después quedaron
olvidados.
¿Por
algo en particular?
Yo
creo que fueron asociados a lo que fue la contracultura hippie de la época,
entonces quedaron muy marcados como una banda paradigmática de ese periodo.
Mientras que los Beatles y los Stones tuvieron distintas reencarnaciones y se
fueron reinventando de manera diferente. Hubo una recuperación del legado de
Incredible en lo que fue el free folk
de los años 90 y comienzos del siglo XXI, pero dentro de un ámbito más acotado.
¿Cuál
es el periodo de Genesis que tratás en el libro?
Llego
hasta 1974 cuando Peter Gabriel se
va del grupo. El último disco que reviso con detalle es The Lamb Lies Down on Broadway porque todo lo que planteo de Genesis
tiene que ver con lo que está ligado al universo de esa primera época. Con la
ida de Gabriel se van, también, los disfraces, los juegos de palabras y las
aliteraciones y el grupo empieza a ser más, estrictamente, musical.
De
Jethro Tull, ¿qué podemos decir? ¿Qué periodo cubre este volumen?
Arranco
con el primer disco, This Was, que no
deja de ser un producto del segundo revival del rhythm and blues y llego a lo que muchos llaman la trilogía folk de
finales de los 70: Song From the Wood,
Heavy Horses y Stormwatch. Recorro
un poco el periodo de la formación clásica de Jethro antes del disco A. Porque en los 70, más allá de que
siempre Ian Anderson fue el líder
indiscutido del grupo, en discos como Thick
As a Brick se nota un trabajo más de conjunto, una colaboración en los
arreglos. [David ´Dee´] Palmer y [John] Evan eran
realmente importantes a la hora de componer. En general, los capítulos de Vendiendo… nunca se pasan de los 70
porque la idea es revisar el momento dorado del progresivo. Claramente, creo
que la música progresiva tuvo en ese momento una centralidad que nunca más
volvió a tener. No es que no hubo más progresivo a partir de ese momento, decir
eso sería una tontería, sino que se perdió la centralidad que el género tuvo
especialmente en la primera mitad de los años 70. Esa importancia, por
supuesto, está ligada a los grandes discos del rock progresivo porque Red, de King Crimson; o Seling England by the Pound, de Genesis;
o Close to the Edge, de Yes, son
ejemplos claros de una época. Después uno puede discutir si le gusta más A, de Jethro; o Drama, de Yes; pero, claramente, esos no son los discos con los que
uno asociaría rápidamente a esas bandas. A eso me refiero un poco con la idea
de la época central del rock progresivo…
En
tus libros hay una idea esencial que contrasta con lo que habitualmente se dice
del origen del rock progresivo, como si hubiera sido simplemente la unión del
rock psicodélico con la tradición romántica europea…
Sí.
Para mí todo es más complicado que eso. Pero hay una parte en el capítulo 3, que
es el dedicado a los Beatles y los Rolling Stones, en la que trato de demostrar
la idea de lo que yo llamo una suerte de interludio “rockista” entre la
psicodelia y los inicios de la progresiva. O sea, hacia 1968 se da una voluntad
de retornar a las raíces, cuando muchos grupos británicos parecen cansarse de
la fiebre psicodélica de finales del 67, un back
to the roots, que, de manera distinta, también se da en el contexto de la
psicodelia californiana. Para mí el paradigma de eso es el Beggar´s Banquet de los Rolling Stones, también presente en los
temas más duros del Álbum Blanco de
los Beatles, así como en Estados Unidos tiene que ver con el John Wesley Hardin de Bob Dylan. Lo llamo interludio rockista
porque esas obras sumadas al segundo revival del rhythm and blues, con grupos
como el primer Fleetwood Mac, Savoy Brown o Chicken Shack, incluso los inicios de cierto hard rock que después
se va a popularizar con Led Zeppelin, conforman una reacción rockera y rockista
a lo que había sido la estación psicodélica de los meses previos. Se retoma la
idea del power trio, el sonido fuertemente amplificado de gente como The Who o The Jimi Hendrix Experience. Los inicios de la progresiva, esos
inicios más vacilantes de los primeros discos de Genesis, Van Der Graaf o
de Yes, tienen que ver con una
reacción a este rockismo que a su vez reaccionaba a la psicodelia. Entonces ahí
estoy tratando de trazar un marco, de decir que el progresivo no es simplemente
la continuación del linaje contracultural psicodélico, sino que lo que hay es
una reacción en contra del rockismo del 68 de lo que después van a ser grandes
bandas progresivas que, en ese momento inicial, estaban buscando su sonido. Eso
está ligado a una recuperación de alusiones inglesas y británicas que ya habían
empezado a darse en el pop británico de 1966 y 67.
¿Qué
proyectás para la realización del próximo volumen de Vendiendo Inglaterra…?
La
idea del próximo libro es hacer algo más ligado al jazz en el que entrarían Van
Der Graaf y King Crimson. Claramente, esos dos grupos van a estar. Después
quiero mostrar un poco cómo buena parte de los músicos que constituyeron la
música pop más característicamente británica provenían del jazz, empezando, por
ejemplo, por Jack Bruce y Ginger Baker en Cream, hasta los miembros de Colosseum,
por decirte una banda que uno identificaría como claramente progresiva. Probablemente,
va a haber un capítulo sobre brass bands, bandas de bronces, en donde hablaré
de esos grupos que se pusieron muy de moda en la transición de los 60 a los 70
y quiero escribir, también, sobre muchas bandas de progresivo oscuro que
quedaron fuera del radar o no tuvieron éxito, que grabaron uno o dos discos y
después desaparecieron por completo como Affinity,
Cressida, Catapilla, The Room, Samurai… El problema es que son decenas y
decenas, entonces aún no sé cómo lo voy a armar. Otro capítulo que quiero
escribir tiene que ver con Soft Machine
y Nucleus, dos bandas que inauguran
una línea muy clara de jazz rock británico. También pensaba, pero no sé si llegaré
a hacerlo, terminar con un capítulo sobre Henry
Cow y Rock In Oposition… Pero
todo esto que te digo es a vuelo de pájaro, muy ambicioso y todavía no está
confirmado que vaya a ser así hasta el momento en que me ponga a escribirlo.
Está todo en veremos pero la idea está. Lo que no es negociable es Van Der
Graaf y King Crimson, que van a estar sí o sí.