Es
enero y en Buenos Aires hace muchísimo calor, el centro porteño es un denso caos
pero Colegiales duerme su siesta casi provinciana. Estamos en el Bar del Fotógrafo,
un lugar mágico que recorremos visualmente mientras esperamos a nuestro
entrevistado que baja de su bicicleta justo en el horario de nuestra cita.
Hoy
pienso, qué inimaginable y lejana era en ese momento, para nuestro país, la
situación actual de aislamiento frente al nuevo virus del Covid 19 y me alegra
haber podido juntarme con él cara a cara para charlar largo y (dis)tendido.
Juan Absatz
nos contó cosas de su vida y su excelsa carrera musical de esta manera…
ENTREVISTA> ¿Cómo fueron tus inicios?
Primero
estudié unos meses con una guitarra que había sido de mi tío, y al tiempo
trajeron a casa un piano de mi abuela. Yo me volvía loco con el piano y como
tenía buen oído, sacaba melodías, probaba cosas… hasta que terminé diciéndoles
a mis viejos que quería estudiar piano. Fui a una profesora, y después empecé a
estudiar en forma desordenada. Más tarde conseguí un bajo… Me gustaban todos
los instrumentos pero no era muy serio a la hora de estudiar. A los quince años
conseguí una porta estudio Yamaha que ayudó mucho a mi formación y me volvió
loco cuando me di cuenta que podía grabar en varios canales. Eso fue
fundamental porque pude entender la música como pedazos de cosas, es decir,
muchas cosas que terminan armando una sola… Y aunque no era buen
instrumentista, sí era bueno en el armado de las grabaciones, en cómo hacer
funcionar las cosas. Eso fue la génesis de lo que más tarde fue mi labor como
productor porque tenía una buena mirada global.
¿Tu
formación musical fue clásica?
Fue
una formación desordenada, con baches pero con cosas muy buenas. Cuando tenía
20 años estaba estudiando piano con una profesora pero mi amigo Axel Krygier me recomendó estudiar con Klaus Rabiosky, un profesor alemán que
era un genio. Paralelamente, estudié muchísimos años de canto con Lucía Maranca. Aunque nunca tuve una
formación clásica rigurosa eso me volvía loco. De hecho, pasé por una etapa más
seria en donde llegué a hacer ciclos de conciertos de Schumann o de Schubert. También
estudié armonía y contrapunto con un par de buenos profesores. Incluso tengo
etapas en las que leo libros de piano por cuenta propia y me copo mucho con el
instrumento, estudiándolo bastante. Por ejemplo, sonatas de Beethoven, libros
de Bach.
¿Y
cuáles eran tus influencias principales?
Desde
muy chico siempre vi discos en mi casa. Mi papá escuchaba Chico Buarque, Roberta Flack… Mi hermano mayor es un rockero
clásico, que escuchaba a los Beatles,
Pink Floyd, Genesis… En mi adolescencia me empecé a copar con Bowie, James Brown, Prince… Todo eso me
fascinaba.
¿De
dónde surge tu versión de la canción “Marucella”?
Las
canciones italianas siempre me gustaron mucho porque para mí tienen una
tradición melódica única. Algo que viene desde Puccini, la ópera, las arias hermosas; desde la canción clásica
italiana hasta las canciones medios grasas del Festival San Remo, siempre
tuvieron una línea melódica muy definida, muy picara, muy emocional. Con mi
profesora de canto Lucía Maranca, que era italiana, siempre cantábamos
canciones italianas. Eso fue una escuela hermosa, más allá del género que uno
haga: entender la potencia de una buena melodía. En eso, creo que Italia es el
país número uno. Y esa melodía de “Marucella” en particular, que es una canción
napolitana, tiene también una melodía que está muy influenciada por la música
del norte de África, el mundo árabe, por los moros. Por eso es una canción que
siempre me fascinó mucho. Mi versión es mucho más lenta que otras, más
tranquila, más abajo; y creo que quedó muy linda, que llegó a un nivel muy alto
del disco. Fue un gusto que me di.
¿Cuáles
son las diferencias que encontrás entre tus discos?
Hay
una mirada que los une vinculada al cinismo de algunas de sus letras pero, es
verdad, que desde el encare de la producción son distintos. Mi primer álbum [Descarriado, 2006] fue muy puntilloso,
controlé muchísimo toda la producción desde la ejecución de los instrumentos
hasta el sonido general. En el segundo disco [Nadie tiene la culpa, 2011], rompí bastante con eso; grabé las
voces al mismo tiempo que la banda lo cual era la pérdida del control, tocamos
y cantamos al mismo tiempo por eso tenía que funcionar bien del principio a fin.
Eso fue genial porque me convirtió en otro músico. Y en este tercero [Un elefante en el salón, 2017], trabajamos
mucho con David (Bensimon) en la búsqueda de una
sonoridad distinta. Empezamos con percusiones raras como golpear chapones con
cadenas o cosas parecidas, trabajamos sobre un toque más animal que melódico de
los pianos, menos afectado, menos amanerado. Otras de las cosas que cambiaron
tienen que ver con las temáticas que de las canciones. Uno va creciendo y
aborda los temas de distintas maneras aunque siempre se esté hablando de las
mismas cuatro o cinco temáticas. No reniego de las buenas canciones de amor pero
uno empieza a ver otras cosas como el paso del tiempo o la locura del mundo.
Van cambiando el enfoque y los abordajes de los distintos temas.
Tu
música es muy visual. Encajaría bien en bandas sonoras de películas…
¡Dios
te oiga! (risas) Me encantaría. Me gusta ese efecto sinestésico donde un
sentido te evoca otro. Donde una canción evoca una imagen. Lo tomo como un
halago porque creo en que la música tiene la posibilidad de trascender el
sonido y abrirse a otro campo de los sentidos…
Es
lo que se aprecia en tu canción “Marley”, por ejemplo. Esa canción es la
traducción sonora de un momento vivido por eso a uno lo trasporta a ese
concierto final del que habla la letra…
Así
es. Esa canción la compuse luego de ver el hermoso documental Marley sobre la vida de Bob. Me pegó
mucho la parte en la que se lo ve haciendo su último show y dándolo todo… Esa
imagen siempre se me venía a la cabeza y a partir de ella salió la canción. Me
lo imaginaba a él en ese concierto… fue increíble, te hace llorar de la
emoción.
¿Alguna
vez un libro te inspiró la composición de una canción?
Sí.
En mi primer disco hay un tema, “Corre el conejo”, que está basado en un libro Corre conejo de John Updike que me había
gustado mucho. Tenía la música del tema escrita desde hacía mucho tiempo pero
nunca le había encontrado una letra acorde, hasta que una noche me levanté
tarareando la melodía y me di cuenta de que las estrofas podían llegar a contar
la historia del libro.
Me
impresionan mucho tus canciones de amor. Como por ejemplo, “Caja negra”. Son
desgarradoras pero no exageradas, tienen letras fuertes pero naturales.
La
canción de amor es un género bravísimo porque está tan trillado que es muy
difícil hacer algo bueno. Para mí la frase “te quiero” puede ser o una pavada o
la cosa más hermosa del mundo según si está dicha de verdad o no. Así son los
lugares comunes: cuando son dichos como si fueran un estándar no son nada, son
como una cáscara. Pero cuando los lugares comunes están rellenos de sustancia
pasa algo. Como cuando alguien te dice “no somos nada”. Si realmente lo siente,
tiene la potencia de la verdad y no la ligereza del lugar común. En el caso de
“Caja negra”, está hecha en carne viva por eso tiene esa potencia. Yo no digo
que uno debe estar a punto de suicidarse para hacer un buen tema pero sí te
tenés que ponerte en la piel del que realmente lo siente.
Bueno,
también recurrís al humor como en el caso de “Guiso de ayer” de tu último
disco…
Sí.
Siempre me pudrió el tema de la solemnidad en cualquier cosa y en la música ni
hablar. Me gusta romper con eso. Se puede hacer un tema en joda o en serio pero
que rompa con la solemnidad. “Guiso de ayer” es eso, un abordaje que quiebra lo
solemne, habla de cuando una cosa ya no da para más, ni raspando el fondo del
tarro…
¿Y
cómo se dio la participación de Fito Páez en tu canción “Dios”?
Fue
una experiencia buenísima y le estoy súper agradecido. De hecho, fue muy
graciosa la situación porque con David (Bensimon) hablábamos acerca de invitar
a alguien pero no estábamos seguros. Y lo dejamos así. Y un día estaba cenando
con Fito, creo que en Lima, luego de un concierto, y me dice: “¿Qué pasa con tu disco? ¿No me vas a
invitar a cantar?” Me sorprendió pero, por supuesto, le dije sí de
inmediato. Era un honor. Me sentí muy halagado. Fue un gesto muy generoso de su
parte.
¿Qué
te fueron dejando las diferentes bandas por las que pasaste o los artistas con
los que colaboraste?
Todo
es una academia, todo enseña. Dicho en broma, le “robé” a cada uno de los
artistas con los que trabajé… porque aprendí mucho. Me acuerdo de lo que hacían
Pol (Medina) y Andy (Chango) en los Superchango cada uno con su gracia y con sus puntos fuertes, de la
tenacidad en el estudio de Javier
Calamaro, del poder de comunicación que tiene Fito con el público. ¡Ni hablar! Su búsqueda de la excelencia en el
escenario es infinita… También aprendí mucho de la gente a la que produje
porque producir es un camino bidireccional, no vertical. Es un menjunje, un
toma y daca entre las dos partes. Todo lo que me interesa, lo atesoro. Trato de
observar y aprender de los demás.
Me
imagino que los ensayos con Páez deben ser muy rigurosos…
Son
increíbles. Es puntilloso a niveles que nunca vi pero genial. Otra cosa que no
vi en nadie, ni siquiera a bandas de chicos jóvenes, es transpirar la camiseta
literalmente en los ensayos generales para un concierto grande, lo he visto ensayar
como si estuviera en el propio show. Cuando ves a un músico probándose a sí
mismo y viendo si funciona en ese nivel de emotividad y de entrega, en una sala
de ensayo donde solo estábamos cuatro músicos y un sonidista además de él, siempre
impresiona mucho.
En
general, te sale primero la melodía que la letra, ¿no?
Casi
siempre, sí. Soy más músico que letrista. Pero a veces pasa que junto letras
con música negociando entre ambas un poco.
Una
pregunta que le hacemos siempre a nuestros entrevistados: ¿Qué tema de otro
artista te hubiese gustado componer a vos?
Uff…
Un montón. Muchísimos. Por ejemplo, “Life on Mars” y “Starman”, de David Bowie; “Yendo de la cama al
living”, de Charly; “CJ”, de Los Fabulosos Cadillacs…
¿Y
cuáles son tus proyectos a futuro?
Estoy
en los albores de las canciones. Grabar, probar, todavía lejos del demo.
Probando melodías. Más en una época de brainstorming…
La idea cuando tenga un par de canciones listas es grabarlas o subirlas a
alguna plataforma. Quiero hacer buenos temas y, por su puesto, salir a
tocarlos.
Emiliano
Acevedo
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