Foto: Julio Kaplan |
A esta altura de la historia, es imposible pensar en ser original si nos proponemos hablar de Litto Nebbia, uno de los pioneros del rock argentino y, también, de las fusiones con distintos ritmos y estilos musicales a partir de ese género. Además Litto creó Melopea, uno de los sellos independientes más respetados de nuestro país.
No caben dudas de que lo que mueve a Nebbia es una pasión
y un profesionalismo sostenidos durante 50 años. Seguir adelante es una idea
que se plasma muy concretamente en sus múltiples trabajos, esa es,
definitivamente, su forma de relación con el arte.
Sin embargo, a pesar de su dedicación y honestidad
artística, tuvo que soportar disparatadas sospechas y acusaciones infundadas.
Una obra inabarcable: más de 100 discos propios que
atraviesan géneros tan disimiles como el jazz, tango, música brasileña,
folklore, blues, rock; bandas sonoras, instrumentales, trabajos orquestales.
Desde la inocencia provocadora de Los Gatos Salvajes y Los Gatos, pasando por el rescate de
las viejas glorias del tango hasta llegar a sus colaboraciones con jóvenes
artistas del rock emergente. Sin olvidarnos de sus múltiples discos a dúo… En
fin, podríamos hablar largamente sobre su figura e influencia pero lo mejor es
escucharlo hablar en primera persona. Y ese es un lujo que desde nuestro
humilde lugar de periodismo autogestionado, gratamente, pudimos darnos.
La entrevista que hoy les presentamos fue una
franca charla que compartimos con él y con la cual nos honró.
ENTREVISTA> ¿Cómo te estás llevando con la cuarentena?
Trato de conservar la calma y la serenidad, si bien
hay momentos que me preocupan. Especialmente, cosas que pasan por afuera.
¿Cuál fue el primer disco que te compraste? ¿Qué
música sonaba en tu casa?
En mi casa no teníamos tocadiscos y mucho menos TV.
Mis padres eran músicos excesivamente bohemios y así eran esos tiempos para los
artistas. Mucha vocación, mucho sacrificio. El primer disco que me compré fue
el 78 RPM de los Beatles que traía “Twist
& Gritos” y “This Boy”. Nadie me cree que en Rosario primero llegó un disco
de pasta 78 revoluciones de los Beatles. Nuestro preferido era lógicamente
“This Boy”.
¿Cómo te fuiste animando a cantar?
Siempre canté. Cuando salíamos de los cines que
asistíamos todo el tiempo durante la semana, siempre entonaba usualmente la
canción del leit motiv del film.
Vos creaste un estilo inimitable de cantar. ¿Cuáles
son tus cantantes más influyentes?
Sin dudas que son mi padre Félix, Carlos Gardel, Neil Sedaka, Enrique Guzmán, Dion Di Mucci,
Richard Anthony y Joao Gilberto.
¿Y de
dónde viene tu amor por el cine? ¿Qué directores y películas te influenciaron?
Todo el western y el thriller de
mi infancia. Los films del 50 al 60. Los directores John Ford,
Howard Hawks, Jacques Tourneur, Delmer Daves. Los films de Burt Lancaster,
Richard Widmark, Kirk Douglas. Los Compositores de esas películas, como Max
Steiner, Dimitri Tiomkin, Alex North, Ernest Korngold y tantos otros de esa
Escuela. Cuando desde niño conocés todo esto no parás más porque tenés un buen
criterio de lo que es la materia. Y entonces a continuación le entrás al New Cinema inglés y a la Nouvelle Vague de Francia, etc…
¿Te
acordás de la primera canción que compusiste?
Me acuerdo de algunas que ya eran
lo que denomino “temas oficiales”.
Los temas que están terminados en
letra y música y ya tienen su título, su entidad, y que entonces seguramente
grabarás en algún disco. Algunos títulos eran “Porqué mi amor”, “La Diosa del
Amor” o “Amor y Fe”…. y siempre dale con el amor… Estamos hablando que los
escribí tipo entre los 12 y 13 años.
Hace pocos días se cumplieron 50 años de la
grabación del “Rock de la mujer perdida”. ¿Qué recordás de esa grabación?
Recuerdo que al igual que todo el álbum del mismo
título, me preocupé por escribir un manojo de motivos que fueran ideales para
el sonido del grupo. Durante el ensayo, le pasé a Pappo el mentado “riff” del inicio y el resto era lograr una base
sólida para cantar el temita. Aquí entonces llegaba el momento de mostrar una
buena conexión grupal. La banda debía sonar a la altura de la propuesta. Quiero
decir con esto, que en muchas bandas hay tipos que improvisando, zapando, se
tocan todo pero brillarán según sea la integridad grupal. La alfombra que le
pueda dar el grupo al solista.
¿Y de
dónde sacó el grupo ese gusto por el rock pesado inglés que empezaba a surgir de la mano de
grupos como Traffic y otros?
El gusto de Los Gatos por el nuevo
sonido del rock pesado que salía de Inglaterra en ese tiempo fue tomado por la
mayoría de los músicos jóvenes de ese tiempo. El panorama mudó de sonido y
volumen con la aparición de Jimi Hendrix y Cream para citar
algunos. Comenzó a aparecer el guitarrista héroe. Bob Dylan se
electrificó y apareció con ese extraordinario violero que era Mike
Bloomfield. Por los Yardbirds pasaron Jeff Beck, Eric Clapton
y Jimmy Page….
Pero extrañamente mencionás a Traffic.
Quizá para mí lo mejor grupalmente de esa época. Todo mi background compositivo
de manera conceptual, en ese tiempo, está influenciado por Traffic. A casi
nadie en nuestro medio le gustaba ni conocía bien esta banda.
Al
principio les gustaba más lo beat y luego más lo rockero, ¿cuánto tuvo que ver
la entrada de Pappo en eso?
La entrada de Pappo en Los Gatos no
influyó absolutamente en nada musicalmente para el grupo. Pappo era un tipo con
garra y ángel para solear en tonalidades simples. No sabía ni que era Do
Séptima Mayor Novena. Esto no significaba una limitación para la banda.
Construíamos sabiendo cuál era lo mejor de la impronta de cada uno. Eso es un
buen grupo.
Nos
quedamos con ganas de un nuevo disco de Los Gatos, ¿por qué no se dio en 2007?
Porque hubo ideas desencontradas.
Cualquiera lo sabe, yo estoy por la independencia de la realización del arte.
En lo personal vengo luchando y
lucho todo el tiempo por la libertad de la música, por defender nuestros
derechos, y desde hace más de tres décadas no soporto más establecer relaciones
con gente que es manipuladora y tramposa.
Es una elección de vida. Yo tomé por este camino.
¿Cuál es
tu disco preferido de todos los que hicieron Los Gatos? ¿Cuál es tu balance de este repertorio, tantos años después de haberlo
registrado?
Todo lo
que hicimos con Los Gatos me parece valioso. Porque también mientras realizábamos cada álbum, igual que
los Beatles y los Stones, íbamos creciendo, y nuestro público
crecía. Esa era la propuesta en esos tiempos. Era de alguna manera el pacto con
el público. No era como hoy en día, donde el “artista” es un “producto” de la
“compañía” y el público es un “producto” del “artista”. Espero que se entienda
esto.
Volviendo
a los discos, que es lo mejor realmente, lo que queda… Cada uno de los álbumes
para mí tiene aciertos creativos extraordinarios que van más allá de “que bien
suena la banda”, que “polenta tiene el batero” y todas esas boludeces. Puedo
describir los hallazgos que encuentro: el primer LP entre otras cosas, tiene
“El Rey Lloró”, noble ejemplo de una canción que se la puede considerar dentro
del repertorio del rock argentino, y que lateralmente fue “prohibida” en esas
lamentables listas negras de la Dictadura y al mismo tiempo, hoy en día, la
cantan en los jardines de infantes muchos niños. ¿Qué tiene de novedoso el tema?
Sencillamente, que es puro rock argentino. ¿Tiene batería al mango? No. ¿Tiene
solos estridentes de guitarra eléctrica? No. ¿Tiene alguien que grite cantando
o diga “yeah yeah”? No. Es pura, honesta y elemental.
También
el álbum tiene “El Vagabundo”, que para mí es el inicio de narración del tipo
viajero. Es “Solo se trata de Vivir” a mis 17 años. ¿Será por eso que el inicio
de las dos canciones es idéntico?: “Dicen que un vagabundo…”, “dicen que
viajando…”
También
está “Lo Olvidarás”, una canción que parece que la escribí hace 10 minutos. Y
“Madre escúchame”, que es un tema que parece interminable emocionalmente. Como
buen primer álbum de una banda que hace tiempo está aguardando la oportunidad
de poder grabar un disco, ese disco tiene de todo. Y bueno, no nos olvidemos, también
tiene “La Balsa”.
En todos
los álbumes hay cosas que se mantienen muy vivas. Del segundo álbum, “Viento
dile a la lluvia” es otra canción misteriosa. Es increíble que en su simpleza
pertenezca al repertorio clásico del rock argentino.
El álbum
Seremos Amigos quizá sea el más pop. De cualquier manera, las letras no lo
eran. Aunque yo era un adolescente, eran letras quizá un poco más adultas. Se
notaba que ya había vivido por la noche y las calles.
Luego, Beat
Nro. 1, que es donde comienza a electrificarse todo un poco más, incluye la
novedad para la época: “Fuera de la ley”, por su duración y la sección de
improvisaciones. O un tema rockero con influencias tangueras como “Lágrimas de
María”.
Y así
llegamos al “Rock de la Mujer Perdida”, que te mencioné antes. Hay un último y
sexto álbum que es En Vivo y En Estudio, en formato de cuarteto, donde
yo toco el bajo eléctrico y Toth se ocupa de la guitarra.
Luego
llegaría Huinca. ¿Qué recordás de grabar en el sello Trova?
Solo grabé dos discos para Trova.
Fue una posibilidad que me brindó Alfredo Radozysnki, su dueño y
director en ese tiempo, 1971-72. Me llevó a Estudios ION y grabé en pocas horas
los álbumes Huinca y Despertemos en América. Uno seguido del
otro. No cobré un peso por la realización de estos discos. Los hice porque en
ese momento de mi vida, lo más
importante era grabar y no parar.
¿Qué
recordás de tu participación en Rock hasta que se ponga el sol,
junto a Domingo Cura? ¿Cómo fue recibido ese salto al folklore por el público
del Festival?
Como todo lo que es innovación en
nuestro país, fue muy mal recibido.
Los rockeros pensaban que los había
traicionado y los folkloristas decían que eso no era folklore. En realidad no
pretendíamos que tuviera género alguno. Solo dos tipos improvisando sobre una
rítmica con aire folclórico en canciones originales por su estructura armónica.
Luego, al tiempo comenzó a ser
reconocido, respetado y es el día de hoy que mucha gente lo ubica como algo
digno de avanzada para la época.
“El
Bohemio” era una canción que bien te podía representar en esa época, ¿Cómo
hiciste para mantenerte siempre más allá del status típico del rockstar?
Mi padre me decía que el secreto
para mantenerte estable en tu actividad era lograr el equilibrio: Cuando te
dicen que lo que hacés es “una mierda”, no darles bolilla. Cuando te dicen “sos
un genio”, no darles bolilla.
¿Qué
pensás cuando escuchás las cosas que escribiste en tu material solista en los
70 junto a Mirtha Defilpo? Sobre todo porque ese material aún suena muy actual
a pesar de haber sido escrito hace más de cuarenta años.
Hay temas que me sorprenden.
Entiendo más porqué en algunos lugares era rechazado. Porque era un material
muy exigente, con buena poesía pero muy densa, con buena música pero de
armonías complejas…Todo un formato nuevo para la canción. Creo que de las pocas
canciones que quedaron más fijadas a nivel popular están “La Ventana sin
cancel” y “Memento Mori”. Sin embargo, hay otras que las adoro y son muy buenas
para mí; por ejemplo, “La Muerte y la Mirada”, “La Caída”, “Limpia
Silueta” o “No será este y no es aquel”.
Pero nunca sabes adónde va la música
a través del tiempo. “La Caída”, por ejemplo, que es de 1976, fue tomada
recientemente por estos raperos tan exitosos como Jay Electrónica, Jay
Z y The Alchemist.
¿Cómo se
te ocurrió el formato de canción que usaste en Muerte en la Catedral o en
Melopea?
La idea de partida era escribir
canciones con mucha armonía que modulara todo el tiempo casi sin repetir
ninguna parte, y luego con los textos lo mismo. Mucha información, amplio
desarrollo, cambios de ritmo constante. Esto es lo que uno entendía como
evolución y belleza.
¿Cómo se
te dio por pasarte del rock al jazz, armar una banda con músicos de jazz?
Nunca he querido quedarme estancado
en ningún género. Comprendo que si vos querés explicarle a alguien que no me
conoce quién es “Litto Nebbia”, digas: ese “músico rockero”. Pero, en realidad,
soy músico de la tierra, del planeta, con los rasgos que me pertenecen por idiosincrasia.
Soy argentino, rosarino, nieto de inmigrantes andaluces y piamonteses.
Cuando armamos el trío con Jorge
“Negro” González y Néstor Astarita, lo mismo que cuando hemos hecho
cosas juntos con Domingo Cura o Manolo Juárez o Dino Saluzzi
ha sido porque somos abiertos a experimentar en música popular, porque somos sensibles
a otras escuelas del arte, porque apreciamos variadas rítmicas y armonías… Si
atendemos un poco, nunca he tocado jazz propiamente dicho en mí vida…
¿Y por
qué decidís irte del país?
Tuve que exiliarme porque estaba
prohibido desde hacía un año. Me perseguían por todos lados, me amenazaban, y
era una época muy brava. Desaparecías por cualquier cosa. Era tierra de nadie.
Cuando terminó el Mundial del 78 no aguanté más y, vendiendo un par de
instrumentos que me quedaban, me saqué un pasaje y me escapé. Caí en México
como podría haber ido a Nueva Zelanda. Por suerte allí me ayudó mucho la gente.
La solidaridad es una característica típica del pueblo mexicano. Finalmente,
permanecí 3 años y medio por ahí.
¿Y cómo fue esa etapa?
La gente fue muy buena. Comencé de cero porque
nadie me conocía. A nadie de aquí conocían. Era una época donde no sabíamos que
había en los países vecinos. Ahora desde Internet todo eso es menos posible.
Comencé a ofrecerme para dar conciertos de piano en
algunas universidades, tuve alumnos, hice arreglos para otros y así…
Agradezco a Dios y a México porque pude sobrevivir
y continuar haciendo lo que quería: música. Tengo siempre un hermoso recuerdo
de ese país. Lo quiero mucho.
¿Cómo fue la creación de tu sello Melopea?
Primero fue, justamente, en México. Una de las
compañías hegemónicas de ese momento, la CBS Columbia, entre otras cosas tenía
un Departamento de Producto Especiales, así lo llamaban, donde te fabricaban
discos por encargo para un regalo, para tener un recuerdo grabado de un
familiar, cosas por el estilo. Un día se me ocurrió: “¿Por qué no inventamos un
sello independiente y los fabricamos allí y luego tratamos de venderlos en los
lugares donde tocamos y también en plazas o espacios públicos?”. Tres amigos
aventureros mexicanos se prendieron con el asunto y empezaron a pedir dinero a
otros amigos. De esa manera fue que mandamos a fabricar el primer LP.
Los discos aparecían bajo el label Melopea Records,
ya me gustaba esa palabra, y como dirección del sello, figuraba la del
departamento que habíamos alquilado con mucho esfuerzo (risas). Durante ese
tiempo de exilio, llegamos a publicar 13 álbumes. No solo míos, sino también
unos de Rodolfo Alchourrón (Parábola), otro de Manolo Juárez (Tarde de
Invierno), y hasta el de Alejandro
del Prado (Dejo Constancia), que
ni siquiera tenía disco en Argentina. Era una locura. Bueno… era la propuesta… (risas).
Luego, al regresar para nuestro país, fui madurando
la idea de hacer de una manera más sólida, legal y menos hippìe y anárquica, el
sello Melopea Discos, con el que estamos cumpliendo 30 años.
¿Cuántos discos llevan editados? ¿Qué lógica de
trabajo los rige?
Mucho más de 600 álbumes. La lógica es como decía Roberto Arlt: “Pura prepotencia de
trabajo”.
De los discos editados en Melopea, ¿cuáles discos
son tus preferidos?
Hay muchísimos. Temo, por supuesto, ser injusto y
olvidar de mencionar algunos pero ahí va un manojo de los que me surgen ahora… Los
álbumes del trompetista Roberto Fats
Fernández, los del gran violinista Antonio
Agri, los dos álbumes del gran Virgilio
Expósito, los tres primeros de Adriana
Varela, el último disco del Dúo
Salteño, los dos últimos de la divina señora Suma Paz, los 6 álbumes dedicados a la obra de Enrique Cadicamo, el solo piano del extraordinario Héctor Chupita Stamponi, los últimos
tres discos del irremplazable Roberto
Polaco Goyeneche, los álbumes de grandes bandoneonistas como Walter Ríos, Néstor Marconi o Carlos Buono, el hermoso álbum En Blanco y Negro de los uruguayos Hugo Fattoruso y Rubén Rada, como así también el rescate de material por desaparecer
de Enrique Mono Villegas, Leda
Valladares, Waldo de los Ríos, Cuchi Leguizamón o Baby López Furst… puedo estar horas recordando discos, va a parecer
que estamos publicando el catálogo completo… (risas) Se hizo, y se hace, mucho.
¿Te sentís un outsider en la industria? ¿Crees que
mucha gente te envidia por eso?
Vivo fuera de las convenciones de la industria.
Primero que nada porque no soy “un hombre de negocios”. Soy un músico que hace
esto porque no quiere que lo manejen. Porque deseo realizar cosas que me
parecen justas, y lo hago dentro de mis posibilidades. Hay gente que me admira
y, seguramente, hay otra que no le caigo bien o como decís, tiene envidia. No
me preocupa. Siempre tengo mucho por hacer.
¿Qué recordás de tu disco, El Palacio de las Flores, junto a Andrés
Calamaro?
Buenos momentos de gran diversión. Mucha pasión y
mucha confianza puesta en mí por Andrés.
Ese disco fue un acto de religión. Todo el mundo que participaba sentía que
estaba en algo puro y trascendente. Me encanta ese álbum. Todavía no ha sido
captado realmente. No es comercial. Es un disco árido para el estilo que,
frecuentemente, tiene Andrés. Pero de cualquier manera ha vendido
aproximadamente 70 mil unidades y en algún momento seguro tendrá su retorno. Y pensar
que la compañía que lo publicó, como casi siempre pasa, no sabrá ni que temas
tiene el disco… (risas)
Justamente,
allí hay una canción muy bella que creo que te representa: “El compositor no se
detiene”, ¿cómo la compusiste?
Es
una canción que al inicio fue instrumental y la grabé para un disco que hice
para México. Álbum que además lleva ese título, y aparece el tema en forma
instrumental hecho con órgano. Tiempo más tarde se me ocurrió cantarla y le
puse esa letra y luego pensé que era oportuno para el disco de Andrés.
¿Cómo
te relacionás con la fama, con el hecho de ser uno de los padres del rock
argentino?
No
me relaciono con ella. Cada uno sabe lo que hizo y lo que hace. Con eso me
basta, y encima tengo miles de personas que diariamente me agradecen haber
hecho algo.
¿Qué
opinás del afán reivindicatorio de un grupo de fanáticos del rock hecho en
Argentina antes de 1965? ¿Te parecen esos artistas valederos dentro del
movimiento del rock argentino como lo conocemos ahora?
Siempre
me aparto de ese tipo de polémicas tan argentinas. “¿Quién fue el primero que…?”
No hay primero ni segundo… Hay gente que hace, que construye, que deja una
huella, y hay otra que no hace nada…
¿Qué
admirás de tus compañeros de generación, los pioneros del rock argentino?
¿Cuáles creés que son los máximos referentes del mismo?
Este
país está lleno de buenos músicos, aunque algunos de ellos se hayan quedado en
el Arca de Noé en cuanto a evolucionar. Cuando me refiero a evolucionar, para nada
estoy hablando de que todo el mundo tiene que estudiar y llegar a ser un profesor
en el Colón. Nada de eso.
Solo
me refiero a cumplir la consigna que te ha dictado el corazón en esta vida por
el planeta. No sé si soy claro… Me da la impresión que hay una cantidad de
músicos que por ser “fieles” a sus creencias no salieron jamás de su
departamento. Y luego, hay otros que viven la obsesión de ser número uno. O
sea, ya se metió el negocio entre sus planes originales. De cualquier manera,
fuera de la visión que yo tengo del ambiente artístico, hay muchos músicos que
han aportado su granito de arena al género: Emilio del Guercio, Miguel Cantilo, Roque Narvaja, Ricardo Soulé,
Alejandro del Prado, por citar algunos.
¿Cuáles
son tus discos preferidos del rock argentino?
Por
lo general, sucede en muchos casos, que el primer disco de un artista es muy
bueno porque viene aguardando hace mucho tiempo grabar, entonces, le sobra
material para seleccionar algo bien potable. Así que me gusta mucho el primer
disco de Almendra, el de Manal, el de Moris, como así también el único de Pacífico, Octubre de Roque Narvaja, el primero de Baglietto, el primero de Sui Generis, y lógicamente todos los de
Los Shakers. Luego, de estos
inicios, por supuesto que prefiero algunas otras cosas más…
¿Cómo
pensás el material que va a estar incluido en tus discos?
Termino de grabar un disco y ya de
alguna manera tengo gatillado cómo va a ser el siguiente. Por lo general, es
sobre nuevas canciones. Siempre hay más de lo que uno puede meter en un álbum.
Elijo por puro gusto, y tal vez un poco atendiendo la diversidad rítmica y
tonal que tiene que ir apareciendo.
¿Cuáles dirías que son los tres momentos más
significativos de tu carrera musical?
Aclaro que no soy objetivo para marcar eso. Siento
que lo que escribo va cambiando como va cambiando mi vida cronológicamente. Si
queremos analizarlo, seguramente hay diversos peldaños que marcan una
diferencia. Tuve un comienzo totalmente intuitivo, autodidacta. Luego, me fui
instruyendo y empezando a idear arreglos, contrapuntos, etc. Creo que mi paso
por el exilio, a mis 30 años, me hizo crecer en muchos aspectos. Pienso que
otro estirón saludable de crecimiento fue al cumplir 50 años. Lo que significa
simbólicamente el medio siglo, te hace actuar de otra manera.
¿Qué músicas escuchás en la actualidad?
Escucho y compro de todo. Jazz,
bossa nova, tango, indie, hip hop, étnico… Pero, lógicamente, tengo un marco
sonoro de predilección que siempre me acompaña: Tom Jobim, Zappa, Coltrane,
Miles Davis, Beatles, Sinatra, Wonder, Dylan, Bacharach, Brian Wilson,
mucha Banda Sonora de los Grandes Maestros y algo de “Oldies” tipo Buddy
Holly o Bobby Vee.
¿Cuál es
tu opinión acerca del presente de la música popular argentina? ¿Qué intérpretes
te gustan?
Creo que el “business” le ha
quitado posibilidades de desarrollo a la música. En otros tiempos, en los que
también existía el negocio, convivían diversas expresiones. Si te gustaban los
boleros, tenías al Trío Los Panchos. Si te gustaba el tango, tenías
grandes orquestas tradicionales y si te gustaba algo más moderno, recién
aparecía Piazzolla, tenías música para bailar y música para escuchar. Si
te gustaba solo lo instrumental, tenías esa onda comercial tipo Ray Conniff,
pero si eras más instruido, ya estabas en el jazz. Quiero decir, que la industria
cuidaba el desarrollo, alternativamente, de las múltiples variedades y estilos.
Si vas a un restaurant y pedís la lista de comidas, no hay solo puchero,
¿verdad?
El negocio se fue envileciendo, buscando
cada vez más el éxito económico a través de la inmediatez, inventando una
suerte de producciones horribles, y creyendo que están dando en la tecla del
gusto del consumidor. Por supuesto, que muchos de esos “productos”, como los
llaman, logran un espacio, a veces con una publicidad millonaria. Pero a costa de opacar los
trabajos más originales, la excelencia de la interpretación, la calidad en
general.
¿Qué te gusta de los nuevos artistas del rock?
Hay muchas bandas nuevas. De algunas soy amigo y a veces
toco con ellos, como Los Reyes del
Falsete, La Perla Irregular, Los Pels o Los Mersey Mustards. Hay otras con buena estética. Escuché Los Espíritus, Bandalos Chinos, Catriel y Paco,
los instrumentales Dietrich. Todos
tienen cosas que me gustan.
Por lo general busco originalidad, ya sea en el
sonido grupal, en la composición o en el canto. También, busco que haya
movimiento armónico.
¿Pensás
que se puede conciliar el arte con la masividad en la actualidad? Pienso, por
ejemplo, en Zappa. Me costaría imaginar que hoy Warner le ofreciera un contrato
a un artista tan rupturista si no tiene asegurado que va a vender muchos
discos. En los 70, hasta las discográficas grandes tenían un margen mucho mayor
de apoyo a los artistas. ¿Coincidís con esta apreciación?
Claro que se puede conciliar el arte
con la masividad. Pero todo finalmente depende del artista. Si éste en su
vanidad está desesperado por “triunfar”, sonó. Va a terminar haciendo cualquier
cosa, firmando cualquier cosa y así no hay futuro. Pero bueno, hay quien busca
exclusivamente eso. Finalmente, es el camino más fácil. Lo que sí, no hay
retorno. Digo esto porque muchas veces me encontré músicos que tenían
determinado plan, y cuando no les resultó, se pasaron al otro lado, a lo
estrictamente comercial. Te dicen que lo hacen para poder llegar, y que cuando
lo logren, se volverán a encauzar pero es bien difícil. No vuelven más al punto
de partida.
¿Cuál es
tu opinión acerca del presente de la música, con respecto a la caída de la
industria discográfica y el advenimiento de las nuevas plataformas de difusión
y el tema de las descargas por medio del uso de Internet?
El negocio ha cambiado. Hay muchas
cosas que se tienen que estabilizar. El mundo de lo digital es muy virgen. El
uso que hacen de las plataformas es arbitrario. No hay que sorprenderse, es la
misma gente. Un punto a favor es que ha crecido la producción independiente. El
músico no debe perder sus derechos creativos. Cuidarlos implica dedicarle,
mínimamente, un tiempo a eso pero no es imposible. Es muy sencillo, si vos no
cuidas tu música, ¿quién lo va a hacer?
¿Qué les
aconsejarías a los chicos que recién empiezan en el mundo de la música?
Siempre voto por abordar esta
profesión con gran poder de vocación. Dedicarse plenamente a crecer con el instrumento
para luego poder plasmar técnicamente lo que se te ocurre internamente.
Perseguir un formato de canción o
temática que sea original. Una cosa es tener influencias de alguien que
admires, y otra es, “copiar” directamente lo que se te pegó. Hay que trabajar
sobre eso. No todo el mundo nace con un sello netamente personal pero
trabajando se puede lograr. Y por último, o primero, no prestarle el oído a los
cantos de “sirena” que tratan de manipularte encendiendo tu vanidad.
Hablanos
de tu libro Mi Banda Sonora. ¿Cómo surgió la idea?
Tengo la afición de transmitir,
contar anécdotas, detallar impresiones. Con el tiempo me fui preocupando en
poder, de alguna manera, “escribir bien”. Lo hice, lo hago, leyendo mucho y
prestando atención a diversas narrativas. Hace 20 años escribí el libro Una Mirada, que en marzo de este año se publicó en México, y lo presenté en la
Feria del Libro de Monterrey, y hace poco tiempo le llegó el turno a Mi Banda Sonora. Son dos libros con
características casi idénticas pero este último, pienso que está mucho mejor,
más maduro… Aquí lo que hice fue escribir a boca de jarro sobre distintos
temas. Cuando estaba llegando a las 200 páginas, comencé a ordenarlo como si
hiciéramos el montaje de una película… El libro comienza con la noche de mi
nacimiento, el 21 de julio de 1948. Mis padres estaban, ¿dónde?: en el cine
pues. De pronto mi madre se dio cuenta que ya estaba por parir y fueron
corriendo a la maternidad donde nací. A las pocas páginas de esta intro, ya
estoy en mi adolescencia y al rato nomás, vuelvo a ser niño… así está
compaginado el relato. Sin orden cronológico. Y también, he cuidado mucho la
forma de narrar porque al inicio contaba una anécdota, de esas graciosas que
tiene todo músico andando de gira, y al leerla no tenía el mismo efecto que al
contarla personalmente. Enseguida me di cuenta que querer escribir como
“escritor” me estaba comiendo la cabeza y me hacía perder la espontaneidad que
uno tiene a veces personalmente. Así que escribí y tiré varias veces lo escrito
hasta lograr que suene como yo hablo sin perjudicar la sintaxis.
Te
dedicaste a múltiples actividades vinculadas a la música a través de los años.
¿Se podría decir que sos un hombre curioso, multifacético o un renacentista?
Me encanta la multiplicidad, estar en
varias cosas al mismo tiempo que se unen por una línea interna que las
armoniza.
Una vez tuve un sueño donde alguien
se me aproximaba y me decía que yo era un “logilable”. En el diccionario no
figura el término y suena como si fuera un término de palabras compuestas. Pero
algo de eso hay.
¿Cuánto
hay de método, cuánto de oficio y cuánto de espontaneidad en la creación?
Para mi crear es una mixtura entre
sentimiento y deseo. Es placer y, también, conocimiento. Lucidez y certeza para
encontrar lo que amas. Hace tanto tiempo que escribo, que eso que se puede
llamar “oficio”, yo lo tengo incorporado y entonces siento que casi todo me
surge con espontaneidad. Es como que dispongo del manejo de un lenguaje
personal que me llevó años madurar y enriquecer.
¿Cuáles son tus proyectos actuales?
Como siempre, estoy escribiendo canciones. También,
revisando cosas muy viejas que no toco desde que las escribí. Además, estoy
haciendo un programa de radio, Planeta
Nebbia, que sale desde el 6 de junio en Radio 10 todos los sábados a las 23
horas. Es como si estuviera en mi casa escuchando discos… Voy sacando lo que se
me ocurre, rarezas de colección… De pronto me siento al piano y toco una
canción, cuento historias sobre la música que selecciono… También, estoy
escribiendo una suite con varios temas que se van concatenando bajo un concepto
y una suerte de comedia musical sobre Rosario con textos de Adrián Abonizio.
Hay días que rescato temas de la pila de
grabaciones que tengo en vivo con actuaciones mías y termino compaginando un
nuevo álbum. Esto lo vengo haciendo desde el año pasado. Ya tenemos una serie
de 10 álbumes bajo el título Los Archivos
de Nebbia que están súper masterizados por nuestro técnico, Mario Sobrino, y solo se consiguen en
las plataformas digitales. Son grabaciones y registros muy interesantes en diversos
lugares de nuestro país como Chaco, Córdoba, Mendoza y por México, España o
París. Una pila de improvisaciones que, habitualmente, hago en vivo sobre las
canciones pero que después no están en los discos. Incluso, a veces aparece el
estreno de algún tema nuevo, que nunca he grabado en disco.
Emiliano Acevedo
Hermosa entrevista. Gran trabajo. Gran placer escuchar al maestro haciendo cosas nuevas. Lo seguiremos en la radio. Saludos!
ResponderEliminarMuy buena entrevista.
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