Foto: Eugenio Ángel Alonso |
La primera vez que vi a Peter Deantoni fue en un café de Las Cañitas, al lado del departamento en el que vivía. Me acuerdo que se levantó para darme la mano y subimos a la planta alta a charlar sobre su vida, durante más de una hora, en la que compartimos varios cortados. Peter lucía su infaltable remera con la lengua Stone, y su anillo de calavera, igual al de Keith Richards. Hacía poco había publicado su primer libro autobiográfico Pappo Made in USA, en la ruta del delirio. Por supuesto me encontré con el tipo de persona que me imaginaba, un apasionado por el rock, que no se cansa de narrar las anécdotas de su increíble vida, aunque tenga que afrontar una entrevista atrás de la otra. Tal vez sea porque vaya que tiene historias para contar, ya que trabajó con Los Abuelos de la Nada, Nito Mestre, Johnny Rivers, Frank Sinatra, Joe Cocker, Serrat, The Police, B.B. King y Pappo, entre muchísimos etcéteras. Productor y manager legendario, en la figura de Deantoni se une el desparpajo de esos tipos de barrio, hijo de tanos, que sigue adelante, levantándose una y otra vez, a pesar de los obstáculos de la vida.
Luego
de ese primer encuentro, volví a cruzarlo hace poco y me contó que está proyectando y escribiendo su segundo libro, un anecdotario de la A a la Z, que ya me muero
por leer. Quizás, para amenizar la espera, que mejor que esta entrevista que me
regaló en aquel encuentro en el café del barrio de Las Cañitas. Una charla sin
casete y sin concesiones, con un final emotivo e inolvidable, que me sigue
conmoviendo como la primera vez.
Bueno,
fui público de la primera camada de grupos de rock nacional, Los Gatos, Manal y
Almendra, aunque no trabajé con ellos. O sea, vi a Almendra con su formación
completa, asistí a parte de los ensayos de su famosa ópera. La famosa ópera que
nunca vio la luz del sol. También, vi a Los Gatos con su formación original,
con Kay Galiffi en guitarra, previo al ingreso de Pappo. Galiffi es un
guitarrista que en un viaje a Brasil con Los Gatos, se quedó allá, porque se enamoró
de una muchacha brasileña, en plena explosión comercial de Los Gatos aquí. Y
entonces entró Pappo, que les dio un toque rockero pero beat, no tan balada
como venían sonando. Así que ese fue, casi, como mi piso fundacional, y luego la
suerte que tuve de trabajar con un tipo como Edelmiro Molinari, y su grupo,
Color Humano.
¿Cómo
fuiste dejando de ser público?
Una cosa fue llevando a la otra, se dio en forma paulatina, por una serie
de circunstancias. Un día, a la salida de un show de Los Gatos en el Teatro
Acassuso, ubicado en San Isidro, repartían unos volantes convocando a una
reunión para una revista de rock y fui. La revista era Pinap. Ahí conocí a una chica (que después fue la madre de mis dos
hijos) que frecuentaba a los Almendra, porque era amiga de Gustavo Spinetta. Por su intermedio conocí al grupo en la casa de la familia Spinetta, en la
calle Arribeños.
Luego
de la ruptura de Almendra, Luis armó otros grupos, y luego decidió irse de
viaje por una temporada a Europa. Antes de eso, dio un último concierto que se
llamó: “Carnavales en las piletas de Núñez”. Ahí, Spinetta tocó con Tórax. Esta
era una banda formada por Spinetta, Edelmiro Molinari, Carlos Cutaia y Pomo. Después
de que Luis se fue a Europa, Edelmiro se quedó sin lugar en donde ensayar, y se
fueron a la casa del baterista Luis Gambolini. En ese momento, Molinari, que
tocaba la viola y cantaba, ya tenía un nuevo proyecto que se llamaba Viento,
junto a Gambolini y Rinaldo Rafanelli, en bajo. Lamentablemente, no duró mucho,
porque Gambolini también se fue a Europa. Ahí entró David Lebón a reemplazarlo
como baterista, y le ponen Color Humano al grupo, inspirándose en el titulo de
la canción que Edelmiro había compuesto en el primer disco de Almendra. Como
con la ida de Gambolini, Color Humano se había quedado sin lugar para ensayar,
les propuse que vinieran a ensayar a mi casa. Yo vivía en San Isidro, en esa
época. Mis vecinos, felices. Imaginate: Dos (amplificadores) Marshall, una
batería Ludwig doble bombo, sonando
a todo trapo. Fue casi de casualidad. En esa época, tenía una camioneta con la
que hacía viajes, entonces me dijeron: “Che, tenemos un show, ¿no nos querés
llevar las cosas?” Y como a mí me daba cosa porque ellos cargaban todo, un día
me llevé dos amigos para ayudar. Y así fuimos
aprendiendo a armar el escenario como les gustaba a ellos. Inventamos el flete
para la banda, el stage, el plomo.
Íbamos creciendo todos juntos, esa es la verdad. No había la información que
hay hoy de lo que hace un técnico, por ejemplo. Imaginate que antes se hacía el
sonido, no desde el frente del artista sino desde el costado, arriba del
escenario. Así es como todo fue decantando, hasta que terminé siendo el manager de la banda. Bueno, toda esta
experiencia en Color Humano duró hasta que Edelmiro decide irse a Estados
Unidos con Gabriela, su mujer de entonces.
Mientras
estabas trabajando con Color Humano, el grupo participó en el BaRock III, en 1972, y vos hiciste una aparición estelar en la película del Festival Rock hasta que se
ponga el sol, algo que no muchos saben…
Sí,
tal cual… (risas) Nos preguntaron si nos gustaría aparecer dando testimonio sobre los protagonistas del rock argentino desde sus inicios, y
lo hicimos. Fue algo muy divertido.
¿Quiénes
son las otras dos personas que aparecen junto a vos?
Aparecen
Jorge Iosovich, un amigo de la
época, que trabajaba como plomo para Color Humano y hace varios años que vive
en la Patagonia; y Haydee Graneros,
mi ex mujer.
Ahí
dejaste una frase que quedó para la posteridad…
Sí,
y que siempre me piden que repita: “¿Moris? Totalmente intrascendente…” jajaja.
¿Estuviste
en toda la duración de Color Humano?
Sí,
e hicimos el disco de Gabriela y ese
doble homónimo, que después lo separaron en dos discos de Color Humano, porque en esa época estaba la Crisis del Petróleo, y no había vinilo y no sabían si se iba a
vender. Imaginate, algunos temas de Molinari duraban ocho minutos. Por suerte
estábamos con Jorge Álvarez, que
tenía una cabeza re grande para todo lo referente a la producción de aquel
entonces. A Jorge no le importaba si un tema no era “radiable”, porque el
producto no estaba dirigido hacia la radio.
¿Cómo
era Color Humano? Porqué está la leyenda de que eran un grupo muy volátil, o
que había muchas peleas entre Rinaldo y Edelmiro.
A
Edelmiro le decíamos el comandante. Las suyas eran órdenes, no había pelea.
Peleas había en Vox Dei. Ricardo
(Soulé) y Willy (Quiroga) sí se peleaban fuerte. Había momentos en que no se
hablaban arriba del escenario.
¿Y
cómo fue la salida de Edelmiro?
Nos
avisó que en tres meses se iba y empezamos a organizar el show de despedida. No
hubo una ruptura conflictiva. Oscar Moro se fue a formar Huinca, con (Litto) Nebbia,
y Rino, en el 74, ingresa a Sui Generis.
¿A
Vox Dei entraste enseguida?
Sí,
porque Edelmiro y Ricardo son muy amigos, y habían grabado juntos. Edelmiro admiraba
mucho la voz de Ricardo. Sin dudas, tiene una de las mejores voces del rock
nacional. Y así estuve trabajando con Vox
Dei en 1978, cuando hicieron Gata de Noche.
Un disco impresionante en el que pagué el derecho de piso como manager, porque en ese momento no sabía
nada de leyes discográficas. Había un holandés, que en esa época manejaba Polygram, y yo le pedí todo, y el tipo
me dio todo y nos terminó reventando. Porque habíamos empapelado Buenos Aires,
hicimos un show en el estadio de Obras Sanitarias, y cuando fui a cobrar las
regalías del disco, que se había vendido muchísimo, el tipo me restó todo lo
invertido. Obviamente, ellos solo financiaban. Yo era joven y no sabía mucho.
Finalmente, el disco pasó casi sin explotar del todo, porque Ricardo se fue a
Inglaterra, invitado por Danny Peyronel, otro gran amigo mío, que era miembro
del grupo Heavy Metal Kids, quienes habían popularizado el tema de Soulé
“Canción para una Mujer”. Peyronel lo había rebautizado “It’s the Same”, y si bien
estaba cantado súper metálico y arriba, el tema mantenía toda su esencia.
Así
que ahí tuve como un training de
ruta. Éramos todos pioneros. Llevábamos las luces, el sonido y los equipos en
una camioneta, y nosotros íbamos en un auto de alguno de los muchachos de la
banda. Lo del motorhome vino mucho
después. Estábamos empezando algo que no sabíamos que se podía hacer. Estoy muy
alegre porque, por ejemplo, ahora, mis amigos de Guasones pueden contratar un
avión para viajar y me dicen que en los shows en el interior del país, ahora
hay de todo. También, hace unos años atrás, cuando hice un show en el pueblo de
Ameghino, en el interior de la Provincia de Buenos Aires con Los Pericos -grandes
amigos míos también- vino la manager,
esposa de Juanchi (Baleiron), y me dice: “Peter, nosotros llegamos con nuestro
micro y lo único que vamos a llevar son algunas cosas del Backline. El sonido y las luces ya está allá”. La gente de sonido,
los asistentes ya estaban allá. Para mí es fantástico que haya pasado todo esto. Que se haya profesionalizado la organización de los shows.
¿Cómo
se dio tu participación el concierto de Joe Cocker, en 1977?
Lo
de Cocker se dio porque su promotor tenía una disquería y me conocía como
manager de los Vox Dei. Entonces me pidió que le dé una mano porque los músicos
habían pedido dos Marshall, un amplificador, una batería Ludwig, y un (órgano) Hammond. Y yo
le dije que se lo podía resolver. Entonces me contrata para eso, pero cuando
llego al Luna Park con los plomos y los instrumentos, veo que se habían olvidado
un detalle: nadie hablaba inglés salvo yo, que lo hago desde chico porque mis
padres trabajan para una familia inglesa. Entonces llegó el manager de Cocker,
Michael Lang, que había sido el organizador del primer Woodstock y al ver que hablaba el idioma,
me contrató. Entonces, una mano cobraba en dólares y la otra, en pesos. Oficié
de traductor y armamos el escenario. Al finalizar, el tipo me dice que quería
que vaya con ellos a Brasil, porque era un grupo de más menos 50 personas que no
hablaban en español y había que hacer trámites en migraciones, etcétera.
Entonces delegué mi trabajo, porque Vox Dei tenía shows, y le pasé la posta a
Jorge Suaréz, el “Bruja”, que es un armoniquista que supo tocar hasta con los Rolling
Stones. Y esa fue la base donde yo me
paré para saltar al plano internacional. Manejar el inglés me abrió muchas puertas
al mundo de las giras, porque después de lo de Cocker me empezaron a llamar
bandas del exterior antes de que me llamen “promotor local”.
De
esa primera venida de Joe Cocker a Argentina se generó mucha leyenda…
Hay
mucho mito, mucho verso. Todo eso que se cuenta de que estuvo tomando merca en Mataderos no se con quién,
o que apareció dado vuelta en Avellaneda, y terminó tomando vino con unos
linyeras, después de un viaje en colectivo… La verdad es que Joe Cocker estaba
tan en pedo que no se podía bajar de la cama del hotel. (risas)
Me
llamó un amigo, Carlos Pirimpinpin
Geniso, que había sido anteriormente baterista de Avalancha, y me contrata para armar toda la producción del show. Eso salió muy bien y empecé una linda
relación con B.B. King. Recuerdo que en esa época, la que era mi pareja estaba
embarazada de nuestra hija, y B.B. le tocó la panza y le dijo que iba a ser nena y que le pusiera
Cecilia, que es la patrona de la música. Y efectivamente, cuando nació, le
pusimos Cecilia. Ahí empecé a girar un montón con bandas americanas con las que
recorríamos casi todo Estados Unidos, y eso me dio la posibilidad de estar con artistas
con los que ni siquiera soñé que iba a estar.
¿Cómo
fue la visita de Rod Stewart en calidad de espectador del Mundial Argentina ‘78?
Eso
salió de una apuesta entre Rod Stewart y Elton John, ambos fanáticos del
fútbol. Si clasificaba Inglaterra al Mundial, Rod le pagaba el viaje a Elton;
como clasificó Escocia, Elton John se lo pagó. Así que, Rod Stewart, el padre
de Freddie Mercury, y un amigo de ellos dos, que diseñaba las limusinas de los
jeques árabes, vinieron a ver el mundial. Como hablaba inglés, me llamaron para
que los acompañe en esta visita. Stewart es un tipo muy divertido. Me acuerdo que
cuando lo fui a buscar al aeropuerto, lo
primero que me preguntó fue: “¿Quién tiene la cocaína para mi nariz?” (risas)
Yo había ido con Celasco, el dueño de Music
Hall (la discográfica que editaba sus álbumes en el país), que le contestó:
“No está acá (la cocaína), está en el hotel, esperándote…” A lo que Rod dijo:
“Oh, What a shame…” ("¡Qué vergüenza!") Entonces, Celasco le regaló un poncho que
Rod se puso de una porque era invierno y él había venido con un enterito de
verano. Mes de junio, un frío de cagarse, te imaginarás… Pero fue una buena
experiencia para mí.
¿Y
vos lo acompañaste a ver los partidos de Escocia?
Sí.
Yo jamás había ido a ver un partido de fútbol, y menos de un Mundial. Imagínate,
no tenía ni idea. Al final no se quedó a ver los tres partidos de su equipo,
solo vio dos, porque la mujer le dijo que se volviera ya. Y bueno, casi todos
somos del club de los “Sí, querida”. Él también… (Risas)
Eso
se da recién a principio de los ochenta. Nito y yo éramos amigotes porque nos
conocíamos desde que él estaba en Sui Generis. Pero con ellos no trabajé, solamente fue asistente de
grabación en Adiós Sui Generis. Con
Nito nos conocíamos de la noche y cuando yo me quedo “soltero”, Nito viene y me
propone “casamiento”. La pasamos bárbaro.
¿Fue
en el 81, después del adiós de Vox Dei?
Yo
con las fechas son muy malo. Pero sí, porque ahí me había quedado en banda. En
esa época era gerente de ventas de shows en la oficina de Daniel Grinbank. No
tenía un artista fijo. Creo que a fines del 80, un día viene Nito, y me dice:
“Che, tengo unas entradas para ir a ver a Peter Frampton en el Luna Park,
¿querés venir?” Por supuesto, acepté la invitación, y fuimos a ver el show con
nuestras parejas de aquella época. Luego de ver el concierto, mientras
cenábamos, me dijo que le gustaría trabajar conmigo. Arrancamos e hicimos el 20/10, ese álbum que tenía el disco de
un teléfono y su dedo. A la semana tuvo que cambiar el número, porque lo
volvieron loco. (risas) Con Nito
hemos hecho cada disparate juntos. En mi libro hay mucho de eso, así que compren
el libro. No sean malos (risas).
Hemos viajado juntos por Latinoamérica, de gira en Perú y Chile, también le di un par de datos para
Venezuela y Colombia y le armé su primera gira gringa: Miami, Nueva York, y Los
Ángeles, alrededor del 2000. Nito es un hermano de la vida. Este negocio me ha
regalado muchos amigos con los que uno empieza viajando y se transforman en
familia porque estás girando junto a ellos 24 horas, siete días a la semana, por
cuatro meses. Uno empieza viajando en un entorno laboral y por suerte, en una
carrera con la gran cantidad de artistas que tengo, la verdad es que tengo más
amigos que artistas.
¿Con Nito estuviste en Prima Rock?
Sí, ¡qué memoria! (risas). Hay
una película y un video por ahí dando vueltas. Ésos éramos Nito y yo en aquella
época: rompecorazones totales. ¡Qué gracioso! Con Nito trabajamos muchísimo y
en un momento empieza la “infidelidad”. ¿A qué me refiero? Empiezan a
venir a mi oficina Cachorro (López) y (Andrés)
Calamaro , cuando Nito no estaba, para pedirme que lo deje para
trabajar con ellos. Yo con Nito tenía una hermandad. Y un día viene y me dice
que se iba a ir a Ibiza y se quería despedir en La Falda, que era el
equivalente a Cosquín Rock de hoy. Para mí también fue la oportunidad de parar
porque laburamos mucho. Después de eso me voy a Pinamar donde íbamos todos los
años a trabajar, pero ese año me fui a disfrutar. Agarré la mejor sombrilla del
balneario donde tocábamos siempre, dejé un cheque en blanco y dije: “Quiero
clericó hasta que me desmaye” y un día me encontré en la playa con
tres figuras conocidas: Daniel Grinbank, Pedro Aprile y el
“Gallego” Ismael Salgado, de ATC Records. Y me
propusieron que fuera el manager de Los Abuelos de la Nada, que la
noche siguiente tocaban en Mar del Plata. Y ya sabés el final de la película. O
sea mis vacaciones duraron tres días. (risas) Así empezó mi
historia con Los Abuelos, que terminó con su show en el (Teatro) Ópera, luego
del viaje a Ibiza, en 1984. Me abrí de la banda porque Andrés ya se iba,
Cachorro también y con Miguel no me entendía demasiado bien.
Miguel fue un gran poeta, pero nosotros chocábamos mucho, porque tal vez los
dos éramos líderes en alguna forma. Miguel no le hacía caso a nadie. Con él,
casi cada día, era un problema diferente. A veces subíamos al micro y nadie se
podía dormir de la tensión que se había generado en el show, porque siempre
estaba todo mal para él. Era la banda más grande. No había “todo mal”. Tenían
seguridad, los mejores plomos, las mejores luces. No había error, pero Miguel
siempre algo encontraba. Era un chico difícil.
Era
un poco celoso del crecimiento del resto, ¿no?
Diría
que sí. Tenía un carácter muy fuerte y denso. Y, en realidad, el crecimiento
fue de todos los que formaban la banda.
¿Y
qué papel cumplió Grinbank con ellos?
Él
fue el representante, el dueño por llamarlo de alguna forma. Yo era el que
viajaba con ellos y vivía las internas como si fuera casi un sexto Abuelo. Él llegaba
el lunes y nos pagaba.
Estuve
trabajando con Interdisc, y cuando
esta discográfica se cae, me fui a trabajar con mi amigo Geniso. Ahí subía y
bajaba todo el mapa con sus artistas. Ahí laburé con Albert Collins, B.B. King,
Robben Ford… todos los guitarristas
y jazzeros que subieron y bajaron, recorriendo Latinoamérica, yo subí y bajé
con ellos. Hacíamos México DF, Monterrey, Bogotá, Cali, Medellín, entre otros.
Con
Charly, ¿trabajaste?
No,
soy más que nada amigote. Me vino a buscar dos veces para trabajar, una yo
estaba con Nito y otra con Mercedes (Sosa), así que le dije: “García, seamos amigos, mejor.” No sé si no me la vi venir, porque él
ha tenido managers que duraron tres minutos. Charly es un tipo súper talentoso,
es un poeta como nadie en la Argentina, pero tiene un lado medio peligroso. Por eso sigo feliz de haber sido su amigo, ayer y hoy. Y por suerte no
trabajamos juntos para no pelearnos.
¿Cómo
ves al rock argentino en la actualidad?
Mirá,
estoy por manejar una banda que se llama Cabrones, que está buenísima. Hay un montón
de bandas, yo no te voy a decir –como otros jovatos- que “el rock está muerto”,
que no hay pibes nuevos haciendo rock… Yo voy a hacer lo que pueda con estos
chicos, lo demás que lo arregle Billy Bond…
¿Por
qué él?
Porque
abrió la boca, porque es un viejo amargo. Lo cierto es que hay un montón de
bandas en el under que están bárbaras, pero Billy, cada vez que viene, hace el
papel de viejo triste, como en la entrevista de la otra vez
(se refiere a la nota que Billy Bond le dio a Clarín, en octubre de 2016:
https://www.clarin.com/viva/billy-bond-carajo-hicieron-argentino_0_HyYryQ3p.html), ¿la leíste? Bueno,
esa… Billy Bond se escapó, porque rompió todo y no podía quedarse ni un minuto
más acá, y ahora viene a echarnos en la cara que le va bien en Brasil, que esto
y que lo otro… Pero, hacete cargo, si la cagaste, la cagaste… ¿O no? Yo no la
cagué, la cagó él.
PAPPO, UN CAPÍTULO APARTE
Dar
cuenta de la relación que unió a Peter Deantoni con el Carpo, es hablar de una
caravana loca, en la que el manager se jugó el pellejo por asistir a su amigo,
trabajando como negro durante una larga temporada en los Estados Unidos para
lanzarlo en ese mercado, a mediados de los 90. Buena parte de esta historia se
detalla, justamente en su libro.
Y
¿cómo empezás con Pappo?
Por
supuesto, a Pappo lo conocía del ambiente, aunque no soy metalero. Es decir,
hay cuatro o cinco temas de Riff que, como a casi todos, me gustaban, pero no
escucharía un disco entero del grupo. Y eso que soy amigo de Vitico y de Michel (Peyronel), pero
una cosa no tiene nada que ver con la otra. Cuando vengo con B.B. King, por
quinta vez a la Argentina, teníamos tres shows vendidos en Obras Sanitarias.
Juan Alberto Badía nos había puesto una limusina para trasladarnos del hotel al
estadio y el último día diluviaba. Yo me había quedado como colgado, mirando el
parabrisas. Y B. B. King lo notó… Me emociono ahora contándotelo. Y él me dice: “¡Otra
vez con los Rolling Stones!” Porque él me cargaba con que yo era fanático de los
Stones y a él no lo quería. Entonces, le cuento que lo que pasaba era que sentía
emociones mezcladas porque no volveríamos a trabajar hasta dentro de un mes más
o menos. Y cuando bajamos del auto él escucha a Pappo tocando y me pregunta
quién era. Entonces, le digo: “Se acuerda, en el 80, la primera vez que vino,
ese muchacho que le regaló un queso” Y él exclamó: “The Cheeseman”. Porque,
como Pappo le había regalado una horma de queso, creía que lo fabricaba, que era
un quesero. Entonces, le aclaré que no, que él era guitarrista.
Así que B.B.
King pregunta si podíamos ir detrás del escenario. Bueno, B.
B se acercó y mientras escuchaba a Pappo empezó a marcar el ritmo palmeándose
sobre el corazón. Y me dijo: “Decile a The Cheeseman que no se vaya, que vamos a tocar juntos”. Imaginate cuando le conté a
Pappo. Me preguntó si no lo estaba jodiendo. Pero yo no me iba a animar a
decirle algo así a Pappo en joda porque era un cachetazo puesto (risas). Al final tocaron juntos “Cuando los santos
vienen marchando”, como por 20 minutos. Jamás vi a B.B. King tan entusiasmado.
Ahí me dijo que me iba a ayudar para llevar a Pappo a tocar a los Estados Unidos. Y así empezó todo.
Cuando
se dio la invitación de B.B. para tocar en el Madison Square Garden, Pappo
venía a casa día por medio por toda la ansiedad que tenía. Entonces, en una de
esas visitas, finalmente, se confiesa y me pide que sea su manager, y acepté.
Faltaba casi un año para ir, pero igual cancelé todo con la empresa gringa con
la estaba trabajando. Pasé acá un año (1992) muy divertido. Una banda excelente
con el gran amigo y sonidista extraordinario Adrián Taverna, que sin lugar a
dudas es uno de los mejores y que grabó tantos conciertos de Pappo en vivo que
habría que sacar un Pappo´s Blues en vivo producido por él.
Aparte
fue sonidista de Soda y Cerati…
De
Riff, de Soda, con Cerati giramos juntos por todo Estados Unidos y Puerto Rico. Adrián
fue un hermano de la ruta. Eso es lo que te decía antes: uno termina
“enfamiliándose” con gente que ni esperás.
Como
te dije, tuve la suerte de ser un protagonista desde muy temprana edad. Digo “la suerte” porque, afortunadamente, hay
gente como yo que lo pueden contar o escritores, como Pipo Lernoud, que estaban
dando vueltas por ahí. Yo no soy un escritor. Soy un charlatán a quién alguien
le ordenó un poco las ideas. Pero de lo que sí estoy orgulloso es de haber sido
parte de una movida cultural muy importante en nuestro país. De lo único que me
arrepiento es de no haber sacado más fotos. Porque no había teléfonos celulares en esa
época. Mi hija Cecilia, que tiene una editorial, me venía empujando hace mucho
a escribir un libro. Y así fue, con ayuda de Sergio Marchi. El título y la foto de Pappo, en tapa, fue una decisión de la Editorial Planeta. Creo que se buscó abrir un mundo más amplio. Porque imagino
que mucha gente no sabe quién es Peter Deantoni.
Más
allá de todas tus experiencias, ¿qué vamos a encontrar en tu libro, en relación a Pappo, que tal vez no encontremos en el resto de las biografías
que ahora salieron de él?
El
valor que nadie nunca le dio a Norberto por ese viaje a Estados Unidos. A mí, otros
artistas, me han llegado a reclamar porqué no los había llevado a al Madison. Pero yo no lo llevé a Norberto allá.
Lo eligió B. B King. Y sí, yo le hice caso a él fue porque era de mi confianza. Es
el padrino de mi hija, imagínate. Viví con él 34 años de amistad y de girar
juntos. Gente inteligente, como Vitico, dijo “qué bueno lo que le pasó a
Pappo”. Norberto, cuando se puso la armadura del blues, no falló. Lo que pasó allá, en Estados Unidos después, es
como decía Miguel Abuelo: “Satán metió su cola y esta vez fue sobre mí”. Todos
somos humanos, nadie es perfecto.
Es
como que estaba a punto de dar un salto muy importante, firmar con una
discográfica multinacional, y no se dio…
Sí.
Y yo era su manager, no su cabeza. Lo digo desde el inmenso amor que le tengo a
Norberto. Tuvimos dos buenas oportunidades para que firmara un contrato con una
discográfica internacional, en Estados Unidos, y él las perdió. Ese fue
un momento muy difícil para mí. Porque pienso que fueron dos años, trabajando
24 horas, los siete días de la semana, totalmente entregado a su carrera. Después,
cuando nos volvimos a encontrar, diez años después, la química estaba viva, pero
yo estaba en otro plan. Había venido al país con mi esposa y mis suegros. Volvía
para mostrarles mi Argentina, mi país. Un día, que fui a la Rock and Pop a buscar unos
pasajes, mientras estaba hablando con una amiga, Mónica Berge, que trabajaba en
la radio, Pappo venía bajando del segundo piso y me gritó: “Shorton, ¿me
perdonaste?” y yo le dije: “¿Vos, te perdonaste?”. Porque yo no la cagué. Y él
dijo: “Siempre fuiste la lengua más rápida del oeste” y yo le dije: “Y vos
siempre fuiste la mejor mano del blues que salió de la Argentina”. Entonces, me
propuso laburar juntos otra vez y yo le dije que por lo menos venga y me diera
un abrazo. Mónica nos sacó una foto al abrazarnos. De ahí, empecé a armar la
gira con los de la House of Blues, que
son los que ponen la guita. Él tenía una banda gringa armada, los convoqué y me
dieron el OK. Entonces, fuimos con el sobrino de él, a ver esa banda a un club
de blues en Down Town, Los Ángeles. Lo
llamé diciendo que ya tenía la banda y que cuando podía viajar. Él me preguntó
cuánto tiempo podía vivir allá con 60 mil dólares, que era lo que tenía.
Entonces le dije que con eso y los shows, se podía quedar tres años. Pappo dijo:
“Bueno, sácame de acá que hay una manga de gordos boludos que se suben a cantar
en pijamas y dicen que eso es rock”. El odiaba a la Bersuit. Cuando ya tenía
armado seis o siete shows, lo llamé y no me contestaba. Ese mismo día a la
noche me llamó Adrián Canedo, que fue manager
de Los Pericos, y me dijo: “Peter, no sabes quién se murió”. Yo contesté, lo
que hubiesen contestado muchos: “Charly”. Cuando me dijo que era Pappo se me
cayó el teléfono al piso. Al rato llegó mi mujer y me encontró llorando y a
medio vestir. No recuerdo un momento más triste en mi vida. No hay nada que me
hubiese gustado más que poder tener la revancha con Pappo en Estados Unidos. Esa
fue la única materia pendiente que nos queda. Mi amigo sabe que yo puse lo
mejor y a él justo le tocó irse. Él estaba re limpio en ese momento y tenía
mucho por delante y justo le pasó esto. El lamentable accidente con el hijo, con
el que no me llevo muy bien porque creo que no tiene códigos. Siempre busca
plata.
En
una entrevista que le hice hace un tiempo a Michel Peyronel, él me dijo que
Pappo, cuando parecía que todo iba encaminado para el éxito o para pegarla con
Riff, era como si apretara el Panic
Button. A partir de tu experiencia
personal, ¿coincidís con esta afirmación?
(Se
queda pensando) Lamentablemente, tengo que coincidir con Michel y con Vitico.
Pappo no se tenía fe, y abortó todos los proyectos que hicimos juntos. Yo perdí
mucho tiempo con él. Espero que esto no enoje a nadie, pero es la realidad. (Hace
una prolongada pausa) Mi silencio responde a tu pregunta… Una pena. (Se queda pensando)
¿Cuánto tiempo podés dedicarle de tu vida a alguien que no quiere tener una
vida? En serio, yo no odio a Pappo ni nada, pero en verdad nos jodimos los dos.
Y acá se terminó la entrevista…
Emiliano Acevedo
¡gracias por compartir!
ResponderEliminarUn grande de verdad Peter!!!
ResponderEliminarMORIS: UNO DE LOS CREADORES DEL ROCK NACIONAL
ResponderEliminarAutor del primer tema del Rock Nacional: "REBELDE" (1966)
fui estafado por este señor, pedro laureano deantoni el 3 de agosto de 1995, para mi no es mas que un estafador
ResponderEliminarMoris uno de los pioneros del.rock nacional
ResponderEliminarExelente nota loco!! Gracias por compartirlo!!!
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