miércoles, 11 de febrero de 2015

WHIPLASH: MÁS QUE UNA OBSESIÓN...



¿Qué estarías dispuesto a hacer (o dejar de hacer) por tu máxima aspiración como artista? Esta parece ser la pregunta que se esconde en la historia de Whiplash (Música y obsesión), la segunda película escrita y dirigida por Damien Chazelle (30), quien ya desde su primera película, Guy and Madeline on a Park Bench (2009), nos acercó al fascinante mundo del jazz.

En esta oportunidad, Chazelle, nos muestra una historia que desnuda al arte en su máxima expresión: la obsesión por la perfección, el arduo camino hacia la excelencia y el reconocimiento; y, también, los riesgos que tamaña empresa conlleva.

 
El título de la película es muy significativo para la historia, ya que no solo es una compleja pieza de jazz del compositor y saxofonista estadounidense Hank Levy grabada nada más y nada menos que por la Big Band del prestigioso Don Ellis, sino que “whiplash” puede ser traducido como latigazo. Sin dudas, el mensaje de este largometraje es un verdadero azote a la mediocridad.



La película se centra en la historia de Andrew Neyman (Miles Teller), un joven y prometedor baterista de jazz de 19 años que, sin antecedentes familiares en el arte pero guiado por la admiración hacia su ídolo, el grandioso Buddy Rich, se esfuerza por llegar a ser el mejor en el elitista Shaffer Conservatory Music School. En este prestigioso conservatorio de Nueva York su ambición de grandeza será alimentada por la compleja personalidad de Terence Fletcher (J. K. Simmons), un director de música muy respetado que no se detiene ante nada en pos de hacer aflorar el talento potencial de sus estudiantes. 


¿Sangre, sudor y lágrimas? Sí, porque los rigurosos métodos académicos de Fletcher están lejos de la ortodoxia y la corrección. Su dureza emparenta, a este personaje, con el rígido Sargento Hartman de Nacido Para Matar, el film bélico de Stanley Kubrick. Sí, adivinaron: Fletcher no se ahorra humillaciones y agresiones (físicas y verbales) para con sus pupilos. Un despiadado, aunque sensible, idealista que lucha por dirigir interpretaciones de jazz excepcionales que difícilmente puedan ser utilizadas como música ambiental en alguna tienda de café.

Neyman, un muchacho solitario y “peleado” con el estilo de vida de “hombre común” que llevan su padre y familiares, se esfuerza por ser reconocido por este director, y en su camino hacia ese objetivo, deja de lado una incipiente relación afectiva, le quita horas al sueño y comienza una paulatina escalada de obsesión que lo lleva a convertir el placer por la música en un tortuoso sufrimiento. La relación de admiración total y odio visceral que mantiene con el severo maestro, está muy bien representada a lo largo de la historia en las miradas que cruzan ambos personajes.

Como es de esperar, la solidez de esta película se centra en las soberbias actuaciones de Teller y Simmons. Hecho que confirma la nominación, de éste último, como Mejor Actor de Reparto en los Premios Oscar próximos a realizarse.

Por otra parte, uno de los mayores méritos del film de Chazelle es su vértigo visual, y la intrínseca humanidad de un guion que no peca de snob sino que se desarrolla en virtud de nutrir la trama de la historia.  Es más, se podría decir que el guion se fusiona con la imagen y a su vez, ambos, son hilvanados por las excitantes melodías de esos standards de jazz que el conjunto de estudiantes de Fletcher aspira a tocar de un modo incomparable. Con rápidos cambios de planos, y secuencias, cuyo ritmo van al unísono de los acordes de “Whiplash” o “Caravan”, del compositor y trombonista puertorriqueño Juan Tizol (los dos temas clásicos de mayor importancia en la trama), Chazelle da cuenta del desgarramiento físico y mental al que es sometido (sin oposición) Neyman en el afán de alcanzar prestigio entre sus pares y realizar su sueño de auto superación.

Y es que Whiplash es una historia de entrega y sacrificio vinculado a un hecho artístico. Y teniendo esto en cuenta, varios segmentos del film pueden ser vividos como un dejá vú de la historia de la bailarina de El Cisne Negro. En aquel filme, como en este, se subraya la idea de que la excelencia en el arte y el sacrificio son sinónimos. Y la espesura y consistencia de esa amalgama, también, puede terminar siendo un camino de locura y obsesión. Algo de eso hay en esta historia apasionante, que tiene todas las condiciones para provocar el interés tanto de músicos y/o melómanos como de los amantes del cine de calidad.    
 
Varios giros en la trama configuran enlaces hacia el espectador que no podrá más que sucumbir ante la sorpresa. Y que en muchos casos no podrá tomar partido fácilmente. Una historia hermética que no por nada, también, ingresó a la terna de Mejor Película de los Oscar.

Sin dudas en Whiplash el tempo es definitorio. No solo porque la velocidad a la que debe ser interpretada una composición musical consiste en la mayor pretensión y exigencia del maestro hacia sus músicos sino porque, como todo en la vida, el tiempo termina acomodando las cosas.


Emiliano Acevedo y Silvia Tapia





1 comentario: