¿Qué
estarías dispuesto a hacer (o dejar de hacer) por tu máxima aspiración como
artista? Esta parece ser la pregunta que se esconde en la historia de Whiplash
(Música y obsesión), la segunda película escrita y dirigida por Damien Chazelle (30), quien ya desde su
primera película, Guy and Madeline on a
Park Bench (2009), nos acercó al fascinante mundo del jazz.
En
esta oportunidad, Chazelle, nos muestra una historia que desnuda al arte en su
máxima expresión: la obsesión por la perfección, el arduo camino hacia la
excelencia y el reconocimiento; y, también, los riesgos que tamaña empresa
conlleva.
El
título de la película es muy significativo para la historia, ya que no solo es
una compleja pieza de jazz del compositor y saxofonista estadounidense Hank Levy grabada nada más y nada menos
que por la Big Band del prestigioso Don Ellis,
sino que “whiplash” puede ser traducido como latigazo. Sin dudas, el mensaje de
este largometraje es un verdadero azote a la mediocridad.
La
película se centra en la historia de Andrew Neyman (Miles Teller), un joven y prometedor baterista de jazz de 19 años
que, sin antecedentes familiares en el arte pero guiado por la admiración hacia
su ídolo, el grandioso Buddy Rich,
se esfuerza por llegar a ser el mejor en el elitista Shaffer Conservatory Music
School. En este prestigioso conservatorio de Nueva York su ambición de grandeza
será alimentada por la compleja personalidad de Terence Fletcher (J. K. Simmons), un director de música muy
respetado que no se detiene ante nada en pos de hacer aflorar el talento
potencial de sus estudiantes.
¿Sangre, sudor y lágrimas? Sí, porque los
rigurosos métodos académicos de Fletcher están lejos de la ortodoxia y la corrección.
Su dureza emparenta, a este personaje, con el rígido Sargento Hartman de Nacido Para Matar, el film bélico de
Stanley Kubrick. Sí, adivinaron: Fletcher no se ahorra humillaciones y
agresiones (físicas y verbales) para con sus pupilos. Un despiadado, aunque
sensible, idealista que lucha por dirigir interpretaciones de jazz excepcionales
que difícilmente puedan ser utilizadas como música ambiental en alguna tienda
de café.
Neyman, un muchacho solitario y “peleado” con el estilo de vida de “hombre común” que
llevan su padre y familiares, se esfuerza por ser reconocido por este director,
y en su camino hacia ese objetivo, deja de lado una incipiente relación
afectiva, le quita horas al sueño y comienza una paulatina escalada de obsesión
que lo lleva a convertir el placer por la música en un tortuoso sufrimiento. La
relación de admiración total y odio visceral que mantiene con el severo maestro,
está muy bien representada a lo largo de la historia en las miradas que cruzan
ambos personajes.
Como
es de esperar, la solidez de esta película se centra en las soberbias
actuaciones de Teller y Simmons. Hecho que confirma la nominación, de éste
último, como Mejor Actor de Reparto
en los Premios Oscar próximos a realizarse.
Por
otra parte, uno de los mayores méritos del film de Chazelle es su vértigo
visual, y la intrínseca humanidad de un guion que no peca de snob sino que se
desarrolla en virtud de nutrir la trama de la historia. Es más, se podría decir que el guion se
fusiona con la imagen y a su vez, ambos, son hilvanados por las excitantes
melodías de esos standards de jazz que el conjunto de estudiantes de Fletcher
aspira a tocar de un modo incomparable. Con rápidos cambios de planos, y
secuencias, cuyo ritmo van al unísono de los acordes de “Whiplash” o “Caravan”,
del compositor y trombonista puertorriqueño Juan Tizol (los dos temas clásicos de mayor importancia en la
trama), Chazelle da cuenta del desgarramiento físico y mental al que es
sometido (sin oposición) Neyman en el afán de alcanzar prestigio entre sus
pares y realizar su sueño de auto superación.
Y
es que Whiplash es una historia de
entrega y sacrificio vinculado a un hecho artístico. Y teniendo esto en cuenta,
varios segmentos del film pueden ser vividos como un dejá vú de la historia de la bailarina de El Cisne Negro. En aquel filme, como en este, se subraya la idea de
que la excelencia en el arte y el sacrificio son sinónimos. Y la espesura y
consistencia de esa amalgama, también, puede terminar siendo un camino de
locura y obsesión. Algo de eso hay en esta historia apasionante, que tiene
todas las condiciones para provocar el interés tanto de músicos y/o melómanos
como de los amantes del cine de calidad.
Varios
giros en la trama configuran enlaces hacia el espectador que no podrá más que
sucumbir ante la sorpresa. Y que en muchos casos no podrá tomar partido
fácilmente. Una historia hermética que no por nada, también, ingresó a la terna
de Mejor Película de los Oscar.
Sin
dudas en Whiplash el tempo es definitorio. No solo porque la velocidad
a la que debe ser interpretada una composición musical consiste en la mayor pretensión
y exigencia del maestro hacia sus músicos sino porque, como todo en la vida, el
tiempo termina acomodando las cosas.
Emiliano Acevedo y Silvia Tapia
ALTISIMA PELICULA
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