Enterarse de que John Lennon fue asesinado por un fan, que lo
mataron por ser quien era y por lo que era, fue como ver a la persona que uno
ama en el instante en que la atropella un auto. La razón lucha con la
contradicción entre los hechos concretos y la incredulidad, se resiste al paso
normal del tiempo, detiene el tiempo, trata de hacerlo retroceder. La
conciencia le da vueltas y vueltas a los hechos, probando las palabras que
transmiten el acontecimiento para ver si las palabras realmente significan lo
que están diciendo.
Leemos
que el atentado contra John Lennon es tan solo un ejemplo más de un anónimo don
nadie en busca de notoriedad poniéndole fin a un famoso, pero esto no solo
parece no haber sido el motivo de Mark Chapman, sino que no parece haber otros
ejemplos. No creo que haya algún otro antecedente del asesinato de una figura
pública por parte de una persona que estaba estrictamente atada a la víctima a
través de los roles que ambos interpretaban como integrantes de la cultura
popular. Como esto no había pasado nunca, tenemos que hacernos dos preguntas:
por qué John Lennon, y por qué ahora.
The
Beatles y sus fans representaban una imagen de utopía, de vida feliz, y la
imagen consistía en que uno podía unirse a un grupo no para perder la identidad
individual, sino para encontrarse con ella: para encontrar la propia voz. Era
una imagen utópica que englobaba cualquier deseo de amor, familia, amistad o
camaradería; mientras The Beatles fueron The Beatles, esta imagen fue el
fundamente del amor y la política. Le dio forma d nuestro sentido de la
posibilidad y del fracaso, del valor de las cosas.
El
corazón de esta utopía de felicidad, fresca y resplandeciente, era el
romanticismo: la mejor historia de esperanzas pop y de sueños que jamás haya
existido. Pero la utopía se basaba –gracias a John Lennon- en la inteligencia,
la ansiedad, la contingencia, la duda y la lucha. John Lennon formaba parte del
principio de placer de The Beatles, y esa es la razón por la que hubo tantos
que se obsesionaron con él. Si The Beatles fueron una aventura colectiva, John
Lennon era su punta de lanza y su centro. John Lennon fue el que nunca recibió
ningún premio de parte del pop, el que mantuvo las preguntas abiertas y vivas
mientras duraron The Beatles - ¿cuál es el sentido del grupo?, ¿qué es capaz de
hacer?, ¿cuándo debe ser abandonado?-, y fue Lennon el que, una vez que The
Beatles se acabaron, sostuvo la lucha por encima de la imagen de utopía. Lennon
rompió esa imagen en “God”, pero una nueva imagen de utopía, de lo que
significa vivir bien, de descubrir en qué consiste una vida feliz, se formó en
la manera, más bella imposible, en la que canta los últimos versos de esa
canción: la forma en que cantaba, “I was…”, la forma en que cantaba, “…but
now”.
No
importa en que se haya convertido después, John Lennon nunca más volvió a ser
una estrella pop. Mucho más que Paul, George o que alguien con los pies en la
tierra como Ringo, John Lennon se volvió bien real. Mucho más que ellos o que
ningún otro en la cultura posbeatle, Lennon transmitía la verdad de que se
necesitaba alguna imagen utópica (sea la
utopía de la enorme y borrascosa pasión que perseguía con su esposa o la de una
canción en la que decía exactamente lo que quería decir y era comprendido).
Esta imagen de utopía no era solipsista. Inalcanzable y por ende más preciosa
aun, siempre asumía la existencia de otras personas, de cuya presencia
dependía, se tratara de Yoko Ono, o de vos, o de mí, o de Mark Chapman, y a
causa de la forma en la que John había cantado “Anytime At All”, “There´s A
Place”, “Money”, “In My Life” o “Don´t Let Me Down”, y a causa de la forma en
la que siguió cantando “God”, “Well Well Well”, “Oh, Yoko”, “Stand By Me” o
“Just Because”, nunca perdió su fuerza. Esta es la razón por la que mataron a
John Lennon, y no a uno de los famosos que acaban de contratar un servicio de
guardaespaldas.
¿Por
qué ahora? Bueno, eso es un poco más complicado. Sí, Mark Chapman parece
haberse quebrado. Sí, después de cinco años John Lennon volvía a ponerse en
contacto con una audiencia, que trataba de enterarse de lo que tenía para
decirle y de lo que el público tenía para decirle a él. Ninguno de estos hechos
aborda la verdad indiscutible de que nada parecido al asesinato de Lennon había
ocurrido antes. Lo que permitiría plantearlo, creo, es el radical cambio en la
naturaleza del discurso público en los Estados Unidos del año pasado.
El
mensaje escondido detrás de la elección de Ronald Reagan el 4 de noviembre fue
que hay alguna gente que pertenece a este país, y otra que no; que hay gente
valiosa y gente que no vale nada; que algunas opiniones son sagradas y otras
son el mal mismo; y que, con la bendición de Dios, los mensajeros divinos
separarán a los unos de los otros. Es como si los puritanos hubieran atravesado
trescientos años de historia estadounidense para reclamar la sociedad que
alguna vez fundaron aceptando la peor vulgarización de sus creencias, si eso
significa que, una vez más, Dios y sus servidores serán capaces de contemplar
los Estados Unidos desde las alturas y separar a los elegidos de los réprobos,
a los redimidos de los condenados.
Tal
mensaje probablemente no inspiró a Mark Chapman de manera lógica. Pero ese
mensaje, que les dice a las personas que son inocentes y que los culpables son
otros, puede servir de justificación para que un acto demente privado tenga una
dimensión pública. Puede ser el fundamento del amor y la política. Si miembros
del Ku Klux Klan y nazis tuvieron el derecho a matar comunistas en Greensboro,
y un jurado dijo que fueron ellos, entonces en un cierto nivel moral vos y yo,
y Mark Chapman tenemos el derecho de matar a quien perturbe nuestras vidas.
Creo que esta es la razón por la que este acontecimiento sin precedentes ocurrió
justo ahora, y no antes.
Como
escribió el crítico Jim Miller, el rock funciona como una experiencia común y
una obsesión privada. Son cosas que no pueden separarse; de hecho, una se
alimenta de la otra. Tengo mis propias razones para lamentar la muerte de John
Lennon –una canción, o un momento de Help!,
que quizás nunca haya significado nada para vos-, pero tus razones son
básicamente las mismas, y por eso fueron las reacciones de otras personas al
asesinato de John Lennon lo que me produjo una angustia insoportable. Abrir la
puerta y encontrarme con un amigo con los ojos colorados; ver a un hombre yendo
a trabajar con una cinta negra en el brazo; entrar en el negocio de una amiga y
notar la foto de John Lennon pegada detrás del mostrador (el asesinato produjo
este tipo de cosas, que hicieron que los últimos dieciséis años se derrumbaran
sobre mi cabeza como si hubiera llegado la hora de pagar por cada momento de
placer, de afecto y amistad que contenían).
Cuatro
días después de que mataran a John Lennon, cuando me desperté esperando
encontrarme con la música de The Beatles en la radio y la historia en primera
plana, el proceso por el cual la mente lucha con el hecho que se resiste a
aceptar seguía funcionando. Hojeé el diario, para ver si me había perdido algo;
recorrí las estaciones del dial. Nada. ¿Quiere decir, pensé, que terminó? ¿Qué
ya no está muerto?
Greil Marcus
(Publicado en Rolling Stone, 22 de enero de 1981)