Pablo Read está orgulloso de su estudio. Es cómodo, tiene guitarras, teclado, libros, cds, y una pila de vinilos, todo material con el que se formó. Los Beatles, en una de las paredes, atestiguan el recuerdo de sus comienzos en su Pergamino natal, donde estaba la música que escuchaban sus padres. Como oyente de música está siempre inclinado al disfrute, como cantautor no puede evitar que salga a la luz toda su formación anterior. Llegó a Rosario en el 95, tras una breve estada se volvió a Pergamino, pero al año siguiente se instaló definitivamente en nuestra ciudad. De ser un joven con cierta expectativa, con el tiempo alcanzó el momento de compartir escenario con Litto Nebbia, incluso de tenerlo como invitado en un tema que va a estar en su próximo material a publicar. Cómodamente, en una soleada mañana de sábado, a metros del estadio Gabino Sosa, recorremos su vida musical, entre mates y café.
ENTREVISTA> ¿Cómo comenzó tu idilio con la música?
Mirá, yo arranqué de muy chiquito, porque en mi casa
siempre se cultivó mucho la música. No desde el hacer, sino desde el placer de
escuchar. Una vez, cuando tenía cuatro años, mi abuela paterna, cansada de
regalarme siempre autitos, me trajo de regalo una guitarra, que yo como pibe la
percibí como un juguete. Sin embargo, el paso siguiente fue algo así como:
bueno, vamos a mandar al nene a aprender a tocar la guitarra. Al principio fue
como un juego, pero es muy significativo lo que comienza a suceder con el
instrumento cuando empezás a dominarlo. Porque al principio vas con toda la
euforia, pero al poco tiempo ves que la cosa no es tan fácil, que no te sale
nada, que te duelen los dedos, que te querés matar [risas]. Una vez pasada esa
instancia, vos te das cuenta de que lentamente eso de tocar un instrumento va
provocando una satisfacción en uno porque causa un efecto en los demás. Yo
recuerdo que un día en casa estaba encendida la tele, estaban dando “El Zorro”,
aparece la música de esa serie, yo empiezo a imitarla en la guitarra, y mi mamá
me dice: “¿Quién te enseñó eso?” Nadie, le dije, me salió. Y fue ahí que me di
cuenta del efecto que provocaba en el otro con mi instrumento. Y mis padres,
que vieron que me gustaba y que me dedicaba, incentivaron mucho más mi
aprendizaje. Mi vieja compró un teclado, se compraron más discos en casa. Los
discos y los libros eran canilla libre.
Eso fue provocando un crecimiento en tu vocación…
Sí, después, en la escuela, en los actos de las fiestas
patrias viene ese: bueno vos que sabés bailar folklore, bailá; y vos que sabés
tocar la guitarra, vas a tocar en el escenario. Y así viene el momento en que
te aplauden por primera vez. Ahí empecé a sentir que pasaban cosas con esto de
la música.
En la vida de todo artista hay un arco que recorre desde su momento de aprendizaje hasta que se convierte en creador. ¿A vos qué te pasó con eso, cuándo te diste cuenta de que te podías transformar en compositor?
Primero tuve toda una instancia de tocar temas de otros.
Yo creo que con los Beatles apareció esa necesidad de hacer mis propias cosas.
Me dije: si estos tipos hicieron sus propias cosas, yo también quiero
intentarlo. Pero, también, hay mucha gente que se dice “yo quiero hacer mis
propias cosas” y no tiene nada para decir. Entonces, ser escritor… yo tengo una
cosa con la palabra compositor, creo que me queda grande. Es la necesidad de
decir algo. Igual tuve mucho conflicto con eso, porque primero copié lo que
decía otro, hasta que te das cuenta del “para qué”, y ves que poder decir lo propio
es el verdadero significado. Eso lo logré de mucho más grande.
Toda esta iniciación que estás contando fue en Pergamino…
Sí, allá no había academias de música, todo pasaba por
profesores particulares. Y cuando terminé el secundario, cuando era muy
complejo todo porque no había internet, hoy un pibe se mete en cualquier
tutorial y con las nociones básicas te ayuda bastante, entonces yo me vine a
Rosario para estudiar en la facultad, porque también dentro mío habitaba la
idea de ser docente. Yo quería ser músico y docente, algo que en Pergamino era
más difícil. Ser artista, digo, porque allá son todos médicos, abogados, y te
preguntan ¿y vos, de qué vas a vivir? Y es difícil responder: voy a vivir del
arte. Y la verdad, es que no vivo del arte tampoco, vivo de la docencia, como
ocurre con la gran mayoría de los músicos.
¿Creés en el compromiso social a la hora de crear o que las cosas pueden salir de otra manera en esta contemporaneidad que nos toca vivir?
Yo tomo palabras de Oscar
Wilde: escribir es facilísimo, primero hay que tener algo para decir y después
decirlo. Entonces, eso que yo tengo para decir abarca un abanico de temáticas
que me movilizan a mí, por ejemplo, la última canción que escribí: habla sobre
los miedos. Se podría pensar que es algo que tiene que ver con lo existencialista,
con lo psicoanalítico. Y luego, tengo una mirada hacia la realidad social. Son
las temáticas que me vienen a mí. Si tengo que meter mis patas en el barro por
mi ideología, lo voy a hacer, aunque me digan que es un panfleto, no me
importa. Como dice [Mario] Benedetti, yo ya soy un caso perdido,
aunque escriba algo más universal, si tengo que hablar de pececitos, ya va a aparecer
el pececito bueno, el pececito malo y así.
Pablo aclara que ser docente fue una consecuencia de su Licenciatura en Música, que no estudió profesorado, y que la relación que tiene con sus alumnos no es igual que la de un profesor de Matemáticas, por ejemplo. En aquella materia el docente viene y expone y el alumno aprende, en cambio con la música siempre hay una ida y una vuelta, porque todo el mundo escucha esto o aquello y ahí se va generando otra instancia. “Lo que veo es que las nuevas generaciones están más atomizadas. Eso no es ni bueno, ni malo. Antes nosotros escuchábamos rock, pero también “Pájaro campana”, “Kilómetro 11”, “Caminito”… ahora escuchan pop coreano y punto. Tal vez porque con la tecnología, ahora está todo más linkeado. Los algoritmos te llevan a eso solo. ¿Quién te saca de ahí? Bueno, un docente”. Confía en que el docente no va a impedir seguir escuchando eso, pero va a abrir camino hacia otras formas de música.
A propósito de cómo se escucha música hoy, somos una generación que creció con el formato físico, en tu calidad de cantautor ¿cómo te llevás con las nuevas maneras de publicar?
Yo pertenezco a esta generación bisagra que ama los
formatos físicos. A la vez soy consciente de que hoy con esos formatos no le voy
a llegar a nadie. Yo tengo un perfil que me permite conocer que puedo llegar a
lugares donde no hubiera podido llegar de otra manera, siendo independiente,
claro. Si sos Vicentico, por
ejemplo, vas a llegar a todos lados. Yo soy un pirincho que hace su música
desde una habitación. Ahora, el formato digital hace que me escuchen en Rusia,
en Japón, y uno se pregunta cómo puede ser que pase esto. A mí me da alegría
saber de esa llegada. Ahora, yo amo los discos, el objeto, soy medio fetichista
con eso. En mí, hoy, conviven esas dos cosas. A mí me parece que, en el futuro,
el disco va a desaparecer, creo que va a quedar sólo lo digital. Yo tengo
alumnos que no saben qué es una disquería, nunca fueron a una. Alguien dijo:
sale un disco de Charly, pronto en
las bateas. Y otro dijo: ¿qué es una batea? [risas]. En definitiva, a mí me
encanta la canción, y la canción es una música con una determinada forma, y una
letra, y también reconozco que para mí no es lo mismo una letra de canción que
una poesía. A mí me gusta dividir eso, hay letras de canciones con mucho vuelo
poético, pero yo no soy poeta, mis letras son funcionales a una música
determinada. Sí hay poemas que se pueden musicalizar, pienso en Lepera, y sus letras que son muy
poéticas, pero yo respeto la forma que tiene la canción que es estrofa,
estrofa, estribillo, estrofa, estrofa, estribillo. Y da la casualidad que esa
forma dura tres minutos, funciona así. Después, puede tener un solo, puede
durar un poquito más. No sé exactamente por qué funciona así, pero a mí me
gusta eso, me moviliza.
En este momento en que vos estás publicando en tus redes, ¿desististe o conservás la idea de disco conceptual?
Sí, lo pienso por ahí, como disco conceptual. No
necesariamente las canciones deben estar articuladas, no necesariamente todo
tiene que ver con todo. En mi disco Yo
argentino te vas a encontrar con una gama de géneros que son degenerados en
realidad [risas]. Pero ese es el concepto del disco: la representación de la
argentinidad. Intentar reflejar que nos habita ese conglomerado de cosas.
Pablo llegó a Rosario en los 90, cuando ya había algunos movimientos musicales consolidados, la trova rosarina, por supuesto, y la aparición y disolución de bandas pop que colmaron escenarios de la época. Algo conocía porque a Pergamino llegaban Canal 3 y Canal 5. Había una clara influencia de nuestra cultura ciudadana en los jóvenes de la localidad bonaerense. “Hubo, en el pergaminense, una rosarinidad instalada por esos medios de comunicación, sobre todo en los años 80”, recuerda. “Conocía a Baglietto, a Fandermole, a Abonizio, a Goldín… ni hablar de Fito, por supuesto, tipos que ya habían tenido una trascendencia. Bueno, Baglietto, Fito y Litto Nebbia tuvieron una influencia muy marcada en mi vida, son músicos que yo escuché mucho”, confiesa. “Por eso, es curioso que haya gente que no sabe que soy pergaminense y me diga que mis canciones contienen una rosarinidad, y es algo que yo no me doy cuenta”, comenta. Ahora, qué es la rosarinidad en las canciones es algo que no se comprende del todo. Pablo cuenta que hablando con un joven alemán, éste le dijo que no entendía el rock argentino, que no lo percibía como rock, lo percibía como tango, algo que como músico le parece que son cuestiones obvias, que tienen que ver con la identidad. “Yo cuando escucho a Charly, la parte tanguera de sus temas las filtro, aunque hay temas que son estrictamente tangueros, y escucho algo que tal vez difiere de lo que escuchan otras personas”, dice.
Como docente, ¿qué te sorprende de los jóvenes en cuanto a su percepción de la cultura de hoy?
Mirá, te voy a decir que a mí me sorprende la maldad.
Porque todas las generaciones padecimos la demonización, eso de: la juventud
está perdida. Creo que eso no se ajusta al ahora. La verdad no es que la
juventud esté perdida, los mecanismos culturales actuales que le llegan a esta
juventud son malditos, son malvados. La sorpresa que yo tengo es que cuando vos
les mostrás otra música que no les va a llegar por las vías que frecuentan, los
pibes gustan de esa música. Gustan del tango, gustan de la música clásica, se
emocionan… Yo les he hecho escuchar a Sui
Generis, primero les choca, como todo. A mí también me pasó con el tango
que consideraba que era cosa de mis abuelos. Primero les resulta raro, después,
a la tercera pasada, les empieza a gustar ¡les encanta! Y yo me consideraría un
malvado si no les mostrara otro tipo de música a mis alumnos. Creo que hay una
maldad en que se oculte, no sé si adrede o no, la música de siempre. Yo tengo
mis hijos que escuchan la música de su generación y la que escucho yo de toda
la vida. Y mi hijo, cuando se junta con sus amigos, les muestra esa otra música
y ellos también traen otras cosas. Reconozco que yo estuve muy solo en algún
momento. Yo escuchaba a Creedence y
mis compañeros se burlaban de eso y, pensando en voz alta, me digo: quién sabe
si esas soledades no son provocadas.
Vos tenés una faceta de docente de aula, pero también tenés otra faceta de docente en tu canal de YouTube, donde recreás y explorás la música de Beatles y de otros músicos históricos. ¿Percibís que, de esa manera, le estás llegando a determinada gente?
Primero, no sé a quién le está llegando. No me importa
saberlo. Sentí en algún momento que tengo todo ese material, todos esos discos,
y me dije: la vida es breve, lo voy a hacer [risas]. Si yo todo esto lo puedo
decir delante de un curso, hoy que los pibes están pegados a las redes, me
dije: lo voy a dejar acá. Algunos de mis alumnos lo siguen, porque me han
dicho: profe, me suscribí a su canal. Por ahí se aburren, porque no soy tan
entretenido como esos youtubers que ellos miran habitualmente y tienen otra
dinámica. La otra vez alguien me dijo que no sabía no sé qué cosa y que lo supo
a través de un video mío y eso me puso contento. Pero, bueno, antes vos decías
tengo todo este material, voy a hacer un programa de radio, pero ahora ya no se
escucha radio tampoco. Igual, no lo hago con la idea de decir: esto es así. No
tengo pretensiones de absolutismo, ni de decir: yo soy un erudito, académico.
No tengo esa pretensión. Me interesa que alguien venga y me diga: che, tal
acorde no está bien. Y si eso está a los diez minutos del video, quiere decir
que el tipo vio hasta ahí… y es fantástico eso.
Y con respecto al artista, al cantautor, el que se
presenta en un escenario y no sólo canta, sino que arma un espectáculo con
canciones y cuentos, narrando historias, ¿cómo convencés a quienes te acompañan
en esas presentaciones?
Particularmente, la presentación de Yo argentino, fue un trabajo personal muy grande que tuve que
hacer. Porque el qué voy a hacer y para qué lo voy a hacer es muy importante
para mí. Vuelvo a lo que dije antes: tener algo para decir. Después, puede
gustarte o no, pero yo quiero decir esto. Y en este caso, junté músicos que
conocía y se pusieron a mi servicio. Por ejemplo, el bajista fue compañero mío
de la facultad, el guitarrista fue alumno mío, el percusionista es un gran
instrumentista que se recopa y entonces eso te permite armar algo. Después,
volvimos a tocar juntos, porque el grupo ya estaba armado, pero no es que surgió
espontáneamente, trabajé especialmente para eso. Yo, generalmente, soy solista,
toco mi guitarra y canto. Mis canciones están pensadas para eso, no están
creadas para grupo. Salvando las distancias, el modelo que siempre me gustó es Silvio Rodríguez. También, siempre
recuerdo a Luis Alberto Spinetta
haciendo los temas de Téster de violencia,
solo con su guitarra y eso temas salían adelante igual. Eso me hizo pensar que
la canción tiene que estar. Después todo el ropaje que vos le pongas puede ser
más entretenido o no. Entonces, me dije: yo quiero eso, la canción.
Antes de la pandemia hiciste una presentación donde tuviste como invitado a Litto Nebbia, ¿cómo surgió eso?
Eso ocurrió porque se acercaba el aniversario del primer
disco de Los Gatos. Entonces, en ese marco, me dije qué lindo sería poder tocar
el disco entero de Los Gatos, un disco que siempre me encantó. Lo empecé a
grabar (está en Bandcamp), y le di una vuelta de bossa nova, porque en esa
época Litto estaba copado con la bossa nova, y me pregunté: ¿y si lo tocamos en
vivo? Busqué a los músicos, aceptaron la idea y armamos todo para tocar el
disco entero. Empezamos a buscar un lugar dónde tocarlo, hablamos con Guillermo Calluso, el encargado de programación del CEC (Centro de
Expresiones Contemporáneas) y me dijo: me encanta la propuesta y, además, adoro
a Litto Nebbia y tenemos ganas de traerlo acá. Justo en esa época Litto estaba
presentando un libro. Y venía a presentarlo a Rosario, un jueves, el viernes lo
tenía libre y el sábado tocaba en un show propio. Entonces, fue ahí que se le
propuso estar en el CEC el viernes. Le dijeron que íbamos a tocar nosotros y
aceptó. Y así, ese día, hicimos el disco entero y los últimos dos temas los
tocamos con Litto. Se hizo un combo: Litto presentó su libro y tocó con
nosotros. Fue fantástico. Fue muy emocionante tocar delante de él, pero lo más
emocionante fue cantar “Madre escúchame” y él me hizo la segunda voz. Y
escuchar esa voz tan adorada por mí, ahí cerca, fue muy fuerte.
Pregunta de cierre de entrevista [risas]. ¿Cuáles son los discos de cualquier lugar del mundo que te marcaron para siempre?
Con cada disco tuve una relación distinta. El primer
disco que me voló la cabeza, con el que tuve una epifanía fue unos Grandes
éxitos de Los Beatles. Un material
que editaba ATC y que contenía los clásicos “She loves you” y demás, pero
cuando escuché “Help”, con esos coritos, me dije: guauuu, es por acá. De chico
también escuchaba a Edmundo Rivero,
pero luego el Álbum blanco de los
Beatles, Artaud, de Pescado Rabioso, Ayúdame a mirar, de Juan Carlos Baglietto. Los grandes éxitos de Gardel, con esos clásicos que ayudan a llevar
a otro nivel las letras de las canciones. Vida,
de Sui Generis, fue un disco fuerte cuando lo escuché por primera vez en su
momento. Y, después, en mí convivían otras músicas que sonaban de fondo [risas],
como Palito Ortega, temas que te
demostraban que con tres acordes podés hacer una canción. Ni hablar de otro
disco potente para mí, Sólo se trata de
vivir, de Litto Nebbia. La que da título al disco, es una de las primeras
canciones que aprendí a tocar en mi guitarra. Puedo decir que con Litto aprendí
a tocar la guitarra y con Charly aprendí a tocar el piano. Con Charly no sólo
aprendí a tocar el piano, sino que aprendí a componer, a hacer canciones.
Tocando mal las canciones de otros, uno aprende a componer. Por ahí te queda
algo del otro, pero genial, que me digan ese tema se parece a uno de Charly me
parece bárbaro. Mirá si me dicen que una canción mía se parece a una de alguien
que no me gusta, sería una traición a mí mismo [risas].
Mientras se acaban el mate y el café, te pregunto, ¿qué proyectos vienen pronto?
Estoy haciendo un trabajo que tiene dos vertientes. Por un lado canciones con guitarra y voz, de tinte folklórico, y por otro, un poquito de canciones de rock. Yo grabo, grabo y grabo, tengo como cincuenta canciones dando vueltas, pero después agrupo. Pueden ser dos disquitos más, uno que se va a llamar Usos y costumbres y otro que se va a llamar Algunos días, que va a contener el “Rock del barrio”, donde Litto Nebbia participa como invitado.
Raúl Astorga
raul.astorga@yahoo.com.ar
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