Con otro dibujo de comic blanco y negro de
los años treinta, cortesía del genial artista gráfico Nico Foti, se presenta uno de los álbumes menos tradicionales que
puedan encontrarse en el rock argentino de la actualidad: Gato Negro, la segunda
producción de Gualicho Turbio. Tan poco
convencional es su música, que muchos aún se preguntan de dónde salió este inusual
power trio blusero formado por Zelmar Garín, un hombre
orquesta que toca bombo, redoblante, guitarra, kazoo y además canta; Juanjo Harervack, uno de los frontman más personales del
rock, en voz y maracas; y la armónica sin par de Hernán
Balbuena.
Y como si esto fuera poco, están acompañados por esa musa y sacerdotisa, además
de espectacular cantante, que se llama Bárbara
Aguirre.
Y es que Gualicho no es una simple banda.
Cada vez que toca hace exorcismos sonoros para sus fieles seguidores, que cada
vez son más. Fiestas paganas en la que la música es una mera excusa para dar
rienda suelta a la esencia de la danza, en mágicos rituales en donde priman los
ritmos negros, bailar y escuchar, agitarse durante toda la noche, como posesos.
Su primer vinilo homónimo apareció a finales de 2015, editado por el sello
artesanal de rock experimental Noseso
Records. Si aquella primera obra era imperdible, podemos decir que este Gato Negro (co-producido por Carlos
Acconcia) es aún mejor, y así y todo, nos
estaríamos quedando cortos. En su continua búsqueda sonora, Gualicho utilizó
para la grabación los ambientes naturales de un estudio de Florida, a través de sus diferentes
espacios; los efectos utilizados fueron analógicos, armados y tocados
desde pedales y re-amplificación, lo que generó un sonido orgánico y
áspero. Y es que la búsqueda poética y blusera del grupo ronda en lo mundano
desde la conexión urbana con lo mágico ritual. Sin dudas, un álbum inusual, que
tuvimos la suerte de escuchar antes de su publicación, y en esta nota te contamos
que nos pareció.
Así que vayamos a este futuro LP: ¿Qué hay de
nuevo en estos surcos?
El brazo cae, la púa empieza a recorrerlo.
Como no podía ser de otra manera, este
álbum empieza con una paradoja: un canto de libertad, pero que da cuenta de
todas las trabas que el sistema te pone en el camino, a modo de toscas piedras.
Eso es “Estando acá”, una road movie hecha canción. Un racconto vertiginoso de
lo que pasó después de Cromañón, y una sentencia para todas las bandas
emergentes que luchan por seguir adelante, a pesar de los inconvenientes con
los que tienen que luchar para hacer rock desde el under y la autogestión: “Estando acá, hay que luchar, la estupidez
no va a ganar. No tengas miedo, hay que luchar, la libertad no es un juego…”
Luego de esa introducción, el disco sigue embebido
en furibundos riffs que se van intercalando con voces bañadas en reverberación.
Es el turno de la denuncia a los indeseables. A los de siempre, a los enemigos
del rock: la cana, los Blue Meanies,
los protagonistas del añejo “Blues del Terror Azul”, incluido en aquel clásico
álbum de Claudio Gabis y la Pesada.
Y es eso lo que encontramos, justamente, en esta “Los Hombres de Azul”, la
segunda canción del álbum: la cachiporra que reprime las manifestaciones, el
celular que espera al salir del show. Y de eso se da cuenta en esta, la segunda
canción del álbum: “Solo quiero caminar,
sin temor a los vallados, ni en los palos que nos dan…” Otra canción en la
que notamos que Gualicho Turbio es una máquina blusera, cada vez más y mejor
aceitada.
Riffs hipnóticos de guitarra fuzz, cortesía
de Zelmar Garín. Cuando suenan estos boogies oxidados, parece que estamos ante outtakes
del Exile On Main Street stoniano, sacados
de la bodega de Keith Richards en su
casa de Nellcote, Francia. Pero no, estos son los Gualicho Turbio en su esencia
misma, pibes del Conurbano Bonaerense, que han curtido mucha calle durante
años, y ahora plasman eso en sus geniales canciones. Esa misma magia lirica se
hace presente en la demoledora “El Brujo”, una historia atrapante, repleto de mágicas intuiciones y presagios, un ritmo
machacante, encantador y climas musicales cambiantes. Que los Gualicho saben
contar historias se nota en “(Desde que me mordió) Serpiente”, en dónde un
embrujo de amor, convierte a un pobre mortal en un ser desesperado y perdido,
en este boogie demoledor, imperdible, con una de las mejores performances vocales
de Harervack, quien dialoga con un Garín intrigante y perturbador.
Por su parte, en “Sin Mí” se luce la
increíble Bárbara Aguirre, cuya hermosa voz protagoniza este soul monumental,
de lujo; con el formidable Sergio Merce, invitado especial en
saxos alto y tenor. Una historia en la que se cuenta la vida de una femme fatale. Un exquisito tema que
produce adicción; sin dudas, uno de los mejores momentos del disco.
En la senda del Billy Bond más lisérgico, “Ácidas Tardes en Atalaya” es un bluesazo
aterrador, y su resultado es poco menos que espeluznante. La cámara acentúa la
psicodelia y el efecto “caverna” logrando uno de los momentos más singulares
que se puedan escuchar en este disco nada convencional. Con sus versos casi
telegrafiados, en donde un vagabundo, embebido en acido, como si estuviera en
la continuación de una “Avellaneda Blues”, fuera descubriendo (y describiendo)
el paisaje que contempla en sus habituales paseos por el Barrio Atalaya, en La
Matanza. Pánico y locura en el oeste del Conurbano Bonaerense. El resultado es
difícil de describir pero es de una extrañeza admirable.
Por su parte, escuchando la metafórica y
alienada canción “Gato Negro”, uno se pregunta: ¿De dónde salen esos riff
maravillosos? Porque la mágica comunicación telepática que llevan a cabo la
guitarra de Zelmar y la armónica de Hernán penetra la sesera del oyente de
forma súbita y contundente. Este tema, sin dudas, es uno de los más extremos y
encantadores de toda la producción. En donde las liricas se potencian llegando
hasta niveles insospechados. Mientras suena una música machacante e
irresistible, la voz de Juanjo se entrelaza con la de Garín, pasando de la
primera a la tercera persona, volviendo en el estribillo a la segunda persona,
para terminar el relato en la primera: “Un
Gato Negro, soy…”, como diciendo: “esto me pasó a mí”. Aquí, el
protagonista asume como propia la infortunada vida de un felino en la ciudad.
En “La Montaña” hay sonido garagero, y una
hermosa historia hecha canción. Otra road
movie, de redención. Un relato en el que se habla de tomar la ruta para
huir de la ciudad, para ir a buscar esas “flores miles, que nos van a salvar, en
la montaña”. Este es otro tema de climas variados, psicodélicos, volados,
letárgicos. Sonidos que pasan de una dimensión a otra. Una canción que se
entrelaza con la estimulante e irresistible “Lucifer y la Gitana”, otro blues
machacante de amores brujos, una hermosa página musical de letra singular e
inesperada.
“Buey” encarna la herencia blusera y rural
de un Led Zeppelin III (y a todos los
bluseros a los que les robaron estos descarados ingleses…) Una canción en la
que se relata la triste vida de un hombre que trabaja como un buey (quizás, un
jornalero o un triste obrero asalariado en la ciudad), matándose por “los
centavos que el señor le da”. Suerte de buey… En “Desierto” nos encontramos con
un ambiente pleno de bluegrass, en donde el sonido
inconfundible del banjo de Zelmar Garín viaja al galope, exfoliando a todos
nuestros muertos. Una canción sobrecogedora, en donde las voces de los músicos se
conjugan en forma magistral e hipnótica. Sumado a esta constante aparición de
voces inusitadas, las melodías se entrelazan en forma de himno, ascendiendo
hasta el infinito, en donde el tema va llegando a su clímax. Con todo esto en
movimiento, no es tan descabellado aseverar que Gualicho Turbio está indagando,
tal vez sin proponérselo, el estilo space folk.
A pesar de que en un principio este
material va a ser publicado en forma digital, el plan de Gualicho Turbio, por
supuesto, es editar Gato Negro en
vinilo (lo mismo que hicieron con su primer opus, hace dos años), y esta
producción es ideal para ese formato. Si hasta parece que en varios temas
resuena de fondo la fritura de la pasta, dando vuelta en la bandeja, mientras
una vítrola nos reproduce los sucios surcos que la púa va recorriendo en ese
plástico negro. Y es que este es otro disco imperdible de Gualicho, una
producción que no se parece a nada en la actualidad del rock argentino, que
recoge las influencias del impresionante background
que traen en la mochila estos increíbles músicos, pero procesándolas en una
forma singular, única. En este sentido su inventiva estética, sumada a la
variedad de e imaginación de las letras, le garantizan al grupo una autonomía y
autenticidad que muy pocos tienen.
Originalidad sin par. Ese parece ser el
legado de obras como ésta, cuando el rock mainstream aparece aletargado entre
festivales pagados por multinacionales, descargas on line de archivos de baja calidad sonora, streamings rutinarios y cierta apatía en los oyentes. Es difícil
saber que se viene en el rock argentino. En cualquier caso, esperemos que el futuro
nos depare algo más que esto, algo más de creatividad y arrojo, de ganas de
romper con los estribillos jingleros y las formulas repetidas hasta el
cansancio. Por eso, sin dudas, en este contexto, grupos como Gualicho Turbio,
si no existieran habría que inventarlos. En músicos como éstos, aún existe la
posibilidad de que haya un rock que valga la pena escuchar en este país. Amen, bro…
Ahora me parece ver el brazo del tocadiscos
llegar al final de su recorrido de este camino en espiral. Y aquí, en el final
del disco. Y aquí, en el final del disco. Y aquí, en el final del disco. El
brazo se levanta. Click.
(La presentación en
vivo de Gato Negro será el viernes 10 de noviembre,
a las 23.30hs, en El
Emergente Bar Club, Francisco Acuña de
Figueroa 1030 (CABA). Entrada $ 200. Anticipadas con descarga gratuita del
disco $ 150. (Desde el 02/10 hasta el 08/11), a la venta a través de www.nosesorecords.com)
Emiliano Acevedo
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