En 2022, el sello Clara Beter Ediciones lanzó Contra la moderación. Del Rock mayúsculo a la bifurcación de senderos, un trabajo que apoya sus bases en la investigación y en el análisis para ofrecer un conjunto de ensayos de crítica política de la cultura.
El libro incluye once capítulos en los que se analizan
problemáticas que atraviesan al rock en la actualidad y a través de diversas
vías propone seguir discutiendo a este género musical cuya importancia a nivel
social y cultural no ha perdido vigencia.
Este volumen fue compilado por el licenciado y
profesor en Letras Emiliano Scaricaciottioli, quien forma parte del Seminario Permanente de
Estudios sobre Rock Argentino Contemporáneo (SPERAC), un espacio académico nacido hacia fines de 2018 como una propuesta
de indagación y abordaje, de intercambio y discusión sobre los que nos
apasiona, el rock.
Así, les presentamos la interesantísima charla que mantuvimos con Scaricaciottioli sobre este nuevo material.
ENTREVISTA> Este libro completa una trilogía, ¿no?
Sí, el primero fue Las Letras de Rock en la Argentina que publicamos, en 2014, con Oscar Blanco por Editorial Colihue. Ese
primer trabajo, cuyo recorte abarca de 1983 a 2001, fue producto de algunos
seminarios que estábamos dando, también, acá en [la Facultad de Filosofía y
Letras de la UBA en] Puán para la carrera de Letras pero viene de un recorrido de
investigación que se inició en el año 2006. Ese libro rompió con lo que se venía
haciendo en crítica cultural de rock que era más un análisis sociológico y
periodístico. Nosotros, en cambio, la encaramos desde un punto de vista
literario y ensayístico.
El segundo libro, La Campana de la División, salió por Clara Beter bastante tiempo
después, a fines de 2020 o comienzos del 2021, con el afán de continuar aquel
trabajo que había llegado hasta el 2001, y tomando como punto de inflexión ese
año por lo que significaba el Siglo XX, nos propusimos observar el período que
va hasta el 2015 aproximadamente, y la llegada del Macrismo.
Este trabajo se hizo con parte del equipo de
investigación que habíamos conformado con Oscar en aquel momento y con otros
investigadores independientes con los que había trabajado en algún momento. En
el proceso de elaboración de ese libro, propongo hacer un seminario permanente
de estudios sobre rock que tenga una pata en publicación y que pueda hacer
actividades de educación, de extensión también. Así se forma el SPERAC. Algo
parecido al proyecto que vengo llevando adelante con el GIHMA [Grupo de
Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino], desde hace 10
años. Son proyectos que tiene varias patas: publicación, escritura asidua,
trabajo interdisciplinario. La única diferencia es que en el SPERAC toda la gente
que participa salió de la carrera de Letras, o ha pasado por mis aulas como
docentes, o hemos hecho otros proyectos juntos en algún momento. Así que ahí se
crea el SPERAC, a fines de 2017, comienzos de 2018, cuando empiezo a cranear La Campana… después de aquel libro iniciático
que hicimos con Oscar. Contra la moderación,
abarca del 2015 los últimos 5 años que es algo que no suelo hacer porque creo
que hay que tener cierta distancia con el objeto de estudio.
¿Cómo se fue gestando este trabajo?
El grupo de investigación, la segunda camada del
SPERAC, arranca a escribir a fines de 2019 y, lamentablemente, enseguida sobrevino
la pandemia pero no frenamos nunca, lo cual fue algo muy sano y alocado al
mismo tiempo. Es decir, seguíamos reuniéndonos virtualmente y auto
gestionándonos. Hasta ese momento funcionábamos dentro de ámbitos académicos
pero no hacia afuera. El SPERAC, como tal, empieza a tener redes en el 2021 por
eso, también, sale este libro, que para mí es superior al resto de la saga, y el
más traumático, el más jodido, el más peleado como escuela de escritura porque
siempre digo que nuestro espacio es una escuela de escritura.
Y un verdadero proceso de aprendizaje, también…
Sí, aunque ahora nadie quiere aprender nada. O sea,
la gente tiene como una especie de reduccionismo a la miseria, ¿no? Nadie quiere
formar parte de ningún espacio. Mientras menos identificación haya, mejor. Y aparte todo el mundo quiere ser vanguardia,
en ese sentido. Para mí la única escuela de escritura que hay son todos los
grandes maestros con los que he aprendido, a muchos los nombro en el libro. De
la vieja camada: Nicolás Rosa, David
Viñas, el propio Horacio González.
De la nueva, mis contemporáneos: Laura
Estrin, el propio Oscar Blanco, Christian
Ferrer, Néstor Perlongher, también. Es
decir, tipos que forman parte de esa generación que uno siente más cerca… Me formé
con esa camada de escritores de la [revista] Cerdos & Peces entre la que había ensayistas de la puta madre,
¿no? El propio Enrique Symns, aún
con cierta distancia en todo sentido. La irreverencia de esa generación, y de
esa revista en particular, para mí fue mucho más fuerte que Expreso Imaginario, Pelo, etc. Creo que esas Cerdos
& Peces marcaron. Habría que mirar esa revista como un punto de
inflexión porque eso, también, forma parte de la historia del ensayo o de la crítica
cultural que uno quiere.
Sería escribir para que duela, una escritura que no complace…
Es una escritura chota. Habrá quien encuentre
placer en la escritura, para mí la escritura refiere a todo lo contrario. Laura
Estrin, ensayista y poeta argentina, una gran amiga y maestra dice: “La vida es
una mierda, escribir te hace un poquitito más feliz…” Aún en el dolor de
escribir.
Sumado a esto, se me ocurre que debe haber sido difícil escribir durante la pandemia…
Fue tortuoso. Pero cuando empezó la época del aire
libre nos empezamos a juntar en terrazas para terminar de darle la vuelta de
tuerca. Finalmente, después de mucho transitar, salió en septiembre de 2022. La
editorial Clara Beter apostó a que se
publicara este libro y le puso mucho el cuerpo y el bolsillo, también. Este
material tiene ilustraciones de Tamarah
Heyob que es una tatuadora francesa, fotografías de Andrea Meikop.
La tapa del libro es muy potente visualmente…
Sí. La ilustración de tapa, que hizo el ilustrador Faka Giglio, es Charly cayendo con otros. Está muy buena. O sea, fijate que está
cayendo con Pappo, con Palo Pandolfo, con Pity, con Juanse… está
cayendo con otros porque es como la gran caída de las referencias, el ocaso de
los ídolos. Una escena que, al menos yo, observo. Considero que, si bien el
rock no está agotado, la bifurcación de senderos a la que refiere el título del
libro como concepción sobre el rock contemporáneo, tampoco sé si es rock. Creo
que el rock está mixturado con otras músicas y con otras expresiones que han
mutado en otra cosa.
¿Cómo es eso?
Creo que, a veces, es forzado llamar rock a algunas
poéticas. Es decir, con el afán que no muera, mantenemos la denominación para
que siga vivo. Tenés el cadáver ahí, y vos decís “pero suena igual, suena
bárbaro”. Sí, pero ¿cuánto hace que lo tenés con electroshock y enchufado a 220
para que no muera? Hay expresiones, por ejemplo, que están en este libro dentro
del rock, que para mí, claramente, no lo son y no es que no lo son por una
concepción nostálgica o conservadora sino porque quieren ser otra cosa. Como el
trap, por ejemplo, que quiere ocupar espacios del rock pero siendo otra cosa.
En este libro se celebra la división sin dejar de
alertar al mismo tiempo que esa división, esa fragmentación, esa atomización
gigantesca, no genera colectivos de identificación, genera colectivos de miedo,
de abroquelamiento, en algunos casos de corrección política, en otros, de
arrojo, sí, esto es interesante pero son ganados por el mainstream rápidamente.
Entonces, desconfío un poco de que cualquier cosa que se atribuya el mote de
rock, lo sea. También, desconfío del vejestorio que dice “rock es Bowie”, rock es esa imagen de Keith Richards tomándose una birra en
el balcón, que me encanta pero tampoco quiero quedarme con eso. Así que estamos
en un momento de división de aguas.
¿Cómo diagramaron el libro? ¿Cómo fueron delimitando los objetos de estudio?
En el libro anterior lo que habíamos sostenido era
que no se podía mapear al rock argentino en la contemporaneidad y por eso,
habíamos trabajado con autores o en con la categoría de autor. En este, había
que tratar de meterse con los “géneros” que nosotros denominamos poéticas o
cajas. Entonces se pensó en una lista de géneros que se desprendieron del rock.
Y a partir de eso se planteó una consigna muy básica que fue tomar una caja y
ver qué es lo que pasa dentro de ella, tomar un género y ver qué es lo que
sucedió en los últimos cinco años con su historia, su genética, con su ADN, los
linajes, las facciones que se van dando y cómo se llega al presente.
Hay trabajos de escritura colectiva, también…
Sí, hay trabajos a cuatro manos, como en el GIHMA,
por eso tardamos en terminar el libro. Obviamente, había algunos investigadores
que ya venían con ciertas ganas de trabajar con un género en particular y, como
siempre decimos, tenemos que tener estómago amplio y laxo. Acá no producimos por
una noción de gusto. Nosotros nos metemos adentro de una caja y trabajamos con
eso: ir a recitales, transitarlos, patearlos, escuchar muchísimo, leer muchísimo,
meterse. En principio, cada uno trató de elegir el género que más le interesaba
para poder abordarlo. Después, a partir de ahí, obviamente, quedaron muchos
géneros afuera. Por ejemplo, la música electrónica, que estaba muy agenciada
con el rock y que vendrá en algún próximo capítulo. Hay varias cajas mayúsculas
que quedaron afuera. Pero la gran mayoría que están acá está bien que estén. Y eso
fue lo más genuino. Uno podría decir que hay cajas que están agonizando: como
el blues, el punk… No, se pueden construir en nichos pero no están agonizando.
¿Cómo sería?
Si algo estuviera agonizando habría que pensar en
el rock en general pero no. Tampoco hay ningún género o subgénero o poética
dentro del rock que esté descollando. Lo que está claro es que todos se abrazan
al trap como si fuera un salvavidas en medio del océano para poder sobrevivir.
Y a mí me parece un grave error porque borra las veredas y construye la
fantasía de un imaginario comunitario que se auto protege, de cuidado, de la
demonización a Cromañón, de la demonización a las “cuevas”. Mirá, el 13 de
julio pasado, que fue el Día Internacional del Rock, nos invitaron a una charla
en el espacio cultural Jungla, en Capital Federal, y si hay algo que sostengo
es que Cemento fue vital. Cemento y Arlequines fueron espacios importantísimos
para mi configuración identitaria, para mis peleas identitarias, para vivir lo
alternativo entre fines de los 80 y comienzos de los 90. Yo me formé ahí. Reivindico
las cuevas. No las cuevas porque éramos menos. Las cuevas porque vos en una
misma noche en Cemento veías tocar a Hermética,
a Todos Tus Muertos, y capaz que
tenías a [Francisco] Bochatón haciendo algo y más tarde, no
sé, aparecía Fabiana Cantilo. Todo
en la misma noche.
O en el Roxy…
En el Roxy, ¡sí! O sea, lo que falta hoy es
circuito. El circuito actual lo construyen las grandes marcas. Entonces, se
perdió la ritualidad porque se perdió el cuerpo. Lo tecnovisual perdió el
cuerpo. Y ese es el gran problema del presente, ya no sólo del Rock sino a todo
nivel. Hoy en día pensar una banda en ausencia del cuerpo, pensar un recital en
ausencia del cuerpo, es un problema. Lo vimos durante la pandemia. Eso fue el
streaming que, al mismo tiempo, implicó una solución para muchas bandas que
murieron en el camino y para muchos músicos. Pienso en los músicos que
perdimos. En Willy Crook, en Palo Pandolfo, en Pato Larralde, en Rino
Raffanelli… Y otros antes, como en el caso de Gabo Ferro. Y eran tipos que estaban en un momento de una madurez
interesante… El mismo Bin Valencia,
el baterista de Almafuerte. Y bueno,
así va cayendo, también, una generación que estaba en cierto zenit.
Me gustó una frase que dijiste en la presentación del libro: “Escribimos, pero no porque estamos aburridos”. ¿Contra quién es eso? ¿Contra el periodismo especializado?
No, es contra del efecto de cientificidad. Contra los
boludos que ganan becas y hacen seminarios de posgrado en las universidades y
meten al rock porque están aburridos. Después hay un periodismo berreta. Hay un
sector FSOC berreta que le saca jugo a la piedra para hacer un nicho. Nosotros
no hacemos esto para llenar líneas del currículum vitae. Eso es lo que la gente
no entiende. ¿Sabés lo que nos cuesta
explicar la propuesta? Para el “académico”, el rock debería
ser un objeto de estudio distanciado,
que hay que analizarlo, que hay que
desmembrarlo, desmenuzarlo, ¿no?
Lo puede ver con frialdad, no se
involucra. Vive en esa distancia, en esa proxemia
permanente. El periodista especializado está
necesitado del enciclopedismo, lo sabe todo, lo conoce todo… Es Pierre Menard, ¿no? O
sea, no olvida nada. Y con eso le basta. Con todo
mi respeto a grandes maestros como
Alfredo Rosso, Claudio Kleiman, ellos no hacen lo mismo que nosotros. No es que estamos aburridos del
periodismo y entonces dijimos, “bueno, vamos a hacerlo nosotros”. Escribir es
un ejercicio de la pulsión de vida y de muerte al mismo tiempo. Entonces, no es
para hacer un seminario y una beca o para crear un espacio de reivindicación
dentro de la universidad. Yo reivindico a la facultad que crea el under. En una época la facultad era el under. Ahora la facultad es un espacio
alejado de la calle y lleno de clichés. Cuando estaba hablando de eso, me
estaba refiriendo a la cultura de la cancelación, a estos sectores
políticamente correctos a los que les conviene ahora… El [libro] Charly Queer. ¿Qué boludez es esa? ¡Por
favor! A cómo ciertos sectores, de esa vanguardia progre, necesitan levantar a
alguien, a algún muerto, a alguno de los que se están muriendo, de los que
están cayendo para decir: “pero este queda vivo, este era sano, loco”. ¿Sano de
qué? Eso del rock con profilaxis a mí me da por el quinto forro de las pelotas.
Pero bueno, a eso me refería.
¿Cómo dialogan entre sí los capítulos
del libro?
A veces, hiper vinculándose porque
cuando uno habla del punk, del hardcore punk, o del metal cristiano, por
ejemplo, hay zonas de diálogo. A veces son ejes: el cuerpo, la muerte, el
baile. Ejes a través de los cuales los capítulos van dialogando entre sí. Y a
veces no sé si hay diálogo. Creo que son como mantras, por eso todos los
ensayos tienen una imagen de ingreso y una imagen de salida realizadas por Tamarah
Heyob. Y más que dialogando, a veces, están discutiendo. Cada capítulo está
armando un rancho, ¿viste? Yo te decía lo de las veredas… Bueno, cada capítulo
está armando una vereda. No voy a decir que todos los capítulos están
ecualizados. No creo que pase eso. Creo que cada capítulo es una guerra, una gramática
de la guerra diferente. Cada uno mantuvo una guerra con sus propios demonios
como escritor y una guerra al mismo tiempo contra lo que te dicen que es el
género. Cada uno la fue llevando y viviendo en su propio cuerpo, también, en su
propia escritura. Hay escrituras que son un poco más livianas y otras que son
más violentas, más verborragicas.
Es muy superadora la idea que el libro plantea sobre cómo se reconfigura el rock a partir de ahora y no se queda solo en la premisa que ha muerto…
La idea es ver cómo se vuelve a
escribir permanentemente, cómo se vuelve a llenar ese axioma rock. Qué se descarta, qué se suma,
qué se sostiene, permanentemente. Creo que es una acción vertiginosa. El rock
más que ir hacia adelante va, fuertemente, en picada. Y en ese “ir en picada”,
a veces, como decía Simon Reynolds, retromaníacamente mira por el espejo
retrovisor y dice: “uy, mira todo lo que nos perdimos…”, y reescribe lo que ya
pasó como si fuera una verdad. Me parece que estamos viviendo un momento en el
que nos gusta mucho el pasado, me incluyo. No creo que sea un error mirar el
pasado para pensar el presente, al contrario. El error es ganar siempre el
futuro sin mirar el pasado. Solo ser vanguardia porque creo que muchas
vanguardias están atrás. Eso es algo lindo que permite este libro: Hacer un
recorrido por bandas o por autores que de repente no tuvieron el lugar dentro
de la historia de sus géneros. En ese sentido, fueron bastardeados o ninguneados
por la propia crítica musical, por la propia sociología de la música. Entonces,
en el libro, se habla muy poco de Charly, de Juanse, de Iorio. ¿Por qué? Porque una política que tiene el SPERAC es la del
parricidio. Es decir, desprenderse de las grandes referencias. Si no matamos a
los padres, simbólicamente, quedamos fagocitados detrás de su historia. Hoy en
día, pasa que escuchamos un montón de bandas o artistas que suenan o quieren
sonar igual. Un gran referente en el plano de la producción musical, Alejandro Taranto, dice algo que
considero vital: desapareció la figura del productor. Hoy, el productor no es
músico si no que es un CEO de una compañía musical. Entonces al desaparecer los
grandes productores desaparecieron las grandes diferencias, también. Es decir, que
al escuchar un álbum uno pueda darse cuenta la mano de qué productor está por
detrás. Bueno, me parece que esa generación que es la generación de los
productores se fue perdiendo y al irse perdiendo, también, se va agotando
cierto frenesí que tenía el rock.
También veo otra tendencia que consiste en apuntar al single, en busca del éxito inmediato, y no a la obra.
Esto que señalás es brillante. ¿Quién
escucha hoy un disco de punta a punta? ¿Qué banda piensa en la obra? Podríamos
decir que una banda como Divididos
piensa en una obra pero piensa en su obra entera. Dentro del rock siempre
estuvo la idea de “pegarla” que era que pasen tus temas en la radio, y después te
hacían una nota o salía algo sobre vos en otro medio. Pero lo que “pegaba” era el
disco. Los discos eran lo que marcaban un antes y un después. Cuando pienso
en 2001, pienso en discos como Jessico de Babasónicos; Efecto Tequila
de Lethal… Silver
Sorgo de Spinetta; Intoxicados con ¡Buen Día!… Estoy pensando en discos puntuales que marcaron época y
ahora estamos pensando en canciones. Bueno, eso tiene que ver con la tendencia
actual: la playlist.
Sí, un poco lo que me decías del rock subiéndose al terreno del trap…
Claro. En el libro, el ensayo de Celeste Semcoff marca este punto. De
ese capítulo, mi conclusión es que el trap no forma parte del rock, forma parte
de una tendencia hegemónica e irreversible sin duda. Ahora, ¿por qué el rock ha
buscado o, en todo caso, sigue buscando en el trap cierta trascendencia? Vos
fijate que estamos, también, en la época de la vuelta de grandes bandas. O sea,
desde Lebón y compañía a bandas que
se volvieron a juntar para ver cómo rascar la olla. Por ejemplo, lo que pasó
con Riff fue un bochorno. Bueno, y antes
de eso, lo de Los Violadores que, en
un sentido, terminó siendo un poquito bochornoso, también. Me parece que es
como no poder dejar atrás lo que se fue. En mi caso, que escribo sobre rock
pero me especialicé puntualmente en el heavy metal, celebro que Almafuerte no se haya vuelto a juntar y
no se junte nunca más. Eso es lo más sano que les puede pasar a los músicos. Al
Tano Marciello, por ejemplo, que es
para mí el mejor guitarrista que tuvo nuestro país en los últimos 25 años, le hizo
bien la separación de Almafuerte porque puedo mostrar su música, mostrarse él
y, por otro lado, despegarse de la decadencia de Iorio, también. Hay bandas que,
sanamente, se separaron como le pasó a Attaque
y que frenaron a tiempo. Frenar a tiempo o de manera abrupta pero frenar y
asumir que duró lo que tenía que durar y está bien que así sea.
Y, como decíamos antes, el fenómeno de David Lebón funciona porque es mainstream. Le dieron un Gardel de Oro a un disco de reversiones y eso…
Claro, es un refrito pero estamos en la
época del refrito. Estamos en una época donde se dice que ya se hizo todo. Después
está la crítica a aquellas bandas que hacen siempre lo mismo. Pero, si lo
pensás, son bandas que no se traicionan no que hacen siempre lo mismo, que encontraron
el deseo ahí y no se traicionan como pasa con la 25, con Ojos Locos… Algo
de esto dicen Daniel Talio y Celeste Semcoff en un ensayo de este
libro. Hay bandas que no tienen por qué correrse de su propia historia. Cuando no
te da la nafta o no tenés qué decir, empieza el refrito. Nebbia lo hizo hace un par de años. Ahora se celebran los 25 años
de tal disco, los 30 años de tal cosa… 85 mil veces La Biblia, de Vox Dei.
Pero eso aunque tenga actualidad no es algo novedoso. La novedad es lo que no
se vio en su momento porque el mainstream o las productoras no lo permitieron o
porque para los ojos de la cultura no era conveniente. Por ejemplo, hay bandas
que murieron tempranamente y que hoy, lamentablemente, no se pueden juntar con
todos sus integrantes. Por ejemplo, en Todos
Tus Muertos se murió Gamexane y
no lograron la reunión de una gran banda que en su momento fue fundamental para
toda una generación pero creo que tenían un techo al que todavía no habían
llegado y se cortó ahí. Entonces, es bueno volver a aquellas bandas que fueron
vitales en una época. Otro ejemplo son Los
Encargados. Ahora salió un libro lindo, de la editorial Vademécum, sobre Don Cornelio y La Zona que fue una banda
que murió para que naciera algo que para mí fue superior, Los Visitantes.
Me vienen a la mente grupos como Los Pillos, banda de culto.
De culto, claro, pero de culto que no
están en la historia mayúscula del rock argentino. Olvidate. Ahí vos te das
cuenta y decís “esto no puede ser”. También, hay un cierto ensimismamiento de editoriales
que respeto pero de las que me distancio como el Gourmet Musical, que quieren
todo, todo lo nichean, viste. Todo
tiene su historia, ahora todos abren y clausuran todo. Eso es trabajar con lo mainstream, excepto algunos libros
interesantes que salieron como el de Gito
Minore sobre la faceta electrónica de Cerati.
Ahí está el hueco. Me parece interesante sacar el Cerati de Soda y empezar a pensar en ese artista
que cruzaba la cordillera de un lado para el otro y que formaba espacios desde
otros circuitos, en su agenciamiento con Melero
y de ahí en adelante toda una proto historia. También, lo que hace [Norberto] Cambiasso con los dos libros de Vendiendo
Inglaterra por una libra. Porque eso es pensar o mover el ojo hacia un
lugar que no estaba trabajado, y avanzar hacia ahí. Con Oscar hicimos eso. Dijimos:
“che, el rock argentino hasta el 83 está híper laburado. Miguel Grinberg, [Carlos]
Polimeni, Fanjul, Pujol, miles.
Pensemos del 83 en adelante en aquellas bandas que no están tan trabajadas” Justamente,
tengo una obsesión con los 90 porque me parece que, sobre todo la segunda mitad
hasta el 2001, un montón de bandas quedaron trabadas y no pudieron superar la
profunda crisis que tuvo lugar en ese año.
Hay una parte del libro que habla de tango…
Sí, aparece en el capítulo que escribe Carla Daniela Benisz porque habla sobre
orquestas. Pero no solamente de tango. Ahí se aborda a La Delio Valdéz, La Fernández Fierro, Las Taradas, una orquesta de señoritas.
O sea, también, porque volvió el bolero o el tango al rock como el folclore, en
el caso de Los Mutantes del Paraná,
por ejemplo. Entonces hay bandas que se conforman a partir de la noción de orquesta.
Hace tiempo que el rock rehabilita al tango aun con productos que detesto como Bajofondo. Todo lo que Santaolalla toca, es para destruirlo. En
esos productos, el rock rehabilitó y
renovó, también, la escena. Porque hay muchos tangueros que vienen del palo del
rock, como Cucuza Castiello aunque no,
necesariamente, hagan rock. El tango se rockerizó, si lo querés ver así. Eso es
celebrado pero me parece que es un periodo que ya está agotado. Me parece que
después la orquesta se forma dentro de un espacio latinoamericano, a escala
continental como La Pequeña Orquesta Reincidentes
que es la banda fundamental que trabaja Carla Daniela Benisz en ese ensayo que
está muy bien.
¿Qué viene después de este libro? Porque vos dijiste, esto es una trilogía, termina acá… ¿Y qué vendría después? Porque el SPERAC va a seguir.
Sí. El grupo del seminario va a seguir y
va a seguir la escritura que es vital para que el grupo continúe vivo y para
que avance. Sin embargo, me parece que todo espacio de escritura necesita
oxígeno y en estos últimos años, sobre todo del 2014 para acá, he publicado
mucho y muy vertiginosamente. Así que creo que viene un momento de respiro, de
amplio respiro para poder leer el presente, también para poder ver hacia dónde
van los movimientos y para ver, efectivamente, si estas tesis que nosotros venimos
sosteniendo se comprueban o no. Creo que uno tiene que desmentirse
permanentemente, y cuando digo desmentirse me refiero a poner en crisis aquello
que ha sostenido en un momento determinado para no creársela y quedar como un
estúpido diciendo “soy vanguardista”. No, no. Creo que hay que re visionar. Si Contra la moderación revisa las tesis de
La campana de la división y La campana de la división revisa las
tesis que habíamos pensado con Oscar Blanco en aquel 2006-2007 cuando empezamos
a escribir sobre las letras del rock en la Argentina, me parece que en la
contemporaneidad hay que oxigenarse. Esa velocidad de la que hablábamos antes,
hay que frenarla, dejar pasar unos años en los que la escena, también, se pueda
reordenar para ver hacia dónde va. Creo que hoy ella está muy viciada por
ciertas tendencias y me parece que más que nunca hay que volver para atrás y ver
en esas historias del rock argentino qué es lo que quedó. Hay un gran libro de
rock sinfónico argentino, que salió por Disconario, que es una editorial por la
que he publicado. Ese libro que hicieron Miguel
Ángel Dente y Daniel Ferrero me
pareció una gema. Miguel hace un trabajo de dirección genética, de mirar para
atrás. Creo que hay que hacer ese tipo de laburo. A mí no me sale, yo necesito
intervenir. De todas formas, creo que hay que volver a esas bandas que fueron vitales
para una época, para crear una escena pero que por otro lado, no tuvieron
prensa ni eco. Es decir que, adelantados cinco pasos de su presente, se
agotaron. En algunos casos, se extinguieron y en otros casos, mutaron a otra
cosa. Me parece que hay que volver al origen y desde el origen pensar aquello
no leído para construir desde ahí. Creo que la fuerza del SPERAC para leer su
propio presente se agotó y ahora, hay que tomar una distancia muy larga. Con lo
cual si volvemos a intervenir/escribir dentro de un par de años, tiene que ser
a partir de los agujeros del pasado que la cultura no quiso o no pudo leer.
Emiliano Acevedo
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