lunes, 8 de mayo de 2023

ANTI - ACADEMIA DE ROCK, entrevista a Emiliano Scaricaciottioli



En 2022, el sello Clara Beter Ediciones lanzó Contra la moderación. Del Rock mayúsculo a la bifurcación de senderos, un trabajo que apoya sus bases en la investigación y en el análisis para ofrecer un conjunto de ensayos de crítica política de la cultura.

El libro incluye once capítulos en los que se analizan problemáticas que atraviesan al rock en la actualidad y a través de diversas vías propone seguir discutiendo a este género musical cuya importancia a nivel social y cultural no ha perdido vigencia.

Este volumen fue compilado por el licenciado y profesor en Letras Emiliano Scaricaciottioli, quien forma parte del Seminario Permanente de Estudios sobre Rock Argentino Contemporáneo (SPERAC), un espacio académico nacido hacia fines de 2018 como una propuesta de indagación y abordaje, de intercambio y discusión sobre los que nos apasiona, el rock.

Así, les presentamos la interesantísima charla que mantuvimos con Scaricaciottioli sobre este nuevo material.

ENTREVISTA> Este libro completa una trilogía, ¿no?

Sí, el primero fue Las Letras de Rock en la Argentina que publicamos, en 2014, con Oscar Blanco por Editorial Colihue. Ese primer trabajo, cuyo recorte abarca de 1983 a 2001, fue producto de algunos seminarios que estábamos dando, también, acá en [la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en] Puán para la carrera de Letras pero viene de un recorrido de investigación que se inició en el año 2006. Ese libro rompió con lo que se venía haciendo en crítica cultural de rock que era más un análisis sociológico y periodístico. Nosotros, en cambio, la encaramos desde un punto de vista literario y ensayístico.

El segundo libro, La Campana de la División, salió por Clara Beter bastante tiempo después, a fines de 2020 o comienzos del 2021, con el afán de continuar aquel trabajo que había llegado hasta el 2001, y tomando como punto de inflexión ese año por lo que significaba el Siglo XX, nos propusimos observar el período que va hasta el 2015 aproximadamente, y la llegada del Macrismo.

Este trabajo se hizo con parte del equipo de investigación que habíamos conformado con Oscar en aquel momento y con otros investigadores independientes con los que había trabajado en algún momento. En el proceso de elaboración de ese libro, propongo hacer un seminario permanente de estudios sobre rock que tenga una pata en publicación y que pueda hacer actividades de educación, de extensión también. Así se forma el SPERAC. Algo parecido al proyecto que vengo llevando adelante con el GIHMA [Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino], desde hace 10 años. Son proyectos que tiene varias patas: publicación, escritura asidua, trabajo interdisciplinario. La única diferencia es que en el SPERAC toda la gente que participa salió de la carrera de Letras, o ha pasado por mis aulas como docentes, o hemos hecho otros proyectos juntos en algún momento. Así que ahí se crea el SPERAC, a fines de 2017, comienzos de 2018, cuando empiezo a cranear La Campana… después de aquel libro iniciático que hicimos con Oscar. Contra la moderación, abarca del 2015 los últimos 5 años que es algo que no suelo hacer porque creo que hay que tener cierta distancia con el objeto de estudio.

¿Cómo se fue gestando este trabajo?

El grupo de investigación, la segunda camada del SPERAC, arranca a escribir a fines de 2019 y, lamentablemente, enseguida sobrevino la pandemia pero no frenamos nunca, lo cual fue algo muy sano y alocado al mismo tiempo. Es decir, seguíamos reuniéndonos virtualmente y auto gestionándonos. Hasta ese momento funcionábamos dentro de ámbitos académicos pero no hacia afuera. El SPERAC, como tal, empieza a tener redes en el 2021 por eso, también, sale este libro, que para mí es superior al resto de la saga, y el más traumático, el más jodido, el más peleado como escuela de escritura porque siempre digo que nuestro espacio es una escuela de escritura.

Y un verdadero proceso de aprendizaje, también…

Sí, aunque ahora nadie quiere aprender nada. O sea, la gente tiene como una especie de reduccionismo a la miseria, ¿no? Nadie quiere formar parte de ningún espacio. Mientras menos identificación haya, mejor.  Y aparte todo el mundo quiere ser vanguardia, en ese sentido. Para mí la única escuela de escritura que hay son todos los grandes maestros con los que he aprendido, a muchos los nombro en el libro. De la vieja camada: Nicolás Rosa, David Viñas, el propio Horacio González. De la nueva, mis contemporáneos: Laura Estrin, el propio Oscar Blanco, Christian Ferrer, Néstor Perlongher, también. Es decir, tipos que forman parte de esa generación que uno siente más cerca… Me formé con esa camada de escritores de la [revista] Cerdos & Peces entre la que había ensayistas de la puta madre, ¿no? El propio Enrique Symns, aún con cierta distancia en todo sentido. La irreverencia de esa generación, y de esa revista en particular, para mí fue mucho más fuerte que Expreso Imaginario, Pelo, etc. Creo que esas Cerdos & Peces marcaron. Habría que mirar esa revista como un punto de inflexión porque eso, también, forma parte de la historia del ensayo o de la crítica cultural que uno quiere.

Sería escribir para que duela, una escritura que no complace…

Es una escritura chota. Habrá quien encuentre placer en la escritura, para mí la escritura refiere a todo lo contrario. Laura Estrin, ensayista y poeta argentina, una gran amiga y maestra dice: “La vida es una mierda, escribir te hace un poquitito más feliz…” Aún en el dolor de escribir.

Sumado a esto, se me ocurre que debe haber sido difícil escribir  durante la pandemia…

Fue tortuoso. Pero cuando empezó la época del aire libre nos empezamos a juntar en terrazas para terminar de darle la vuelta de tuerca. Finalmente, después de mucho transitar, salió en septiembre de 2022. La editorial Clara Beter apostó a que se publicara este libro y le puso mucho el cuerpo y el bolsillo, también. Este material tiene ilustraciones de Tamarah Heyob que es una tatuadora francesa, fotografías de Andrea Meikop.

La tapa del libro es muy potente visualmente…

Sí. La ilustración de tapa, que hizo el ilustrador Faka Giglio, es Charly cayendo con otros. Está muy buena. O sea, fijate que está cayendo con Pappo, con Palo Pandolfo, con Pity, con Juanse… está cayendo con otros porque es como la gran caída de las referencias, el ocaso de los ídolos. Una escena que, al menos yo, observo. Considero que, si bien el rock no está agotado, la bifurcación de senderos a la que refiere el título del libro como concepción sobre el rock contemporáneo, tampoco sé si es rock. Creo que el rock está mixturado con otras músicas y con otras expresiones que han mutado en otra cosa.

¿Cómo es eso?

Creo que, a veces, es forzado llamar rock a algunas poéticas. Es decir, con el afán que no muera, mantenemos la denominación para que siga vivo. Tenés el cadáver ahí, y vos decís “pero suena igual, suena bárbaro”. Sí, pero ¿cuánto hace que lo tenés con electroshock y enchufado a 220 para que no muera? Hay expresiones, por ejemplo, que están en este libro dentro del rock, que para mí, claramente, no lo son y no es que no lo son por una concepción nostálgica o conservadora sino porque quieren ser otra cosa. Como el trap, por ejemplo, que quiere ocupar espacios del rock pero siendo otra cosa.

En este libro se celebra la división sin dejar de alertar al mismo tiempo que esa división, esa fragmentación, esa atomización gigantesca, no genera colectivos de identificación, genera colectivos de miedo, de abroquelamiento, en algunos casos de corrección política, en otros, de arrojo, sí, esto es interesante pero son ganados por el mainstream rápidamente. Entonces, desconfío un poco de que cualquier cosa que se atribuya el mote de rock, lo sea. También, desconfío del vejestorio que dice “rock es Bowie”, rock es esa imagen de Keith Richards tomándose una birra en el balcón, que me encanta pero tampoco quiero quedarme con eso. Así que estamos en un momento de división de aguas.

¿Cómo diagramaron el libro? ¿Cómo fueron delimitando los objetos de estudio?

En el libro anterior lo que habíamos sostenido era que no se podía mapear al rock argentino en la contemporaneidad y por eso, habíamos trabajado con autores o en con la categoría de autor. En este, había que tratar de meterse con los “géneros” que nosotros denominamos poéticas o cajas. Entonces se pensó en una lista de géneros que se desprendieron del rock. Y a partir de eso se planteó una consigna muy básica que fue tomar una caja y ver qué es lo que pasa dentro de ella, tomar un género y ver qué es lo que sucedió en los últimos cinco años con su historia, su genética, con su ADN, los linajes, las facciones que se van dando y cómo se llega al presente.

Hay trabajos de escritura colectiva, también…

Sí, hay trabajos a cuatro manos, como en el GIHMA, por eso tardamos en terminar el libro. Obviamente, había algunos investigadores que ya venían con ciertas ganas de trabajar con un género en particular y, como siempre decimos, tenemos que tener estómago amplio y laxo. Acá no producimos por una noción de gusto. Nosotros nos metemos adentro de una caja y trabajamos con eso: ir a recitales, transitarlos, patearlos, escuchar muchísimo, leer muchísimo, meterse. En principio, cada uno trató de elegir el género que más le interesaba para poder abordarlo. Después, a partir de ahí, obviamente, quedaron muchos géneros afuera. Por ejemplo, la música electrónica, que estaba muy agenciada con el rock y que vendrá en algún próximo capítulo. Hay varias cajas mayúsculas que quedaron afuera. Pero la gran mayoría que están acá está bien que estén. Y eso fue lo más genuino. Uno podría decir que hay cajas que están agonizando: como el blues, el punk… No, se pueden construir en nichos pero no están agonizando.

¿Cómo sería?

Si algo estuviera agonizando habría que pensar en el rock en general pero no. Tampoco hay ningún género o subgénero o poética dentro del rock que esté descollando. Lo que está claro es que todos se abrazan al trap como si fuera un salvavidas en medio del océano para poder sobrevivir. Y a mí me parece un grave error porque borra las veredas y construye la fantasía de un imaginario comunitario que se auto protege, de cuidado, de la demonización a Cromañón, de la demonización a las “cuevas”. Mirá, el 13 de julio pasado, que fue el Día Internacional del Rock, nos invitaron a una charla en el espacio cultural Jungla, en Capital Federal, y si hay algo que sostengo es que Cemento fue vital. Cemento y Arlequines fueron espacios importantísimos para mi configuración identitaria, para mis peleas identitarias, para vivir lo alternativo entre fines de los 80 y comienzos de los 90. Yo me formé ahí. Reivindico las cuevas. No las cuevas porque éramos menos. Las cuevas porque vos en una misma noche en Cemento veías tocar a Hermética, a Todos Tus Muertos, y capaz que tenías a [Francisco] Bochatón haciendo algo y más tarde, no sé, aparecía Fabiana Cantilo. Todo en la misma noche.

O en el Roxy…

En el Roxy, ¡sí! O sea, lo que falta hoy es circuito. El circuito actual lo construyen las grandes marcas. Entonces, se perdió la ritualidad porque se perdió el cuerpo. Lo tecnovisual perdió el cuerpo. Y ese es el gran problema del presente, ya no sólo del Rock sino a todo nivel. Hoy en día pensar una banda en ausencia del cuerpo, pensar un recital en ausencia del cuerpo, es un problema. Lo vimos durante la pandemia. Eso fue el streaming que, al mismo tiempo, implicó una solución para muchas bandas que murieron en el camino y para muchos músicos. Pienso en los músicos que perdimos. En Willy Crook, en Palo Pandolfo, en Pato Larralde, en Rino Raffanelli… Y otros antes, como en el caso de Gabo Ferro. Y eran tipos que estaban en un momento de una madurez interesante… El mismo Bin Valencia, el baterista de Almafuerte. Y bueno, así va cayendo, también, una generación que estaba en cierto zenit.

Me gustó una frase que dijiste en la presentación del libro: “Escribimos, pero no porque estamos aburridos”. ¿Contra quién es eso? ¿Contra el periodismo especializado?

No, es contra del efecto de cientificidad. Contra los boludos que ganan becas y hacen seminarios de posgrado en las universidades y meten al rock porque están aburridos. Después hay un periodismo berreta. Hay un sector FSOC berreta que le saca jugo a la piedra para hacer un nicho. Nosotros no hacemos esto para llenar líneas del currículum vitae. Eso es lo que la gente no entiende. ¿Sabés lo que nos cuesta explicar la propuesta? Para el “académico”, el rock debería ser un objeto de estudio distanciado, que hay que analizarlo, que hay que desmembrarlo, desmenuzarlo, ¿no? Lo puede ver con frialdad, no se involucra. Vive en esa distancia, en esa proxemia permanente. El periodista especializado está necesitado del enciclopedismo, lo sabe todo, lo conoce todo… Es Pierre Menard, ¿no? O sea, no olvida nada. Y con eso le basta. Con todo mi respeto a grandes maestros como Alfredo Rosso, Claudio Kleiman, ellos no hacen lo mismo que nosotros. No es que estamos aburridos del periodismo y entonces dijimos, “bueno, vamos a hacerlo nosotros”. Escribir es un ejercicio de la pulsión de vida y de muerte al mismo tiempo. Entonces, no es para hacer un seminario y una beca o para crear un espacio de reivindicación dentro de la universidad. Yo reivindico a la facultad que crea el under. En una época la facultad era el under. Ahora la facultad es un espacio alejado de la calle y lleno de clichés. Cuando estaba hablando de eso, me estaba refiriendo a la cultura de la cancelación, a estos sectores políticamente correctos a los que les conviene ahora… El [libro] Charly Queer. ¿Qué boludez es esa? ¡Por favor! A cómo ciertos sectores, de esa vanguardia progre, necesitan levantar a alguien, a algún muerto, a alguno de los que se están muriendo, de los que están cayendo para decir: “pero este queda vivo, este era sano, loco”. ¿Sano de qué? Eso del rock con profilaxis a mí me da por el quinto forro de las pelotas. Pero bueno, a eso me refería.

¿Cómo dialogan entre sí los capítulos del libro?

A veces, hiper vinculándose porque cuando uno habla del punk, del hardcore punk, o del metal cristiano, por ejemplo, hay zonas de diálogo. A veces son ejes: el cuerpo, la muerte, el baile. Ejes a través de los cuales los capítulos van dialogando entre sí. Y a veces no sé si hay diálogo. Creo que son como mantras, por eso todos los ensayos tienen una imagen de ingreso y una imagen de salida realizadas por Tamarah Heyob. Y más que dialogando, a veces, están discutiendo. Cada capítulo está armando un rancho, ¿viste? Yo te decía lo de las veredas… Bueno, cada capítulo está armando una vereda. No voy a decir que todos los capítulos están ecualizados. No creo que pase eso. Creo que cada capítulo es una guerra, una gramática de la guerra diferente. Cada uno mantuvo una guerra con sus propios demonios como escritor y una guerra al mismo tiempo contra lo que te dicen que es el género. Cada uno la fue llevando y viviendo en su propio cuerpo, también, en su propia escritura. Hay escrituras que son un poco más livianas y otras que son más violentas, más verborragicas.

Es muy superadora la idea que el libro plantea sobre cómo se reconfigura el rock a partir de ahora y no se queda solo en la premisa que ha muerto…

La idea es ver cómo se vuelve a escribir permanentemente, cómo se vuelve a llenar ese axioma rock. Qué se descarta, qué se suma, qué se sostiene, permanentemente. Creo que es una acción vertiginosa. El rock más que ir hacia adelante va, fuertemente, en picada. Y en ese “ir en picada”, a veces, como decía Simon Reynolds, retromaníacamente mira por el espejo retrovisor y dice: “uy, mira todo lo que nos perdimos…”, y reescribe lo que ya pasó como si fuera una verdad. Me parece que estamos viviendo un momento en el que nos gusta mucho el pasado, me incluyo. No creo que sea un error mirar el pasado para pensar el presente, al contrario. El error es ganar siempre el futuro sin mirar el pasado. Solo ser vanguardia porque creo que muchas vanguardias están atrás. Eso es algo lindo que permite este libro: Hacer un recorrido por bandas o por autores que de repente no tuvieron el lugar dentro de la historia de sus géneros. En ese sentido, fueron bastardeados o ninguneados por la propia crítica musical, por la propia sociología de la música. Entonces, en el libro, se habla muy poco de Charly, de Juanse, de Iorio. ¿Por qué? Porque una política que tiene el SPERAC es la del parricidio. Es decir, desprenderse de las grandes referencias. Si no matamos a los padres, simbólicamente, quedamos fagocitados detrás de su historia. Hoy en día, pasa que escuchamos un montón de bandas o artistas que suenan o quieren sonar igual. Un gran referente en el plano de la producción musical, Alejandro Taranto, dice algo que considero vital: desapareció la figura del productor. Hoy, el productor no es músico si no que es un CEO de una compañía musical. Entonces al desaparecer los grandes productores desaparecieron las grandes diferencias, también. Es decir, que al escuchar un álbum uno pueda darse cuenta la mano de qué productor está por detrás. Bueno, me parece que esa generación que es la generación de los productores se fue perdiendo y al irse perdiendo, también, se va agotando cierto frenesí que tenía el rock.

También veo otra tendencia que consiste en apuntar al single, en busca del éxito inmediato, y no a la obra.

Esto que señalás es brillante. ¿Quién escucha hoy un disco de punta a punta? ¿Qué banda piensa en la obra? Podríamos decir que una banda como Divididos piensa en una obra pero piensa en su obra entera. Dentro del rock siempre estuvo la idea de “pegarla” que era que pasen tus temas en la radio, y después te hacían una nota o salía algo sobre vos en otro medio. Pero lo que “pegaba” era el disco. Los discos eran lo que marcaban un antes y un después. Cuando pienso en  2001, pienso en discos como Jessico de Babasónicos; Efecto Tequila de Lethal Silver Sorgo de Spinetta; Intoxicados con ¡Buen Día!… Estoy pensando en discos puntuales que marcaron época y ahora estamos pensando en canciones. Bueno, eso tiene que ver con la tendencia actual: la playlist.

Sí, un poco lo que me decías del rock subiéndose al terreno del trap…

Claro. En el libro, el ensayo de Celeste Semcoff marca este punto. De ese capítulo, mi conclusión es que el trap no forma parte del rock, forma parte de una tendencia hegemónica e irreversible sin duda. Ahora, ¿por qué el rock ha buscado o, en todo caso, sigue buscando en el trap cierta trascendencia? Vos fijate que estamos, también, en la época de la vuelta de grandes bandas. O sea, desde Lebón y compañía a bandas que se volvieron a juntar para ver cómo rascar la olla. Por ejemplo, lo que pasó con Riff fue un bochorno. Bueno, y antes de eso, lo de Los Violadores que, en un sentido, terminó siendo un poquito bochornoso, también. Me parece que es como no poder dejar atrás lo que se fue. En mi caso, que escribo sobre rock pero me especialicé puntualmente en el heavy metal, celebro que Almafuerte no se haya vuelto a juntar y no se junte nunca más. Eso es lo más sano que les puede pasar a los músicos. Al Tano Marciello, por ejemplo, que es para mí el mejor guitarrista que tuvo nuestro país en los últimos 25 años, le hizo bien la separación de Almafuerte porque puedo mostrar su música, mostrarse él y, por otro lado, despegarse de la decadencia de Iorio, también. Hay bandas que, sanamente, se separaron como le pasó a Attaque y que frenaron a tiempo. Frenar a tiempo o de manera abrupta pero frenar y asumir que duró lo que tenía que durar y está bien que así sea.

Y, como decíamos antes, el fenómeno de David Lebón funciona porque es mainstream. Le dieron un Gardel de Oro a un disco de reversiones y eso…

Claro, es un refrito pero estamos en la época del refrito. Estamos en una época donde se dice que ya se hizo todo. Después está la crítica a aquellas bandas que hacen siempre lo mismo. Pero, si lo pensás, son bandas que no se traicionan no que hacen siempre lo mismo, que encontraron el deseo ahí y no se traicionan como pasa con la 25, con Ojos Locos… Algo de esto dicen Daniel Talio y Celeste Semcoff en un ensayo de este libro. Hay bandas que no tienen por qué correrse de su propia historia. Cuando no te da la nafta o no tenés qué decir, empieza el refrito. Nebbia lo hizo hace un par de años. Ahora se celebran los 25 años de tal disco, los 30 años de tal cosa… 85 mil veces La Biblia, de Vox Dei. Pero eso aunque tenga actualidad no es algo novedoso. La novedad es lo que no se vio en su momento porque el mainstream o las productoras no lo permitieron o porque para los ojos de la cultura no era conveniente. Por ejemplo, hay bandas que murieron tempranamente y que hoy, lamentablemente, no se pueden juntar con todos sus integrantes. Por ejemplo, en Todos Tus Muertos se murió Gamexane y no lograron la reunión de una gran banda que en su momento fue fundamental para toda una generación pero creo que tenían un techo al que todavía no habían llegado y se cortó ahí. Entonces, es bueno volver a aquellas bandas que fueron vitales en una época. Otro ejemplo son Los Encargados. Ahora salió un libro lindo, de la editorial Vademécum, sobre Don Cornelio y La Zona que fue una banda que murió para que naciera algo que para mí fue superior, Los Visitantes.

Me vienen a la mente grupos como Los Pillos, banda de culto.

De culto, claro, pero de culto que no están en la historia mayúscula del rock argentino. Olvidate. Ahí vos te das cuenta y decís “esto no puede ser”. También, hay un cierto ensimismamiento de editoriales que respeto pero de las que me distancio como el Gourmet Musical, que quieren todo, todo lo nichean, viste. Todo tiene su historia, ahora todos abren y clausuran todo. Eso es trabajar con lo mainstream, excepto algunos libros interesantes que salieron como el de Gito Minore sobre la faceta electrónica de Cerati. Ahí está el hueco. Me parece interesante sacar el Cerati de Soda y empezar a pensar en ese artista que cruzaba la cordillera de un lado para el otro y que formaba espacios desde otros circuitos, en su agenciamiento con Melero y de ahí en adelante toda una proto historia. También, lo que hace [Norberto] Cambiasso con los dos libros de Vendiendo Inglaterra por una libra. Porque eso es pensar o mover el ojo hacia un lugar que no estaba trabajado, y avanzar hacia ahí. Con Oscar hicimos eso. Dijimos: “che, el rock argentino hasta el 83 está híper laburado. Miguel Grinberg, [Carlos] Polimeni, Fanjul, Pujol, miles. Pensemos del 83 en adelante en aquellas bandas que no están tan trabajadas” Justamente, tengo una obsesión con los 90 porque me parece que, sobre todo la segunda mitad hasta el 2001, un montón de bandas quedaron trabadas y no pudieron superar la profunda crisis que tuvo lugar en ese año.

Hay una parte del libro que habla de tango…

Sí, aparece en el capítulo que escribe Carla Daniela Benisz porque habla sobre orquestas. Pero no solamente de tango. Ahí se aborda a La Delio Valdéz, La Fernández Fierro, Las Taradas, una orquesta de señoritas. O sea, también, porque volvió el bolero o el tango al rock como el folclore, en el caso de Los Mutantes del Paraná, por ejemplo. Entonces hay bandas que se conforman a partir de la noción de orquesta. Hace tiempo que el rock rehabilita al tango aun con productos que detesto como Bajofondo. Todo lo que Santaolalla toca, es para destruirlo. En esos  productos, el rock rehabilitó y renovó, también, la escena. Porque hay muchos tangueros que vienen del palo del rock, como Cucuza Castiello aunque no, necesariamente, hagan rock. El tango se rockerizó, si lo querés ver así. Eso es celebrado pero me parece que es un periodo que ya está agotado. Me parece que después la orquesta se forma dentro de un espacio latinoamericano, a escala continental como La Pequeña Orquesta Reincidentes que es la banda fundamental que trabaja Carla Daniela Benisz en ese ensayo que está muy bien.

¿Qué viene después de este libro? Porque vos dijiste, esto es una trilogía, termina acá… ¿Y qué vendría después? Porque el SPERAC va a seguir.

Sí. El grupo del seminario va a seguir y va a seguir la escritura que es vital para que el grupo continúe vivo y para que avance. Sin embargo, me parece que todo espacio de escritura necesita oxígeno y en estos últimos años, sobre todo del 2014 para acá, he publicado mucho y muy vertiginosamente. Así que creo que viene un momento de respiro, de amplio respiro para poder leer el presente, también para poder ver hacia dónde van los movimientos y para ver, efectivamente, si estas tesis que nosotros venimos sosteniendo se comprueban o no. Creo que uno tiene que desmentirse permanentemente, y cuando digo desmentirse me refiero a poner en crisis aquello que ha sostenido en un momento determinado para no creársela y quedar como un estúpido diciendo “soy vanguardista”. No, no. Creo que hay que re visionar. Si Contra la moderación revisa las tesis de La campana de la división y La campana de la división revisa las tesis que habíamos pensado con Oscar Blanco en aquel 2006-2007 cuando empezamos a escribir sobre las letras del rock en la Argentina, me parece que en la contemporaneidad hay que oxigenarse. Esa velocidad de la que hablábamos antes, hay que frenarla, dejar pasar unos años en los que la escena, también, se pueda reordenar para ver hacia dónde va. Creo que hoy ella está muy viciada por ciertas tendencias y me parece que más que nunca hay que volver para atrás y ver en esas historias del rock argentino qué es lo que quedó. Hay un gran libro de rock sinfónico argentino, que salió por Disconario, que es una editorial por la que he publicado. Ese libro que hicieron Miguel Ángel Dente y Daniel Ferrero me pareció una gema. Miguel hace un trabajo de dirección genética, de mirar para atrás. Creo que hay que hacer ese tipo de laburo. A mí no me sale, yo necesito intervenir. De todas formas, creo que hay que volver a esas bandas que fueron vitales para una época, para crear una escena pero que por otro lado, no tuvieron prensa ni eco. Es decir que, adelantados cinco pasos de su presente, se agotaron. En algunos casos, se extinguieron y en otros casos, mutaron a otra cosa. Me parece que hay que volver al origen y desde el origen pensar aquello no leído para construir desde ahí. Creo que la fuerza del SPERAC para leer su propio presente se agotó y ahora, hay que tomar una distancia muy larga. Con lo cual si volvemos a intervenir/escribir dentro de un par de años, tiene que ser a partir de los agujeros del pasado que la cultura no quiso o no pudo leer.

Emiliano Acevedo

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