Destacar
la importancia de Claudio Gabis dentro del panorama nacional de la música contemporánea
se hace innecesario. La gran cantidad de discos grabados por él en Argentina
(más de veinte) confirman las condiciones de un guitarrista que puede ser
considerado entre los propulsores de movimiento rock, allá por el año 67.
Seguramente no sospechó la trascendencia que adquirirían, con el paso del
tiempo, sus aportes a la música rock argentina. Su paso por Manal y La Pesada
simbolizan dos importantes páginas en la historia del rock local.
En 1975,
Gabis decidió abandonar el país, y se propuso nuevas e importantes metas, que a
lo largo de 1975 y 1976 desarrolló con óptimos resultados. Gabis (que ha estado
recientemente de visita en el país) recuerda su historia y explica el porqué de
aquella decisión, y la proyección que ha adquirido luego de su permanencia en
el exterior del país, en donde optó por estudiar en Estados Unidos, a la vez que
alterna su tiempo en una agrupación brasileña de jazz-rock.
ENTREVISTA: ¿Qué recordás de tus inicios en la música?
En
casa tenía un piano y, de vez en cuando, machacaba algo, pero sin dirección. Yo
tenía doce o trece años, y era la época de los bailes; en ellos escuchaba a Ray Charles, Trini López, Neil Sedaka…
la cosa era bailar. A partir de entonces empecé a entusiasmarme por la música
popular. En esa época, y no sé por qué, me interesé por un programa de radio en
que pasaban mucho jazz y blues. Cuando me relacioné con esa música, nueva para
mí, traté de encontrar contactos entre ella y la música popular. Me acuerdo de
que iba a la biblioteca Lincoln y pedía discos de jazz y blues, antiguos.
También empezaba a asistir a recitales de jazz y surgía una onda de música que
no entendía muy bien, pero me sentía dentro de ella. Luego, a los pocos años,
en el programa Modart en la Noche, me
puse en contacto con la música de Clapton
y Bob Dylan, y me supercopé. A
partir de esas tres vertientes; jazz, blues y folk, comencé a sentarme en el
piano con el deseo de sacar algo.
¿Querías
ser como Bob Dylan?
Claro.
También tenía una armónica, pero todavía no conocía el aparatito, para sujetarla
frente a la boca, así que la ataba con cinta durex al piano para tocar ambos
instrumentos a la vez. Yo tenía un amigo, en cuarto año del colegio, que tocaba
guitarra electica, algo que, en ese entonces, era alucinante.
¿Ibas
a ver grupos en esa época?
Sí,
iba a ver a Los In, Los Gatos Salvajes,
Los Shakers, y no a bailar… Los
Beatles ya habían tirado todas sus influencias que asimilaban, a su manera,
los músicos y los primeros grupos de aquí. Y a mí la música ya me interesaba a
un nivel superior, pero en La Cueva no podía entrar porque era menor.
¿Y
cuándo te decidiste por la guitarra?
Yo
le dije a un amigo que sabía tocar el piano: mentiras. Fui a su casa y
empezamos a sacar temitas; la cuestión era meterse en toda esa cosa nueva. Era
tal mi fascinación por su guitarra, que ahí decidí practicar con ese
instrumento. Además me llamaba la atención la importancia que tenía la guitarra
en todo ese movimiento nuevo; veía que la mayoría de todos los músicos que por
esa época mataban tocaban la guitarra. Entonces, indefectiblemente, tenía que
tocar guitarra eléctrica.
¿Cuál
fue tu primera viola electica?
Desarmé
una raqueta de tenis, le puse seis cuerdas hechas con líneas de pescar, y la
amplificaba por un grabador Geloso: por supuesto, el ruido era infernal. Más
adelante, para mi cumpleaños, mis viejos me regalaron una de verdad. Un pibe
del barrio me hizo el amplificador, y, a partir de ese momento, todas las
noches me las pasé practicando. Grababa la música que se escuchaba: Beatles, Dylan (Mike) Bloomfield. Un día
fui a Modart en la noche, porque
sentía que tenía que prenderme, que tenía que tener un acceso bien directo
hacia esa nueva expresión. En la audición tenían una serie de discos que no
utilizaban, y los pedí; a partir de ahí empecé a entender más toda esa cosa que
al principio me costaba comprender.
¿Cuál
fue tu primer grupo?
Yo
ya había armado mi primer conjunto, con un chico que se llamaba Daniel Armesto (que lamentablemente
falleció); él cantaba y tocaba armónica. También se habían prendido dos chicos
del barrio, y uno que tocaba teclados, Emilio,
ahora está estudiando en Rusia. Ese conjunto se autoproclamaba como el primer
conjunto psicodélico de Buenos Aires. Entre los discos que me dieron en Modart había uno de Hendrix y otro de Cream;
cuando los escuché por primera vez, te juro que no entendía nada. De inmediato
se los hice escuchar a los chicos del grupo, y tuvieron la misma reacción que
yo. Comprendí que eso era lo que quería hacer. Yo venía tocando despacito,
despacito, algunos temitas de blues, pero esos temas me dieron un empuje
tremendo.
¿Cómo
surge Manal?
Ya
estaba en contacto con Javier (Martínez), que tocaba en El Grupo de Gastón. Con Javier
decidimos que teníamos que meternos de lleno en el blues; por otra parte, el
único tipo que en esa época tocaba blues era Pappo. Yo conocí a Javier al poco tiempo de que La Cueva se
cerrara, entonces la actividad bohemia se concretó en el Di Tella, en el Bar
Moderno y en Corrientes. Yo ya frecuentaba a los músicos, y entre ellos se
encontraba el primer bajista de Manal:
Rocky. Lógicamente, Manal todavía no
existía. Alejandro, en esa época,
aún integraba Los Seasons. Lo que
planteábamos con Javier no existía; en esa época era solamente Beatles, y nada
más. Alejandro era el único tipo con talento que podía integrarse con Javier y
yo. Además, nosotros proponíamos algo absolutamente novedoso y revolucionario:
las canciones en castellano; Javier tenía una pila de temas hechos en español.
Nuestra primera intención fue la de hacer un cuarteto; teníamos una grabación
programada para CBS; pero CBS se perdió a Manal. La formación iba a ser:
Javier, Alejandro, yo, y Fanacoa,
que era un tecladista. Fanacoa también se la perdió. Nuestra propuesta era
hacer un repertorio mitad y mitad: James
Brown, Little Richard, soul, con material propio. Nos llamaban para tocar
en fiestas y nos denominaban La Ricota,
a propósito de Cream. En esa época
La Ricota ya era conocida entre los quintetos tipos del beat, y del amor y paz.
Surgió, entonces, nuestro primer contacto con Jorge Álvarez, que había venido de Estados Unidos con Pedro Pujó. Álvarez fue el primero que
vio la cosa; ninguno de los grandes productores de las grabadoras se dio cuenta
de que la cosa estaba por ese lado. Con una proposición tan clara de la parte
empresaria, y una respuesta tan fascinante como la nuestra con Manal, comenzó
nuestro compromiso musical. Teníamos que ponerle nombre al grupo; hicimos
varias reuniones y al final quedó Manal.
El origen, en cierto modo, es la palabra mano, de 'cómo viene la mano'. Un poco
fue un juego de distorsión de palabras, que era una costumbre de la época de La
Cueva. Así sucedieron las primeras fiestas y reuniones donde tocábamos, ya como
el trío Manal. Llegó luego el primer concierto; había sido preparado con una
gran pompa. Fue en la calle Corrientes. Era increíble que un conjunto de música
'beat' tocara allí. El teatro era el Apolo, y fue todo un acontecimiento: todo
el mundo fue a vernos. Desde aquel suceso, el 12 de noviembre de 1968, pasó un
año para que Manal grabara el primer disco.
¿Qué
balance hacés de ese histórico primer disco de Manal?
El
primer long play resume toda la primera época del trío, los recitales, y esa
ruptura de formalidad que impuso Manal al tocar en los cines, donde nunca se habían
presentado conjuntos. Nos trasladamos a Mar del Plata y tocamos en un boliche
que se llamaba Mandioca, con Los Abuelos
de La Nada. Vivíamos todos juntos en una casa; ¡las cosas que pasaron en
esa casa...! Supongo que el dueño todavía nos debe estar buscando, pobre. En
aquella casa vivían Manal, Los Abuelos
de la Nada, Pappo, Jorge Álvarez, Pedro Pujó, Tango. A Tanguito no lo queríamos dejar entrar; realmente era un gasto, era
muy bueno y todo, pero era un gasto. Tanguito era terrible, peligroso, uno no
podía dejar la guitarra porque él ya se la llevaba, y con ella pagaba un taxi.
En aquel verano Pappo estuvo tocando
con Manal, y existía la posibilidad de que formáramos un cuarteto, pero
finalmente no prosperó. Apenas llegamos a Buenos Aires, hicimos aquellos
famosos recitales en el Payró, junto con Almendra. No nos habíamos equivocado:
la cosa funcionaba, y Manal llegó a ser lo que Javier y yo nos habíamos
propuesto inicialmente. Un paso importante fue el festival Pinap, ahí realmente
nos impresionamos. La gente se subía al escenario mientras tocábamos, la gente
gritaba, los periodistas sacaban fotos; habíamos descubierto que realmente
llegamos. Después, lógicamente, llegó el período de asentamiento del grupo, la
mujer, la familia, el departamento.
¿Por
qué crees que se empezó a erosionar la estructura grupal del trio?
Es
que, de pronto, la bohemia ya no resultaba tan bohemia. Creo que ahí empezó el
desgaste de Manal, el desgaste de esa energía inicial que teníamos. Tal vez,
aquella vida libre y desprejuiciada se acababa; en cierto modo, se acababan las
noches y los días de constantes aventuras nuevas. Yo no me voy a olvidar jamás
del día en que tocamos en el festival Pinap y a Javier se le rompió la batería. Javier salió de la batería y se
puso a cantar con los palos en la mano, yo me sentía tan loco que dejé la
guitarra y empecé a tocar la armónica, y Alejandro,
para no ser menos, dejó el bajo y agarró mi guitarra. Fue tal el clima de
desenfreno, que creí que todos íbamos a terminar explotando. También recuerdo
cómo fue mi primer distorsionador, acá no había distorsionadores, no existían,
entonces yo distorsionaba con mi viejo grabador Geloso; el primer long play de Manal está grabado con ese
distorsionador. Al distorsionador lo llamábamos 'relajo', y al poco tiempo Kay (Galiffi, integrante de Los
Gatos) se compró un grabador Geloso exclusivamente para distorsionar, para
hacer el 'relajo'. Lo de Edelmiro y Spinetta era mucho más 'grosero': ellos
distorsionaban con radios Spica. Durante la última etapa de Manal, ya me sentía
aburrido, ya se había perdido todo eso que nos mantenía juntos y unidos a los
tres. Alejandro fue el que menos quería que se produjera la ruptura. Para mí la
separación significó libertad, y me propuse abrir mi panorama musical.
Junto a Jorge Álvarez |
¿Y
cómo sigue tu historia inmediatamente posterior a la separación de Manal?
Estuve
tocando con muchos músicos de jazz y experimenté cosas muy interesantes, pero
meterme en el jazz era, en cierto modo, destruir todo lo que había armado,
abandonar lo que había construido. Era el auge del rock pesado, era la época en
que los pibes querían escuchar solamente blues; ingresé a La Pesada. Antes de que eso ocurriera, había formado un grupo que
se llamaba Exú, en 1972. Antes de
Exú había armado una banda, con la que toqué en el segundo B. A. Rock, con Minichilo, Fumero, el trombonista de La Porteña Jazz Band, y Emilio, mi primer tecladista. Con ese
grupo hicimos algunos blues e inclusive un raga, pero al poco tiempo nos
separamos. Después me reencontré con Jorge
Álvarez y grabé Claudio Gabis y La
Pesada. Me entusiasmaba mucho la estructura de la Pesada; realmente había
músicos muy valiosos. Tengo recuerdos muy lindos de esa época; tal vez lo único
negativo que recuerdo fue aquel famoso recital del Luna Park, cuando se armó
ese terrible lío.
El
famoso “Rompan Todo”…
Parece
increíble, pero antes de empezar el recital, nosotros teníamos miedo, teníamos
el pálpito de que pasaría algo raro. Tanto es así que decidimos que nuestras
mujeres e hijos no concurrieran. Aquella noche fue tan rara, tan extraña (y
realmente hay momentos en que ni siquiera puedo acordarme de qué pasó), porque
todo sucedió demasiado rápido: las corridas, la desesperación, el nerviosismo...
fue horrible. Eso es lo único negativo que recuerdo de ese período. Después,
llegó la etapa de estudio, cosa que considero fundamental, no sólo para la
música, sino, para todo desenvolvimiento humano.
¿Qué
te motivó a dejar el país?
La
primera vez que me fui fue a fines del 72, a Brasil, donde permanecí seis meses
sin establecerme definitivamente pero intentándolo. Después, regresé al país y
estuve seis meses más, hasta que volví a Río de Janeiro, a vivir
definitivamente. Apenas comenzado el 76 fui a estudiar a los Estados Unidos. Las
motivaciones fueron de todo tipo: socio-político-económicas. En realidad, en el
plano de trabajo yo me sentía atado a todo lo que había hecho antes, y me parecía
necesario salir de aquí para ayudarme a evolucionar. Esto puede estar
equivocado, pero yo creo que me hizo bien irme para adquirir otras influencias
musicales, tocar con otras gentes, empezar un poco de nuevo para poder
evolucionar.
¿Cuáles
eran tus inquietudes artísticas de aquel entonces, y en que varían con respecto
a las actuales?
No
varían demasiado. Fundamentalmente, mis inquietudes eran las de ampliar el
campo de lo que hacía, no quedarme sujeto a un cierto tipo de música que me
limitaba. Como artista, yo sentía la obligación de ser lo más amplio posible, y
llevarme a mí mismo lo más lejos que fuera posible, en términos de crecer. Antes
de sentir todo eso yo tenía otras intenciones; me conformaba con definirme como
cierto tipo de músico y nada más. De pronto me di cuenta de que lo que quería
era llegar a ser, en definitiva, un artista, y no sentirme limitado. Tal vez el
error que haya cometido fue el de permanecer atado a un determinado tipo de música,
que termina por enquistarlo a uno. Creo que el final de Manal se produjo por ese motivo: cada uno de nosotros quería buscar
nuevos caminos, tocar otro tipo de cosas, conocer otras gentes, quería
ampliarse.
¿De
qué manera llevás a cabo la evolución musical a la cual le otorgás tanta importancia?
Yo
tengo una especie de filosofía que me lleva a tratar de realizar las cosas cada
vez mejor, para que sean cada vez más puras en el sentido estético, cada vez
más expresadas. Para ello trato de aprender y de volcar a la música que hago
más elementos, de introducirme yo a través de ella y sentirme bien.
¿Cuáles
han sido tus aportes concretos fuera del país?
En
Brasil tuve un plano de trabajo estrictamente profesional. Toqué con Ney Matogrosso, y el trabajo que hice
con él era interesante; no era nada pretensioso, pero me permitió tocar con músicos de primera línea, al mismo tiempo
que pude conocer a los mejores músicos de Brasil. Pude hacer algunas grabaciones
y formé una banda de jazz-rock, de excelentes músicos, con los que hice unos
trabajos muy buenos. Además, en Brasil hay algunas características especiales
con respecto a la música que se hace; allá se mantienen elementos propios de la
música brasileña, que es una música muy rica rítmica y armónicamente. Es importante
tener esa propiedad en cuenta, ya que permite que la música de un país, la música
propia de un país, se introduzca en otros países y en otros ritmos. Eso pasó en
Estados Unidos con la música centroamericana, y el ejemplo más claro es Santana. Esto nos lleva a pensar en lo
que pasa en nuestro país con respecto a la música que se produce. Yo creo que
es necesario poder rescatar los valores importantes de la música argentina para
poder darles universalidad. Piazzolla
logró hacerlo mediante el bandoneón. Yo no sé cuál es el problema ocurrido con
nuestro folclore; yo no sé si se ha estancado, o no ha evolucionado en la
medida suficiente como para que los jóvenes podamos rescatar elementos e
introducirlos a una música contemporánea, para realizar una música evolucionada
y argentina. Creo que es un problema grave no tener una influencia grande detrás,
que sea de tango o de folclore, que pueda copar la música que hacemos.
¿Te
sentís satisfecho con lo que recogiste y con lo que aportaste fuera del país?
Recién
ahora en Brasil tengo la posibilidad de aportar cosas más valiosas. La primera estadía
en Río no me permitió hacerlo, y durante el año pasado estuve estudiando en
Berklee. Berklee me permitió pulir y solidificar todo mi potencial musical. Ahora
estoy tocando con un grupo que me gusta mucho, que tiene una propuesta musical
muy interesante. Este grupo se llama Índex
y está compuesto por excelentes músicos; es un aporte que realmente me parece
valioso. Con este grupo pienso tocar un determinado tiempo y regresar luego a
los Estados Unidos para estudiar y tocar allí. En este país yo integré un grupo
que se llama Rio, pero la función que desempeñaba era la de permitirme ganar
dinero para solventar mis estudios. Con Rio interpretábamos temas de los Beatles, de Chick Corea o de otros compositores con arreglos nuestros;
realmente no era nada definitivo ni mucho menos pretensioso; solamente cumplía
la función de permitirme estudiar y estar tocando permanentemente. Esa experiencia
me sirvió para adoptar una forma de trabajo muy distinta a la que conocía; allí
todo se debe encarar con un profesionalismo extremo, allí nadie embroma con el
trabajo. Actualmente, en Brasil, con el grupo Índex, puedo desarrollar todo ese
aprendizaje que, por supuesto, no se va a estancar allí. Volveré a Estados
Unidos, seguiré estudiando, con la intención de no estancarme y apuntar cada
vez más alto.
¿Creés
que músicos o conjuntos argentinos tienen posibilidades de mercado fuera de
nuestro país?
Definitivamente
sí. Aquí hay mucho talento, gente realmente valiosa, y la calidad a nivel músicos
es óptima. Lógicamente, la diferencia con respecto a grupos extranjeros radica
en la parte técnica a nivel equipos, pero en los demás aspectos no. Aquí se
produce buena música, incluso muy superior a algunos grupos norteamericanos que
son un desastre y que sin embargo son los que más venden.
ESTA
NOTA SE COMPILÓ EN BASE A DOS ENTREVISTAS: Claudio Gabis, La Evolución Permanente
(Revista Pelo, Número 84, de marzo de 1977) y De Memoria (Revista Roll, número 4, abril de 1977)
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