Sin
lugar a dudas, es uno de los mejores y más versátiles tecladistas argentinos.
Desde muy chico se codeó con los más grandes exponentes del rock nacional. Pero
esto que escribo acá son tan solo palabras y la más pura verdad se hace
presente sólo en la música y es ahí, en ese momento mágico, cuando se destaca Juan del Barrio.
En verdad, es un placer escuchar cómo le da vida a una canción. Algo de eso
sentí, una vez, cuando lo vi tocar “Himno de mi Corazón” en un programa de
televisión, arropando al clásico del gran Miguel Abuelo de su propia esencia
musical.
Además
de su labor interpretativa y de composición, Juan se destaca por la forma en
que enseña a tocar el piano. Sus métodos innovadores -que incluyen la enseñanza
de armonía y recursos creativos- se basan en un aprendizaje personalizado que
le permite al alumno disfrutar, sin apuros, mientras aprende, algo que muchas
veces la enseñanza tradicional nos hace olvidar…
ENTREVISTA>
¿Cuáles fueron tus inicios en la música?
Nadie
sabe, a ciencia cierta y demostrable, cuáles fueron los comienzos de mi
relación con la música. Desde mi punto de vista, fue durante mi gestación, en
el vientre de mi madre, ya que ella era cantante lírica. Mis comienzos como
músico aficionado activo, fue a los 9 años, cuando mi padre me regaló una
guitarra de Antigua Casa Núñez. Dos años después, incorporé la batería, una
gran pasión, y finalmente a los 12, 13 años empecé en el piano.
Porque
en determinado momento en mi casa apareció un piano. Luego fui descubriendo en
él, una herramienta muy importante para la composición.
¿Cuál
es tu formación?
He
estudiado siempre con profesores. He tomado clases de música popular con Rubens
(Donvi) Vitale, el papá de Lito. He aprendido composición con Enrique Cipolla,
he visto algo de orquestación con Gabriel Senanes, y, por supuesto, toda la
auto investigación que hice permanentemente a lo largo de mi vida. Soy un tipo
muy curioso, siempre me gustó mucho leer libros y escuchar música. Creo que un
músico tiene que escuchar mucha música, porque eso –aunque no tengas formación académica-
te puede poner en el mismo lugar de excelencia igual al del que más haya
estudiado. Saber música, no necesariamente quiere decir tener una formación académica,
así como una formación académica no garantiza que sepas más de música.
¿Cuáles
fueron tus influencias musicales durante esos primeros años?
Música
clásica, Sandro, Palito, Johnny Tedesco,
Javier Solís, José Feliciano, The Beatles, Hermans Hermits, The Monkees, Los
Gatos, Conexión Nº 5, La Joven Guardia, Los Iracundos, Serrat, Santana,
Creedence Clearwater Revival, Almendra, Manal, Vox Dei…
¿Cómo
llegas a MIA? ¿Qué recordás de aquella experiencia?
A MIA llegás en un tren que va a
Boulogne, pero te bajás en Villa Adelina… (risas) MIA, agrupación de la que fui
fundador, fue para mí una plataforma experimental musical que me permitió
concretar públicamente mis primeras composiciones y performances, a través de
conciertos y discos. Compartí esta nutritiva experiencia con Nono Belvis y Daniel Curto (con quienes venía tocando antes, junto a Ricardo La Civita, y Ricardo Medina), además de Lito Vitale, Liliana Vitale, y el resto
de los integrantes de las diversas agrupaciones que conformaban MIA.
¿Y
cómo se les ocurrió fundar esa cooperativa?
Básicamente,
lo hicimos porque lo necesitábamos y porque fue posible hacerlo. Nuestra
necesidad era hacer una música que no encasillara con la de ningún sello
discográfico, por lo tanto hicimos nuestro propio sello, en un momento en que no
todo el mundo lo hacía. El que nos incentivó mucho en esta veta de la
autogestión fue Rubens, el papá de Lito Vitale, que era un tipo tremendamente
lucido y visionario. Pero no era un visionario delirante, para nada. Creo que Rubens
fue la persona de pensamiento más concreto y pragmático que conocí. Él había
tenido la experiencia de hacer teatro independiente, en su juventud. La
autogestión era muy habitual en los grupos teatrales, y él trasladó esa
experiencia a nuestras necesidades y así hicimos el sello Ciclo 3, el propio estudio y el teatro. En fin, una autogestión con
todas las letras.
¿Cómo
pensaban la música incluida en los discos de MIA?
Esas
eran experiencias colectivas, comunitarias. Por ejemplo, en Transparencias (1976) sacamos a la luz
una vertiente instrumental, encabezada por Lito y yo, más el Nono Belvis y
Liliana, la hermana de Lito. Íbamos haciendo todo en forma mancomunada,
probando diferentes cosas que se nos iban ocurriendo a cada uno de nosotros,
creando nuevas cosas a partir de eso. Los resultados eran inesperados, no
calculados. En ese tipo de composiciones no estaba para nada previsto como iban
a suceder las obras. Esa fue una experiencia sumamente enriquecedora para todos
nosotros.
Luego
te integras a Sr. Zutano, ¿por qué no pudieron redondear esa experiencia en un
disco?
No
sé por qué. Fue la primera banda de jazz rock argentina. La integramos Pomo (Héctor Lorenzo), Lito Epumer, Frank Ojstersek y yo. ¡Fue
una experiencia muy excitante! Para mí fue un mundo nuevo. Me costó asimilar el
jazz, un estilo musical caracterizado por virtuosas performances
interpretativas instrumentales, basadas en improvisaciones melódicas sobre
armonías previsibles. Yo venía del rock sinfónico, estilo musical que sigo
admirando, donde el potencial creativo está puesto en composiciones de cierta
complejidad armónica y formal, con pretensiones tímbricas sinfónicas.
¿Cuándo
te llama Spinetta para que te integres a Jade?
En
el año 1980. Fue la oportunidad de tocar a lo grande con músicos fuera de serie
como Pomo, Pedro Aznar, Lito Vitale,
Diego Rapoport, Beto Satragni, Frank Ojstersek y nada menos que Spinetta y todo su bagaje artístico, dramático y humano.
¿Cómo
fue la grabación de Alma
de diamante?
Luis
era muy exigente. Ensayábamos mucho tiempo, muchos días, muchas horas. En esa
época se grababa más en vivo. Sobregabando y todo eso, pero tocando la mayor
parte en vivo. Eso te exigía que tuvieras que rendir al 100% en ese momento, en
el estudio. Por lo que tenías que ir más preparado. Lo que más recuerdo de ese
disco fue la introducción que hice en el tema “Alma de diamante”. En realidad,
ya habíamos grabado todo y yo tenía que sobregrabar las cuerdas y los solos de sintes. Entonces, estaba yo solo en el
estudio, mientras todos los demás estaban en el control. Así, mientras Carlos Piris, el técnico de ION,
preparaba todo para grabar, yo iba probando cosas, sonidos de cuerdas,
etcétera. Así empecé a improvisar una melodía, con el sonido de cuerdas de
“Alma de diamante”. Luego me enteré de que Luis le pidió a Carlos que lo
grabara y que lo metiera como introducción del tema. Fue algo totalmente
espontáneo. Luis tenía esas cosas. En 2009, cuando tocamos en Vélez, en el
concierto de Las Bandas Eternas, me gustó
mucho poder volver a hacerlo, después de tanto tiempo. Hacer conscientemente,
el aporte que antes, sin pensar, le hice al tema…
¿Eras
amigo de Luis?
No,
nunca fui amigo de Spinetta. Nos veíamos, ocasionalmente, una o dos veces al
año. Sin embargo, el vínculo que generé con él fue muy fuerte. Y creo que esto
es algo que le pasó a mucha gente que trabajó con él. Creo que Marcelo Torres dijo una vez en un
reportaje, que una vez que entrabas al “Universo Spinetta”, era muy difícil
salir, porque quedabas en esa orbita. Es muy difícil que te alejes del todo.
Por eso, del show de las Bandas Eternas
rescato eso, que su invitación hacia mí se haya dado de una forma tan natural
como sorpresiva.
Fueron
un montón de ensayos, nuevamente…
Sí,
como dos meses ensayando, intensamente. Fue muy lindo ver como se preparaba ese
mega show, ver a todos los músicos participantes. Fue muy raro, también. Porque
yo estuve solo diez minutos en el escenario, pero para armar ese segmento,
estuvimos un montón de tiempo igual. Tanto Spinetta
como Miguel Abuelo eran personas
intensas, que les exigían mucho a sus músicos. Ambos eran personas con las que
uno generaba un tipo de vínculo que no se generaba con otras personas. Y a mí
me gusta esa intensidad, por más que yo no sea alguien habituado a eso.
En
su momento, le tuviste que decir que te ibas de Spinetta Jade…
Más
o menos, también se vivieron situaciones de mucho desgaste de todo tipo. No era
tan fácil laburar con Luis. Por momentos lo era, por momentos no; por momentos
se transformaba en un problema sin solución… (risas) Todos los músicos que
hemos tocado con él, salvo algunas excepciones, sabemos que éramos tan indispensables
como no, en sus bandas. Spinetta permanentemente estaba reciclando bandas,
cambiando músicos… Así que mi ida se dio en un momento que había habido algunos
roces, creo que debido más a diferencias energéticas que musicales. Tocar en
una banda como Spinetta Jade no era para cualquiera. No lo digo
peyorativamente, ¿eh? No alcanza con tocar bien un instrumento o ser buen
músico, tenés que tener otro tipo de conexiones también, no solo con él, sino
con el resto de los músicos del grupo.
En
una entrevista que le hice a Frank Ojstersek, compañero tuyo también en
Spinetta Jade, él me dijo que un poco se saturó…
Sí, te quemaba la cabeza. Luis era una persona tan intensa como exigente en
el buen sentido. Creo que Spinetta adoptó la música como un camino evolutivo en
su vida, y –como él estaba absolutamente entregado a ese camino- no podía correrse
ni un milímetro de eso. Él te invitaba a caminar ese camino, pero vos lo tenías
que vivir con la misma intensidad. Eso, a veces, generaba algunos
desequilibrios, porque, por supuesto, no todos somos Spinetta. Es muy complejo
de describir.
¿Qué
legado te dejó Luis?
Él
era un faro, para mí es el referente más importante de nuestro rock, por
conducta artística, compromiso… Creo que él era el músico que mejor hacía las
cosas. Él tenía en claro cómo debe moverse alguien tan volado como él, con
tanta creatividad, con tanta imaginación; como hace ese artista para vivir la
misma vida que vive todo el mundo, el resto de la humanidad.
Después
estuviste en Suéter…
Sí.
Suéter fue una gran (y mi queridísima) banda de pop, enriquecida y deformada
por Miguel Zavaleta, Jorge Minissale, El
Fleque Folino, Eduardo Rogatti, Gustavo Donés, Daniel Colombres, José Luis
“Sartén” Asaresi, Claudio “Pato” Loza, etcétera.
En
los años 2000 volvieron con la formación original, ¿cómo fue eso?
Eso
fue muy divertido. Volvimos a partir de un festival retro de los ochenta, organizado
por una compañía telefónica en Mar del Plata. Ahí tocaron Los Enanitos Verdes, Los Twist, Virus y Suéter. Nosotros nos habíamos juntado especialmente para tocar en
ese show, pero nos divertimos tanto y nos salió tan bien, que apareció una
persona que nos consiguió shows y así seguimos. Estuvimos tocando bastante,
entre el 2002 y 2007. Simultáneamente, participé de la banda de Hilda Lizarazu, en su disco Gabinetes de curiosidades. Con Suéter también
habíamos un terminado un disco tremendo con temas nuevos que sonaban bárbaros,
en donde ya habíamos apalabrado a los muchachos del grupo chileno La Ley para que se encargaran de la
producción. Pero, lamentablemente, las cosas no llegaron a buen puerto –como ya
había pasado otras veces- y ese material quedó perdido en la nebulosa, no llegó
a ver la luz. Una pena, realmente, porque le pusimos un montón de laburo, le
dedicamos muchas horas en hacerlo.
¿Tuvieron
problemas en el seno del grupo?
Digamos
que hubo problemas no artísticos, pero que hicieron que fuera imposible grabar
otro disco con Suéter. Luego, falleció Gustavo
Donés, que era el bajista, un músico de la reputa madre y una persona
divina, a la que voy a extrañar toda mi vida. Un tipo maravilloso, con el que
compartí un montón de cosas. Y eso también fue un cimbronazo para el grupo,
porque Gustavo era el catalizador, el responsable de que las diferentes
personalidades que estábamos en el grupo, pudiéramos combinar. Sin él, no fue
posible seguir…
¿Cómo
llegaste a participar de Los Abuelos de la Nada? Primero te uniste como músico
invitado, ¿no?
En
realidad, el primero que invitó a participar del grupo fue Cachorro López, cuando volvió al país en 1981, luego de estar un
par de años en Ibiza tocando con Miguel
Abuelo y otros músicos. Nosotros éramos muy amigos y me contó que en un mes
también volvía Miguel e iban a armar un proyecto juntos y me preguntó si quería
participar. En ese momento, yo estaba tocando con Spinetta Jade, por lo que le
dije que no cuente conmigo. En esa época, si tocabas con Spinetta, no podías
tocar con nadie más; porque Luis era muy celoso con eso. Por otro lado, yo le
sugerí a Cachorro que usara a Gustavo
(Bazterrica) como violero. Se me
ocurrió eso porque me juntaba bastante a tocar con el Vasco, informalmente en mi casa, mientras Jade estuvo parado
durante la reunión de Almendra,
cuando hicieron la gira de presentación del disco El Valle Interior. Así que esa fue mi “no entrada a Los Abuelos”.
Por suerte, entró Calamaro como
tecladista, quien le dio buenos frutos al grupo. A mí siempre me encantó lo que
hacían, me parecía un grupo muy fresco, que hizo una música muy novedosa y
alegre en esos últimos años del Proceso Militar y durante la transición hacia
la democracia. En fin, pasaron los años, y se fueron a Ibiza, en 1984, a grabar
el disco Himno de mi Corazón, que
tenía muchos sintetizadores. Por eso, cuando planearon la presentación del
álbum, como Andrés no quería estar tan prisionero de reproducir en vivo toda
esa paleta inmensa de sonidos, ya que quería tocar piano y cantar, me llamaron
a mí. Así que esa fue mi primera incursión en Los Abuelos, como músico
invitado. No me costó nada incorporarme al grupo, junto al saxofonista Alfredo Desiata. Es más, si me apurás,
te digo que esa época fue la que más disfruté de tocar en vivo. Era increíble
tocar con Los Abuelos. Muchas veces me pasó, a lo largo de mi carrera, ser uno
de los fundadores de los diferentes grupos en los que estuve, y luego irme y
perderme la mejor etapa de las bandas; bueno, acá se dio el caso inverso, y a
ellos los agarré en el momento culminante de su mayor éxito. Había mucho laburo,
buenos shows, se viajaba mucho, teníamos buenos hoteles… (risas) Mucho público,
mucho suceso. Fue una época muy divertida de mi vida.
Lamentablemente,
entrás justo cuando se empieza a desmembrar la cosa, ¿no?
Sí.
Yo entré en octubre del 84 y en junio del 85, ya sin el Vasco, hacemos los famosos
shows en el Opera. Primero habían programado tres conciertos y terminaron
siendo como ocho, por el éxito que tuvo el grupo. Fue maravilloso. Estábamos re
lookeados, con vestuario de primera, una puesta genial y la banda sonando de la
puta madre. Un show muy impactante. Ahora, el grupo, no por divertido podía ser
frívolo. Podía ser frívolo, pero también teníamos canciones con letras muy
profundas y un frontman espectacular al frente como Miguel, que se comía el show. Había rock and roll, no era solo el
“ojito pintado”… Después de esos shows, no toqué más con ellos. Luego estuvo la
accidentada presentación que dieron en Vélez, a fines del 85, en donde le
tiraron un piedrazo a Miguel, que sería casi el final de la banda, pero allí no
estuve.
Después
te convoca Miguel como integrante fijo, cuando se fue Calamaro, en lo que fue
el grupo que grabaría Cosas
mías…
Esa
ya era otra banda, en la que la participación era más pareja y homogénea entre
todos los que estábamos en el grupo. Esa también fue una etapa muy intensa,
divertida y muy absurda. Porque íbamos a tocar a Perú, Paraguay, Uruguay; y la
gente enloquecía. Pero enloquecía mal, tipo beatlemania… todavía el rock
argentino no se había posicionado tanto fuera del país. Entonces, los que dimos
los primeros pasos en el exterior fuimos nosotros, junto a GIT, Los Enanitos Verdes y Soda
Stereo. Lamentablemente, nosotros no pudimos seguir porque se murió Miguel,
pero si no hubiéramos agarrado toda esa ola.
Muchas
giras por el norte del país, también…
Sí,
porque acá en Buenos Aires no nos daban bola. La gente no estaba dispuesta a
aceptar otros Abuelos que no fuera la formación clásica. Pero afuera sí nos
aceptaron. Incluso, cuando fuimos en el 87, de gira a Perú con Zas, no les interesó que “Mil Horas”,
el tema de Calamaro –que era el más popular del grupo- lo cantara (Marcelo) Choco
Fogo, el sobrino de Miguel. La gente allá moría lo mismo con el grupo, no
le importaba nada que hubiera otros integrantes. Por supuesto, para nosotros
era medio raro, pero en Perú nadie sabía quién era Calamaro… Entonces, mientras estuvieran tocando Los Abuelos, para
ellos estaba todo bien. Y lo más absurdo del caso fue que, cuando se murió
Miguel, el tipo que nos llevaba a tocar al exterior quiso hacer una gira lo
mismo, y que siguiéramos tocando como Los Abuelos de la Nada. Nos quería llevar
por toda Latinoamérica y hasta México, etcétera. No le importaba nada… Y
nosotros le decíamos que no, tipo “loco, se murió Miguel, ¿entendés?…” ¿Cómo
íbamos a seguir sin él, si era su grupo? Y el tipo te decía que afuera no
importaba nada eso, mientras nos llamáramos Los Abuelos de la Nada. Una locura
total. Por supuesto, yo no fui de la partida, di por terminada mi
participación. También había quedado muy shockeado con la muerte de Miguel desde
lo afectivo, porque yo lo quería mucho. Además, me afectó mucho que se
terminara todo así, tan de repente, luego del tremendo esfuerzo que hicimos
porque el grupo siguiera. Mucho tiempo, mucho ensayo y mucha energía, y no
pudimos seguir. Una verdadera pena, y una pérdida enorme, porque Miguel era el
motor del grupo, el único capaz de amalgamar todas las energías de los demás
integrantes. Sin él, no creo que el grupo hubiera funcionado.
¿Cómo
era convivir con alguien como Miguel?
Era
un artista inquieto, movilizador, alegre, jodón. Que no tenía problemas en
hacer lo que se cantaba. Un ser muy especial, una persona que se hizo a sí
mismo. Profesionalmente era un tipo muy aplicado, contrariamente a lo que uno
podría pensar. Era muy rompebolas, en el buen sentido. Por eso el grupo
ensayaba mucho, con él también, por supuesto, no era que Miguel a veces venia y
a veces no. Ensayábamos tres veces por semana, de 10 de la mañana hasta las 17.
Le dábamos duro, éramos bastante disciplinados, aunque parezca mentira. Miguel
era una persona que siempre venía con propuestas nuevas. Era un tipo que era
muy consciente de sus limitaciones musicales –no artísticas, porque
artísticamente no tenía ninguna limitación, por supuesto-; tenia limitaciones
de conocimiento musical, él siempre traía canciones, ideas, con toda la onda,
pero no sabía cómo decirle a la banda como había que tocarlos, por eso los
temas lo armábamos entre todos. Y él no tenía ningún empacho en que eso
sucediera, y no tenía ningún problema en compartir la autoría del tema. Yo
compuse con Miguel dos temas: “Rock n´ roll sobre la alfombra” y “Cómo, quién,
dónde” y podrían haber sido mucho más. Él sabía compartir y sabía aprovechar el
brillo de los demás arriba del escenario, no era un tipo celoso del brillo
musical de los demás integrantes del grupo. En vivo, te mandaba al frente como
loco, porque él era consciente de que, si brillábamos todos, el brillo iba a
ser más intenso. Era un tipo muy inteligente, un tipo que sabía leer la
realidad sin ningún problema. Una persona que tenía su centro, tenía la
suficiente experiencia de vida como para poder tomar sus propias decisiones, y
tener su punto de vista, en cualquier ámbito en el que estuviese.
¿Cómo
compusieron esos dos temas juntos?
Yo
ya tenía los temas armados, tenía la música hecha y él les puso la letra. Así
que calzaron justo con ese momento. Por eso también el disco Cosas mías terminó siendo tan
heterogéneo. Estuvieron esos dos temas que traje yo por mi cuenta, hubo temas
que trajo Kubero (Díaz) por su cuenta, y temas de Miguel.
Posiblemente, si hubiéramos grabado un segundo disco, hubiera sido más
homogénea la cosa. De cualquier forma, Cosas
mías tiene una riqueza especial. Hay un tema que se llama “Capitán
calavera”, que es tremendo. A mí se me pone la piel de gallina, cada vez que lo
escucho. “Cosas mías” también es un temazo, muy de Miguel…
Y
“Capitán calavera” con una letra un poco premonitoria también, ¿no?
Sí,
tal cual…
Vos
dijiste en una nota que había como un presagio de que algo iba a pasar. Por
ejemplo, en las fotos de los afiches había relojes, él miraba la hora, como si
no le quedara mucho tiempo…
Sí,
él daba señales no muy específicas, pero sí, que remitían a eso. Así que no sé
si él presentía o sabía algo, eso nunca lo supe. Pero que mandaba mensajes, era
cierto.
¿Qué
balance hacés acerca de las distintas bandas que integraste?
Sin
lugar a dudas, lo que queda de una banda es su música, pero ésta es forjada por
las vivencias de las personas que integran estas bandas, para quienes guardo en
mi corazón un lugar permanente.
Luego
del final de Los Abuelos, ¿qué hiciste?
Un
poco me rayé. Ya hacía más de 15 años que venía tocando sin parar, pasando de
una banda a otra. Fueron años muy intensos, muy lindos, pero a mí me había
frustrado mucho la muerte de Miguel. Yo lo quería mucho. Pero, además de todo
el dolor que me causó afectivamente, se vino abajo todo lo que habíamos
construido como grupo en todos esos años. Me cansé de tanto remarla, este país
–como sabemos- es muy difícil, especialmente para los que estamos en la
actividad musical – artística, aun siendo consagrados. Como lo pasó a Miguel:
un año antes, éxito arrasador con los Opera y demás; y después, otra vez a
remarla en dulce de leche… ¿Cómo puede ser? Son cosas absurdas que uno no
termina nunca de entender. Entonces, me cansé; no quise más tocar en proyectos
en donde las cosas no dependieran de mí. Armé una banda que se llamó Sistema Sensible, con temas que me
habían quedado pendientes en Los Abuelos y otros más, y me costó muchísimo
hacer las pocas cosas que hicimos. La verdad, me pudrí. Dejé todo y me dediqué
a dar clases y hacer música incidental para obras de teatro. Ya llevo armadas
cinco obras de teatro a las que le pongo música, junto a un grupo del que formo
parte. En resumen, me pasé a otras corrientes artísticas, pero que también
tienen que ver con lo mío, con lo que me gusta. Por eso hice shows y, en 1996, un
disco de solo piano y dos pianos, que presenté junto a Fernando Aguirre. Aunque también hice, ocasionalmente, música para
televisión y publicidades; empecé a buscar otros canales musicales en los que
me pudiera expresar mucho más como compositor. Y mi actividad como compositor continúa.
Ya tengo listos los demos para un nuevo disco de piano solo, y tengo un listo
otro disco de obras sinfónicas, que también está esperando ver la luz.
¿Cómo
es para vos componer música incidental?
Componer
música incidental es una de las actividades en la que me siento más creativo.
Las de las obras de teatro Telarañas (dirigida
por Ricardo Bartís), Nada Bueno Dorotea, El Alma Secreta de las Cosas y La
Noche (dirigidas por Sergio Dángelo)
Y
seguís con la docencia a full…
Sí.
Porque eso me permite elegir donde quiero tocar y con quien. En mi caso la
música rock fue casi siempre fue un motivo de expresión artística y no un medio
de vida. Así fui desarrollando esta labor docente que es mi profesión, me
permite vivir, y es sumamente enriquecedora. Trabajo en mi casa, en el estudio,
y también en el Instituto Terciario TAMABA, donde doy clases de composición.
¿Qué
recordás del trío eléctrico que formaste junto a Malosetti y Pomo?
Sí,
tal cual. El debut del Trío Eléctrico
fue con Pomo y Javier Malosetti por única vez, en el 2000, 2001. Fue muy
difícil mantener esa formación. Pero luego alcanzó su madurez junto a Claudio Eidler (batería) y Daniel Copquin (bajo).
¿Cómo
es tu actual Trio Eléctrico?
En
la actualidad estoy tocando en 3Eléctrico
con Alberto Perrone (guitarra), Claudio Eidler (batería) y Tomás Ferrari (bajo). Tres pibes
tremendos, que le ponen toda la onda y lo disfrutamos mucho. En esta última
etapa, de 2013 para adelante, estoy a full con el proyecto, hemos sacado un
disco a fines de 2016. Sin embargo, es muy difícil tocar, mover la banda. Es
tremendamente difícil, porque no sabés que hacer. Es como remar en dulce de
leche y sin luz. No sabés si vas para adelante, si vas para atrás o para el
costado. No sabés donde tocar, donde difundirlo, en donde mostrarlo. Es indescifrable
saber que puerta hay que tocar, así que las golpeo todas, por las dudas…
(risas) Por otra parte, la banda no es redituable como para pagarle a una
persona de prensa para que lo haga, y difunda lo nuestro, así que tengo que
hacerlo yo. Así de difícil es llevar adelante un proyecto musical de esta índole.
De todas maneras, lo hago con muchísimo entusiasmo. Nos encanta hacerlo.
¿Cómo
hiciste para grabar el disco?
Estuvo
hecho a pulmón, todo bancado por mí. Por supuesto, se puedo hacer también
gracias a mucha gente que me ayudó. El disco lo grabamos en el estudio de
TAMABA, que nos prestaron el lugar con buena onda.
¿En
los setenta era más fácil poder hacerlo, difundir este tipo de música, jazzera,
sinfónica e instrumental?
Sí
y no. Era más difícil, porque había menos público escuchando estas músicas. Éramos
muchos menos, en todo sentido. Éramos menos músicos, menos público… Todo era
menos cantidad. Por otra parte, al ser una movida underground, había dos o tres
canales de difusión, solamente, pero que eran sagrados: la revista Pelo, el Expreso Imaginario, las revistas subtes, y alguna que otra, como la
Mutantia. Principalmente, Pelo y el Expreso Imaginario, que eran lectura obligada, todos los meses. Y
si no la comprabas vos, la compraba un amigo y te la pasaba. Eran revistas para
compartir y leer entre todos, y ahí te enterabas de los recitales, los discos
nuevos, los artistas que tenías que escuchar. Eso ya te informaba un montón,
sumado a dos o tres programas de radio, en horarios inusuales y marginales… Y
había, además, lugares en los que se tocaba. En resumen, si bien todo era más
chico, había canales de difusión muy concretos. O sea, no había que tocar todas
las puertas, había tres puertas que tocar. En ese sentido, era más fácil. Y a
los conciertos de rock, en esa época, iban solo los que eran del palo, punto.
Todo eso cambiaría radicalmente, luego de la masificación del rock. Porque
crecieron las cosas buenas, pero también las malas. Así, ahora la industria del
rock es un universo enorme en el que conviven “la Biblia y el calefón”. No es
ni malo ni bueno, es así.
¿Cómo
definís la música actual del Trio?
A
mí no me gusta mucho decirle jazz, porque algo que no soy es jazzero, por más
que conozca y haya estudiado y escuchado mucho jazz. No es un género con el que
me sienta muy identificado. Sí tomo toda la parte de fusión del jazz. Lo que a
mí me interesa es toda la música instrumental, básicamente. Y dentro de esa
música instrumental puede ser que hayan cosas del jazz (más del lado de la
fusión) sumado a mucho que me viene del rock sinfónico. Es un rock sinfónico
aggiornado a los tiempos que corren, porque al mismo tiempo que he crecido como
músico, ha evolucionado la tecnología, y yo como tecladista soy un fanático de
los instrumentos virtuales. Me gusta mucho jugar con todo eso, y eso es lo que
está plasmado en la música de 3Eléctrico.
Emiliano Acevedo
Gran historia.
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