Tal vez, mucha gente de nuestra generación escuchó por primera vez acerca de Pablo El Enterrador en aquella línea del “Tema de Rosario” de Lalo de los Santos: “Y cruzando Echesortu aquel sueño de mi adolescencia/ que atrapó la leyenda de Pablo el enterrador…” Tal vez, en aquellos años 70, de dictaduras de palos hacia los rockeros, hubo más testigos del nacimiento de Pablo El Enterrador que los que podemos imaginar. Fueron tiempos de afiches sencillos, impresos en papel descolorido. Fueron tiempos de búsqueda musical, de poesía, de protesta, de dejar testimonio a través de la música y de la letra acerca de un tiempo contemporáneo vivido.
Pablo El Enterrador hizo su debut en julio de 1973. Recorrer ese sueño que partió de la mano de sus primeros integrantes, Jorge Antún, Koki Andon Brandolini, Juan Carlos Savia, Rubén Goldín y Lalo de los Santos, nos lleva a consolidar la idea de que había mucho talento dando vueltas por cualquier garaje o sala de nuestra ciudad, Rosario. Poco tiempo después, con la partida de Goldín y de Lalo, y algún otro movimiento de piezas, intentando mantener el virtuosismo de sus músicos, se incorporan José María Blanc (voz, guitarras) y Marcelo Sali (batería). Con una formación renovada en forma de cuarteto llegan, en 1982, a los estudios Edipo de Buenos Aires y esa grabación se convierte en el mítico LP de RCA Victor en 1983: Pablo El Enterrador. Los cuatro, Jorge “Turco” Antún, Marcelo Sali, José María Blanc y Omar López, compusieron la música de todos los temas y Fabián Di Nucci, las letras. Sin embargo, para conocer la experiencia de la banda, de primera mano, a semanas de la celebración de los 50 años de existencia de esta leyenda, nos juntamos a conversar con los dos miembros históricos, José María Blanc y Marcelo Sali que nos llevan hacia esos caminos que están buenos rememorar.
ENTREVISTA> ¿Conocían a Pablo El Enterrador antes de ingresar en la banda? ¿Con qué se encontraron al incorporarse?
José María:
Sí, con Marcelo tocábamos en la banda Tubular, y conocíamos a Pablo. Se
hablaba de la banda como algo grosso, de rock sinfónico, y que estaba integrada
por gente estricta, muy bien equipada. Yo los vi dos veces, antes de mi
ingreso. La primera vez, en casa de Claudio
Zemp. Me llevó un amigo, Ricardo
Espíndola, y estaban haciendo algunas pruebas, de hecho Zemp tocó la
guitarra un breve período con la banda. Ya en ese entonces, el Turco se había
pasado al teclado (un Hammond C3). Yo había estudiado con el papá de Claudio,
en la academia Zemp. En un piso de arriba estaban los instrumentos, incluso el
teclado del Turco que está hoy exhibido en el Museo del Rock de nuestra
provincia (teclado que le compró a Tony
Banks, de Genesis). Si mal no
recuerdo, esa vez estaban tocando, “Las musas de Apolo”, un tema que estamos
preparando para el concierto celebración con la intervención de Moisés Edery, que formó parte de la
banda en la segunda etapa de Pablo El Enterrador. Estuve unos veinte minutos,
Claudio probaba una pedalera con efectos y era como que estaban esperando a
otros músicos. Creo que fue 1975. Luego los vi en un concierto completo, en el
Auditorio Fundación Astengo, ya con Lalo de los Santos, el propio Turco Antún,
Omar López, Moisés Edery en bajo y Rubén Chacón en batería (ya fallecido).
Moisés es el único músico vivo de esa etapa de la banda en que hacían una
música muy influenciada por la clásica. Cuando ingresamos Marcelo y yo, todo se
transformó en algo más rockero.
Marcelo: Yo la recuerdo como la única banda de la ciudad con estilo sinfónico, una cosa muy rara, y que además era un lugar donde se podían ver instrumentos que muchos sólo veíamos en fotos. Y escucharlos, ni hablar. La banda era muy mística, el lugar donde ensayaban era sagrado. Todos nos preguntábamos dónde estarían, y esas cosas. Cuando la banda tenía una definida conclusión, José, que se había acercado, los motivó a seguir, tentándolos con la idea de que nos escucharan tocar y ahí me propuso como baterista. Entonces me hicieron una audición. Yo tenía mi batería armada en casa y una amplificación de un par de bafles. Vinieron y, mientras orejeaban el par de bafles como pudieron, me escucharon tocar Vendiendo Inglaterra por una libra. Porque yo practicaba mucho encima de los discos, que creo que fueron mis mejores profesores. Cuando caigo por primera vez en la sala de la banda fue maravilloso, era como entrar en la NASA. A partir de ahí tocamos, creo, “Dentro del corral”, que no era un tema definido, eran intentos de composición. Eran partes donde se iban enriqueciendo los acordes, las melodías, se iban incorporando cosas y se trabajaba mucho sobre eso. Mi primer encuentro con la banda fue un antes y un después.
¿Los ensayos, la forma de trabajo, continuaron siendo rigurosos como se dijo siempre, ya con ustedes dentro de la banda?
José María: Los ensayos fueron rigurosos siempre durante
toda la existencia de Pablo El Enterrador. Eran ensayos diarios. No era
frecuente ver bandas que se juntaran a ensayar todos los días a las cinco de la
tarde hasta las diez de la noche. Si por una razón privada, como enfermedad,
íbamos dos, ensayábamos dos; si íbamos tres, ensayábamos tres. La primera etapa
fue la más rigurosa, cuando yo entré, en septiembre de 1980. Ahí mismo, nos
pusimos a trabajar, a reequiparnos. Yo tenía un Minimoog, una consola Shure.
Jorge cambió los bafles. Yo me compré otra guitarra, algunos efectos. Y a mí me
gustaba ir temprano. Mi papá tenía una fábrica de ventiladores y por ahí me
pedía que le dejara armados veinticinco motores, que era más o menos lo que iba
a armar durante la semana. Yo le dejaba ese laburo armado y me iba a lo del
Turco. El Turco también hacía un laburo previo, porque su padre, José, tenía
una verdulería en la esquina de Paraná y Mendoza, y tenía que ir a las tres de
la madrugada al mercado para abastecer el negocio. Tipo ocho y media, nueve, yo
le caía al Turco, que estaba dormido frente a un televisor, nos tomábamos unos
mates y nos poníamos a tocar en la sala que estaba detrás de la verdulería. Armábamos
los temas que después estuvieron en el primer disco. Era un proceso arduo, pero
no lo considerábamos pesado. Lo hacíamos con toda la onda, era nuestra vida.
Fue un laburo constante, de todos los días. En esa época también nos juntábamos
por la tarde, en que venían Omar López
y Eduardo Carbi (luego baterista y
cantante de Graffiti). Generalmente,
componíamos temas por la mañana, y me quedaba a comer en lo del Turco, pero me
iba unas horas a cumplir con el laburo con mi viejo, y volvía a la sala de
ensayo. Hubo un tema con Eduardo, que era más de otro estilo, más pop. No era
batero de rock sinfónico, digamos. Así que entre idas y vueltas, un día
desapareció la batería de Carbi (se la había llevado) y se incorporó ya para
siempre Marcelo. Marcelo se había casado, tuvo una hija y laburaba de cartero.
Así que le pregunté cómo andaba con sus tiempos y, como me dijo que estaba
bastante estabilizado con sus compromisos personales, lo recomendé. Con el
Turco y Omar le hicimos una visita, donde tocó Vendiendo Inglaterra por una libra. El Turco quedó impresionado,
dijo: “¡Este es el batero!” Entonces
compré una batería, una Pearl, que costó 1200 dólares, completa, con platillos
nuevos y todo lo demás. Marcelo hacía un sacrificio bárbaro, se tomaba dos
colectivos para ir a ensayar y dos colectivos para volver a su casa, a la que
llegaba como a las doce de la noche. Así fue hasta que se pudo comprar un
autito.
Marcelo: Yo recuerdo esos ensayos como algo atípico para ese momento, comparando con otras bandas. El Turco tenía más tiempo que todos nosotros y se dedicaba a full, preparando los temas. Nosotros aportábamos lo nuestro, había una clara necesidad de superarnos día a día, de mejorar las partes de los temas, de hacerlos más al estilo nuestro. Arreglos, cortes, definir ritmos, de todas esas partes que iban a entrar en un tema. Seguramente para muchos músicos podía ser algo tedioso, hasta traumático, pero nosotros lo disfrutábamos. Porque creábamos en base a un hilo conductor, no arreglar por el arreglo en sí, sino incorporando la letra, la parte cantada por José, todo hacia la composición final. Así funcionaba. Así fuimos construyendo los temas.
¿Cómo fueron esas presentaciones en vivo que realizaron antes de grabar el primer disco?
José María: Un día Chiquito
Gómez (un todoterreno de la música que tenía disquería, programas de radio)
le dice al Turco que venía a tocar Litto
Nebbia y podíamos ser teloneros de esa presentación. Litto venía a
presentar Llegando de los barcos, en
el teatro El Círculo. “Si quieren, pueden ser soporte”, dijo
Chiquito, y el Turco le contestó: “Sí,
vamos”. Y fuimos. Tocamos seis temas. Y quince días después de ese
concierto, lo llaman al Turco desde Buenos Aires para ver si les podíamos mandar
un par de temas grabados, con la promesa de que si gustaban se iba a grabar un
disco en la RCA Victor. Yo tenía un grabador Aiwa que pusimos arriba del órgano
y grabamos un par de temas, que ya ni me acuerdo cuáles eran. Creo que “El
carrousell…” o “Dentro del corral…” y
les mandamos esos dos temas en un casete. ¡En un casete, mirá vos! Después de
eso seguimos ensayando todos los días hasta que grabamos el disco. Nos citaron
un día a Buenos Aires. Nos fuimos con todos los equipos, guitarras, teclados, Minimoog…
fuimos con todo. Llegamos y nos dicen: “Miren,
muchachos, se van a tener que volver, porque tenemos a Litto Nebbia que pagó
setenta horas de grabación para un disco”. Lo tomamos como una patada en el
orto. Volvimos a Rosario muy desilusionados. Volvimos a la sala a ensayar. A
los quince días, cuando pensábamos que nos habían garcado (sic), nos llaman de
nuevo, para decirnos que teníamos a disposición un mes y medio para grabar
nuestro disco. Que ya habían comprado la grabación, que no lleváramos el
órgano, que teníamos instrumentos ya preparados para esa grabación (un Yamaha que
suena en el disco, no el Hammond que teníamos). De la batería pidieron sólo el
redoblante y algún platillito del gusto de Marcelo. Sí llevamos el Minimoog.
Llevé la guitarra con los efectos, y en la grabación usé un equipo Acoustic con
un Digital Delay MXR y un Echo Chorus. Yo grabé el bajo también que me
consiguieron en la sala. Así fue como grabamos todo el disco. Marcelo metió la
batería en una semana y ya no fue más. Se grabó base con batería, piano y
guitarra de referencia. La segunda semana fue para los teclados. La tercera
semana grabé las guitarras y las voces. La cuarta semana fue para unos retoques
y luego la mezcla. Así, en un mes, grabamos ese disco que para muchos es
glorioso dentro del mundo del rock sinfónico. Después que salió el disco
continuamos ensayando y vinieron algunos conciertos, en Morgan, en el
Anfiteatro Municipal de Rosario.
Sale el disco editado por RCA Victor, se conoce a nivel nacional, ¿pero cómo llega ese primer disco de ustedes a ser editado en Japón?
José María: Lo de Japón fue una cosa rara. Resulta que RCA
Victor sacó tandas de discos para Buenos Aires, para Rosario, para Bahía
Blanca, para muchos lugares del país, sin la manija que podría haber tenido. En
ese tiempo, la mamá de Lito Vitale [Esther Soto, promotora de músicos
independientes] tenía un contacto en Japón al que le comentó que había un disco
de rock progresivo que podría comprar. Entonces, una cantidad de copias llegan
a manos de Yoshitomo Fujii, a través
de la mamá de Lito Vitale. Este tipo se contacta conmigo y me dice: “Soy empresario, soy el primer productor que
trae a Pablo El Enterrador a Japón”. Y así surge esa edición en Japón, como
hubo otra en Brasil, con otro productor. Lo cierto es que RCA Victor nunca nos
pagó regalías por la venta de ese disco tan soñado.
A propósito de Brasil, ustedes tocaron allá en un momento.
Marcelo: Lo de Brasil se dio a través de Pablo Grasso, un fotógrafo que supo de
la edición de nuestro disco en Japón y conocía a Marcio, un productor vinculado
a Cultura de Río que hizo las tratativas para que viajemos a tocar allá. Fue el
año en que Charly [García] estuvo detenido en el
aeropuerto brasileño por ocasionar disturbios en el avión. Allá compartimos el
hotel con el Negro Rada, estaba Julio Bocca también. Fue una
experiencia muy linda para nosotros. Tocamos en un lugar muy parecido a la
Rural de Rosario y la frutilla del postre fue que el único tema que no habíamos
preparado, la gente lo pedía desesperadamente. Nos queríamos matar, imaginate,
nos pedían “Elefantes de papel” y, nosotros no apostando a que ese tema podía
pegar allá, no lo preparamos. Fue una experiencia maravillosa.
En cuanto a discos, luego de aquel primer material, apareció un Pablo El Enterrador 2 [1998] y finalmente, el tan esperado Threephonic [2016], ¿qué pueden decir de eso?
Marcelo: Threephonic
se grabó porque teníamos guardadas distintas sesiones incompletas y las
llevábamos a casa para poder incorporarles punteos, percusión, modificaciones
si hacían falta. Todo ese material fue quedando archivado. Yo tenía algunas
partes, José otras… Y como tuvimos en algún momento la negativa por parte del
estudio El Camote, decidimos hacerlo en casa. Chequeamos todo lo que teníamos,
hicimos un racconto de lo que nos hacía falta para terminarlo y así fue que
grabamos en la sala algunas cosas. El disco está totalmente mezclado en mi
casa. Yo lo mezclé y luego se masterizó por gente que se sentía muy
identificada con la banda. Así que, de onda, se masterizó en Buenos Aires, con
un trabajo final muy lindo. Le deben haber dedicado una buena cantidad de
horas. Por ende, así fue la historia de esta grabación, con cosas que ya
estaban instaladas y no había manera de modificar, y otras que pudimos mezclar.
Hubiéramos querido tener todo separado, pero así fue la manera en que se grabó.
José María: Sí, al principio fue complicado con el estudio, cuando aparecieron negativas a cedernos el material y entre una negociación y otra, fueron pasando los años. Pasaron diez y con Marcelo comenzamos a analizar que durante esos años la tecnología cambió un montón. Nosotros teníamos mucho material, teníamos muchas tomas del Turco, como para elegir las mejores. Así que nos quedó grabar las voces que faltaban, incluso cambiar alguna letra, como “Los cielos de Irak”, que fue reescrita. Pero todas las grabaciones fueron hechas contando con la base del Turco. Mis guitarras se agregaron también. Después fue mezclar en lo de Marcelo y masterizar en Buenos Aires, gracias a unos chicos (Pablo y Baty, del estudio La terraza progresiva), de onda (como dice Marcelo), y lo publicó el sello de Felipe Surkan, Viajero Inmóvil. Fue una estupidez total que saliera el disco recién catorce años después pero, por suerte, el disco está en marcha, circulando.
Contemplado desde adentro, y con todos estos años a cuesta, ¿por qué creen que son considerados una banda de culto?
José María: Mirá, la permanencia de Pablo El Enterrador se
debe únicamente al sostenimiento de un estilo que la banda quería hacer. Fue un
proceso de investigación, de sacar los tres discos afirmando nuestra forma de
hacer música, que es nuestra forma de vida. Por eso aunque la banda sufrió
modificaciones, han rotado muchos músicos, hay un legado del Turco, y Omar que
también falleció. Con ellos ya habíamos charlado mucho y lo que nos dejaron
está siempre, aunque nos cueste conseguir músicos dispuestos a comprometerse con
ese proyecto de Pablo El Enterrador. Siempre con la misma línea de trabajo,
teniendo una música diferente a la que se ofrece en el ámbito actual. A nivel
local estamos muy bien, y en Europa nos escuchan. Estamos en la etapa final de
la banda. Creo que vamos a dejar tres obras interesantes para el espectro de la
música progresiva, sinfónica, con una forma de trabajar que, creo, hoy no se
acostumbra, pero que ofrecen algo que entendemos es muy valioso para la cultura
y para nosotros mismos.
Marcelo: Así como nadie supone qué tema va a ser un hit, así como nosotros no pudimos saber que “Elefantes de papel” podía pegar tanto en Río, creo que las cosas se van dando y uno tiene capacidad para hacer cierto tipo de música, como otros hacen cierto tipo de pintura, cierto tipo de arte. La banda nunca tomó este trabajo para generar recursos, sino para disfrutarlo, sentirnos bien con lo que realmente nos gusta. Ensayar, tocar, generar y crear, nada más que por eso. Después, las cosas se fueron dando de manera totalmente inesperada. Que nos lleguen novedades como que la banda es escuchada en Suecia, Italia, España, por todos lados, hoy parece mucho más simple porque el mundo está muy acotado por la tecnología, no es nada raro, pero en su momento sí. Creo que nos diferenciamos de los estilos que se escuchan normalmente, pero no es nada intencional. Servimos para esto, nos gusta hacer esto y creo que no nos queda otra. La mística se fue dando por los años de permanencia en este estilo que a muchos les gusta. Básicamente es eso.
Raúl Astorga
(raul.astorga@yahoo.com.ar)
La banda mítica de Rosario. Cuando me llevó Ruben Goldin a la sala me pasó lo mismo que a José María. Era la Nasa. Equipos que veíamos solo en fotos. Sería 19 setenta y pico.
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