lunes, 25 de septiembre de 2023

100 % ALFREDO ROSSO...

Divulgador y maestro prestigioso del periodismo de rock, Alfredo Rosso no necesita presentación. Podemos decir que en su rica carrera ha hecho de todo. Trabajó como redactor y fue uno de los fundadores de la histórica revista El Expreso Imaginario y como encargado del departamento internacional de la discográfica Music Hall. Participó en variadas publicaciones como Cerdos & Peces, el Musiquero, Esculpiendo Milagros, Rolling Stone, La Mano, Mavirock y Billboard. Declarado recientemente Personalidad de la Cultura por la Legislatura Porteña, también desde hace muchos años lleva adelante insignes programas de radio como La Casa del Rock Naciente, Figuración, La Trama Celeste y Truco Gallo. Actualmente trabaja en la producción de dos libros.

ENTREVISTA> ¿Por qué te dedicaste al periodismo musical y no a ser músico en vez de periodista?

En realidad, me di cuenta desde temprano que había ya demasiados músicos y me gustó mucho más la idea de ser periodista, es decir, un intermediario entre los músicos y los oyentes. Y esto fue porque desde muy temprano conocí algunas revistas de música internacional, como la Melody Maker y el New Musical Express, dos revistas inglesas que llegaban a una librería del Centro que se llamaba Librería Rodríguez. Como yo ya tenía una colección pequeña de discos en aquel entonces –bastante bien armada, con álbumes de los Beatles, Rolling Stones, The Who, Yes, Emerson, Lake & Palmer, etc.- vi que en esas revistas había muy buenas notas, muy explicitas y profundas, sobre la importancia que tenía la música más allá de lo meramente estético, es decir, la importancia que tenía como canalizadora de pensamientos y emociones. Entonces me gustó la idea de hacer algo por estilo en nuestro ámbito. No solo con los músicos de Argentina, sino acercándole a la gente testimonios de músicos de todas partes. Y eso lo empecé a hacer primero en una pequeña revista subterránea en la que colaboré con una o dos notas nomás.

¿Qué fue lo primero que escribiste?

Me acuerdo que la primera nota que escribí fue sobre el guitarrista John McLaughlin. Y era más bien una traducción más que una nota propia. Pero después, a partir de 1975, empecé a escribir algunas crónicas de recitales para la revista Mordisco. Eso duró poco porque llegué a Mordisco justo cuando las cosas ya no estaban muy bien económicamente. Entonces mis colaboraciones duraron dos números nomás. Me acuerdo que había hecho comentarios sobre el recital de un grupo de rock que se llamaba Avalancha y también del trío progresivo Alas. Y una nota sobre Peter Hammill, el capo de Van der Graaf Generator, eso fue lo que llegué a hacer antes que Mordisco cerrara sus puertas. Pero el director de la revista Jorge Pistocchi me dijo que no me fuera, que me quedara cerca porque se estaba preparando algo más abarcativo y ambicioso que resultó ser El Expreso Imaginario.

El Expreso fue prácticamente una escuela para vos…

Tal cual. Fue una escuela en muchos aspectos, sobre todo en lo concerniente a una ambición de mundo que se parecía mucho a algo a lo que yo ambicionaba sin saberlo. Yo empecé en Expreso en el número 1 con 21 años de edad. Entonces tenía mucho que aprender en términos vivenciales con gente que había llegado a hacerse las mismas preguntas que yo respecto de la vida: Jorge Pistocchi, Pipo Lernoud, el querido Negro Horacio Fontova y otra gente que formó parte del staff desde el comienzo de la revista. Yo era como una esponja que absorbía la influencia de esa gente, su visión del mundo. Porque hay que tener en cuenta que el rock en Argentina fue muy importante en despertar la conciencia planetaria, es decir la conciencia de que no somos solamente personas que tienen que ir a trabajar de nueve a cinco, a órdenes de un jefe y hacer de eso durante 40 o 50 años, que hay otras posibilidades. Para mí el Expreso fue una escuela en ese sentido, me planteó que había otro tipo de vida posible, que pasaba por el arte, por la literatura, por la música. Así la cosa fue evolucionando. Todo ese año que preparamos el Expreso aprendí muchísimo y cuando empezó la revista en agosto de 1976 el aprendizaje se profundizó.

Además empezaste a hacer radio…

Sí, con Fernando Basabru, que había sido compañero mío en el (Colegio) Carlos Pellegrini, que también yo integré al Expreso. También integré al Expreso a Claudio Kleiman, a quien conocí en la Colimba. Entonces, ya para esa época mi vocación estaba decidida. Más allá de que venía haciendo un profesorado de inglés –que me gustaba mucho y que luego me sirvió muchísimo en mi profesión periodística-, en un momento determinado lo dejé porque ya no me interesaba tanto ser profesor de inglés sino dedicarme por completo al periodismo musical, tanto en lo que tenía que ver con la escritura como en la radio, que me fascinó desde un primer momento.

¿Qué periodistas te influenciaron?

Primero, algunos periodistas ingleses como Nick Kent, a quien yo leía en el New Musical Express, pero aparte fue un tipo que hizo una nota definitiva sobre Nick Drake. Hoy en día todo el mundo habla sobre Nick Drake, como si lo hubiera conocido, pero hacer una nota sobre él a poco de su muerte en 1974 era solo para un tipo que supiera, porque Nick Drake nunca fue un músico masivo. Y lo mismo hacer una nota completa sobre Syd Barrett. Esas fueron dos cosas que me fliparon de Nick Kent, me encantaron. Otro a quien admiré fue Charles Shaar Murray, que por ahí no tenía un estilo tan dionisíaco como el de Nick Kent pero era muy informativo y tenía un gran sentido del humor. Esos dos periodistas, que aún viven, y otro fallecido que se llamaba Ian McDonald, que hizo un gran libro sobre los Beatles, me encantaban. Ese trío del NME era excepcional.

¿Y Lester Bangs?

En esa época él hacía una columna formidable para el NME desde Nueva York, y me volví loco con Bangs porque tenía un estilo completamente desfachatado y desenfadado de escritura. Eso me gustó mucho y lo conversamos después con Pettinato, en la época en que Roberto fue director del Expreso, al final de la revista. Pettinato era un admirador de Lester Bangs y llegó a conocerlo en un ascensor en el año 81 cuando fue a comprar unos números atrasados en la Rolling Stone. Nunca se olvidó de Bangs con su típico sobretodo largo hasta los pies. Esa fue la gente que me influenció en lo que hace a periodismo escrito. Y en la Argentina podría agregar a Miguel Grinberg, obviamente, y Juan Carlos Kreimer que escribió Agarrate!!!, el primer libro sobre rock argentino en el año 71.

¿Qué libros sobre cultura rock te impactaron y por qué?

Hay un montón. Yo recomiendo mucho Bicicletas Blancas, de Joe Boyd. También, Yo no estoy aquí, el libro de Pipo Lernoud, es fundamental. El libro de Fernández Bitar sobre el rock nacional es un libro que valoro porque se tomó el trabajo de hacer una investigación muy seria sobre ediciones y todo lo que aconteció en tantos años de rock argentino. Bitar es un tipo que tiene una disciplina formidable, lo mismo Sergio Marchi con el libro sobre Spinetta, son investigaciones que llevan años. En el extranjero se publicó un libro muy bueno sobre la historia del sello 4AD: Facing the Other Way, The Story of 4AD, de Martin Aston; ese es un libro que aprecio muchísimo porque es uno de los sellos que más me han marcado.

¿Para vos cuál es el rol que tiene que tener un periodista de rock?

A mí no me gusta ser crítico, aunque cuando trabajé en el Expreso haya hecho críticas de discos, y tuve mi momento en el que me creí más importante de lo que era. Pero tenía 21 años… Hoy en día descreo del crítico que cree saber más que el músico. Yo siempre digo que el músico es más importante que el periodista, porque el músico crea desde la nada, agarra una masa de aire y la transforma en música. En cambio, el crítico opera sobre eso que hizo el músico. Entonces está claro que hay una diferencia de jerarquías. Por eso lo mejor que podemos hacer como periodistas es comunicar. Vos podés decir, sobre un disco, sobre una obra, que te pasó con eso; pero siempre dando una opinión personal, no utilizando el “nosotros”, porque el problema con los críticos es cuando se creen representantes de una masa que piensa lo mismo que ellos. Me parece que la crítica más interesante es aquella que te explica o te describe la obra y te dice lo que le pasó al que la escuchó. No está bueno eso de pegarle a la obra o ser destructivo inútilmente. Invertir agresividad en una crítica me parece una cosa complicada. Prefiero no comulgar con eso, por eso no soy muy afecto a las “estrellitas”, puntuaciones o calificaciones de los discos. Porque muchas veces un disco al que le han puesto dos estrellas resultó ser para mí una obra de arte. No hay que tomárselo demasiado en serio. Porque inclusive un disco al que se puede considerar fallido puede tener cosas positivas. Hay que tener en cuenta que significa esa obra en tu vida.

¿Qué no te gusta del rock?

Lo mismo que hablamos de los periodistas, no me gusta que el músico se la crea. Esa cosa de querer tener privilegios por ser un artista no me parece bien. No me parece bien en la música, en el cine, en la literatura, en la vida… Por eso tampoco me parece bien que un ejecutivo diga: “¿Usted no sabe quién soy yo?” O sea, darse ínfulas por la profesión que uno tiene no está bien.

¿Cómo definirías hoy a la cultura rock y que queda de eso?

Creo que la cultura rock es el intento de siempre de tratar de ser libre por sobre todas las cosas. Porque si habláramos solamente de rock podríamos decir que simplemente es un ritmo contagioso que te hace bailar, pero si hablamos de lo que representó como cultura tenemos que decir que el rock es sinónimo de libertad. Ese grito primal que dio el rock en los 50 y que después fue retomado en los años 60 por los músicos ingleses y después devuelto a Estados Unidos y después se contagió a todo el mundo, incluyendo a nuestro país; básicamente es un grito de libertad. Siempre digo que para mí en “Rebelde”, la letra de Los Beatniks del año 66, está el germen de todo esto. En esa estrofa que dice: “Rebelde me llama la gente, rebelde es mi corazón, soy libre y quieren hacerme esclavo de un una tradición…” Ahí tenés el big bang, el principio del rock nacional, porque ahí está todo. Y yo creo que, a pesar de los pronósticos agoreros de mucha gente, el rock en la Argentina está profundamente vivo en el Siglo XXI, pero está donde debe estar: en los lugares que no pertenecen al mainstream, es decir en donde estuvo en sus comienzos. Está en pequeños clubes, en pequeños locales y lo que es interesante es que hay una nueva generación mucho más pareja en cuanto a género, quiero decir con esto que hay importantísimos intérpretes tanto masculinos y femeninos. Además, los artistas no tienen ese temor reverencial que existía antes, en donde para grabar un disco había que pasar por un proceso muy complicado, porque tenían que ser aceptados en una discográfica. Ahora no. Hoy en día los músicos tienen la posibilidad de grabar en su propia pieza un disco. Y si no quieren hacer un disco no lo hacen y difunden sus temas por Internet. Y hay un mensaje propio del Siglo XXI. Yo encuentro letras profundas y muy interesantes.

¿Qué nuevos artistas te gustan?

Estoy fascinado con varios intérpretes. Me gustan mucho Marina Fages, Cam Beszkin, me gustan bandas como Mi Amigo Invencible, me gustaba mucho lo que hacía Vidal en La Perla Irregular, los mendocinos de Usted Señálemelo, los cordobeses Francisca y los Exploradores, los platenses Estrellero. También me gustan mucho los músicos que teniendo una cierta trayectoria se reinventan todo el tiempo, como es el caso de Sergio Rotman o Nahuel Briones… En fin, yo creo que la escena nacional explota. A mí me causa gracia que mucha gente me pregunte: “¿Y por qué no son más famosos?” Bueno, porque por ahí no les interesa ser más famosos, o porque la rueda de la industria musical pasa por otro lado. Pero yo tengo 68 años y recuerdo que hace más de 50 no era diferente con Manal, Almendra y Los Gatos. La gente cree que esos grupos eran súper populares y no era así. En realidad, Almendra y Manal eran grupos de culto, por ahí Los Gatos eran un poco más populares porque la habían pegado con “La Balsa”, pero cuando Litto se larga como solista vuelve a tener solo un puñado de seguidores, porque la gente quería seguir escuchando “La Balsa”… Siempre el rock que tuvo un mensaje disruptivo, cuestionador, no fue popular. Tampoco diría que fue “marginal”, porque no me gusta la palabra, pero sí estuvo al costado de lo híper popular. Hoy en día hay otras músicas que pueden ser muy decentes. A mí no me gusta criticar ni poner una música por encima de la otra porque pienso que cada cual tiene sus gustos. Pero por ahí hoy el mainstream pasa por otro lado, por el pop, por la música latina de los crooners, los cantantes de temas románticos, por el trap… Pero eso no era tan diferente en el pasado. Lo que pasa es que hubo una generación que tiene mi edad, y un poco más joven también, y para ellos el rock representó una cosa muy sólida, muy fuerte, y en muchos casos era el centro de sus vidas. Estoy hablando de ese rock de Pescado Rabioso, La Máquina de Hacer Pájaros, etc. Ese rock era el centro de sus vidas junto con el ir a ver películas de los directores famosos de culto, como Bergman, Fellini o Pasolini; y también la literatura del realismo mágico latinoamericano. Era todo un combo. Por eso a esa gente le sorprende el hecho de que hoy en día el rock esté disociado de otras ramas del arte. Pero en realidad no es tan así, porque yo estoy viendo recitales que tienen coreografías, iluminación y demás.

¿Y eso por qué se da?

Lo que pasa es que hoy en día tenemos muchos más estímulos y hay mucha más estática en el medio. Yo llamo estática a esa información que es un bombardeo de cosas que no sabés muy bien para que sirve. La gente está totalmente mentalizada con lo que les cuenta la televisión, Facebook, Twitter, Instagram… Y muchas veces, en este contexto, este rock alternativo que está sucediendo hoy en día no tiene una preponderancia para la generación actual como la tuvo para mi generación hace 50 años. Les gusta, van a ver gustosos los recitales, pero hay muchísimos otros estímulos. Entonces, por ahí, el peso relativo del rock, su peso específico en el campo sociocultural tiene un porcentaje un poco menor. Pero no quiere decir que no exista. Tampoco quiere decir que ese porcentaje menor no sea transformador. Por eso nunca diría que hay una decadencia o que el rock desapareció, o tantas otras pavadas que escucho por ahí. Cuando se dicen esas cosas se sabe más de la gente que pronuncia esos juicios que de aquellos a quienes los dirigen. Los que dicen que el rock murió, dan cuenta de la poca capacidad de búsqueda, del poco interés, de la poca curiosidad de ellos, que les resulta más fácil decir “no pasa nada” que decir “yo ya bajé los brazos, ya no busco nada nuevo, me quedo con lo que escuchaba hace 45 años…” Y lo que escuchábamos hace 45 años es fantástico, pero eso no invalida todo lo bueno que se está haciendo ahora.

¿Cómo te llevas con el hecho de ser considerado un pedagogo del rock por todo lo que sabés y contás sobre el género?

Mirá, me gusta. Disfruto que la gente lo reciba con buena onda. Me gusta despertar curiosidad, abrir nuevos senderos en la gente, pero no desde ningún tipo de púlpito, no desde ninguna altura, sino desde el llano, como pasó con esa gente que me hizo conocer cosas a mí hace 40 o 50 años y esa otra que me sigue haciendo conocer cosas a mí ahora. Porque creo que siempre se aprende sobre nuevas bandas, nuevos artistas, nuevas escenas… Me encanta todo lo que se refiere a la música étnica, es decir, la música folclórica de todo el mundo. Y eso no para nunca. ¡Por suerte! Por otra parte, disfruto mucho de lo que hago. Hoy en día escribo menos que antes porque estoy monopolizado por todos los programas de radio que estoy haciendo.

¿Cómo te informás sobre las nuevas bandas entre una oferta tan basta como la que hay hoy en día?

Es que uno no deja nunca de aprender. La otra vez me hicieron una nota los chicos del sitio Indie Hoy, entonces cuando terminó la entrevista les dije que me tiraran un par más de bandas de las que hablamos, que quería investigar sobre ellas. Y, de repente, descubro Mandarina Records, y veo que hay como veinte bandas de la hostia. Por supuesto, no te van a gustar todas al mismo nivel, porque nunca pasa eso. Hay grupos que te van a gustar más, otros que te van a gustar menos, pero terminás apreciando las ganas que tienen todos de hacer cosas. Cuando descubro un grupo de algún sello independiente por lo general me intereso en el resto de los que graban en ese sello. Cuando descubro un productor como Shaman Herrera, que veo que produce mucho a los grupos platenses, entro a curiosear y una cosa lleva a la otra. Por ejemplo, veo que en el disco de Nahuel Briones participaron tales músicos invitados, entonces me pongo a averiguar uno por uno a ver quiénes son.

¿Cuáles son tus proyectos? ¿Algún libro?

Estamos preparando un libro del Expreso con Pipo y con Claudio, que van a ser nuestras notas, porque no podemos publicar notas ajenas ya que no tenemos los derechos de la revista. Básicamente, son notas que salieron en la revista pero van a tener el valor agregado de que vamos a hacerles prólogos. Algunos prólogos son tan largos como las notas, porque vamos a contar las circunstancias en que se hicieron muchas de esas notas. Creo que eso va a ser lo interesante del libro, contarte la cocina. Por ejemplo, la primera vez que Claudio vio a Los Redondos, la primera vez que yo vi a Sumo, cosas así. Por otro lado estoy preparando un libro sobre los festivales que quizás se llame Las peores fotos de los mejores festivales. Porque esa es mi otra faceta, que muy pocos conocen, la de fotógrafo. Pero en realidad es una excusa para hablar de Glastonbury y otros festivales. Va a ser un libro con fotos en el que también voy a escribir. A pesar de que yo digo que son las peores fotos, tengo un amigo que trabaja muy bien con el Photoshop y ha logrado hacer maravillas con mis fotos. Hay lindas imágenes, aparecen Lou Reed, Iggy Pop, muchos grandes músicos. Pero lo lindo es que hay un testimonio sobre 25 años de festivales, nada menos.

Emiliano Acevedo

 

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