Juan Carlos Mono Fontana es un tipo increíble, un músico intuitivo, genial
y hábil diseñador de sonidos y climas. Autodidacta, a pesar de su bajo perfil,
avanzó, hasta convertirse en uno de los artistas más respetados y requeridos de
la música popular argentina.
OK, todos estos son detalles que conocería cualquiera, por eso fuimos al
encuentro del personaje en cuestión para charlar, más en extenso –durante una
mañana invernal que helaba los huesos- acerca de su trayectoria, sus gustos y
pareceres. Y así conocimos al Mono Fontana de entrecasa, el mismo que
fundó Madre Atómica (junto a Pedro Aznar, cuando ambos eran
pibes) para luego transformarse en mítico colaborador de Spinetta, Nito
Mestre -entre decenas de etcéteras que llegan hasta hoy-, y el mismo que
también es fanático de las bandas sonoras de los dibujitos animados y La Dimensión Desconocida. Vecino de
Villa Devoto, en su casa conviven sus pilas de revistas de Locuras de Isidoro, sus discos, su videoteca y sus teclados. Es ese
su lugar en el mundo, el lugar en donde realiza su labor de artesano y maestro
de un vocabulario musical que se adapta y enriquece la enseñanza tradicional
del instrumento…
ENTREVISTA: Sabemos que tus inicios en la
música fueron como baterista, contanos como fue eso.
Empecé a los
tres años con un tamborcito que me regaló mi tía. Ella –de alguna forma-
advirtió que yo tenía una inclinación por eso, pensá que la mía no era una casa
en donde se escuchara música, ni hay antecedentes de músicos en mi familia. Ese
tambor que me regaló mi tía me acompañó hasta los siete, ocho años, cuando mi
papá me compró un tambor de verdad y después, a los nueve, tuve mi primer
batería y me anotaron en un conservatorio, que en ese entonces se llamaba
Vinci, donde daba clases Orlando
Piccardi, un profesor de batería muy bueno. Ya en ese momento –aunque era
chiquito- comienzo a tocar en un par de grupos de mi barrio y también con
grupos de Barrio Norte. A los 13 años conocí a Lito Epumer y, más o
menos un año después, luego conocemos a Pedro Aznar y formamos Madre
Atómica. Con Lito, ya veníamos tocando con otro bajista. En esa
época yo tocaba la batería y también un poco el vibráfono y la guitarra, pero
aun nada de piano; Pedro sí, porque mostraba que tenía mucha facilidad
para tocar cualquier instrumento.
Sí, Lito (que
era más grande) tendría 18, y se notaba más la diferencia porque, qué sé yo,
fumaba y ya tenía novia, mientras que Pedro y yo recién entrábamos a la
secundaria. Me acuerdo que a veces con Pedro nos rateábamos del colegio
para irnos a tocar en una sala que creo era de Crucis… Con Madre
Atómica empezamos a tocar, moviéndonos en lo que sería la movida under, que
en esa época transcurría en el Auditorio Kraft, el Teatrón, el Teatro Regio…
Fuimos teloneros de Invisible, de los primeros shows de Sui Generis,
etc. Era una época re heavy del país, pleno gobierno militar y aunque no
teníamos aun mucha idea de todo lo que pasaba, era común que nos pararan los
Falcon verdes mientras poníamos los afiches en la calle –promocionando nuestros
shows- debido a nuestro pelo largo y demás. Luego de un tiempo, cada uno de
nosotros entramos a tocar en grupos conocidos de ese entonces. Pedro
entró en Alas, Lito con Porchetto y yo entré a la banda de
Nito Mestre y los Desconocidos de Siempre. Ahí tuvimos la posibilidad de salir del under y comenzar a desarrollarnos
como profesionales, a la vez de tocar con músicos que admirábamos de chicos.
Sobre todo en mi caso, en donde empiezo a tocar en la banda de Nito junto
a Ciro (Fogliatta) y Alfredo (Toth), dos de mis
ídolos en Los Gatos. Era un placer para mí hacer música con ellos.
Y estando en la banda de Nito comenzás a tocar
teclados…
Sí, sucedió
años después, cuando Ciro se fue a vivir a España. Dos años antes de
esto, yo ya había empezado a tocar teclados por las mías, pero… Yo jamás pensé
en tocar el piano, ni me gustaba –a pesar de tener instrumentos en mi casa (de
hecho tenía un Fender Rhodes, un Hammond B3, los primeros sintes…)-, no era algo que me llamara la atención. Empecé a tocar
pasando un tono que sabía de la viola al piano, porque era un neófito total.
Justo cuando, más o menos, me empezó a gustar, nos fuimos a ensayar a otro lado
y de tener un piano disponible siempre ahí, para tocarlo, pasé a no tenerlo.
Luego de esto, como era tan ignorante, digamos, en cuanto a las notas, se me
ocurrió hacerme con una cartulina una especie de teclado y me estudiaba, como
si fuera el colegio, los nombres de las notas. Lo hacía para acostumbrarme a
verlo y saber que notas son. Esto fue así hasta que mis padres me regalaron un
Fender Rhodes y ahí empecé a tocar. Cuando ya, más o menos, algo tocaba le
propuse a Nito reemplazar a Ciro. En ese entonces era muy difícil
conseguir tecladistas equipados, porque eran instrumentos de importación muy
caros. Yo le dije a Nito: “Mirá, es más fácil conseguir un batero que un
tecladista. Yo, los temas del grupo, más o menos, los sé; así que si querés
paso a tocar el piano…” Y así fue. Ahí empiezo a tocar teclados, en forma
profesional. En el primer disco solista de Pedro Aznar toco la batería y
también piano en un tema. Creo que esa debe ser una de mis primeras grabaciones
y es increíble porque a ese tema Pedro lo grabó con su propia porta
estudio y todo era muy artesanal: había un solo juego de auriculares –y aunque
hubiese habido dos, no teníamos pachera en donde conectarlos-, me acuerdo de
que cuando grabé ese tema (“Setemvro”, de Iván Lins) lo hice con el piano
así, sin escucharlo; lo escuchaba Pedro que estaba grabando, pero no yo…
Y así arranqué, dejé la batería totalmente y me puse con todo a practicar
piano, y demás… Yo soy autodidacta y siempre he tratado de mejorar todo lo que
pude.
¿En esa época que tecladistas te llamaban la
atención?
Me agarró la
época del jazz rock con Herbie Hancock y Chick Corea (con
su Return to Forever)… A ellos ya los venía escuchando desde fines de
los 70, así como cosas que me habían pasado Ciro Fogliatta y Pino
Marrone. En esa época era muy difícil conseguir discos, era como conseguir
material importado. Había álbumes que tardaban años en ser editados en la
Argentina. Otra cosa que me gustó siempre fueron los Carpenters y en el
momento en que empiezo a tocar teclados otra cosa que me sirvió –y era algo que
estaba de moda-, y rarísimo, fue el disco de la banda sonora de Fiebre
de Sábado por la Noche… Eso fue lo primero que me puse a sacar, nada
más alejado de lo que haría cualquier pibe que se pone a estudiar piano… Después
me enganché con (Stevie) Wonder y de ahí me fui acercando a cosas
que tenían que ver más con el vocabulario del jazz y así…
¿Qué haces luego de dejar de tocar con Nito?
Paralelamente
a eso siempre nos juntábamos a tocar con Guillermo Vadalá, Lito Epumer,
Jota Morelli, haciendo una especie de Madre Atómica II, con otro
tipo de propuesta musical y ahí vino la época en que empiezo a tocar con Spinetta.
Creo que para la época de Bajo Belgrano –o antes, incluso,
para el disco Los Niños que Escriben en el Cielo- Luis ya me había llamado para tocar, pero yo todavía no me sentía en
condiciones de hacerlo y, es más, creo que yo fui uno de los que le recomendó a
Leo Sujatovich, al que conocía de chico. Después, sí, empiezo a
tocar con Luis ya siendo (un poco) mejor músico.
MULA ALMA
Entrás en Spinetta Jade justo cuando se está
terminando el grupo…
Sí, en la
última época de Spinetta Jade, cuando recién había salido Bajo
Belgrano. Me parece que después tocaron en el Coliseo, presentando
ese disco, y ya no tocaron más hasta que se arma ese última formación de Jade
con la que hacemos Madre en Años Luz y en el
medio de la grabación de ese álbum se desarmó el grupo. Es más, debe haber tres
temas de ese disco en los que estamos tocando sólo Luis y yo porque ya
no había banda. Se habían grabado unos temas con la banda y, luego que ésta se
separó, como faltaba terminar el disco los terminamos así, tocando los dos
solos. Y eso ocurrió habiendo pasado meses de la grabación de los primeros
temas con lo que incluso yo no sabía si seguía o no y tampoco sabía que iba a
hacer él, etcétera.… Después de eso, seguimos tocando juntos ya en su época
como solista.
En ese periodo de
mediados de los 80, volvés a rearmar a Madre Atómica…
Sí, con Jota
Morelli, pero era otro espíritu, otra música; un grupo distinto al que
había formado con Pedro y Lito. Pero como estábamos muy embalados
con el proyecto ya que nos habían ofrecido la posibilidad de grabar -algo que
nunca lo habíamos logrado en la primera época del grupo, salvo en un demo que
había registrado un periodista de la revista Mordisco-. En esta segunda época de Madre Atómica quisimos
mostrar lo que era el grupo, que el registro resultante fuera como una foto de
lo que estábamos haciendo en ese momento y por eso, prácticamente, el disco es
la banda en vivo, no tiene playbacks,
regrabaciones ni nada; es un registro fiel de cómo tocábamos nosotros. Después
me pasó que –al estar tan involucrado, tocando con Luis y demás- se me
hizo muy difícil mantener este otro proyecto musical paralelo.
Has tocado con muchos músicos disímiles, ¿cómo
haces para adaptarte a cada uno de los proyectos musicales de los artistas que
decidís acompañar?
Por lo
general, el músico que te invita quiere un poco lo que vos tenés para
ofrecerle, esa otra visión que le podes dar. Ya sea tocando junto a (Dino)
Saluzzi, Los Divididos o Rosal… Yo tengo una especie de
concepto musical propio que trato siempre de aportar. Igual, me adapto a todo
pero nunca lo hice en calidad de “sesionista”. Siempre trato de aportar mi
visión. Por lo general, mi laburo, las cosas que hago, se basan en saber que es
aquello -entre lo que tengo para ofrecer- que puede quedar bien. Me gusta
colaborar con músicos diversos. Aparte, yo siempre estoy viendo y escuchando la
música de los artistas nuevos que surgen, vengan de donde vengan.
¿Cómo fue la experiencia de participar en el unplugged de
Spinetta en 1997?
Fue muy
importante, de movida, ya que era una oportunidad para que él volviera tocar y
a tener contacto con un público del exterior –aunque ya había tocado un par de
veces en Los Angeles, Madrid y demás-, yo creo que ahora los considerados
músicos latinos, artistas como Charly o Luis, ya no entran en esa
vidriera. En ese entonces (todavía) se podían mostrar esas músicas. Hoy, me parece,
que no entrarían en ese molde…
Por ahí, sí.
Además, ese concierto estuvo bárbaro para mostrar esa obra a mucha gente que no conocía las cosas que hacia Luis,
el poder mostrar que –aparte de otros artistas- estaba lo que hacían Charly o
Luis; tipos que hacen una música muy especial que no tiene nada que ver ni con
modas ni nada… Y por otro lado, en lo personal, fue todo un
desafío ya que, hasta hoy, tengo problemas para viajar en avión; y lo hice por
dos razones: una, por mi esposa, ya que viajamos juntos –entonces, el decirme:
“bueno, me animo y lo hago, me pase lo que me pase”-, y la otra por mi
amistad con Luis, de seguirlo aunque me costara ir ahí, como diciéndole “no
te preocupes, de alguna manera, llegaré…” Era una situación muy complicada
ya que no podía seguir tocando debido a este problema, es más, en los últimos
años que estuve tocando de nuevo con él, cuando fueron a Chile, yo no fui. Por
eso siempre tuve una especie de “golden card”, como decir, bueno, “si
no puedo, no puedo”; con la banca de Luis, su bendición, de que no
lo hiciera si no podía. Este es un tema que estoy laburando, lo estoy tratando.
Después del unplugged no viajé más.
Si en ese momento lo hice fue debido a que era muy bueno tocar esa música en
ese lugar, para otros oídos. Además, coincidimos con otros músicos.
Encontrarnos ahí con Franzetti, tocar algunas zapadas con Pappo,
fuera de los ensayos típicos… En ese momento estaban también Los Ratones
Paranoicos, que habían ido a hacer su unplugged
junto a Pappo y Charly… Fue una época en la que muchas bandas
fueron a tocar ahí. Estuvo buenísima esa semana, el tiempo que estuvimos ahí,
compartiendo esta experiencia con Luis. Luego de eso, cuando volvimos,
hicimos un par de shows en el Teatro Coliseo que (para mi gusto) estuvieron
mejores que lo que fue el unplugged de
MTV. Mi vínculo con Luis siempre se mantuvo, siempre me llamó e invitó a
aportar lo mío a su obra, como pasó cuando dio el concierto de Las Bandas Eternas, en Vélez (en
2009). Luego me invitó a hacer una fecha en el Coliseo y siempre estaba ahí
presente su propuesta de decirme: “che, ¿no querés venir a tocar?”. A mí
siempre me gustó su música y los músicos de su banda éramos todos amigos.
Siempre ocurrían muchas cosas lindas tocando junto a Luis.
UN CODIGO
PROPIO
¿Qué nos podés comentar de tus discos solistas (Ciruelo y Cribas)? Al escucharlos parece, casi, la banda
sonora de una película imaginaria…
Sí, aunque fueron
hechos con otro espíritu, tienen algo de eso que vos decís. Tanto Ciruelo como Cribas tienen ese hilo conductor. Ciruelo
lo hice con Santiago Vázquez (percusión, tablas, birimbao y cuerpo)
y Martín Iannaccone (cello y voces), con los que toqué mucho tiempo. Fue
una época muy linda para mí, poder hacerlo. También se lo agradezco a Litto
Nebbia, porque él fue el que me insistió mil veces para que lo haga.
Siempre que lo veía me decía: “Che, ¿cuándo lo vas a grabar? ¿Lo vas a
grabar?” Lo que pasa es que yo siempre fui muy jodido con eso, con el tema
de la autocrítica (y no me decidía a hacerlo). Hasta que llegó un momento en el
que dije: “Bueno, es ahora” y lo hice… Entonces se armó el disco,
grabándolo –con Santiago Vázquez acompañándome, inicialmente- en dos o
tres días, registrando todo de un saque… Yo siempre había querido tocar
con Iannaccone y las veces que lo había llamado siempre me había
dicho que no podía (por un motivo u otro). Ocurrió que –justo después de que
habíamos terminado de grabar el disco-, por fin, me dijo “uy, sí, ahora
puedo”. Una lástima, porque ya habíamos concluido las grabaciones. Yo, en
esa época, estaba muy enquilombado, muy acotado de tiempo, porque mi mujer
estaba embarazada, y la llevaba (de acá para allá) con el obstetra y demás…
Entonces Martín me dice: “Bueno, dale. Dejá que yo escuche la música y veo”;
entonces fue al estudio y se copió un disco o un casete –no sé qué- de los
temas y pidió un horario, fue y grabó su colaboración, todo en un día, sin que
yo se lo pidiera. Ahí te das una idea de la confianza que le tenía… Fue, lo
grabó, y es mortal lo que hizo, suena como si hubiese estado desde un principio
grabando el disco junto a nosotros. En lo que respecta a Cribas, bueno,
pasaron varios años. Siempre me pasa lo
mismo, ya que entre disco y disco tengo pilas de música, no es que diga que “necesito
seis o cinco años para hacer, para grabar, un disco nuevo”. Hago un montón
de cosas, lo que pasa es que soy muy quisquilloso…
Y sí, tengo
la música, tengo todo lo que se necesita para hacerlo. Tengo material para
editar –si pudiera hacerlo- hasta un disco doble (y hasta para un disco más),
pero no lo estaba tocando como yo quisiera hacerlo, entonces –las veces que
tuve la posibilidad de grabarlo- no lo grabé, porque me parecía que aún tenía
que mejorarlo y demás. La música ya la tengo y, de hecho, el año pasado la he
tocado en un pequeño circuito de lugares en los que habitualmente toco. Algunas
nuevas composiciones están un poco mejores que otras, pero me queda la
sensación que las tendría que hacer mejor como para que queden registradas.
Y cuando estás haciendo, componiendo tu música;
¿con que lenguaje te manejás, con cifrados, partituras...?
Mirá, por lo
general, lo hago en este piano. En el caso de las músicas que tengo que grabar,
me manejo con unas libretitas donde anoto las cosas que aún no he memorizado;
pero, normalmente, la música la tengo en la cabeza… si no, uso las libretitas,
que me entran justito en un lugar al costado del teclado. Las libretitas son
para mí como una especie de machete escolar: cuando me tengo que acordar de
algo (que no sé de memoria), veo la parte ahí. Igual, trato siempre tocar de
memoria y si tengo algo anotado es porque son otras cosas, se tratan de
marcaciones para disparar –en algún momento determinado- un efecto sonoro.
Anoto duraciones de tracks, etc. Por eso, yo siempre, en las listas que anoto,
tengo números que no son notas si no que corresponden a detalles sonoros. En el
teclado mismo tengo un montón de machetes que pego con cinta scotch, como si fueran los imanes de
heladera con las publicidades de los delivery…
¿Cómo ves el devenir del rock nacional, desde sus comienzos hasta la actualidad?
Es medio
difícil de contestar. No sé muy bien que hay de rock, en las cosas que me gusta escuchar ahora. Mucha de la
música que hay hoy en día en los festivales de rock en otros tiempos hubiese sido catalogada como “música
comercial”. No sé, debe haber grupos nuevos interesantes. En otros géneros,
como el folklore, escuché a
muchos chicos nuevos del interior haciendo cosas increíbles. Hay un pibe que se
llama Nahuel Penissi y es impresionante lo que hace. Creo que es un
chico no vidente que toca con la viola en las piernas… Toca y canta genial. Te
quedás con la boca abierta cuando lo ves. También están Juan Quintero, Negro
Aguirre, Coqui Ortiz… En el folklore
hacía tiempo que no había cosas nuevas, siempre estaban los grupos con los
sikus, etc.; y de repente, empezaron a aparecer un montón de músicos
increíbles. Algo parecido pasó en el tango
-aunque no siento que sea un género musical que avance-, veo ahí también
mucha gente joven que –en un caso similar a lo que pasa con el jazz en EEUU- empiezan estudiando los
viejos clásicos y se entusiasman mucho con eso (como la posibilidad de llegar a
hacer algo nuevo) pero de ahí a escuchar algo nuevo que no se haya hecho antes,
no sé…
¿Qué música te gusta escuchar?
Tengo
épocas, escucho varias cosas. Siempre me gustó la música de las películas de Hitchcock.
Me gusta mucho también escuchar la música de una serie de los 60 que se llamaba
Twilight
Zone (que acá se llamó Rumbo a lo Desconocido). La música
de esa serie está escrita por un montón de compositores buenísimos –Marius
Constant, Bernard Hermann (que venía de trabajar junto a Hitchcock-
y que en ese entonces no eran tan conocidos. Twilight Zone, por
su propuesta, rompió con las clásicas series norteamericanas de su época, se
adelantó a su época; no tenía nada que ver con Lassie, Hechizada o La
Isla de Gilligan… más bien era como una Twin Picks de los 60.
Ahí hay unas músicas increíbles. Son esas músicas que no podés meter en ningún
formato, como también pasa con la música de los cartoons, hecha por compositores bárbaros como Chuck Jones, Raymond
Scott, etcétera; tipos que componían músicas que no tienen igual, son
únicas… También me gustan muchas cosas clásicas, aquella música nacional que
escuchaba de chico. Cada tanto me consigo alguna discografía de artistas de los
70, de aquella época que coincide con el momento en que me inicié como músico.
Me gusta escuchar eso ahora, ver que era lo que me llamaba tanto la atención.
Y hablando de música de series o películas, vos
también estuviste musicalizando cine junto a Kabusacki…
Sí, en el
MALBA, por una iniciativa de Fernando
Martín Peña, que es un capo dentro del cine.
Te gustó esa experiencia…
Sí, porque
cuando yo recién empecé a tocar –en esa época inicial en que tocaba en privado,
sólo para mí-, cuando adquirí un poquito de vocabulario, me empecé a llevar el
teclado al comedor de mi casa y usaba las películas que pasaban en la TV para
crear cosas. Para que se den una idea, en esa época no había cable, no había
programación de trasnoche; por eso usaba los primeros ciclos que pasaban
películas en la trasnoche. Ahí pasaban cualquier tipo de película, ya fuese
argentina o egipcia… Programaban cualquier cosa. Entonces yo llevaba mi teclado
y me ponía a ver uno de estos ciclos: La Trasnoche Aurora Grundig. Daba igual si pasaban una película de (Luis) Sandrini
o de Hitchcock, lo que yo hacía era bajarle el volumen a la tele y
tocaba mirando, tratando de hacer –con lo poquito que sabía en ese entonces-
alguna música que tuviera que ver con las imágenes. 20 años después,
hice lo mismo en el MALBA, o sea, yo escuchaba que mi teclado salía de atrás de
la pantalla… Era una especie de premio interno para mí, el decir, “esto es
algo que siempre me gustó y ahora lo puedo hacer en un cine y con público…”
Eso no quiere decir que lo haga bien o mal, simplemente es como el disfrute de
ver como llegué a realizar eso que tanto me gustó siempre… Estuvo buenísima esa
experiencia y el mérito de Peña fue el de programar un ciclo con un montón de
películas que habían sido pensadas por los directores para ser pasadas con
música en vivo.
¿Cuándo hacés esto seguís alguna pauta determinada?
Y mirá, por ejemplo,
hicimos películas del expresionismo
alemán, ese cine muy lento, películas que a veces duran como cuatro
horas. Más de una vez, lo hemos hecho en dos funciones y si vos me preguntas de
qué se trataba la película, no sé… Después que la hice dos veces… No sé cuándo
va a terminar, no sé qué tiene que pasar, no hay nada que me lo anticipe… Es
algo que pasaba en el momento. Vos veías una situación, una escena en la que
aparecía un reloj –o una campana- y… (Hace el sonido de unas campanas con su
sintetizador) No sé en dónde termina, si agarro el momento justo, mejor…Lo
lindo que tiene es que la gente ve que vos lo estás haciendo ahí. Es muy piola
eso y también tenés que tener ideas para hacerlo y eso que se te ocurra hacerlo
ahí en el momento sin caer en determinados clichés, en la medida que se
pueda. Es un tipo de improvisación muy piola. De hecho, lo hago en mi casa con
pelis o cosas que tengo y con algunos alumnos míos también. Les digo: “OK,
vos hacé tal personaje y yo aquel”, luego le asignamos a cada personaje
algún motivo musical determinado. Miramos y reaccionamos. Es lo mismo que pasa
cuando vos tocás con otro músico, el toca y vos reaccionas, se genera una
especie de diálogo musical.
¿Desde cuándo das clases?
Creo que
desde el 86. Tengo muchos alumnos muy piolas. Trato de preparar las clases
personalizadas para cada alumno, como si fuera un menú, proporcionándole a cada
uno aquello que necesita, viendo en que lo puedo ayudar. Entre mis alumnos
tengo, no solamente gente que toca teclados si no también bandoneonistas,
cantantes, violeros, bajistas, saxofonistas… Y nada, vienen porque vos podés
enseñarle ciertas cosas que por ahí el profe de bandoneón no les da. Todo suma.
Lo mío no reemplaza a la enseñanza particular del instrumento, si no que la
complementa.
(Entrevista
realizada en agosto de 2011)
Emiliano
Acevedo y Leandro Ruano
Mono tu música es lluvia de los dedos..
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