martes, 16 de mayo de 2017

BÁEZ 246: El día que los pibes se lo encontraron a Charly...


Algunas veces la vida nos da gratas sorpresas y ciertas noches insípidas se vuelven inolvidables. Algo de eso les pasó a tres pibes de barrio, que una noche se colaron en el vip del Soul Café (Báez 246, en el barrio de Las Cañitas). Fue el miércoles 26 de noviembre de 2003. Nunca más se lo iban a olvidar…

La noche había empezado mal. Tomás, uno de los tres afortunados, había planeado una cita a ciegas en ese cool local gastronómico, con dos suecas que estaban estudiando fotografía en Baires, pero las minas no tenían ni media onda. Sin embargo, Tomasito no se rendía, porque ya tenía bien marcada a su presa en este dueto de féminas nórdicas, y por eso les había dicho a dos amigos (Marce y el Gordo Carbone) que se jugaran su chance con la otra rubia. Lástima que estos dos pibes no eran capaces ni de levantar ni un papel del piso, como se dice en la lleca... Por eso el final fue previsible. “Sobre lacrado”, como también se llama a este tipo de situaciones. Así, mientras Tomás al fin podía disfrutar de la compañía agradable de su rubia, sus dos amigos se preguntaban, lisa y llanamente, qué carajo estaban haciendo allí... Porque no habían podido establecer ningún tipo de comunicación con la otra muchacha europea.

Así, la noche languidecía lentamente, hasta que, de pronto, en una maniobra media extraña, Tommy le pregunta a un tipo que cuidaba la entrada del vip, si iba a tocar alguna banda allí esa noche. “No sé. ¿Ustedes son de la banda?”, respondió y repreguntó el mono. Y ante la tímida respuesta de los muchachos: “Sí”, el tipo les dijo: “Bueno, pasen”.

Y así entramos, nomas... Perdón, entraron. A saber: Marcelito, Tomás y el Gordo Carbone. Sí, tres dignos representantes del lumpen proletariado del conurbano bonaerense. Un habitante de Lanús City y dos del Morón Profundo, con más orto que cabeza, colándose en un lugar en el que no estaban invitados ni a los premios. Y junto a Matías entraba la sueca. La otra rubia hacía rato que se había ido, argumentando tener “jaqueca”.

Una vez traspasada la cortina que delimitada la entrada del vip del resto del local, divisaron, sentado en una mesa, a Charly García comiendo spaghettis con su hijo Migue y un par de amigos. Ustedes son capaces de entender lo que significa eso para un par de pibes de Lanús y Morón? Sí, ¡Charly! ¡¡¡El mismísimo prócer del Rock Nacional, sentado ahí nomás, a metros de distancia!!! Seguramente, para los habitúes del lugar, esto era algo común, algo que pasaba cualquier noche de la semana, pero para estos tres pibes... Ah mierda, cuanta emoción...

La pregunta del urso de la puerta, acerca de si “eran de la banda” tenía una explicación, y rápidamente se enteraron el porqué. Es que en ese momento estaba tocando una banda de chicos jóvenes, con un cantante pelilargo, rubio y carilindo que se parecía a Franco Constanzo, el ex arquero de River. El reggae fusión que hacían sonaba blandito, tipo música funcional. Quizás por eso Charly los despidió con un irónico: “No se preocupen muchachos, ya van a triunfar...” 

Una vez terminada la actuación de este grupo semi amateur, de los que no se volverá a tener noticias, ni en el resto de este relato ni en toda nuestra vida, Charly se paró y se fue directo al escenario... En ese preciso instante el Bicolor empezaría un show íntimo para unos pocos espectadores afortunados. La visita al local de su amigo Fabián El Zorrito Vön Quintiero, y la presencia de otros viejos amigos de los dos músicos, como Fernando Samalea y Fernando Kabusacki, fue la excusa ideal para juntarse a tocar. Y repito lo de grata sorpresa, porque jamás me iba... Perdón, jamás Marce, Tomás y el Gordo Carbone se hubiesen imaginado que el Maestro (nunca un calificativo estuvo mejor puesto) les iba a regalar semejante show. Cuando a eso de las dos de la mañana, García tomó un teclado con vocoder, al tiempo que empuñaba una guitarra eléctrica, la gente esperaba ser sacudida con música de la mejor.

Sé que muchos se sorprenderán si les digo que fue un show magnifico, ya que están acostumbrados a enterrar a García, deshaciéndose en diatribas que examinan su decadente estado físico, mental y anímico. Ya sabemos que esta es una de las costumbres máximas de nuestra bendita Argentina, en donde rara vez se respeta a los ídolos, ya que los que preferimos ver prendidos fuego o a lo sumo borrachos en alguna plaza. Pues bien, estimados señores, esa noche mágica de noviembre del 03, García demostró que difícilmente pueda ser sepultado jamás. Y es que, muchas veces, antes de ir a ver un concierto de García, los espectadores se preguntaban: "¿Hoy Charly se pondrá las pilas?" Bueno, ese miércoles se las puso. Y cómo...

Cantando y tocando con ganas, como hacía mucho tiempo no se lo veía. Divirtiéndose y generando magia a cada instante, mayormente con la guitarra, aunque no faltó su magistral uso de los teclados y sus dichos en el vocoder. Lo acompañaba una banda de lujo: Samalea en batería, su hijo Miguel García en teclados, Fernando Kabusacki en guitarra y el "anfitrión" Vön Quintiero en bajo. En todo momento se vio a la banda divirtiéndose y generando un feedback tremendo con los pocos afortunados espectadores, los cuales se vieron envueltos en una especie de frenético orgasmo sonoro, cuyo torbellino centró su origen en la escuálida y querible figura de Charly. Mientras un voluminoso y mediático periodista deportivo de TyC y Radio Mitre, abrazaba a sus dos jóvenes y voluptuosas “acompañantes” (las comillas pueden estar o no), Charly ejecutaba varios de sus clásicos de todos los tiempos, demostrando lo bien que se sentía en ese lugar y en esas tan mágicas circunstancias. En ese instante no era difícil comprender porque el músico se sentía más cómodo en estos shows chiquitos que en los estadios, frente a audiencias masivas, en donde solía auto boicotear el espectáculo…

Claro, en esa hora y media no faltarían clásicos inolvidables de Los Enfermeros (la recordada agrupación que acompañaba a García en los ochenta y primeros noventa) como "Yendo de la Cama al Living", "Cerca de La Revolución", "Promesas Sobre el Bidet", "Pasajera en Trance", "Rezo Por Vos", "Funky", "Anhelonia", "Adela en el Carrusel" y varios más; los cuales se mezclaban con canciones de los Beatles como "All You Need Is Love". También García la descocía interpretando un par de temas de su último disco de entonces, Rock And Roll Yo, el cuál había sido editado apenas una semana antes de este concierto ad hoc.  Así pasaron, el ahora clásico, "Asesíname" y ese monumental cover de Stevie Wonder (del tema “Love's in need of love today”), intitulado en el disco de García como "Wonder".

La parte final del show en el Soul Café fue cien por ciento "stone" y así pudimos... Perdón, los presentes pudieron disfrutar de deliciosas versiones de "It's Only Rock And Roll", "Beast Of Burden" o "Honky Tonk Women". Ahí Charly se permitió jugar con las tonalidades de “Beast of Burden” y “El Día que Apagaron la Luz”, fundiéndolas como si fueran una única canción. El broche frenético llegó con una muy buena redención del clásico de Bob Dylan "Like A Rolling Stone", que hizo levantar a todo el mundo de sus asientos. Sería bueno en este momento marcar un paréntesis y aclarar que todos estos temas fueron cantados por Charly y su hijo en un inglés muy bueno y nada sanateado, aunque usted no lo crea. 

Y así pasó... “Todo tiene un final, todo termina”, y luego de una hora y media "el show de los sueños" finalizó. Charly se quedó escuchando la grabación de la jam en sus auriculares, junto a la mesa de sonido, antes de volver a su "Palermo Bagdad", mientras todos los presentes se iban yendo del local. Un momento mágico que ya había pasado, quedando también grabado en las retinas y el recuerdo de aquellos tres pibes...

Finalmente, días se siguieron escurriendo del almanaque, como siempre, y por fin la rubia se volvió a Suecia, luego de ver –junto a Tomás y Marce- a Spinetta ofreciendo un show solo con la guitarra acústica, en diciembre de 2003, a beneficio en un hospital neuropsiquiatrico de la calle Córdoba. Seguramente, la muchacha se fue de nuestro país sin enterarse que había visto en vivo a los dos más grandes próceres del rock local. Antes del final de ese mini romance, cuando aún hacía pocos minutos que se habían ido del Soul Café, y mientras aún Tomás gozaba del sabor en los labios que le habían dejado los besos de la fogosa blonda, Marcelo y el Gordo Carbone se quedaron junto a su amigo, ya en la madrugada del jueves, comentando el show de Charly en una panchería de Retiro.

Porque, después de todo, ¿quién les podría robar ese recuerdo que ya llevaban en sus memorias y en el fondo de sus corazones? Quizás nadie les volviese a creer este relato, diciendo que este show lo soñaron y que nunca ocurrió. Y sin embargo, nada de eso importa…
Porque, como ya sabemos, a veces la amarga realidad se convierte en algo más hermoso que cualquier sueño. Asumiendo que eso fue aquel concierto íntimo que García regaló ese mágico miércoles; yo, simplemente, quisiera darle las gracias... Gracias a Charly por tantos años de música, talento y magia. Y gracias también, porque no, a esos tres pibes, entre los que por fin me incluyo, por protagonizar esta pequeña historia, esta ficción de lo real, que hoy te conté...

Nacho Melgarejo

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