Cuando
las bandas de rock nacieron sumergidas en el mismo anonimato que todos
nosotros, el público, cuando descubrieron el secreto; ese lago de melodías y
ritmos en el que todos los rockers roban y alimentan sus redes sonoras del
mismo modo como los escritores roban en las profundas cuevas del lenguaje;
ellos nos enseñaron a respirar esas canciones. No era música sino primeros
auxilios.
Stockhausen
enuncia una teoría metafísica sobre el origen de la música: sostiene que la música
es el sonido del cosmos y los músicos son postes telegráficos de recepción de
esas sonoridades singulares.
La
decepción o desilusión que nos provocaron con el correr de los años supone la
existencia de un ilusión previa, de un viaje utópico imposible de realizar que
consistió en escapar de la rígida celda que es el mundo, es fuga vibrante y adrenalina
del sistema pesadillesco en que consiste la vida en comunidad.
El
rock nos prometió ese escape. El rock fue el propio vehículo que nos llevaba
fuera de los muros del capitalismo, de las ideas decadentes sobre el mundo, de
la moral castradora que manipulaba nuestros arrebatos, de la prohibición que
custodiaba como un tabú social la promiscuidad y los excesos.
En
mi caso, los tripulantes preferidos de esa evasión extraordinaria y mágica fueron
David Bowie, Pink Floyd, Led Zeppelin,
Genesis, Yes, Procol Harum, Wishbone Ash, Joe Cocker, Jimi Hendrix, Lou Reed,
Deep Purple, Emerson, Lake & Palmer, Alice Cooper, Kraftwerk, Tangerine
Dream, Van Der Graff Generator, King Crimson y algunas más. No era
solamente música, era un movimiento, a veces suave y cadencioso y a veces
violento y tormentoso que nos alejaba de las carreteras civilizadas y nos
extraviaba por senderos misteriosos e inexplorados. El rock me desató de mis
siniestros vínculos familiares, descarriló mi buena conducta como ciudadano, me
arrancó el uniforme de presidiario (traje, camisa, corbata, colores apagados) y
me disfrazó de estrafalario pirata con capelina, zuecos y batas coloridas.
Hasta
el advenimiento del rock, mi existencia era como un misil teledirigido. La vida
se fugaba por todos los agujeros de mi alma en ese recorrido angustiante por
los laberintos de la ciudad; trabajar, estudiar, enamorarse, tener hijos. Esa era
toda la oferta. Siguiendo el ritmo de Vendiendo
Inglaterra por una libra salí a recorrer los caminos de Sudamérica y Europa
siguiendo la pista de un misterio al que muchas veces presentí cerca pero que
jamás encontré. Con el LSD y EL LADO OSCURO DE LA LUNA sufría alucinaciones
verdaderas. Es decir, visiones confusas de la auténtica realidad que se
escondía entre las brumas de la trampa que se cierne sobre la mente. El LSD, si
eres inteligente, te transforma en filósofo.
Tuve
oportunidad de presenciar algunos recitales inolvidables. A Alice Cooper en una
noche fatal en San Pablo donde los dealers vendían un ácido anfetaminico que
generó una tormenta violenta en la mente de los espectadores. Van Der Graff
Generator en un piringundín pequeño en Ámsterdam fumando hachís y hechizado por
la magia de un tipo desconocido para mí que era Peter Hammill. Un recital monstruoso de Supertramp en Barcelona. El maravilloso Rock in Rio de 1985 con Queen, AC/DC, Whitesnake, Rod Stewart, John
Mayall, Scorpions y 30 bandas más. Y, sobre todo, un recital que brilla en
mi memoria como un diamante: un show en el Canecão de Rio de Janeiro, de
PIL (Public Image Limited), la banda excepcional de Johnny Rotten, tomando champagne en la misma mesa que Ronald Biggs, el asaltante inglés del
tren correo.
Mi
identificación con el rock se profundizó aún más cuando yo mismo me convertí en
protagonista de esos eventos al compartir tantos años el escenario con Los Redondos de Ricota y luego con Los Caballeros de la Quema, Los Piojos,
Bersuit Vergarabat, Lo Negro, Los Niños del Puente y La Pandilla Derqui.
La
primera revelación del fracaso coincidió lamentablemente con la inscripción de
los rockers en el establishment. El dinero, la fama, el poder los fueron
cazando a cada uno en su propia sopa de miseria personal. Participaron no
solamente de festivales políticos y militares sino que también hicieron proselitismo
de sí mismos en cuanto reportaje les realizaron. Hasta el Indio Solari se adecuó a Clarín y a Pergolini. Muchos se declararon peronistas, izquierdistas o, peor
aún, kirchneristas.
Pero
ellos fueron, en realidad, víctimas de la misma poderosa ola de trivialidad,
mediocridad e insania que nos arrastró a todos. Por otra parte, en el nuevo
milenio, el concepto del rock sufrió una explosión neutrónica con centenares de
bandas de gran calidad que surgieron en todo el mundo (Radiohead, Morcheeba, Super Furry Animals, Mars Volta, Tool, entre
miles de otras) aunque ninguna pudo superar la eclosión creativa producida en
las décadas del 80 y los 90. Casi todo lo que se escucha es otra vuelta de
tuerca de lo ya escuchado.
Si
el rock fue la música de fondo de la película de aventuras que intentaba ser
nuestra vida, en la actualidad es la marcha fúnebre de un sueño olvidado.
Enrique Symns
(Publicado
originalmente en la Revista Mavirock,
2012. Incluido en el libro Senderos
Extraviados, Crónicas y Entrevistas al Límite, edición de autor, 2013)
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