martes, 10 de enero de 2023

LA DECEPCIÓN DEL ROCK, por Enrique Symns

 

Cuando las bandas de rock nacieron sumergidas en el mismo anonimato que todos nosotros, el público, cuando descubrieron el secreto; ese lago de melodías y ritmos en el que todos los rockers roban y alimentan sus redes sonoras del mismo modo como los escritores roban en las profundas cuevas del lenguaje; ellos nos enseñaron a respirar esas canciones. No era música sino primeros auxilios.

Stockhausen enuncia una teoría metafísica sobre el origen de la música: sostiene que la música es el sonido del cosmos y los músicos son postes telegráficos de recepción de esas sonoridades singulares.

La decepción o desilusión que nos provocaron con el correr de los años supone la existencia de un ilusión previa, de un viaje utópico imposible de realizar que consistió en escapar de la rígida celda que es el mundo, es fuga vibrante y adrenalina del sistema pesadillesco en que consiste la vida en comunidad.

El rock nos prometió ese escape. El rock fue el propio vehículo que nos llevaba fuera de los muros del capitalismo, de las ideas decadentes sobre el mundo, de la moral castradora que manipulaba nuestros arrebatos, de la prohibición que custodiaba como un tabú social la promiscuidad y los excesos.

En mi caso, los tripulantes preferidos de esa evasión extraordinaria y mágica fueron David Bowie, Pink Floyd, Led Zeppelin, Genesis, Yes, Procol Harum, Wishbone Ash, Joe Cocker, Jimi Hendrix, Lou Reed, Deep Purple, Emerson, Lake & Palmer, Alice Cooper, Kraftwerk, Tangerine Dream, Van Der Graff Generator, King Crimson y algunas más. No era solamente música, era un movimiento, a veces suave y cadencioso y a veces violento y tormentoso que nos alejaba de las carreteras civilizadas y nos extraviaba por senderos misteriosos e inexplorados. El rock me desató de mis siniestros vínculos familiares, descarriló mi buena conducta como ciudadano, me arrancó el uniforme de presidiario (traje, camisa, corbata, colores apagados) y me disfrazó de estrafalario pirata con capelina, zuecos y batas coloridas.

Hasta el advenimiento del rock, mi existencia era como un misil teledirigido. La vida se fugaba por todos los agujeros de mi alma en ese recorrido angustiante por los laberintos de la ciudad; trabajar, estudiar, enamorarse, tener hijos. Esa era toda la oferta. Siguiendo el ritmo de Vendiendo Inglaterra por una libra salí a recorrer los caminos de Sudamérica y Europa siguiendo la pista de un misterio al que muchas veces presentí cerca pero que jamás encontré. Con el LSD y EL LADO OSCURO DE LA LUNA sufría alucinaciones verdaderas. Es decir, visiones confusas de la auténtica realidad que se escondía entre las brumas de la trampa que se cierne sobre la mente. El LSD, si eres inteligente, te transforma en filósofo.

Tuve oportunidad de presenciar algunos recitales inolvidables. A Alice Cooper en una noche fatal en San Pablo donde los dealers vendían un ácido anfetaminico que generó una tormenta violenta en la mente de los espectadores. Van Der Graff Generator en un piringundín pequeño en Ámsterdam fumando hachís y hechizado por la magia de un tipo desconocido para mí que era Peter Hammill. Un recital monstruoso de Supertramp en Barcelona. El maravilloso Rock in Rio de 1985 con Queen, AC/DC, Whitesnake, Rod Stewart, John Mayall, Scorpions y 30 bandas más. Y, sobre todo, un recital que brilla en mi memoria como un diamante: un show en el Canecão de Rio de Janeiro, de PIL (Public Image Limited), la banda excepcional de Johnny Rotten, tomando champagne en la misma mesa que Ronald Biggs, el asaltante inglés del tren correo.

Mi identificación con el rock se profundizó aún más cuando yo mismo me convertí en protagonista de esos eventos al compartir tantos años el escenario con Los Redondos de Ricota y luego con Los Caballeros de la Quema, Los Piojos, Bersuit Vergarabat, Lo Negro, Los Niños del Puente y La Pandilla Derqui.

La primera revelación del fracaso coincidió lamentablemente con la inscripción de los rockers en el establishment. El dinero, la fama, el poder los fueron cazando a cada uno en su propia sopa de miseria personal. Participaron no solamente de festivales políticos y militares sino que también hicieron proselitismo de sí mismos en cuanto reportaje les realizaron. Hasta el Indio Solari se adecuó a Clarín y a Pergolini. Muchos se declararon peronistas, izquierdistas o, peor aún, kirchneristas.

Pero ellos fueron, en realidad, víctimas de la misma poderosa ola de trivialidad, mediocridad e insania que nos arrastró a todos. Por otra parte, en el nuevo milenio, el concepto del rock sufrió una explosión neutrónica con centenares de bandas de gran calidad que surgieron en todo el mundo (Radiohead, Morcheeba, Super Furry Animals, Mars Volta, Tool, entre miles de otras) aunque ninguna pudo superar la eclosión creativa producida en las décadas del 80 y los 90. Casi todo lo que se escucha es otra vuelta de tuerca de lo ya escuchado.

Si el rock fue la música de fondo de la película de aventuras que intentaba ser nuestra vida, en la actualidad es la marcha fúnebre de un sueño olvidado.

Enrique Symns

(Publicado originalmente en la Revista Mavirock, 2012. Incluido en el libro Senderos Extraviados, Crónicas y Entrevistas al Límite, edición de autor, 2013)

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