El protagonista de esta nota nació en Augusta,
Georgia, Estados Unidos, el 3 de mayo de 1933. Tenía mil apodos. Le decían: El
Padrino del Soul, El Soul Brother Número Uno, El Señor Dinamita, Mr.
Sex Machine; El Más Duro Trabajador del Show Business, El Ministro
del Super Heavy Funk, o, simplemente, James Butane Brown, el hombre que tenía el
alma negra. Factótum del funk & soul, maestro genial, irredento
vicioso de la vida. Sí, James Brown. Hizo de todo, e inventó todo, antes
que todos los demás. Por ejemplo, se subía con una bata al escenario cuando Sandro
era apenas un pibe que se soplaba los mocos en Valentín Alsina; y luego
influenciaría, con su impactante presencia escénica, a figuras de la talla de Mick Jagger o Michael Jackson, quienes le copiaron su despliegue y
bailecitos sobre el escenario. Hasta Miles Davis, otro
genio de la música popular, lo respetaba, lo admiraba y, en ciertos aspectos,
le seguía los pasos. Pero como si todo esto fuera poco, en mayo de 1963, James
Brown también se daría el lujo de editar un álbum en vivo que mucha gente
cree que es el mejor de la historia: Live at Apollo.
Un hito difícil de mensurar, pero que viene volando pelucas de a millones desde hace 50 años. Un disco que da cuenta de ese esquema repetitivo que era inherente a la obra de este artista, a la resistencia rítmica hipnótica característica del sonido de Brown. Infravalorar o negar sustancialidad al valor artístico de este disco equivaldría casi a negarle valor al minimalismo culto, o la vanguardia de la polifonía y polirritmia tradicionales africanas. Porque en Live at Apollo, James Brown inventó un lenguaje musical nuevo. Ese álbum supuso casi el cenit de su carrera, con esa fuerza devastadora que derretía la púa de los tocadiscos en los 60 y aun hoy en día sorprende en esta era digital. Porque es difícil de aprehender en una escucha distraída tanta información junta, tanta variedad de ritmos y músicas. La fascinante comunicación que se establecía entre Brown y su banda, y la de uno y otra con un auditorio en éxtasis, el pulso rítmico, la descarga de adrenalina y sensualidad, la descarnada rajadura de la voz de James… Todo contribuye a convertir a esta producción en un monumento sonoro histórico. Por otra parte, los surcos de cada una de las pistas de Live at Apollo transpiran la locura de ese espectáculo que desplegaba sobre el tablado un James Brown imbatible, que a los 30 años transitaba el cenit de su vigor físico. Un ciclón aullador, una batidora sinfín, una auténtica explosión soul-atómica…
Sin embargo, a pesar de todo esto, la génesis del álbum es bastante curiosa, porque Live at Apollo existe de milagro, ya que Syd Nathan, el jefe del sello King Records, se opuso firmemente a que James editara un disco en vivo, y fue la desobediencia de éste la que lo llevó a grabarlo por su propia cuenta en el Apollo de Harlem, uno de los auditorios centrales del gueto negro neoyorquino. Allí, Live at the Apollo sería registrado en la noche del 24 de octubre de 1962. Nathan estaba en contra de que se editara esta obra, porque creía que un disco en vivo que no incluyera temas nuevos no era redituable, que no se lo iba poder vender a nadie.
Sin embargo, la intuición de Brown, su entusiasmo y tesón, resultaron
correctos, ya que Live at the Apollo demostró
rápidamente su valía, noqueando a propios y ajenos, logrando un éxito sin igual para un álbum en vivo hasta esa fecha: se mantuvo
66 semanas en los rankings, llegando al puesto número 2 de los rankings, y
vendiendo más de un millón de unidades.
No era para menos, de movida nomas se podía apreciar ese crescendo ascendente de una introducción hablada, entrando en los once minutos legendarios de la balada “Lost Someone”, para terminar de estallar con un medley frenético de nueve canciones más, que finalizaba luego con “Night Train”, un clásico que quebró la cadera a más de uno con su ritmo sin par. En resumen, más de media hora de soul puro, en bruto, sin destilar.
No era para menos, de movida nomas se podía apreciar ese crescendo ascendente de una introducción hablada, entrando en los once minutos legendarios de la balada “Lost Someone”, para terminar de estallar con un medley frenético de nueve canciones más, que finalizaba luego con “Night Train”, un clásico que quebró la cadera a más de uno con su ritmo sin par. En resumen, más de media hora de soul puro, en bruto, sin destilar.
Sin dudas, fue crucial en el disco la participación
del grupo vocal de apoyo de Brown, The Famous Flames (Bobby
Byrd, Bobby Bennett, y Lloyd Stallworth), quienes protagonizaron un
rol invalorable, complementando y apuntalando las demencias vocales de James,
su verba irredenta y mortal. Esa química fue fundamental en esta colección de
hits que se iban sucediendo sin pausa, dejando sin aliento a los oyentes:
"I'll Go Crazy", "Try Me", "Think", "Please
Please Please" y "I Don't Mind”. Un repertorio de canciones
incendiarias que se volverían fundamentales en la carrera de James Brown.
No por nada, Wayne Kramer, el guitarrista de MC5 -grupo protopunk
y políticamente radical de Detroit, de fines de los 70- citó a Live at
the Apollo como la fuente de inspiración de su recordado álbum clásico Kick
Out the Jams: “Mucha de nuestra música estaba basada en lo que hacía
James Brown. Porque a menudo escuchábamos Live at the Apollo luego
de consumir ácido lisérgico, siempre viajando en nuestra van, en medio de las
pequeñas giras que realizábamos en nuestros primeros tiempos. Además, si vos
tocabas en una banda en Detroit, en aquellos tiempos, era usual que hicieras
temas como “Please, Please, Please” o “I´ll Go Crazy”, porque eran standards.
Sin dudas, creo que modelamos lo que después fueron los conciertos de MC5 a
partir de esas grabaciones. Todo lo que hicimos, poniendo nuestro sudor y
energía, todo nuestro estilo anti refinado, viene de ahí, de Live at the
Apollo. Nunca tuvimos dudas de eso”.
No hace falta agregar mucho más a lo que dijo Kramer, tan solo escuchar este inmortal álbum, su música, el ritmo y esos gritos increíbles de un público en éxtasis, para entender un poco de que va la cosa en esta producción sin par del gigantesco James Brown. Un tipo que -dicen- se murió en la navidad de 2006. Pero, ¿quién se podría creer semejante falacia? Si monstruos como él son inmortales y –como decía el Gordo Troilo- siempre estarán llegando…
Emiliano Acevedo
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