No hace mucho tiempo tuvimos el enorme placer de
encontrarnos con Bernardo Baraj en su casa. Sin dudas, es uno de los más talentosos instrumentistas de
la música popular argentina, un pedazo grande de nuestra historia cultural, ya
que con su saxo acompañó leyendas como Sandro y Leonardo Favio, Spinetta y Rada, además de ser miembro fundador del prestigioso grupo Alma y Vida, junto a Carlos Mellino. Dueño de un sonido propio que –en las
últimas cinco décadas- dejó su huella en el jazz, el rock, la
fusión, el tango y el folklore, en esta charla nos cuenta
su historia.
ENTREVISTA> ¿Cómo fueron tus inicios en la
música?
Mi primer instrumento fue el piano. Lo estudié un
par de años, de pibe, cuando vivía en Bernal. Después tuve que dejar de
estudiar, por cuestiones personales. Ahí me mudo con mi vieja a Capital. Luego,
cuando tenía 15 años, me empecé a interesar por el jazz tradicional, el dizzieland, la música de Louis Armstrong, etc. Como me gustaba
mucho el sonido de clarinete, lo elegí como instrumento para aprender a
tocarlo. Más tarde, comencé a escuchar corrientes más modernas del jazz y me compré un saxo.
Empecé a estudiar este instrumento cuando tenía 17 años. El primer tipo de saxo
que compré fue un saxo tenor. Más adelante incorporé el saxo soprano.
¿Qué músico te incentivó para pasar a tocar saxo?
Al principio, cuando estudiaba clarinete, a mí no
me gustaba el saxo. Hasta que un día escuché a Wayne Shorter en Noche en Túnez
(1959), un disco que hizo con el quinteto Jazz
Messengers de Art Blakey, y me
volví loco con el sonido que sacaba del instrumento. Aunque me gustaba mucho Coltrane, diría que fue Wayne Shorter
el que me llevó a decidirme por el saxo.
¿Cómo era la movida del jazz en Buenos Aires en aquellos años?
Cuando yo empecé a estudiar había un par de
boliches de jazz. El principal
era la Cueva de Pueyrredón. En ese momento se llamaba la Cueva de Pasarotus. Un
tipo que regenteaba mucho la Cueva era un trombonista llamado Juan Carlos Cáceres, quién luego triunfó
en París haciendo tangos y milongas. Yo escuchaba mucho la música que hacía Cáceres
en aquellos años. También iba al ICANA (Instituto Cultural Argentino Norte
Americano), en donde había permanentemente una movida jazzera.
¿Y cómo era el público que seguía todas esas
propuestas en los 60?
Siempre fue bastante elitista, casi under. El jazz nunca captó a un gran
público. Estaba más vinculado a la intelectualidad. Me acuerdo que en esos años
se hacía un festival de jazz muy
importante en la Facultad de Medicina, en el Aula Magna. Creo que esa es una
característica propia del género y llega hasta la actualidad. Nunca fue
popular.
¿En la Cueva conociste a Sandro?
Sí, ahí conocí en persona a Roberto. Yo lo tenía visto desde la época de Sábados Circulares, el programa de Pipo Mancera. Ambos tocábamos ahí, cada uno en su grupo. Después,
en la Cueva nos hicimos amigos. En 1965, él se separa de Los de Fuego y arma otro grupo llamado El Black Combo. Ahí estuve tocando con Sandro durante cuatro años. También participé de la grabación de
varios temas en sus discos.
Vos tocaste en “Ave de paso”, uno de sus mayores
éxitos.
Sí. El solo de saxo en esa canción es mío. Está
buenísimo ese tema.
¿Y cómo fue tu experiencia acompañando a Leonardo
Favio?
Se da en 1969, cuando me convoca Carlos Mellino, que ya venía tocando
con Favio. Ésta fue una experiencia
bárbara, porque Favio (al igual que Sandro) es un tipo fenómeno. Trabajé sólo
un año con él.
Claro. Porque cuando Favio decidió dejar un tiempo de tocar, en ese impasse, decidimos
empezar con este proyecto. Se originó en forma natural porque ya estábamos
bastante acostumbrados a tocar juntos. Era muy común que cuando acompañábamos a
Leonardo, si a él le incomodaba algo en el escenario, o se ponía nervioso, nos
dijera: “toquen alguna cosa”, y se iba, dejándonos solos en escena. Al
público le gustaba mucho la música que hacíamos. Incluso, en algunas
oportunidades, nos habíamos continuado tocando solos luego de que el show de Favio
ya había terminado. Ahí resolvimos formar el grupo. Antes de firmar con RCA,
publicamos un simple en Mandioca (el mítico sello discográfico ideado por Jorge Álvarez).
Hace muchos años que vienen tocando juntos, ¿cómo
conociste a Carlos Mellino?
Fue medio de casualidad. Aunque él vivía a una
cuadra de mi casa, no nos habíamos visto nunca. Yo vivía en Bartolomé Mitre y
Billingurst y Carlos vivía en Rivadavia y Billingurst. Imaginate que salía a la
puerta de mi casa y veía, en el contrafrente, la ventana de la habitación de
él. Carlos hacía el secundario en el Nacional Mariano Moreno. Un día, mientras
iba al Colegio, pasó por la puerta de mi casa y le llamó la atención el sonido
de mi saxo. Fue en ese mismo momento, mientras yo estaba practicando, cuando Carlos
me golpeó la puerta. Así nos conocimos.
Si bien en EEUU ya había grupos como Chicago o
Blood, Sweet & Tears, la aparición de un grupo argentino de ese estilo,
como Alma y Vida, debe haber sido algo muy novedoso para la época, ¿lo ves así?
Tal cual. Porque aunque ya existía Arco Iris, que tenía a Ara Tokatlian tocando el saxo, este
grupo no tenía una sección completa de vientos, con trompeta y saxo, como la
que usábamos nosotros. Además contábamos con la voz de Mellino que era única.
Vos, incluso, participaste en la composición de
varios éxitos del grupo como “Mujer Gracias por tu Llanto”, “La Gran Sociedad”
y “Fantasía Sobre los Reyes Magos”
Sí, la letra de “Fantasía” es mía.
¿Ya habías escrito letras antes de estar en Alma y
Vida?
No. Lo que tenía claro era que quería formar un
grupo. Hacía rato que venía pensando en eso. Inclusive, el nombre Alma y Vida se me había ocurrido a mí,
mucho tiempo antes. Aunque era re fana del jazz, también escuchaba bastante a grupos del rock nacional como Almendra y me pareció súper interesante
esa propuesta por generar una música con contenido, que se saliera de lo que
era la música joven comercial. Y que además fuera una propuesta popular. No
como el jazz, que era para un
público reducido. Entonces, cuando surge la idea de formar un grupo, les sugerí
a mis compañeros que le pusiéramos de nombre Alma y Vida. Todos estuvieron de
acuerdo.
¿Estaban de acuerdo en todo lo que hacían?
No fue tan así. Al principio teníamos una
disyuntiva entre cantar en castellano o cantar en inglés. En esa época, el rock en castellano aún era una cosa
bastante novedosa. Mellino, que venía
de tocar (junto a Alejandro Medina)
en los Seasons, quería seguir
cantando en inglés. No lo podíamos mover de esa idea. Para mí, en cambio,
cantar en castellano era una condición sine
qua non, porque era la forma más directa para comunicarnos con el público.
Tuvimos un par de discusiones acerca de este tema hasta que, al final, Mellino aceptó
a cantar en castellano.
No llegó la sangre al río…
No. Igual tuvimos muchas discusiones acaloradas
porque no lo podíamos convencer. Carlos estaba empecinado con cantar en inglés.
La que terminó convenciéndolo fue su madre, una gorda divina (ya fallecida) que
nos alentaba mucho en todo lo que hacíamos, incluso venía a nuestros shows. Lo
convenció luego de otra discusión que tuvimos en una reunión del grupo en su casa.
El hermano de Carlos también componía letras.
Sí, Esteban
también participó de la composición de varios temas. Incluso, en algún momento,
fue nuestro representante.
¿Por qué crees que Alma y Vida es menospreciada en
el ambiente rock, quedándose al margen del panteón de las bandas históricas del
rock nacional?
Lo que ocurrió fue que, cuando comenzamos con la
banda, ya éramos músicos profesionales. No teníamos la onda hippie. Cuando
empezamos a grabar con Alma y Vida yo tenía 26 años, mientras que tipos como el
Flaco Spinetta tenían 20. Yo ya
tenía un hijo. Digo esto porque la concepción que teníamos nosotros, acerca de
lo que era trabajar y ganarse la vida, era distinta a la de otros músicos de rock. Nosotros teníamos otros tipos
de compromisos. No hago esta diferencia desde un sentido peyorativo. ¡Ojalá yo
hubiese tenido 20 años cuando estaba en Alma y Vida! Hubiese sido todo más
relajado. Yo siempre fui un tipo que me preocupé mucho por eso. Porque no es
nada fácil abrir la heladera y que no haya nada para comer.
Claro. Cuando me embarcaba en un proyecto, eso era
todo para mí, la vida. El problema es que cuando empezamos con Alma y Vida no
teníamos ningún ingreso. La pasábamos mal porque armar la banda nos llevó un
proceso largo para ensayar, componer… Luego empezamos a conseguir un par de
shows en donde nos pagaban $2,50. Fue un proyecto que empezó a andar despacito
hasta que funcionó. Por eso nos metimos en un par de situaciones que, según la
óptica rockera, eran despreciables. Por ejemplo, cuando ya grabábamos en la RCA
salimos en un programa que la compañía tenía en televisión, en donde aparecían
bandas haciendo playback con minitas
bailando alrededor. Nosotros decidimos ir a ese programa porque eso nos daba la
posibilidad de tocar en el interior, de tener más shows.
¿El programa era Alta
Tensión?
No me acuerdo el nombre. Seguramente fue uno de
esos. Tuvimos que ir porque esa era una necesidad imperiosa para un grupo en
formación como el nuestro. No éramos tipos que vivíamos en la casa de mamá y
tocábamos la guitarra. Ojalá nos hubiese resultado así de fácil…
Eso cayó mal en el ambiente del rock…
Sí. Además cometimos un error político, grande como
una casa, con la revista Pelo.
Nosotros ya habíamos tocado gratis en los dos primeros (festivales de rock) Barock. Cuando nos llama Daniel Ripoll (editor de Pelo) para tocar en el Barock III, nos negamos a seguir tocando
gratis. La banda ya venía funcionando bien y tuvimos una discusión fuerte con
Ripoll. Me acuerdo que estábamos en una reunión con él y había una Pelo arriba de la mesa. Gustavo Moretto la abre y, en el centro
de la revista, había una publicidad enorme de las zapatillas Flecha. Entonces
le dice a Ripoll: “¿Esto también es gratis para vos?” Imaginate el
despelote que se armó. A partir de ahí, nos puso en la “Página Negra del Rock”
y, de la noche a la mañana, nos convirtió en un grupo “anti-rock”.
Además, al no participar de Barock III, se quedaron afuera de la película Rock
Hasta que se Ponga el Sol…
Sí, la verdad que la cagamos con esa decisión.
Tendríamos que haber ido a tocar gratis a Barock
y seguir en buenos términos con Ripoll. Imaginate que el tipo, con su revista,
regia la opinión del público de rock. Me acuerdo que luego hicimos una obra
sobre las cuatro estaciones, que al final no grabamos, pero fue presentada con
dos shows en el Teatro Coliseo. Aunque no fue llevada al disco nos costó mucho
trabajo realizarla, en lo que respecta a composición y ensayos. En esa
oportunidad, Ripoll mandó a un tipo al Coliseo para que hiciera una crítica del
show, y éste lo único que comentó fue que nuestro público “usaba tapado de
piel”. ¡Y como no querés que usen tapado de piel, boludo, si estábamos en
invierno! (risas)
Cualquier cosa servía para denostar al grupo.
Tal cual. Esas fueron, un poco, las razones que nos
dejaron al margen de la historia del rock nacional. Sin embargo, a cualquier
persona que lea esta nota, y tenga un poco de objetividad, yo la desafío a que
escuche nuestra música, cualquiera de nuestros seis álbumes. La verdad está
toda allí. Para mí no tiene nada que ver con la música comercial y eso se lo
discuto a cualquiera. Grabábamos unos arreglos increíbles en los discos. Además
salíamos de gira y sonábamos igual de bien, aunque estuviéramos tocando en un
galpón de chapa, al costado de la ruta.
¿Por qué se separó Alma y Vida?
No hubo enemistad ni nada parecido, simplemente nos
saturamos. Imaginate que, durante todos los años en que existió el grupo, no
hubo un solo día en que no ensayáramos. Parecíamos oficinistas: aunque
hubiésemos tocado la noche anterior, nunca dejábamos de ensayar, desde las
nueve de la mañana hasta la una del mediodía. Esa rutina no existe para grupos
de rock. Nos empezamos a cansar de eso y además hubo un par de inquietudes
personales entre los integrantes del grupo para hacer otras cosas. Fue algo de
común acuerdo.
No sé. De hecho, ahora estamos tocando juntos de
nuevo, pero en forma rudimentaria ya que no tenemos suficiente convocatoria.
Nos volvimos a juntar, a partir del año 2001, pero aunque tenemos un público fiel,
en su mayoría mayor a los 45 años, no somos una banda que se pueda insertar en el
circuito laboral del rock. No podemos aspirar a tocar en la Trastienda o en
Niceto. Pero, aunque estemos un poco ajustados en ese aspecto, no nos rendimos.
Incluso, ahora estamos grabando un disco nuevo. Además sumamos un nuevo
integrante, agregando un trombón a la línea de vientos.
SIN
ETIQUETAS
¿Coincidís en que los músicos de jazz, por lo
general, ven al rock como un género menor?
Sí, porque en el ámbito jazzístico hay mucho
prejuicio hacía la idea de “pasarse a tocar rock”. En mi caso particular, en
realidad, yo nunca supe muy bien de qué tipo de músico era. Porque primero
empecé con el jazz, luego tuve
una etapa de rock en los 70,
más tarde hice candombe con el Negro
Rada, después una propuesta más tanguera con Barrueco y en el trío (junto a Vitale
y González) hice folklore… En el último tiempo me tira
más la cosa tanguera. Por eso, si le preguntas a un folklorista si yo soy
músico de folklore, te va a
decir que no; si le preguntas a un rockero si yo toco rock, te va a decir que no; si le preguntas a un jazzero si yo
soy músico de jazz, te va a
decir que no… Esto de las etiquetas es algo que me tiene sin cuidado.
Yo puedo tocar partituras, pero estoy más vinculado
al lenguaje de jazz que trabaja
la improvisación, que tiene más que ver con manejar cifrados y ese tipo de
cosas. Yo nunca fui al conservatorio, siempre estudié con maestros
particulares.
¿Cómo era para vos tocar en Alma y Vida junto a
Gustavo Moretto?
Fue bárbaro. El reemplazó a nuestro primer
trompetista, Mario Salvador; el cual
se fue de la banda, al año, para dedicarse a la música sinfónica. Entonces lo
llamamos a Gustavo, que era más
joven que nosotros. Él es un tipo muy talentoso con gran conocimiento musical,
muy formado. Sin embargo, al principio, se ponía muy nervioso porque no podía
creer que iba a tocar en Alma y Vida. Ya la banda venía sonando muy bien y Gustavo
dudaba acerca de si le iba a dar el cuero para sumarse al proyecto. Se juntó
conmigo y lo convencí. Y fue así que, no solamente pudo sino que también se
convirtió en un elemento muy importante dentro del grupo, en lo que a
composición y arreglos se refiere.
Así es. En el 78, estuve un año en la Banda Spinetta. Con ese proyecto
tocamos en Obras, en la apertura de ese estadio para recitales de rock. Yo siempre admiré mucho a Luis. Lo conocía de antes, pero sólo
habíamos tocado juntos una vez en una zapada que hicimos en el hall del
Instituto Di Tella, cuando él estaba en Almendra
y yo en un cuarteto de jazz. El
Flaco era un tipo re talentoso y, además, muy divertido. Me acuerdo que en esa
banda también estaba Machi Rufino en
bajo, otro tipo divino. Entre los dos me hacían cagar de la risa…
Aunque la Banda Spinetta no llegó a grabar, tenían
un repertorio muy interesante, con mucha impronta jazz rock, en temas como
“Tanino”, “El Turquito”, “Estrella Gris”, “Tríptico”, “Bahiana Split” o
“Covadonga”.
Sí, estaban buenísimos todos esos temas. Pero no
llegamos a grabarlos. Me quedé con las ganas de grabar junto al Flaco porque,
cuando yo entré a la banda, él ya había hecho el álbum A 18 Minutos del Sol, y luego de ese año en que estuvimos tocando
juntos se fue a Estados Unidos para grabar un disco en inglés.
Enseguida te unís a La Banda, junto a Rubén Rada.
Esa fue una experiencia muy fructífera porque me
vinculó al género del candombe, que yo lo conocía de oyente pero al que nunca
había tenido una aproximación como músico. Duró sólo un año pero sonaba
bárbaro. La Banda estaba formada con músicos con mucho swing. Además, era muy
divertido trabajar junto al Negro, a pesar del contexto de mierda que se vivía
durante esos años del Proceso.
¿Cómo era tocar en esa época?
Era una cagada. Me acuerdo de que con La Banda
tocábamos mucho en un lugar que se llamaba Music Up, que estaba arriba de donde
ahora está la disquería Zivals (en Corrientes y Callao). Ahí era común que, de
repente, te cortaran la música. Prendían las luces, pasaban a pedir documentos
entre el público y se llevaban gente. Además, movilizarnos para ir a los
lugares a tocar se volvía engorroso. Andar de noche por la calle era un
peligro, porque si te paraban en la calle nunca sabías en donde terminabas.
En 1972 te quedaste afuera, con Alma y Vida, de Rock Hasta
que se Ponga el Rock, pero sí apareciste,
junto a Juan Barrueco, en la película del Prima Rock (Festival celebrado en Ezeiza para festejar el Día de la Primavera
de 1981). ¿Qué recordás de esa experiencia?
Fue raro tocar en ese contexto ya que era un
público muy hippie. Sin embargo, a la gente le gustó mucho lo que hacíamos.
Para mí fue muy importante el dúo que formé junto a Barrueco. Hacía bastante tiempo que estaba en la búsqueda de lograr
un sonido nuevo con el saxofón, y fue laburando con Barrueco que encontré esa
nueva sonoridad que me llevó a realizar una música que tenía un estilo más
tanguero. Nosotros no tocábamos tangos tradicionales si no que hacíamos
composiciones propias desde una mirada experimental que sonaba urbana y
tanguera. Estuvo buenísimo el resultado y creo que la música de este dúo, con
un estilo cercano al tango, sumada a la del dúo que formaban Jorge Cumbo y Lucho González, que sonaba más en la veta folklórica, fue la
génesis de lo que después sería el trío Vitale,
Baraj, González.
INSTRUMENTAL
Y POPULAR
Justamente, a mediados de los 80, en ese trío
lograron una popularidad enorme, ¿te sorprendió semejante repercusión?
Sí, nos sorprendió muchísimo. Fue una cosa muy
rara. Nos habíamos juntado casi de casualidad. Ellos dos tenían un trío junto a
Cumbo. Después que éste se fue, en
medio de una gira por la costa, González
y Vitale siguieron tocando como dúo.
Cuando vuelven a Buenos Aires, me llama Lito
para invitarme a tocar con él en un ciclo en un boliche. Yo ya lo conocía
porque había grabado, junto a Barrueco,
en el estudio que tenía su familia en Villa Adelina. Así fue que empecé a tocar
con Vitale, en dúo. Luego se sumó González y la cosa explotó, de la noche a la
mañana. No se podía creer semejante repercusión. Fue algo espontáneo. Nosotros
no teníamos agente de prensa ni nada parecido. Duró sólo dos años y llegamos a
llenar un Luna Park en la presentación del segundo disco. Aun me sorprende la
conexión que logramos. Estábamos en nuestra plenitud como músicos.
Tus hijos también se dedicaron a la música, ¿esto
se dio en forma espontánea o fue inducido por vos?
No, para nada. Ellos se criaron en un ambiente
musical porque siempre me veían a mí ensayando y tocando. Por supuesto que
cuando se decidieron a ser músicos, yo les di mi apoyo. Pero yo nunca les
inculqué la vocación musical. Incluso, Mariana
siempre me pasa factura, diciéndome: “Papi, vos me tendrías que haber
mandado a estudiar piano cuando era chiquita”. Capaz que si la hubiese
mandado ahora sería contadora y odiaría la música… (Risas)
¿Cuáles son tus proyectos musicales actuales,
además de seguir tocando en Alma y Vida?
Hace un par de años que empecé a estudiar canto. Y
como estaba en pareja con una vocalista, formamos un dúo. Ahora estoy muy
influenciado por el tango. En todo este proceso comencé a componer canciones,
para mí. Quizás en un futuro me dedique más a hacer eso, tocando el piano y
cantando.
Emiliano Acevedo y Leandro Ruano
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