Una
vez me dijeron: “¿Conocés el bar del Suizo?” Y la verdad que nunca lo había
escuchado. Sabemos que Buenos Aires es grande. Y también pequeña cuando se
trata de códigos urbanos. Así que fui, dejé que la curiosidad actúe. Al llegar
a San Telmo y caminar por la calle Alsina, lo primero que vi fue la casa de Luca Prodan. Una puerta de madera con
leyendas escritas a mano, algunas decían: "Brilla tu luz para mí";
"Sumo", "Luca Vive". Arriba al costado, un farol que
iluminaba hasta las almas. Luego una persiana y otra puerta, pero de vidrio.
Era de un local. Ahí resultó ser el bar del suizo. Pasé muchas veces, sin
saberlo. Esta vez entré. El olor a humedad era intenso. Tenía presencia. Las
paredes dejaban ver los ladrillos descoloridos, pero con fuerza para sostener
algunos adornos cubiertos de polvo. Una barra, varias botellas de bebidas, una
mesa de pool más mesas de madera con sillas. Y música sonando. Recuerdo que el
Suizo hablaba del Pelado, Pipo Cipolatti
hasta contó anécdotas de la rubia tarada. Según él, vivía frente a la pensión.
Una noche sonó una banda. Se llenó de gente. Y las energías parecían danzar.
Ahora ya no están más ni el bar ni el Suizo, pero la puerta de madera tiene más
leyendas, más nombres, más amor. Y una escalera de mármol que te invita a subir
y descubrir la casa de Luca. Y cerrar los ojos y escuchar las voces que giran
en al aire, repitiendo: El gris se convierte en
oro, justo cuando el día se estaba poniendo viejo. Brilla esa luz para mí…
Carol Calcagno
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