Hay
dos premisas que funcionan de manera estupenda, cuando ponés en
funcionamiento un grabador frente a un músico tan particular como Willy Crook.
Primera enumeración: despojarse de los prejuicios que llevás cuando jamás
estuviste cara a cara con un mortal, con estas características. Segunda: Que podría
ser un increíble personaje de cualquier novela de Kerouac. La otra, no tomarse al pie de la letra todas sus
ocurrencias e ironías.
Willy
es un personaje mágico de la música; puede llegar a responder cada pregunta con un sinfín de anécdotas. Tratamos
de inmortalizar las más significativas u ocurrentes de su vida por el Viejo Continente.
Y luego, el regreso a Buenos Aires.
Teniendo
en cuenta dicha aclaración, damos por hecho que la entrevista fue por buen
camino. Y que no solo resultó un placer conversar con el ex saxofonista de Los Redondos, si no que nos dejó la
impresión de tener un nuevo amigo, en este maravilloso mundo de la música.
Willy
toma, pausadamente, un trago de Fernet con rodajas finas de limón y dos hielos.
Enciende un cigarrillo, poco visto ya, Particulares
30, y habla sin apuro, como si fuese una charla de amigos. De amigos de
hace muchos años.
ENTREVISTA> ¿Cómo y cuándo surge tu primer acercamiento
con la música?
No
recuerdo muy bien, pero creo que fue por
medio de un familiar, vaya uno a saber. Los Pantano y los Crook no somos una
familia muy numerosa, sin embargo, lo tengo un poco borrado, creo que fue por
parte de mi tío o un cuñado que me regaló una guitarra. Ahí comencé a tocar con una sola cuerda “Satisfaction” o “Juegos Perdidos”. Tendría siete u ocho años.
¿Qué
recuerdos tenés de tu Villa Gesell
natal? ¿En tu casa que banda de sonido
sonaba?
Gesell
era un sitio muy hippie, y representaba todo lo que era yo. No eran muy nutridos
musicalmente los lugareños, y en casa no había mucha música. Mi madre tenía un
tocadiscos, que con una lógica indiscutible, decía no lo toque porque se
rompería. Era algo así como una camisa
demasiada linda para no usar en ninguna fiesta.
¿Cuándo
aparece el saxo en tu vida?
En
Ibiza, gracias a una amigo sirio que aun continua haciendo saxos con cañas de bambú
de la India y de Israel. Eran unos instrumentos muy finos, sofisticados. Recuerdo
que siempre me prestaban uno, ahí fue
cuando comencé a intentar sacarle el sonido que me gustaba, tomando como
referencia los discos del Gato Barbieri.
Me pasaba horas tocando.
¿Y
tú primer caño de metal?
Fue
acá, la última droga que me faltaba probar en Ibiza fue la Argentina y me
vine. Hice dinero trayéndome piedras de
la India y me compré un saxo malísimo por la calle Canning. Era lo más parecido
a un gran metal, una cosa espantosa, pero bueno el dinero no me daba para más.
¿En
qué año regresaste al país y cuál fue tu impresión, habiendo estado toda tu adolescencia viviendo
en democracia en Europa?
En
el año 82. Luego me tocó la colimba y zafé; hice un teatro importante, yo había
estado en un colegio militar y conocía las cosquillas y no me dejaba sobornar
por nadie. Era un pelotudo insobornable, los sacaba de quicio. Por lo pronto me
dieron una patada en el culo, lo cual
resulto maravilloso porque había hablado con Skay y la Negra Poly, me habían dicho de tocar
con ellos. Cosa que me pareció maravillosa. Incursionar en una banda que no
había hecho yo. Había tocado con amigos o en la calle, donde viví tres
años buscándome la vida como podía. Hice
cosechas de vendimias en Francia, anduve
por Marruecos…
¿Y
cómo te vinculas con el reggae?
A
todo esto me había escapado de mi casa, estaba peleado con mis padres, ellos se
iban a laburar a España porque la pasaban muy mal acá, sin laburo. Por lo
pronto, en invierno yo les copaba la casa, pero en verano me tenía que buscar
la vida como podía. Un buen día conozco a un tipo muy exótico que tocaba por un
clisé de media botella de ginebra junto con un bajista que luego formó parte de
Los Argentinos, una banda de aquella época.
Yo tocaba reggae, porque en Francia ya lo hacía. En esa época no tenía mucho
acceso a escuchar música porque vivía en la calle; me tiraba en una bolsa de
dormir donde me agarraba la noche.
Había
escuchado bandas de reggae. Y Bob Marley
ya estaba presente. Con el tiempo me di cuenta que es una de las pocas
excepciones, donde el más famoso es el mejor. No hubo una banda tan densa,
siniestra como la banda de Marley. Me conmueve de verdad.
En
ese momento, tocando temas de Marley pasa un italiano demasiado particular. No sé
qué dijo. Luego nos encontramos en otro bar. En una ocasión me salvó de una pelea y comenzamos
a ser amigos. Por supuesto, ese italiano era Luca Prodan.
Luego
de conocer a Luca Prodan, ¿qué pasa con Sumo?
Luca
me dice de ir a tocar a Sumo, lo cual no era verdad, porque ya estaba Pettinato y él no pensaba irse. Era un
quilombo que estaba provocando Luca. ¡El
Tano era un conventillero total! Mucho colegio con el Príncipe Carlos, pero le gustan los cuchicheos. A mí me decía que Pettinato se quería ir. A él que yo le quería sacar el laburo… (risas)
Entonces,
contabas que al llegar a Buenos Aires, la realidad era otra, ¿no?
Cuando
llego a Buenos aires, la cosa estaba fatal, muy mal. Era la última época de la
dictadura y yo continuaba viviendo como
en Ibiza, en la calle. Pero acá la gente era súper fascista. Una sociedad
intolerante de todos lados, y yo venía con tres aros en la oreja, con ropas muy
exóticas. Era muy raro, porque sabía que tenía que hacer mis cosas, ganarme la
vida en ese entorno. Lo que me llamaba poderosamente la atención era cómo podía
acceder a hacer música con una banda, algo que jamás había hecho.
¿Cómo
llegas a conectarte con Los Redondos?
En
un momento, contacto con Arnedo y Tito Fargo. Recuerdo que Luca se había ido con su hermano, Andrea, a Túnez, a laburar en un
documental sobre Marco Polo, y la banda no sabía si regresaría. Luca era muy imprevisible.
Entonces
al verme tan colgado, viviendo en la calle, me dicen que había una banda
llamada Los Redonditos de Ricota. Ellos
buscaban un saxofonista. Mi primera pregunta fue si era una banda infantil...
Voy
y me encuentro con ellos. Me parecieron
personas formidables, recuerdo que
bebían una cosa oscura que parecía un aperitivo, y te colocaba como la hostia. A todo esto, contaba con el saxofón, pero me
faltaba mucho aprendizaje. Lo fui adquiriendo con ellos.
¿Tu
instrumento era la guitarra?
Claro.
De hecho los solos de guitarra, los
pasaba al saxofón. Nunca escuché muchos saxofonistas. Tenía un cassete de Grover Washington, él fue saxofonista funkero. También me
gustaba el sonido del Gato Barbieri.
Patricio
Rey dijo que tenés que quedarte, esa determinación no la tomó el Indio, sino Patricio Rey. Por otro lado me sentí muy cómodo, muy pronto
me di cuenta que estaba con gente inteligente, culta, muy piola para mí. Siguen siendo como hermanos mayores hasta el
día de hoy. Con Skay nos vemos, el Indio ha tomado otro camino, pero he aprendido muchísimo de él, también.
¿Llegar
a un grupo ya establecido era para vos algo así como “la oportunidad”?
Yo
sabía que ese trencito no me iba a esperar, subía o no. Para mí, en ese momento, los discos lo grababan los astronautas, medio
de la mitología. Y de repente me encontraba en esa movida y me fascinaba todo, pero
el tema puntual era tocar el saxofón.
Dicen
que tanto el Indio como Skay, eran sumamente rigurosos a la hora de los ensayos,
¿qué recuerdos te quedaron?
Los
ensayos eran un dolor de huevos, muy metódicos. Skay continúa siéndolo. No
había novias ni amigos. Ensayábamos tres veces por semana. Acá no se pelotudea,
cumplir con los horarios y buscar ser cada vez más profesionales. Evitando los
excesos, en lo posible.
Al
final hubo unas leyes estrictas, yo puteé mucho, pero que me sirvieron hasta el
día de hoy. Y les agradezco muchísimo,
trabajo mejor bajo presión. Y si no,
directamente, no lo hago… (sonríe) No hay que joder a nadie. Si el
alcohol va a cambiar la manera de comportarte, de tocar, o si llegas tarde,
perjudicás a los otros. Es bueno un poco de rigor, más si estas en una banda. Es como decía Miguelito Abuelo: “Suicídate si querés, pero no salpiques”.
Las
letras no me gustaban mucho, me parecían un poco amontonadas. Yo he leído
escritos del Indio y me parecían estupendos. Con la música no estaba del todo
contento, sí me convencía el sonido de Skay. Continúa siendo un violero
excelente. Se dedica al sonido y no a la
prestidigitación de hacer atletismo de notas. Ellos tenían toda la onda. Quizás
en lo que yo no estaba de acuerdo es en que el saxo este en todos los temas.
¿Ese
fue uno de los motivos por los cuáles te alejaste de la banda? ¿Qué el saxo
esté en todos los temas?
Es
que era así y continúa siendo así. Reconozco ser buen soldado, había que hacer lo que te pedían. No creo en
la democratización del arte, es imposible. Tu gente tiene que seguirte porque es
un auto que tiene un volante y cinco asientos y no cinco volantes. Siempre hay
que respetar una idea sea quien sea y quien la tenga, si te subís a ese tren,
hay que darle bola. Aprendí muchas cosas en esos años, que las utilizo hasta el día de hoy. Todo lo
que soy y la filosofía me las trasmitieron Los Redondos y la libertad de
estilos, Melingo sobre todo con el
saxo. Ellos han sido mis mentores artísticos.
¿Cuándo
te vas de Los Redondos qué ruta tomás?
Me
voy a Granada. Llego a ese maravilloso lugar dejando todo mi prestigio con Los
Redondos en Ezeiza. Y comienzo a tocar en la calle. Un buen día pasan Los Toreros Muertos, me ven
tocar y me invitan a sus presentaciones.
Fue maravilloso, lo contraproducente fue salir en los periódicos
locales. La gente me reconocía y no me daba ni una moneda, pensando que era
famoso.
¿En
qué momento de tu camino kerouaskiano aparecen The Lion in Love?
Los
conocía de Buenos Aires y sabía que en
Madrid estaban pasando cosas, así que fui a chuparle un poco las medias, para
que me involucren en sus proyectos de banda. Logré tocar con ellos, sin medir
los riesgos económicos, estaba acostumbrado a ganarme la vida como podía, pintaba
casas, entre tantas cosas. Estuve en París un tiempo, trapeaba sin saberlo en
la Morgue Judicial. ¡Algo espantoso!
De
regreso a Buenos Aires, ¿qué te esperaba?
Después
de haber tocado en zapadas de blues en
el Samovar de Rasputín, con Quique
Weimar, Jorge Pinchevsky y el Negro
Medina; y conozco a Carlos Patán
Vidal y Juan Valentino. Ahí pensé: con estos tipos voy a hacer algo. A los
dos años, me armaron el disco.
Es
que eso era lo que se esperaba de mí, era una feta de Patricio Rey, clara, lisa
y llanamente. Pero… para mi reconfortante sorpresa, pude decirle a aquellos que
venían a buscar eso: “¡Están invitados a retirarse, pedazos de pelotudos!” Así
que ¿”Ñam fri frufi fali fru”? Noooo, te
equivocaste, macho… (risas)
En
un momento dado, me llama uno de los músicos y me dice: “Vení a ver esto”. Y leo
en la pared del bar donde tocamos: ¡Aguante
los Redondos y el jazz! Listo, misión cumplida. Logramos abrirle la mente a
la gente.
A
la hora de cantar en castellano, ¿puede ser que tengas una similitud a Javier Martínez?
Sí.
Por eso no canto en castellano. Javier Martínez
es un referente inevitable, ya no sé canta como él.
El
inglés entra de pelos, queda a la perfección. Yo vivía en Europa y hablaba con
franceses, belgas, italianos. Y también en inglés, por ende, escuchaba música
en inglés. Eso no implica nada, más que todo va por el lado de la libertad, la
manera en que te sientas cómodo. Hay que hacer lo que el cuerpo te pide. Entiendo
que el artista tiene que abrir tranqueras. A mí, por ejemplo, me resultó
interesante saber que decían las letras
de El lado oscuro de la luna, y eso
me llevó a aprender por las mías. Tengo dos años del secundario, pero tuve la
curiosidad de saber idiomas. La gente escuchaba cómo pronunciaba el inglés. Y
la verdad, como el orto… (afirma,
mientras da una pitada a un cigarrillo rubio), pero te aseguro que en las
cárceles del estado y en las calles me entendían perfectamente.
¿Qué
opinás de los músicos de antes y de hoy?
De
la gente que critica, me gustaría que salgan del placard. Y vayan con sus
novias a ver a Javier Martínez,
Alejandro Medina, Litto Nebbia. O ni que hablar Charly García. Voy al show de Javier Martínez y me dan ganas de
morirme, van treinta personas. O Jorge Pinchevsky, que no sabían quién
era. Gente poderosísima que abrieron el camino cuando no había nada. Pienso
también en Queen, que no estaba en
el clisé de Pomelo. Cuando el rock
salió a la calle, invadió el mundo de los caretas, ¿entendés? Me acuerdo que mi
madre me tapaba los ojos cuando Elvis
movía la pelvis. Y eran pilares, todavía suenan de puta madre.
En
estos tiempos hay una movida de pendejos
que manejan equipos electrónicos. Y hacen lo que quieren. Es una generación muy
posmodernista que ya no quiere cambiar el mundo. Nosotros sí queríamos, aunque
yo era más joven, pero tipos como Martínez, sí. Todos ellos hicieron temas que
deberían enseñarse en las escuelas. También lo que veo ahora es mucho Frank Zappa, Brian Eno, y arte por internet.
¿Crees
que se perdió el poder de innovar?
Desde
luego no va a tener el mismo power. Creo que hay una gran veta, veo que todo el
mundo hace música Escucho mucha música
electrónica. Ahora no entremos en el debate si es o no es música,
anda a tocar la criolla a la tumba del Che
Guevara y no me rompas los huevos… es una evolución, hay que tomarlo como
herramienta. Muchos pendejos muy piolas hacen cosas increíbles, dentro de una
gran gama de sonidos. Es brutal.
Tenemos
una operación conjunta. Con él grabé Ultra deforme, y le presté a los Funky Torinos de esa época. Con
Gillespi está todo más que bien, es un hermano del camino.
¿Cómo
te trata la gente en el interior?
En
Córdoba casi soy como el Mono Giménez (risas)
Toqué con La Mona, que tiene más rock
and roll que varios palmolives que
conozco. Viajo seguido para allá, dicto
clínicas y hago algunas fechas.
Miguel
Abuelo tuvo una carretera similar a vos, pero anterior… ¿qué opinas de él?
Muchos
preguntan si éramos gays, y yo digo que sí. Porque me re cogió la cabeza, sin sacarme
la ropa. Gente fuera de serie, no se fabrican más esos hijos de puta, como Skay, Pinchevsky. Abría la boca y
quedabas fascinado. Una vez dijo Spinetta:
vivía colocado.
Era
un artista de la noche a la mañana. De él aprendí ese humor profundo. La gente
que no tolera el humor, no es gente con la que yo vaya a tratar. Me hiciste
acordar un texto de Mike, que se
llama Carta a mí mismo o frases como
esta: “No me lloren, crezcan”. Y es algo
parecido a “Himno de tu corazón”: La vida es un libro útil para aquel que puede
comprender. Estábamos pelutodeando, Miguelito tenía un espíritu
hincha pelotas, y al final, quedó grabado.
A
la hora de encerrarte en un estudio, ¿cómo laburas?
Soy
medio franela dependiente. Sin amigos, no me divierto. Cuando tengo algo en la
cabeza, trato que se lleve adelante, tiene que estar firmado por mí. Con esto
quiero decir que las ideas hay que respetarlas. Y claro, cada uno es una pieza
fundamental en lo que estamos haciendo.
¿Te
arrepentiste de irte de Los Redondos?
Era
una de las cosas que más me refregaba la gente. Y desde mi punto de vista, fue
el primer romance que corté en el momento justo. En el amor, hice cosas hasta
la imprudencia, la taradez profunda, pero acá fue justo, ya no gozaba de la
música. Iba sumando elementos. Escuchaba Soda
Stereo, y también me gustaba. Yo no veía esa pelotudez de Los Redondos vs
Soda Stereo, ¿qué te pasa tarado? No es
un partido de tenis, es arte.
Entiendo
que cada cosa que pasa es porque tiene que pasar. No se contagia el talento que
tienen los grandes, pero es posible, te acostumbras a desempeñarte entre ellos.
Y te pone en un estado mental que te dice esto es posible, ¿entendés? Sucede.
¿Te
sorprendes de algo que hayas vivido?
Todo
me pareció justo y necesario. Muchas cosas las viví más estupefacto que
contento. Soy un virginiano bastante frío, no llegué a pedir que me pellizquen.
Poder tener la perspectiva de decir que estuve ahí o allá, quizás hice una
mierda, pero estuve ahí. No cambio un fracaso mío por ningún gran éxito de Valeria Lynch.
No
soy un solista privilegiado. A mí me
pasa por la cabeza la música completa. Espero para estar a la circunstancia.
Siempre trato de tomar clases con grosos que están en internet. Ser violero es
una cuestión armónica, tengo mayor conexión. A veces creemos que somos
privilegiados. Imagínate la era de Mozart, Bach, Beethoven, esos tipos no podían
escucharse, morían con lo que tenían en la cabeza. Pensaban para catorce mil instrumentos. ¡Tomá mierda, eso sí que rock and roll!
¿Qué
es lo que se viene?
Con
51 años todo está por empezar. Tengo sexo a la antigua, con la polla tiesa. Y
tengo músicos que son unos monstruos, unos buenos hombres que me acompañan.
Al finalizar, luego de una
hora de nota, Willy nos abraza e invita a su show, merecedor de grandes
aplausos, porque el que fuera saxofonista de Los Redondos, demuestra en el
escenario seguridad, experiencia y atracción, para mucha gente joven a la
espera de una bocanada eterna de funk.
Todos los jueves por la
noche en El imaginario Bar, del barrio de Almagro, podés encontrarte con una especie
de ensayo abierto, digno de apreciar. Donde se lo ve a Willy, cantando en
inglés o castellano, tocando la viola o el saxo
en fusión de sus Funky Torinos.
También brinda Workshop de improvisación de funky, de saxo y
guitarra en Maya, estudio fotográfico de
Celeste Urriaga, en la ciudad de
Córdoba. -
Carol
Calcagno y Patricio Fernández Abregu
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