Pienso, releo. Está toda la imaginería allí: la
niebla, el Big Ben, Buckingham Palace, el Picadilly Circus, Jack el
Destripador, Sherlock Holmes, Scotland Yard... Son años y años desperdigados en
relatos de suspenso y terror. También, “La Capital de los Piratas”, como podría
titular Crónica, o, simplemente, la sede de los Juegos Olímpicos 1904, 1948 y 2012.
O estadios deportivos legendarios como Wimbledom y Wembley. Pero no, no, nada
de eso; hoy solamente me interesa hablar de rock. Y claro, la leyenda rockera de Londres viene de muy lejos.
No sólo por ser la cuna de una docena larga de artistas de importancia magna en
la historia del género como los Rolling Stones, Sex Pistols, The
Clash, y Queen, entre varios etcétera; si no también por su
importante influencia estética y visual en la cultura joven, a través de las
últimas décadas.
Quizás, esta historia haya comenzado hace casi
cincuenta años, con eso que se dio a conocer como Swingin´ London; una
explosión cultural que puso patas para arriba al incipiente movimiento juvenil.
En ese momento, Londres desplazó a otras metrópolis como París o Nueva York,
para pasar a ser el lugar más cool del mundo. La ciudad en la que todos
querían estar. Fueron los años del boom mundial de los grupos ingleses,
empezando por los Beatles –quiénes habían tenido que mudarse desde su
natal Liverpool hasta la capital inglesa-, The Rolling Stones, The
Kinks, Small Faces y el blues
psicodélico de The Yardbirds; éste último un grupo
legendario que sería la escuela formativa de tres violeros de excepción: Eric
Clapton, Jimmy Page y Jeff Beck. En esa época, las canciones
de todos estos artistas, sus vestimentas, peinados y actitudes serían copiados
en todos los rincones del mundo.
Los 60 fueron años locos. Cada grupo tenía sus
propios trucos para llamar la atención: los Kinks vistiéndose como
jinetes que parecían que querían cazar a un zorro; los Who aplicando el pop art para así inventar el
–después llamado- “rock teatral”,
en sus presentaciones y atuendos; los Move destrozando televisores en el
escenario; o los Stones con su calculada desprolijidad... “¿Usted
dejaría que su hija (o hermana) se casara con un Rolling Stone?”,
era la pregunta habitual en aquellos años en los que el romance entre Mick
Jagger y Marianne Faithfull (la pareja reina de la vida social de la
movida) era la comidilla de los medios sensacionalistas, por sus desplantes,
extravagancias y escándalos.
En sí, el Swingin London era sinónimo de
todo lo “hip”, lo moderno. Con su mezcla de optimismo y hedonismo, éste
movimiento se originó en la época de plena recuperación de la economía
británica, tras la posguerra, y convertiría a Londres en la capital mundial de
la cultura y la moda juvenil. También, fue la época de Mary Quant y su invento:
la minifalda, popularizada por la top model Twiggy. Conquistado el mercado norteamericano por los grupos
ingleses, Londres pasaba a ser la meca del pop, y Carnaby Street su
centro. La moda pasaba por ahí. ¡Si hasta Bob Dylan fue a ese lugar para
actualizar su guardarropa! También estaban las radios piratas (como Radio Carolina,
que empezó a emitir desde un barco en 1964) y los programas de televisión como
parte del complot, difundiendo las nuevas consignas de inconformismo e
independencia. Si quieren saber cómo era Londres en esa época vean Help! (1965), la segunda película de
los Beatles, o Blow Up
(1966) de Antonioni, un filme basado en el cuento Las Babas del Diablo de Julio
Cortázar, en donde los Yardbirds, incluso, tenían una aparición
breve pero demoledora e incendiaria.
Durante aquellos años se vivió también el
surgimiento y auge de una movida que calaría hondo entre los jóvenes: los mods
(como sinónimo de Modernistas), una moda que incluía música, esteticismo en
la vestimenta, el uso de las motocicletas italianas Vespa y las anfetaminas.
Muchos recordaran, seguramente, la película Quadrophenia (basada en una ópera rock de
mismo nombre editada por los Who), cuya trama transcurría en aquellos
tiempos en los que eran frecuentes las aventuras de los mods, que
gustaban de enfrentarse a los rocks, su grupo antagónico, en esas habituales
trifulcas de las playas de Brighton, que eran reflejadas por los azorados
medios periodísticos conservadores de la época, quiénes veían en estos hechos
la evidente “decadencia juvenil”.
POP ART
En ese Londres híper modernista aterrizaría Jimi Hendrix a fines del 66,
traído por Chas Chandler (ex bajista de The Animals), y así
explotaría a la fama este genial violero zurdo, el primer artista negro pop.
También fueron los años de la inolvidable serie de televisión Los Vengadores, y de la realización de
las mejores películas de James Bond, con Sean Connery como protagonista. Dicen
que esta supremacía británica de los 60, que tenía como centro el Swingin´ London,
tuvo su cenit en julio de 1966, cuando el seleccionado inglés de fútbol ganó la
Copa del Mundo, superando a Alemania por 4 a 2 en la final jugada en el mítico
estadio de Wembley. Luego llegaría el declive, en donde esta movida sería
opacada por el naciente, informal y desaliñado movimiento hippie -que ya
empezaba a vislumbrarse en California-, totalmente en las antípodas del
esteticismo pop. Pero no importaba, porque la leyenda de Londres como
ciudad pop quedaría grabada para siempre en la memoria popular, debido a
toda la imaginería desarrollada en aquellos luminosos años, justo en la mitad
de los 60, cuando, por un momento, parecía que nunca iba a dejar de brillar el
sol, sobre los siempre nublados cielos londinenses.
¡VIVA LA PEPA!
Con la llegada de Hendrix a Londres se ahondaría la
veta blusera iniciada por pioneros como John Mayall y Alexis
Korner (son legendarios los conciertos dados por éste último en el club
Marquee, del Soho londinense, en donde invitaba a zapar a unos jovencísimos Jagger
o Clapton, entre otros). No por nada, la segunda mitad de los 60
vería el surgimiento del llamado blues rock, un estilo que luego sería
liderado por importantísimos grupos como Cream o el primer Fleetwood
Mac del guitarrista Peter Green. Por otro lado, a partir de 1967,
con el desembarco de los Bee Gees –ingleses emigrados e ídolos populares en
Australia- surge una movida del pop
melódico que también contaría entre sus filas a nombres como Cat Stevens,
The Herd o los Walker Brothers. Mucho más interesante sería el
camino emprendido por Pink Floyd, un grupo original de Cambridge, que, a
partir de 1967, comenzaría a tocar en los clubs psicodélicos de la capital
inglesa, como el mítico UFO, iniciando
una trayectoria que los proyectaría hacia la cumbre, hasta posicionarse como
uno de los grupos más importantes de la historia. Más tarde, en 1969, los Beatles
–cerca de su separación- tocarían en la terraza de Apple, en la calle comercial Saville Row, y realizarían en agosto
de ese mismo año el cruce de calle más famoso de la historia en la calle Abbey Road, para la tapa del disco homónimo.
El show de la terraza sería un espectáculo sólo disfrutado por un par de
afortunados oficinistas, allegados a la banda y colados; mientras que el resto
de los sorprendidos mortales lo escuchaba desde abajo. Duraría hasta que los
bobbies legalistas (los famosos policías londinenses, con casco azul y
cachiporra), debido a las quejas de varios de los jefes de los comercios y
empresas vecinas, procederían a pedirles a los Fab Four que
“bajaran el volumen”, desconectando los amplificadores de Lennon y Harrison.
Ese sería el curioso final del último show del grupo más grande de la historia,
un frío 29 de enero del 69.
En ese mismo año, Eric Clapton y Steve
Winwood se unían, formando junto a Ginger Baker, Blind Faith;
el efímero súper grupo que editaría un único álbum, antes de presentarse en un
abarrotado Hyde Park, dando un concierto al aire libre. Más famoso sería el
show-homenaje de los Stones al recientemente fallecido Brian Jones,
también en el Hyde Park (el 5 de julio de 1969), en donde un Mick Jagger vestido
de mujer leería el poema “Adonais” de Shelley,
dedicándoselo al recuerdo de su ex compañero, antes de soltar cientos de
mariposas blancas (varias de las cuales habían muerto asfixiadas antes de ser
liberadas...): “!Cálmense! Él no está muerto, no duerme. / Despertó de ese
sueño que es la vida... ¡Muere!, si con ello puedes ser lo que anhelas!”
Lágrimas de cocodrilo para Jagger y Richards, quiénes, en
realidad, antes del infausto final, lo habían echado a patadas del grupo al
blondo multi instrumentista porque hacía rato que no se lo bancaban más...
HAVE A NICE DAY!
Ese día, como teloneros de los Stones, debutaría
un joven grupo sorprendente, punta de lanza de una nueva movida artística: King
Crimson. Ya estábamos entrando en los 70 y en la urbe londinense
empezaban a proliferar grupos que querían realizar un rock elaborado,
conceptual y pretencioso. Dentro de este estilo, luego llamado prog rock,
escribirían páginas brillantes grupos virtuosos como los mencionados King
Crimson, así como Emerson, Like & Palmer, Genesis y Yes.
También en esos primeros 70 surgirían el glam rock y el rock pesado.
El hard rock, antecedente de lo que ahora conocemos como heavy metal,
aparece encabezado por figuras como Led Zeppelin –sin dudas, uno de los
grupos más espectaculares de la historia-, el Jeff Beck Group y Humble
Pie (una banda devastadora formada por Steve Marriott y Peter Frampton, dos arrepentidos del pop, ex integrantes
de Small Faces y The Herd, respectivamente). Otros grupos
punteros del hard rock serían Deep Purple (luego de su primera
etapa psicodélica), UFO, Free (brillante antecedente de Bad
Company) y Uriah Heep. El glam estaba liderado por artistas
como Marc Bolan de T-Rex, David Bowie, Sweet, Slade
y los primeros Queen; que reivindicaban un gusto por el espectáculo
más rutilante, vendiendo fantasías, desenfado y brillantina a un público ávido
de audacias. Simplemente, “rock con lápiz de labios”; como lo definiría John
Lennon.
PATEANDO TACHOS
Luego, llegaría el momento del punk rock, un
estilo rupturista que se propuso sepultar todo lo anterior, abominando de casi
todo el rock realizado en los 70 -los llamados “dinosaurios”-, y
reivindicando una actitud más visceral y primaria, casi, una vuelta a las
bases. Ninguna tendencia musical había reaccionado contra sus predecesores con
la virulencia que caracterizó al punk. Eran los primeros años del
impopular gobierno de Margaret Thatcher, caracterizado por sus políticas neo
liberales y conservadoras generadoras de un inédito desempleo, achique del
aparato estatal y ajuste económico. En esos años de incipiente “No Future”,
a partir de 1976, comienzan a vislumbrarse en las calles londinenses hordas de
muchachos, tan rabiosos como aburridos, que meterían sus manos en la maquinaria
del rock, provocando un cortocircuito que momentáneamente dejaría a
oscuras los palacios de las superestrellas, corriéndolos del centro de la
atención pública. Dentro del punk, los nombres principales serían los Sex
Pistols y The Clash. ¿London Calling?, justamente sería The Clash,
luego de surgir, a principios de 1976, en la zona oeste de Londres -en donde
deleitaban a los asistentes a una parroquia tocando un rhythm and blues
salvaje-, el primer grupo punk que ampliaría su vocabulario musical,
conformando un abanico que incluiría sonidos de otras latitudes además de un
discurso combativo anti establishment. Sin dudas, el cenit del punk sería
aquel acto de osadía protagonizado por los Pistols –mientras tocaban
“God Save the Queen”, sobre un yate que recorría ilegalmente el Támesis-, para
burlarse del jubileo de la reina Isabel, a instancias de otra ocurrencia sacada
de la galera por ese ser malévolo y genial llamado Malcolm McLaren.
Del punk pasaríamos, sin escalas, a la new
wave; un movimiento que, por el contrario, no pretendía sepultar a los
grupos clásicos sino que se presentaba como una vuelta de tuerca algo más
lúdica, si se quiere, que conectaba directamente con los sonidos de los 60, en
un estilo en el que primaban la jovialidad y la nostalgia. Esta “nueva ola”
sería protagonizada por figuras de trascendencia internacional como The
Police, The Pretenders, Madness, y Elvis Costello.
También, a fines de los 70 y comienzos de los 80, hubo otra new wave,
pero en el heavy metal británico, con nombres como Saxon o los
indestructibles Iron Maiden.
ELEGANTE DECADENCIA
Si bien en la última década surgiría un grupo de
gran suceso como Coldplay (con un sonido deudor de U2); sin
dudas, la última gran banda londinense de importancia fue The Libertines.
Dicha formación -liderada por una dupla creativa explosiva conformada por Pete
Doherty y Carl Barat-, a partir de su meteórica aparición en 1998,
sería una de las mayores sorpresas de la primera década del siglo XXI, ya que
con sólo dos discos editados les alcanzaría para entrar en la historia, antes
de explosionar en 2004 (aunque siempre quede la esperanza intacta de que
vuelvan...). Los Libertines fueron el símbolo del llamado post punk
revival, un movimiento que combinaba la fuerza y ruido de The Clash
con los estribillos pop y cancioneros de los Beatles; uniendo dos
mundos, en apariencia, opuestos; y sintetizando algo de lo mejor de la herencia
musical de tantos antecesores consagrados.
CHICHE ROTO, COMO NUEVO
Pero, ¿cómo? ¿Ya terminó? Sí, ya sé. Seguramente se están preguntando: “¿Cómo
no nombró a la Electric Light Orquestra, los autores de “Last Train to
London”, en esta recorrida histórica?” Bueno, lo que pasa es que, a
pesar de este título, el grupo liderado por Jeff Lynne era de
Birmingham...
Seguramente, tendremos en el futuro mucho más rock
londinense para disfrutar. Tradición y presente de una ciudad que siempre
dio, y dará, mucho que hablar e innumerables artistas para escuchar...
Emiliano Acevedo
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