Para Martín Size es tiempo de revancha. Primero, porque, después de un
largo batallar de más de una década, el carismático cantante y frontman logró que su banda Monstersize tenga una formación incendiaria
de músicos excelentes capaces de llevarse cualquier escenario por delante.
Segundo, y más importante, porque en este último año el grupo –a modo de única respuesta-
demostró haber crecido como nadie a su alrededor, demarcándose de la mayoría de
las bandas emergentes en la búsqueda de un sonido tan novedoso como familiar,
al que ellos mismos llaman Electro Grunge.
Desde sus primeros viajes, MonsterSize hizo gala de sus potentes y acertados covers de temas de Soda Stereo (“Hombre al agua”), los Redondos (“Ropa Sucia”) o Chris Isaak (“Wicked Game”), además de
una multitud de temas propios que hacían sentir las influencias de Nine Inch Nails, The Cult o Depeche Mode. Todo presentado mediante
una excelsa puesta en vivo que sorprendía a propios y ajenos, debido a una parafernalia de luces e instrumentos musicales de primerísima calidad. Casi de
nivel internacional.
Pero ahora ya llegaron a un punto de
equilibrio que los encuentra en su mejor momento. Por eso, el verdadero chiste
de esta presentación de su último álbum Me
invitas a flotar en Makena fue lo
más parecido a un show explosivo electro gótico de culto rockero. Como si uno
hubiese podido ir de regreso con una máquina del tiempo a los primeros noventa.
Impresionante puesta sonora y visual.
Sobre el escenario, el grupo
prefiere mezclar su repertorio enlazando climas y, al mismo tiempo, manteniendo
un concepto que respete sus ideales de lo que es ser una banda rockera en
serio, con una puesta en escena óptima y sonido apabullante. La presentación de Me invitas a flotar, entonces, transcurre en un ambiente de
opulencia, estrictamente musical, donde cabe la presencia de los tres covers
antes mencionados, un tema nuevo y buena parte del último disco. Eso equivale a
una apertura con “Ayúdame” y la sensual “Flotar”, con los carismáticos Eric Torrance y El Conde haciendo una dupla imbatible
de violas salvajes que se cruzan todo el tiempo, floreándose en estiletes
perturbadores que envuelven la voz de Martin
Size, mientras los teclados de Vladimir
Belosloudtsev
aportan sutileza y el bajo prepotente de Tierno Guerra una base potente y precisa.
En estos hombres recae gran
parte de la musicalidad del grupo de Size, del mismo modo que David Gahan depende de la magia sonora
de Martin Gore en Depeche. En el
caso de Monstersize tenemos a los dos violeros, Torrance y El Conde, que cubren
los espacios de modo tal que Size puede subir y bajar con su voz cuando se le
da la gana, desgarrándose, desgañitándose, motivando al público o gritando su frustración
por el estado de las cosas. Esos matices se repiten en el transcurso del show y
también dentro de una sola canción, mientras el grupo genera potentes colchones
sonoros en donde las guitarras filosas desgarran los sentidos con sus riffs y
solos rockeros.
Desde su parada en el escenario,
prepotente y salvaje, Martin Size invoca demonios, con esas gafas de policía Ray-Ban, hablando de la esquizofrenia, deshumanización
y alienación de este Siglo XXI, pero sin intercambiar con su público más que el
saludo y gestos de agradecimiento. En especial, luego de “No me cambies”, una canción
con ritmo, pulso vibrante y vocación de hit, que sacude Makena hasta sus cimientos.
Para el final quedó “Mil nombres”,
un tema singular que hace acordar tanto a Depeche como al más salvaje The Cult,
y, cuando la euforia se aplacó un poco, el tributo emotivo a Soda con “Hombre
al agua”.
Ahora que Monstersize logró una
presencia escénica y sonora tan contundente, le toca enfrentarse al desafío de
sostenerla sin perder integridad artística. Después de llegar, mantenerse, que
es lo difícil, y tratar de conservar esta formación intacta el mayor tiempo
posible mientras se crece, algo tremendamente complicado en el volátil devenir
de los grupos emergentes del rock argentino. Evitar, en definitiva, que su
propio perfeccionismo les clave los puñales por la espalda.
E.A.
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