El Último Tango en Paris.
Una película, dirigida por Bernardo
Bertolucci, que dio que hablar en 1972, con su alto contenido erótico, razón
por la que sería censurada en varios países o generando todo tipo de polémicas
en los lugares en los que sí se llegó a estrenar. Por ejemplo, en Argentina la
película se estrenó el 3 de Octubre de 1973, pero solo pudo ser exhibida sin
censura durante 13 días, hasta que la cinta fue incautada por orden judicial, y
Miguel Paulino Tato, el censor de turno, finalmente se encargaría de que el film
fuera prohibido.
Tan
hipnótica como la película era la melodía que oficiaba de tema principal en su
banda de sonido. Dicho tema fue compuesto por el músico rosarino Leandro Gato Barbieri, quien en 1962 se había marchado a
Europa, motivado por el trompetista italiano Enrico Rava, y deslumbrado por la nueva corriente de free jazz que se imponía en todo el viejo
continente, de la mano de músicos como Don
Cherry y John Coltrane. Para cuando
el Gato compuso la música para el film de Bertolucci ya era un músico afincado
en Europa con varios discos editados, como El
Pampero: Live in Montreaux (1971) y Fénix
(1971), éstos, más su trabajo en 1965 junto al propio Cherry, a quien había
conocido en París, le dieron cierto aire de prestigio.
Justamente,
el leit motiv del tema “Último Tango en Paris”, que se presenta en tres
formatos (tango, balada y jazz) sirve para reflejar los diferentes estados de
ánimo por los que va pasando Jeanne, el personaje encarnado por María Schneider. La fusión de jazz con
cierta rítmica tanguera, hasta incluso algunos aromas bluseros, caracterizan a
esta sensual banda de sonido. Otros temas como “Para mi Negra”, “Falsa Ofelia”
o el propio “Jeanne”, cuentan con el característico sonido del saxo de
Barbieri: notas largas y de intenso volumen. Así mismo, la tortuosa relación
entre Jeanne y Paul (Marlon Brando) –que
según el propio Bertolucci es una analogía perfecta con la naturaleza tanguera,
por su contenido apasionante y de abandono a la vez- fue captada a la perfección
por el saxo de Gato Barbieri, en uno de sus trabajos más logrados y reconocidos
de toda su carrera.
Luego
del éxito masivo que le significó El Último
Tango en Paris, Barbieri volvió a Buenos Aires y se sumergió en una fusión
de jazz con ritmos latinoamericanos y del altiplano, editando Gato, Chapter One: Latin América, para
el prestigioso sello Impulse Records. Como olvidar aquellas veladas en las que Barbieri
tocaba junto a su amigo Néstor Astarita,
el prestigioso baterista de jazz, compañero de largas jams en el boliche Jamaica, donde tocaban casi todas las
noches hasta altas horas de la madrugada, con el trío de Baby Lopez Furst. Jamaica
era un lugar mítico de Buenos Aires, ubicado en pleno centro porteño, sobre
calle San Martin al 900, y tuvo sus puertas abiertas desde 1956 hasta 1979. Sin
dudas, un recinto mítico por donde también pasaron Astor Piazzolla, el dúo de Horacio
Salgán y Ubaldo De Lío, y Sergio Mihanovich, entre otros prestigiosos
músicos.
En
aquella época de bohemia, era habitual encontrarse al Gato interpretando, como
los dioses, standards como “Straight no Chaser”, de Thelonious Monk; “So What” y “Blue in Green”, de Miles Davis, (músico al que el Gato
admiraba profundamente), “Equinox”, de John
Coltrane; el tango “Prepárense”, de Astor
Piazzolla; o “It’s Over”, de la propia Banda Sonora de El Último Tango en Paris.
Quizás
nunca alcancemos a dimensionar lo grande que fue este trompetista, ni aun
ahora, tiempo después de su muerte. Pero como se lo extraña. Y es que no hay
dudas que Leandro Gato Barbieri se
ganó merecidamente un lugar en el bronce de la música popular argentina, junto
a otras figuras inmortales como Dino
Saluzzi, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Carlos Gardel y Astor Piazzolla. Uno más de ese selecto
grupo de artistas populares nacionales que han logrado trascender las fronteras
latinoamericanas, creando un sonido propio, un estilo, que los consagró en el
mundo entero. Incluso, muchas veces –como en el caso paradigmático del Gato-
hasta alcanzando más reconocimiento afuera del país que en su propia tierra.
Leandro
Ruano
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