sábado, 9 de febrero de 2019

MARCELO TORRES, un laburante del bajo...



Nadie va a descubrir a estas alturas que Marcelo Torres es uno de los más prestigiosos bajistas del país. Lo avala una trayectoria de más de cuarenta años y el haber tocado junto a varios de los mejores músicos argentinos. Además de compositor excelso y talentoso, Torres es un prolífico experimentador de la fusión de estilos, ya sea con el jazz, el folklore y el rock. Buena parte de esto lo podemos apreciar en su obra solista, que ya suma cinco álbumes, con el reciente Adivino del tiempo, una producción de eminente impronta folclórica. En esta charla que sigue, recorremos su historia en primera persona…

ENTREVISTA> En tus inicios hiciste folklore, como la gran mayoría de los músicos de tu generación…
Sí, tal cual. Yo nací en 1960 y cuando tenía nueve años se vivía el boom del folklore. Por eso, cuando empecé a estudiar guitarra, mi formación básica fue folclórica. En esa época se escuchaba mucho a Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Los Quilla Huasi, Los Tucu Tucu, Larralde, Horacio Guarany, Cafrune… Todos eran las estrellas del folklore argentino de ese momento. Y con eso arranqué, tocando folklore durante todo mi periodo de la escuela primaria. Para mí, estudiar música fue una necesidad vital, fue un alimento espiritual y energético. Me conecté con la música, desde muy chico, de manera totalmente intuitiva. Lo extraño es que, viniendo desde una formación muy popular como es el folklore, luego, de manera totalmente autodidacta, ya en los setenta fui escuchando todo el rock internacional para después pasar al jazz…


Y aprendiendo música durante todo el proceso…
Claro. Porque podría haber sido un cantautor y estaría bien, hubiese tenido más coherencia, pero hubo un quiebre quizás debido a mi forma de conectarme con otros músicos, lo que hizo que me pudiera insertar en medios musicales que pertenecían a otras clases sociales. Porque yo me había anotado en el Conservatorio Manuel de Falla para estudiar contrabajo y ahí me conecté con el Pollo Raffo y otros músicos del Oeste. Músicos que, en su mayoría, venían de haber estudiado en la Escuela Ward, de Ramos Mejía, un colegio de clase media alta. Entonces, viniendo yo de un hogar de clase trabajadora, la música también me llevó a relacionarme con otra realidad social. Y eso también me ayudó a crecer. Yo siempre tuve una necesidad de crecer musicalmente, desde el primer proyecto de rock que tuve, un trío en el que improvisábamos mucho. Todo eso se dio en forma natural, porque era el tipo de música que me interesaba.

¿Qué hicieron con el Pollo?
El Pollo Raffo ya escribía música en ese momento, y yo tuve que empezar a leer partituras para comunicarme con ese tipo de músicos, y después me invitó a tocar en su cuarteto, que se llamaba Raffo IV. En ese proyecto hacíamos una música de fusión tipo Weather Report. Al mismo tiempo, entre los 16 y los 21, tuve una banda experimental llamada Paulatino. Tocamos solo dos veces, pero ensayábamos un montón. Eso me sirvió mucho de aprendizaje, también.

¿Qué es lo que te enamoró del bajo?
Yo no me propuse ser bajista, yo tocaba la guitarra eléctrica desde los 11, pero le presté mi guitarra a un compañero del grupo que teníamos entonces que se llamaba Tocata. Así que empecé a tocar en otra guitarra más vieja que tenía las cuatro cuerdas graves, porque le faltaban dos cuerdas, era una guitarra baja. Entonces yo hacía como la parte grave de los acordes. Así empecé. En los primeros años toqué con bajos que me prestaban distintos amigos, hasta que me pude comprar uno. Era tan salame que me compré un bajo sin cuerdas, y cuando me compré las cuerdas, las cuerdas me salieron más caras que el bajo… (risas) Ese fue mi primer bajo. Una vez que me enganché, ya me gustó.

¿Tenés algún bajo preferido?
Mi primer bajo Fender Precission lo tuve en 1977, que me acompañó toda la época de Tantor y que conservo hasta la actualidad. Un bajo al que yo mismo le saqué los trastes para hacerlo fretless, influenciado por el estilo de Jaco Pastorious. Después, en un periodo en 1987, cambié al de seis cuerdas, un bajo que me mandé a hacer, y desde esa época toco bajo de seis cuerdas. Creo que debo ser uno de los pocos bajistas que toco exclusivamente en bajo de seis cuerdas desde esa época.

¿Cuál es la diferencia entre seis y cuatro cuerdas?
Que con seis cuerdas tenés más rango, tenés más graves y más agudos. Es como un violonchelo, porque tampoco es una guitarra eléctrica, por más que tenga seis cuerdas. Tenés sonidos más agudos, que te permiten hacer acordes; es un bajo para un bajista solista, si se quiere.

¿Cómo fuiste aprendiendo las diferentes técnicas?
Yo soy autodidacta. Solamente, estudié dos años y medio contrabajo, más lo que había estudiado de guitarra clásica, de los nueve a los doce años.

¿Cómo fue tu llegada a Tantor?
Fue increíble. Yo había leído una nota en la Pelo en 1980, en donde Héctor Starc decía que “no había sangre nueva en el rock nacional”. Entonces los llamé. Mi intención no era tocar con ellos, sino mostrarles que había músicos nuevos que hacíamos rock, por más que no nos conocía nadie. Entonces me hicieron una prueba, un domingo a las cuatro de la tarde. Después me enteré de que habían pasado como treinta bajistas por la prueba. Cuando me tocó a mí, nos pusimos a zapar en trío (Héctor, Rodolfo García y yo) y enseguida enganchamos. Y a la semana ya me llamaron para formar parte del grupo.

¿Qué balance hacés de tu participación en Tantor?
Estuvo muy buena. Sonábamos muy bien. Éramos una banda de rock pero, básicamente, de música instrumental.

¿Qué recordás de la participación del grupo en el Festival de Solidaridad Latinoamericana de 1982, a beneficio de la Guerra de las Malvinas?
Por supuesto, sabemos que el origen de ese concierto era el desastre de la guerra. Un momento horrible liderado por los milicos. De cualquier manera, para mí es un hito ese concierto, porque estuvo casi toda la estructura más importante de la cultura rock argentina de la época. Además, fue la primera vez que se hizo un concierto en Obras al aire libre y había como 40 mil personas. Ese mismo año también participamos del BaRock. Son dos conciertos que fueron muy importantes para mí, siempre los recuerdo. 

Entre la época de Tantor y tu colaboración con Lito Vitale, ¿qué estuviste haciendo?
Daba clases. Hice varias cosas. Toqué con Raffo IV, Julia Zenko, María Rosa Yorio y Roque Narvaja. Lo de Roque fue buenísimo. Él se vino de España a hacer una gira en Argentina, con Machi de bajista, que luego dejó y así fui a tocar yo. Me gustó mucho, las canciones de Roque estaban buenísimas, era un gran momento suyo, y él es un tipo extraordinario. También toqué con Carlos Perciavalle, y con Piero y Prema durante esos años.

¿Cómo se da lo de tu participación junto al Lito Vitale Cuarteto?
Yo ya lo conocía de antes a Lito. Habíamos tocado juntos en 1985, luego me llamó porque quería armar una banda propia, después de su éxito en Vitale-Baraj-González. Me acuerdo que me llamó el 1ero de enero de 1987, para decirme que el 3 de marzo comenzábamos a ensayar. Y así fue. En mayo debutamos en Jam´s, un boliche que estaba en Lacroze.

Ahí pudiste compatibilizar tus ganas de curtir y experimentar junto a otros músicos en un proyecto con mucha convocatoria de público…
Exacto. Era el proyecto ideal. Porque era instrumental, tenía influencias folclóricas… Tocábamos mucho. Duró seis años. Mucha gente aún se acuerda de ese grupo. Hicimos conciertos multitudinarios. Una experiencia inolvidable.

Luego tocaste con Adriana Varela…
Sí, al toque que se termina lo de Lito, porque yo era amigo de Esteban Morgado y él era el director musical del grupo de Adriana. Yo no sabía tocar nada de tango y aprendí ahí. Por eso me interesó mucho el proyecto. Fue otra experiencia muy enriquecedora. Éramos un trío: bajo, batería y guitarra; acompañando a Adriana. 

Y ahí te llamó Spinetta…
Sí. A Spinetta lo conocía a través del dibujante Ciruelo Cabral, que es amigo mío. Yo quería volver a tocar en una banda de rock, y Spinetta también quería volver a tocar en un formato de trío de hard rock. Así se dio, a través de una charla que tuvo con Ciruelo, quien le sugirió que me incluyera a mí en el proyecto. Así fui a La Diosa Salvaje, el estudio de Luis, a tocar un rato, en una sesión muy informal de bajo y guitarra. Después, a los dos meses, me llamó para ir a zapar con el Tuerto (Wirtz). El primer día de ensayo sacamos seis temas y yo sentí al toque que el grupo funcionaba. Creo que arrancamos a principios de abril del 94. Estuvimos dos meses ensayando y para mayo ya teníamos el grupo conformado oficialmente. Luego estuvimos ensayando varios meses antes de hacer nuestro primer concierto, en 1995. Después, pasaron como seis meses más antes de volver a tocar. Pero, en el medio, nunca paramos de tocar. Por eso sonábamos tan bien. El trío era una aplanadora, sonaba solido en lo fuerte y en lo suave. No había nada más allá de juntarse a tocar. Era solo Spinetta con nosotros dos, por eso éramos Los Socios del Desierto. El arrancó de vuelta de cero. Pensá que en los primeros conciertos eran todos temas nuevos. No había disco, no había nada, presentamos este repertorio en los shows. Y creció mucho el público en ese periodo, se sumaron muchos chicos jóvenes a seguir a Luis…


 ¿Cómo fueron desarrollando el material de Los Socios?
El punto de partida era siempre la propuesta de Luis, y a partir de ahí arrancábamos. Los ensayos eran bastante abiertos, estaban buenísimos. En mi caso, extraño esos momentos de estar horas y horas tocando. Capaz que terminábamos tocando temas de otras épocas de Spinetta o de Los Shakers, temas que nunca tocábamos en vivo, pero porque eran reuniones musicales en donde no había condicionamientos. En especial en el primer momento del grupo.

¿Y lo del Unplugged de MTV, cómo lo prepararon?
Lo llevamos muy bien, porque Spinetta lo planteó muy naturalmente. Ensayamos, iban saliendo los temas, todo bien. Se nos unió el Mono (Fontana), Nico Cota… Así que, cuando llegamos allá a tocar, eso fue genial. Lo ves ahora y parece una cajita musical, salió muy fluido, con una delicadeza muy especial. Hubo finales de canción que no estaban armados, ocurrieron ahí directamente, en el momento en que se grabó. Spinetta lograba esa comunión musical siempre, lo mismo que pasó después en el Concierto de las Bandas Eternas.

¿Cómo fue para vos participar de ese show de Las Bandas Eternas de Spinetta en 2009?
Fue genial. Yo no sabía si iba a participar, porque el Tuerto no estaba más, pero Javier (Malosetti) se ofreció como baterista para la parte de Los Socios, y Luis me llamó. Eso me puso muy feliz. Fue un placer estar en los ensayos, ver como ensayaban las distintas bandas con él. Spinetta pudo reunir en ese show todos los músicos de su historia musical, y eso habla muy bien de él. Era un agradecimiento reciproco. Fue una gran despedida… Ahora lo veo así, en ese momento era un balance de su carrera. Por supuesto él siempre veía hacia adelante. No se sabe si sabía algo o presentía algo, pero tuvo un timing justo, porque fue un cierre musical perfecto…

¿Cómo fue trabajar con el Indio?
Una situación totalmente diferente, porque eran tiempos muy largos lo que pasaban de un proyecto a otro. De un concierto a otro, de un disco a otro, de un disco a una presentación… Eran meses, años… Y en el ínterin no teníamos relación. Y eso ya lo ponía en un lugar diferente. Por un lado la excitación muy grande de cada uno de sus shows que son muy grosos y en el medio impases muy grandes…


¿Él te llamó inmediatamente cuando se hizo solista?
Sí, llamó a mi casa. Después nos encontramos. Estuvimos hablando un montón de tiempo sobre el rock. A él le encanta hablar de la cultura rock, a mí también… básicamente, ese contacto fue para la grabación del primer disco. Después pasó como un año y medio hasta que fue editado. Después de eso pasaron unos meses más hasta que se empezó a juntar el grupo y empezaron las presentaciones del disco. Ese patrón se repitió para cada disco, para cada etapa. 

¿Cómo componés?
Compongo con el bajo. Pero en general la mayoría de las cosas que compongo las hago en el piano. A veces te surge una melodía, la tocás y empezás a trabajar sobre eso. A veces, es al revés: tenés la armonía y luego te surge la melodía… A veces improvisás, empezás a tocar, lo escuchás y de ahí te sale algo… Si te sentás a tocar, te va a salir algo. Las composiciones no salen de la nada, hay que dedicarles un tiempo. Capaz que estás tres horas tocando y te salió una idea de un minuto… pero si no estás esas tres horas, no te sale nada. Y a medida que empezás a trabajar en eso empiezan a surgir más ideas, porque es como una práctica. Pero tenés que darle un espacio. Porque la composición va a surgir de ese espacio que vos le vas a dedicar a que surja.

¿Qué canción de otro te hubiera gustado componer a vos?
El tema de amor de Cinema Paradiso, de Andrea Morricone. Yo veo esa película y lloro. Y ese tema está ligado a toda la melancolía del film. En ese sentido soy muy melódico, me gustan mucho las melodías de las canciones.

Emiliano Acevedo




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