La casa de la familia Spinetta ha cambiado
bastante en los últimos 45 años. Luego de sucesivas remodelaciones, pocos
vestigios quedan de cómo era en la época en que Almendra ensayaba ahí.
Sin embargo, es la misma casa que alumbró los sueños de los integrantes de
aquella histórica banda y que hoy alumbra los de Amel, el grupo formado
por Gustavo Spinetta, junto a su sobrino Gonzalo Pallas.
En Amel, Gustavo
encontró su lugar en el mundo, el grupo que siempre quiso tener. Sin
embargo, durante toda su vida ha realizado muchas otras actividades además de
tocar la batería. Pintura, dibujo, esculturas en cerámica, diseño… Una vida
libre dedicada al arte, en su mejor expresión. Para conocer un poco esta
historia personal, fui hasta esa mítica casa, situada en la calle Arribeños,
pleno barrio de Belgrano, en donde compartimos una larga charla, acompañada por
un té.
Fue una tardecita de miércoles, no hace mucho
tiempo. Alrededor nuestro se encontraban varias de sus esculturas en cerámica,
incluyendo una realizada para la portada del primer disco de Amel. En
ese marco, durante más de dos horas, Gustavo nos relató varios de los
acontecimientos más importantes de su vida. Desde los primeros años, su
apasionamiento súbito por la batería, sus idas y vuelta con la música, su paso
como percusionista de IKV, hasta llegar a este proyecto actual de Amel,
una banda con espíritu y vocación cancionera, como las de antes, en pleno y
sostenido crecimiento. Por supuesto, no podía faltar en esta entrevista la
figura omnipresente de su hermano Luis Alberto, del que recordó varias anécdotas en común
–como, por ejemplo, la grabación de Artaud, el mítico álbum en el que Gustavo
participó como músico invitado en las canciones “Cementerio Club” y
“Bajan”-, además de muchos otros momentos llenos de emoción y sentimiento.
Por eso, así como quien no quiere la cosa, nos
salió esta entrevista, que, sin dudas, es una de las más emotivas que hayamos
publicado en Intersticio.
Para disfrutar: Gustavo Spinetta, en primera
persona…
BUSCO MI DESTINO
Leí que en tus inicios empezaste con el bajo en vez
de la batería. ¿Cómo fue eso?
Es que me encantaba su sonido. Por eso, Luis,
sabiendo de mi preferencia por el instrumento, mientras escuchábamos algún
tema, me cantaba la parte del bajo en el oído. Luego, cuando cumplí 15 años, me
llevó a recorrer las casas de música del Centro, para que elija un bajo para
tocar, que él me lo regalaba. Así fue que elegimos un bajo Faim, que a mí me
gustaba mucho por el diseño muy moderno que tenía. Por supuesto, en esta casa,
durante esos años, ensayaron Almendra, Pescado, hasta Invisible. Por eso acá
siempre estaban armados todos los equipos y me acuerdo de que una vez había,
creo, una batería Ludwig. Un día estábamos solos con Luis, no había
nadie en la casa y podíamos hacer tanto ruido como se nos diera la gana. Él
agarró el bajo y yo me senté en la batería, y nos pusimos a tocar, a zapar un blues;
y vi que me salía…
No, no. Sin embargo, durante la época de Almendra
yo había hecho de plomo del grupo, armándole la batería a Rodolfo (García), y no le sacaba los ojos de
encima, viéndolo tocar, porque para mí el batero era como el guía musical del
grupo, como si a partir de ahí se desarrollaba todo, pero no tenía incorporada
la idea de tocar batería. Recién, a partir de esa zapada con Luis, me di
cuenta de que quería tocar la batería. Después estudié un año y medio con (León)
Jacobson, que era primer percusionista del (Teatro) Colón. Él me enseñó
a leer bien los rudimentos del baterista, todo lo que se podía hacer con el
tambor. Después desarrollé mi técnica con el Podenski, un libro mítico, bien
marchoso, pero que tenía todo lo que había que saber. Sin embargo, nunca fui de
meterme mucho a estudiar la técnica porque siempre le di más importancia a la
parte intuitiva.
¿Cuáles son tus bateristas preferidos?
Ringo
Starr, Charlie Watts, John Bonham… Bonham era lo máximo para mí porque en ese tiempo estaba muy copado con el rock
pesado de Led Zeppelin, Deep Purple y Black Sabbath.
Luego, cuando empecé a escuchar jazz rock, me enganché mucho con la Mahavishnu
Orquestra y me volví loco con Billy Cobham, no podía creer lo que
tocaba ese tipo. A partir de ahí me empiezo a interesar por la fusión y los
bateros de jazz, me copaba mucho con el virtuosismo de esos grandes
músicos…
¿Qué te gustan más, los bateros exhibicionistas u
otros como Ringo, con un estilo más simple pero preciso?
Qué sé yo, no sé. Esa es la dicotomía eterna. Creo
que puedo disfrutar de todo. Obviamente que le doy más bolilla a un tipo que se
mete en la composición, que no brilla por sí mismo, pero que hace que el resto
brille. Sin embargo, a ese otro tipo de batero, más exhibicionista, tampoco no
lo puedo soslayar, por supuesto. Me viene a la mente Verdinelli, él es
capaz de tocar cosas re pesadas con los Kuryaki y, a la vez, tocar con Luis
Salinas y con mi hermano las cosas más sutiles que te puedas imaginar…
Bueno, él, para mí, vale más que miles de bateristas, porque está siempre
metido ahí, brindando algo justo a lo que le pide la música.
LA MÚSICA QUE AMAMOS
¿Cómo se dio tu participación en Artaud?
Creo que se debió al entusiasmo de mis primeros
tiempos tocando la batería. Además, Luis estaba desarmando la banda y
vio en mí un posible batero para todos esos temas nuevos que estaba
componiendo. Por otro lado, yo toco dos temas bastantes sencillos ahí. Luis sabía
que a mí me gustaba mucho el blues, porque estaba siempre escuchando
muchos discos de blues, y era como que eso yo lo tenía bastante
incorporado. También había otras músicas muy sencillas como las Neil Young, su disco Harvest
a mí me rompió la cabeza, en lo compositivo, y a Luis también le
pegaba mucho esa onda. Por ejemplo, a mi intervención en “Bajan” yo la asoció
directamente con ese disco de Neil Young. Me gustaban las baterías que
aparecían ahí porque eran bastantes sintéticas en lo conceptual y, a la vez,
muy potentes. Por otro lado, en esa época Luis estaba viviendo otra vez
acá, después de haber vivido solo un tiempo. Él ya estaba de novio con Patricia
–la futura madre de sus hijos-, vivíamos todos juntos acá, y al mismo
tiempo estaba componiendo Artaud, viste. Estaba en un proceso creativo
increíble, donde todo quedaba a flor de piel… (piensa, se emociona) Fue todo
muy natural. Ensayábamos acá en nuestra casa, antes de ir a tocar, y nos íbamos
caminando a grabar al estudio Phonalex, porque estaba acá cerca, en el Bajo Belgrano.
En sí, el clima era de intimidad, porque lo que se estaba gestando era una cosa
muy íntima. Creo que por eso él me convoca para tocar esos temas, porque esa
carga afectiva era muy fuerte y muy importante…
¿Qué sentís por haber participado en el disco que
es considerado como el mejor de la historia del rock argentino?
Básicamente, orgullo. Yo no sé si en ese tiempo le
daba el valor que le doy ahora, ¿no? Por supuesto que le daba valor, pero, al
mismo tiempo, tenía también otras cosas en la mente. Tampoco era consciente de
que lo que estábamos haciendo iba a trascender de esa manera. De lo que ya
estaba seguro era de lo mucho que me gustaba la música que hacía Luis.
Siempre supe valorarlo y me encantaba lo que hacía. De hecho, la música que más
me gusta es esa, no hay otra, viste. Además, siento mucho orgullo porque en esa
época yo recién empezaba y estaba al lado de monstruos, tipos que ya eran
recontra consagrados. Por eso no era que yo creía que era lo más grande del
mundo, todo lo contrario, yo estaba dando una cosa re humilde y me sentía como
un pollito dentro de esa situación. Lo demás era impensado…
Después de eso fue como que tuviste un par de idas
y vueltas con la música, ¿no?
No sé bien debido a qué, pero hay que remontar el
hecho de ser el hermano de alguien muy famoso, porque todos están esperando que
hagas algo igual o mejor. Esa es gente muy fanática que lo primero que hace es
criticarte. Siempre fue duro lidiar con eso a esa edad y, por otro lado,
tampoco utilice todos esos medios para poder trascender, viste. De cualquier
forma, toqué en montones de grupos, tuve vaivenes, momentos en los que me fui y
no toqué más, etc. Por otra parte, siempre estuve muy vinculado al arte,
haciendo dibujos, pinturas; luego me dediqué a la cerámica. Siempre estuve
rodeado de gente que hacía arte.
ARTE ANCESTRAL Y MÁGICO
ARTE ANCESTRAL Y MÁGICO
Entre tus trabajos también están los que hiciste
para Luis. Por ejemplo, la tapa de Téster de Violencia.
La de Téster es un collage. La idea
fue de Luis, él estaba con toda esa cosa de los filósofos franceses –como
Foucault-, en donde aparecen los extremos del ser humano, de un lado y del
otro. Desde el extremo de llevar la experiencia humana a lo más aberrante hasta
el otro extremo, en donde está el que se dice más justo, el que aplica la ley y
que, en realidad, está siendo tan bestia como el primero. La idea era un poco
eso: mostrar toda esa violencia implícita que tenemos en nuestra vida
cotidiana. Por eso aparecía desde un bonzo, un tipo inmolándose, hasta imágenes
de la Masacre de Ezeiza cuando volvió Perón; había boxeadores peleando, un tipo
atragantándose con comida, etc…
¿Fue hecha toda con recortes?
Todo recortes. Algunos materiales los conseguía Luis.
Por ejemplo, me pasó un par de libros de medicina, de donde saqué un par de
recortes de dibujos. Pero, la mayoría salió de donde se me ocurrió a mí, a
partir de tener la premisa, seleccionando imágenes para armar el collage. Yo
sabía que en la tapa iba a tener una foto en el medio, entonces el collage se
desplegaba alrededor, además de abarcar toda la contratapa. Antes de ese
trabajo también había hecho un dibujo para la contratapa de Desatormentándonos,
de Pescado Rabioso. En Pescado Dos también hay un dibujo
mío y un par de dibujos de amigos míos.
Por supuesto, la música siempre estaba de por medio,
era encerrarse a tirar líneas y colores. La música era la fuente de inspiración
permanente. Yo creo que también está vinculado un poco a la locura, a estados
visionarios de la mente, no sé cómo llamarlos… Cosas que te aparecen en sueños.
Siempre fui amante de lo dadaísta y lo surrealista. Leíamos a los poetas
malditos y a toda esta sarta de anarquistas que eran los surrealistas, que
despotricaban contra todo el mundo y rompían todos los esquemas.
Un poco de esa locura que nombrás, surrealismo o
psicodelia, me recuerda al disco Spinettalandia…
Ah, sí. Bueno, eso fue una cosa muy hippie. Yo
estuve, una o dos veces, en el estudio cuando Luis grabó eso, y éramos
como una tribu. Estaba él con un montón de amigos y éramos todos muy hippies.
Incluso, en alguno de esos coros, como los de “Vamos al Bosque”, está mi voz
metida, porque nos agarró a todos y nos puso a cantar. Después siempre colaboré
con él, por ejemplo en la realización de videos clips, como los de “La
Montaña”, “Seguir viviendo sin tu amor”, y demás…
¿Cómo fue incursionar en el mundo de la
cerámica?
La descubrí de grande y me permitió poner mucho de
lo mío y desarrollar toda una estética, una onda. En sí, la cosa escultórica me
gustó siempre, aunque nunca la había practicado. Sin embargo, muchos de los
dibujos que yo hago tratan de representar las cosas en el espacio. Por las
líneas que uso y demás, es como que tengo una fijación con el 3D, digamos.
Entonces, fue como que con la cerámica lo pude empezar a poder plantear eso.
Además, tanto la arcilla como la cerámica, son técnicas del fuego, algo
ancestral que está en la base de la civilización, de la humanidad. Implica
tener un conocimiento de muchas cosas porque si no no te sale una mierda. El
resultado lo ves recién cuando abrís la puerta del horno y te puede pasar que
salga algo maravilloso o directamente algo que hay que tirar.
En los 80, entre tantos proyectos, también pusiste un boliche, ¿no?
Sí, eso fue en asociación con mi amigo (el artista under y músico) Geniol, un tipo muy creativo, loco y extravagante, que cantaba y desarrollaba unos personajes geniales, casi teatrales. Con él, junto a una banda en la que yo estaba tocando, armamos un proyecto muy loco que se llamó Geniol y Sus Aspirinetas. Luego, a Geniol, quien había alquilado una casa para poner una peluquería, se le ocurrió también la idea de poner un boliche. Es decir, un lugar que de día era peluquería y de noche -los fines de semana- se convertía en boliche. Y fue así, el boliche funcionaba los viernes, sábados y domingos, y ni tenía cartel en la puerta, ni nada. Toda la convocatoria se daba gracias del boca en boca. Incluso, mi hermano Luis venía siempre, porque vivía cerca de ahí, y zapábamos, porque en el lugar también había instrumentos para tocar. Era medio un boliche clandestino, en una época muy pesada. Imaginate, principios del 82… Mi cuñada le había puesto “Umbral” de nombre por la canción de Spinetta Jade, y se llenaba de gente… Una cosa de locos, realmente, porque estábamos en Olivos, a pocas cuadras de la Quinta Presidencial, con los milicos en el gobierno, Galtieri de presidente… En fin, una locura. No duró mucho esa experiencia, tan solo un par de meses, pero estuvo muy bien. Es un muy lindo recuerdo…
¿Qué recordás de los años que colaboraste con Illya Kuryaki?
En los 80, entre tantos proyectos, también pusiste un boliche, ¿no?
Sí, eso fue en asociación con mi amigo (el artista under y músico) Geniol, un tipo muy creativo, loco y extravagante, que cantaba y desarrollaba unos personajes geniales, casi teatrales. Con él, junto a una banda en la que yo estaba tocando, armamos un proyecto muy loco que se llamó Geniol y Sus Aspirinetas. Luego, a Geniol, quien había alquilado una casa para poner una peluquería, se le ocurrió también la idea de poner un boliche. Es decir, un lugar que de día era peluquería y de noche -los fines de semana- se convertía en boliche. Y fue así, el boliche funcionaba los viernes, sábados y domingos, y ni tenía cartel en la puerta, ni nada. Toda la convocatoria se daba gracias del boca en boca. Incluso, mi hermano Luis venía siempre, porque vivía cerca de ahí, y zapábamos, porque en el lugar también había instrumentos para tocar. Era medio un boliche clandestino, en una época muy pesada. Imaginate, principios del 82… Mi cuñada le había puesto “Umbral” de nombre por la canción de Spinetta Jade, y se llenaba de gente… Una cosa de locos, realmente, porque estábamos en Olivos, a pocas cuadras de la Quinta Presidencial, con los milicos en el gobierno, Galtieri de presidente… En fin, una locura. No duró mucho esa experiencia, tan solo un par de meses, pero estuvo muy bien. Es un muy lindo recuerdo…
¿Qué recordás de los años que colaboraste con Illya Kuryaki?
Todos recuerdos buenísimos. Dante y Ema son
una máquina de sacar ideas, dos genios llenos de talento. Además la pasábamos
bárbaro, tocamos con unos músicos geniales y viajamos por todos lados. Por
ejemplo, recuerdo mucho la experiencia de tocar en el Unplugged de MTV,
algo que disfrutamos un montón… Siempre me acuerdo del momento cuando vino Dante
a preguntarme si me interesaba hacer la percusión para ellos. Justo yo
estaba en Mar del Plata, porque siempre me iba allá todos los veranos a la casa
de unos amigos que eran artesanos. En esa casa yo laburaba, colaboraba haciendo
bijou para ellos. Así que, ahí estaba, en la playa, hasta que un día aparecieron
Dante con Samalea, y se me plantaron al lado para preguntarme si
quería colaborar con ellos. Yo no tenía intenciones de tocar, y menos hacer
percusión, porque como nunca lo había hecho, tenía que aprender de cero. Pero
hasta mis amigos me convencieron que lo hiciera, y aunque fue un desafío muy
grande para mí, terminé haciéndolo y fue muy lindo. Así, durante muchos años
fue una gran experiencia el tocar con ellos.
ETERNA CANCIÓN DE SUS DÍAS
¿Cómo viviste la experiencia de tocar en el
concierto tributo a Luis de Las Bandas Eternas?
Eso fue realmente increíble. Estabas en el camarín
de Vélez y veías a todos los monstruos del rock de acá. Además, el clima
que había era único. Se vivía una cosa muy especial, no había “divismos” ni
nada de eso, se vivía una gran comunión entre todos los músicos participantes,
con todo el mundo extasiado. Me acuerdo que cuando me tocó salir a tocar, no
pensé nada, porque el clima era tan lindo que no me dio ni para preocuparme, en
realidad. Yo me sentía en el cielo, viste. Cuando me puse a tocar la bata, el
primer tema fue “Bajan” y ya estaba Cerati arriba del escenario.
Imaginate, de un lado del escenario lo tenía a Cerati y del otro lo
tenía a Luis. Mirara para donde mirara, yo sentía que estaba en la
gloria. Fue un momento mágico de mucha felicidad. Por otro lado, no fue nada
fácil porque a Luis le costó un esfuerzo tremendo hacerlo, fue un
proceso muy agotador con ensayos interminables. A veces me venía a buscar y yo
me veía todo el ensayo. Eran ensayos de 10 horas, una cosa de locos, con Luis
siempre en piloto automático, tocando con todos, como un “master” en un
estado zen, bancándose todo lo que venía. Ahora, visto a través del tiempo, ese
proyecto parece una despedida. Muchas de las últimas cosas que hizo Luis parecen
eso. Incluso en algunas composiciones –como, por ejemplo, el tema “Canción de
amor para Olga”- hay una temática sobre la muerte en sí. Como que Luis intuía
algo con respecto a eso…
¿Vos crees eso ahora?
Parece que se hubiera despedido… (se emociona) Pero
él no quería eso ni en pedo. Luis tenía un problema en el pulmón y lo sabía,
pero no de esa gravedad. Se cuidaba bastante, no lo suficiente, pero desde que
nos enteramos hasta que él se muere pasaron ocho meses, y fíjate que si te
ponés a leer en internet, la expectativa de vida que te dan en tipos de
problemas como el que él tenía son justo ocho meses. Una cosa espantosa. Aparte
siempre me vi muriendo yo antes, ¿entendés? Nunca pensé que a él le podría
pasar algo y yo lo iba a ver… (se emociona) Por eso siempre digo que suerte que
tengo a Amel en este momento, porque tengo toda la fuerza puesta
ahí…
VOLVER A LAS FUENTES
En principio, yo no quería hacer nada, no tenía
ningún proyecto más que despuntar el vicio de tocar la batería en mi casa.
Estaba muy dedicado a mis trabajos en cerámica, presentando piezas, todo el
tiempo, en Salón Nacional, en el Paláis de Glace, concursando. Con la cerámica
gané varios premios y menciones, lo que pasa es que la música nunca la dejás
del todo, tampoco. Lo que ocurrió fue que, durante una época que reformamos mi
casa, yo me fui con mis viejos a vivir a la casa de mi hermana Ana María,
comencé a darme cuenta cómo mi sobrino Gonzalo (Pallas) había
empezado a tocar una guitarra que era de mi viejo, sacando las tablaturas de
Internet, y a demostrar condiciones en el instrumento. Además, mi hermano Luis
también lo incentivó mucho a Gonzalo, pasándole los tonos correctos
de sus temas, porque a veces las tablaturas de Internet no tienen los tonos
correctos, y también le empezó a dar guitarras, le dio equipos. Bueno, cuando
yo vuelvo a vivir a mi casa, comenzamos a tocar juntos con Gonzalo, a
zapar; pero la verdad es que no había un espíritu de formar un proyecto. Fue a
él a quien se le ocurrió formar una banda, traer a tocar a un par de amigos,
compañeros del Belgrano Uno, el colegio al que él iba. Ahí recién nace el
proyecto. Así, fue la cosa, ¿no? Amel surge de esa idea de Gonzalo,
él le puso el nombre a la banda y juntó a los integrantes, y yo me terminé
adaptando a este proyecto. Finalmente, el grupo quedó formado por Francisco
Zunana, primer guitarrista; Pablo Castagneris, en el bajo; Gonzalo
y yo. Así fue como se inició esta nueva etapa mía, hace cinco años. Luego,
entre las composiciones de Gonzalo –que eran la mayoría-, fueron
apareciendo otras composiciones de los chicos, y así fuimos armando los
temas.
Amel era el nombre de un gato persa que tenía Gonzalo en su niñez. Era
un gato muy hermoso, muy peludo, de color anaranjado, era como una miel. Por
eso siempre yo asocio esto con el nombre Amel, que suena muy dulce. Por
otro lado, Amel parece como una reconstrucción de Almendra.
Tienen muchas letras en común en los nombres, como pura casualidad…
¿Cómo es salir a tocar en un grupo nuevo en la
actualidad?
Empezamos bien de abajo. Por suerte, lo teníamos a Luis,
que nos dio mucho apoyo, nos ofreció su estudio (La Diosa Salvaje) para poder
grabar y después nos conectó con Tweety González. Con Tweety como
productor grabamos muy rápido tres temas, que fueron como una suerte de demo.
Bueno, luego de grabar la totalidad de nuestros temas en otro estudio, como
para ver con que material contábamos, ya con el material muy afiatado, volvimos
a la Diosa a grabar el disco, otra vez con Tweety en la producción, y
con Mariano López de técnico. Ahí, grabamos las bases de los trece temas del
disco en dos días. Los overdubbing los hicimos en el estudio El Pie, y ahí el
proyecto de la grabación se prolongó un poco más. Lo nuestro en sí siempre
contó con el apoyo desinteresado de mucha gente amiga a la que le gustaba
nuestro proyecto, por eso, este disco en parte fue financiado por nosotros, y
en parte no; ya que lo pudimos hacer gracias a la buena onda de esta gente.
Aunque eso hace que tengas que amoldar tus tiempos a los tiempos de los demás,
lo que hizo que se alargará bastante el proceso de edición. Tardamos casi dos
años en editar el disco, luego de haberlo grabado. Hasta ahora, fueron cinco años
de historia de la banda, en donde estuvimos tocando mucho, en varios lugares,
en forma independiente, y ahora contamos con la producción de gente amiga, como
Juanjo Cármona, que se ha interesado en nuestro proyecto, y en ese
sentido está bárbaro contar con un road manager que nos ordena un poco la
organización de nuestros shows. Igual, todavía sigue siendo un proyecto muy a
pulmón, en donde seguimos cargando nuestros propios equipos y todo, con la
ayuda de nuestros amigos. La verdad es que estoy chocho con Amel, es la
banda que siempre quise tener. Los pibes son súper talentosos y me encanta la
música que producen y de la forma en que se conectan. Además, les gusta la
música que yo escuchaba cuando tenía la edad de ellos, viste…
Como una banda de antes, pero ahora…
Algo así. Es increíble cómo nos encontramos, que
nos llevemos tan bien y no tengamos que discutir nada acerca del estilo de
música que nos gusta hacer.
¿Cómo ves al rock actual?
Está muy raro el panorama, incluso es una época
rara para tener una banda. Comercialmente, son momentos difíciles porque está
cambiando todo, esto te lo dicen cualquiera de los tipos que están en el
negocio, los productores, managers, etc. Pero a la vez, en este país estamos
pasando por una situación muy especial, gracias a este peronismo que estamos
viviendo, todas esas libertades que nosotros queríamos ganar en los 70 –y que
en la mayor parte del mundo se hicieron realidad-, recién las estamos
obteniendo ahora. Yo doy gracias a eso, porque los derechos individuales, los
derechos de la gente nunca se habían respetado acá. Era una sociedad muy facha
la argentina, y recién ahora se empieza a poner en relieve la base de una
democracia, que son las libertades individuales, sin eso no existe la democracia.
Pienso que quizás esta comunión que tenemos con mis compañeros de banda, en Amel,
tiene que ver con eso también, porque se pusieron otra vez en el tapete estos
valores. En base a este contexto, creo que se empieza a vivir una situación muy
especial, y más sabiendo de la importancia que tuvo siempre el rock. Por
otro lado, cambia todo, pero a la vez, no, porque la gente sigue yendo a ver
shows, a escuchar a las bandas, y está lleno de bandas y cada vez hay más.
Siempre fue un semillero el rock argentino, y ahora está pasando un poco
eso. Incluso, nosotros venimos tocando con varios grupos que son del palo,
gente muy joven, y parece que hubiera un reverdecer de todo ese viejo rock.
Hay unas bandas muy buenas. Por ejemplo, están los pibes de una banda que se
llama Cronopios, y no por nada esos pibes toman para llamar a su banda
ese nombre vinculado a la obra de Cortázar y a toda esa movida de los 60 y 70. Yo espero que todo esto que está surgiendo sea una alborada de algo
nuevo y que no se convierta en un refrito…
Escucho de todo. Hay tipos que me parten la cabeza
como Jeff Beck, que toda la
vida me gustó lo que hizo y aún hoy sigue activo y creando. (Lisandro) Aristimuño me parece un
tipo muy valioso. Un artista al que escucho mucho es a George Harrison, todo
el tiempo, tanto sus laburos solistas como lo que hizo en los Beatles.
Él fue un genio, un tipo espectacular. También, John McLaughlin, un tipo
que me sigue partiendo la cabeza…
Para terminar, entre las miles de cosas que viviste
junto a Luis, ¿tenés alguna anécdota que siempre recordás?
Como vos dijiste hay miles, no hay una en
particular. Me acuerdo como algo muy lindo, y que por ahí me olvidé de
contártelo antes. Cuando éramos muy chicos, Luis se ponía a cantar con
un escobillón –ese era “el micrófono”-, y justo mi abuela le había regalado la
plata para que se comprara una guitarra. Bueno, él se había comprado una
guitarra criolla, a la que le había puesto un poco de pintura y cuerdas de
acero, porque él quería tener un guitarrón, viste. En fin, lo que me acuerdo
siempre es de una vez, estando juntos en este lugar de la casa, que antes había
sido de mi abuela y cuando ella se fue pasó a ser nuestro. Entonces, claro, con
nosotros, todo esto se convirtió en un quilombo en dos minutos, ¿no? Luis
con su guitarrón y su micrófono escobillón cantando “I Love Her”, ese tema de
los Beatles que parece un bolero, y mientras tanto yo tirado en el piso
de madera, agarrando un diccionario Larousse inglés-castellano pesadísimo,
acompañándolo, como emulando esa percusión de bongo que está en esa canción.
Esa fue la primera vez que hicimos un tema, juntos, y también la primera vez
que yo toqué percusión. Él tendría 13 años y yo 9… Siempre me gusta contarlo,
porque fue casi un anticipo de lo que pasó después…
(Esta entrevista fue realizada en noviembre de 2012. Desde entonces, Amel ha editado dos álbumes: Amel, en 2012 y 2853, en 2015)
Emiliano Acevedo
Excelente nota! Felicitaciones a Gustavo por su humildad y como contó lo que contó, con ese intelecto spinetteano que seguramente es una suerte de herencia paternal o quizás abuelística. Bravo !
ResponderEliminartodo bien hasta que dijo "gracias a este peronismo que estamos viviendo" te fuiste al carajo Gustavo, desperta
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