miércoles, 16 de agosto de 2017

VOLVIENDO A CASA, entrevista a Gustavo Spinetta



La casa de la familia Spinetta ha cambiado bastante en los últimos 45 años. Luego de sucesivas remodelaciones, pocos vestigios quedan de cómo era en la época en que Almendra ensayaba ahí. Sin embargo, es la misma casa que alumbró los sueños de los integrantes de aquella histórica banda y que hoy alumbra los de Amel, el grupo formado por Gustavo Spinetta, junto a su sobrino Gonzalo Pallas.

En Amel, Gustavo encontró su lugar en el mundo, el grupo que siempre quiso tener. Sin embargo, durante toda su vida ha realizado muchas otras actividades además de tocar la batería. Pintura, dibujo, esculturas en cerámica, diseño… Una vida libre dedicada al arte, en su mejor expresión. Para conocer un poco esta historia personal, fui hasta esa mítica casa, situada en la calle Arribeños, pleno barrio de Belgrano, en donde compartimos una larga charla, acompañada por un té.

Fue una tardecita de miércoles, no hace mucho tiempo. Alrededor nuestro se encontraban varias de sus esculturas en cerámica, incluyendo una realizada para la portada del primer disco de Amel. En ese marco, durante más de dos horas, Gustavo nos relató varios de los acontecimientos más importantes de su vida. Desde los primeros años, su apasionamiento súbito por la batería, sus idas y vuelta con la música, su paso como percusionista de IKV, hasta llegar a este proyecto actual de Amel, una banda con espíritu y vocación cancionera, como las de antes, en pleno y sostenido crecimiento. Por supuesto, no podía faltar en esta entrevista la figura omnipresente de su hermano Luis Alberto, del que recordó varias anécdotas en común –como, por ejemplo, la grabación de Artaud, el mítico álbum en el que Gustavo participó como músico invitado en las canciones “Cementerio Club” y “Bajan”-, además de muchos otros momentos llenos de emoción y sentimiento.

Por eso, así como quien no quiere la cosa, nos salió esta entrevista, que, sin dudas, es una de las más emotivas que hayamos publicado en Intersticio.

Para disfrutar: Gustavo Spinetta, en primera persona…

BUSCO MI DESTINO 

Leí que en tus inicios empezaste con el bajo en vez de la batería. ¿Cómo fue eso? 
Es que me encantaba su sonido. Por eso, Luis, sabiendo de mi preferencia por el instrumento, mientras escuchábamos algún tema, me cantaba la parte del bajo en el oído. Luego, cuando cumplí 15 años, me llevó a recorrer las casas de música del Centro, para que elija un bajo para tocar, que él me lo regalaba. Así fue que elegimos un bajo Faim, que a mí me gustaba mucho por el diseño muy moderno que tenía. Por supuesto, en esta casa, durante esos años, ensayaron Almendra, Pescado, hasta Invisible. Por eso acá siempre estaban armados todos los equipos y me acuerdo de que una vez había, creo, una batería Ludwig. Un día estábamos solos con Luis, no había nadie en la casa y podíamos hacer tanto ruido como se nos diera la gana. Él agarró el bajo y yo me senté en la batería, y nos pusimos a tocar, a zapar un blues; y vi que me salía… 

Nunca, hasta ese momento, habías estado tocando una batería… 
No, no. Sin embargo, durante la época de Almendra yo había hecho de plomo del grupo, armándole la batería a Rodolfo (García), y no le sacaba los ojos de encima, viéndolo tocar, porque para mí el batero era como el guía musical del grupo, como si a partir de ahí se desarrollaba todo, pero no tenía incorporada la idea de tocar batería. Recién, a partir de esa zapada con Luis, me di cuenta de que quería tocar la batería. Después estudié un año y medio con (León) Jacobson, que era primer percusionista del (Teatro) Colón. Él me enseñó a leer bien los rudimentos del baterista, todo lo que se podía hacer con el tambor. Después desarrollé mi técnica con el Podenski, un libro mítico, bien marchoso, pero que tenía todo lo que había que saber. Sin embargo, nunca fui de meterme mucho a estudiar la técnica porque siempre le di más importancia a la parte intuitiva. 

¿Cuáles son tus bateristas preferidos? 
Ringo Starr, Charlie Watts, John BonhamBonham era lo máximo para mí porque en ese tiempo estaba muy copado con el rock pesado de Led Zeppelin, Deep Purple y Black Sabbath. Luego, cuando empecé a escuchar jazz rock, me enganché mucho con la Mahavishnu Orquestra y me volví loco con Billy Cobham, no podía creer lo que tocaba ese tipo. A partir de ahí me empiezo a interesar por la fusión y los bateros de jazz, me copaba mucho con el virtuosismo de esos grandes músicos… 

¿Qué te gustan más, los bateros exhibicionistas u otros como Ringo, con un estilo más simple pero preciso? 
Qué sé yo, no sé. Esa es la dicotomía eterna. Creo que puedo disfrutar de todo. Obviamente que le doy más bolilla a un tipo que se mete en la composición, que no brilla por sí mismo, pero que hace que el resto brille. Sin embargo, a ese otro tipo de batero, más exhibicionista, tampoco no lo puedo soslayar, por supuesto. Me viene a la mente Verdinelli, él es capaz de tocar cosas re pesadas con los Kuryaki y, a la vez, tocar con Luis Salinas y con mi hermano las cosas más sutiles que te puedas imaginar… Bueno, él, para mí, vale más que miles de bateristas, porque está siempre metido ahí, brindando algo justo a lo que le pide la música. 

LA MÚSICA QUE AMAMOS 

¿Cómo se dio tu participación en Artaud
Creo que se debió al entusiasmo de mis primeros tiempos tocando la batería. Además, Luis estaba desarmando la banda y vio en mí un posible batero para todos esos temas nuevos que estaba componiendo. Por otro lado, yo toco dos temas bastantes sencillos ahí. Luis sabía que a mí me gustaba mucho el blues, porque estaba siempre escuchando muchos discos de blues, y era como que eso yo lo tenía bastante incorporado. También había otras músicas muy sencillas como las Neil Young, su disco Harvest a mí me rompió la cabeza, en lo compositivo, y a Luis también le pegaba mucho esa onda. Por ejemplo, a mi intervención en “Bajan” yo la asoció directamente con ese disco de Neil Young. Me gustaban las baterías que aparecían ahí porque eran bastantes sintéticas en lo conceptual y, a la vez, muy potentes. Por otro lado, en esa época Luis estaba viviendo otra vez acá, después de haber vivido solo un tiempo. Él ya estaba de novio con Patricia –la futura madre de sus hijos-, vivíamos todos juntos acá, y al mismo tiempo estaba componiendo Artaud, viste. Estaba en un proceso creativo increíble, donde todo quedaba a flor de piel… (piensa, se emociona) Fue todo muy natural. Ensayábamos acá en nuestra casa, antes de ir a tocar, y nos íbamos caminando a grabar al estudio Phonalex, porque estaba acá cerca, en el Bajo Belgrano. En sí, el clima era de intimidad, porque lo que se estaba gestando era una cosa muy íntima. Creo que por eso él me convoca para tocar esos temas, porque esa carga afectiva era muy fuerte y muy importante… 


¿Qué sentís por haber participado en el disco que es considerado como el mejor de la historia del rock argentino? 
Básicamente, orgullo. Yo no sé si en ese tiempo le daba el valor que le doy ahora, ¿no? Por supuesto que le daba valor, pero, al mismo tiempo, tenía también otras cosas en la mente. Tampoco era consciente de que lo que estábamos haciendo iba a trascender de esa manera. De lo que ya estaba seguro era de lo mucho que me gustaba la música que hacía Luis. Siempre supe valorarlo y me encantaba lo que hacía. De hecho, la música que más me gusta es esa, no hay otra, viste. Además, siento mucho orgullo porque en esa época yo recién empezaba y estaba al lado de monstruos, tipos que ya eran recontra consagrados. Por eso no era que yo creía que era lo más grande del mundo, todo lo contrario, yo estaba dando una cosa re humilde y me sentía como un pollito dentro de esa situación. Lo demás era impensado… 


Después de eso fue como que tuviste un par de idas y vueltas con la música, ¿no? 
No sé bien debido a qué, pero hay que remontar el hecho de ser el hermano de alguien muy famoso, porque todos están esperando que hagas algo igual o mejor. Esa es gente muy fanática que lo primero que hace es criticarte. Siempre fue duro lidiar con eso a esa edad y, por otro lado, tampoco utilice todos esos medios para poder trascender, viste. De cualquier forma, toqué en montones de grupos, tuve vaivenes, momentos en los que me fui y no toqué más, etc. Por otra parte, siempre estuve muy vinculado al arte, haciendo dibujos, pinturas; luego me dediqué a la cerámica. Siempre estuve rodeado de gente que hacía arte.

ARTE ANCESTRAL Y MÁGICO 

Entre tus trabajos también están los que hiciste para Luis. Por ejemplo, la tapa de Téster de Violencia. 
La de Téster es un collage. La idea fue de Luis, él estaba con toda esa cosa de los filósofos franceses –como Foucault-, en donde aparecen los extremos del ser humano, de un lado y del otro. Desde el extremo de llevar la experiencia humana a lo más aberrante hasta el otro extremo, en donde está el que se dice más justo, el que aplica la ley y que, en realidad, está siendo tan bestia como el primero. La idea era un poco eso: mostrar toda esa violencia implícita que tenemos en nuestra vida cotidiana. Por eso aparecía desde un bonzo, un tipo inmolándose, hasta imágenes de la Masacre de Ezeiza cuando volvió Perón; había boxeadores peleando, un tipo atragantándose con comida, etc… 

¿Fue hecha toda con recortes? 
Todo recortes. Algunos materiales los conseguía Luis. Por ejemplo, me pasó un par de libros de medicina, de donde saqué un par de recortes de dibujos. Pero, la mayoría salió de donde se me ocurrió a mí, a partir de tener la premisa, seleccionando imágenes para armar el collage. Yo sabía que en la tapa iba a tener una foto en el medio, entonces el collage se desplegaba alrededor, además de abarcar toda la contratapa. Antes de ese trabajo también había hecho un dibujo para la contratapa de Desatormentándonos, de Pescado Rabioso. En Pescado Dos también hay un dibujo mío y un par de dibujos de amigos míos. 

¿En qué te inspirabas para hacer esos trabajos? 
Por supuesto, la música siempre estaba de por medio, era encerrarse a tirar líneas y colores. La música era la fuente de inspiración permanente. Yo creo que también está vinculado un poco a la locura, a estados visionarios de la mente, no sé cómo llamarlos… Cosas que te aparecen en sueños. Siempre fui amante de lo dadaísta y lo surrealista. Leíamos a los poetas malditos y a toda esta sarta de anarquistas que eran los surrealistas, que despotricaban contra todo el mundo y rompían todos los esquemas. 

Un poco de esa locura que nombrás, surrealismo o psicodelia, me recuerda al disco Spinettalandia… 
Ah, sí. Bueno, eso fue una cosa muy hippie. Yo estuve, una o dos veces, en el estudio cuando Luis grabó eso, y éramos como una tribu. Estaba él con un montón de amigos y éramos todos muy hippies. Incluso, en alguno de esos coros, como los de “Vamos al Bosque”, está mi voz metida, porque nos agarró a todos y nos puso a cantar. Después siempre colaboré con él, por ejemplo en la realización de videos clips, como los de “La Montaña”, “Seguir viviendo sin tu amor”, y demás… 

¿Cómo fue incursionar en el mundo de la cerámica?
La descubrí de grande y me permitió poner mucho de lo mío y desarrollar toda una estética, una onda. En sí, la cosa escultórica me gustó siempre, aunque nunca la había practicado. Sin embargo, muchos de los dibujos que yo hago tratan de representar las cosas en el espacio. Por las líneas que uso y demás, es como que tengo una fijación con el 3D, digamos. Entonces, fue como que con la cerámica lo pude empezar a poder plantear eso. Además, tanto la arcilla como la cerámica, son técnicas del fuego, algo ancestral que está en la base de la civilización, de la humanidad. Implica tener un conocimiento de muchas cosas porque si no no te sale una mierda. El resultado lo ves recién cuando abrís la puerta del horno y te puede pasar que salga algo maravilloso o directamente algo que hay que tirar.

En los 80, entre tantos proyectos, también pusiste un boliche, ¿no?
Sí, eso fue en asociación con mi amigo (el artista under y músico) Geniol, un tipo muy creativo, loco y extravagante, que cantaba y desarrollaba unos personajes geniales, casi teatrales. Con él, junto a una banda en la que yo estaba tocando, armamos un proyecto muy loco que se llamó Geniol y Sus Aspirinetas. Luego, a Geniol, quien había alquilado una casa para poner una peluquería, se le ocurrió también la idea de poner un boliche. Es decir, un lugar que de día era peluquería y de noche -los fines de semana- se convertía en boliche. Y fue así, el boliche funcionaba los viernes, sábados y domingos, y ni tenía cartel en la puerta, ni nada. Toda la convocatoria se daba gracias del boca en boca. Incluso, mi hermano Luis venía siempre, porque vivía cerca de ahí, y zapábamos, porque en el lugar también había instrumentos para tocar. Era medio un boliche clandestino, en una época muy pesada. Imaginate, principios del 82… Mi cuñada le había puesto “Umbral” de nombre por la canción de Spinetta Jade, y se llenaba de gente… Una cosa de locos, realmente, porque estábamos en Olivos, a pocas cuadras de la Quinta Presidencial, con los milicos en el gobierno, Galtieri de presidente… En fin, una locura. No duró mucho esa experiencia, tan solo un par de meses, pero estuvo muy bien. Es un muy lindo recuerdo…

¿Qué recordás de los años que colaboraste con Illya Kuryaki?
Todos recuerdos buenísimos. Dante y Ema son una máquina de sacar ideas, dos genios llenos de talento. Además la pasábamos bárbaro, tocamos con unos músicos geniales y viajamos por todos lados. Por ejemplo, recuerdo mucho la experiencia de tocar en el Unplugged de MTV, algo que disfrutamos un montón… Siempre me acuerdo del momento cuando vino Dante a preguntarme si me interesaba hacer la percusión para ellos. Justo yo estaba en Mar del Plata, porque siempre me iba allá todos los veranos a la casa de unos amigos que eran artesanos. En esa casa yo laburaba, colaboraba haciendo bijou para ellos. Así que, ahí estaba, en la playa, hasta que un día aparecieron Dante con Samalea, y se me plantaron al lado para preguntarme si quería colaborar con ellos. Yo no tenía intenciones de tocar, y menos hacer percusión, porque como nunca lo había hecho, tenía que aprender de cero. Pero hasta mis amigos me convencieron que lo hiciera, y aunque fue un desafío muy grande para mí, terminé haciéndolo y fue muy lindo. Así, durante muchos años fue una gran experiencia el tocar con ellos. 

ETERNA CANCIÓN DE SUS DÍAS 

¿Cómo viviste la experiencia de tocar en el concierto tributo a Luis de Las Bandas Eternas? 
Eso fue realmente increíble. Estabas en el camarín de Vélez y veías a todos los monstruos del rock de acá. Además, el clima que había era único. Se vivía una cosa muy especial, no había “divismos” ni nada de eso, se vivía una gran comunión entre todos los músicos participantes, con todo el mundo extasiado. Me acuerdo que cuando me tocó salir a tocar, no pensé nada, porque el clima era tan lindo que no me dio ni para preocuparme, en realidad. Yo me sentía en el cielo, viste. Cuando me puse a tocar la bata, el primer tema fue “Bajan” y ya estaba Cerati arriba del escenario. Imaginate, de un lado del escenario lo tenía a Cerati y del otro lo tenía a Luis. Mirara para donde mirara, yo sentía que estaba en la gloria. Fue un momento mágico de mucha felicidad. Por otro lado, no fue nada fácil porque a Luis le costó un esfuerzo tremendo hacerlo, fue un proceso muy agotador con ensayos interminables. A veces me venía a buscar y yo me veía todo el ensayo. Eran ensayos de 10 horas, una cosa de locos, con Luis siempre en piloto automático, tocando con todos, como un “master” en un estado zen, bancándose todo lo que venía. Ahora, visto a través del tiempo, ese proyecto parece una despedida. Muchas de las últimas cosas que hizo Luis parecen eso. Incluso en algunas composiciones –como, por ejemplo, el tema “Canción de amor para Olga”- hay una temática sobre la muerte en sí. Como que Luis intuía algo con respecto a eso… 


¿Vos crees eso ahora? 
Parece que se hubiera despedido… (se emociona) Pero él no quería eso ni en pedo. Luis tenía un problema en el pulmón y lo sabía, pero no de esa gravedad. Se cuidaba bastante, no lo suficiente, pero desde que nos enteramos hasta que él se muere pasaron ocho meses, y fíjate que si te ponés a leer en internet, la expectativa de vida que te dan en tipos de problemas como el que él tenía son justo ocho meses. Una cosa espantosa. Aparte siempre me vi muriendo yo antes, ¿entendés? Nunca pensé que a él le podría pasar algo y yo lo iba a ver… (se emociona) Por eso siempre digo que suerte que tengo a Amel en este momento, porque tengo toda la fuerza puesta ahí… 

VOLVER A LAS FUENTES 

¿Cómo surge Amel? ¿Cómo encaraste este proyecto desde su inicio? 
En principio, yo no quería hacer nada, no tenía ningún proyecto más que despuntar el vicio de tocar la batería en mi casa. Estaba muy dedicado a mis trabajos en cerámica, presentando piezas, todo el tiempo, en Salón Nacional, en el Paláis de Glace, concursando. Con la cerámica gané varios premios y menciones, lo que pasa es que la música nunca la dejás del todo, tampoco. Lo que ocurrió fue que, durante una época que reformamos mi casa, yo me fui con mis viejos a vivir a la casa de mi hermana Ana María, comencé a darme cuenta cómo mi sobrino Gonzalo (Pallas) había empezado a tocar una guitarra que era de mi viejo, sacando las tablaturas de Internet, y a demostrar condiciones en el instrumento. Además, mi hermano Luis también lo incentivó mucho a Gonzalo, pasándole los tonos correctos de sus temas, porque a veces las tablaturas de Internet no tienen los tonos correctos, y también le empezó a dar guitarras, le dio equipos. Bueno, cuando yo vuelvo a vivir a mi casa, comenzamos a tocar juntos con Gonzalo, a zapar; pero la verdad es que no había un espíritu de formar un proyecto. Fue a él a quien se le ocurrió formar una banda, traer a tocar a un par de amigos, compañeros del Belgrano Uno, el colegio al que él iba. Ahí recién nace el proyecto. Así, fue la cosa, ¿no? Amel surge de esa idea de Gonzalo, él le puso el nombre a la banda y juntó a los integrantes, y yo me terminé adaptando a este proyecto. Finalmente, el grupo quedó formado por Francisco Zunana, primer guitarrista; Pablo Castagneris, en el bajo; Gonzalo y yo. Así fue como se inició esta nueva etapa mía, hace cinco años. Luego, entre las composiciones de Gonzalo –que eran la mayoría-, fueron apareciendo otras composiciones de los chicos, y así fuimos armando los temas. 

¿El nombre de la banda de dónde salió? 
Amel era el nombre de un gato persa que tenía Gonzalo en su niñez. Era un gato muy hermoso, muy peludo, de color anaranjado, era como una miel. Por eso siempre yo asocio esto con el nombre Amel, que suena muy dulce. Por otro lado, Amel parece como una reconstrucción de Almendra. Tienen muchas letras en común en los nombres, como pura casualidad… 

¿Cómo es salir a tocar en un grupo nuevo en la actualidad? 
Empezamos bien de abajo. Por suerte, lo teníamos a Luis, que nos dio mucho apoyo, nos ofreció su estudio (La Diosa Salvaje) para poder grabar y después nos conectó con Tweety González. Con Tweety como productor grabamos muy rápido tres temas, que fueron como una suerte de demo. Bueno, luego de grabar la totalidad de nuestros temas en otro estudio, como para ver con que material contábamos, ya con el material muy afiatado, volvimos a la Diosa a grabar el disco, otra vez con Tweety en la producción, y con Mariano López de técnico. Ahí, grabamos las bases de los trece temas del disco en dos días. Los overdubbing los hicimos en el estudio El Pie, y ahí el proyecto de la grabación se prolongó un poco más. Lo nuestro en sí siempre contó con el apoyo desinteresado de mucha gente amiga a la que le gustaba nuestro proyecto, por eso, este disco en parte fue financiado por nosotros, y en parte no; ya que lo pudimos hacer gracias a la buena onda de esta gente. Aunque eso hace que tengas que amoldar tus tiempos a los tiempos de los demás, lo que hizo que se alargará bastante el proceso de edición. Tardamos casi dos años en editar el disco, luego de haberlo grabado. Hasta ahora, fueron cinco años de historia de la banda, en donde estuvimos tocando mucho, en varios lugares, en forma independiente, y ahora contamos con la producción de gente amiga, como Juanjo Cármona, que se ha interesado en nuestro proyecto, y en ese sentido está bárbaro contar con un road manager que nos ordena un poco la organización de nuestros shows. Igual, todavía sigue siendo un proyecto muy a pulmón, en donde seguimos cargando nuestros propios equipos y todo, con la ayuda de nuestros amigos. La verdad es que estoy chocho con Amel, es la banda que siempre quise tener. Los pibes son súper talentosos y me encanta la música que producen y de la forma en que se conectan. Además, les gusta la música que yo escuchaba cuando tenía la edad de ellos, viste… 

Como una banda de antes, pero ahora… 
Algo así. Es increíble cómo nos encontramos, que nos llevemos tan bien y no tengamos que discutir nada acerca del estilo de música que nos gusta hacer. 

¿Cómo ves al rock actual? 
Está muy raro el panorama, incluso es una época rara para tener una banda. Comercialmente, son momentos difíciles porque está cambiando todo, esto te lo dicen cualquiera de los tipos que están en el negocio, los productores, managers, etc. Pero a la vez, en este país estamos pasando por una situación muy especial, gracias a este peronismo que estamos viviendo, todas esas libertades que nosotros queríamos ganar en los 70 –y que en la mayor parte del mundo se hicieron realidad-, recién las estamos obteniendo ahora. Yo doy gracias a eso, porque los derechos individuales, los derechos de la gente nunca se habían respetado acá. Era una sociedad muy facha la argentina, y recién ahora se empieza a poner en relieve la base de una democracia, que son las libertades individuales, sin eso no existe la democracia. Pienso que quizás esta comunión que tenemos con mis compañeros de banda, en Amel, tiene que ver con eso también, porque se pusieron otra vez en el tapete estos valores. En base a este contexto, creo que se empieza a vivir una situación muy especial, y más sabiendo de la importancia que tuvo siempre el rock. Por otro lado, cambia todo, pero a la vez, no, porque la gente sigue yendo a ver shows, a escuchar a las bandas, y está lleno de bandas y cada vez hay más. Siempre fue un semillero el rock argentino, y ahora está pasando un poco eso. Incluso, nosotros venimos tocando con varios grupos que son del palo, gente muy joven, y parece que hubiera un reverdecer de todo ese viejo rock. Hay unas bandas muy buenas. Por ejemplo, están los pibes de una banda que se llama Cronopios, y no por nada esos pibes toman para llamar a su banda ese nombre vinculado a la obra de Cortázar y a toda esa movida de los 60 y 70. Yo espero que todo esto que está surgiendo sea una alborada de algo nuevo y que no se convierta en un refrito… 

¿Qué música escuchás actualmente? 
Escucho de todo. Hay tipos que me parten la cabeza como Jeff Beck, que toda la vida me gustó lo que hizo y aún hoy sigue activo y creando. (Lisandro) Aristimuño me parece un tipo muy valioso. Un artista al que escucho mucho es a George Harrison, todo el tiempo, tanto sus laburos solistas como lo que hizo en los Beatles. Él fue un genio, un tipo espectacular. También, John McLaughlin, un tipo que me sigue partiendo la cabeza… 

Para terminar, entre las miles de cosas que viviste junto a Luis, ¿tenés alguna anécdota que siempre recordás? 
Como vos dijiste hay miles, no hay una en particular. Me acuerdo como algo muy lindo, y que por ahí me olvidé de contártelo antes. Cuando éramos muy chicos, Luis se ponía a cantar con un escobillón –ese era “el micrófono”-, y justo mi abuela le había regalado la plata para que se comprara una guitarra. Bueno, él se había comprado una guitarra criolla, a la que le había puesto un poco de pintura y cuerdas de acero, porque él quería tener un guitarrón, viste. En fin, lo que me acuerdo siempre es de una vez, estando juntos en este lugar de la casa, que antes había sido de mi abuela y cuando ella se fue pasó a ser nuestro. Entonces, claro, con nosotros, todo esto se convirtió en un quilombo en dos minutos, ¿no? Luis con su guitarrón y su micrófono escobillón cantando “I Love Her”, ese tema de los Beatles que parece un bolero, y mientras tanto yo tirado en el piso de madera, agarrando un diccionario Larousse inglés-castellano pesadísimo, acompañándolo, como emulando esa percusión de bongo que está en esa canción. Esa fue la primera vez que hicimos un tema, juntos, y también la primera vez que yo toqué percusión. Él tendría 13 años y yo 9… Siempre me gusta contarlo, porque fue casi un anticipo de lo que pasó después…

(Esta entrevista fue realizada en noviembre de 2012. Desde entonces, Amel ha editado dos álbumes: Amel, en 2012 y  2853, en 2015)

Emiliano Acevedo


2 comentarios:

  1. Excelente nota! Felicitaciones a Gustavo por su humildad y como contó lo que contó, con ese intelecto spinetteano que seguramente es una suerte de herencia paternal o quizás abuelística. Bravo !

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  2. todo bien hasta que dijo "gracias a este peronismo que estamos viviendo" te fuiste al carajo Gustavo, desperta

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