Sábado
a la mañana, pero no un sábado más, como dice la canción. En una mesa del Bar La Academia, Miguel
Grinberg nos espera, cerca de los billares
de este histórico recinto de Callao, casi esquina Corrientes. La expectativa es
grande, por supuesto. Este es un momento muy especial para nosotros. Y es que charlar con
Grinberg es acercarse a la historia misma de nuestra contracultura, a los orígenes
del rock argentino. Es mirarse a los ojos con este ser, que también fue amigo
de los principales protagonistas de la Cultura Beat en Estados Unidos, y se codeó
con el gran Vitold Gombrowicz en
esos afiebrados años 60, junto a la barra de los Mufados.
Activo
escritor, poeta, investigador, periodista, humanista, historiador, pionero del movimiento neo-cultural
alternativo y el ecologismo transformacional, ha publicado una enorme cantidad
de libros y míticas revistas que transformaron (y siguen transformando) la forma
de concebir la contracultura en la Argentina, abriendo nuevos senderos. Por
supuesto que en dos horas apenas alcanzamos a recorrer algunos fragmentos de su
admirable vida. Pero que enorme placer es dialogar con Miguel, escuchar su voz pausada, en esta charla sin prisas –como las
de antes- en la que compartió alguna de las muchas vivencias de sus jóvenes 79
años de experiencia terrestre. Y con ese rock omnipresente, cual banda sonora impertérrita
que nos atraviesa. Estallando en los intersticios, como casi siempre…
ENTREVISTA> ¿Cómo te empezas a relacionar con el movimiento rock en la argentina?
Al
principio, cuando empieza a surgir el rock acá yo estaba en otra, publicando la
revista Eco Contemporáneo, desde
fines de 1961. Mi primer contacto con el rock argentino se da recién a mitad de
la década del 60, cuando estaba comenzando como periodista en el diario El Mundo. Yo había pasado casi todo el
año 64 en Estados Unidos. Acá era habitué de los lugares diferentes de la
época, como el Instituto Di Tella, el Cinearte Lorraine. Había un movimiento
muy fuerte de teatro independiente. Yo debuté como periodista en El Mundo, en el suplemento literario del
domingo, en donde escribía notas sobre el nuevo cine norteamericano, o sobre la
generación beat. Que eran temas que
manejaba por mi amistad con los norteamericanos.
Yo
ya me escribía con algunos de ellos antes de viajar. Con Allen Ginsberg, Leroy Jones y (Lawrence) Ferlinghetti ya tenía contactos.
Por supuesto, era todo por correo, no había internet…
Y
de ahí llegás al rock…
En
realidad, la desgracia de un amigo mío, que ese mató en un accidente de auto,
yendo al Festival de Mar del Plata, y que escribía sobre cine en la revista Panorama; hizo que otro amigo, Juan Carlos Kreimer -quien había
entrado a trabajar en la revista Claudia-
me recomendara a mí para reemplazar a aquel chico en Panorama. Casualmente, también fue Kreimer el que me dijo que fuera
a ver al Teatro del Altillo el último recital de un grupo que se estaba separando:
Los Beatniks. Ahí sentí que algo
nuevo estaba naciendo, algo que no tenía que ver absolutamente con nada que
había existido hasta entonces.
Y
así te enganchas con esa movida…
Ahí
me enganché con Pajarito Zaguri y
con Moris. Por otro lado, otra amiga
mía, Susana Salzamendi, también
estaba destinada a ser parte del rock, porque estaba de novia con un muchacho
llamado Enrique Nadal, y cuando se
casaron terminaron siendo los papás de Fidel
Nadal. Susana era cuñada de Carlos
Mellino, quien fue el que me llevó a conocer La Cueva; por supuesto, allí conocí a todo el mundo… Por eso
siempre digo que fue como una secuencia: las cosas me encontraron a mí, yo no
sabía lo que iba a encontrar.
Ya
había una movida importante en algunos jóvenes argentinos de la época con
respecto al rock, ¿no?
Es
que empezaron a aparecer los primeros hippies, y con ellos las primeras
revistas para jóvenes, como la Pinap,
dirigida por Daniel Ripoll. Pero aun
la cosa venía mezclada, porque en esas revistas también aparecía el rock
comercial de Bárbara y Dick, Donald;
que eran los estereotipos de la industria artística, sobre el modelo de crear
análogos de lo que pasaba en Estados Unidos. Todavía no existía la música
progresiva.
Sí,
porque también el destino me favoreció con mi amistad con Oscar López, quien producía recitales en el Centro de Artes y
Ciencias. Con Oscar nos asociamos para hacer juntos una productora de
recitales. Algo inédito, porque hasta ahí no había una productora de recitales
de rock. Así creamos lo que llamamos Rock
Centro, que estaba en un cine estudio en Pueyrredón y Santa Fe. Este cine pertenecía
al dueño del Lorraine, que también era amigo mío y fue el que nos dejó hacer
recitales los lunes a la noche. Así fue que el primer recital que hicimos fue
con Moris, y se llenó el teatro. Después
hicimos un concierto de Pescado Rabioso,
y así empezamos a hacer recitales en otros teatros: en la sala Planeta, en el
teatro Odeón…
¿Esos
eran los famosos conciertos que se hacían a la mañana?
Exactamente.
Esa fue una modalidad que estableció Jorge
Álvarez, que ya había fundado el sello Mandioca. Como Álvarez apuntaba a
los chicos, porque como después de las 10 de la noche no podían salir solos,
alquiló cuatro fechas el Teatro Coliseo. Como aún la música joven acá no se
llamaba rock, sino beat, él hizo el llamado Beat
Baires en el 69. Es la misma época en que Ripoll hizo el Festival Pinap en el Anfiteatro
Municipal que estaba enfrente de la Plaza Francia, en donde ahora está el
Centro Municipal de Exposiciones. Con estos conciertos empezó a aparecer algo
que antes no existía, el público de rock.
En
este punto, este público también contenía gente que quería escuchar otra
música, además de los chicos jóvenes…
Me
parece que este nuevo público que se estaba formando tenía de las dos
vertientes. Gente que estaba, generacionalmente, en sintonía con esta música; y
gente que estaba buscando otra cosa, que no quería satisfacerse con la música
de Palito Ortega o Sandro. Entonces, todos los fines de semana había recitales
para elegir. Y no siempre en salas chiquitas, también se empezaba a tocar en
salas más grandes como la de la Sociedad Hebraica Argentina (Teatro SHA), en
Once; o el Cine Metro. Por Otro lado, empezaron en todos los barrios a aparecer
bandas, no solo en la Capital sino también en el Conurbano. Había mucha
variedad. Así fue que aparecieron los Vox
Dei en Quilmes o Gustavo Santaolalla,
con el germen de Arco iris, en
Ciudad Jardín…
Ahí
se empieza a desatar el nuevo fenómeno del rock argentino…
Se
podría decir que arranca la cosa. Porque un año después del Festival Pinap, Ripoll fundó la Revista Pelo, y empieza a organizar la serie de
los festivales BaRock. Entonces,
mover miles de personas ya era un hecho cultural y generacional importante. Por
entonces yo ya no estaba más en Panorama,
y laburaba en revistas chicas como La
bella gente, en donde tenía una columna que se llamaba “Rock en Buenos
Aires”. Más tarde, gracias a la solidaridad de un par de amigos periodistas, me
reclutaron en el diario La Opinión, a
partir de octubre del 75, en donde terminé haciendo lo mismo que hacía en la revista
Panorama, ocupándome del rock
argentino.
Grinberg & Ginsberg |
¿Y
ese primer rock argentino, de principios de los 70, de que tenía más
ingredientes, del rock norteamericano o la contracultura del rock inglés?
No
fue un único factor. Por suerte, los discos de Bob Dylan se editaron muy rápido
acá, la prensa internacional sacaba mucha información sobre la Generación Beat –escritores como Kerouac, Allen Ginsberg-, y, por
supuesto, los hippies fueron determinantes para crear una actitud más que un
estilo de vida. En resumen, la beatlemania y la contracultura norteamericana
fueron muy determinantes. Y lo que rebalsó las aguas fue el Festival de Woodstock. Entonces, en lo
que respecta al rock argentino, lo primero que tuvieron que resolver los músicos
fue cantar en castellano; y segundo, no cantar adaptaciones en español de los
grupos de Inglaterra y Estados Unidos –como habían hecho Sandro o Los Teen Tops-
sino cantar canciones propias. Ahora, si revisamos las discografías de los
fundadores del movimiento, te das cuenta que Moris era un tipo eminentemente tanguero; y que el primer tema de
importancia que compuso Spinetta,
“Barro tal vez”, es una zamba. Había mucha movida folclórica en la época, con
grupos como Los Fronterizos, Los
Chalchaleros; un reconocimiento muy fuerte hacía Atahualpa Yupanqui, y una corriente folclórica renovadora de donde
salió Oscar Matus y su compañera de
entonces, Mercedes Sosa. También
aparece con todo la figura de Piazzolla
en el tango, y una cantora de la puta madre que se llamaba Susana Rinaldi. Resumiendo, fue un momento cultural con un
trasvazamiento generacional muy fuerte. Y tampoco hay que olvidar la
importancia del jazz argentino en esa época. En este punto, recuerdo una
entrevista que le hicieron una vez a Pajarito
Zaguri, en donde él agradecía la ayuda que les dieron los músicos de jazz a
los primeros rockeros en La Cueva,
prestándoles instrumentos o cediéndoles fechas para que tocaran allí. Había una
comunidad creativa, por eso pienso que nuestro rock no fue un calco del rock
británico o del rock norteamericano sino que fue una respuesta tribal a una
necesidad: tener una música propia que nos expresara en relación al difícil
arte de ser joven en la Argentina. Y, paradojalmente, los dos mejores momentos del
rock en nuestro país fueron, en los 60, bajo una dictadura militar; y en los
70, bajo otra dictadura militar. Yo he dicho cosas muy duras al respecto,
porque pienso que nunca fue tan creativo el rock como cuando tenía la bota en
la nuca. Y con la llegada de la democracia, como música de resistencia cumplió
su función y listo. Pero la gente no ha sabido que hacer con su libertad
durante estos últimos años.
No
ves al rock tan creativo en estas últimas épocas…
No
lo veo tan original. Con respecto a la creatividad, siempre aparece alguien que
tiene inspiración, y hasta en el peor disco de cualquier artista podés
encontrar uno o dos temas que valen la pena. Pero el público está medio sordo y
atontado por la masificación.
¿Y
el rock de la primavera democrática, grupos como Los Twist o los nuevos Abuelos
de la Nada, te gustaban?
No.
Esa me pareció una movida episódica, circunstancial. Una música para mover el
cuerpo, pero no para mover las neuronas. A mí me va un sino intelectual. Me
quedo más con los discos que me pegan más poéticamente, con las armonías que me
capturan y me exaltan.
Es
que todos cantábamos en esa época… Como Morgan X, estuve en el recital de Aquí, Allá y en Todas Partes, del 66;
canté algunas canciones folk norteamericanas, en inglés. Tenía también
compuestos algunos temas propios que después le gustaron mucho a Moris, pero no
era lo mío eso. Había otros que lo hacían mejor.
¿Cómo
hiciste para conseguir realizar los programas de radio que tuviste en los 70,
que ayudaron tanto a difundir la música rock progresiva argentina?
Le
debo eso a Ricardo Constantino, que
era el director de Radio Municipal en esa época. Como te había dicho antes, en
marzo del 72 ya estaba haciendo Rock
Centro, con Oscar López, y los artistas que representábamos eran Pescado Rabioso, Color Humano, Aquelarre,
Pappo´s Blues, Jorge Pinchevsky, La Cofradía de la Flor Solar, Raúl Porchetto
y León Gieco. Éramos los únicos que
producíamos rock. Y salían los discos. Mandioca había quebrado, pero Jorge Álvarez
se había asociado con Billy Bond en
Microfon; y Oscar López estaba en Music Hall. Por eso, yo tenía un montón de
discos para compartir, y me dije: “hay que hacer un programa de radio”. Así que
le pregunté a un poeta amigo que tenía un programa en Radio Municipal, como era
la movida para que me recibiera Constantino. Y este amigo me dijo: “Seguro que te va a recibir, porque el tipo
recibe a todos, pero llevale la idea por escrito de lo que querés hacer, porque
no te va a dar más de cinco minutos…”
Y
te dio bola…
Claro.
Para eso llamé por teléfono a la radio. Te recuerdo que en ese momento no había
programas de rock en ninguna radio. Así que le escribí la idea, sobre un
programa al que titulé El Son Progresivo,
y fui a verlo. Constantino miró rápido la hoja que le había llevado, y me
preguntó si tenía suficientes discos para abastecer un programa que saliera un
par de veces por semana. Cuando le contesté que sí, me dijo que podría tomarlo
en cuenta recién para la programación del tercer trimestre del año, a partir de
junio. Me pidió el número de teléfono, diciéndome que si se presentaba alguna
posibilidad me llamaba. Y yo salí de ahí convencido que no iba a pasar nada.
Eso fue un martes o miércoles…
Hasta
que…
Estoy
en mi casa el sábado al mediodía y suena el teléfono, era Constantino. Me
avisaba que como se le había caído un programa, me podía ofrecer dos medias
horas, sábado y domingo, para hacer el programa. Y así empecé El Son Progresivo.
Claro,
porque estando en Radio Municipal conocí al locutor Ángel Del Guercio, el hermano de Emilio, que es el que les hacía prensa en la época de Almendra; y también conozco a Oscar Del Priore, un chico tanguero que
tenía grabaciones caseras de los bandoneonistas de Pugliese –Mosalini, Binelli
y Mederos-, que daban cuenta de la
renovación del nuevo tango, del surgimiento de un tango progresivo para la
época. Otro que también siempre estuvo atrás de todo eso, muy atento a las
novedades, fue Rodolfo García, quien
me trajo el primer demo en cinta del grupo Generación Cero, de Rodolfo Mederos. Entonces empezamos a
hacer, como si fuera una epidemia, programas en serie. Porque mientras estaba
haciendo El Son Progresivo, con Ángel
del Guercio empecé otro que se llamaba Rock
en Buenos Aires; y con Del Priore, un tercer programa que se llamó Nueva música urbana. Un día me llama
Constantino y me pide que lo llame a Litto
Nebbia para haga un programa en la radio. Y ahí es que Litto empieza con su
programa Melopea. Fue una bola de
nieve. Después vinieron los programas que hicieron Jorge Álvarez y Ripoll
en Radio Antártida, como Alternativa
o Rock para mis amigos, ciclos que
después salían acompañados con sendos discos que recopilaban temas de varios
solistas y grupos. Ahí fue que explotó la cosa, pero desde la Radio Municipal,
ya en la época de Lanusse, yo empecé a organizar encuentros de rockeros y
público de rock en el Parque Centenario. Y después eso se extendió a otras
plazas. Aparecieron los puestos de intercambios de discos y boletines en Parque
Rivadavia, eso detonó –a partir de la sección de lectores de la Expreso Imaginario- la aparición de lo
que luego se llamó las revistas subte, publicaciones mimeografiadas, que fueron
importantísimas para la formación de redes de información a nivel nacional…
Exacto.
Por ejemplo, Gloria Guerrero, Pettinato…
Todos salieron de ahí. Estoy muy satisfecho con toda esa movida que empezamos
en aquellos años.
Volviendo
a las revistas, ¿cómo surge la idea de hacer la Canta Rock en los 80?
Surgió
en el seno de la Multiversidad de Buenos
Aires, que fue un desprendimiento de la Mutantia.
La Mutantia había salido a mediados
del 80, y la Multiversidad en abril
del 82. La Canta Rock aparece en el
83, a partir de una idea de Pipo Lernoud,
apoyado por dos compañeros míos de la Multiversidad,
Leonardo Sacco y Fabricio Simonelli. Ellos me invitaron
a mí a sumarme como columnista, y así aparecí en el staff como “Antropólogo del
rock”. Tengo como un proyecto a futuro poder reeditar en un libro todas las
columnas que escribí para la Canta Rock.
Al
meterte tanto en la contracultura verde, en los temas sobre la ecología,
durante los últimos años, ¿te fuiste despegando un poco de ese interés que tenías
por rock de acá? ¿Coincidís con esta apreciación?
No.
Se despegó mi persona del contexto argentino, porque con la ecología he viajado
por el mundo y he fundado movimientos en diferentes lugares. Al punto tal que,
durante cuatro años, estuve dirigiendo un centro de enlace para el medio
ambiente en Nairobi, Kenia; en África. Y eso para mí fue como jugar en la
selección, dejás de jugar en un equipo nacional para pasar a hacerlo en uno
internacional. Entonces, entre la ecología y la espiritualidad, empecé a
frecuentar otros cenáculos. Yo me consideró un ciudadano planetario, esa es una
idea que siempre promoví. Por eso ya no me quedaba tiempo para ir a todos los
recitales, como hacía en un principio del rock argentino, en donde iba a ver
todos los grupos, ya fueran chiquitos, grandes o medianos. Tengo fotografiado
el rock argentino desde el 72 al 83, y un día de estos voy a hacer una muestra.
Pero, no fue que lo abandoné, no me daba el cuero. Simplemente, hubo recitales
históricos a los que no pude ir porque no estaba acá.
Pero
te siguió interesando la movida…
Por
supuesto. Hace diez años hago un programa que se llama Rock que me hiciste bien, por Radio Nacional.
Grinberg junto a Charly y el gran Nicky Hopkins, 1977 |
¿Por
qué decís que ya no es contracultural el rock?
Porque
ya cumplió su función. Las músicas populares aparecen, eclosionan, llegan a la
cúspide, entran en estado de meseta, y después los arquetipos que la hicieron
posible no se repiten. No tenemos un nuevo Gieco,
no tenemos un nuevo Charly García o
un nuevo Spinetta. Como tampoco
tenemos un nuevo Piazzolla, un nuevo
Troilo o un nuevo Yupanqui. Es decir, las músicas
populares abonan el paso siguiente. Ahora, no me preguntes cuál es ese paso
siguiente porque no lo sé. Pero en algún momento, de aquí en adelante (y
recordá esta declaración), van a aparecer media docena de tipos en alguna parte,
que van a dar vuelta la música joven a nivel planetario, y van a crear otro
nuevo capítulo que se va a nutrir con todo esto que nosotros conocimos de
primera mano.
¿Pero
el rock está muerto…?
El
rock está en estado latente como inspiración, pero el rocanrol primitivo no
existe más.
El
rock de Elvis…
Sí, el rock de Elvis,
el de Carl Perkins, Bill Halley, Little
Richard, Chuck Berry, Fats Domino… Lo mismo pasó con el jazz,
el jazz no desapareció, se va transformando y sus músicos, así como los músicos
de rock, van buscando transitar otros espacios, otras músicas, y se nutren de
distintas fuentes.
¿Qué
opinás de la movida under del rock actual?
Bueno,
ya no frecuento el under, no voy a los recitales, pero veo los carteles de los
nuevos grupos, estoy al tanto de los suplementos de los diarios; y sé que de
ahí están surgiendo los nuevos protagonistas. Pero el que va a escribir esa
historia no voy a ser yo…
¿Pensás
que los van a dejar surgir a estos nuevos artistas, o ya está tan formateado
todo que va ser muy difícil que puedan llegar?
Por
supuesto, existe la competencia de las grandes marcas que monopolizan los
recitales masivos, a partir de una finalidad comercial, para llenar estadios,
no para hacer discos memorables. En ese punto, parece que lo único que interesa
es hacer grandes celebraciones de energía y pogo. Sin embargo, siempre va a
haber una vertiente de exploración y de conquista de nuevos territorios. A mí
no me interesa ser el descubridor de esa nueva vertiente, la intuyo en cosas
que van apareciendo, que son inspiradas por el rock, pero… El rock y la
contracultura tuvieron una época en la que caminaban juntos, y se motivaban
mutuamente. Esa veta se desquebrajó. La contracultura se diluyó, y ahora se está
incubando con otras características, y aparecerán los nuevos poetas, los nuevos
novelistas; pero el rock siguió por otros caminos. Hoy aparecen muchas bandas
pero duran muy poco, porque creen que triunfar es llenar un estadio. ¿Y dónde
está la música?
Es
que, incluso, entre el público se perdió el hábito de escuchar un disco entero,
también…
Además
la radio está muy trivializada, la televisión mucho más… Y existe el comercio
de crear cosas para la juventud y crear modas. Igual eso pasó siempre. Vivimos
en una sociedad mercantil. Pero también hay gente nueva haciendo cosas muy
interesantes. Yo tengo mucha simpatía por lo que hace Pablo Dacal; también me gustó mucho el libro Cancionistas del Rio de la Plata, que hizo Martin Graziano; y me gusta mucho la música que hace Gabo Ferro; y Juan Ravioli, Pat Coria en Salvet…
Obviamente
está dominado por los intereses mercantiles, y cada suplemento de rock, como en
su momento el Sí! en Clarín, todas las semanas inventan un
ídolo nuevo que dura quince minutos. No es por ahí que va a surgir la nueva
etapa de creatividad. Aunque puede ser que alguno de estos ídolos de cartón
protagonice un hecho trascendente, no son estos suplementos los que tienen la
última palabra sino la gente. Y la gente está buscando músicas que la
representen. Ese sigue siendo el desafío de toda la vida: Para los que somos jóvenes,
porque somos jóvenes, y donde somos jóvenes. Y eso lo tiene que contestar la música,
pero también lo tiene que contestar el público. Y la gran mayoría de ese
público está tomado por el negocio. Y hasta que los chicos no despierten y se
den cuenta que están siendo utilizados mercantilmente, vamos a tener más de lo
mismo. Hay más músicos trascendentes hoy, que rock en el mercado. Hablo del
rock como etiqueta, como corriente musical. Y lo que está surgiendo no es
exactamente rock, aunque se haya nutrido con el rock. Por eso, en el manifiesto
de Pablo Dacal, que publiqué en la última edición de Como vino la mano, y que se llama “Asesinato del rock”, él dice
algo importantísimo en la primera línea: “El rock, tal como se concibe ahora,
no nos representa totalmente”. No es que se murió y hay que sepultarlo o
meterlo en un museo… El rock no nos representa totalmente, y la música que va a
representarnos está en gestación. Estamos asistiendo a la gestación de una
nueva corriente, que ni sé si va a ser “nueva”, en una de esas es
tradicionalista, y encuentra una nueva manera de tocar los clásicos.
Habrá
que ver, entonces… Estar atentos.
Mirá,
la mejor definición que conozco del rock la hizo Javier Martínez en los 60: “El rock es como el viento, por alguna
gente no pasa.”
Emiliano
Acevedo
Excelente mirada. Una inteligencia que nos abrió la cabeza a muchos hijos de la postguerra. En su revista Mutantia conocí la experiencia de casa autosustentable en Xochicalli por citar un ejemplo entre lo mucho que aportó Miguel Grinberg
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