Ada Moreno
vivió más de mil vidas en una. Nómade, estuvo en tantos lugares, fue testigo de
cientos de historias, sacó fotos clásicas de ídolos y vivió varias aventuras en
la contracultura de los años 70, 80 y 90, tanto en el naciente rock argentino como
en el post punk neoyorquino. También hizo decenas de visitas a la India y
Brasil. Volvió a fines de los 90 de Nueva York y siguió disfrutando de su
estatus de leyenda en la bohemia rock de Buenos Aires. Aquí escribió varios
libros, empezando por el autobiográfico No
Soy Una Extraña [2022, con reedición ampliada en 2024], el
libro de relatos cortos Vampiros
en Manhattan [2024], de Pequeñas
Anécdotas Sobre Clics Modernos [2024, junto a Facu Soto] y el reciente Una Mosca En La Pared
[2025]. En esta nota hablamos de algunas de esas mil historias circulares…
ENTREVISTA> ¿Cuáles son tus orígenes?
Mi
familia era muy humilde, yo nací en Córdoba, prácticamente en la villa, a la
orilla del rio, en un lugar que le dicen “El Bajo de los Perros”. Mi casa
estaba en un barrio que se inundaba. Lo que me salvó de todo eso fue que mi
papá tenía un quiosco de diarios, revistas y libros. Entonces, yo me quedaba
horas y horas leyendo. Así, a los 14 ya accedía a todo tipo de literatura. Por
eso tuve una cierta base, cuando lo conocí a Jorge Álvarez, porque yo sabía que él había sido un editor famoso.
¿Cómo te metiste en el mundo del modelaje?
Porque
yo vivía en Córdoba y, luego de terminar el secundario, me fui en ómnibus a
Brasil. En Brasil me meto en una comunidad hippie. Estando allá, viviendo entre
San Pablo y Río, me explotó la cabeza, porque estábamos todo el día “en arte”,
haciendo artesanías y demás; era un disfrute. Imagínate el contraste con lo que
se vivía acá con el gobierno de Onganía.
Cuando vuelvo a Córdoba, una modelo rosarina amiga me propone que la acompañe a
hacer un book con un fotógrafo muy
famoso de la época, llamado Jorge
Fisbein. Yo acepto. Una vez que estuvimos en el book, Fisbein me propuso
ser modelo.
¿Ahí tuviste ganas de hacerte modelo?
No,
de ninguna forma. No era mi perfil. Yo siempre fui calladamente rebelde. No
quería entrar en el sistema de ninguna forma. Aun hoy no quiero. Pero Fisbein
insistió y yo accedí. Ahí también empecé una relación amorosa con él. Mi amiga
volvió a Córdoba y yo me quedé en Buenos Aires. Así, gracias a Fisbein conozco
a [José Luis] Perotta, y por Perotta conozco a Jorge Álvarez.
En
1972. Yo era modelo y posaba para el fotógrafo Perotta, que era amigo mío. Un día,
él me lleva a una reunión que estaban haciendo Pipo, Spinetta, Grinberg y demás; con miras a ver si se podían
despegar de la sociedad Álvarez-Billy Bond. Ahí escuché todo lo que decían de
esta sociedad, cuando bajamos de la oficina, le dije a Perotta que me llevara a
conocerlos. Ese mismo día nos fuimos a Microfon, y los conocí, y me enganché
con ellos. Ahí también me puse de novia con Billy Bond, que se estaba divorciando de la mujer. Así me convierto
en la tercera persona en la oficina de Microfon, la testigo (de acuerdo a las
palabras del propio Álvarez) de todo lo que pasaba en el lugar en ese momento.
¿Cómo fue conocerlo a Álvarez?
Increíble.
Él era un tipo con una cultura increíble, nunca había conocido a una persona
así. Jorge había estado con Perón, había
estado con García Márquez; en su
editorial había publicado a Cortázar,
a Onetti, a Walsh… Álvarez era un personaje insigne de la cultura argentina. Así, tanto Perotta como Álvarez se
convirtieron en mis mentores.
¿Vos aun no habías tenido ningún acercamiento con la cultura del rock?
No,
para nada. Pero me enganché enseguida, apenas entré a Microfón. Tuve una
educación acelerada en el tema.
¿Cómo era estar en Microfón?
Era
una locura total. Íbamos en remis a ver las bandas. Estaba en las sesiones de
grabación.
¿Cómo era Álvarez? Porque hay opiniones contradictorias acerca de su figura entre los músicos de la época.
Fue
un tipo clave para la historia del rock nacional. Sin él, no te digo que no
hubiese pasado; pero gracias a Álvarez se facilitaron un montón de cosas para
que el rock argentino surgiera como surgió. Tanto Álvarez como Billy Bond
fueron importantísimos. Porque músicos había un montón, pero el Bondo tenía un
oído magnifico para detectar cuales eran los mejores para grabar. Billy Bond
era un gran aglutinador de músicos, una especie de John Mayall argentino; y Álvarez era el intermediario, el tipo que
organizaba la compañía. Esto viene de la época de Mandioca, cuando Pedro Pujó, Arroyuelo y López Sánchez convencen a Jorge Álvarez
que sea el intermediario, porque a ellos tres las radios no los atendían,
cuando iban a pedir un espacio. Álvarez enseguida entendió como venía la mano,
y accedió a hablar por ellos. Lo que
está claro es que Mandioca es el inicio del rock. Sin Mandioca no hubiese
habido rock. Eran los creadores más zarpados que había. Pienso que el rock
nacional le debe todo a Jorge. No te digo que sin él no hubiese pasado pero lo
que pasó finalmente es que tanto Jorge como Billy se jugaron para que pase. Álvarez
se la jugó para que pase. En un principio él perdió su editorial, luego se tuvo
que ir del país amenazado. Jorge puso los huevos para que pase todo lo que
pasó, les guste o no les guste. Así
empezó su camino como intermediario, que se acrecentó en la época de Microfón.
¿Talent funcionaba dentro de Microfón?
Sí,
era una oficina que funcionaba ahí. Era la parte rockera de Microfón.
¿Y porque algunos músicos no estaban de acuerdo con los manejos de Álvarez?
Sí,
es cierto, Jorge se quedaba con restos de plata. De cualquier manera,
convengamos que hasta que apareció Sui
Generis –que fueron los primeros que tuvieron éxito masivo-, no había
plata. Algunos músicos ahora dicen: “Jorge Álvarez me robó”, cuando apenas si
vendían 3000 o 5000 discos, no más que eso. Hay mucho mito al respecto, como si
les hubiesen robado una plata extraordinaria. Jorge murió en la pobreza, ¿a
quién le robó entonces? Lo cierto es que mucha de esa plata se reinvertía. Se
usaba también para sacar fotos y hacer afiches, para promoción. El Fariseo (Álvarez)
era más grande, más vivo, que sus representados, pero tampoco había ganancias
extraordinarias. Había que alquilar equipos, instrumentos… por eso, siempre es
como lo mires. Igual, no niego que no hubiese cosas no muy claras. Lo cierto es
que hasta el último día de su vida, hasta que entró en coma, yo iba a verlo a Álvarez
y él siempre tenía ideas fabulosas. A Jorge hay que hacerle un monumento porque
era un prócer.
¿Cómo
era ser la pareja de Billy Bond?
Era
un tipo hiperactivo. Fue la primera vez de mi vida que me tenía que levantar a
las siete de la mañana porque a las ocho había que estar en el estudio de
grabación. Fueron capaz dos años, pero parecieron 200. Yo vivía adentro del
estudio, pasaban miles de cosas a cada momento. Otra cosa, éramos perseguidos.
Porque, además de que había que pelearse con los proveedores, con los músicos y
con los teatros, no te olvidés que esa fue una época muy difícil; había
represión. Estábamos en la mira de la cana, los milicos y los guerrilleros. Ninguno
de los tres grupos nos quería, además de los padres, de la sociedad establecida
y demás. Porque los guerrilleros también te hostigaban, te decían que si no
estabas comprometido con la revolución, éramos hippies que no servíamos para
nada. Por otro lado, los milicos nos metían en la misma bolsa que los subversivos.
¿Te acordás del Festival BaRock del 72?
No
lo llegué a ver. Ahora, cuando veo las fotos, me doy cuenta de que en el
público eran todos chabones, porque, hasta el momento en que entraron los Sui
Generis, no había mujeres entre el público de rock. Había muy pocas chicas,
recién con los Sui se empieza a abrir esa brecha…
¿Quiénes eran tus amigos entre los músicos?
Yo
tenía mucho contacto con Claudio Gabis
y su familia, Isa Portugueis,
Pinchevsky, Alejandro Medina… Pappo
también. Nos pasaba a buscar en la pickup, y manejaba con medio cuerpo afuera,
gritándole cosas a la gente que iba en los autos de al lado: “Señora, se nota
que lleva un consolador en la cartera…” (risas)
¿Cómo eran los shows que hacía La Pesada?
Bardos,
quilombos, todo lo que te imagines. Cortes de luz, la gente no entendía y te
rompían los equipos, tiraban botellazos… Eran recitales problemáticos. Bueno,
los de Sui Generis también podían no llegar a terminar. Y yo fui a todos, tuve
el privilegio de ir a todos los recitales que hizo Sui Generis, y a todos los
de La Pesada, desde la época en que entré a Microfón.
En esa época ya te estabas metiendo en la fotografía, el vestuario y el maquillaje, ¿no?
No
es que me fui metiendo, porque siempre estuve interesada. Era otra época, no
había telefonitos, había que tener una máquina, había que comprar rollos y
revelarlos. Todo eso había que hacer para poder tomar una foto. Y, a veces, era
milagroso poder hacerlo. Lamentablemente, la mayoría del trabajo que hice en
Microfón se perdió. Eventualmente, pude sacar alguna foto que después salió en Pelo… Pero la mayoría de mi trabajo se
usó para gacetillas de prensa y cosas de Microfón, y después los negativos
fueron a parar al archivo y terminaron tirando todo… Casi que no quedó nada de
eso.
Y también colaboraste con la realización de algunas tapas, asesorando en el vestuario y en el maquillaje, como la del primer disco de David Lebón o el de Kubero Díaz y La Pesada…
Sí,
porque tanto Perotta como Fisbein, y obviamente mi amigo Juan Gatti, siempre confiaron en mi ojo y en mis sugerencias.
¿A
Gatti lo descubrió Álvarez?
Al
principio estuvo Melgarejo haciendo toda la gráfica, como por ejemplo los
viejos posters de Manal. Cuando Melgarejo se fue a trabajar a los Estados
Unidos, llega Gatti a Microfón, porque ambos se conocían de Mar del Plata, eran
amigos y uno recomendó al otro.
Así Gatti se convierte en el diseñador de casi todas las tapas de Microfón…
Sí.
Yo pasaba mucho tiempo con él, éramos muy amigos. Estaba parada al lado
mientras él en la mesa dibujaba. Hablábamos, escuchando los discos, mientras
Juan hacía las tapas. Gatti es puro arte, estética, su cuerpo de trabajo es
extraordinario, a nivel mundial. Hizo tapas como la de Los Delirios del Mariscal, de Crucis,
que es mítica, insuperable. Siempre fue muy cambiante, por ejemplo, la tapa de Instituciones, de Sui, la hizo con
fibras; las de Espíritu con
aerógrafo… Siempre iba cambiando, siempre innovaba. Lo sigue haciendo hasta el día
de hoy, asesorando en moda, estética y diseño, tanto en Europa como en los
Estados Unidos.
¿Qué recordás de la audición de Sui Generis con Jorge Álvarez y Billy Bond?
Tuve
la suerte de conocerlos el mismo día en que vinieron a hacer la prueba con
Jorge Álvarez y Billy Bond. Me acuerdo que ese día se presentaron
en la oficina de Álvarez, acompañados por María Rosa [Yorio] a
dar la prueba, por lo que yo creí que eran un trío tipo Peter, Paul & Mary. De movida me
parecieron unos chicos divinos. Sin embargo, para ellos era tan solo una prueba
más, se ve que no tenían demasiadas expectativas porque ya los habían rechazado
de varias grabadoras. Así que, de inmediato, con Charly en la guitarra, cantaron “Canción para mi muerte”.
Sorpresivamente, apenas terminan, Álvarez dice: “Ese es un tango genial”, agarra
el teléfono, marca el número del estudio Phonalex ¡y pide horas de grabación
para el otro día! Así de simple, así de rápido. Aun hoy Nito me cuenta que no lo podían creer”.
Y luego Sui Generis llega a la masividad, algo inédito en el rock argentino hasta ese momento…
Hay que recordar que hasta
ese momento el rock y los recitales eran cosa básicamente de hombres y
con Sui entraron la mujeres, y se volvió el primer fenómeno masivo del rock de
acá.
¿Y
la tapa del disco de Kubero Díaz? ¿Es aerosol lo que tiene en la cara?
No,
es maquillaje. Yo lo maquillé. Perotta sacó la foto, puso un cielo atrás de una
propaganda que había hecho y así se hizo. Con un teleobjetivo, y un ventilador.
Así se creó esa tapa tan impresionante.
La tapa del primer álbum de David Lebón, ¿cómo se hizo?
Yo
le presté la ropa. La idea de Gatti era inspirarse en el glam rock, que ya despuntaba
fuerte a nivel mundial. Entonces puso un poco de brillo.
Hablando de Instituciones, vos hiciste las fotos del grupo, que venían en el insert del disco…
Sí.
Son fotos del estudio, mientras grababan. Porque siempre andaba con la máquina
sacando fotos, mientras estaba ahí.
¿Cómo es la historia de la censura de Instituciones?
Yo
me acuerdo de conversaciones en el bar que estaba enfrente a Microfón, en donde
Álvarez le decía a Charly que aflojara con las letras porque nos iban a
desaparecer a todos. Además, la forma en que se lo explicaba Álvarez era muy
simple: Si vos querés mandar un mensaje, no lo podés mandar en forma directa,
tenés que mandarlo entrelineas. Primero, por el peligro y segundo porque era la
forma en que iba a perdurar el mensaje, con la ironía, con el sarcasmo acerca
de lo que estaba pasando y demás. Álvarez le dijo que bajara un poco los
decibeles. Charly no quería, él quería que prevaleciera su forma acerca de cómo quería expresarlo. Pero si lo hacía así nos iban a censurar todo
y después no se iba a poder sacar el disco. Álvarez ya había vivido la represión,
él había estado en cana, y le habían quemado la librería de un bombazo porque había
sacado un libro de Marx, etc. Álvarez sabía cómo venia la mano.
¿Y
cuál es la historia detrás de la foto que sacaste para el Adiós Sui Generis?
Bueno,
con esa imagen empapelaron toda la ciudad, y luego se convirtió en la
fotografía emblemática de Sui, porque fue usada en varios compilados, posters,
etc. Esa fue la primera vez que logré que me prestaran un estudio profesional
con flashes para trabajar. Usé una cámara Hasselblad. La hicimos en el estudio de mi exnovio, Jorge Fisbein, en la calle Castelli y
Valentín Gómez, en Once, un mes y medio antes del show del Luna. Salió
rápido, tan solo un par de tomas, porque Charly y Nito tenían la mejor predisposición.
Por supuesto, esa imagen también contó con el arte y el estilo de mi
amigo Juan Gatti, el gran artista gráfico. Por eso todo se conjuró para
que esa imagen tenga la magia que la hizo inolvidable. Es la foto de dos chicos
de 23 años, que mantiene la misma frescura que hace 50 años, casi tanto como la
música de Sui. La foto del Adiós Sui
Generis ya no me pertenece, ahora está en todos lados.
¿Cómo fue la ida de Billy Bond y vos a Brasil en medio de la represión?
Nos
vamos porque Billy estaba amenazado. Allá, yo era la fotógrafa personal de Ney Matogrosso. Viajábamos por todo
Brasil en los conciertos de Ney. A mí me trataban como una reina. Me acuerdo
que el Bondo y Gabis trabajaban en la banda. Pero llegó un momento en que el
Bondo estaba grabando 24 horas al día, y se va degastando nuestra relación. Yo estaba
sola en la montaña, días, semanas… Entonces me vine para acá y me quedé con
Jorge. Ahí me quedé con Álvarez permanentemente hasta que en el 77 nos fuimos a
Estados Unidos.
¿Cómo
sigue tu devenir acá cuando volvés de Brasil?
Cuando
Sui se separa, yo pasé mucho tiempo con La
Máquina de Hacer Pájaros. De ahí me enganché mucho con Crucis, en especial con Gustavo
Montesano, con el que empecé una relación y nos terminamos casando. Los ensayos
de Crucis en la sala de Flores eran espectaculares, nunca había visto nada igual.
¿Para vos Crucis fue el grupo de rock más potente que hubo en la Argentina?
Sí.
Los ensayos eran espectaculares. Eran pibitos pero tocaban soberbio su música,
mezclada con pedazos de músicas de Yes
o de Purple. Ellos tenían una
mentalidad totalmente extraordinaria para la edad y para el lugar en el que vivían.
Moris, Charly, Moro, todos los músicos
iban a su sala de ensayo para verlos tocar, todos querían tocar algo con los
Crucis…
Charly los ayudó en la grabación del primer disco…
Claro,
él quería participar, no se iba a quedar afuera de eso. Lo de Crucis duró poco
pero fue muy intenso.
¿Y por qué duró poco?
Cada
uno iba por su lado. Cuando es así, es muy difícil que a esa edad no se te suba
la fama a la cabeza. Imaginate: Dieron un recital en el Astral para que viniera
Álvarez y la grabadora a verlos, al otro día están grabando, a los cinco meses
estaban llenando el Luna Park… Entonces, tenés que estar muy bien plantado para
seguir con la banda, otros grupos se han separado por mucho menos que eso.
¿De dónde sale la idea de la foto de Crucis con los overoles?
Una
broma interna. Porque de la forma que ensayaban, tan meticulosa, se comentaba
que ellos eran como “obreros” o “mecánicos”, como si manejaran maquinaria. Era
como si estuvieran en un taller haciendo sonido. A Gatti se le ocurrió lo de
los overoles. La foto la saqué en Parque Lezama, debajo de un ombú. Si vos te
fijas, el negativo quedó sucio, manchado, y al ampliar la imagen le dio otro
matiz a la foto.
¿Había una idea de llevar el grupo a Estados Unidos?
Estaba
la idea pero a Gustavo no le gustaba estar allá. Eran muy chicos, demasiado jóvenes
para instalarse allá. Aparte en Estados Unidos no los conocía nadie. Era muy difícil.
¿Por qué Álvarez decide irse del país?
Después
de un recital de La Máquina de Hacer Pájaros en La Bola Loca, Álvarez estuvo en
un barco con Torre Nilsson y unos
militares que estaban también viajando. Había una fiesta y ahí uno de los
militares se le acerca a Álvarez y lo advierte, diciéndole: “Usted está muy
tranquilo. Mire que ahora le estamos dando a las barras de los fierros, pero ni
bien terminemos con eso vamos a seguir con los intelectuales…” Entonces, cuando
terminó la fiesta, Torre Nilson le dijo a Jorge: “Andate”. Y ahí Álvarez sacó
un pasaje y se fue… De ahí partimos hacia Nueva York.
¿Y
cómo sigue tu historia cuando te vas con Álvarez?
Nos
instalamos con Álvarez y Montesano en Estados Unidos. A Gustavo no le gustó Nueva
York y se vuelve y luego se radica en España. Gatti también termina yéndose a
España.
¿Tu relación con Montesano se termina ahí?
Sí,
cuando él decide venir para acá de vuelta. Yo no quería volverme, estaba bárbara
en Nueva York. Me había reencontrado con una amiga cordobesa que diseñaba ropa
y así había conseguido un trabajo mínimo suficiente para alquilar un pequeño departamento.
¿Ahí te metés en la movida punk?
Inmediatamente
después de que nos separamos con Montesano, yo empecé a trabajar con mi amiga y
ella hacía ropa punk. Para mí era toda una novedad. Así empiezo a frecuentar la
movida punk en el downtown, en Manhattan. La música que sonaba era la de los Sex Pistols, de la mano de muchos
ingleses que se habían radicado en Nueva York trayendo toda esa movida punk. Yo
entré en esa y me olvidé de todo lo que pasaba en Argentina. Ahí aparece Liliana Lagardé, la ex mujer de David
Lebón, que estaba en Miami, viene a visitarme y se queda. Así seguimos,
haciendo zapatos y demás. A ella la querían mucho los chicos de The Clash.
Vos
seguiste con la venta de ropa…
Seguí
por un tiempo. Yo sacaba fotos, salía todas las noches a discotecas…
Lamentablemente, todos pagamos el precio de las adicciones, la vida demasiado
intensa. Por suerte estamos vivos. Conocí el fondo y no me quedó otra que
salir.
Contame alguna anécdota tuya con famosos en Nueva York…
Amistades
no tuve, pero conocí a Jagger. Yo
frecuentaba un boliche que se llamaba Nell´s y ahí iba todo el mundo, muchos
famosos. Don Johnson, Mick Jagger,
Prince… Estábamos todo el tiempo ahí.
¿Cómo fue la realización del sobre interno de Clics Modernos?
Para
mí es lo mejor que me pasó con las fotos. En 1983 en Nueva York con Charly nos estábamos
divirtiendo con Charly sacando fotos Polaroids con una máquina de plástico. Yo
iba a todas las sesiones de grabación de Clics
Modernos en los estudios Electric Lady y me había quedado en el subconsciente
esa parte de [“Bancate ese defecto”] “la nariz no hace juego con tu cara” y se
me ocurrió hacer una nariz de cartulina para las fotos. Le pinte la cara y estábamos
jugando a hacer las Polaroids, así salió el sobre interno del disco con esas
fotos porque a Charly le encantaban.
¿Cuándo
empieza tu faceta más espiritual, con los viajes a India y demás?
A
principios de los 80 conocí al mismo gurú de David Lebón. A partir de ahí entré
en ese círculo. Ahí, por muchos años, eso queda como flotando durante mis épocas
más alocadas en Nueva York. Incluso, recuerdo que cuando Charly fue a Nueva
York a grabar Clics Modernos, yo
llevé a la grabación al hermano del Majaraji,
al que García conocía por Lebón. Después tuve idas y vueltas de Miami a Nueva
York. Ya estando aquí de vuelta, en Córdoba, por alguna razón toqué fondo, se
me viene abajo toda la vida que había vivido. Me bajoneé… No sabía qué hacer y
me vine a Buenos Aires. Estando acá, con una amiga de Córdoba empezamos a
fantasear con la India. Ya eran los últimos años de los 90. No teníamos un
mango pero igual se me da la oportunidad de ir. Así empiezo a ir a partir de
2000 y me enamoré de la India. Fui más de diez veces. La parte espiritual está
entretejida en la vida de la India. Inclusive, aunque yo no soy hinduista, al
mismo tiempo siempre hay un sustrato allá que es espiritual. Mismo verlos como ellos
se mueven con su religión, como lo vinculan con lo material, eso para mí es muy
poderoso. Cuando voy no planeo nada. Un taxi me va a buscar y me lleva a un
departamento y ahí planeo lo que voy a hacer. No llevo hoja de ruta ni nada,
voy y listo. Una vez que estoy allá me entrego al hecho que hay un sustrato
espiritual que es muy vivido.
ENTREVISTA: Emiliano Acevedo
FOTOS:
Hugo Panzarasa y archivo Ada Moreno