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domingo, 18 de febrero de 2018

NOCHE DE BAJOS: Pedro Aznar, Javier Malosetti y Marcelo Torres (02/03/2003)


Un show espectacular, una reunión única de tres de los bajistas más talentosos del país. Eso ocurrió el domingo 2 de marzo de 2003, cuando tuvo lugar el cierre de Ciudad Abierta, el ciclo de espectáculos al aire libre organizados por la Subsecretaria de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Esa noche en los bosques de Palermo, cerca del Zoológico Porteño, se desarrolló la llamada Noche de Bajos, con Marcelo Torres, Javier Malosetti y Pedro Aznar.

Abrió la velada, puntualmente a las 20, el ex "socio del desierto" Marcelo Torres, realizando un ajustado e interesante show en donde no faltaron las improvisaciones de calidad, incorporando además jazz fusión y otros ritmos menos conocidos para nuestro público, como la jota o el calipso. Además de Torres fue de destacar la labor de Pablo La Porta, un percusionista muy bueno que se tocó la vida, dándole con todo a su set, formado por múltiples tambores, timbales y demás instrumentos étnicos, y algunos muy particulares, como un aquafono.


Luego fue el turno de Javier Malosetti, quien como siempre brindó un divertido show con pinceladas de jazz, swing, funk, blues y rock. Malosetti realizó un repertorio variado, que comprendió piezas tan disimiles como "The Party", de Henry Mancini; "I'm Down", de los Beatles o "Con Elvira Es Otra Cosa", del mítico Pappo... pero todas pasadas por su barniz jazzy & cool. Tampoco faltaron en su repertorio temas propios, extraídos de los discos Spagetti Boogie y Villa, además de standards, incluyendo algún tema de Harry Belafonte, por ejemplo. Un aparte se merece la acostumbrada labor desfachatada que muestra Javier arriba del escenario, cualquier cosa menos formalidad... Un frontman jazzero terriblemente gracioso.


El cierre de la velada le correspondió al gran Pedro Aznar, quien brindó un soberbio show, como es su costumbre. Casi un homenaje a la música latinoamericana, que incluyó zambas, tangos, bagualas, candombes, etcétera. Hubo de todo en su repertorio: temas de Leda Valladares, Atahualpa Yupanqui, Víctor Jara, Violeta Parra y poemas musicalizados de Borges.

En los bises también interpretó su clásico "Mientes", originalmente en su disco a dúo con Charly García, Tango 4, que quizás fue lo más rock de toda la noche, e hizo las delicias del público, incluido "Bondiola", un joven pelirrojo, habitué de los espectáculos de jazz fusión, que se animó a bailar como loco los pasitos del "Aserejé", de las inefables Kétchup, para sorpresa del mismísimo Pedro...


Más tarde, Aznar le brindó un emotivo homenaje a Lennon, leyendo un texto recordatorio (en donde también le pegaba un “palito” sutil a McCartney, por su apoyo –post ataque del 9/11- al gobierno de Bush) e interpretando una bonita versión del recordado tema del Álbum Blanco, "Julia". Tampoco faltó la unión en el escenario de los tres virtuosos del bajo, protagonistas de la noche, para tocar un clásico de Cole Porter,”Cada vez que nos decimos adiós". El final del show fue con una versión muy personal y sutil del "Himno a San Martin", por parte de Pedro.

Así finalizó esta bella velada de tres bajistas tres, en donde se mezcló la  sutileza con el virtuosismo y el buen gusto, y en donde no faltó esa cuota de emoción que siempre nos depara la buena música.

Emiliano M. Acevedo


viernes, 2 de febrero de 2018

PEDRO AZNAR: "La poesía es la emoción del mundo..."

En diciembre de 2015, Pedro Aznar participó en una entrevista pública a cargo del escritor y periodista Patricio Zunini, en el espacio cultural Tercer Lugar del barrio de San Telmo. En esa charla, el músico habló de la poesía, como usina de creación, la música –obviamente-, y de otras pasiones, como el vino y la fotografía. Multiinstrumentista, extraordinario bajista en Serú Girán y el Pat Metheny Group y compositor virtuoso, productor, compositor de bandas de sonido y artista invitado en grupos míticos como Spinetta Jade, Pedro Aznar tiene diferentes intereses que le permiten correrse de la música por un momento. Es autor de dos libros de poesía (Prueba de fuego (1992) y Dos pasajes a la noche (2011)) y fotógrafo. También ha comenzado a desarrollar una incipiente carrera en el mundo de la enología con su bodega Abremundos. Esta es la transcripción del encuentro. Pedro Aznar, en primera persona: vino, poesía, fotografía, música, producción, creación…

ENTREVISTA: Pienso en el disco Fotos de Tokio, y del hoy y la presencia del tiempo, que está muy presente, como en la fotografía. Quería preguntarte por la presencia del hoy en tu obra.
El tiempo ha sido siempre una de mis obsesiones. Aun hoy lo sigue siendo. Y la idea de captar el momento presente me llama, en algo atemporal que trascienda el tiempo. Y eso me fue apareciendo en distintas canciones, en distintos poemas… Y en mis fotografías también hay una búsqueda de eso.

¿Esa búsqueda es también una búsqueda espiritual? En canciones y poemas hay una relación con lo místico.
Hay una hermandad entre la idea de la trascendencia del tiempo de los relojes y ese tratar de asir lo innombrable, de lo cual tratan las tradiciones espirituales, las religiones. Una disciplina que siempre me atrajo mucho es el zen, que generalmente se lo asocia con el budismo, pero que en realidad es una manera de entender lo innombrable y de evitar nombrarlo para no cosificarlo. Muchas tradiciones tomaron al zen como manera de... —hablar de filosofía es difícil porque hay que elegir cuidadosamente las palabras— ser en el mundo. Thomas Merton es un monje trapense norteamericano extraordinario que hizo un hermoso acercamiento a la espiritualidad de oriente desde la cristiandad. Hizo un trabajo ecuménico hermoso de unir las distintas religiones y particularmente el budismo y el concepto del zen. Lo pensaba desde el cristianismo zen. Por eso digo que no es una prerrogativa exclusiva del budismo. Sentir que esta es nuestra casa, como dice el “Gurú” Lebón, donde quiero estar, y que cada uno de nosotros es un mundo o es una ventana posible del mundo.


¿Cómo fue la experiencia de publicar tu primer libro de poemas en 1992, inmediatamente anterior a tu consolidación como solista, a partir de 1993?
Fue un feliz sincronismo. El haberme animado a publicar como poeta me abrió una puerta, me abrió una posibilidad. Abrió mi persona hacía los demás, mucho más que antes. Y eso después me redundó en esta necesidad imperiosa de comunicar lo que hago, de decir lo que creo, de poder expresarme. Porque antes del 93, estuve muchos años al servicio de la música de otros. Aunque metía algunas canciones mías en los discos que hice con Charly (Tango y Tango 4), en Serú o en el grupo de Pat Metheny, me parecía que las canciones se me iban “escapando” en pos de otros. Justamente, en mayo del 93 me invitaron a participar en un festival de músicas latinoamericanas, que se iba a hacer en Paris, y yo no tenía banda. Así que hice una convocatoria de músicos a través del diario Clarín… (risas) Sí, aun eran los años pre internet… lo hice así porque no quería llamar a gente que ya conociera si no abrirme a la posibilidad de tocar con gente nueva, que vinieran con nuevas ideas musicales. Darles la oportunidad a chicos jóvenes de poder tocar con alguien que ya estaba en esto, para desarrollar todo ese entusiasmo que tenés cuando sos joven y querés mostrar lo tuyo. Lo mismo que me pasó a mí cuando era adolescente y me dejaron participar de algunos grupos junto a gente más grande. Y así fue, porque se vino a tocar conmigo Cristian Judurcha, que tenía 17 años, un tremendo baterista; y después se sumaron Alejandro Devries en teclados, y Gustavo Sadofschi en guitarra. Me acuerdo que me habían mandado como 200 casetes, algunos cd y varias cartas con currículos para que tuviera en cuenta en la selección. Eso me llevó bastante tiempo, me acuerdo. Pero, volviendo a tu pregunta, sí, el hecho de que la poesía se me manifestara en un libro, que se concretara en una publicación, tuvo un impacto directo en mí, para decir: “Este es el momento, y a partir de ahora hago lo propio, y me tomo todo este territorio para mí”.


¿Por qué tardaste casi veinte años en publicar tu segundo libro…?
Creo que como poeta me pasó lo mismo que me había pasado como músico. El poeta quedó a rehén del músico y el músico se agarró todo el tiempo para él. Fueron años muy intensos, haciendo muchos discos, cada vez más intensos y a la vez hacer cada vez más giras. Además produje a otros artistas, eso se robó toda mi agenda, y me quedaba muy poco tiempo para escribir. Además, yo a la poesía la tomo como una actividad a la que no quería convertir en una obligación, como termina sucediendo con la actividad musical. No tener que publicar un libro cada tanto tiempo determinado. Ese era un fantasma mío, que la poesía se me convirtiera en otra profesión. Y después me di cuenta que no pasaba nada, al libro le fue bárbaro. Me encantó. Volviendo a tu pregunta: ¿Cuándo ocurre la poesía? Cuando quiere. En sí, la creatividad es un canal que está siempre abierto, porque es un estado de vida, y la inspiración te puede venir en cualquier momento. Hay un mito que dice que la creatividad, en este caso la poesía, es una cosa que ocurre entre ángeles y no sé qué sarasa. Y en realidad, hay veces que tengo la música y tengo que ponerme a escribir la letra, y te ponés a trabajar. Es un trabajo, para el cual uno está capacitado, porque sabés que uno, felizmente, tiene ese don; entonces, lo que hacés es ponerte a “cocinar” la canción. Yo en eso soy un tipo muy agradecido, porque no tenido casi nunca el temido síndrome de “la hoja en blanco”. Algo puede tardar en salir, tardar en resolverse, tardar en encontrarle la manera, y hasta a veces las cosas que salen no me gustan; pero difícilmente pase que me trabe, me bloquee. No digo que no me pueda pasar, porque a todos los escritores les pasa, pero, felizmente, hasta ahora no me ha pasado. Cuando abro la canilla, viene. Entonces, muchas veces, es como que uno propicia el momento, porque le da lugar, y eso es oficio. Aprendí a perder el miedo al oficio. Creo que la inspiración y el oficio son hermanos. Con respecto a la poesía, lo he hecho menos que con las letras de canciones. Dos pasajes a la noche lo trabajé con un editor, Marcelo Gargiulo, que supo guiarme para armar el libro y encontrarle el hilo conductor.

¿Cuál es ese hilo conductor?
El libro está hecho como un poemario, no es una colección de poemas, tiene una coherencia, tiene un relato.  Entonces, me anoté los temas sobre los que quería escribir. Así escribía un título, una idea o una sensación, y después lo desarrollaba. A veces tardaba un poco más de tiempo, pero lo terminaba haciendo. Justamente, en este segundo libro hay una cosa más de oficio, de pedirme a mí mismo escribir en un determinado momento, y tener también una fecha límite para entregar el material. “Queremos salir en noviembre de 2009”: bueno, más me vale que me ponga las pilas. ¡Que es lo mismo que me pasa con un disco!  Por ejemplo, en mi último álbum, me tomé un mes para componer el disco. Y pautado con horarios, como si fuera un trabajo de oficina. Todos los días, me levantaba con el alba, desayunaba, y me ponía a tocar a componer. Y me había prohibido irme a dormir si no había hecho una canción ese día. Era mojarme la oreja a mí mismo, pero fue muy difícil. Sin embargo, me divertí como perro, la pasé súper bien, y fluyó.

En ese punto, ¿cómo es para vos escribir poesía?
La poesía es el gran motivador, es la gran usina del disfrute de la belleza del mundo. Escribir poesía es inigualable, no hay otra cosa como esa. La poesía es la interacción, la interface, con la que te réferis al mundo. Ver una posibilidad de hacer una foto de una escena del mundo, eso es poesía. Por ejemplo, esa luz de una escena que ves, es efímera, ese momento es único. Y que eso te cauce una emoción, eso es poesía. Todo somos capaces de la poesía, después el hecho de ir a escribir poesía, eso es otro tema. La poesía es la emoción del mundo. Si lloras con Martha Argerich, eso es poesía; si lloras con Pavarotti, eso es poesía… Esas matrices están en la base de todo, las otras cosas son disciplinas. Porque ir y para sacar fotos que también estén buenas, tenés que tener un conocimiento, una técnica, tener una mirada de fotógrafo. Porque tal vez te pueda emocionar una luz de una fachada, pero por ahí no tenés ojo de fotógrafo; pero no importa, si la poesía te atravesó, te atravesó igual. La poesía es esa luz en ese lugar. Ahora, si además tenés el don y la técnica de fotógrafo, sacás una foto genial. Pero lo que pasó primero fue la poesía, la emoción de la luz en esa fachada. Después está el oficio. El oficio del fotógrafo, o el oficio del poeta, que va a su casa y le escribe unos versos dedicados a esa fachada; o le escribe una canción; o le escribe una música. Hacer vino también es poesía, lo mismo que cocinar; vas buscando las proporciones, las medidas; es como pintar, vas volcando las proporciones hasta que aparece. Por eso creo, cabalmente, que la poesía está al principio de todo.
Cuando le juntas la poesía con la música, agárrate. Porque se produce una doble magia. son dos disciplinas comunicadas, que van juntas. Creo que enfila, decididamente, para el lado de la canción, después de mis primeras experiencias con la música, cuando creía que íbamos a cambiar el mundo con nuestra música, y no sé qué otra cosa… Después me di cuenta que el mundo se empieza a cambiar desde uno, y ese mundo se cambia muy poderosamente combinando la música con la poesía. Estas comunicando un lenguaje abstracto, como la música, con un lenguaje concreto, aunque inmenso, como la palabra, llena de significados; y eso es lo que hermana la palabra con la música, que ambas manejan un nivel de abstracción profundísimo. Vos podés estar diciendo una cosa muy concreta, que toque el corazón y que te cambie la vida, pero, incluso para el que escribe, te puede estar diciendo una cosa que todavía no sabes. Y que lo volcaste en el papel, en la página, sin saber lo que estabas escribiendo; que es algo que me pasó muchas veces.  

Hay una imagen asociada a vos como músico que es la del perfeccionista. Para armar una bodega no fuiste a la aventura, sino que te buscaste a Marcelo Pelleriti, alguien muy reconocido en el ambiente, un tipo muy de primera línea: el perfeccionista aparece de nuevo.
En realidad no es exactamente que yo elegí a Pelleriti sino que quiso el destino que nos conociéramos. Yo no sabía de él en ese momento. Me habían gustado mucho las catas de entrenamiento que un sommelier de Catena había dado para los camareros y camareras de Amorinda en Mar de las Pampas, en las que muy gentilmente me dejaron colarme. Me encantó lo que escuché y me despertó el bichito. Y cuando estaba yendo a Mendoza a presentar mi disco Ahora, la gente que organizaba catas en un restaurante en Villa Urquiza me recomendó que lo fuera a ver a él, que además de enólogo es músico. Marcelo me vino a buscar al hotel, vino con su familia. Yo estaba con mi coordinador de producción y nos fuimos todos en su camioneta al Valle de Uco y en ese viaje, que es de una hora, una hora y media, nos fuimos entusiasmando los dos, dándonos manija a medida que hablábamos y yo terminé diciendo que el mundo de vino me interesaba hacía mucho y que tenía ganas de hacer algo desde adentro. En ese momento se estaba lanzando un proyecto que se llama “La villa de enólogos”, una villa de once enólogos muy notables —él entre ellos— donde cada uno produce sus vinos en su propia bodega a su manera. Marcelo me comentó este proyecto y me preguntó si me gustaría hacerlo con él. El resto es historia.

En una entrevista que te hizo Lalo Mir en el programa Encuentro en el estudio, vos hablaste de Leda Valladares y dijiste que era una de las cinco personas más influyentes de tu vida. ¿Quiénes son las otras cuatro?
Claramente Charly (García)… Voy contando así no me pierdo: Charly, Mono Fontana, Pat Metheny y Luis Alberto Spinetta. Todos son músicos que de distintas maneras y en distintos momentos de mi vida fueron no sólo colegas si no mentores. Esa gente que sabe darte el lugar o ponerte la presión para que seas el mejor que podés ser. Que te dice “Muy lindo esto, pero lo mejor es esto otro” y a mí no se me hubiera ocurrido nunca. Tal vez a los diez minutos decís que tiene razón, tal vez tardás diez años.
Debería sumarlo a mi viejo primero que nadie. Mi viejo me escuchaba cantar cuando era pibe. Yo cantaba encerrado en mi cuarto para que no me escuchara nadie; iluso de mí. El primer grupo profesional con el que toqué era Madre Atómica, donde estaba el Mono Fontana. Hacíamos música instrumental y mi viejo decía “Si cantás tan lindo, por qué no cantás”. “Viejo, estamos cambiando el mundo, vos no entendés”. [risas] Él me miraba como diciendo "Vos ya vas a entender". Tardé mucho. Y debería sumarlo a Gustavo Moretto, tecladista del grupo Alas, que también me agarró y me dijo “Andá y cantá”. En ese momento tocaba la flauta traversa y en un concierto en Córdoba, no habría menos de dos mil personas, no me acuerdo qué pasó y me dijo “Esto lo sabés, cantalo” y me largó así. Y finalmente lo de cantar se termina estableciendo como una de las cosas más fuertes a través de Pat Metheny. Ese fue alguien que estaba cambiando el mundo en serio con su música, y me dijo “Muy rico todo, pero lo mejor que vos hacés es cantar” y yo me fui a rascar la cabeza al hotel harto rato y me duró algunos años, hasta que en un momento entendí y me di cuenta que en realidad, y acá entra Leda, el canto es la forma más primal de la música dicho en el sentido más respetuoso de la palabra. Es lo más primigenio nuestro. Es una expresión tal vez comparable con la danza. Uno se pone a bailar alrededor del fuego o bajo las estrellas o bajo la lluvia y no se necesita nada más: ya es un ritual, un festejo, una manifestación, un legado, una expresión completa. Alguien que se ponga a cantar es todas esas cosas de nuevo. San Agustín decía que quien canta ora dos veces. Es una frase hermosísima.

Con Leda terminé de entender esta dimensión ancestral y esta dimensión espiritual del canto. Es una oración, es una llegada a un lugar recóndito y a la vez infinito, que comunica lo más hondo de la persona. Creo que el susto que me daba era porque el canto es la expresión más desnuda y más auténtica de uno. Cuando te ponés a cantar no hay ninguna falsedad posible. Hay cantores falsos, pero esos se ven a la legua, se nota inmediatamente. Leda decía una cosa hilarante que no comparto del todo —ella era una mujer con convicciones rayanas en lo fanático—: “El canto lírico es la muerte del canto”. [risas] “¿Vos decís Leda, tanto así?” “Sí, porque te enseñan esos gorgoritos para proyectarse hasta el fondo del teatro. El canto es otra cosa, se canta con la entraña.” Decir que el canto lírico no tiene profundidad artística sería como decir que Martha Argerich no te puede hacer brotar lágrimas al escucharla. A pesar de ser de los ejecutantes más maravillosamente técnicos en el mundo. Tiene una técnica arrolladora y precisamente por eso, porque supera lo técnico mecánico, te arranca lágrimas. El canto lírico bien hecho, también. [Mira al cielo] Leda, no te enojes, pero no estoy del todo de acuerdo con vos. Me parece que eso sirve para hablar de los cantores falsos, el canto que busca ser bonitinho. Cantá desde la entraña. Cantá desde la guata, como dicen los chilenos. Yo a Leda le debo haber entendido eso. A Leda y al canto andino que se regocija en el quiebre de la voz, en la rotura, en la quebrazón. Ahí está lo humano: estamos todos fracturados, ¿o no? En esa rotura y en esa quebrazón está nuestra dimensión humana. Lo que está inmaculado no tiene cabida en el mundo, porque el mundo es mugre. El mundo es lodo, del lodo estamos hechos y en el lodo se dirime nuestra vida y la gracia con la que podemos vivir. Si podemos vivir con gracia en el lodo estamos hechos.

Fotografías: Alexandra Monges


domingo, 20 de noviembre de 2016

SERU GIRAN: Érase una vez...



Un disco criticado, luego revalorizado; eso fue lo que sucedió con el primer trabajo de Serú Girán. Cancionero pero progresivo, continuaba la senda iniciada por Charly García en La Máquina de Hacer Pájaros, pero dándole otra vuelta de tuerca a la cosa. Es que Serú era un supergrupo, y en la suma de sus partes se apoyaba un entramado musical que, a la larga, devino en un repertorio inolvidable.

Y es que este primer álbum homónimo, producido por el gran Billy Bond, incluía a “Eitileda”, una hermosísima canción, con una música compleja, bien en la onda del rock sinfónico, y una letra melancólica, muy pop, que Charly le escribió a María Rosa Yorio. Esa lírica fantasmal, de fantasía e inspiración adolescente, era (casi) una auténtica “sinfonía para adolescentes” -cómo decía Phil Spector-, en donde se destacaba el sonido acaparador del (sintetizador) Mini Moog de Charly, el ritmo preciso de Oscar Moro, el impecable solo de guitarra de David Lebón, y ese bajo magistral de Pedrito Aznar, quién (¡con tan sólo 18 años!) dibujaba complicadísimos juegos melódicos.

Sin embargo, "Eitileda" no era un tema nuevo, ya que su núcleo, la parte que dice "no ves mi capa azul, mi pelo hasta los hombros", había sido sacada de una ópera rock frustrada llamada Theo, que Charly intentó escribir en su adolescencia; incluso, una proto versión de la canción, casi idéntica a ésta final de Serú, había sido interpretada por el bicolor durante los últimos tiempos de Sui Generis, junto a Nito Mestre; y se llamaba "Nena" (como aparece intitulada en el volumen 3 del registro vivo del show del Luna Park del Adiós Sui Generis). Finalmente, “Nena” se quedaría afuera de Ácido, el frustrado cuarto álbum de estudio de Sui, para luego transformarse en esta “Eitileda”, el gran tema del primer disco de los Beatles argentinos.

Por supuesto, no fue el único clásico de este disco, ya que esta producción también traía gemas como el homónimo “Serú Giran”; otra sinfonía pop, que incluía ese increíble idioma inventado por Charly y David, durante su estadía en las playas de Buzios (en donde deliraron el proyecto Serú): “Cosmigonón, gisofanía / Serú Giran, Serú Giran paralía...” ¿Y qué era Lirán Marino?” Según Charly, ese era el nombre de uno de los perros de Zoca Pederneiras, su novia brasileña de aquellos años.

En “El Mendigo en el Andén” se contaba una curiosa historia de amor, cantada como los dioses por Lebón, y rematada por un impecable cierre instrumental. La letra de “Voy a Mil”, a pesar de tener un ritmo cuasi alegre, era otra visión descarnada de la realidad, en la que su protagonista trataba de abstraerse de todo lo que pasaba en el durísimo devenir cotidiano. Algo de eso también estaba plasmado en “Autos, Jets, Aviones”, otra canción que hablaba del clima tenso de la época, en donde casi todos buscaban huir del hostil, sangriento, y represivo gobierno militar de Videla. Sin dudas, tanto por su ritmo –mezcla de batucada brasileña con un dejo tanguero- como por su letra, este debe ser uno de los mejores temas de toda la historia del grupo.

Pero, si vamos a hablar de clásicos temazos... Señores, de pie: aquí está “Seminare”. Sin dudas, un encadenamiento lírico de tal magnitud, que hoy resulta imposible de concebir una canción de amor con semejante envergadura. “Seminare” -que también fue compuesta por Charly inspirado por su primera musa, María Rosa Yorio, cuando ambos tortolitos vivían en una pensión en la calle Aráoz- es la historia de un chico común, con los pies sobre la tierra, quizás un mero loser outsider, pero que se animaba a decirle a la chica de sus sueños que dejara de mirar a esos chetos, amantes de la velocidad, que se paseaban en motos, y le prestara atención a él. Seguramente, uno de los más hermosos temas jamás compuestos por Charly (aunque muchas personas –debido a la su gran interpretación vocal- piensan que su autor es David). Sin dudas, “Seminare” simboliza la perfecta unión entre música y letra. Por eso, resulta extraño recordar que Serú Girán haya sido un álbum tan criticado. “Voces hermafroditas”, decían algunas de las crónicas de la época, categorizando el estilo musical del grupo como mero “engendro”, a secas. Por suerte el tiempo pondría las cosas en su lugar...


Muchos años después, en su último show en el Monumental, cuando se volvieron a juntar en diciembre del 92, esa magia imperecedera de Serú Giran sería recobrada por un instante, luego de una noche caótica, cuando Charly -con su camisa floreada, roja y blanca, tres talles más grande- le dio manija al viejo Mini Moog, sacando de nuevo ese añorado sonido híper reconocible; mientras que David dejaba de lado por un rato esa cara de orto, que lo había acompañado casi toda la noche; y Pedro, junto a Moro, edificaba, otra vez, esa monolítica base musical de 14 años atrás. Ese es el recuerdo que hoy, casi veinticinco años después, me viene de esa última performance de “Eitileda”. Un instante irrepetible, a pesar de los pifies y el mal sonido, con ese final de fuegos artificiales, en el que quizás haya sido uno de los momentos más emotivos de todos los conciertos de la historia del rock nacional. Ocurrió una noche, hace mucho, mientras la ciudad se seguía meando de risa, y tus piernas no paraban de ser, cada vez, un poco más largas...


Emiliano Acevedo