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martes, 26 de diciembre de 2023

De la A a la Z con Peter Deantoni...

El legendario Peter Deantoni siempre vuelve. Y ahora de la mano de su segundo libro: De la A a la Z con Peter Deantoni, un recorrido exhaustivo por gran parte del anecdotario de este mítico manager y figura del rock vernáculo e internacional. Protagonista y testigo, Peter es un apasionado que no se cansa de narrar las anécdotas de su increíble vida. Tal vez sea porque trabajó con Los Abuelos de la Nada, Nito Mestre, Johnny Rivers, Frank Sinatra, Joe Cocker, Serrat, The Police, B.B. King y Pappo, entre muchísimos etcéteras.

ENTREVISTA> ¿Cómo fue que planeaste este nuevo libro?

Fue un proceso largo. El libro anterior (Pappo Made in USA, 2016) vendió dos ediciones, que son 16 mil libros. Y yo recibí más de 4000 mails pidiéndome más ejemplares. La gente quería que contase más historias, y de hecho hay siempre más anécdotas que contar. Este nuevo libro se llama De la A a la Z y va desde grupos como Almendra hasta ZZ Top. Tengo la X con los X-Pensive Winos, la banda de Keith Richards; la Y con Yupanqui, la M con la Mona Giménez, en la R está Johnny Rivers, en la H Nina Hagen; el abanico es muy amplio porque he transitado muchos géneros musicales.

¿Fue difícil el proceso de buscar anécdotas para cada letra del abecedario?

Tuve la suerte de contar con la colaboración de Agustín Soria. Nos conectamos a través de una amiga mía que se llama Debora Sampedro. Ella me estaba ayudando, escribiendo lo que yo le narraba. Pero se enfermó el padre y lo tuvo que ir a cuidar, así que me recomendó a Agustín. Con él nos juntamos en un cafecito de mi barrio y le llevé mi primer libro de regalo y Agustín me trajo el suyo: Keef & Winos. Él me dijo que quería conocerme para que le contase sobre mi relación con Gustavo Cerati y de cómo había armado sus giras solistas por Estados Unidos. Yo le comenté que estaba buscando a alguien que me ayudase con el libro y Agustín me dijo que lo iba a tener en cuenta. Y a los dos días me escribe y me dice que definitivamente teníamos que hacer el libro juntos. Y así fue. Nos empezamos a juntar todos los miércoles en el café. Él iba grabando lo que yo le contaba. Ese fue el plan inicial, pero en la tercera reunión se declaró la pandemia. Entonces empezamos a hacerlo por video conferencia, y eso nos dio la posibilidad –como ninguno podía salir- de laburar todos los días. Así que le dábamos tres o cuatros horas seguidas y lo terminamos mucho más rápido.

¿Y cómo siguió el proceso de editarlo?

Obviamente, primero se lo ofrecí a Planeta, pero me dijeron que no iban a sacar libros de rock, luego de editar el de Vitico, porque (el director editorial de Planeta) Nacho Iraola se iba a tomar dos años sabáticos. Luego se lo ofrecí a la gente de Vademécum, pero dijeron que no. Así que se lo ofrecí a Gourmet Musical pero (el editor) Leandro Donoso quería que le agregase al texto la información adicional de lo que estaba pasando en cada año, tipo línea de tiempo, a lo que yo me negué. Porque los chicos que leen rock ya saben esa información o no les interesa. Así fue que por medio de Facebook recibo una publicidad de esta compañía que se llama Autores Argentinos, que es una editorial e imprenta. Me reuní con ellos y me pareció un emprendimiento genial con una cantidad fantástica de libros editados. Así que como les encantó mi primer libro, me ofrecieron la posibilidad de editar este nuevo libro de anécdotas, pagándolo en cuatro cuotas, lo cual me venía bárbaro. Así empecé a trabajar con Florencia Nicoletti, que es la diseñadora gráfica que hizo la tapa. Yo le pasé todas mis credenciales del pasado, de distintos artistas con los que he trabajado, desde Miguel Mateos a Ricky Martin, desde BB King hasta Ozzy Osbourne, Rod Stewart, el Tributo a Miles Davis… Están todos. El prólogo me lo hizo Carlos Rodríguez Ares, que me encantó lo que escribió porque puso que si alguien puede hablar y escribir sobre rock soy yo, porque yo lo viví y lo puedo contar… Así salió una primera tirada de 100 libros, que se están vendiendo muy bien por suerte. Trae 200 páginas y es un libro de lectura fácil y entretenida. La gente que lo leyó hasta ahora está contentísima.


Me decías que habían quedado anécdotas afuera…

Sí, alguna con los X-Pensive Winos, a los que originalmente no los habíamos pensado para la X. O, por ejemplo, la P. Yo en Estados Unidos trabajé con los Parliament, ni hablar de la letra B, que aparte de Babasónicos hay un montón de bluseros con los que trabajé que también tienen la letra B, aparte de BB King. Da para un libro más, seguramente…

Ya que incluyas a Atahualpa Yupanqui en la Y da cuenta que tu recorrido por la música es grandísimo…

Tal cual. Yo a Atahualpa, a instancias de Mercedes Sosa, lo acompañé a tocar en París. Hicimos toda la girita ese día por París, era un solo show, y no vi la Torre Eiffel. Debo ser el único que no la vio, me van a poner en el Record Guinness… Y esa historia es la que está contada ahí, con otra anécdota que lo cuenta a don Ata de cuerpo entero. Nos habían invitado a un asado en la casa del embajador argentino y de ahí nos teníamos que ir para el aeropuerto. Estando en la casa, cuando terminamos de comer, se acerca un tipo con una guitarra y se la da a Atahualpa, y Atahualpa la mira, la da vuelta, la afina… Entonces el tipo le dice: “¿No se toca algo, don Ata?” Y el viejo, muy sabio como era, le contesta: “¿Y usted que hace para vivir?”. A lo que el tipo le contesta, “soy zapatero”… “Muy bien”, le dijo Atahualpa, “hágame un par de zapatos ahora y yo le hago un tema…” Obviamente, lo cagó. Le devolvió la guitarra y no tocó nada. Y cuando íbamos en el auto me dijo: “¿Vos podés creer que nos querían canjear un asado por un show? Están locos los tipos, que paguen la entrada…” (risas)

¿Todas las anécdotas son amenas, o hay alguna con ribetes complicados?

No, son todas amenas. He tenido situaciones desagradables, con los Vilma Palma, por ejemplo, o con Miguel Mateos y con El Otro Yo, pero ninguna de ellas aparecen acá. Por suerte, las anécdotas amenas son muchas más y son las que están en el libro. No es necesario hablar del enemigo…

¿Cómo es tu vida actualmente?

En este momento tengo el programa de radio, que me lleva bastante tiempo hacerlo porque yo me auto produzco cada emisión. La radio es espectacular y está muy cerca de mi casa, en Colegiales. Por otro lado, hace poco fui a ver a Calavera No Chilla, una banda de pibes nuevos y me volaron la cabeza, como hace mucho tiempo no me pasaba. Y me dieron ganas de volver al ruedo, tengo ganas de ser manager de estos chicos. Les propuse una reunión, para ver cómo nos organizamos. Así que es una historia que continuará…

Emiliano Acevedo

domingo, 26 de septiembre de 2021

ANÉCDOTAS CON PETER DEANTONI...

Siempre es un placer dialogar con Peter Deantoni, protagonista y testigo de mil historias en la ruta del rock. Peter es un apasionado, que no se cansa de narrar las anécdotas de su increíble vida aunque tenga que afrontar una entrevista tras otra. Tal vez sea porque trabajó con Los Abuelos de la Nada, Nito Mestre, Johnny Rivers, Frank Sinatra, Joe Cocker, Serrat, The Police, B.B. King y Pappo, entre muchísimos etcéteras. Productor y manager legendario, en la figura de Deantoni se une la soltura y la garra de esos tipos de barrio, hijo de tanos, que sigue adelante, levantándose una y otra vez, a pesar de los obstáculos de la vida.

Hace un par de años escribió un libro legendario para dar cuenta de sus andanzas junto al Carpo (Pappo Made in USA, en la ruta del delirio) y ahora está preparando un anecdotario que ya estamos ansiosos por leer.

ENTREVISTA> ¿Cómo es este nuevo libro que estás haciendo?

Estoy con un escritor bastante conocido llamado Agustín Soria, estamos escribiendo un segundo libro que se va a llamar De la A a la Z con Peter Deantoni. Entonces arranco con Almendra, que fue una de las primeras bandas a las que vi y con las que trabajé en vivo y termino con ZZ Top, a quienes también conozco y de los que soy amigote. Bueno, por ejemplo, en la V está Virus, con quienes tengo muchas anécdotas. Y es que tengo anécdotas con casi todas las letras del abecedario. Hasta con la Y, con Atahualpa Yupanqui

¿Con Atahualpa, también?

Sí, hice una gira con él en Francia, fuimos por cuatro días. Fue una experiencia muy enriquecedora. Atahualpa fue a tocar, hicimos un concierto y nos volvimos. Lo interesante es que quién recomendó. Yo trabajaba como chofer y manager de ruta de Mercedes Sosa, cuando estaba acá en Buenos Aires, porque ella no tomaba aviones de cabotaje. Viajábamos con su Peugeot importado de alta gama a todos lados, de hecho fuimos hasta Ushuaia en su auto. Así que, Mercedes fue la que le dijo a Atahualpa: “Llévese a mi amigo Don Peter…” Y me fui con él porque el viejo no tenía manager. Así que hice todo el trabajo de ruta que había que hacer con un artista. Fue la única vez que lo vi y laburé con él, después no lo vi más…

¿Cómo te contactás con Soria?

Agustín hizo un libro muy interesante sobre Keith Richards, que se llama Keef and Winos. Él me había llamado porque quería preguntarme algo sobre Cerati, así que lo cité en una cafetería, y le llevé mi primer libro de regalo y él me trajo el suyo. Agustín quería preguntarme sobre Gustavo porque sabía que yo había hecho la primera gira solista de él, cuando presentó el disco Bocanada, entonces le conté como fue todo eso. Luego leí el libro del pibe y me volví loco porque estaba redactando y documentando todo, minuto a minuto. Entonces me di cuenta que Agustín sabía hacer lo que yo no sé porque no tengo una memoria de ese estilo… Nos juntamos y le metimos para adelante… Cuando empezó a mandarme material de todas las bandas y anécdotas de las que íbamos hablando me di cuenta de que el pibe era un genio. Estoy muy entretenido con este proyecto nuevo. El libro ya está casi terminado, solamente tendríamos que agregar algunos datos más que nos pidió Leandro Donoso, el editor de Gourmet Musical, y saldría a mediados de 2022. Por otro lado, con mi amigo Andrés [Calamaro] tenemos pendiente hacer un proyecto juntos, un video libro, que se va a llamar Dos Abuelos. Va a ser una especie de charla entre él y yo en la que vamos a contar nuestro paso por Abuelos de la Nada, que es un grupo que, con el paso del tiempo, se ha transformado en una banda de culto para muchos jóvenes que quieren conocer un poco más de su historia. Una banda que sonaba de puta madre… Yo escucho el rock argentino y me encanta como suena. También sé cómo se hizo cuando en otros países, en Europa o en Estados Unidos, nos llevaban años luz con la tecnología. Escuchá a grupos como Color Humano, que hoy siguen sonando geniales. O mismo Kubero Díaz con La Cofradía de la Flor Solar. Realmente, hay unos grupos increíbles. Más allá de los íconos: Manal, Almendra y Vox Dei. Esos ni hablar. Vox Dei era una aplanadora de rock, y [Ricardo] Soulé, para mí gusto, es uno de los mejores cantantes argentinos junto con Lebón

Tu presencia estuvo de entrada en la movida, por ejemplo aparecés en la película Rock hasta que se ponga el sol. ¿Cómo filmaron eso?

En B.A.Rock, yo estaba laburando con Color Humano, y aparece la mamá de mis hijos, Haydee Graneros, que es la mina de pelo muy largo, junto a Jorge Luis Iosovich, que fue uno de los primeros en llegar a habitar en El Bolsón. Para los testimonios, nos llamó el director de la película Aníbal Uset. Lo que pasa es que no contaron con nuestra astucia. (risas) Nosotros dijimos lo que quisimos, no nos dieron guion ni nada. Esas declaraciones se filmaron después del show. Inclusive, a mi amigo Salvador Bruno, que aparece en la apertura de la película, lo volvieron a citar para filmarlo como que fue el primero en entrar al B.A.Rock, y de ninguna manera lo fue. (risas) Esas filmaciones se hicieron otros días. Inclusive, en el segmento de Vox Dei hay una escena en la que Ricardo está con barba y otra en la que no. La película tiene errores de continuidad.

Hablando de Vox Dei, vos también trabajaste con ellos, debió ser bastante difícil de llevar adelante las relaciones personales entre ellos, ¿no?

Y sí, porque estaban muy peleados. De hecho, produje su disco Gata de Noche, que es un álbum que suena fantástico, y después de eso nos íbamos de PolyGram porque se vencía el contrato para ir a un nuevo sello que se llamaba ATC Discos. Ellos ya habían editado a Sandro y el nuevo lanzamiento íbamos a ser nosotros. Sabemos que Vox Dei fue siempre el nexo entre lo popular y lo rockero. En ese momento, Ricardo había preparado una obra basada en el Cid Campeador y estábamos reunidos en las viejas oficinas de Daniel [Grinbank], en la calle Rodríguez Peña y Santa Fe. Mi amiga Olga Gatti, que era la manager de Mercedes Sosa y hacía las veces de secretaria y coordinadora de la oficina, le preguntó a Ricardo cómo iban a registrar la obra para llevarla a SADAIC. Y Ricardo le respondió: “Letra y música: Ricardo Soulé”. Y Willy [Quiroga], que estaba atrás, dijo: “¿Pero, qué decís?” A lo que Ricardo contentó: “La obra es mía. Vos tocaste las líneas de bajo pero eso no te hace nada más que el bajista. La obra terminada la traje yo”. A lo que Willy le respondió con una puteada… Así comenzó una discusión y, en un momento, Willy levantó una silla y se la revoleó por la cabeza a Ricardo, que justo se agachó. La silla rompió los vidrios y cayó sobre la calle Santa Fe…. Esa fue la última vez que hicimos algo juntos. Después de ver eso no quise seguir… Yo tengo una amistad muy grande con ambos pero ellos dos están peleados a muerte.

Antes hablabas de tu experiencia en como manager de los Abuelos de la Nada, ¿es cierto que te agarraste a trompadas en un micro con Miguel Abuelo?

Sí. Miguel era perro en el horóscopo chino y como tal ladraba todo el día. Tenía tanto de genio como de demonio. Y una vez, tipo siete de la mañana, cruzando el puente de Avellaneda, de provincia a Capital, me empezó a romper las pelotas con que le dé plata. Yo liquidaba los lunes porque eran ocho monos para liquidar y había que hacer todas las cuentas. Así que le dije: “Miguel, me firmaste un recibo hace una hora, te di mil pesos, no rompás las pelotas…”. Y me empezó a decir que yo era un esclavo de Grinbank y no sé qué mierda. Así que, me levanté y le metí un par de piñas. Me tuvo que venir a parar Cachorro López. Le dejé los ojos negros porque las dos piñas se las pegué en la cara. Y Miguel al lado mío era chiquito… Para colmo, al otro día tenían que aparecer en un programa de televisión y se tuvo que poner unos anteojos negros gigantes. Y estando ahí en el canal, se me acercó, y yo pensé, “otra vez… no, que quiere ahora”. Cachorro vino enseguida para separar por si había quilombo. Pero se sacó los anteojos y me dijo: “Me gusta tu estilo, estás contratado…”. (risas)

¿Y en lo personal cómo venís en la actualidad?

Bárbaro. No me arrepiento de nada de lo que atravesé, ni de beber en exceso. Soy un recuperado, ex alcohólico. Me metí en una comunidad terapéutica y, la verdad que era lo mejor que podía hacer porque estaba sumergido en una botella. No soy de esos que te van a decir “no te tomes un vino”, el tema es que yo tomaba vodka de la mañana a la noche. Y no hay manera de salir ileso de ahí. Ahora me siento mucho mejor. Pesaba 132 kilos cuando empecé a ir a la comunidad, todos de alcohol, y salí con 87.

También estás haciendo radio, ¿cómo es tu programa?

El programa se llama Caballos Salvajes. Siempre tenemos algún invitado por programa. Va en vivo los viernes, de 18 a 20, y se repite los domingos de 17 a 19. Está en www.csvradio.com.ar. Se puede ver o escuchar.

¿Te gusta algo del rock actual?

De lo que vi, hay muy poco que me guste. Soy muy clásico para los gustos entonces si voy a ver a alguien tiene que ser algo que me mueva. Voy mucho a ver a tocar a Richard Coleman, que aparte de ser un amigo me encanta lo que hace. También, a Nito Mestre. Me gusta mucho David Lebón, que es amigo y hasta vivió en mi casa cuando yo vivía en San Isidro. Soy muy clásico, no escucho muchas bandas nuevas.

¿Y cuándo te volviste tan fan de los Stones?

Desde chiquito porque los descubrí casi al mismo tiempo que salieron. Mi viejos laburaban en una casa en las Barrancas de San isidro y la hija de la dueña de la casa trabajaba en British Airwave. Ella me traía discos, y me trajo de los Beatles y de los Stones al mismo tiempo. A mí me pareció más fácil tocar la batería como Charlie Watts. Quería ser baterista por él. A través de los Stones empecé a descubrir música porque ellos siempre hablaban de sus influencias. Así, descubrí a todos los bluseros negros. Luego tuve la suerte de laburar con ellos: BB King, Albert King, Albert Collins, Freddie King… Puedo decir que tuve ese privilegio en mi vida. No lo digo desde la pedantería sino desde la buena suerte que tuve gustándome, como me gusta, la música. No concibo la vida sin ella.

Emiliano Acevedo



lunes, 13 de noviembre de 2017

VOLAR EN EL VIENTO, entrevista a Peter Deantoni

Foto: Eugenio Ángel Alonso




















La primera vez que vi a Peter Deantoni fue en un café de Las Cañitas, al lado del departamento en el que vivía. Me acuerdo que se levantó para darme la mano y subimos a la planta alta a charlar sobre su vida, durante más de una hora, en la que compartimos varios cortados. Peter lucía su infaltable remera con la lengua Stone, y su anillo de calavera, igual al de Keith Richards. Hacía poco había publicado su primer libro autobiográfico Pappo Made in USA, en la ruta del delirio. Por supuesto me encontré con el tipo de persona que me imaginaba, un apasionado por el rock, que no se cansa de narrar las anécdotas de su increíble vida, aunque tenga que afrontar una entrevista atrás de la otra. Tal vez sea porque vaya que tiene historias para contar, ya que trabajó con Los Abuelos de la Nada, Nito Mestre, Johnny Rivers, Frank Sinatra, Joe Cocker, Serrat, The Police, B.B. King y Pappo, entre muchísimos etcéteras. Productor y manager legendario, en la figura de Deantoni se une el desparpajo de esos tipos de barrio, hijo de tanos, que sigue adelante, levantándose una y otra vez, a pesar de los obstáculos de la vida.

Luego de ese primer encuentro, volví a cruzarlo hace poco y me contó que está proyectando y escribiendo su segundo libro, un anecdotario de la A a la Z, que ya me muero por leer. Quizás, para amenizar la espera, que mejor que esta entrevista que me regaló en aquel encuentro en el café del barrio de Las Cañitas. Una charla sin casete y sin concesiones, con un final emotivo e inolvidable, que me sigue conmoviendo como la primera vez.

ENTREVISTA: ¿Cómo fue tu punto de partida de este camino que llevás recorrido?
Bueno, fui público de la primera camada de grupos de rock nacional, Los Gatos, Manal y Almendra, aunque no trabajé con ellos. O sea, vi a Almendra con su formación completa, asistí a parte de los ensayos de su famosa ópera. La famosa ópera que nunca vio la luz del sol. También, vi a Los Gatos con su formación original, con Kay Galiffi en guitarra, previo al ingreso de Pappo. Galiffi es un guitarrista que en un viaje a Brasil con Los Gatos, se quedó allá, porque se enamoró de una muchacha brasileña, en plena explosión comercial de Los Gatos aquí. Y entonces entró Pappo, que les dio un toque rockero pero beat, no tan balada como venían sonando. Así que ese fue, casi, como mi piso fundacional, y luego la suerte que tuve de trabajar con un tipo como Edelmiro Molinari, y su grupo, Color Humano

¿Cómo fuiste dejando de ser público?
Una cosa fue llevando a la otra, se dio en forma paulatina, por una serie de circunstancias. Un día, a la salida de un show de Los Gatos en el Teatro Acassuso, ubicado en San Isidro, repartían unos volantes convocando a una reunión para una revista de rock y fui. La revista era Pinap. Ahí conocí a una chica (que después fue la madre de mis dos hijos) que frecuentaba a los Almendra, porque era amiga de Gustavo Spinetta. Por su intermedio conocí al grupo en la casa de la familia Spinetta, en la calle Arribeños.
Luego de la ruptura de Almendra, Luis armó otros grupos, y luego decidió irse de viaje por una temporada a Europa. Antes de eso, dio un último concierto que se llamó: “Carnavales en las piletas de Núñez”. Ahí, Spinetta tocó con Tórax. Esta era una banda formada por Spinetta, Edelmiro Molinari, Carlos Cutaia y Pomo. Después de que Luis se fue a Europa, Edelmiro se quedó sin lugar en donde ensayar, y se fueron a la casa del baterista Luis Gambolini. En ese momento, Molinari, que tocaba la viola y cantaba, ya tenía un nuevo proyecto que se llamaba Viento, junto a Gambolini y Rinaldo Rafanelli, en bajo. Lamentablemente, no duró mucho, porque Gambolini también se fue a Europa. Ahí entró David Lebón a reemplazarlo como baterista, y le ponen Color Humano al grupo, inspirándose en el titulo de la canción que Edelmiro había compuesto en el primer disco de Almendra. Como con la ida de Gambolini, Color Humano se había quedado sin lugar para ensayar, les propuse que vinieran a ensayar a mi casa. Yo vivía en San Isidro, en esa época. Mis vecinos, felices. Imaginate: Dos (amplificadores) Marshall, una batería Ludwig doble bombo, sonando a todo trapo. Fue casi de casualidad. En esa época, tenía una camioneta con la que hacía viajes, entonces me dijeron: “Che, tenemos un show, ¿no nos querés llevar las cosas?” Y como a mí me daba cosa porque ellos cargaban todo, un día me llevé dos amigos para ayudar. Y así fuimos aprendiendo a armar el escenario como les gustaba a ellos. Inventamos el flete para la banda, el stage, el plomo. Íbamos creciendo todos juntos, esa es la verdad. No había la información que hay hoy de lo que hace un técnico, por ejemplo. Imaginate que antes se hacía el sonido, no desde el frente del artista sino desde el costado, arriba del escenario. Así es como todo fue decantando, hasta que terminé siendo el manager de la banda. Bueno, toda esta experiencia en Color Humano duró hasta que Edelmiro decide irse a Estados Unidos con Gabriela, su mujer de entonces.

Mientras estabas trabajando con Color Humano, el grupo participó en el BaRock III, en 1972, y vos hiciste una aparición estelar en la película del Festival Rock hasta que se ponga el sol, algo que no muchos saben…
Sí, tal cual… (risas) Nos preguntaron si nos gustaría aparecer dando testimonio sobre los protagonistas del rock argentino desde sus inicios, y lo hicimos. Fue algo muy divertido.

¿Quiénes son las otras dos personas que aparecen junto a vos?
Aparecen Jorge Iosovich, un amigo de la época, que trabajaba como plomo para Color Humano y hace varios años que vive en la Patagonia; y Haydee Graneros, mi ex mujer.

Ahí dejaste una frase que quedó para la posteridad…
Sí, y que siempre me piden que repita: “¿Moris? Totalmente intrascendente…” jajaja.

¿Estuviste en toda la duración de Color Humano? 
Sí, e hicimos el disco de Gabriela y ese doble homónimo, que después lo separaron en dos discos de Color Humano, porque en esa época estaba la Crisis del Petróleo, y no había vinilo y no sabían si se iba a vender. Imaginate, algunos temas de Molinari duraban ocho minutos. Por suerte estábamos con Jorge Álvarez, que tenía una cabeza re grande para todo lo referente a la producción de aquel entonces. A Jorge no le importaba si un tema no era “radiable”, porque el producto no estaba dirigido hacia la radio.

¿Cómo era Color Humano? Porqué está la leyenda de que eran un grupo muy volátil, o que había muchas peleas entre Rinaldo y Edelmiro.
A Edelmiro le decíamos el comandante. Las suyas eran órdenes, no había pelea. Peleas había en Vox Dei. Ricardo (Soulé) y Willy (Quiroga) sí se peleaban fuerte. Había momentos en que no se hablaban arriba del escenario.

¿Y cómo fue la salida de Edelmiro?
Nos avisó que en tres meses se iba y empezamos a organizar el show de despedida. No hubo una ruptura conflictiva. Oscar Moro se fue a formar Huinca, con (Litto) Nebbia, y Rino, en el 74, ingresa a Sui Generis.  

¿A Vox Dei entraste enseguida?
Sí, porque Edelmiro y Ricardo son muy amigos, y habían grabado juntos. Edelmiro admiraba mucho la voz de Ricardo. Sin dudas, tiene una de las mejores voces del rock nacional. Y así estuve trabajando con Vox Dei en 1978, cuando hicieron Gata de Noche. Un disco impresionante en el que pagué el derecho de piso como manager, porque en ese momento no sabía nada de leyes discográficas. Había un holandés, que en esa época manejaba Polygram, y yo le pedí todo, y el tipo me dio todo y nos terminó reventando. Porque habíamos empapelado Buenos Aires, hicimos un show en el estadio de Obras Sanitarias, y cuando fui a cobrar las regalías del disco, que se había vendido muchísimo, el tipo me restó todo lo invertido. Obviamente, ellos solo financiaban. Yo era joven y no sabía mucho. Finalmente, el disco pasó casi sin explotar del todo, porque Ricardo se fue a Inglaterra, invitado por Danny Peyronel, otro gran amigo mío, que era miembro del grupo Heavy Metal Kids, quienes habían popularizado el tema de Soulé “Canción para una Mujer”. Peyronel lo había rebautizado “It’s the Same”, y si bien estaba cantado súper metálico y arriba, el tema mantenía toda su esencia.
Así que ahí tuve como un training de ruta. Éramos todos pioneros. Llevábamos las luces, el sonido y los equipos en una camioneta, y nosotros íbamos en un auto de alguno de los muchachos de la banda. Lo del motorhome vino mucho después. Estábamos empezando algo que no sabíamos que se podía hacer. Estoy muy alegre porque, por ejemplo, ahora, mis amigos de Guasones pueden contratar un avión para viajar y me dicen que en los shows en el interior del país, ahora hay de todo. También, hace unos años atrás, cuando hice un show en el pueblo de Ameghino, en el interior de la Provincia de Buenos Aires con Los Pericos -grandes amigos míos también- vino la manager, esposa de Juanchi (Baleiron), y me dice: “Peter, nosotros llegamos con nuestro micro y lo único que vamos a llevar son algunas cosas del Backline. El sonido y las luces ya está allá”. La gente de sonido, los asistentes ya estaban allá. Para mí es fantástico que haya pasado todo esto. Que se haya profesionalizado la organización de los shows.

¿Cómo se dio tu participación el concierto de Joe Cocker, en 1977?
Lo de Cocker se dio porque su promotor tenía una disquería y me conocía como manager de los Vox Dei. Entonces me pidió que le dé una mano porque los músicos habían pedido dos Marshall, un amplificador, una batería Ludwig, y un (órgano) Hammond. Y yo le dije que se lo podía resolver. Entonces me contrata para eso, pero cuando llego al Luna Park con los plomos y los instrumentos, veo que se habían olvidado un detalle: nadie hablaba inglés salvo yo, que lo hago desde chico porque mis padres trabajan para una familia inglesa. Entonces llegó el manager de Cocker, Michael Lang, que había sido el organizador del primer Woodstock y al ver que hablaba el idioma, me contrató. Entonces, una mano cobraba en dólares y la otra, en pesos. Oficié de traductor y armamos el escenario. Al finalizar, el tipo me dice que quería que vaya con ellos a Brasil, porque era un grupo de más menos 50 personas que no hablaban en español y había que hacer trámites en migraciones, etcétera. Entonces delegué mi trabajo, porque Vox Dei tenía shows, y le pasé la posta a Jorge Suaréz, el “Bruja”, que es un armoniquista que supo tocar hasta con los Rolling Stones. Y esa fue la base donde yo me paré para saltar al plano internacional. Manejar el inglés me abrió muchas puertas al mundo de las giras, porque después de lo de Cocker me empezaron a llamar bandas del exterior antes de que me llamen “promotor local”.

De esa primera venida de Joe Cocker a Argentina se generó mucha leyenda…
Hay mucho mito, mucho verso. Todo eso que se cuenta de que estuvo tomando merca en Mataderos no se con quién, o que apareció dado vuelta en Avellaneda, y terminó tomando vino con unos linyeras, después de un viaje en colectivo… La verdad es que Joe Cocker estaba tan en pedo que no se podía bajar de la cama del hotel. (risas)

¿Cómo se da tu participación en ese primer show en Argentina de B.B. King, en 1980?
Me llamó un amigo, Carlos Pirimpinpin Geniso, que había sido anteriormente baterista de Avalancha, y me contrata para armar toda la producción del show. Eso salió muy bien y empecé una linda relación con B.B. King. Recuerdo que en esa época, la que era mi pareja estaba embarazada de nuestra hija, y B.B. le tocó la panza y le dijo que iba a ser nena y que le pusiera Cecilia, que es la patrona de la música. Y efectivamente, cuando nació, le pusimos Cecilia. Ahí empecé a girar un montón con bandas americanas con las que recorríamos casi todo Estados Unidos, y eso me dio la posibilidad de estar con artistas con los que ni siquiera soñé que iba a estar.

¿Cómo fue la visita de Rod Stewart en calidad de espectador del Mundial Argentina ‘78?
Eso salió de una apuesta entre Rod Stewart y Elton John, ambos fanáticos del fútbol. Si clasificaba Inglaterra al Mundial, Rod le pagaba el viaje a Elton; como clasificó Escocia, Elton John se lo pagó. Así que, Rod Stewart, el padre de Freddie Mercury, y un amigo de ellos dos, que diseñaba las limusinas de los jeques árabes, vinieron a ver el mundial. Como hablaba inglés, me llamaron para que los acompañe en esta visita. Stewart es un tipo muy divertido. Me acuerdo que cuando lo fui a buscar al aeropuerto, lo primero que me preguntó fue: “¿Quién tiene la cocaína para mi nariz?” (risas) Yo había ido con Celasco, el dueño de Music Hall (la discográfica que editaba sus álbumes en el país), que le contestó: “No está acá (la cocaína), está en el hotel, esperándote…” A lo que Rod dijo: “Oh, What a shame…” ("¡Qué vergüenza!") Entonces, Celasco le regaló un poncho que Rod se puso de una porque era invierno y él había venido con un enterito de verano. Mes de junio, un frío de cagarse, te imaginarás… Pero fue una buena experiencia para mí.

¿Y vos lo acompañaste a ver los partidos de Escocia?
Sí. Yo jamás había ido a ver un partido de fútbol, y menos de un Mundial. Imagínate, no tenía ni idea. Al final no se quedó a ver los tres partidos de su equipo, solo vio dos, porque la mujer le dijo que se volviera ya. Y bueno, casi todos somos del club de los “Sí, querida”. Él también… (Risas)

¿Cuándo empezaste a trabajar con Nito Mestre?
Eso se da recién a principio de los ochenta. Nito y yo éramos amigotes porque nos conocíamos desde que él estaba en Sui Generis. Pero con ellos no trabajé, solamente fue asistente de grabación en Adiós Sui Generis. Con Nito nos conocíamos de la noche y cuando yo me quedo “soltero”, Nito viene y me propone “casamiento”. La pasamos bárbaro.

¿Fue en el 81, después del adiós de Vox Dei?
Yo con las fechas son muy malo. Pero sí, porque ahí me había quedado en banda. En esa época era gerente de ventas de shows en la oficina de Daniel Grinbank. No tenía un artista fijo. Creo que a fines del 80, un día viene Nito, y me dice: “Che, tengo unas entradas para ir a ver a Peter Frampton en el Luna Park, ¿querés venir?” Por supuesto, acepté la invitación, y fuimos a ver el show con nuestras parejas de aquella época. Luego de ver el concierto, mientras cenábamos, me dijo que le gustaría trabajar conmigo. Arrancamos e hicimos el 20/10, ese álbum que tenía el disco de un teléfono y su dedo. A la semana tuvo que cambiar el número, porque lo volvieron loco. (risas) Con Nito hemos hecho cada disparate juntos. En mi libro hay mucho de eso, así que compren el libro. No sean malos (risas). Hemos viajado juntos por Latinoamérica, de gira en Perú y Chile, también le di un par de datos para Venezuela y Colombia y le armé su primera gira gringa: Miami, Nueva York, y Los Ángeles, alrededor del 2000. Nito es un hermano de la vida. Este negocio me ha regalado muchos amigos con los que uno empieza viajando y se transforman en familia porque estás girando junto a ellos 24 horas, siete días a la semana, por cuatro meses. Uno empieza viajando en un entorno laboral y por suerte, en una carrera con la gran cantidad de artistas que tengo, la verdad es que tengo más amigos que artistas.

¿Con Nito estuviste en Prima Rock?
Sí, ¡qué memoria! (risas). Hay una película y un video por ahí dando vueltas. Ésos éramos Nito y yo en aquella época: rompecorazones totales. ¡Qué gracioso! Con Nito trabajamos muchísimo y en un momento empieza la “infidelidad”. ¿A qué me refiero? Empiezan a venir a mi oficina Cachorro (López) y (Andrés) Calamaro , cuando Nito no estaba, para pedirme que lo deje para trabajar con ellos. Yo con Nito tenía una hermandad. Y un día viene y me dice que se iba a ir a Ibiza y se quería despedir en La Falda, que era el equivalente a Cosquín Rock de hoy. Para mí también fue la oportunidad de parar porque laburamos mucho. Después de eso me voy a Pinamar donde íbamos todos los años a trabajar, pero ese año me fui a disfrutar. Agarré la mejor sombrilla del balneario donde tocábamos siempre, dejé un cheque en blanco y dije: “Quiero clericó hasta que me desmaye” y un día me encontré en la playa con tres figuras conocidas: Daniel Grinbank, Pedro Aprile y el “Gallego” Ismael Salgado, de ATC Records. Y me propusieron que fuera el manager de Los Abuelos de la Nada, que la noche siguiente tocaban en Mar del Plata. Y ya sabés el final de la película. O sea mis vacaciones duraron tres días. (risas) Así empezó mi historia con Los Abuelos, que terminó con su show en el (Teatro) Ópera, luego del viaje a Ibiza, en 1984. Me abrí de la banda porque Andrés ya se iba, Cachorro también y con Miguel no me entendía demasiado bien. Miguel fue un gran poeta, pero nosotros chocábamos mucho, porque tal vez los dos éramos líderes en alguna forma. Miguel no le hacía caso a nadie. Con él, casi cada día, era un problema diferente. A veces subíamos al micro y nadie se podía dormir de la tensión que se había generado en el show, porque siempre estaba todo mal para él. Era la banda más grande. No había “todo mal”. Tenían seguridad, los mejores plomos, las mejores luces. No había error, pero Miguel siempre algo encontraba. Era un chico difícil.

Era un poco celoso del crecimiento del resto, ¿no?
Diría que sí. Tenía un carácter muy fuerte y denso. Y, en realidad, el crecimiento fue de todos los que formaban la banda.  
  
¿Y qué papel cumplió Grinbank con ellos?
Él fue el representante, el dueño por llamarlo de alguna forma. Yo era el que viajaba con ellos y vivía las internas como si fuera casi un sexto Abuelo. Él llegaba el lunes y nos pagaba.

¿Y después que hiciste?
Estuve trabajando con Interdisc, y cuando esta discográfica se cae, me fui a trabajar con mi amigo Geniso. Ahí subía y bajaba todo el mapa con sus artistas. Ahí laburé con Albert Collins, B.B. King, Robben Ford… todos los guitarristas y jazzeros que subieron y bajaron, recorriendo Latinoamérica, yo subí y bajé con ellos. Hacíamos México DF, Monterrey, Bogotá, Cali, Medellín, entre otros.

Con Charly, ¿trabajaste?
No, soy más que nada amigote. Me vino a buscar dos veces para trabajar, una yo estaba con Nito y otra con Mercedes (Sosa), así que le dije: “García, seamos amigos, mejor.” No sé si no me la vi venir, porque él ha tenido managers que duraron tres minutos. Charly es un tipo súper talentoso, es un poeta como nadie en la Argentina, pero tiene un lado medio peligroso. Por eso sigo feliz de haber sido su amigo, ayer y hoy. Y por suerte no trabajamos juntos para no pelearnos. 

¿Cómo ves al rock argentino en la actualidad?
Mirá, estoy por manejar una banda que se llama Cabrones, que está buenísima. Hay un montón de bandas, yo no te voy a decir –como otros jovatos- que “el rock está muerto”, que no hay pibes nuevos haciendo rock… Yo voy a hacer lo que pueda con estos chicos, lo demás que lo arregle Billy Bond

¿Por qué él?
Porque abrió la boca, porque es un viejo amargo. Lo cierto es que hay un montón de bandas en el under que están bárbaras, pero Billy, cada vez que viene, hace el papel de viejo triste, como en la entrevista de la otra vez 
(se refiere a la nota que Billy Bond le dio a Clarín, en octubre de 2016: 
https://www.clarin.com/viva/billy-bond-carajo-hicieron-argentino_0_HyYryQ3p.html), ¿la leíste? Bueno, esa… Billy Bond se escapó, porque rompió todo y no podía quedarse ni un minuto más acá, y ahora viene a echarnos en la cara que le va bien en Brasil, que esto y que lo otro… Pero, hacete cargo, si la cagaste, la cagaste… ¿O no? Yo no la cagué, la cagó él.

PAPPO, UN CAPÍTULO APARTE

Dar cuenta de la relación que unió a Peter Deantoni con el Carpo, es hablar de una caravana loca, en la que el manager se jugó el pellejo por asistir a su amigo, trabajando como negro durante una larga temporada en los Estados Unidos para lanzarlo en ese mercado, a mediados de los 90. Buena parte de esta historia se detalla, justamente en su libro.

Y ¿cómo empezás con Pappo?
Por supuesto, a Pappo lo conocía del ambiente, aunque no soy metalero. Es decir, hay cuatro o cinco temas de Riff que, como a casi todos, me gustaban, pero no escucharía un disco entero del grupo. Y eso que soy amigo de Vitico y de Michel (Peyronel), pero una cosa no tiene nada que ver con la otra. Cuando vengo con B.B. King, por quinta vez a la Argentina, teníamos tres shows vendidos en Obras Sanitarias. Juan Alberto Badía nos había puesto una limusina para trasladarnos del hotel al estadio y el último día diluviaba. Yo me había quedado como colgado, mirando el parabrisas. Y B. B. King lo notó… Me emociono ahora contándotelo. Y él me dice: “¡Otra vez con los Rolling Stones!” Porque él me cargaba con que yo era fanático de los Stones y a él no lo quería. Entonces, le cuento que lo que pasaba era que sentía emociones mezcladas porque no volveríamos a trabajar hasta dentro de un mes más o menos. Y cuando bajamos del auto él escucha a Pappo tocando y me pregunta quién era. Entonces, le digo: “Se acuerda, en el 80, la primera vez que vino, ese muchacho que le regaló un queso” Y él exclamó: “The Cheeseman”. Porque, como Pappo le había regalado una horma de queso, creía que lo fabricaba, que era un quesero. Entonces, le aclaré que no, que él era guitarrista.  
Así que B.B. King pregunta si podíamos ir detrás del escenario. Bueno, B. B se acercó y mientras escuchaba a Pappo empezó a marcar el ritmo palmeándose sobre el corazón. Y me dijo: “Decile a The Cheeseman que no se vaya, que vamos a tocar juntos”. Imaginate cuando le conté a Pappo. Me preguntó si no lo estaba jodiendo. Pero yo no me iba a animar a decirle algo así a Pappo en joda porque era un cachetazo puesto (risas). Al final tocaron juntos “Cuando los santos vienen marchando”, como por 20 minutos. Jamás vi a B.B. King tan entusiasmado. Ahí me dijo que me iba a ayudar para llevar a Pappo a tocar a los Estados Unidos. Y así empezó todo.

Claro, luego se da la invitación de B.B. King para que tocara con él en Nueva York, en 1993.
Cuando se dio la invitación de B.B. para tocar en el Madison Square Garden, Pappo venía a casa día por medio por toda la ansiedad que tenía. Entonces, en una de esas visitas, finalmente, se confiesa y me pide que sea su manager, y acepté. Faltaba casi un año para ir, pero igual cancelé todo con la empresa gringa con la estaba trabajando. Pasé acá un año (1992) muy divertido. Una banda excelente con el gran amigo y sonidista extraordinario Adrián Taverna, que sin lugar a dudas es uno de los mejores y que grabó tantos conciertos de Pappo en vivo que habría que sacar un Pappo´s Blues en vivo producido por él.

Aparte fue sonidista de Soda y Cerati…
De Riff, de Soda, con Cerati giramos juntos por todo Estados Unidos y Puerto Rico. Adrián fue un hermano de la ruta. Eso es lo que te decía antes: uno termina “enfamiliándose” con gente que ni esperás. 

¿Y cómo se da lo escribir este libro, Pappo Made in USA?
Como te dije, tuve la suerte de ser un protagonista desde muy temprana edad. Digo “la suerte” porque, afortunadamente, hay gente como yo que lo pueden contar o escritores, como Pipo Lernoud, que estaban dando vueltas por ahí. Yo no soy un escritor. Soy un charlatán a quién alguien le ordenó un poco las ideas. Pero de lo que sí estoy orgulloso es de haber sido parte de una movida cultural muy importante en nuestro país. De lo único que me arrepiento es de no haber sacado más fotos. Porque no había teléfonos celulares en esa época. Mi hija Cecilia, que tiene una editorial, me venía empujando hace mucho a escribir un libro. Y así fue, con ayuda de Sergio Marchi. El título y la foto de Pappo, en tapa, fue una decisión de la Editorial Planeta. Creo que se buscó abrir un mundo más amplio. Porque imagino que mucha gente no sabe quién es Peter Deantoni.

Más allá de todas tus experiencias, ¿qué vamos a encontrar en tu libro, en relación a Pappo, que tal vez no encontremos en el resto de las biografías que ahora salieron de él?
El valor que nadie nunca le dio a Norberto por ese viaje a Estados Unidos. A mí, otros artistas, me han llegado a reclamar porqué no los había llevado a al Madison. Pero yo no lo llevé a Norberto allá. Lo eligió B. B King. Y sí, yo le hice caso a él fue porque era de mi confianza. Es el padrino de mi hija, imagínate. Viví con él 34 años de amistad y de girar juntos. Gente inteligente, como Vitico, dijo “qué bueno lo que le pasó a Pappo”. Norberto, cuando se puso la armadura del blues, no falló. Lo que pasó allá, en Estados Unidos después, es como decía Miguel Abuelo: “Satán metió su cola y esta vez fue sobre mí”. Todos somos humanos, nadie es  perfecto.

Es como que estaba a punto de dar un salto muy importante, firmar con una discográfica multinacional, y no se dio…
Sí. Y yo era su manager, no su cabeza. Lo digo desde el inmenso amor que le tengo a Norberto. Tuvimos dos buenas oportunidades para que firmara un contrato con una discográfica internacional, en Estados Unidos, y él las perdió. Ese fue un momento muy difícil para mí. Porque pienso que fueron dos años, trabajando 24 horas, los siete días de la semana, totalmente entregado a su carrera. Después, cuando nos volvimos a encontrar, diez años después, la química estaba viva, pero yo estaba en otro plan. Había venido al país con mi esposa y mis suegros. Volvía para mostrarles mi Argentina, mi país. Un día, que fui a la Rock and Pop a buscar unos pasajes, mientras estaba hablando con una amiga, Mónica Berge, que trabajaba en la radio, Pappo venía bajando del segundo piso y me gritó: “Shorton, ¿me perdonaste?” y yo le dije: “¿Vos, te perdonaste?”. Porque yo no la cagué. Y él dijo: “Siempre fuiste la lengua más rápida del oeste” y yo le dije: “Y vos siempre fuiste la mejor mano del blues que salió de la Argentina”. Entonces, me propuso laburar juntos otra vez y yo le dije que por lo menos venga y me diera un abrazo. Mónica nos sacó una foto al abrazarnos. De ahí, empecé a armar la gira con los de la House of Blues, que son los que ponen la guita. Él tenía una banda gringa armada, los convoqué y me dieron el OK. Entonces, fuimos con el sobrino de él, a ver esa banda a un club de blues en Down Town, Los Ángeles. Lo llamé diciendo que ya tenía la banda y que cuando podía viajar. Él me preguntó cuánto tiempo podía vivir allá con 60 mil dólares, que era lo que tenía. Entonces le dije que con eso y los shows, se podía quedar tres años. Pappo dijo: “Bueno, sácame de acá que hay una manga de gordos boludos que se suben a cantar en pijamas y dicen que eso es rock”. El odiaba a la Bersuit. Cuando ya tenía armado seis o siete shows, lo llamé y no me contestaba. Ese mismo día a la noche me llamó Adrián Canedo, que fue manager de Los Pericos, y me dijo: “Peter, no sabes quién se murió”. Yo contesté, lo que hubiesen contestado muchos: “Charly”. Cuando me dijo que era Pappo se me cayó el teléfono al piso. Al rato llegó mi mujer y me encontró llorando y a medio vestir. No recuerdo un momento más triste en mi vida. No hay nada que me hubiese gustado más que poder tener la revancha con Pappo en Estados Unidos. Esa fue la única materia pendiente que nos queda. Mi amigo sabe que yo puse lo mejor y a él justo le tocó irse. Él estaba re limpio en ese momento y tenía mucho por delante y justo le pasó esto. El lamentable accidente con el hijo, con el que no me llevo muy bien porque creo que no tiene códigos. Siempre busca plata.


En una entrevista que le hice hace un tiempo a Michel Peyronel, él me dijo que Pappo, cuando parecía que todo iba encaminado para el éxito o para pegarla con Riff, era como si apretara el Panic Button. A partir de tu experiencia personal, ¿coincidís con esta afirmación?
(Se queda pensando) Lamentablemente, tengo que coincidir con Michel y con Vitico. Pappo no se tenía fe, y abortó todos los proyectos que hicimos juntos. Yo perdí mucho tiempo con él. Espero que esto no enoje a nadie, pero es la realidad. (Hace una prolongada pausa) Mi silencio responde a tu pregunta… Una pena. (Se queda pensando) ¿Cuánto tiempo podés dedicarle de tu vida a alguien que no quiere tener una vida? En serio, yo no odio a Pappo ni nada, pero en verdad nos jodimos los dos. Y acá se terminó la entrevista…

Emiliano Acevedo