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viernes, 9 de abril de 2021

BRILLA LA LUZ PARA ELLAS, una entrevista a Romina Zanellato

 

Foto: Magdalena Azcazuri
Pocas veces el haz de luz literario se ha posado sobre las artistas de la escena de nuestro rock. Por eso el libro Brilla la luz para ellas. Una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2020 (Editorial Marea), es no solo una gran noticia sino, también, un trabajo cuya lectura es insoslayable.

Esta nutrida investigación, que incluye la voz de las propias artistas y trabajadoras de la música, materiales de archivo y bibliográficos, tiene por autora a Romina Zanellato, periodista especializada en música y feminismo quien reconstruyó el legado de las mujeres en este género popular.

La tapa del libro tiene una potente imagen de Paula Maffía, una paradigmática cantautora de la nueva camada que viene dando que hablar por su personal estilo y gran talento.

Partiendo del interrogante a cerca de por qué, en la mayoría de los casos, la historia del rock que, tradicionalmente, nos contaron no registró a la presencia de las mujeres en ella, Zanellato hace una amplia investigación conformada por más de 400 páginas en las que desfilan de forma cronológica, repartidas en seis décadas a partir de los 60, las figuras y experiencias más y menos conocidas de referentes femeninas del nuestro rock. El recorrido nos acerca a las pioneras como Cristina Plate, Gabriela, Carola, Mirtha Defilpo o María Rosa Yorio, los íconos de los 80 como Fabiana Cantilo, Leonor Marchesi, Celeste Carballo, Patricia Sosa y muchas otras, hasta llegar al cierre simbólico con el Gardel de Oro 2019 otorgado a Marilina Bertoldi, e incluso pasa por aquellas que irrumpieron en las escena en los 90 y principios de 2000.

Brilla la luz para ellas recupera también la historia de periodistas de rock, managers, trabajadoras de prensa, fotógrafas, técnicas y todas aquellas que pelearon por un lugar en la industria musical.

Nuestro interés por el rock argentino y los intersticios, hizo que le propusiéramos a Romina una entrevista para conversar un poco del proceso de elaboración de esta muy recomendable obra.

 

ENTREVISTA> ¿Cómo fue la génesis del libro? ¿Qué lo originó?

El libro empezó a ser una idea en mí a partir de que me diera cuenta que no sabía quiénes habían sido las primeras mujeres en el rock ni podía trazar una línea de tiempo medianamente clara, como sí podía hacer sobre los varones. Darme cuenta que tenía en mi mente un montón de información muy detallada sobre los rockeros en todos los momentos de la historia y no tanto sobre las mujeres me alertó, me angustió y me preocupó. Lo que vino después fue que me quise ocupar de revertir eso y me encontré con muy poca documentación y registro. No tenía todos esos datos porque no habían escrito sobre ellas, a pesar de que ellas estaban ahí.

¿Cuánto tiempo tardaste en hacerlo?

Tardé dos años desde que lo pensé hasta que se publicó. Escribí mucho, borré mucho, volví a escribir de nuevo. Hacer un libro de investigación lleva mucho tiempo y es muy difícil frenar.

¿Qué es lo que más te sorprendió durante la investigación?

La cantidad de músicas que desconocía (yo, que estoy leyendo sobre esto desde hace 20 años) y que la mayoría de las mujeres que entrevisté me dijo que la mayor resistencia que sufrieron a su música fue de parte de los medios de comunicación, los periodistas de rock.

En los 70, la mayoría de las mujeres músicas eran pareja de algún músico importante, ¿cuándo empieza a cambiar esa tendencia?

No, no podemos decir que la mayoría de las músicas eran parejas de otro músico, lo que podemos decir es que las artistas que registraron su música, que pudieron tener acceso a un estudio de grabación, fueron aquellas que tenían parejas que accedían a eso. Es muy distinto, porque no sabemos cuántas mujeres músicas hubo y que no quedaron registros, que no pudieron grabar sus canciones. Cuando estas mujeres que sí sacaron sus discos se separaron de estos tipos, bueno, ya no pudieron grabar. O tuvo que pasar una década para grabar. Eso se llama techo de cristal.

¿Cuál es el papel de las musas, groupies y allegadas en esta historia del rock?

Es el papel que ciertas mujeres quisieron ocupar en el rock, de lo que ellas desearon o pudieron hacer. Lo que a ellas les dio la gana. Cuando me hacen esta pregunta, que tiene un corte moral solapado, me pregunto en realidad, “¿qué es en realidad lo que me quieren preguntar?”. ¿Si está mal que se hayan cogido a los músicos que les gustaban? ¡Por supuesto que no! Lo que siempre respondo es: el problema es el señalamiento, el falso escandalizamiento, la mirada moral sobre la forma de vivir la sexualidad de las mujeres, la doble vara. El problema no es que haya habido musas, groupies, amigas, el problema es que no existían las mismas posibilidades para hombres y mujeres para grabar su música, que la pasen en la radio y subirse a un escenario.

¿Había en verdad feminismo en el rock en los 70?

No, las primeras veces que el feminismo se cruza con el rock es en los 80.

La segregación hacia la mujer también tuvo un correlato en la prensa rockera. A tu entender, ¿cuándo empieza a cambiar eso?

A partir de la demanda social de las mujeres post 2015, cuando ya no soportamos más que el discurso esté monopolizado por varones machistas sin perspectiva de género.

¿Cuáles fueron los obstáculos más importantes que tuviste que surcar durante el armado del libro? ¿Hubo protagonistas que se negaron a participar?

¡La pandemia! Las últimas entrevistas iban a ser presenciales y por la pandemia fueron por teléfono o por zoom, y eso le quitó un poco de magia al momento. Hubo gente que no quiso charlar conmigo, pero eso no fue un problema, el mayor problema fue la falta de documentación y registro sobre ciertas músicas. Sobre todo en los 60 y 70.

¿Cuáles son las continuidades y rupturas que se viven con respecto al papel de la mujer en el rock luego del advenimiento de la democracia?

Absolutamente todo cambió, menos el machismo.

En los últimos veinte años se viene dando una mayor presencia de las mujeres, tanto en grupos como solistas… ¿Se debe a que el rock va dejando de ser machista o es tan solo una ilusión?

El rock es machista en tanto y en cuanto lo sea la sociedad. En los últimos veinte años lo que hubo es un trabajo de ciertas mujeres desde el under, la autogestión, que demostraron a otras que se podía ser artista y vivir de cierta manera haciendo música. Que era posible ser mamá y ser música, ser lesbiana y ser música, ser vieja y ser música, ser joven y ser música, algo que no podíamos saber antes porque no lo podíamos ver. Mientras más haya, más chicas van a saber que existe esa posibilidad, que si sueñan con tener una banda o cantar lo pueden hacer.

¿Qué iguala o diferencia al papel de la mujer en nuestro rock del internacional, en especial en Estados Unidos o Inglaterra?

Nos diferencia que somos latinoamericanos y pertenecemos al tercer mundo. Son distintas opresiones las que operan sobre nosotras. Cuando hablamos de feminismo interseccional hablamos de las variables que operan sobre cada una: la raza, el lugar (urbano o rural, primer o tercer mundo), la clase, etc.

Muchas veces, es el público el que manifiesta un destrato hacia el papel de la mujer en el rock, ¿cómo cambiar esto?

El público empezó a entender que es un actor político, que tiene responsabilidades y obligaciones, así como lo tienen les artistas. Si el público quiere que haya más mujeres y disidencias en los escenarios, pues tiene que escucharlas más.

Emiliano Acevedo

 

sábado, 5 de mayo de 2018

CAROLA KEMPER: "Yo era la Dama Negra, fina y rea a la vez..."


Se llama Carolina María Fasulo Kemper, pero en la historia del rock argentino todos la conocen como Carola, a secas. Ella fue una de las poquísimas mujeres que se animó a hacer rock y blues en esos primeros setenta, siempre acompañada por su ex pareja, el genial pianista y tecladista Carlos Cutaia. Lo que se dice, una verdadera pionera.

Una noche de diciembre de 2016 nos encontramos en el Virasoro Bar de Palermo, en un concierto de la cantante de jazz Barbie Martínez, y nos salió esta nota. En ella desmenuzamos toda la carrera artística de Carola, desde su infancia, pasando por sus históricos álbumes Damas Negras (1974) y Rota Tierra Rota (1979), hasta la actualidad; en donde se encuentra inmersa en un nuevo proyecto llamado Almendrita, una versión musical en clave opera reggae del cuento de legendario Andersen, junto a su hija Carolina y otros músicos jóvenes y talentosos. Por otro lado, Carola prosigue con su actividad como crítica teatral en un programa de FM La Tribu.

ENTREVISTA> ¿Cómo fueron tus primeros acercamientos a la música?
Se dio en forma natural. Desde chica me gustó cantar. Pero más en el colegio, no tanto en mi casa. Como iba a un colegio inglés, ahí se le daba mucha atención a los deportes y a la música. Se hacían muchas actividades al respecto, y era común que te hicieran subir al escenario a cantar. En mi casa, mi mamá gustaba mucho de la Música Clásica, por ejemplo, Mozart, Beethoven… por lo que, para ella, mi inclinación por el rocanrol fue algo terrible… (risas) También me gustaba cantar bosanova, Chico Buarque… Toda esa música divina de los sesenta. Luego, además de las artes musicales, me dediqué a la danza y también al teatro.

¿Cómo fue largarse a cantar en ese primer rock argentino, en donde no era tan usual para una mujer subirse a un escenario?
Convengamos que el rock fue y es machista, pero también tiene un costado sensible, que se palpaba mucho en esos años, en donde me tocó vivir un momento muy hermoso. Estoy muy agradecida a la vida, sinceramente, porque nunca pensé que iba a ser tan lindo todo lo que me pasó. Yo era aún muy naif, no me daba cuenta de la trascendencia de la cosa. Cuando estaba por grabar mi primer disco, todo era muy espontaneo para mí, agarraba la guitarra y sacaba las canciones. Luego eso fue creciendo. Ahora, cuando quise ingresar como compositora a SADAIC, tuve que rendir dos veces el examen... Me rebotaban todas las letras que escribía, tipo “La loca alemana” y demás. Por eso tuve que escribir la letra de una zamba, para que me aprueben… (risas)

¿En “María Corazón”, el hit de ese primigenio Damas Negras, te hablabas a vos misma?
Realmente, es más para las bailarinas. Viste que en el baile ubicarse bien el coxis tiene una importancia fundamental. Una bailarina tiene que tener una gran disciplina, no ser afectada por casi nada, sino no podés bailar. Creo que ese fue uno de los temas que más gustó del disco. Además, tiene uno de los mejores solos de piano grabados por Carlos en mis discos. Era buenísimo.

“Isidora superstone…”
Claro, porque, además de bailar, un porrito, de vez en cuando, tampoco venía mal… (risas)


¿Cómo era trabajar con Carlos?
Siempre tuvo un gran manejo de las situaciones, desde muy joven. Le decían “El Conde”. Imponía respeto; fue y es un gran músico, y siempre supo llegar a donde se proponía en los términos compositivos e interpretativos, sabía decirle a todos otros músicos que era lo que quería y como. Todo el mundo le hacía caso, pero porque las cosas que proponía iban bien, funcionaban.

¿Cómo se te ocurrió la letra de “Blues de una vez más”?
Fue un momento muy fuerte de mi vida, de mucha inspiración. Claro, porque yo aún era una pendeja, obviamente, pero viste que cantar blues es como sentirse medio vieja, digamos… es como que viajé en el tiempo ahí. El blues es lo más… ¿Quién no toca un blues en medio de un ensayo? Como dice en la letra… “La máquina del blues…” es así, dejarse llevar por esa música que está siempre ahí, de una forma u otra.

¿A qué bluseros admirabas?
A Buddy Miles. Es más, de chica hasta me compré una batería, y aprendí mucho escuchando. Me encantaba Buddy Miles, lo que hacía él, su forma de tocar la batería y cantar.

¿Y “Avenida Libertador”?
Aunque no lo creas, ese tema me hizo trabajar en publicidad. Porque un publicitario muy famoso estaba deslumbrado por esa canción. Él vivía en Martínez, y viajaba todo el tiempo por Avenida Libertador. La letra surgió así porque soy una persona muy romántica… (risas) Quizás fue mi respuesta a “Avenida Rivadavia” de Javier Martínez… (más risas) Siempre me pareció fascinante el trabajo de Javier.

¿Y Spinetta te inspiró “Hadas de dónde”?
No. Lo único que me inspiró fue su libertad poética, el tomar determinadas palabras y darles vida, dejarlas volar. Pero yo ya tenía esa veta compositiva incorporada de entrada en mí, antes de conocerlo a él, cuando trabajó junto a Carlos en Pescado Rabioso.


¿Y cómo fuiste desarrollando ese tema tan largo?
A mí me decía “La dama negra”, porque me vestía de negro, y tenía una cosa bien british. El famoso vestido que aparece en la foto del disco, era color cobre, de seda, y me lo había hecho a medida y a mano una vestuarista espectacular, exclusivo para mí. Fue casi un acto de amor, y eso se nota en esa imagen tan fuerte, casi icónica, que sacamos en nuestra casa de San Telmo. Quedé en la memoria de los que tuvieron el disco como una mujer muy linda, rea pero también fina. El diseño de la tapa viene del diseño de una camisa de Juan Gatti, el famoso dibujante y creador de la mayoría de las tapas de rock de aquellos años. Nos había gustado tanto la tela de su camisa, que así quedó. Porque siempre estuve muy copada con lo dadá, con el juego, y así quedó la tapa… Como un juego. También estaba muy copada con el Tarot, y eso se nota en la letra de “El ermitaño (seductor)”, que es una letra de Tarot. Esa canción le copaba mucho a León Gieco, me acuerdo.

¿Y “Oh, gran lago”?
Lo hice en Córdoba, en una casita en la que habíamos ido a vivir con Carlos. Esos pueblitos típicos de montaña, en donde te dan leche de cabra. Todo era montaña y lagos. Nosotros vivíamos enfrente a un lago, y se lo dediqué a ese lago.

En ese tema hasta tenés un registro vocal diferente al del resto del disco…
Sí, porque en esos años estaba cantando muy bien. Antes, en una época muy temprano de mi vida, cuando salí de la escuela, había cantado en el coro de una iglesia, en donde había gente profesional, hasta del Teatro Colón. Yo era soprano, y en esa época hasta podía cantar La Flauta Mágica… Ahí conocí a un cantante con voz de bajo, y me casé con él. Un bajo y una soprano ligera, juntos. Fue un acto de amor disparatado, pero no duró mucho… (risas)

La Loca Alemana sí sos vos…
Sí, soy yo. Era como me imaginaba en un futuro, cuando fuera más grande. Es una fantasía psicodélica también. Y así como tenés psicodelia en esta canción, en “Noches de Ciudad” tenés un blues bien clásico, sin ninguna vuelta.

¿Por qué no pudiste tener continuidad como cantautora luego de ese primer disco?
Para mí no fue tan fácil, porque nosotros formamos una familia con Carlos, y yo tuve que trabajar en muchas otras actividades. Hacia comedias musicales, trabajaba con Tato Bores. Hice publicidades con Luis Puenzo. Siempre fue un poco así. Lo importante fue poder grabar y tocar en algunas oportunidades, aunque no fueran tan seguidas.

¿Y de dónde sale esa onda progresiva que tiene Rota Tierra Rota, el disco que hiciste a dúo con Carlos, CeCe Cutaia, en 1979?
Porque Carlos estudiaba muchísimo piano en esa época. Estábamos en otra atmosfera creativa, por eso tiene unos solos espectaculares de él. Tiene temas más largos, como “El dragón y la princesa”, bien de rock progresivo. Fue un material que compusimos a dúo, porque yo siempre pude cantar muy fluidamente al lado del piano. Por otro lado, a mí siempre me gustó el mundo fantástico y eso se nota en algunas de las letras de ese disco.

La canción “La gente quiere saber”, ¿estaba inspirada en lo que ocurría en el ámbito socio político de aquellos años del Proceso Militar?
Justamente, lo que nosotros no queríamos perder era ese espacio de la imaginación. Es como la película El Pianista (Roman Polanski, 2002), que transcurre en pleno nazismo. Entonces, en ese momento, lo mejor que podíamos hacer era seguir tocando el piano. Ni siquiera se podía hablar, porque hasta podías desaparecer.

Eso te inspira la letra que dice “La gente teme la verdad en esta tragedia”
Claro. En “Rosa Diamante”, exactamente. En ese momento, la posibilidad de cambiar el mundo, era apegarte a tus amigos. Algunos sobrevivieron, aunque también perdimos muchos amigos en aquellos años.



Y de “Luna Cruel”, uno de tus temas más celebrados en ese disco, ¿qué recordás?
Ese tema, aunque no lo creas, está inspirado en la época en que estudiaba literatura inglesa en el colegio, cuando tenía quince años. Porque en El viejo y el mar, de Hemingway, esa moraleja de “lograste todo, pero no te sirvió para nada”, me mató. Había una parte que explicaba que para los marineros la mar era femenina (a pesar de que en inglés, the sea no es ni masculino ni femenino), y la crueldad es la luna. Uno pensaría que the moon es “un amor”, pero Hemingway la piensa como muy cruel. Esas cuestiones literarias quedaron muy en mí, durante todos esos años.

Un gran tema de ese disco es “Rota Tierra Rota”.
Más que nada era esa sensación del puente. Eso era lo más importante. Hablaba de cuestiones energéticas, por eso de lo de “imantados corazones”. Era justo un momento de gran crecimiento musical y compositivo para Carlos, y mis letras estaban en un momento más fantástico, energético, casi cuántico. Por ahí andaba la poética de esa canción. Tiene que ver con lo ecológico, pero muy poco; no tanto como “Nena Miel”, un tema que he vuelto a hacer en mi proyecto actual. Ahí estaba hablando sobre el poder fuertísimo de la miel, algo en lo que sigo enganchada hasta hoy. Más que nada, “Rota tierra rota” tiene que ver con eso, con ese poder de la naturaleza.

¿Por eso lo de Rosa Diamante”?
También, parece un disco conceptual, pero tampoco fue algo intencional. En todo caso, la poética me surge de lo que está pasando, digamos. No es algo establecido adrede. No es que pensamos en hacer un disco para hablar de la ficción que surge en la naturaleza. Porque si no sería como imitar a Proust, quien ochenta años antes ya escribía sobre gente que sentía en el cuerpo “el brotar de la naturaleza”. No, no funciona así la inspiración. Si no que es un tiempo y un lugar, y en ese momento de mi dúo con Carlos, se me disparó para ese lado, bastante diferente a la lírica de Damas Negras.





¿Cuáles fueron las diferencias compositivas sustanciales entre ambos discos?
Yo tocaba la guitarra en Damas Negras, de ahí, la composición de las canciones fue hecha a partir de la viola. Eran temas más míos. En Rota Tierra Rota, mi función fue más la de cantante-poeta, y la composición la definía más Carlos. Por otra parte, Rota Tierra Rota tardó mucho más tiempo en grabarse que Damas Negras. Lo grabamos en un estudio que tenían Phonogram en la calle Belgrano, unos estudios hermosos que ya no existen más, y con unos músicos geniales, que nos acompañaron a Carlos y a mí: Ricardo Sanz (bajo), Julio Presas (guitarra) y Carlos Riganti (batería).

¿Cómo ves ambos discos a la distancia?
La verdad, me dan un orgullo total. Nunca pensé –mientras los grababa- que iban a envejecer tan bien, como los buenos vinos… (risas) No les cambiaría nada, me siento plenamente reflejada en esa mujer que fui cuando los grabó, y pienso que fueron momentos en los que pusimos todas las fichas a eso. No nos quedamos con ganas de nada.

Luego, ¿cómo siguió tu actividad artística?
A partir de los ochenta, empecé a trabajar junto a Fernanda Correa, una diseñadora de arte que trabajaba con Los Twist y con Fabiana Cantilo. Con ella filmé mi primer videoclip, de una propuesta musical punk que hice en Cemento, La Novia de Frankenstein, que fue premiado en el primer Festival del Arte Joven. A partir de ahí, me empecé a interesar mucho por la realización audiovisual. No solo por lo visual, sino como una forma más de lenguaje artístico. Me copé mucho con esa cosa fragmentaria que tenían esos primeros clips fabulosos de Prince o Madonna. Ahí se jugaba mucho con los efectos visuales. Por ejemplo, el video de La novia de Frankestein estaba solarizado. Efectos de vanguardia para esa época, porque en el cine argentino no existían. En esa época era muy under la cosa aún. Capaz que se juntaban 200 o 300 personas, y pasábamos los videos que hacíamos en el (Teatro) San Martín. Ahí fue en donde me seleccionaron en un Video Fest europeo. En ese festival conocí a realizadores daneses, italianos, franceses y alemanes… Ahí también empecé a ser conocida como Carola Kemper, que es mi apellido materno. Con la música recién arranqué de vuelta hace unos años. Porque me impactó bastante conocer a los realizadores audiovisuales daneses. Justamente, traduje un libro que me dieron en la Video Fest de Berlín, acerca de la historia de cómo empezaron a hacer arte audiovisual en Dinamarca. El video como arte es muy caprichoso, muy experimental. Una especie de cuadro abstracto en vivo. Así que empecé a estudiar en el Centro de Arte Ricardo Rojas, pero como no me sacaban mi libro en EUDEBA, decidí hacer una adaptación de un cuento de Andersen, una “Opera Reggae”, y así fui craneano mi última producción musical, Almendrita, en donde tuve la compañía de mi hija, Carolina Cutaia, quien estuvo estudiando percusión, y en el disco se toca todo, desde un yembé bahiano, pasando por un cajón peruano y muchas más percusiones. Con ella tocamos bastante, compartiendo los primeros años de los 2000, haciendo este proyecto.

¿Quiénes más te acompañan en este proyecto de Almendrita?
Martín Schavelzon, el bajista que toca conmigo, quien me ha dado una ayuda muy importante. Desde la tapa… También participaron Michael Fernández (guitarra) y Ada Rave (saxo tenor). Si no hubiera sido por el apoyo que ellos me dieron, y varias personas más, no hubiera hecho el disco, que finalmente se editó en 2015. Porque siempre hay que aunar fuerzas para que un proyecto musical pueda salir adelante. Ahora estoy en una etapa de mucho enamoramiento con el jazz. Tengo ganas de hacer un nuevo disco que tenga algunas canciones de grandes compositoras mujeres que admiro: María Ezquiaga, de Rosal; y Luciana Tagliapietra, que hizo su primer disco con Litto Nebbia, producida por el propio Litto y con él cantando en una canción también. O sea, me gustaría hacer un disco como intérprete de otros autores, quizás con un único tema mío.

¿A quién sentís como tus continuadoras en el rock?
Hay varias chicas que me mostraron afecto. Por ejemplo, Claudia Puyó, quien vino a abrazarme una vez, cuando todavía era re chiquitita. Y mirá que carrera que hizo luego.

¿Cómo llegaste a trabajar en La Tribu?
Gracias al periodista Ezequiel Abalos. Un gran amigo y difusor del rock argentino. Así comencé mi labor como critica de teatro. A mí me parece que el panorama cultural argentino es copado, y nos hace bien a nosotros mismos. Es bueno tener un perfil propio, sin ser ultranacionalista. No hace falta llegar a eso, para mantener y desarrollar nuestra propia identidad cultural. En cuanto a nuestro teatro, me parece que es una escena que está muy viva, que tiene mucha sorpresa, y que visualiza lo que no está pasando. Son escenas de cosas que nos pasan, porque la sociedad está cambiando todo el tiempo. Hay distintas expectativas y lugares para plantarse en la sociedad actual, y eso está muy bien mostrado en el teatro.

¿Cómo vez al rock actual?
Pocos y pocas artistas me parecen interesantes. Creo que la música te tiene que arrastrar, y no hay muchos artistas nuevos que compongan canciones u obras que arrastren al oyente, como sí ocurría más seguido antes. Si no te arrastra… Qué sé yo, también hay muchas cosas nuevas que son divertidas, y están dedicadas a una juventud actual, que ya se divierten con otras cosas. Hay mucha gente interesante, pero son los menos los que arrastran. Pero es algo que pasa en todas las artes, no es un fenómeno privativo de la música, pasa en la literatura, pasa en el cine, en el teatro, en la pintura.

¿A que otros músicos nuevos admirás?
Me gusta muchísimo El Cruce de los Unders, de Nahuel Briones; él es un artista que me admiro mucho. Nahuel me parece un visionario, un petite Spinetta… (risas) Él es uno de los pocos artistas argentinos que arrastran. Lo pasan poco en la radio, pero es un súper artista. Creo que hay un poco de sadismo en eso. Quizás sea porque estamos tan vendidos al extranjero, que nos creemos tan poco nosotros. Por qué no lo pasan más en la radio a él y a un montón de artistas argentinos más, en vez de tanta basura extranjera. En fin, son cosas que nunca entenderé. Los argentinos estamos algo distraídos de nuestra propia realidad. Por eso me gusta tanto la radio La Tribu FM, porque, a diferencia de otras emisoras, sí está al tanto de todo lo que pasa en la cultura argentina. Somos víctimas de una universidad muy mediocre de publicistas, -algunos, no digo todos, por supuesto- que no le da pelota a la difusión de lo nuestro. Ese desprecio nos detiene mucho a los artistas, nos deteriora mucho… Hay que tener una actitud artística muy garbage para hacer frente a eso…

¿Qué música te conmueve más en esta época?
Me gusta mucho el jazz, hay un montón de músicos actuales que me conmueven mucho. Son músicos muy sensibles, que están prendidos a sus instrumentos, tocan todos muy bien. Hay una infinidad de nuevos valores que te podría nombrar.

Para terminar, una pregunta que hacemos siempre: ¿Qué tema de otro te hubiera gustado componer a vos?
“Zona de promesas”, de Cerati. ¡Qué hermosa canción! (canta) “Mama sabe bien… perdí una batalla…” Muy buena letra y melodía: “Tarda en llegar, y al final, al final, hay recompensa…” Lo sintetiza muy bien todo. No hace falta agregar más nada, ¿no?

Emiliano Acevedo



jueves, 5 de mayo de 2016

CAROLA, Damas Negras: El Blues con polleras...



Es el Blues, ¿entendés, loco? El Blues… Y una de las minas que mejor lo cantó en castellano fue Carola, especialmente en su monumental primer álbum, Damas Negras. Además, fue una de las primeras vocalistas femeninas de nuestro rock, junto a Gabriela y Cristina Plate.

Su nombre real era Carolina María Fasulo, y fue la esposa del pianista Carlos Cutaia. Justamente, a fines de los 70, ambos integrarían un proyecto musical en dúo llamado C.C.Cutaia. Pero antes, mucho antes de eso, Carlos impulsaría a Carola a dar forma a este Damas Negras, en 1973, junto a un seleccionado de músicos invitados de excepción como Oscar Moro, Bocón Frascino, Emilio Del Guercio y Ricardo Jelicié.

Carola era una cantante excepcional, le daba vida a cada canción que interpretaba, vocalizando igual de bien tanto temas fuertes como sutiles. Ella misma le contó su historia a Alfredo Rosso, en una entrevista de 1996: “Yo siempre canté, desde chiquita. Lo primero que hice fue estudiar bailes españoles, tocar las castañuelas y zapatear. Me encantaba el rock n´roll, que en ese momento era una cosa medio prohibida. Al salir del secundario, empecé a estudiar danza, y en 1971 rendí una prueba para entrar en la troupe de la puesta argentina  de (la Opera Rock) Hair…”

Luego de ese hito en su carrera Carola descubrió lo que era componer canciones “en un sentido rockero”, según sus propias palabras. “Un estilo diferente, contracultural… Éramos enemigos de un montón de cosas que sentíamos como parte del “sistema”. Los dos compositores que más me influyeron fueron Javier Martínez y Spinetta. Justamente, todo lo que hice en Damas Negras tiene que ver con esa poética. Esa cosa de ´si no hablo de mí/ de quien voy a hablar´ de Manal y toda la poética de Luis Alberto están presentes y me motivaron temas como el propio ´Damas Negras´ o ´Hadas de Donde´”.

Y es que Carola no era ninguna improvisada, además de componer lindas letras, tenía un gran entrenamiento musical formal y sabía tocar la guitarra. Asimismo tenía la posibilidad de trabajar codo a codo con un músico extremadamente talentoso como Carlos Cutaia, quien oficiaba como arreglador, acompañante y director musical de su mujer. Esto ocurrió cuando el músico se alejó de Pescado Rabioso, a principios de 1973. Carola ya había grabado en 1972 un simple con los temas “Eva estirpe terrena” y “El viaje” acompañada por David Lebon. Este Damas Negras, que sería su primer (y único) álbum solista, sería grabado en ese mismo año 73, en los estudios Phonalex, y es editado en 1974 por Talent, el mítico sello de Jorge Álvarez. Más tarde, dos de los temas del álbum fueron elegidos para la difusión, al integrar dos compilados de la discográfica: “Blues de una vez más” en Rock para mis amigos, volumen 2, y “María Corazón” en el volumen 3.

UN DISCO EXTRAÑAMENTE HERMOSO…

Damas Negras empezaba con un blues hecho y derecho: “Blues de una vez más”, con Carola en voz y guitarra y Carlos Cutaia en piano. Un tema muy sencillo y encantador, en donde la vocalista demuestra que bien sabe cantar “como una negra”, armonizando con ella misma. ¡Y qué liricas!: “Una vez más, vuelvo a casa/ y me miro en el espejo/ ¿Qué es lo que pasa conmigo?/ Que vieja estoy…” Para finiquitar la canción con un antológico: “Una vez más, vuelvo a hacerlo/ yo me dejo ir con él…/ Que máquina tienes blues…/ La Máquina del blues…” Un himno. Una apertura bien arriba para un disco que no deja respiro.

Si el primer tema era descarnado y simple, el segundo, “María Corazón”, directamente, te pasa por arriba. Rockazo con Cutaia (piano), Jelicié (bajo), Moro (batería) y Bocón Frascino (guitarra eléctrica). Casi casi, un mini Pescado Rabioso, en donde Bocón y Cutaia se sacan chispas, mientras que Carola se canta a si misma: “Ubícate bien el coxis y entrénate lo mejor / reventada bailarina, Isadora súper Stone…”, a la vez que se aconseja darle duro “a la matraca”, mandando “al carajo lo demás…” Un temazo que permanece entre las gemas no tan conocidas de esta etapa fundacional de nuestro rock.

En “Oh, Gran Lago”, como decía Carola, a partir de la lírica spinettiana, la cantante da vida a una hermosa canción, muy sutil, casi en la onda Traffic, en especial debido a la participación de Jorge Cutello en flauta. También se destaca ese grande de la batería como fue Osvaldo López, quien luego acompañaría a Spinetta en su disco A 18 minutos del sol. Por supuesto, Carola la descose, cantando tan dulcemente como puede, en forma magistral, anticipándose casi 10 años a vocalistas que curtieron este mismo estilo, como Celeste Carballo. Curiosamente, en esta canción no participa Cutaia. 

Un sentimiento melancólico es el que impregna “Noches de ciudad”, otro blues sutil en donde Carola espera a ese hombre “que vendrá hacía mí”, o a ese Dios “qué no está con nosotros, como el pan”. Sin dudas, un hermoso tema, que con una lírica simple va descubriendo una realidad urbana y muy porteña. Participan aquí Cutaia, que la vuelve a descocer con un solo antológico de piano, y una base deluxe: Emilio Del Guercio (bajo) y Oscar Moro (batería).

En el rock “La loca alemana”, se cuenta la historia de un curioso personaje (¿otro álter ego de Carola?), como tantos hay en la metrópoli, “con dos mil cien años, y dos mil cien amigos”. Una almacenera demente, que hace culto de la “senectud, divino tesoro”. Otra canción con ritmo muy marcado en la que participan los mismos músicos que en “Noche de ciudad”.

Blues en estado puro es lo que se destila en “Avenida Libertador”, impresionante bosquejo de la famosa arteria porteña, en donde el personaje de la canción, cual mujer fatal, se deja llevar por su amante, “en las noches de luna llena”. Otro tema que cuenta con la participación del Bocón Frascino y su guitarra blusera, y con Carola cantando con mucho ecoooo… Un gran momento de este álbum.

En la letra de “El ermitaño seductor” se aprecia la influencia nietszcheriana en la poesía de Carola, especialmente, debido a su historia que relata las vicisitudes de un eremita que  “solo sabe andar” y que, cual si fuera Zaratustra, “con su linterna aclara la oscuridad…”, cantando “junto a la serpiente”. Otro tema muy bien elaborado en lo instrumental, que cuenta con la participación estelar del notable cellista José Bragato.

Así llegamos al final de este álbum con su tema homónimo: “Damas Negras”. Como decía Carola, otro momento spinettiano, es una canción larga (8.25 minutos) en donde la cantante entona complejas liricas, en sintonía con (y posiblemente inspirado por) el “Cristalida”, de Pescado Rabioso. Otra vez, Cutaia realiza una labor destacada en lo instrumental, no solo en piano sino también golpeando unas maderas, que son utilizadas como una inusual percusión. Carola se esfuerza por interpretar lo mejor posible su letra más compleja, y lo logra, cantando igual de bien cada una de las secciones de este tema, en donde también participan Del Guercio y Moro. Sin dudas, un gran final para un gran álbum.

Luego de la grabación de este Damas Negras, extrañamente, quizás debido a su carácter “divagante”, como explicaba ella misma, Carola no insistió en esta veta blusera que tan bien había interpretado. Con el correr de los años se dedicó a las comedias musicales, llegando a trabajar en teatro con Tato Bores, e, incluso, interpretando Chicago, la comedia musical de Bob Fosse. Más tarde emprendería el proyecto de Ce-Ce Cutaia, a la vez de continuar con sus trabajos como modelo publicitaria y realizando talleres de video. 

Ojalá algún día volviera a cantar estos blues… Si se anima y tiene ganas, señora Carola, véngase, de donde quiera que esté, que va a ser un lujo volver a escucharla…

Emiliano Acevedo