martes, 8 de diciembre de 2020

LA VIDA Y NADA MÁS (el homenaje de Greil Marcus a John Lennon)

Enterarse de que John Lennon fue asesinado por un fan, que lo mataron por ser quien era y por lo que era, fue como ver a la persona que uno ama en el instante en que la atropella un auto. La razón lucha con la contradicción entre los hechos concretos y la incredulidad, se resiste al paso normal del tiempo, detiene el tiempo, trata de hacerlo retroceder. La conciencia le da vueltas y vueltas a los hechos, probando las palabras que transmiten el acontecimiento para ver si las palabras realmente significan lo que están diciendo.

Leemos que el atentado contra John Lennon es tan solo un ejemplo más de un anónimo don nadie en busca de notoriedad poniéndole fin a un famoso, pero esto no solo parece no haber sido el motivo de Mark Chapman, sino que no parece haber otros ejemplos. No creo que haya algún otro antecedente del asesinato de una figura pública por parte de una persona que estaba estrictamente atada a la víctima a través de los roles que ambos interpretaban como integrantes de la cultura popular. Como esto no había pasado nunca, tenemos que hacernos dos preguntas: por qué John Lennon, y por qué ahora.

The Beatles y sus fans representaban una imagen de utopía, de vida feliz, y la imagen consistía en que uno podía unirse a un grupo no para perder la identidad individual, sino para encontrarse con ella: para encontrar la propia voz. Era una imagen utópica que englobaba cualquier deseo de amor, familia, amistad o camaradería; mientras The Beatles fueron The Beatles, esta imagen fue el fundamente del amor y la política. Le dio forma d nuestro sentido de la posibilidad y del fracaso, del valor de las cosas.

El corazón de esta utopía de felicidad, fresca y resplandeciente, era el romanticismo: la mejor historia de esperanzas pop y de sueños que jamás haya existido. Pero la utopía se basaba –gracias a John Lennon- en la inteligencia, la ansiedad, la contingencia, la duda y la lucha. John Lennon formaba parte del principio de placer de The Beatles, y esa es la razón por la que hubo tantos que se obsesionaron con él. Si The Beatles fueron una aventura colectiva, John Lennon era su punta de lanza y su centro. John Lennon fue el que nunca recibió ningún premio de parte del pop, el que mantuvo las preguntas abiertas y vivas mientras duraron The Beatles - ¿cuál es el sentido del grupo?, ¿qué es capaz de hacer?, ¿cuándo debe ser abandonado?-, y fue Lennon el que, una vez que The Beatles se acabaron, sostuvo la lucha por encima de la imagen de utopía. Lennon rompió esa imagen en “God”, pero una nueva imagen de utopía, de lo que significa vivir bien, de descubrir en qué consiste una vida feliz, se formó en la manera, más bella imposible, en la que canta los últimos versos de esa canción: la forma en que cantaba, “I was…”, la forma en que cantaba, “…but now”.

No importa en que se haya convertido después, John Lennon nunca más volvió a ser una estrella pop. Mucho más que Paul, George o que alguien con los pies en la tierra como Ringo, John Lennon se volvió bien real. Mucho más que ellos o que ningún otro en la cultura posbeatle, Lennon transmitía la verdad de que se necesitaba alguna imagen utópica  (sea la utopía de la enorme y borrascosa pasión que perseguía con su esposa o la de una canción en la que decía exactamente lo que quería decir y era comprendido). Esta imagen de utopía no era solipsista. Inalcanzable y por ende más preciosa aun, siempre asumía la existencia de otras personas, de cuya presencia dependía, se tratara de Yoko Ono, o de vos, o de mí, o de Mark Chapman, y a causa de la forma en la que John había cantado “Anytime At All”, “There´s A Place”, “Money”, “In My Life” o “Don´t Let Me Down”, y a causa de la forma en la que siguió cantando “God”, “Well Well Well”, “Oh, Yoko”, “Stand By Me” o “Just Because”, nunca perdió su fuerza. Esta es la razón por la que mataron a John Lennon, y no a uno de los famosos que acaban de contratar un servicio de guardaespaldas.

¿Por qué ahora? Bueno, eso es un poco más complicado. Sí, Mark Chapman parece haberse quebrado. Sí, después de cinco años John Lennon volvía a ponerse en contacto con una audiencia, que trataba de enterarse de lo que tenía para decirle y de lo que el público tenía para decirle a él. Ninguno de estos hechos aborda la verdad indiscutible de que nada parecido al asesinato de Lennon había ocurrido antes. Lo que permitiría plantearlo, creo, es el radical cambio en la naturaleza del discurso público en los Estados Unidos del año pasado.

El mensaje escondido detrás de la elección de Ronald Reagan el 4 de noviembre fue que hay alguna gente que pertenece a este país, y otra que no; que hay gente valiosa y gente que no vale nada; que algunas opiniones son sagradas y otras son el mal mismo; y que, con la bendición de Dios, los mensajeros divinos separarán a los unos de los otros. Es como si los puritanos hubieran atravesado trescientos años de historia estadounidense para reclamar la sociedad que alguna vez fundaron aceptando la peor vulgarización de sus creencias, si eso significa que, una vez más, Dios y sus servidores serán capaces de contemplar los Estados Unidos desde las alturas y separar a los elegidos de los réprobos, a los redimidos de los condenados.

Tal mensaje probablemente no inspiró a Mark Chapman de manera lógica. Pero ese mensaje, que les dice a las personas que son inocentes y que los culpables son otros, puede servir de justificación para que un acto demente privado tenga una dimensión pública. Puede ser el fundamento del amor y la política. Si miembros del Ku Klux Klan y nazis tuvieron el derecho a matar comunistas en Greensboro, y un jurado dijo que fueron ellos, entonces en un cierto nivel moral vos y yo, y Mark Chapman tenemos el derecho de matar a quien perturbe nuestras vidas. Creo que esta es la razón por la que este acontecimiento sin precedentes ocurrió justo ahora, y no antes.

Como escribió el crítico Jim Miller, el rock funciona como una experiencia común y una obsesión privada. Son cosas que no pueden separarse; de hecho, una se alimenta de la otra. Tengo mis propias razones para lamentar la muerte de John Lennon –una canción, o un momento de Help!, que quizás nunca haya significado nada para vos-, pero tus razones son básicamente las mismas, y por eso fueron las reacciones de otras personas al asesinato de John Lennon lo que me produjo una angustia insoportable. Abrir la puerta y encontrarme con un amigo con los ojos colorados; ver a un hombre yendo a trabajar con una cinta negra en el brazo; entrar en el negocio de una amiga y notar la foto de John Lennon pegada detrás del mostrador (el asesinato produjo este tipo de cosas, que hicieron que los últimos dieciséis años se derrumbaran sobre mi cabeza como si hubiera llegado la hora de pagar por cada momento de placer, de afecto y amistad que contenían).

Cuatro días después de que mataran a John Lennon, cuando me desperté esperando encontrarme con la música de The Beatles en la radio y la historia en primera plana, el proceso por el cual la mente lucha con el hecho que se resiste a aceptar seguía funcionando. Hojeé el diario, para ver si me había perdido algo; recorrí las estaciones del dial. Nada. ¿Quiere decir, pensé, que terminó? ¿Qué ya no está muerto?

Greil Marcus

(Publicado en Rolling Stone, 22 de enero de 1981)