jueves, 26 de octubre de 2017

Una visita a los Chess Records: El alma y la historia del Blues Eléctrico



Me parece increíble estar en el museo de los Chess Records, en el número 2120 de la avenida South Michigan, en Chicago, Illinois. De pronto, la visión de esas consolas de grabación, o los estudios con esos micrófonos conderser originales, me hace retrotraer a aquellos gloriosos años cincuenta y sesenta, esas dos décadas en las que aquí se grabaron decenas de álbumes clásicos del blues, el primer rock y el soul. Los años dorados de la música negra. Todo está intacto, las grabadoras impecables con sus carretes colocados, como si hubiesen sido utilizados ayer, y las oficinas, en donde los hermanos Chess junto al legendario Willie Dixon, decidían los pasos a seguir por la compañía. Los fantasmas de esas leyendas me parecen saludar en cada uno de los ambientes de este recinto sagrado, factoría de gran parte de lo mejor de la música popular norteamericana del siglo pasado. ¡Si hasta parece que en cualquier momento entran a grabar Chuck Berry o Muddy Waters! Una historia inmortal que me gustaría recorrer con vos en esta nota. 

LA TIERRA DEL GOSPEL, EL COUNTRY Y EL BLUES

Los orígenes del rock hay que rastrearlos en el sur de Estados Unidos, la cuna del blues y del country. Según las estadísticas de la década del cuarenta, se habían trasladado a Chicago más de medio millón de negros, huyendo de la miseria, en búsqueda de una mejor calidad de vida, que no lograron hallar en su tierra natal, el Delta del Misisipi. Muchos de ellos, trabajadores rurales, campesinos deseosos de trabajo y con ansias de progreso. Y el blues ya era una de las expresiones más importantes de esa minoría negra norteamericana, en las que las canciones planteaban sus problemas amorosos o se lamentaban de la falta de libertad, el hambre o las enfermedades. Era un género musical que se interpretaba en cualquier parte, en las plantaciones, en las fiestas, en las tabernas o en los burdeles. Una música simple de doce compases y tres versos, con una expresión directa, palabras crudas y un ritmo lleno de entusiasmo.

Muchos de los primeros cantantes de blues eran músicos errantes, vagabundos que esparcían sus canciones por todos los lugares. Existían artistas que se dedicaban plenamente a ese oficio, y otros con diversas ocupaciones (jornaleros, camioneros, boxeadores, pintores, etcétera), gente negra normal de pueblo. Sin embargo, para la población blanca, no dejaban de ser forasteros, por eso les impusieron la otredad de la humillación, haciéndoles sufrir el rigor de empleos con míseras condiciones laborales, y pagándoles mucho menos que a los empleados blancos. Por otro lado, las pensiones en los suburbios, que eran alquiladas por los negros, eran más caras que las destinadas a los inquilinos blancos. 

UNA HISTORIA QUE EMPEZÓ EN EUROPA DEL ESTE

Chicago aún estaba muy lejos de ser la ciudad del blues, todavía reinaba la música country como el principal negocio de las empresas discográficas locales. Sin embargo, la inserción del blues del Misisipi en Chicago ya había empezado a dejar sus huellas en el sello RCA Victor, un verdadero monstruo del mercado discográfico de Estados Unidos. Por otra parte, los músicos oriundos del sur también comenzaron paulatinamente a realizar sus aportes, a medida que se acrecentaba su llegada a la ciudad. Los clubes nocturnos resultaron un buen espacio para que los negros muestren su arte. 

El club Macomba Lounge era uno de ellos y reinaba en las noches de Chicago. Sus dueños eran dos hermanos polacos: Phil Chess (1921-2016) y Leonard Chess (1917-1969) llegados del este europeo a  principio de los años veinte. Así recordaba Leonard en sus memorias, la  manera en que junto a sus hermanos y su madre lograron ingresar a Estados Unidos: “Por aquel entonces existía una legislación en donde todo aquel que poseía algún tipo de discapacidad física no podía ingresar. (Nota: Leonard había  contraído la poliomielitis a la edad de ocho años) Por eso mi madre cubrió mis aparatos, y sosteniéndome del brazo me hizo caminar junto a ella, impidiendo de esta manera que despertase algún tipo de sospechas.”
 
Una vez instalados en Chicago, lograron reunirse con su padre, un trabajador del calzado. Al llegar a su juventud, Phil se alistó en las filas del ejército, mientras que Leonard se dedicó a trabajar en los locales nocturnos. Luego de casi cuatro años, Phil se retiró del ejército y comenzó a seguir los pasos de su hermano.

El Macomba resultaría ser el club más elegido por toda clase de clientela nocturna, por lo que los hermanos Chess debieron llevar adelante su negocio lidiando con el hampa, la prostitución y los traficantes de drogas. Pero no toda la actividad del club se vinculaba con el lado más turbio y marginal, ya que también supieron acercarse hasta ese lugar artistas –futuras estrellas del blues eléctrico de Chicago- que ocupaban el escenario, brindando conciertos que con el tiempo llegarían a ser legendarios.

Así es que los Chess comienzan a dar sus primeros pasos como hombres de negocios abocados al mundo discográfico, cuando se asocian a un pequeño sello independiente llamado Aristocrat Records. Este sello estaba dirigido por un matrimonio, que no creía que el blues fuese un gran negocio, como sí lo era la música country o el jazz. Por su parte, los hermanos Chess sí tenían afinidad con el blues, además de pensar que esta sociedad era una buena idea para difundir a los músicos que se acercaban a tocar al Macomba Lounge, que no eran tenidos en cuenta por otros sellos. Lentamente, los planes de los Chess, enfocados en la difusión del blues, comenzarían a predominar sobre la otra parte del paquete accionario de Aristocrat.

Así, a comienzos de 1947, llevan a grabar (acompañando al pianista Sunnyland Slim) a uno de los guitarristas que usualmente tocaba en el Macomba Lounge: McKinley Morganfield, más conocido como Muddy Waters (1915-1983). Éste se había convertido en un asiduo artista en las veladas noches de blues que se llevaban a cabo en el club, y su relación con los hermanos comenzaba a ser cada vez más estrecha. Por eso la propuesta de grabar, ofrecida por Leonard, entusiasmó rápidamente al músico, que ya contaba con un puñado de canciones. En esa primera tanda de grabaciones, Waters registrará el simple que incluyó las canciones "Gypsy Woman" y "Little Anna Mae”. Más tarde, en diciembre de 1947, en una segunda sesión de grabación, graba "I Can't Be Satisfied"  y "Feel Like Goin' Home", que se convertirían en un gran éxito.

NACE CHESS RECORDS, EL INICIO DE LA LEYENDA BLUSERA

En el año 1949, los hermanos Chess compran la totalidad del sello Aristocrat, y lo renombran como Chess Records. Ya estamos a comienzos de la década del cincuenta, y afianzan el vínculo con Waters. Éste va a ser, por muchos años, el hombre estrella del sello, no solo por ser el primer músico que electrificó el blues, sino porque el sonido de su guitarra revolucionó al género, sentando las bases para que luego –desde el rhythm & blues- surgiera el rock and roll. Justamente, las primeras composiciones que Muddy Waters graba para Chees Records serían los clásicos “Still a Fool”, “Rollin´ and Tumblin” y “Rollin´ Stone”; y de esta última canción los Rolling Stones tomarían su nombre, quince años más tarde.



Sin dudas, los cincuenta serían la década más prolífera para el insipiente sello, ya que tendrían su primera experiencia en él muchos gigantes del blues americano, como Sonny Boy Williamson (1912-1948), Lowell Fulson (1921-1999), Memphis Slim (1915-1988) y John Lee Hooker (1912-2001). Las tareas en Chess Records estaban minuciosamente distribuidas: mientras Leonard se abocaba a la producción de las grabaciones de estos nuevos talentos, Phil era el encargado de la difusión del material editado, su labor consistía en recorrer el país, persuadiendo a los pinchadiscos de las radios para que pasaran sus discos, y de esa forma seducir a los oyentes con cada uno de los lanzamientos discográficos del sello.


La tarea encomendada a Phil por parte de su hermano nace a raíz de una legislación en donde las radios tenían absolutamente prohibido la difusión de más de dos artistas por sello, razón por la cual los Chess fundan un sello paralelo llamado Checker Records, en donde rotaban de forma continua sus artistas.

El gran armoniquista Little Walter (1930-1968) fue la primera estrella en brillar dentro del nuevo catálogo de Checker, a partir del éxito “Joke”. De ahí en más, un sinfín de hit escritos por Willie Dixon encabezarían la lista de temas interpretados por Little Walter. Justamente, con clásicos como “Confessin´the blues” o “My Babe”, a Walter se le atribuye el haber creado un nuevo sonido en la armónica, dueño de un estilo innovador, se han comparados sus aportes en este instrumento con los realizados por Jimi Hendrix en la guitarra y Charlie Parker en el saxo.

FACTORÍA DE ÉXITOS

Hubo otro personaje que, con el correr de los años, sería fundamental en la historia del rock: Sam Phillips (1923-2003), que si bien no estuvo vinculado en forma directa con el sello, resultó una pieza fundamental para fichar nuevos talentos. Phillips aún no había fundado su sello Sun Records (en donde, posteriormente, descubriría a Elvis Presley), por lo tanto, los artistas que este locutor devenido a productor descubriría en esos primeros cincuenta, pasaron a formar parte del catálogo de Chess Records. Uno de los grandes fichajes de Phillips fue el de Jackie Brenston (1930-1979) y sus Delta Cats, una banda liderada por un joven de 19 años llamado Ike Turner (1931-2007). Estos graban “Rocket 88”, considerado por muchos como el primer “rock” de la historia. De esta manera, este incipiente género musical empieza a captar la atención de los jóvenes norteamericanos de los primeros años cincuenta.

Como sabemos, el estado de Memphis resultaría un semillero floreciente de talentos musicales, muchos de los cuales estaban en la mira de San Phillips. Ya, a finales de la década del cuarenta, el productor estaba haciendo grabar a Chester Burnett, que pasaría a la fama como Howlin Wolf (1910-1976). Este gran cantante sería una de las voces más importantes del blues clásico de Chicago en los años 50. Su voz ha sido comparada con "el sonido de las máquinas pesadas que operan en un camino de grava". Junto con Muddy Waters, serían los dos pilares del blues de Chicago. Howlin Wolf también estuvo muchos años vinculado a Chess Records, siendo una de las estrellas del mismo.

Otra de las grandes figuras que ha permanecido durante la existencia de Chess como una suerte de hombre orquesta fue Willie Dixon (1915-1992): contrabajista, compositor y productor de artistas, supo llevar adelante innumerables sesiones de grabaciones, a pedido de los hermanos Chess. Entre los varios artistas que fueron acompañados en sus grabaciones por Dixon podemos citar a Sonny Boy Williamson, Bob Diddley y Koko Taylor. La presencia de Dixon en Chess Records era permanente, si no estaba presente en el estudio de grabación, estaba en la administración, coordinando el material que se iba a editar. En síntesis, Dixon fue un hombre todo terreno en el sentido más amplio de la palabra.

EL ADVENIMIENTO DEL ROCK

Si bien Chess Records resultó ser en sus inicios un sello abocado al blues, no desaprovechó a talentos de otros géneros que golpeaban sus puertas en búsqueda de una oportunidad. Varios de estos  músicos se presentaban por voluntad propia o recomendados por otros artistas que ya habían tenido alguna experiencia previa en el sello. Este fue el caso de Charles Edward Anderson Berry, más conocido como Chuck Berry (1926-2016), quien pasaría a la fama como uno de los mejores guitarristas y compositores de la historia del rock and roll.


Berry había nacido en Saint Louis y emigró al estado de Chicago, en donde conoce a Muddy Waters, y éste le sugiere que vaya a ver a los hermanos Chess. Berry no duda del concejo de su amigo y logra una entrevista con Leonard. En ese momento le deja una cinta con la maqueta de una canción que se llamaba “Ida May”, un tema que contaba la historia de una mujer casada e infiel. A Leonard la composición de Chuck le gustó mucho, pero como por aquella época el nombre era muy popular, y el sello no quería herir susceptibilidades, le sugiere a su autor que le cambie su título. Así el tema pasaría a la historia como “Maybelline”, convirtiéndose en uno de los mayores éxitos de la historia de Chess Records. “Maybelline” no solo anunciaba la llegada de Berry al sello sino que también sería el primer disco de rock interpretado por un negro que vendería más que su versión realizada por artistas blancos. Fue así que Berry entró por la puerta grande de Chess, posicionando la canción entre los cinco discos más vendidos de los charts. Luego llegarían más éxitos grabados por el talento de Saint Louis, como "Roll Over Beethoven”, “Rock and Roll Music", "Route 66" (escrita por Bobby Troup) y "Johnny B. Goode"; muchos de ellos luego versionados por las grandes bandas del rock inglés de la generación del sesenta, como los Beatles o los Rolling Stones.

Unos meses antes del fichaje de Chuck Berry, Chess Records también había firmado con un artista al que no le había sido fácil obtener un contrato en otra discográfica: Ellas McDaniel, un entrañable amigo de Berry. Este artista había sido en su juventud un mediocre boxeador, que también se había trasladado al estado de Chicago. Como era un artista precoz, Ellas se presentaba en el famoso club nocturno 708, en donde dejaba ver sus influencias musicales, tocando versiones de Muddy Waters o John  Lee Hooker. Sin embargo, el gran paso lo dará con un tema llamado “Uncle John”, que sorprendió a los directivos de Chess Records. Luego de contratar a este joven artista, le proponen modificar el nombre del tema, que saldría a la venta como “Bo Diddley”, sugiriéndole al artista que también lo adoptase como seudónimo. A partir de ese momento, Ellas McDaniel pasó a ser conocido como Bo Diddley (1928-2008).

Tanto Chuck Berry como Bo Diddley recorrieron un largo camino con Chess. Allí se les permitía realizar los discos a su manera: ambos compusieron una obra  propia y extremadamente rica. Así, Diddley permaneció más de veinte años en el sello, en donde grabó catorce discos repletos de clásicos, que luego han sido versionados por bandas tan variadas como The Doors o The Clash.

LOS SESENTA, LOS AÑOS DEL SOUL

A mediados de la década del sesenta surgieron nuevas corrientes musicales, luego de la invasión de los grupos ingleses a Estados Unidos. Lamentablemente, Chess Records no se adaptó a los nuevos sonidos de este incipiente movimiento de rock, aunque tenía como referentes a varios artistas de los cincuenta. Así, ante este nuevo paradigma de la industria musical, los hermanos Chess intentaron darle a su sello su propia identidad y dejar en un segundo plano al blues. Sin embargo, aunque Chess Records contaba con un puñado de músicos estables, no logró seducir a los las nuevas bandas del rock para que  grabasen en el sello. Sin dudas, el distanciamiento de varios músicos trajo como consecuencia la ausencia de nuevos talentos en los estudios. 

Ante esta problemática, la discográfica decide incursionar en un género musical que comenzaba a tener su adeptos: la música soul. Esta sería la apuesta fuerte del sello, un ritmo con tinte ligeramente comercial, aunque sin perder el sentido rítmico que caracterizaba al sello. Estos nuevos fichajes le aportaron a Chess Records, un sonido más refinado y sofisticado que el de las otras discográficas de la época. Y es que los hermanos Chess sabían que para que su compañía continuase siendo competitiva en el nuevo panorama musical debía adaptarse.
De cualquier forma, la música soul producida por el sello no logró tener la trascendencia, la identidad y el éxito comercial que caracterizó al sonido del blues eléctrico de los cincuenta, un distintivo sonoro que había hecho de Chess un sello inimitable. Porque el soul terminó siendo el caballito de batalla para una empresa que venía en baja, motivo por lo cual, debió recurrir a profesionales que estaban más empapados en el género. De esta forma, el sello acordó varias alianzas con productores y estudios distribuidos a lo largo de Estados Unidos, los cuales le procuraron su material. En resumen, Chess perdió ese sonido que la hacía única, porque estas nuevas producciones no tenían casi nada de original, ya que bien podrían haber sido grabadas en otros estados fuera de Chicago.

Sin dudas, dentro del amplio abanico de cantantes y músicos de soul que han pasado por los estudios de la compañía, la que más se destacó fue la cantante Etta James (1938-2012). Indudablemente, Etta fue la diva del sello, conquistando el mercado musical con sus sufridas baladas. A James se le sumaban otros notables artistas como el "Duque" Gene Chandler (1937) la inolvidable Fontella Bass (1940-2012) la potente Marlena Shaw (1942) y otros como The Radiants, o The Dells, un grupo vocal que llego a tener una bastante popularidad durante casi tres décadas.


Como es sabido, los Rolling Stones jamás ocultaron su devoción por el sonido y los músicos de Chess Records. Fue por este motivo que, en 1964, la banda viajó a Chicago y se encerró en el estudio de Chess para grabar su EP Five by Five. En esta placa se incluyó el instrumental “2120 South Michigan Avenue”, inolvidable tributo de los británicos a la dirección en donde quedaban los Chess Records.

COLOFÓN, TRISTE Y SOLITARIO
Sin embargo, ni su prestigioso catálogo de artistas, ni la publicidad que obtuvieron con las andanzas de Rolling Stones, lograron  maquillar una realidad: el sello estaba en serios problemas económicos. Por un lado, el blues y su sonido de rock n´roll primigenio, ya no rendían los mismos réditos que en los cincuenta. Por otra parte, el soul sofisticado de Chess carecía de la chispa comercial de los discos de la Motown y del prestigio de Atlantic Records. El descalabro estaba a la vuelta de la esquina. El sello finalmente cerraría en 1969, cuando los hermanos Chess vendieron todo su catálogo a la compañía GRT (General Recorded Tape) por 7,5 millones de dólares. Para 1972 solamente quedaba operativo en Chicago el estudio de grabación de la compañía. Luego, GRT trasladó el sello discográfico a Nueva York, transformándolo en una división del sello discográfico Janus Records. Más tarde, el vaciamiento siguió, cuando GTR vendió el resto de Chess Records a la compañía discográfica All Platinum Records en agosto de 1975. Finalmente, luego de varios años, All Platinum Records atravesó dificultades económicas que la llevarían a vender el histórico catálogo de Chess Records a la multinacional MCA Records

El recuerdo de ese legado ya formaba parte de la historia musical norteamericana desde hacía muchos años. Incluso se filmó una película llamada Cadillac Records en 2008, protagonizada por Adrien Brody como Leonard Chess, Jeffrey Wright como Muddy Waters, Columbus Short como Little Walter, Mos Def como Chuck Berry y la bellísima cantante pop y productora de la cinta Beyoncé como Etta James, entre otros. Un filme que trataba de la creación del sello y su influencia clave en el blues y el nacimiento del rock 'n roll con las figuras claves de ambos géneros musicales.
 
Lamentablemente, el visionario y pujante Leonard Chess no lo pudo ver, ya que no sobrevivió mucho tiempo después del cierre de su empresa: un infarto acabaría prematuramente con sus días en octubre de 1969, apenas tres meses después de la clausura de los Chess Records.

Patricio Fernández Abregu


lunes, 9 de octubre de 2017

GUALICHO TURBIO, Gato Negro: Alta Fidelidad por los blues




Con otro dibujo de comic blanco y negro de los años treinta, cortesía del genial artista gráfico Nico Foti, se presenta uno de los álbumes menos tradicionales que puedan encontrarse en el rock argentino de la actualidad: Gato Negro, la segunda producción de Gualicho Turbio. Tan poco convencional es su música, que muchos aún se preguntan de dónde salió este inusual power trio blusero formado por Zelmar Garín, un hombre orquesta que toca bombo, redoblante, guitarra, kazoo y además canta; Juanjo Harervack, uno de los frontman más personales del rock, en voz y maracas; y la armónica sin par de Hernán Balbuena. Y como si esto fuera poco, están acompañados por esa musa y sacerdotisa, además de espectacular cantante, que se llama Bárbara Aguirre.

Y es que Gualicho no es una simple banda. Cada vez que toca hace exorcismos sonoros para sus fieles seguidores, que cada vez son más. Fiestas paganas en la que la música es una mera excusa para dar rienda suelta a la esencia de la danza, en mágicos rituales en donde priman los ritmos negros, bailar y escuchar, agitarse durante toda la noche, como posesos. Su primer vinilo homónimo apareció a finales de 2015, editado por el sello artesanal de rock experimental Noseso Records. Si aquella primera obra era imperdible, podemos decir que este Gato Negro (co-producido por Carlos Acconcia) es aún mejor, y así y todo, nos estaríamos quedando cortos. En su continua búsqueda sonora, Gualicho utilizó para la grabación los ambientes naturales de un estudio de Florida, a través de sus diferentes espacios; los efectos utilizados fueron analógicos, armados y tocados desde pedales y re-amplificación, lo que generó un sonido orgánico y áspero. Y es que la búsqueda poética y blusera del grupo ronda en lo mundano desde la conexión urbana con lo mágico ritual. Sin dudas, un álbum inusual, que tuvimos la suerte de escuchar antes de su publicación, y en esta nota te contamos que nos pareció.

Así que vayamos a este futuro LP: ¿Qué hay de nuevo en estos surcos?

El brazo cae, la púa empieza a recorrerlo.

Como no podía ser de otra manera, este álbum empieza con una paradoja: un canto de libertad, pero que da cuenta de todas las trabas que el sistema te pone en el camino, a modo de toscas piedras. Eso es “Estando acá”, una road movie hecha canción. Un racconto vertiginoso de lo que pasó después de Cromañón, y una sentencia para todas las bandas emergentes que luchan por seguir adelante, a pesar de los inconvenientes con los que tienen que luchar para hacer rock desde el under y la autogestión: “Estando acá, hay que luchar, la estupidez no va a ganar. No tengas miedo, hay que luchar, la libertad no es un juego…”

Luego de esa introducción, el disco sigue embebido en furibundos riffs que se van intercalando con voces bañadas en reverberación. Es el turno de la denuncia a los indeseables. A los de siempre, a los enemigos del rock: la cana, los Blue Meanies, los protagonistas del añejo “Blues del Terror Azul”, incluido en aquel clásico álbum de Claudio Gabis y la Pesada. Y es eso lo que encontramos, justamente, en esta “Los Hombres de Azul”, la segunda canción del álbum: la cachiporra que reprime las manifestaciones, el celular que espera al salir del show. Y de eso se da cuenta en esta, la segunda canción del álbum: “Solo quiero caminar, sin temor a los vallados, ni en los palos que nos dan…” Otra canción en la que notamos que Gualicho Turbio es una máquina blusera, cada vez más y mejor aceitada.

Riffs hipnóticos de guitarra fuzz, cortesía de Zelmar Garín. Cuando suenan estos boogies oxidados, parece que estamos ante outtakes del Exile On Main Street stoniano, sacados de la bodega de Keith Richards en su casa de Nellcote, Francia. Pero no, estos son los Gualicho Turbio en su esencia misma, pibes del Conurbano Bonaerense, que han curtido mucha calle durante años, y ahora plasman eso en sus geniales canciones. Esa misma magia lirica se hace presente en la demoledora “El Brujo”, una historia atrapante, repleto de mágicas intuiciones y presagios, un ritmo machacante, encantador y climas musicales cambiantes. Que los Gualicho saben contar historias se nota en “(Desde que me mordió) Serpiente”, en dónde un embrujo de amor, convierte a un pobre mortal en un ser desesperado y perdido, en este boogie demoledor, imperdible, con una de las mejores performances vocales de Harervack, quien dialoga con un Garín intrigante y perturbador.

Por su parte, en “Sin Mí” se luce la increíble Bárbara Aguirre, cuya hermosa voz protagoniza este soul monumental, de lujo;  con el formidable Sergio Merce, invitado especial en saxos alto y tenor. Una historia en la que se cuenta la vida de una femme fatale. Un exquisito tema que produce adicción; sin dudas, uno de los mejores momentos del disco.

En la senda del Billy Bond más lisérgico, “Ácidas Tardes en Atalaya” es un bluesazo aterrador, y su resultado es poco menos que espeluznante. La cámara acentúa la psicodelia y el efecto “caverna” logrando uno de los momentos más singulares que se puedan escuchar en este disco nada convencional. Con sus versos casi telegrafiados, en donde un vagabundo, embebido en acido, como si estuviera en la continuación de una “Avellaneda Blues”, fuera descubriendo (y describiendo) el paisaje que contempla en sus habituales paseos por el Barrio Atalaya, en La Matanza. Pánico y locura en el oeste del Conurbano Bonaerense. El resultado es difícil de describir pero es de una extrañeza admirable.

Por su parte, escuchando la metafórica y alienada canción “Gato Negro”, uno se pregunta: ¿De dónde salen esos riff maravillosos? Porque la mágica comunicación telepática que llevan a cabo la guitarra de Zelmar y la armónica de Hernán penetra la sesera del oyente de forma súbita y contundente. Este tema, sin dudas, es uno de los más extremos y encantadores de toda la producción. En donde las liricas se potencian llegando hasta niveles insospechados. Mientras suena una música machacante e irresistible, la voz de Juanjo se entrelaza con la de Garín, pasando de la primera a la tercera persona, volviendo en el estribillo a la segunda persona, para terminar el relato en la primera: “Un Gato Negro, soy…”, como diciendo: “esto me pasó a mí”. Aquí, el protagonista asume como propia la infortunada vida de un felino en la ciudad.

En “La Montaña” hay sonido garagero, y una hermosa historia hecha canción. Otra road movie, de redención. Un relato en el que se habla de tomar la ruta para huir de la ciudad, para ir a buscar esas “flores miles, que nos van a salvar, en la montaña”. Este es otro tema de climas variados, psicodélicos, volados, letárgicos. Sonidos que pasan de una dimensión a otra. Una canción que se entrelaza con la estimulante e irresistible “Lucifer y la Gitana”, otro blues machacante de amores brujos, una hermosa página musical de letra singular e inesperada.


“Buey” encarna la herencia blusera y rural de un Led Zeppelin III (y a todos los bluseros a los que les robaron estos descarados ingleses…) Una canción en la que se relata la triste vida de un hombre que trabaja como un buey (quizás, un jornalero o un triste obrero asalariado en la ciudad), matándose por “los centavos que el señor le da”. Suerte de buey… En “Desierto” nos encontramos con un ambiente pleno de bluegrass, en donde el sonido inconfundible del banjo de Zelmar Garín viaja al galope, exfoliando a todos nuestros muertos. Una canción sobrecogedora, en donde las voces de los músicos se conjugan en forma magistral e hipnótica. Sumado a esta constante aparición de voces inusitadas, las melodías se entrelazan en forma de himno, ascendiendo hasta el infinito, en donde el tema va llegando a su clímax. Con todo esto en movimiento, no es tan descabellado aseverar que Gualicho Turbio está indagando, tal vez sin proponérselo, el estilo space folk.

A pesar de que en un principio este material va a ser publicado en forma digital, el plan de Gualicho Turbio, por supuesto, es editar Gato Negro en vinilo (lo mismo que hicieron con su primer opus, hace dos años), y esta producción es ideal para ese formato. Si hasta parece que en varios temas resuena de fondo la fritura de la pasta, dando vuelta en la bandeja, mientras una vítrola nos reproduce los sucios surcos que la púa va recorriendo en ese plástico negro. Y es que este es otro disco imperdible de Gualicho, una producción que no se parece a nada en la actualidad del rock argentino, que recoge las influencias del impresionante background que traen en la mochila estos increíbles músicos, pero procesándolas en una forma singular, única. En este sentido su inventiva estética, sumada a la variedad de e imaginación de las letras, le garantizan al grupo una autonomía y autenticidad que muy pocos tienen. 


Originalidad sin par. Ese parece ser el legado de obras como ésta, cuando el rock mainstream aparece aletargado entre festivales pagados por multinacionales, descargas on line de archivos de baja calidad sonora, streamings rutinarios y cierta apatía en los oyentes. Es difícil saber que se viene en el rock argentino. En cualquier caso, esperemos que el futuro nos depare algo más que esto, algo más de creatividad y arrojo, de ganas de romper con los estribillos jingleros y las formulas repetidas hasta el cansancio. Por eso, sin dudas, en este contexto, grupos como Gualicho Turbio, si no existieran habría que inventarlos. En músicos como éstos, aún existe la posibilidad de que haya un rock que valga la pena escuchar en este país. Amen, bro…

Ahora me parece ver el brazo del tocadiscos llegar al final de su recorrido de este camino en espiral. Y aquí, en el final del disco. Y aquí, en el final del disco. Y aquí, en el final del disco. El brazo se levanta. Click.

(La presentación en vivo de Gato Negro será el  viernes 10 de noviembre, a las 23.30hs, en El Emergente Bar Club, Francisco Acuña de Figueroa 1030 (CABA). Entrada $ 200. Anticipadas con descarga gratuita del disco $ 150. (Desde el 02/10 hasta el 08/11), a la venta a través de www.nosesorecords.com)

Emiliano Acevedo