En agosto de
1973, cuando es editado Innervisions,
el álbum número 16 en la carrera de Stevie Wonder, éste ya no era más ese Little Stevie de 11 años de edad, que había sorprendido a
principios de los 60, cuando comenzó su brillante y ascendente carrera musical.
Por lo pronto, se había casado con Syreeta Wright, de quién no tardó en
divorciarse. Luego conoció y se enamoró de una abogada, Johana Vigoda, quien
además le había preparado un contrato revolucionario –y uno de los mejores de
la industria musical de aquellos años-, en el que el músico percibiría la
friolera de 13 millones de dólares por 7 años, en el sello Tamla/Motown. En
resumen, Wonder tenía las riendas de su carrera, era millonario, y parecía que
nada entorpecería su futuro.
Además, venía de
conquistar al público del rockcon
su súper éxito “Superstition” (incluido en el álbum Talking Book),
rompiendo los rankings en ambas costas del Atlántico, y continuando la senda
triunfal iniciada con el disco Music of my Mind, de 1972. Músico
inquieto por naturaleza, Stevie se podía dar todos los lujos que quisiera, ya
fuera grabar a sus anchas, sin que el insoportable mandamás de la Motown, Berry Gordy, lo perturbara; o experimentar
con todo tipo de instrumentos musicales, incluyendo modernos y avanzados
sintetizadores, mientras seguía estando a la vanguardia de la evolución musical
de aquellos primeros 70, transformando y creando excelentes discos y canciones
que eran aclamados tanto por el público y la crítica. Apenas tenía 23 años y
estaba en la cima.
Nada parecía ir
mal con su vida. Sin embargo, lo que no sabía Stevie Wonder era que un
accidente inminente lo pondría al borde de la muerte, el 6 de agosto de 1973,
tan solo tres días después de la edición de esta obra maestra llamada Innervisions,
cuando el auto en el que viajaba por una ruta de Carolina del Norte chocó con
un camión que transportaba troncos, y el artista sufrió severos traumatismo de
cráneo que lo dejaron en estado de coma por cuatro días. Afortunadamente, Wonder
sobrevivió, y su leyenda, así como la leyenda de este disco inmortal llegaría
hasta nuestros días. Y es que Innervisions lo tenía todo: rock, jazz, soul, pop, funky… Quizás
haya sido por esta variedad estilista que rápidamente fue aclamado como uno de
los más finos trabajos de Stevie Wonder, e incluso –con el trascurso de los
años- fue nombrado como uno de los mejores 100 álbumes de la historia de la
música popular norteamericana.
Sin dudas, Innervisions era un disco monumental,
que incluía en sus letras alegatos en contra del abuso de estupefacientes (“Too
High”) y de ira y protesta social (“Living for the City”), sin dejar de lado
exquisitas canciones de amor como “All in Love is Fair” o “Golden Lady”.
Además, este trabajo ponía en relieve esa capacidad y lucidez que tenía Wonder
para leer el paisaje de la cultura negra norteamericana, fusionando realismo
social con un espíritu idealista. Esto era lo que se apreciaba en “Living for
the City”, la canción principal del álbum: una brutal descripción de la
explotación y la injusticia. Aquí Wonder relataba la deprimente historia de un
muchacho que vivía en el pueblo mítico de Hard Times, Mississippi, rodeado de
pobreza y racismo. Un ser desahuciado, al que, cuando tomaba un micro para ir a
Nueva York, le tendían una trampa y lo enviaban a prisión. Incluso, para hacer
más palpable el sufrimiento de su personaje, Stevie invitó a uno de los
porteros del estudio de grabación para que hiciera de guardia cárcel, diciendo
entre dientes, en el medio de la canción: “Entrá a la celda, negro de mierda”.
Años más tarde, los raperos de Public Enemy samplearían esta brutal frase en
uno de sus temas. Paradójicamente,
“Living for the City” fue un éxito entre el público blanco, junto a los otros
tres singles del álbum: "Don't You Worry 'Bout a Thing”, el funkirresistible de
"Higher Ground" y la bella "He's Misstra Know-It-All". Otro
tema del disco, "All in Love Is Fair", sería un hit cuando fue
versionado por Barbra Streisand, en
1974.
Y es que era muy difícil permanecer impasible ante semejante despliegue
musical. En Innervisions, la versatilidad instrumental de Wonder paralizó
a medio mundo. No por nada, en la Billboard,
un crítico escribió: “Los créditos de Innervisions dicen que Stevie tocó todos los instrumentos en siete
de las nueve canciones. Sin dudas, éste es en esencia un disco hecho por una
banda formada por un solo hombre. Sus habilidades en la batería, piano, bajo y
los sintetizadores ARP son incuestionables…” Más tarde, en 1974, Innervisions recibió los premios Grammy
al Mejor Álbum del Año y a la Mejor Producción No-Clásica, mientras
que a "Living for the City" le fue otorgado el Grammy al Mejor Tema R&B.
Un talento que
estaba más allá de cualquier reseña, en la figura de Stevie Wonder se conjugaba
el arte de un genio de la música popular, un impecable cantante, y que además
era productor de sus propios discos. Y en lo que respecta a Innervisions,
su variedad musical está encarnada en la bellísima fusión de letras con música.
Porque más allá de su ceguera, Wonder siempre fue capaz de encontrar optimismo
en el lado más oscuro de la vida. En este caso se trataba de un paseo temático
que se relacionaba con una búsqueda constante de redención, como la relatada en
“Higher Ground” (con ecos del mensaje de trascendencia del doctor Martin Luther King Jr.), aunque el
camino estuviera lleno de espinas (o droga, como en “Too High”), las mentiras
del culto cristiano en EEUU (“Jesus Children of America”) y el abuso xenófobo
en las grandes metrópolis (“Living for the City”).
Su curiosidad
hacia la trascendencia espiritual y perspicacia hacía que Wonder centrara su
interés en tópicos como la reencarnación y la meditación trascendental. Y hasta
era capaz de realizar criticas hacía los políticos corruptos, ya que es un
secreto a voces que "He's Misstra Know-It-All" estaba dedicada a Tricky Dick, el sobrenombre de Richard
Milhouse Nixon, expresidente estadounidense involucrado, enjuiciado –y luego
destituido- por el escándalo Watergate. Justamente, estos eclécticos tópicos
que llamaban la atención de Wonder son los que aparecen en el dibujo de la tapa
del disco, una obra de arte impactante de Efram
Wolff, quien retrataba a Stevie como si fuera un ciego visionario, un
artista que veía mucho más lejos y mejor que otros acerca de todo lo que estaba
pasando en esos primeros años de la década del 70, usando su impactante música
para que sus comentarios y criticas (sociopolíticas, históricas, filosóficas,
religiosas y económicas) sean en los oídos de su público lo más atractivas y
efectivas posible. No cabe ninguna duda que lo logró.
Además, en Innervisions,
Wonder le decía a la gente que dejara de lamentarse y se hiciese cargo de su
propio destino, animándose a pagar las propias deudas existenciales, para
dedicarse a aceptar el presente, y dejar de llorar por los males pasados.
Preservación, ruptura y cambio. Una filosofía para enfrentar la vida moderna,
que poco ha cambiado en los últimos 40 años, más allá de los innumerables
avances tecnológicos. Quizás habría que insistir con esos derroteros…
El protagonista de esta nota nació en Augusta,
Georgia, Estados Unidos, el 3 de mayo de 1933. Tenía mil apodos. Le decían: El
Padrino del Soul, El Soul Brother Número Uno, El Señor Dinamita, Mr.
Sex Machine; El Más Duro Trabajador del Show Business, El Ministro
del Super Heavy Funk, o, simplemente, James Butane Brown, el hombre que tenía el
alma negra. Factótum del funk & soul, maestro genial, irredento
vicioso de la vida. Sí, James Brown. Hizo de todo, e inventó todo, antes
que todos los demás. Por ejemplo, se subía con una bata al escenario cuando Sandro
era apenas un pibe que se soplaba los mocos en Valentín Alsina; y luego
influenciaría, con su impactante presencia escénica, a figuras de la talla de Mick Jagger o Michael Jackson, quienes le copiaron su despliegue y
bailecitos sobre el escenario. Hasta Miles Davis, otro
genio de la música popular, lo respetaba, lo admiraba y, en ciertos aspectos,
le seguía los pasos. Pero como si todo esto fuera poco, en mayo de 1963, James
Brown también se daría el lujo de editar un álbum en vivo que mucha gente
cree que es el mejor de la historia: Live at Apollo.
Un hito difícil de mensurar, pero que viene volando pelucas de a millones desde
hace 50 años. Un disco que da cuenta de ese esquema repetitivo que era
inherente a la obra de este artista, a la resistencia rítmica hipnótica
característica del sonido de Brown. Infravalorar o negar sustancialidad
al valor artístico de este disco equivaldría casi a negarle valor al
minimalismo culto, o la vanguardia de la polifonía y polirritmia tradicionales
africanas. Porque en Live at Apollo, James Brown inventó un lenguaje musical nuevo. Ese álbum supuso casi
el cenit de su carrera, con esa fuerza devastadora que derretía la púa de los
tocadiscos en los 60 y aun hoy en día sorprende en esta era digital. Porque es
difícil de aprehender en una escucha distraída tanta información junta, tanta
variedad de ritmos y músicas. La fascinante comunicación que se establecía
entre Brown y su banda, y la de uno y otra con un auditorio en éxtasis,
el pulso rítmico, la descarga de adrenalina y sensualidad, la descarnada
rajadura de la voz de James… Todo contribuye a convertir a esta
producción en un monumento sonoro histórico. Por otra parte, los surcos de cada
una de las pistas de Live at Apollo transpiran la locura de ese
espectáculo que desplegaba sobre el tablado un James Brown imbatible,
que a los 30 años transitaba el cenit de su vigor físico. Un ciclón aullador,
una batidora sinfín, una auténtica explosión soul-atómica…
Sin embargo, a pesar de todo esto, la génesis del álbum es bastante curiosa,
porque Live at Apollo existe de milagro, ya que Syd Nathan, el
jefe del sello King Records, se opuso firmemente a que James editara un
disco en vivo, y fue la desobediencia de éste la que lo llevó a grabarlo por su
propia cuenta en el Apollo de Harlem, uno de los auditorios centrales del gueto
negro neoyorquino. Allí, Live at the Apollo sería registrado en
la noche del 24 de octubre de 1962. Nathan estaba en contra de que se editara
esta obra, porque creía que un disco en vivo que no incluyera temas nuevos no
era redituable, que no se lo iba poder vender a nadie.
Sin embargo, la intuición de Brown, su entusiasmo y tesón, resultaron
correctos, ya que Live at the Apollo demostró
rápidamente su valía, noqueando a propios y ajenos, logrando un éxito sin igual para un álbum en vivo hasta esa fecha: se mantuvo
66 semanas en los rankings, llegando al puesto número 2 de los rankings, y
vendiendo más de un millón de unidades.
No era para menos, de movida nomas se podía apreciar ese crescendo ascendente
de una introducción hablada, entrando en los once minutos legendarios de la
balada “Lost Someone”, para terminar de estallar con un medley frenético de
nueve canciones más, que finalizaba luego con “Night Train”, un clásico que
quebró la cadera a más de uno con su ritmo sin par. En resumen, más de media
hora de soulpuro, en bruto, sin destilar.
Sin dudas, fue crucial en el disco la participación
del grupo vocal de apoyo de Brown, The Famous Flames (Bobby
Byrd, Bobby Bennett, y Lloyd Stallworth), quienes protagonizaron un
rol invalorable, complementando y apuntalando las demencias vocales de James,
su verba irredenta y mortal. Esa química fue fundamental en esta colección de
hits que se iban sucediendo sin pausa, dejando sin aliento a los oyentes:
"I'll Go Crazy", "Try Me", "Think", "Please
Please Please" y "I Don't Mind”. Un repertorio de canciones
incendiarias que se volverían fundamentales en la carrera de James Brown.
No por nada, Wayne Kramer, el guitarrista de MC5 -grupo protopunk
y políticamente radical de Detroit, de fines de los 70- citó a Live at
the Apollo como la fuente de inspiración de su recordado álbum clásico Kick
Out the Jams: “Mucha de nuestra música estaba basada en lo que hacía
James Brown. Porque a menudo escuchábamos Live at the Apollo luego
de consumir ácido lisérgico, siempre viajando en nuestra van, en medio de las
pequeñas giras que realizábamos en nuestros primeros tiempos. Además, si vos
tocabas en una banda en Detroit, en aquellos tiempos, era usual que hicieras
temas como “Please, Please, Please” o “I´ll Go Crazy”, porque eran standards.
Sin dudas, creo que modelamos lo que después fueron los conciertos de MC5 a
partir de esas grabaciones. Todo lo que hicimos, poniendo nuestro sudor y
energía, todo nuestro estilo anti refinado, viene de ahí, de Live at the
Apollo. Nunca tuvimos dudas de eso”.
No hace falta agregar mucho más a lo que dijo Kramer, tan solo escuchar
este inmortal álbum, su música, el ritmo y esos gritos increíbles de un público
en éxtasis, para entender un poco de que va la cosa en esta producción sin par
del gigantesco James Brown. Un tipo que -dicen- se murió en la navidad
de 2006. Pero, ¿quién se podría creer semejante falacia? Si monstruos como él
son inmortales y –como decía el Gordo Troilo- siempre estarán llegando…
A pesar de que
esta no fue la primera visita de un grupo de rock internacional a nuestro país,
ya que en 1973 había pasado por estas costas Carlos Santana, con una de
sus mejores agrupaciones, actuando en el viejo Gasómetro de San Lorenzo, y
luego (durante 1980) Peter Frampton y los nuevísimos The Police
habían tocado en el Luna Park y en el Estadio de Obras respectivamente; ninguno
de estos shows tuvo la magnitud y trascendencia de lo que sería la visita a la
Argentina de Queen, en febrero de
1981, en el marco de una gira latinoamericana que cambió en forma definitiva
las reglas del negocio del rocken
la región.
El grupo inglés era
muy popular en la nuestro país y llegaba en su mejor momento, cerrando una
década en la que había brillado en el firmamento de las grandes bandas de rock
de los 70. Sin embargo, la dimensión alcanzada por este evento superó cualquier
tipo de expectativa. Se trató de un negocio fabuloso desde lo empresarial pero
además, más allá de las cifras recaudadas, también significó la apertura del
mercado argentino a los mega conciertos de rock internacional. A nivel de los
medios, en especial para el periodismo especializado en espectáculos y las
revistas vinculadas al mundo del rock, la experiencia fue por demás
significativa: "El sonido perfecto y la solvencia de los cuatro músicos
lograron un espectáculo que, sin vueltas, es lo más grande y esta palabra
abarca todos sus sentidos (y los míos) de lo que se ha visto en la Argentina en
materia musical.", dijo la periodista Gloria Guerrero en la revista Humor.
Claro que los más beneficiados fueron los integrantes de Queen; y su
público, que asistió a un recital único e irrepetible.
THEY WERE
THE CHAMPIONS
La grandiosa
organización de los shows internacionales, así como la utilización de elementos
de alta tecnología era casi impensada en un país como el nuestro, que recién
incursionaba, por ejemplo, en las transmisiones televisivas a color. Debido a
esto, hasta último momento, se puso en duda la visita de Queen. La
incógnita era si realmente se podría montar tamaño espectáculo en un estadio de
nuestro país. Sin embargo, los ingleses vinieron e hicieron real el sueño.
Pero, por supuesto, las cuestiones tecnológicas y organizativas no constituyen
la única lectura que se puede hacer, en la actualidad, de aquel histórico
evento. Hay que tener en cuenta también el contexto político de aquellos
tiempos, con una dictadura militar instalada desde hacía un lustro que no
propiciaba la visita de artistas extranjeros. La música de rockse difundía en forma muy
escasa aun, ya que las radios transmitían, casi como imposición, en su mayoría
temas en castellano de poca calidad (musicalmente vacíos y con letras de poco
contenido.) Todo en nombre de un absurdo nacionalismo mal entendido. Además,
muchas veces, los músicos extranjeros se manifestaban en contra de los sistemas
de gobierno autoritarios, como los que estaban instalados en los países
latinoamericanos. Incluso, el mismísimo Roger Taylor recordó, muchos
años después, que durante su visita a la Argentina habían conocido a un oficial
que se enorgullecía por haber “matado a unos cuantos”. Por todo esto, y
por el valor que tuvo el espectáculo en sí mismo, la gira de Queen en
1981, es recordada como un verdadero hito en la historia de la música en la
Argentina.
EL ARRIBO
La llegada del
grupo generó una verdadera conmoción. En el aeropuerto de Ezeiza fueron
recibidos por cientos de fervorosos admiradores que manifestaban devoción por
sus ídolos. En medio de la opresión de la dictadura, algunos medios
internacionales viajaron a Buenos Aires para cubrir este evento. Fue así que,
entremezclados con más de 30 periodistas (un número muy significativo para esa
época), los fanáticos agitaban pancartas y fotos de sus ídolos. "Supimos
que iba a ser muy excitante desde que aterrizamos. En el aeropuerto no pudimos
creer lo que escuchaban nuestros oídos. Estaban pasando nuestra música por los
altavoces", declaró Freddie Mercury a Nina Miskow, corresponsal
en Argentina del periódico inglés The Sun.
A continuación
del arribo de Queen, todos los periodistas fueron invitados al salón vip
del aeropuerto para asistir a la primera conferencia de prensa del grupo.
Luego, escoltados por sus ayudantes, los integrantes de la banda lograron
sortear el alboroto y las típicas escenas de histeria protagonizadas por los
fans en el hall central del aeropuerto, para refugiarse en los vehículos, los
que, en caravana, partieron hacia el Hotel Sheraton de Retiro. A propósito de
las curiosas formas de movilizar al grupo, Jorge Fregonese, quién fuera
coordinador de seguridad de Queen en su visita a la Argentina, comentó
(para Queen Concerts): “Cuando
estábamos saliendo del primer concierto en Vélez había tanta gente que podía
ser peligroso para la banda retirarse en sus autos (cuatro Ford Fairlane), por
lo que se me ocurrió la idea de vaciar una camioneta de la policía, que se
encontraba en el lugar, para protegernos de las masa, y nos metimos ahí con la
banda". El comentario de Freddie fue: “Amo esto, parecemos
putas llevadas a la cárcel después de ser levantadas por la policía”.
El empresario
que se encargó de organizar la visita de Queen fue Alfredo Capalbo,
quién además contrató como grupo telonero a una agrupación nueva, muy poco
conocida aún, pero que tendría un éxito masivo un par de años después: ZAS,
el grupo de Miguel Mateos.
PRIMER
CONCIERTO
El estadio de
Vélez, una de las sedes del Mundial ´78, volvió a vestirse de fiesta el 28 de
febrero del 81. Pero, en esta oportunidad, el gran acontecimiento no estuvo
ligado al fútbol sino a uno de los mejores shows del rockinternacional. Así, con puntualidad inglesa, a las
ocho de la noche, se encendieron las luces y comenzó el esperado concierto. El
sonido trascendía los límites de Liniers. Por medio de guías neumáticas subían
las enormes parrillas de luces. Queen estaba en escena y 54.000 almas no
podían dar crédito a lo que estaban viendo. El primer tema que interpretó el
grupo fue una versión frenética de "We Will Rock You", que hizo
estallar el delirio del público. Estruendos, bombas de humo, luces que seguían cada
movimiento escénico y danzaban sobre la audiencia. Afuera del estadio, sobre la
autopista, centenares de automovilistas detenían sus autos para escuchar las
dos horas de show.
Queen presentaba su último disco, The
Game, salpicándolo con sus hits, todos ellos contundentes:
“Keep Yourself Alive”, “Killer Queen”, “Somebody to Love”, "Fat Bottomed
Girls", "Bicycle Race", “Flash” y “Don´t Stop Me Now. “Let Me
Entertain You”, “Death On Two Legs”, “I`m In Love With My Car”, “Now I`m Here”,
“Sheer Heart Attack” y “Tie Your Mother Down”. Cuando
tocaron “Love of My Life”, el público cantó a la par de Freddie quien,
en un momento, se calló y con pasos de ballet dirigió a un coro de 54 mil
cantantes; mientras que Brian May, conmocionado, no atinaba a continuar
tocando su guitarra acústica de doce cuerdas. Promediando el concierto, se
vivió otro de los momentos más emocionantes cuando, entre el humo, los músicos
desaparecieron del escenario y se empezaron a escuchar, grabados, los coros
operísticos de "Bohemian Rhapsody". Luego, el público acompañó la
coda del tema con los encendedores, como ocurría en Europa. "Para
sorpresa del conjunto, la mayor parte del público acompañó todos los temas
cantándolos en inglés...", comentó el periodista Luis Mori.
Durante la mayor
parte del show, Mercury vistió una musculosa blanca de Superman, un
chaleco de vinilo negro y brillantes pantalones ajustados de cuero rojo, que
capturaban todas las miradas cuando, majestuoso, el cantante contorneaba con
audacia su cintura. Por ejemplo, en los bises (durante “Another Bites the
Dust”) el cantante se movía en forma desafiante y sensual, con una toalla en
los hombros, una gorra blanca y luciendo unos ajustados shorts. Como de
costumbre, Freddie inundaba el estadio con el esplendor de su voz, corriendo
de un lado al otro del escenario. Para disgusto de algunos, ya no lucía su
leonina cabellera glam de los 70, sino un corte varonil, así como un
frondoso bigote. "Los dientes afuera, la tanada que le sale por los
poros y ese aspecto espantoso de pelo corto y bigotes de muzzarella son,
curiosamente, el complemento ideal de un show tan sensual que nos hace olvidar
la belleza de su voz, y a una voz tan bestial que casi ni nos acordamos de sus
caderas." (Gloria Guerrero). Por su parte, Brian May mostró una
enorme sonrisa, aun fuera del escenario. Durante el show hizo cinco cambios de
vestuario. Tocó el piano en "Save Me", cantó con Mercury, y
logró erizar la piel de sus seguidores con un solo de guitarra en un set
solista brillante que demostró por qué muchos lo consideraban como el alma
musical del grupo. Mientras que por su lado, Roger Taylor sacudía su
impresionante batería, ubicada en el centro del escenario. A sus espaldas, un
enorme gong, dorado como un sol, enmarcaba al rubio baterista. El bajista John
Deacon había sido el último en subir al escenario. Sin embargo, su estilo no era extravagante. Ejecutaba el bajo con
sobriedad, precisión y una potencia cautivante.
UN TOUR
MAGICO QUE DIO QUE HABLAR
En total, Queen
ofreció cinco shows en la Argentina. Luego del debut en la cancha de Vélez,
el grupo volvió a presentarse en el Estadio José Amalfitani el 1ro de marzo
(52.000 espectadores). De Buenos Aires partieron a Mar del Plata, en donde
actuaron el 4 de marzo en el Estadio Municipal (actual Estadio Mundialista José
Minella) en un concierto al que concurrieron 30.000 personas. El penúltimo show
de la gira fue en Rosario, en la cancha de Rosario Central. El Gigante de
Arroyito, en aquel 6 de marzo, contó con un público de 34.000 asistentes. El
final de esta gira se daría nuevamente en Vélez Sarsfield, el 8 de marzo, en
donde Queen actuó para una audiencia de 58.000 personas.
Pero no fueron
sólo rosas lo que les arrojaron a los integrantes del grupo. Por ejemplo, esto
fue lo que escribió James Henke, cuando cubrió la presentación de Queen en
la Argentina para la Rolling Stone
yanqui (en la nota "Queen Holds Court in South America" de la RS
Nro. 345, editada el 11/06/81): “Aunque la química entre la banda y el
público es notable, la gente responde con una devoción tan absoluta que me da
la impresión de que si Freddie Mercury les dijera que se afeiten la
cabeza, lo harían. Musicalmente siguen sonando prosaicos, pero lo que les falta
de habilidad lo compensan ´al menos para los fans´ con escena. Para los
bises, repiten "We Will Rock You" y luego tocan "We Are the
Champions".Vistiendo ahora apenas unos shorts de cuero negro muy cortos y
una gorra de policía al tono, Mercury se mueve por el escenario
como un híbrido entre Robert Plant y Peter Allen, y en medio
del clímax patea un parlante para luego darle con el micrófono. Algo
bastante ridículo hoy en día, pero a los chicos les encanta.”
CRAZY LITTLE THING CALLED FREDDIE.
Además de los
asistentes personales, custodios y traductores, sobre el escenario había un
asistente para cada uno de los integrantes del grupo. Por supuesto, el más
ocupado, era el que se ocupaba del excéntrico Freddie. Ya que era el
encargado de alcanzarle el micrófono, cuando el vocalista se alejaba del piano,
y, luego de sus clásicas corridas, un vaso de agua con limón. María Macchia
recuerda, mientras exhibe con orgullo su entrada al show (una tarjeta negra a
la que le falta uno de los bordes): "Mi familia tenía un quiosco en
frente de la cancha de Vélez. Obviamente, todos en el club nos conocían. Por
eso, aunque yo saqué platea, estuve en la cabina de periodistas, en donde me
hicieron pasar como la sobrina de un empleado del club. En cuanto llegamos, uno
de los organizadores (por parte del club) le dijo a mi tío que, urgente,
consiguiera limón, para Freddie, ¡porque no tenían más! Para qué… ¡Nos fuimos
volando al quiosco! Nunca supimos si en verdad eran para él".
El vocalista
cantó sin remera "Crazy Little Thing Called Love”, toda una audacia para
la Argentina pacata de aquella época. No por nada La Tía Matilde escribía, en su columna en la revista Radiolandia 2000: “Qué raro que la
Municipalidad no le aplicó a Mercury el código de moralidad al realizar la
mayor parte del espectáculo en shorts y con el torso desnudo… ¡Hay de todo!”.
Por suerte, para la pobre Tía Matilde, Freddie no estuvo todo el tiempo
en cuero. En algún momento del show cubrió “su desnudez” con “los colores
patrios”, como recuerda Alberto Rodríguez, hoy un señor a punto de cumplir los
55 años: "Fui a los tres recitales en Vélez y vi a uno de los grupos
que hicieron historia dentro del rock. Inolvidable, Mercury con
la remera de Argentina (sic)...”
Al respecto del
tema de la camiseta y del hecho de que un juvenil Diego Armando Maradona
(recién transferido a Boca Juniors) fuera invitado a subir al escenario, el
diario Clarín (en una nota del 29 de
noviembre de l995) dijo que este hecho fue "el primer capítulo del
romance fútbol-rock, así como también que los artistas extranjeros subieran al
escenario con la camiseta de la selección". Luego, en ese mismo 1981,
Maradona también sería invitado a subir al escenario por Eddy Grant. La
mística ya estaba en marcha.
COLOFÓN
Mucho tiempo ha
transcurrido desde aquella venida de Queen a nuestro país y muchos de
estos recuerdos resultan hoy poco sorprendentes, pero nadie puede negar la
importancia de aquellos conciertos ofrecidos por la banda británica. Una gira
que, después de 35 años, aun es recordada por muchas personas como el hecho
musical más destacado que les tocó vivir en su juventud. Miles de pares de ojos
que registraron, en forma indeleble, en sus retinas aquel momento culminante
cuando Queen desapareció entre una humareda, mientras sonaban los
acordes finales de “God Save the Queen”, poniéndole punto final a un show
inolvidable.