Rock y cine,
cine y rock; una relación pecaminosa que ya tiene 60 años de duración. Si bien
en los últimos años, con el advenimiento del DVD y la proliferación de la
difusión online vía internet, se lanzaron todo tipo de películas rockeras muy
buenas (ya sean rockumentales, documentales sobre shows o biopics), el vínculo
entre estas dos artes ha tenido, con el paso de las décadas, sus altas y bajas,
e hitos que cimentaron la historia.
REBELDE
ME LLAMA LA GENTE
Desde los años cincuenta, la imagen como
concepto ha tenido una importancia vital en la cultura rock y sus ídolos. A
veces, incluso, por sobre de sus cualidades musicales. Por eso, mucho antes de
que surgiera el vídeo clip, los grupos inmortalizaban sus shows mediante el
rancio celuloide, o filmando películas ficcionalizadas. Sin dudas, uno de los
primeros mojones de esta historia es The
Blackboard Jungle (Richard Brooks, 1955), el primer intento
hollywoodense por sacar tajada de este nuevo género musical. Porque,
rápidamente, los productores cinematográficos y ejecutivos discográficos
tomaron nota de los beneficios económicos derivados de la inclusión de artistas
de moda en películas oportunistas. Así comenzó ese eslogan que decía “la película vende al disco, y éste a la
película”, que tantos dividendos le ha dado a todo tipo de estrellas
juveniles, desde Elvis a Sandro,
pasando por los Beatles,
y muchos otros.
Pero si hay algo por lo que The Blackboard Jungle (aquí conocida
como Semilla de Maldad) pasó a
la historia no fue por su oportunismo comercial ni por su trama, en la que los
adultos terminaban prevaleciendo sobre los rebeldes adolescentes. Esta película
quedaría en el recuerdo porque en sus títulos aparecía Bill Haley
interpretando “Rock Around the Clock”, una canción que provocaba desmanes en
las salas cinematográficas de todo el mundo, cuando las hordas adolescentes se ponían
a bailar por los pasillos, al compás de la canción, o a saltar como locos sobre
las butacas. Luego, sí, aparecerían las primeras películas centradas en el rock (The Girl Can´t Help it, Rock ´n Roll Festival o Don´t Knock the Twist), cuyas tramas
eran una mera excusa para ver en la pantalla grande a los nuevos ídolos de la
música juvenil: el propio Bill Haley, Eddie Crochran, Gene Vincent,
Alan Freed, Little Richard y Chubby Checker, entre varios
etcétera. Lamentablemente, luego llegaría la larga serie de aburridas películas
protagonizadas por Elvis, hasta que aparecieron los Beatles
haciendo tabla rasa, marcando un antes y un después en la forma de realizar
filmes de música rock.
FABULOSOS
SIXTIES
Si bien sus películas de no fueron hitos
cinematográficos, los Beatles también innovaron en el séptimo arte. Por
empezar, inventaron lo que podríamos llamar el falso rockumental en la cómica A
Hard´s Day Night (Richard Lester, 1964). Luego se animaron a
parodiar el cine de acción y espionaje de James Bond en Help! (Lester,
1965). Y también dirigieron su propia locura lisérgica -casi inventando la
estética del video clip moderno- en Magical
Mystery Tour (1967); para más tarde “transformarse” en dibujos animados
en esa fantasía utópica e infantil intitulada Yellow Submarine (1969). Y como si esto fuera poco también
terminaron registrando en fotogramas su propio proceso de resquebrajamiento
grupal en Let it be (Michael
Lindsay-Hogg, 1970). Sin embargo, podríamos decir que el primer rockumental en serio de la historia fue Don´t Look Back (1967), un filme del
documentalista D. A. Pennebaker que mostraba la gira británica de Bob
Dylan de 1965. Es más, Don´t Look
Back funcionó casi como una suerte de análisis sociológico del rock como género musical. Otro
de los mejores filmes de rock de
los 60, a pesar de no ser tan popular como los de los Beatles, pero que se
convertiría en una cinta de culto sería Head
(Bob Rafelson, 1968),
protagonizada por los inefables Monkees, en su mejor obra artística,
lejos. Una película que, incluso, se animó a criticar en forma solapada, a
partir de un guion escrito por Jack
Nicholson, desde la parodia, a la industria del entretenimiento y los
medios masivos –en especial, la TV- y como éstos usaban y desechaban a los
artistas, exprimiéndolos. Casi casi, lo mismo que les
ocurriría a los Monkees en la vida real… Desafortunadamente, el carácter
surrealista y enredado de esta producción conspiraría contra su propio éxito.
Finalmente, el último hito de la década maravillosa
en materia de cine-rock llegaría con Gimme Shelter (Al Mayles, 1970), una película que
mostraba la gira norteamericana de 1969 de los Rolling Stones, así como el desastre acontecido en el
concierto gratuito de cierre, celebrado en el autódromo de Altamont, California;
en donde uno de los Hell´s Angels
(motoqueros que se encargaban de la “seguridad” del evento) mató a
puñaladas a Meredith Hunter, un joven negro que había sacado una pistola en
medio del show. Como se diría luego: Fue el final de una era...
LA DÉCADA DEL ROCK
En los 70 explotaría el rockumental como
género, y varios de ellos se volverían clásicos. Empezando por el famoso Woodstock (Michael Wadleigh,
1970), un filme que captó el festival homónimo de agosto del 69 y que pasaría a
la historia porque en sus tres horas largas de duración mostraba buena parte
del imaginario musical de la época, casi una instantánea de la apoteosis y el punto
culminante de la era hippie. ¿Y cómo olvidar esas presentaciones candentes de Joe
Cocker, con sus interminables convulsiones; o a Santana alcanzando
el paroxismo en medio de una pantalla partida; el explosivo show de The Who
estrenando Tommy; o la performance
mañanera de Jimi Hendrix en “Voodoo
Chile”, que desembocaba en su histórica y explosiva versión del himno
norteamericano?
Woodstock se volvería una película de
culto y abriría el camino para que varios de los grupos de los 70 se animaran a
representar sus obras mediante la filmación de shows, como sería el caso de Yes
(con Yessongs, 1973) o Emerson,
Lake & Palmer (Pictures at an
Exhibition). Incluso Ringo Starr filmaría a T-Rex en Born to Boogie (1972), y Frank
Zappa parodiaría los chiches de las giras con su 200 Motels (1971). También el
naciente rock argentino tendría su propia Woodstock con Rock
Hasta que se Ponga el Sol (1973), el filme de Aníbal Uset, casi
el único registro audiovisual de los conciertos de esa época, junto al Adiós Sui Generis (Bebe Kamin,
1975). Sin embargo, la mejor despedida filmada del rock de esos años no sería
la del dúo formado por Nito Mestre y Charly García sino la de The
Band en The Last Waltz
(1976), la impactante película documental de Martin Scorsese. Por otro
lado, no podemos dejar de mencionar el impacto de The Song Remains the Same (Peter
Clifton y Joe Massot, 1976), el
filme que mostraba los conciertos dados por Led Zeppelin en el Madison
Square Garden de Nueva York, durante su gira norteamericana de 1973. Esta
mítica película, al igual que Woodstock, se volvería un clásico de culto entre
el público rockero de nuestro país, durante aquellas viejas trasnoches de los
viernes, hasta bien entrados los 80. También en los 70 grandes directores como Ken Russell se animaban a filmar
películas bien rockeras como Tommy (1975, la adaptación de la ópera
rock de The Who) y Litsztomania
(1976), en donde aparecían actuando estrellas del género como Rick Wakeman, Ringo Starr y Roger Daltrey.
Y en el final de la década llegarían otros hitos como The Kids Are Alright (1979), el documental que recorría la
trayectoria de The Who; y The
Great Rock & Roll Swindle (Julian Temple, 1979), que
mostraba la accidentada gira final de los
Sex Pistols por Estados Unidos.
I WANT MY MTV...
Durante la década del ´80, con la
masificación del vídeo clip como medio audiovisual para promocionar a grupos y
solistas de rock y pop, el género rockumental tuvo un
retroceso. Un momento de crisis que coincidiría también con esa hilarante
parodia llamada This is Spinal Tap
(Bob Rainer, 1984), que retrataba a un falso grupo de rock que cumplía al pie de la letra
con todos los clichés habidos y por haber de este género musical. Por eso,
¿luego de Spinal Tap, quién se podría tomar en serio la filmación de una
película de rock, sin cagarse
de la risa? Sin embargo, también habría lugar para buenos filmes como el de
ficción “autobiográfica” de Prince, Purple Rain (1984); el documental de la gira de Duran Duran de
1984 (Sing Blue Silver)
filmado por Russell Mulcahy; o la biografía de John Lennon,
Imagine (Andrew Solt, 1988); y el clásico Rattle & Hum (Phil
Joanou, 1989), de U2. Sin embargo, ninguna superaría en
trascendencia a Pink Floyd, The Wall (Alan Parker,
1982), la impactante versión cinematográfica del clásico álbum doble homónimo
de este grupo progresivo inglés.
EL ROCK
QUE ES MI FORMA DE VER…
Como decíamos al principio, el cine-rock ha tenido un renacimiento
en la primera década de este nuevo siglo, con películas documentales de todo
tipo de grupos y solistas, desde Oasis hasta Miguel Abuelo, pasando
por las biopics de George Harrison
o Luca Prodan, más la filmación de shows de los Rolling Stones (Shine a Light, Scorsese, 2008), La Renga, o el Indio Solari; e hitos como la película de Metallica
(Some Kind of Monster, 2004),
o los documentales basados en figuras de culto como Daniel Johnston o Lemmy Kilmister, por citar
tan solo un par de ejemplos.
Sin dudas, el cine rockero es un fenómeno que
crece día a día, e incluye películas de ficción, como la hilarante “biografía”
de Dewey
Cox (Jake Kasdan, 2007),
producida por el genio de la Nueva
Comedia Americana Judd Apatow. Por
supuesto, también hay comedias aptas para todo público como es el caso de School
of Rock (Richard Linklater, 2003),
o dramas semi autobiográficos como Almost Famous (Cameron Crowe, 2000). También en el BAFICI,
todos los años se estrenan grandes películas documentales de rock. Como fue el
caso de Libertines: There are no
Innocent Bystanders (Roger Sargent, 2010), o Joy Division (John Savage, 2007). Y es incesante la cantidad
de nuevas películas rockeras que cosechan premios en los festivales más
importantes del mundo, año a año.
Sin dudas, hace rato que el rock se metió en
la pantalla grande -y ahora también en las pantallas de los múltiples dispositivos
hogareños-, y no se piensa mover de ahí.
Emiliano Acevedo
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