Durante la primera mitad de los 70, el rock progresivo vivió su época
dorada. Fue durante esos años que grupos como Yes, Emerson Lake & Palmer, Genesis, Camel o Focus
–por citar unos pocos nombres- acapararon la atención del público rockero, ganando masividad, a la vez que lograban que las
revistas especializadas se llenaran de calificativos como “obra conceptual”, “tema
épico”, “bellísimo”, “sofisticado”, “lirico”, “espacial”, “alucinante”… Por no
hablar de algunas reseñas que hacían referencia a una “cascada de armonías sinfónicas con introducción orquestal” (!).
Sin embargo, dentro de esta pléyade de
músicos virtuosos había un grupo inclasificable que rompía todos los esquemas,
reinventándose todo el tiempo. Su nombre era King Crimson. Sin dudas, una
banda insólita, incluso dentro del progresivo europeo, debido a su repertorio tormentoso, a veces sutil,
pero muchas otras durísimo. Un grupo que conjugaba perfectamente los excesos
instrumentales con bellos pasajes hechos canción. Este Rey Carmesí era la máscara en donde se escondía uno de los músicos
más inquietos, excéntricos y visionarios que ha dado el rock en toda su historia: Robert
Fripp,
un guitarrista y compositor excepcional. Él era el jefe, el factótum que hacía
y deshacía todo en el grupo, utilizando un verdadero seleccionado de músicos a
los que iba cambiando de acuerdo a sus ambiciones artísticas, en las diferentes
y sucesivas fases de Crimson.
Justamente, a fines de 1972 se inicia su
tercera etapa con una formación que quedaría marcada a
fuego en la memoria de todos sus fans: Fripp,
John Wetton
(bajo y voz), Bill Bruford (batería), David Cross (violín, mellotrón) y Jamie Muir (percusión y accesorios). Esta nueva
encarnación de Crimson sería –hasta la
renovada formación de los 80- la única que podía ser considerada como un grupo
verdadero, tanto por la afinidad de los cinco músicos involucrados como por su
compenetración instrumental natural. Fruto de esta química surgirá Larks´Tongues in Aspic (editado el 23 de
marzo de 1973), un disco duro, difícil, que será el primero de una tripleta
genial, luego completada por Starless
and Bible Black (1974) y el clásico Red (1974), antes de que Fripp
decidiera poner en el freezer a Crimson durante siete largos años debido a “la
relación vampírica creciente existente entre la audiencia y los músicos”,
según sus propias palabras.
En sí, el cambio más radical de King
Crimson en Larks´ venía por el lado sonoro, ya que aquí el grupo optaba
por sustituir los arreglos de vientos –presentes en los discos previos- por el
sonido del violín, aunque Cross también
tocaba en algún pasaje del disco el mellotrón. Además era el disco
decididamente más salvaje, distorsionado y sucio que la banda había hecho hasta
entonces, incursionando en el free jazz, muy en boga en esos tiempos.
De movida nomás, con el tema “Larks´Tongues
in Aspic” se catapultaba al oyente hacia la estratosfera con la poderosa base
rítmica que conformaban Wetton y Bruford, por sobre la que Fripp dibujaba sus conocidos estiletazos
guitarreros. Además, esta obertura rompía con cualquier género o estilo. Es
como que Crimson se hubiese animado a dar un paso más allá del mundo del rock, casi negando al género como tal
para crear una música indescifrable para el oído menos entrenado, pero que, sin
dudas, terminaba siendo adictiva. Un tema en el que también se lucía Muir, con sus instrumentos percusivos,
que incluían innumerables vibráfonos, campanitas y demás accesorios. Sin dudas,
una obra magna en la que cada uno de los músicos tenía suficiente espacio como
para mostrar lo suyo, a partir de esa secuencia inicial propulsada por Wetton,
Bruford y Muir, en la que se intercalaba otra en la que tocaba en solitario
Fripp. Un recorrido progresivo
en donde la tensión iba en crescendo hasta que una descarga musical
tranquilizadora (¿y orgásmica?) llevaba al reposo final…
En “Book of Saturday” y “Exiles” se asistía
a un breve descanso auditivo. Casi un recreo sutil luego de tanto rigor sonoro,
en donde hacía su presentación la voz de Wetton,
quien demostraba todo su carisma y calidad como cantante. En ambos temas, Fripp se la pasaba conjugando complejas
armonías, en especial en “Book of Saturday”, con esas guitarras (que suenan)
“al revés” en medio de la canción, invadiendo al oyente desde todas las
direcciones. Por su parte, “Exiles” (un tema casi “dark”, debido
a su belleza gótica) se destacaba por el brillante ensamble de mellotrón
(simulando arreglos orquestales y flautas), guitarra, percusión y violín.
El siguiente tema, “Easy Money”, fue lo más
parecido a un “hit” que tuvo el disco. Una canción súper original y atractiva
que recordaba al material más rockero de Crimson, como el viejo tema "21st
Century Schizoid Man", incluido en el histórico primer disco del grupo. En
“Easy Money” se ponía en evidencia eso que un oyente neófito podía suponer que
era el rock avant garde. Es
decir, una pieza musical evidentemente rockera, pero con la suficiente ínfula
sabihonda y artística como para auto definirse como obra vanguardista. Esta
canción conjugaba pasajes muy elaborados, en donde la voz pasaba a ser un
instrumento más, con otros en los que ganaba terreno lo que se cantaba, la
lírica. Sin dudas, una composición notable, en la que también vale la pena prestar
mucha atención a la impresionante performance percusiva, descarada y marciana, que
desarrollan Bruford y Muir.
Reencuentro en 2009 |
“The Talking Drum” era una pieza
enloquecedora, un viaje directo por un pasaje instrumental sin salida, que
comenzaba con efectos sonoros que evocaban el sonido del viento y el zumbido de
una mosca, dando paso a la arremetida de todos los integrantes del grupo, los
cuales se sacaban chispas en otra performance para el recuerdo. Un tema rítmico
espeluznante, endiablado y terrorífico que crispaba los nervios. Sin dudas, no
apto para cardiacos o personas impresionables (en especial por el aparatoso
chillido de los violines y la salvaje intervención final de Fripp en la
guitarra, cabalgando como un jinete loco sobre música y ritmo, hasta llegar al
espasmo final…)
Finalmente, en la segunda parte de “Larks´ Tongues
in Aspic” volvían a escucharse algunos de los leitmotiv de la suite inicial,
pero a partir de la construcción de una obra totalmente nueva y autónoma, en
donde la sección rítmica ganaba mucha importancia. Mientras tanto, Fripp, a
partir de un riff simple de guitarra, iba construyendo armonías casi dadaístas
–por llamarlas de alguna manera-, hasta llegar a un apabullante ejercicio de
técnica instrumental, mixturado con una libre improvisación aleatoria, que
contractaba pasajes lentos con ritmos sincopados e incursiones polirrítmicas.
Una secuencia musical prácticamente imposible de describir con palabras. Hay
que escucharla, como todo este disco inmortal…
Emiliano Acevedo
Un clásico atemporal, excelente disco dentro de la obra extraordinaria del Rey.
ResponderEliminarHay discos y discos, y este es uno de esos que te marcan de alguna manera y vaya si estaban inspirados los muchachos, logrando piezas avant excelsas y llenas de profundidad sensorial como en sus mejores momentos y los temas, qué temas!!! uno mejor que el otro, como bien señalas. No somos demasiados los que escuchamos esta clase de música, pero es una forma "alternativa" de no corromperse con la dictadura del mercado, ese que te dice "escuchá esto", y lo hecho por el esfuerzo verdadero por artistas genuinos, aunque no exageradamente famosos, no vale casi nada, cuando muchas veces es todo lo contrario. Siempre se dijo que gran parte del público en general es excesivamente conformista, y es verdad. Hay discos que vender una miseria, muy pocas copias, cientos o menos de diez mil copias a nivel mundial y son a veces, brillantes obras y nada que envidiarles a discos de venden decenas de millones, que también muchas veces son muy buenos y sumamente disfrutables.
Pero pasa con todo, lo que es más fácil de vender y es muy simple en todo sentido, completamente homogeneo o casi sin matices, es mucho más preferido por cientos de millones de personas que trabajos hechos con otro espíritu.
Si nos guiamos por esos famosos "Hot 100" o las listas de Billboard, King Crimson tendría que haber tirado a la basura esta gran obra, verdadero arte.
Lo que te comenté en la entrada de Van Der Graaf y te añado que a veces es preferible ser un artista "de culto" a una superestrella porque esto último conlleva una serie de sacrificios que muchos excelsos músicos no están dispuestos a hacer por sus convicciones personales y a mi me parece que sea de esa manera, nos perderíamos de miles de creaciones increíbles si todos o la mayoría siguiera con los criterios mercantiles y que el público de masas agradece todo el tiempo, y sin la más mínima acritud y conocimiento.
Te pregunto una vez más si ves posible esa postal de Hammill haciendo parte de la música de Michael Jackson en los ´80 o también Robert Fripp en un grupo como los Guns N Roses. Con esto me refiero a que si ellos les hubiese gustado realmente estas formas de exposición y de creación musical, no lo sabemos, pero creo que nuestra intuición nos dice que no es posible.