miércoles, 5 de abril de 2017

DUNA: UNA SAGA DE TEXTURAS, OSCURIDAD Y CANCIONES ROCKERAS, entrevista a Alejandro Villanueva

Su adolescencia transcurrió en los oscuros años de la última dictadura militar, viendo como pibes un poco más grande que él tenían que ir a la Guerra de Malvinas. Años de represión, desapariciones y censura. Una época durísima en la que Alejandro Villa Villanueva alimentó su sueño de poder -alguna vez- dedicarse a lo que más le gustaba: ser músico, tocar la viola y cantar. Y utilizando al rock como trinchera y motivación, le fue dando forma a esa ilusión, junto a otros pibes del barrio, juntándose en alguna esquina de Parque Chacabuco o Almagro. Eran tres chicos, Villa, Marcos y Luciano; quienes gastaban los discos de sus ídolos, intentando desentrañar esos sonidos que los apasionaban, alimentando su pasión rockera. A este trío se sumará Raúl, un guitarrista trenqueláuquense, llegado a Buenos Aires a mediados de los 80. Era la génesis de Duna, un grupo bien en sintonía con los sonidos de una época caracterizada por canciones de pop potente y las texturas sónicas del dark. Con ese logo inimitable, que el propio Alejandro diseñó con un par de reglas que usaba en dibujo técnico. Ya eran los primeros años de esa primavera democrática que luego se vio jaqueada por la hiperinflación y la decepción. Otro mundo, otro país, en el que no había ni vinilo para hacer discos debido a la crisis económica de fines de los 80. Poco después, Duna se transformará en Abejorros, un power trio muy rockero, bien de los 90, que duró hasta poco después de la crisis del 2001…

Pero eso ya es historia, una rica historia que nutre este presente que tiene a Duna de nuevo en funcionamiento, con un disco novísimo en vivo, tocando por todo el país y con un montón de proyectos. Por eso nos juntamos con Villa en un café de Parque Chacabuco, sin dudas, su lugar en el mundo, para que nos contara su historia plena de recuerdos rockeros. 

ENTREVISTA> ¿Cómo te inicias en la música?
Arranqué tocando folklore en la guitarra, a los ocho, nueve años. Aunque la maestra de música me echó por tocar cualquier cosa en la viola, por hacer desorden. De cualquier forma, yo insistí, volví al otro día con un bombo legüero y aquí estoy… (risas)

¿Y qué música se escuchaba en tu casa?
Como tenía una hermana unos años mayor que yo, le “robaba” los discos y los escuchaba. Así empecé a coparme con los temas no tan conocidos de los grupos. Por ejemplo, escuchaba Let It Be, de los Beatles, y me enganchaba más con canciones como “I Got a Feeling” que con los hits. Luego me empecé a copar con otras Black Sabbath, Deep Purple, Bowie; o Spinetta y Charly, de los que me volví fanático. Más tarde, entró a estudiar en mi colegio, al Mariano Acosta, mi amigo, el Tano Brizzolara, que traía discos importados que acá todavía no habían aparecido, las primeras cosas de The Police, sumado a discos de King Crimson, Roxy Music, Iggy Pop o los Ramones. Toda una data muy grosa del rock internacional, que afuera era habitual, pero que nosotros ni conocíamos. Y escuchar álbumes como Never Mind the Bollocks, de los Pistols, en 1978, poco después de haber sido editado, era una experiencia increíble. Por supuesto, luego me re copé con los primeros álbumes de U2 y con Talking Heads. Todos esos discos me influenciaron y me marcaron un camino a seguir, no tengo dudas.

¿Por qué te terminaste copando con tocar la guitarra?
Porque desde pibito siempre fui fanático del rock. Estaba solo en casa, porque mis viejos laburaban, agarraba el palo de la escoba y cantaba un tema de Queen. O ponía temas de The Police, intentando tocar la batería como Stewart Copeland. Es más, me acuerdo que cuando vinieron a tocar a Argentina, en diciembre del 80, justo tenía que dar examen de Biología en el secundario, y falté para ir a ver el show de Police, y directamente la cabeza me explotó. También era muy fanático de los Clash, pero no llegaba a entender esa onda tan políticamente comprometida que tenían en discos como Sandinista o London Calling. Lo que sí entendía era que con dos o tres acordes ellos hacían los temas, y eso estaba buenísimo. Fue una suerte escuchar músicos así de grosos, porque en esa época los pibes de barrio no teníamos la suerte de poder ir a estudiar a una escuela de música. Por eso, escuchando a estos tipos, su obra te inspiraba a hacer lo tuyo, a animarte a salir a tocar.

Entonces, ahí decidiste que la música iba a ser tu profesión…
No directamente. De hecho yo quise estudiar Ingeniería Civil, para luego estudiar Ingeniería Electrónica, pensando que así podría vincularla a mi pasión por la música y luego poder ser ingeniero de sonido. Porque en ese momento no existía la carrera de Ingeniería de sonido, como ahora. Al final, llegué hasta tercer año de Ingeniería, cuando pintó lo de Duna y ya no estudié más… Pero, volviendo a lo de los discos, después de escuchar todos esos grupos punk y new wave que sonaban en los primeros 80, me decidí a hacer música. Ahí me compré un bajo italiano, un eco, al que luego cambié por una guitarra eléctrica, marca Epiphone Genesis, que estaba re buena. Tenía un equipo Acoustic que era una porquería total, pero para mí era como tener un Marshall, imaginate… (risas). Empezaba una movida de pibes que nos animábamos a tocar, impulsados por los Clash y otros grupos, que simplificaron la cosa pero haciendo canciones de calidad. Obviamente, ya venía escuchando rock progresivo o grupos de acá como Serú Girán, que eran brillantes, pero cuya música era imposible de tocar para pibes que recién empezábamos. Entonces, ver a tipos como Strummer o Mick Jones, que salían haciendo una música tan buena, tan comprometida, con dos o tres acordes, te inspiraban a poder desarrollar lo tuyo.

Vos sos de la generación que fue a Malvinas, ¿no?
Soy dos años más chico, pero sí, tenía amigos del barrio que terminaron en el 82 yendo a la guerra. Igual me crié con una seguidilla interminable de gobiernos militares y represión. Por eso te terminabas acostumbrando a esa situación de mierda, ¿viste? A ver a pibes, compañeros tuyos de curso, que los venían a buscar a la salida del colegio, o tipos del barrio que desaparecían y nadie sabía más nada de ellos. Te acostumbrabas a esa tragedia de lo habitual.

Sos un músico autodidacta…
Sí. Estudié mucho con los discos, escuchando. Me gusta mucho crear texturas con la guitarra, por eso escuchaba a Brian May. Pero también escuchaba a tipos re estructurados como Robert Fripp o con un sonido re deforme, como el estilo de Adrian Belew, y me preguntaba: ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo sacan ese sonido? Escuchaba, veinte, treinta veces, cada disco, tratando de entender como lo hacían. Y me explotaba la cabeza, tratando de sacarlo. Me encantaba intentar crear esas texturas con la guitarra, ese colchón de sonido que no se sabe si es un teclado o una viola. Como, por ejemplo, lo que hacía Andy Summers en Police.

¿Y cuándo te animaste a cantar?
Desde chico, siempre canté, me gustaba mucho. Mi abuela, que era ciega, cantaba re contra bien, aunque no era profesional, y yo me quedaba escondido escuchándola, asombrado. Por eso siempre canté, casi sin darme cuenta.

¿De dónde salió el nombre del grupo?
Andamos buscando un nombre corto para el grupo, siguiendo el  ejemplo de Sumo. Algo corto pero contundente. Y se dio que habíamos leído Duna, la novela de ciencia ficción, y también éramos muy fans de la película, en donde trabajaba Sting. Buscamos algo corto pero muy sonoro. Y así quedó Duna.

¿Cómo fueron puliendo el sonido de Duna?
Nosotros tocábamos todos los días, varias horas por día. Re metidos en la cosa. Raúl (Arbelbide, guitarra), Marcos (Marafioti, batería), Luciano (Del Bene, bajo) y yo, éramos todos pibes, de 15, 16, 18 años. De a poco fue saliendo. Por fin, en el 86, hicimos un demo y se lo mandamos a Feedback, el programa que tenían Pergolini y Paluch en la radio. Ahí, la gente lo vota como “demo del año”. Ese demo en casete tenía “Final Marruecos”, “Gente moderna”, “Mundo digital”  y “Taxi en New York”. Luego, seguimos tocando, con un crecimiento bastante rápido en convocatoria. Así, nos metimos a grabar en forma independiente en Moebio, en 1987, producido por Rick Anna. Luego aceptamos la propuesta de Daniel Grinbank para entrar a su sello, DG Discos.

Ese primer disco homónimo del grupo, con toda esa estética blanco y negro en el arte, más ese sonido oscuro, estaba un poco influenciado por Joy Division, ¿no?
Sí, éramos re fanáticos. Claro, tiene influencia de Joy Division y otros grupos que estaban sonando en ese momento y nos volaban la cabeza. Por ejemplo, escuchábamos mucho Cocteau Twins, que era un grupo re sónico, con ese sonido muy texturado, o The Cure, obvio. Éramos re fanáticos de toda esa estética blanco y negro de las fotos, el arte de tapa y demás.

¿De dónde salió la letra de “Final Marruecos”, cómo se te ocurrió?
Estábamos en Villa Gésell, en la playa, metidos a full en una onda bien dark, con los pelos parados, todos vestidos de negro. Entonces se nos ocurrió una historia acerca de cómo sería estar en una relación, muy feliz, enamorado, y saber que se viene el apocalipsis, el fin del mundo. Desde esa temática, partió la idea de la letra. Y salió así, de una. Al principio se llamaba “Final”, a secas; hasta que un dj llamado Poppy Manzanero, que era manager de La Sobrecarga en ese momento, cuando estábamos grabando el demo, nos dijo: “Pero, esta música, es como Marruecos…” Y tanto jodió con eso que le pusimos “Final Marruecos” (risas)

¿Cómo era la movida del rock en esa época, a mediados de los 80?
Había un montón de lugares para tocar, varios en la zona de Palermo: La Esquina del Sol, El Jefe o Gracias Nena; en todos, te llevabas el sonido y tocabas. Si iba gente, bárbaro; y si no iba nadie, listo, no fue nadie, todo bien. Así de simple. Por ejemplo, nuestro manager, Roberto Costa, iba a los lugares con nuestro casete para que lo escuchen, y les preguntaba si podíamos tocar allí; si a los dueños de los lugares le gustaba, se mandaban; se arriesgaban a dar espacio a los grupos nuevos.

¿Y cómo les fue con el segundo disco (Un grito más, 1989) en plena hiperinflación?
Fue dificilísimo sacarlo, porque no había vinilo en el país para fabricar discos. Para mí, ese un discazo. Lo hicimos con Mariano López, el sonidista de Spinetta. Ese terminó siendo un disco mucho más conceptual, mucho más oscuro que el primero.

Y luego deciden cambiarle el nombre a la banda, ¿no?
Es que justo había salido el Fiat Duna, por eso nos terminamos cambiando el nombre, porque nos hinchaba mucho las pelotas que nos relacionaran con un auto por llamarnos Duna. Aparte era un auto que tenía una súper publicidad. Era un bajón. Por eso, ahí nos cambiamos el nombre a Abejorros. Era la misma banda –salvo Raúl, que se tuvo que volver a vivir a Trenque Lauquen-, pero con otro nombre. 

Claro, en Abejorros eran casi los mismos que en Duna, sin embargo, hay un cambio en el sonido, en las temáticas de la propuesta musical. ¿Coincidís?
En realidad, fue por el devenir de la época. El paso de los 80 a los 90. De tocar algo más pop nos hacemos más rockeros. Igual, siempre estuvimos mutando el sonido. A mí me gustaba mucho que cada álbum tuviera un concepto diferente de audio. Además nos comenzó a producir Rinaldo Rafanelli, quien influenció el cambio de sonido, nos potenció hacía algo más crudo, más rockero. También coincidió con el surgimiento de grunge, con Nevermind, de Nirvana, que nos encantaba. Es más, fíjate que fue el mismo Rinaldo quien nos convenció que pusiéramos “Calle Abajo” en el primer disco de Abejorros, porque nosotros no lo queríamos poner. Pero le hicimos caso y el tema reventó en todos lados, se volvió en uno de los más escuchados de esa época.

                             

¿Vivías de tu actividad como músico, o hacías otras cosas también?
No. Siempre laburé también en producción de shows. Cómo asistente, trabajando siempre atrás del escenario, en camarines, en los diferentes estadios donde tocaban las bandas, y demás. Por supuesto, trabajé mucho a partir de los 90, cuando empezaron a llegar bastantes grupos internacionales a tocar acá. Laburé en varias empresas dedicadas a la organización de shows, y, de hecho, hasta el día de hoy lo sigo haciendo.

Debes tener miles de anécdotas de esos shows…
Claro. Como una vez que les tuve que conseguir unos calzoncillos a los Red Hot Chili Peppers, para que los usaran durante el show. O un vodka a Bob Dylan, que se me rompió justo cuando se lo iba a dar…

Nooo… Contame eso, por favor…
Esa fue mortal, me quería matar… (risas) Claro, no había vodka en el camarín, y ya había tocado como telonera Celeste Carballo. Era una de las primeras veces que venía Bob a tocar acá, y quería un vodka. Pero tenía que ser uno como la gente, una marca Premium, nada industria nacional. Ok, me fui desde Obras a comprar uno a Unicenter, y le conseguí uno, creo que de marca Grey Goose, o algo así. Lo compré y cuando se lo voy a apoyar, se abre la caja abajo y se rompe la botella contra el piso… Así que tuve que salir corriendo a comprarle otro… ni me acuerdo como lo solucioné… Una situación parecida me pasó con Lemmy, de Motörhead

Nooo…
Sí, con Lemmy, quien me había pedido que le consiga un (whisky) Jack Daniels. A lo que yo le dije que no había. Para que… Se puso como loco: “¿Cómo que no hay, si yo lo vi?” Claro, él lo había visto en el Free Shop, pero acá, en los supermercados no se conseguía en ese momento. Así que el tipo me agarró del cogote, me levantó del piso y poniéndome literalmente contra la pared, me dijo: “Conseguime un Jack Daniels, porque no tocamos…” Afortunadamente, Igor, un stage hand argentino, tenía media botella en la casa, a quince cuadras de Obras, y la fue a buscar. Él me salvó la vida… y salvó el show también, por supuesto… (risas) Con otros era más fácil, por ejemplo los INXS, que se coparon con la cerveza Quilmes y la preferían, incluso, hasta por sobre las marcas extranjeras, que consumían afuera. Así que les llevaba las botellas de litro sin problemas… Trabajando en producción de shows, zafé en los vaivenes de mi actividad como músico. Además compuse temas para otras bandas, produje discos, eso también me ayudó… Sí, viví bárbaro de la música por momentos, pero en otros momentos, no. Porque eso también depende de la situación del país, ¿no?

Una pregunta que le hacemos a todos nuestros entrevistados: ¿Qué tema de otro te hubiese gustado componer a vos?
Uhhh… Un montón. Sin contar los Beatles y los Rolling Stones, por supuesto, que están más allá de todo… Pienso en “Space Oddity”, de Bowie, que aún hoy lo escucho y me encanta todo, su sonido volado, espacial, bien de esa época, junto con la letra, y como está producido. También “Smell Like a Teen Spirit”, de Nirvana, que es un tema genial, tiene de todo, me hubiese encantado haberlo compuesto.

¿Cuáles son las diferencias entre las épocas, para vos, que tocaste en los 80, en los 90 y ahora en los 2000?
Antes, en los 80, éramos pocas bandas, y ahora son muchísimas. Eso pasa por el rock se metió mucho entre la gente, ya no es un fenómeno marginal, pasó a ser masivo. Eso también genera mucho comercio, mucho negocio asociado a la música. Hay un mercado mucho mayor, pero eso no significa que los músicos ganen mucha más plata ni mucho menos. Por ejemplo, en su momento, nosotros laburábamos un montón, tanto en la primera época de Duna como con Abejorros. En esa época tocábamos mucho en las discotecas, dos o tres veces por fin de semana, todos los fines de semana. Había mucho laburo. Entonces, capaz que un mismo fin de semana tocábamos en discos de Ezeíza, después en Claypole, y después en Lanús… Íbamos, tocábamos, y después la gente seguía bailando música propia del boliche. Bueno, esa movida no existe más. No está más, porque a los chicos que van a bailar les interesa otra cosa, y a los que quieren ir a ver un show de rock, van a los lugares en donde hay shows de rock. No digo que esté mal o bien, solo que estaba buenísimo tocar todo el tiempo, y ahora es muy difícil poder hacerlo.

Es como que otras músicas le coparon la parada al rock, ¿no?
Sí, claro, en las discotecas, ¿no? Porque hay shows de rock y todo eso, pero, por ejemplo, cuando explotó el fenómeno de la cumbia, los grupos de rock quedaron apartados de todo ese circuito de discotecas que existía antes. Porque en las discos de la zona sur era habitual ir a ver tocar grupos como Soda, Virus, Duna u otros; y luego, a partir de los 90, el rock fue dejado de lado, y cada vez más, todo ese circuito fue todo más copado por la cumbia y la música electrónica.

En 2002 se separa Abejorros, cada uno de ustedes se va a hacer otra cosa. Ahora volvieron como Duna. ¿Cómo es este regreso?
Estamos pasando un momento de alegría enorme, porque esto comenzó de nuevo hace dos años y medio, cuando nos juntamos para hacer un show en La Trastienda. La idea no era seguir tocando. Simplemente, un concierto de reencuentro para tocar, porque nunca dejamos de vernos, aunque ya no tocábamos juntos. Inesperadamente, esa noche La Trastienda explotó, se llenó. No lo podíamos creer. Así que, ese regreso fugaz llega hasta hoy, porque nos volvieron las ganas de seguir a full con Duna.

Un regreso que vino acompañado por un álbum en vivo, Claroscuro…
Este nuevo disco en vivo que sacamos por PopArt, es un show que dimos en Trenque Lauquen, en diciembre de 2014. No es un Grandes Éxitos, sino un recorrido de toda nuestra carrera, unificando el repertorio de Duna, de los dos primeros álbumes de los 80, con algunos temas de Abejorros de los 90. Actualizándolos al sonido actual. Y quedó bárbaro. Es una grabación fresca, casi sin regrabaciones. Lo que quedó es prácticamente lo mismo que tocamos ese día allí.

¿Cuáles son los proyectos que tienen a futuro, Villa?
Ahora tenemos a un nuevo bajista, Nico Infante, porque Luciano vive en Brasil. Con esta nueva formación, vamos a hacer un EP de cuatro temas, nomas. Debido al vértigo de los tiempos actuales. A nosotros nos gustaría hacer, directamente, un álbum completo, pero porque en las redes los fans te piden material nuevo todo el tiempo, salimos anticipándolo con este EP. Más tarde, a fin de año, quizás, editaremos un cd completo de temas nuevos. También nos gustaría hacer cuatro o cinco videos clips más de nuestro último disco en vivo.


Emiliano Acevedo

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