Nadie
va a descubrir a estas alturas que Marcelo
Torres es uno de los más prestigiosos bajistas del país. Lo
avala una trayectoria de más de cuarenta años y el haber tocado junto a varios
de los mejores músicos argentinos. Además de compositor excelso y talentoso,
Torres es un prolífico experimentador de la fusión de estilos, ya sea con el
jazz, el folklore y el rock. Buena parte de esto lo podemos apreciar en su obra
solista, que ya suma cinco álbumes, con el reciente Adivino del tiempo, una producción de eminente impronta folclórica.
En esta charla que sigue, recorremos su historia en primera persona…
ENTREVISTA> En tus inicios hiciste folklore, como la gran mayoría de los músicos
de tu generación…
Sí,
tal cual. Yo nací en 1960 y cuando tenía nueve años se vivía el boom del
folklore. Por eso, cuando empecé a estudiar guitarra, mi formación básica fue folclórica.
En esa época se escuchaba mucho a Los
Chalchaleros, Los Fronterizos, Los Quilla Huasi, Los Tucu Tucu, Larralde,
Horacio Guarany, Cafrune… Todos eran las estrellas del folklore argentino
de ese momento. Y con eso arranqué, tocando folklore durante todo mi periodo de
la escuela primaria. Para mí, estudiar música fue una necesidad vital, fue un
alimento espiritual y energético. Me conecté con la música, desde muy chico, de
manera totalmente intuitiva. Lo extraño es que, viniendo desde una formación
muy popular como es el folklore, luego, de manera totalmente autodidacta, ya en
los setenta fui escuchando todo el rock internacional para después pasar al
jazz…
Y
aprendiendo música durante todo el proceso…
Claro.
Porque podría haber sido un cantautor y estaría bien, hubiese tenido más
coherencia, pero hubo un quiebre quizás debido a mi forma de conectarme con
otros músicos, lo que hizo que me pudiera insertar en medios musicales que
pertenecían a otras clases sociales. Porque yo me había anotado en el
Conservatorio Manuel de Falla para estudiar contrabajo y ahí me conecté con el Pollo Raffo y otros músicos del Oeste. Músicos
que, en su mayoría, venían de haber estudiado en la Escuela Ward, de Ramos
Mejía, un colegio de clase media alta. Entonces, viniendo yo de un hogar de
clase trabajadora, la música también me llevó a relacionarme con otra realidad
social. Y eso también me ayudó a crecer. Yo siempre tuve una necesidad de
crecer musicalmente, desde el primer proyecto de rock que tuve, un trío en el que
improvisábamos mucho. Todo eso se dio en forma natural, porque era el tipo de
música que me interesaba.
¿Qué
hicieron con el Pollo?
El
Pollo Raffo ya escribía música en
ese momento, y yo tuve que empezar a leer partituras para comunicarme con ese
tipo de músicos, y después me invitó a tocar en su cuarteto, que se llamaba Raffo IV. En ese proyecto hacíamos una
música de fusión tipo Weather Report.
Al mismo tiempo, entre los 16 y los 21, tuve una banda experimental llamada Paulatino. Tocamos solo dos veces, pero
ensayábamos un montón. Eso me sirvió mucho de aprendizaje, también.
¿Qué
es lo que te enamoró del bajo?
Yo
no me propuse ser bajista, yo tocaba la guitarra eléctrica desde los 11, pero
le presté mi guitarra a un compañero del grupo que teníamos entonces que se
llamaba Tocata. Así que empecé a
tocar en otra guitarra más vieja que tenía las cuatro cuerdas graves, porque le
faltaban dos cuerdas, era una guitarra baja. Entonces yo hacía como la parte
grave de los acordes. Así empecé. En los primeros años toqué con bajos que me
prestaban distintos amigos, hasta que me pude comprar uno. Era tan salame que
me compré un bajo sin cuerdas, y cuando me compré las cuerdas, las cuerdas me
salieron más caras que el bajo… (risas)
Ese fue mi primer bajo. Una vez que me enganché, ya me gustó.
¿Tenés
algún bajo preferido?
Mi
primer bajo Fender Precission lo tuve en 1977, que me acompañó toda la época de
Tantor y que conservo hasta la
actualidad. Un bajo al que yo mismo le saqué los trastes para hacerlo fretless, influenciado por el estilo de Jaco Pastorious. Después, en un periodo
en 1987, cambié al de seis cuerdas, un bajo que me mandé a hacer, y desde esa
época toco bajo de seis cuerdas. Creo que debo ser uno de los pocos bajistas
que toco exclusivamente en bajo de seis cuerdas desde esa época.
¿Cuál
es la diferencia entre seis y cuatro cuerdas?
Que
con seis cuerdas tenés más rango, tenés más graves y más agudos. Es como un
violonchelo, porque tampoco es una guitarra eléctrica, por más que tenga seis
cuerdas. Tenés sonidos más agudos, que te permiten hacer acordes; es un bajo
para un bajista solista, si se quiere.
¿Cómo
fuiste aprendiendo las diferentes técnicas?
Yo
soy autodidacta. Solamente, estudié dos años y medio contrabajo, más lo que
había estudiado de guitarra clásica, de los nueve a los doce años.
¿Cómo
fue tu llegada a Tantor?
Fue
increíble. Yo había leído una nota en la Pelo en 1980, en donde Héctor Starc decía que “no había sangre
nueva en el rock nacional”. Entonces los llamé. Mi intención no era tocar con
ellos, sino mostrarles que había músicos nuevos que hacíamos rock, por más que
no nos conocía nadie. Entonces me hicieron una prueba, un domingo a las cuatro
de la tarde. Después me enteré de que habían pasado como treinta bajistas por
la prueba. Cuando me tocó a mí, nos pusimos a zapar en trío (Héctor, Rodolfo García y yo) y
enseguida enganchamos. Y a la semana ya me llamaron para formar parte del grupo.
¿Qué
balance hacés de tu participación en Tantor?
Estuvo
muy buena. Sonábamos muy bien. Éramos una banda de rock pero, básicamente, de
música instrumental.
¿Qué
recordás de la participación del grupo en el Festival de Solidaridad
Latinoamericana de 1982, a beneficio de la Guerra de las Malvinas?
Por
supuesto, sabemos que el origen de ese concierto era el desastre de la guerra.
Un momento horrible liderado por los milicos. De cualquier manera, para mí es
un hito ese concierto, porque estuvo casi toda la estructura más importante de
la cultura rock argentina de la época. Además, fue la primera vez que se hizo
un concierto en Obras al aire libre y había como 40 mil personas. Ese mismo año
también participamos del BaRock. Son dos conciertos que fueron muy importantes
para mí, siempre los recuerdo.
Entre
la época de Tantor y tu colaboración con Lito Vitale, ¿qué estuviste haciendo?
Daba
clases. Hice varias cosas. Toqué con Raffo
IV, Julia Zenko, María Rosa Yorio y Roque
Narvaja. Lo de Roque fue
buenísimo. Él se vino de España a hacer una gira en Argentina, con Machi de bajista, que luego dejó y así fui
a tocar yo. Me gustó mucho, las canciones de Roque estaban buenísimas, era un
gran momento suyo, y él es un tipo extraordinario. También toqué con Carlos Perciavalle, y con Piero y Prema durante esos años.
¿Cómo
se da lo de tu participación junto al Lito Vitale Cuarteto?
Yo
ya lo conocía de antes a Lito. Habíamos
tocado juntos en 1985, luego me llamó porque quería armar una banda propia,
después de su éxito en Vitale-Baraj-González.
Me acuerdo que me llamó el 1ero de enero de 1987, para decirme que el 3 de
marzo comenzábamos a ensayar. Y así fue. En mayo debutamos en Jam´s, un boliche que estaba en Lacroze.
Ahí
pudiste compatibilizar tus ganas de curtir y experimentar junto a otros músicos
en un proyecto con mucha convocatoria de público…
Exacto.
Era el proyecto ideal. Porque era instrumental, tenía influencias folclóricas… Tocábamos
mucho. Duró seis años. Mucha gente aún se acuerda de ese grupo. Hicimos
conciertos multitudinarios. Una experiencia inolvidable.
Luego
tocaste con Adriana Varela…
Sí,
al toque que se termina lo de Lito, porque yo era amigo de Esteban Morgado y él era el director musical del grupo de Adriana. Yo no sabía tocar nada de
tango y aprendí ahí. Por eso me interesó mucho el proyecto. Fue otra
experiencia muy enriquecedora. Éramos un trío: bajo, batería y guitarra;
acompañando a Adriana.
Y
ahí te llamó Spinetta…
Sí.
A Spinetta lo conocía a través del dibujante Ciruelo Cabral, que es amigo mío. Yo quería volver a tocar en una
banda de rock, y Spinetta también quería volver a tocar en un formato de trío
de hard rock. Así se dio, a través de una charla que tuvo con Ciruelo, quien le
sugirió que me incluyera a mí en el proyecto. Así fui a La Diosa Salvaje, el estudio de Luis, a tocar un rato, en una
sesión muy informal de bajo y guitarra. Después, a los dos meses, me llamó para
ir a zapar con el Tuerto (Wirtz). El primer día de ensayo sacamos
seis temas y yo sentí al toque que el grupo funcionaba. Creo que arrancamos a
principios de abril del 94. Estuvimos dos meses ensayando y para mayo ya
teníamos el grupo conformado oficialmente. Luego estuvimos ensayando varios
meses antes de hacer nuestro primer concierto, en 1995. Después, pasaron como
seis meses más antes de volver a tocar. Pero, en el medio, nunca paramos de
tocar. Por eso sonábamos tan bien. El trío era una aplanadora, sonaba solido en
lo fuerte y en lo suave. No había nada más allá de juntarse a tocar. Era solo
Spinetta con nosotros dos, por eso éramos Los
Socios del Desierto. El arrancó de vuelta de cero. Pensá que en los
primeros conciertos eran todos temas nuevos. No había disco, no había nada,
presentamos este repertorio en los shows. Y creció mucho el público en ese
periodo, se sumaron muchos chicos jóvenes a seguir a Luis…
El
punto de partida era siempre la propuesta de Luis, y a partir de ahí
arrancábamos. Los ensayos eran bastante abiertos, estaban buenísimos. En mi
caso, extraño esos momentos de estar horas y horas tocando. Capaz que
terminábamos tocando temas de otras épocas de Spinetta o de Los Shakers,
temas que nunca tocábamos en vivo, pero porque eran reuniones musicales en
donde no había condicionamientos. En especial en el primer momento del grupo.
¿Y
lo del Unplugged de MTV, cómo lo prepararon?
Lo
llevamos muy bien, porque Spinetta
lo planteó muy naturalmente. Ensayamos, iban saliendo los temas, todo bien. Se
nos unió el Mono (Fontana), Nico Cota… Así que, cuando llegamos allá a tocar, eso fue genial.
Lo ves ahora y parece una cajita musical, salió muy fluido, con una delicadeza
muy especial. Hubo finales de canción que no estaban armados, ocurrieron ahí
directamente, en el momento en que se grabó. Spinetta lograba esa comunión
musical siempre, lo mismo que pasó después en el Concierto de las Bandas Eternas.
¿Cómo
fue para vos participar de ese show de Las Bandas Eternas de Spinetta en 2009?
Fue
genial. Yo no sabía si iba a participar, porque el Tuerto no estaba más, pero Javier
(Malosetti) se ofreció como baterista
para la parte de Los Socios, y Luis me llamó. Eso me puso muy feliz. Fue un
placer estar en los ensayos, ver como ensayaban las distintas bandas con él.
Spinetta pudo reunir en ese show todos los músicos de su historia musical, y
eso habla muy bien de él. Era un agradecimiento reciproco. Fue una gran
despedida… Ahora lo veo así, en ese momento era un balance de su carrera. Por
supuesto él siempre veía hacia adelante. No se sabe si sabía algo o presentía
algo, pero tuvo un timing justo, porque fue un cierre musical perfecto…
¿Cómo
fue trabajar con el Indio?
Una
situación totalmente diferente, porque eran tiempos muy largos lo que pasaban
de un proyecto a otro. De un concierto a otro, de un disco a otro, de un disco
a una presentación… Eran meses, años… Y en el ínterin no teníamos relación. Y
eso ya lo ponía en un lugar diferente. Por un lado la excitación muy grande de
cada uno de sus shows que son muy grosos y en el medio impases muy grandes…
¿Él
te llamó inmediatamente cuando se hizo solista?
Sí,
llamó a mi casa. Después nos encontramos. Estuvimos hablando un montón de
tiempo sobre el rock. A él le encanta hablar de la cultura rock, a mí también…
básicamente, ese contacto fue para la grabación del primer disco. Después pasó
como un año y medio hasta que fue editado. Después de eso pasaron unos meses
más hasta que se empezó a juntar el grupo y empezaron las presentaciones del
disco. Ese patrón se repitió para cada disco, para cada etapa.
¿Cómo
componés?
Compongo
con el bajo. Pero en general la mayoría de las cosas que compongo las hago en
el piano. A veces te surge una melodía, la tocás y empezás a trabajar sobre
eso. A veces, es al revés: tenés la armonía y luego te surge la melodía… A
veces improvisás, empezás a tocar, lo escuchás y de ahí te sale algo… Si te
sentás a tocar, te va a salir algo. Las composiciones no salen de la nada, hay
que dedicarles un tiempo. Capaz que estás tres horas tocando y te salió una idea
de un minuto… pero si no estás esas tres horas, no te sale nada. Y a medida que
empezás a trabajar en eso empiezan a surgir más ideas, porque es como una práctica.
Pero tenés que darle un espacio. Porque la composición va a surgir de ese
espacio que vos le vas a dedicar a que surja.
¿Qué
canción de otro te hubiera gustado componer a vos?
El
tema de amor de Cinema
Paradiso, de Andrea Morricone. Yo
veo esa película y lloro. Y ese tema está ligado a toda la melancolía del film.
En ese sentido soy muy melódico, me gustan mucho las melodías de las canciones.
Emiliano Acevedo
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