martes, 8 de septiembre de 2015

A 40 años de Wish You Were Here, un disco inolvidable de PINK FLOYD



Cuando uno piensa en Wish You Were Here, el noveno álbum de estudio de Pink Floyd, enseguida se prende el piloto automático de frases hechas: “Sí, el disco que le dedicaron a Syd Barrett”, “el mejor disco de Floyd, el más climático y bello”, “un trabajo que habla de la ausencia, el abandono, y del asco que la banda le tenía a la industria discográfica”, “el principio del fin de Pink Floyd, a partir de acá Waters y Gilmour se empezaron a separar cada vez más y más…”; y así podríamos seguir hasta el infinito, porque todas (o casi todas) estas frases están relacionadas con la verdá de la milanesa, pero… siempre serían todas both sides of the story, como cantaba nuestro buen amigo el inefable Phil Collins con un fondo de gaitas sonando sin parar, antes de abrir los brazos y empezar a moverse como un trompo. Lo cierto es que este clásico de la discografía de Pink Floyd está cumpliendo 40 años, desde su edición en septiembre de 1975, y es un buen momento para volver y re volver a hablar de esta obra, siendo lo más ecuánime que se pueda.

Se podría decir que la génesis de Wish Were Here se da en un contexto de época desfavorable. Por un lado, la sociedad británica se encontraba al borde del colapso económico. Por el otro, el rock progresivo –estilo en el que los Floyd eran uno de los máximos referentes- había empezado una lenta pero marcada decadencia. Tampoco la industria discográfica estaba en su mejor momento, ya que, debido a la crisis del petróleo, se había resentido la producción de los polímeros derivados de los hidrocarburos, entre los que se encontraba la fabricación de vinilos. Este hecho resintió la dinámica de las compañías, que empezaron a apostar la mayor parte de sus inversiones en la promoción y desarrollo de artistas que pudieran asegurar buenas ventas. Así, se complicó la aparición de nuevos artistas, y, consecuentemente, cada vez más, comenzaba a primar lo comercial sobre lo artístico, a la hora de promover y editar álbumes.

Si bien se podría pensar que Pink Floyd era inmune a este declive social, económico y discográfico que lo rodeaba, sobre todo por la edición del soberbio Dark Side of the Moon en 1973, la realidad era totalmente diferente. La gran pregunta dentro del seno del grupo era como seguir luego de semejante obra que había sido su disco más exitoso hasta la fecha, luego de años de lucha por alcanzar la cima. Ahora Floyd era por fin uno de los grupos de rock más importantes del mundo, pero se encontraba a la deriva, y más cerca que nunca de la disolución. ¿Por qué? Para empezar había serios desacuerdos acerca de cómo sería el próximo álbum. Los nuevos temas que la banda había compuesto durante su gira europea de 1974, “Raving and Drooling”, “Gotta Be Crazy” y “Shine On You Crazy Diamond”, no habían sido recibidos de la mejor manera por el público y la crítica; y hasta se había evaluado la posibilidad de grabar un disco (Household Objects) tocado solamente por utensilios hogareños, sin la inclusión de instrumentos musicales, una idea avant garde de Roger Waters que fue dejada rápidamente de lado. Así que, finalmente, cuando Waters, Gilmour, Mason y Wright se juntaron en los míticos estudios Abbey Road de Londres, en enero de 1975, al principio los días pasaban, con el grupo divagando sobre qué rumbo tomar. Horas y horas desarrollando un material que parecía no ir a buen puerto. Hasta que Waters se hartó, y casi al borde de la renuncia, empezó a desarrollar el nuevo repertorio de canciones –a partir del tema “Shine On”, interpretado en la gira del 74, pero dejando de lado a “Raving and Drooling” y “Gotta Be Crazy” – enfocándose en una temática que explorara la ausencia, los males de la industria musical y los problemas mentales del primer líder (y genio creativo) de la banda, Syd Barrett.

Sin embargo, las sesiones de grabación del disco fueron muy complicadas y arduas, y llevaron meses de realización. Por ejemplo, Rick Wright dijo que las primeras sesiones fueron muy “difíciles de sobrellevar”, mientras que Roger Waters dijo que fueron “una tortura”. El baterista Nick Mason estaba agotado y aburrido del proceso de grabación de las diferentes pistas, además de tener que sobrellevar la depresión posterior a su reciente separación matrimonial. Por su parte, David Gilmour, quien en principio parecía más interesado en mejorar el material que la banda había compuesto un año antes que en crear un material nuevo; tuvo que ceder ante Roger Waters, quien en su afán megalómano, ya se había convertido en el líder de facto del grupo. Waters había decidido dividir por la mitad la canción dedicada a Barrett, “Shine On You Crazy Diamond”, haciendo que este tema se convirtiera en la columna vertebral del disco, y que entre medio de sus dos partes se incluyeran tres canciones, dos de las cuales (“Have a Cigar” y “Welcome to the Machine”) serían una crítica vedada a la industria musical, y que la otra (“Wish You Were Here”) se centrara en la ausencia como temática; la ausencia de Syd Barrett (al que se dirigía ese clásico saludo de postal “ojalá estuvieras aquí”) Gilmour no estaba de acuerdo con el plan creativo de Waters, pero se resignó porque los otros tres eran mayoría. Ausencia, vacío y desencanto serían, entonces, las temáticas que sobrevolarían este álbum. Y es que Waters, autor de todas las letras, quizás se había dado cuenta de algo evidente: el sentimiento de camaradería que alguna vez se había formado entre los miembros de la banda, hacía tiempo que estaba ausente.

Será por eso que el álbum empieza con una introducción instrumental de ocho minutos y medio, en donde se evoca un pasado que ya no volverá, antes de empezar con “Shine On You Crazy Diamond”, con esas cuatro notas desgarradoras ejecutadas por Gilmour en su guitarra eléctrica. Tan solo cuatro notas, sobre un fondo blusero en La menor, que daban cuenta del dolor por la partida de Syd, el Diamante Loco del grupo, ese “flautista” genial que se había sumergido en su fantasía lisérgica y surreal para no volver más a la realidad.

Luego de este comienzo conmovedor llega “Welcome to the Machine”, un tema que comienza con la apertura de una puerta y termina con sonidos de una frívola fiesta, tipificando una metáfora acerca de la falta de contacto y sentimientos entre la gente que formaba parte de la industria del entretenimiento, en donde las discográficas tenían un papel predominante. Semejante malestar era el caldo de cultivo para que una mente políticamente “socialista” como la de Waters se dedicara a criticar todo eso que no le gustaba de los entornos en los que desarrollaba su profesión, por más que ya se hubiese convertido en un millonario más. ¿Sería acaso esta indignación incomprensible de Waters un delirio de nuevo rico, o tan solo un gesto de auto indulgencia que lo llevaba a morder la mano que le daba de comer? Justamente, en el siguiente tema, “Have a Cigar” (cantado por Roy Harper, un solista amigo de la banda) se desdeña a los “peces gordos” de la industria musical, utilizando frases como “casi no sabe contar” o “por cierto, ¿cuál de ellos es Pink?” —esta última, una pregunta que alguna vez se le planteó a la banda en Estados Unidos—, dando cuenta que las discográficas, cada vez más, empezaban a ser manejadas por gente que no sabía nada (o casi nada) de música; tan solo eran contables y hombres de negocios, a los que solo les importaban las ganancias que podían obtener en detrimento del valor artístico de los discos que editaban.


A continuación, de repente suena una radio desintonizada, en donde asoma la melodía acústica de “Wish You Were Here”, la emotiva canción que le da nombre al disco. Un tema cuya letra está relacionada no sólo con la condición mental de Barrett, y su ausencia en el grupo, sino también con una dicotomía propia del carácter de Waters, como idealista, que contrastaba con su personalidad dominante en el grupo.  Luego de esta hermosa canción, el álbum acaba con una repetición de “Shine On Your Crazy Diamond”, que incluye una emocionante coda instrumental protagonizada por Rick Wright, quien improvisa unas líneas melódicas muy sentidas en su sintetizador, homenajeando con la melodía del viejo single “See Emily Play” a ese amigo que ya no estaba más en el grupo. 

Sin embargo, y esto es lo más loco de esta historia; Barrett, el 5 de junio del 75, se dio una vuelta por Abbey Road, justo cuando el grupo estaba terminando de mezclar “Shine On Your Crazy Diamond”; pero sus ex compañeros tardaron un rato bastante largo en reconocerlo debido a su sobrepeso y a su cambio de aspecto. Y es que Barrett ya no era ese apuesto muchacho de rulos de 1967, sino un calvo bastante gordo, enfundado en un feo sobretodo, con una bolsa de plástico en la mano, la mirada perdida y las cejas afeitadas. Dicen que Waters y Mason lloraron cuando lo vieron. Cuenta también la leyenda que Syd saludó a sus ex compañeros, y habló un poco, en forma desganada y no del todo coherente. Luego de un rato dijo que salía a comprar cigarrillos, pero nunca más volvió…

Por supuesto, el tema de la ausencia se refleja en la icónica portada del álbum, diseñada por Storm Thorgerson, a quien se le ocurrió que cada copia de Wish You Were Here viniera dentro de un envoltorio plástico oscuro, que hacía que la portada fuese “invisible”. El propio Thorgerson dijo que conocía a varios fans del grupo que habían abierto el envoltorio por el costado para sacar el vinilo, sin ver jamás la foto de tapa, ni el sobre interno: “¡Perfecto! No puedo imaginar nada mejor que eso para simbolizar la ausencia.”

Por otro lado, el concepto existente detrás de "Welcome to the Machine" y "Have a Cigar" le sugirió a Thorgerson el uso de un apretón de manos (un gesto, muchas veces vacío), por lo que George Hardie diseñó un calco que contenía un logo de dos manos mecánicas estrechándose, que era colocado en el envoltorio exterior de la portada. Por supuesto, en el interior se incluía la icónica imagen de dos empresarios, que aparecen dándose la mano. Esta fotografía estaba inspirada en la idea de que, a menudo, la gente suele reprimir sus verdaderos sentimientos, por miedo a “quemarse”, por lo que una de las dos personas que se dan la mano está en llamas. Por otra parte, “quemarse” era una frase común en el mundillo de la industria musical. Para la realización de foto –tomada en los estudios de la Warner Bros en Los Angeles- se utilizó a dos dobles de riesgo de la industria cinematográfica hollywoodense, Ronnie Rondell y Danny Rogers, con el primero de ellos embutido en un traje ignífugo y con un traje de vestir encima del mismo. Rondell tenía la cabeza protegida con una capucha, debajo de una peluca. Durante la producción de esta foto, un asistente prendió fuego a Rondell una veintena de veces, mientras el fotógrafo gatillaba a los dos hombres estrechando sus manos, buscando la toma que más lo convenciera. Todo fue bien hasta que el viento empezó a soplar en la dirección equivocada, por lo que las llamas se extendieron directo a la cara de Rondell, quemándole el bigote. Por suerte, el incidente no pasó a mayores y el sufrido modelo salvó su rostro. Sin embargo, la sesión de fotos quedó terminada ante las protestas del doble de riesgo, pero esto no importaba, ya que, entre las quince imágenes gatilladas, había sido registrada una de las fotos de tapa más famosa de toda la década del 70.


Finalmente, el álbum se lanzó al mercado el viernes 12 de septiembre de 1975 en el Reino Unido y, en Estados Unidos el día siguiente; alcanzando rápidamente el número uno en ventas en ambas costas del Atlántico en poco tiempo. Y es que Wish You Were Here fue el álbum de Pink Floyd que se vendió más rápidamente, aunque al principio recibió algunas reseñas negativas. En este punto basta como ejemplo la categórica reseña crítica de Allan Jones para la Melody Maker: “Uno está forzado a concluir que en los dos últimos años (posiblemente más) Floyd ha existido en un estado de animación suspendida… Wish You Were Here apesta. Es tan simple como eso”. Jones basaba su crítica diciendo que el álbum de Pink Floyd era “inconvincente en su sinceridad poderosa y muestra una falta de imaginación en todos los aspectos”. Sin embargo, otras críticas, como la de Robert Christagau fueron más benévolas: “… la música no es sólo simple y atractiva, con el sintetizador usado sólo para texturas y las partes de guitarra para comentar, sino que realmente consigue algo de la dignidad sinfónica que The Dark Side of the Moon simuló tan poderosamente”. Está claro que los fans del grupo estaban lejos de coincidir con las opiniones de Jones, ya que corrieron como locos a comprar el álbum, que hasta hoy ha vendido nada menos que 14 millones de copias en todo el mundo.

Con posterioridad a su edición los músicos del grupo tuvieron opiniones divergentes acerca de Wish You Were Here. Por ejemplo, Roger Waters se limitó a decir que le había parecido “un disco muy triste”; mientras que Wright –a pesar de los problemas surgidos durante la producción del mismo- lo señalaba como su álbum favorito de todos los que habían hecho: “Es un álbum que puedo escuchar por disfrute, y no hay muchos álbumes de Floyd con los que pueda hacer eso”. Una opinión con la que coincidía Gilmour: “Yo diría que es mi álbum favorito. El resultado final con todo, lo que fuera, definitivamente me ha dejado un álbum con el que puedo convivir de forma muy feliz. Me gusta mucho.”

En resumen, como dice Norberto Cambiasso en su excelente ensayo Vendiendo Inglaterra por una libra (Una historia social del rock progresivo británico), podemos concluir que Wish You Were Here “detentaba una cualidad casi testamentaria, como si los Floyd se hubieran transformado de repente en un grupo viejo, cansado y cansino, justo en el ápice de su carrera. Una reflexión intima sobre el paso del tiempo, los costos de la fama y la fortuna, las esperanzas truncas de la juventud y el gélido rostro de una madurez ensañada en señalarnos las obligatorias concesiones para llegar a la cima. Por ejemplo, que algunos como Syd quedaran en el camino”.

Luces y sombras de un disco histórico aparecido en una época afiebrada que rebalsaba violencia, crisis y melancolía por igual. El sueño lisérgico del 67 ya hacía rato que se había muerto, así como el sueño eterno del sempiterno Estado Benefactor, que terminaría colapsando para dar paso a una nueva era reagan-tacheriana con sus políticas neo liberales que ya estaban a la vuelta de la esquina…

E. A.


 

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