martes, 25 de octubre de 2016

WILLY CROOK: "Muchas cosas las viví más estupefacto que contento..."



Hay dos premisas  que funcionan  de manera estupenda, cuando ponés en funcionamiento un grabador frente a un músico tan particular como Willy Crook. Primera enumeración: despojarse de los prejuicios que llevás cuando jamás estuviste cara a cara con un mortal, con estas características. Segunda: Que podría ser un increíble personaje de cualquier novela de Kerouac. La otra, no tomarse al pie de la letra todas sus ocurrencias e ironías.  
Willy es un personaje mágico de la música; puede llegar a responder  cada pregunta con un sinfín de anécdotas. Tratamos de inmortalizar las más significativas u ocurrentes de su vida por el Viejo Continente.  Y luego, el regreso a Buenos Aires.
Teniendo en cuenta dicha aclaración, damos por hecho que la entrevista fue por buen camino. Y que no solo resultó un placer conversar con el ex saxofonista de Los Redondos, si no que nos dejó la impresión de tener un nuevo amigo, en este maravilloso mundo de la música.

Willy toma, pausadamente, un trago de Fernet con rodajas finas de limón y dos hielos. Enciende un cigarrillo, poco visto ya, Particulares 30, y habla sin apuro, como si fuese una charla de amigos. De amigos de hace muchos años.

ENTREVISTA> ¿Cómo y cuándo surge tu primer acercamiento con la música?
No recuerdo muy bien, pero creo que fue  por medio de un familiar, vaya uno a saber. Los Pantano y los Crook no somos una familia muy numerosa, sin embargo, lo tengo un poco borrado, creo que fue por parte de mi tío o un cuñado que me regaló una guitarra. Ahí  comencé a tocar con una  sola cuerda “Satisfaction” o “Juegos Perdidos”.  Tendría siete u ocho años. 

¿Qué  recuerdos tenés de tu Villa Gesell natal? ¿En  tu casa que banda de sonido sonaba?
Gesell era un sitio muy hippie, y representaba todo lo que era yo. No eran muy nutridos musicalmente los lugareños, y en casa no había mucha música. Mi madre tenía un tocadiscos, que con una lógica indiscutible, decía no lo toque porque se rompería.  Era algo así como una camisa demasiada linda para no usar en ninguna fiesta. 

¿Cuándo aparece el saxo en tu vida?
En Ibiza, gracias a una amigo sirio que aun continua haciendo saxos con cañas de bambú de la India y de Israel. Eran unos instrumentos muy finos, sofisticados. Recuerdo que siempre me prestaban uno,  ahí fue cuando comencé a intentar sacarle el sonido que me gustaba, tomando como referencia los discos del Gato Barbieri. Me pasaba horas tocando.

¿Y tú primer  caño de metal?
Fue acá, la última droga que me faltaba probar en Ibiza fue la Argentina y me vine.  Hice dinero trayéndome piedras de la India y me compré un saxo malísimo por la calle Canning. Era lo más parecido a un gran metal,  una cosa espantosa,  pero bueno el dinero no me daba para  más. 

¿En qué año regresaste al país y cuál fue tu impresión,  habiendo estado toda tu adolescencia viviendo en democracia en Europa?
En el año 82. Luego me tocó la colimba y zafé; hice un teatro importante, yo había estado en un colegio militar y conocía las cosquillas y no me dejaba sobornar por nadie. Era un pelotudo insobornable, los sacaba de quicio. Por lo pronto me dieron una patada en el culo, lo cual  resulto maravilloso porque había hablado con Skay y la Negra Poly, me habían dicho de tocar con ellos. Cosa que me pareció maravillosa. Incursionar en una banda que no había hecho yo. Había tocado con amigos o en la calle, donde viví tres años  buscándome la vida como podía. Hice cosechas de vendimias en Francia,  anduve por Marruecos…

¿Y cómo te vinculas con el reggae?
A todo esto me había escapado de mi casa, estaba peleado con mis padres, ellos se iban a laburar a España porque la pasaban muy mal acá, sin laburo. Por lo pronto, en invierno yo les copaba la casa, pero en verano me tenía que buscar la vida como podía. Un buen día conozco a un tipo muy exótico que tocaba por un clisé de media botella de ginebra junto con un bajista que luego formó parte de Los Argentinos, una banda de aquella época.  Yo tocaba reggae, porque en Francia ya lo hacía. En esa época no tenía mucho acceso a escuchar música porque vivía en la calle; me tiraba en una bolsa de dormir donde me agarraba la noche.   
Había escuchado bandas de reggae. Y Bob Marley ya estaba presente. Con el tiempo me di cuenta que es una de las pocas excepciones, donde el más famoso es el mejor. No hubo una banda tan densa, siniestra como la banda de Marley. Me conmueve de verdad.
En ese momento, tocando temas de Marley pasa un italiano demasiado particular. No sé qué dijo. Luego nos encontramos en otro bar. En  una ocasión me salvó de una pelea y comenzamos a ser amigos. Por supuesto, ese italiano era Luca Prodan.  

Luego de conocer a Luca Prodan, ¿qué pasa con Sumo?
Luca me dice de ir a tocar a Sumo, lo cual no era verdad, porque ya estaba Pettinato y él no pensaba irse. Era un quilombo que estaba provocando Luca.  ¡El Tano era un conventillero total! Mucho colegio con el Príncipe Carlos,  pero le gustan los cuchicheos.  A mí me decía que Pettinato se quería ir.  A él que yo le quería sacar el laburo… (risas)   

Entonces, contabas que al llegar a Buenos Aires, la realidad era otra, ¿no?
Cuando llego a Buenos aires, la cosa estaba fatal, muy mal. Era la última época de la dictadura y yo  continuaba viviendo como en Ibiza, en la calle. Pero acá la gente era súper fascista. Una sociedad intolerante de todos lados, y yo venía con tres aros en la oreja, con ropas muy exóticas. Era muy raro, porque sabía que tenía que hacer mis cosas, ganarme la vida en ese entorno. Lo que me llamaba poderosamente la atención era cómo podía acceder a hacer música con una banda, algo que jamás había hecho.   

¿Cómo llegas a conectarte con  Los Redondos?
En un momento, contacto con Arnedo y Tito Fargo. Recuerdo que Luca se había ido con su hermano, Andrea, a Túnez, a laburar en un documental sobre Marco Polo, y la banda no sabía si regresaría.  Luca era muy imprevisible.   
Entonces al verme tan colgado, viviendo en la calle, me dicen que había una banda llamada Los Redonditos de Ricota. Ellos buscaban un saxofonista. Mi primera pregunta fue si era una banda infantil... 
Voy y me encuentro con ellos.  Me parecieron personas formidables,  recuerdo que bebían una cosa oscura que parecía un aperitivo, y te colocaba como la hostia.  A todo esto, contaba con el saxofón, pero me faltaba mucho aprendizaje. Lo fui adquiriendo con ellos.  

¿Tu instrumento era la guitarra?
Claro. De hecho los solos de guitarra,  los pasaba al saxofón. Nunca escuché muchos saxofonistas. Tenía un cassete de Grover Washington,  él fue saxofonista funkero. También me gustaba el sonido del Gato Barbieri.

¿Qué dicen Los Redondos cuando te escucharon tocar?
Patricio Rey dijo que tenés que quedarte, esa determinación no la tomó el Indio, sino Patricio Rey.  Por otro lado me sentí muy cómodo, muy pronto me di cuenta que estaba con gente inteligente, culta, muy piola para mí.  Siguen siendo como hermanos mayores hasta el día de hoy. Con Skay nos vemos, el Indio ha tomado otro camino,  pero he aprendido muchísimo de él, también.

¿Llegar a un grupo ya establecido era para vos algo así como “la oportunidad”?
Yo sabía que ese trencito no me iba a esperar, subía o no.  Para mí, en ese momento,  los discos lo grababan los astronautas, medio de la mitología. Y de repente me encontraba en esa movida y me fascinaba todo, pero el tema puntual era tocar el saxofón.
 
Dicen que tanto el Indio como Skay, eran sumamente rigurosos a la hora de los ensayos, ¿qué recuerdos te quedaron?
Los ensayos eran un dolor de huevos, muy metódicos. Skay continúa siéndolo. No había novias ni amigos. Ensayábamos tres veces por semana. Acá no se pelotudea, cumplir con los horarios y buscar ser cada vez más profesionales. Evitando los excesos, en lo posible. 
Al final hubo unas leyes estrictas, yo puteé mucho, pero que me sirvieron hasta el día de hoy. Y  les agradezco muchísimo, trabajo mejor bajo presión. Y  si no, directamente,  no lo hago… (sonríe) No hay que joder a nadie. Si el alcohol va a cambiar la manera de comportarte, de tocar, o si llegas tarde, perjudicás a los otros. Es bueno un poco de rigor, más si estas en una banda.  Es como decía Miguelito Abuelo: “Suicídate si querés,  pero no salpiques”. 

¿Qué opinión tenés de la composición y la música de Los Redondos?
Las letras no me gustaban mucho, me parecían un poco amontonadas. Yo he leído escritos del Indio y me parecían estupendos. Con la música no estaba del todo contento, sí me convencía el sonido de Skay. Continúa siendo un violero excelente.  Se dedica al sonido y no a la prestidigitación de hacer atletismo de notas. Ellos tenían toda la onda. Quizás en lo que yo no estaba de acuerdo es en que el saxo este en todos los temas.

¿Ese fue uno de los motivos por los cuáles te alejaste de la banda? ¿Qué el saxo esté en todos los temas?
Es que era así y continúa siendo así. Reconozco ser buen soldado,  había que hacer lo que te pedían. No creo en la democratización del arte, es imposible. Tu gente tiene que seguirte porque es un auto que tiene un volante y cinco asientos y no cinco volantes. Siempre hay que respetar una idea sea quien sea y quien la tenga, si te subís a ese tren, hay que darle bola. Aprendí muchas cosas en esos años,  que las utilizo hasta el día de hoy. Todo lo que soy y la filosofía me las trasmitieron Los Redondos y la libertad de estilos, Melingo sobre todo con el saxo. Ellos han sido mis mentores artísticos.

¿Cuándo te vas de Los Redondos qué ruta tomás?
Me voy a Granada. Llego a ese maravilloso lugar dejando todo mi prestigio con Los Redondos en Ezeiza. Y comienzo a tocar en la calle.   Un buen día pasan Los Toreros  Muertos, me ven tocar y me invitan a sus presentaciones.  Fue maravilloso, lo contraproducente fue salir en los periódicos locales. La gente me reconocía y no me daba ni una moneda, pensando que era famoso.  

¿En qué momento de tu camino kerouaskiano aparecen The Lion in Love?
Los conocía de Buenos Aires  y sabía que en Madrid estaban pasando cosas, así que fui a chuparle un poco las medias, para que me involucren en sus proyectos de banda. Logré tocar con ellos, sin medir los riesgos económicos, estaba  acostumbrado a ganarme la vida como podía, pintaba casas, entre tantas cosas. Estuve en París un tiempo, trapeaba sin saberlo en la Morgue Judicial. ¡Algo espantoso!

De regreso a Buenos Aires, ¿qué te esperaba? 
Después de haber tocado en zapadas de blues  en el Samovar de Rasputín, con Quique Weimar, Jorge Pinchevsky y el Negro Medina; y conozco a Carlos Patán Vidal y Juan Valentino. Ahí  pensé: con estos tipos voy a hacer algo. A los dos años, me armaron el disco.

¿Te vinculan mucho con Los Redondos?
Es que eso era lo que se esperaba de mí, era una feta de Patricio Rey, clara, lisa y llanamente. Pero… para mi reconfortante sorpresa, pude decirle a aquellos que venían a buscar eso: “¡Están invitados a retirarse, pedazos de pelotudos!” Así que ¿”Ñam fri frufi fali fru”?  Noooo, te equivocaste, macho… (risas)    
En un momento dado, me llama uno de los músicos y me dice: “Vení a ver esto”. Y leo en la pared del bar donde tocamos: ¡Aguante los Redondos y el jazz! Listo, misión cumplida. Logramos abrirle la mente a la gente.

A la hora de cantar en castellano, ¿puede ser que tengas una similitud a Javier Martínez?
Sí. Por eso no canto en castellano. Javier Martínez es un referente inevitable, ya no sé canta como él.

¿Crees que el funk va mejor con el idioma inglés?
El inglés entra de pelos, queda a la perfección. Yo vivía en Europa y hablaba con franceses, belgas, italianos. Y también en inglés, por ende, escuchaba música en inglés. Eso no implica nada, más que todo va por el lado de la libertad, la manera en que te sientas cómodo. Hay que hacer lo que el cuerpo te pide. Entiendo que el artista tiene que abrir tranqueras. A mí, por ejemplo, me resultó interesante  saber que decían las letras de El lado oscuro de la luna, y eso me llevó a aprender por las mías. Tengo dos años del secundario, pero tuve la curiosidad de saber idiomas. La gente escuchaba cómo pronunciaba el inglés. Y la verdad, como el orto… (afirma, mientras da una pitada a un cigarrillo rubio), pero te aseguro que en las cárceles del estado y en las calles me entendían perfectamente.  

¿Qué opinás de los músicos de antes y de hoy?
De la gente que critica, me gustaría que salgan del placard. Y vayan con sus novias a ver a Javier Martínez, Alejandro Medina, Litto Nebbia. O ni que hablar Charly García. Voy al show de Javier Martínez y me dan ganas de morirme, van treinta personas.  O Jorge Pinchevsky, que no sabían quién era. Gente poderosísima que abrieron el camino cuando no había nada. Pienso también en Queen, que no estaba en el clisé de Pomelo. Cuando el rock salió a la calle, invadió el mundo de los caretas, ¿entendés? Me acuerdo que mi madre me tapaba los ojos cuando Elvis movía la pelvis.  Y eran pilares,  todavía suenan de puta madre.
En estos tiempos  hay una movida de pendejos que manejan equipos electrónicos. Y hacen lo que quieren. Es una generación muy posmodernista que ya no quiere cambiar el mundo. Nosotros sí queríamos, aunque yo era más joven, pero tipos como Martínez, sí. Todos ellos hicieron temas que deberían enseñarse en las escuelas. También lo que veo ahora es mucho Frank Zappa, Brian Eno, y arte por internet. 

¿Crees que se perdió el poder de innovar?
Desde luego no va a tener el mismo power. Creo que hay una gran veta, veo que todo el mundo hace música  Escucho mucha música electrónica.  Ahora  no entremos en el debate si es o no es música, anda a tocar la criolla a la tumba del Che Guevara y no me rompas los huevos… es una evolución, hay que tomarlo como herramienta. Muchos pendejos muy piolas hacen cosas increíbles, dentro de una gran gama de sonidos. Es brutal.  

¿Cuál es tu experiencia con Gillespi?
Tenemos una operación conjunta. Con él grabé  Ultra deforme,  y le presté a los Funky Torinos de esa época. Con Gillespi está  todo más que bien, es un hermano del camino.

¿Cómo te trata la gente en el interior?
En Córdoba casi soy como el Mono Giménez (risas)  Toqué con La Mona, que tiene más rock and roll que varios palmolives que conozco.  Viajo seguido para allá, dicto clínicas y hago algunas fechas.

Miguel Abuelo tuvo una carretera similar a vos, pero anterior… ¿qué opinas de él?  
Muchos preguntan si éramos gays, y yo digo que sí. Porque me re cogió la cabeza, sin sacarme la ropa. Gente fuera de serie, no se fabrican más esos hijos de puta, como Skay, Pinchevsky. Abría la boca y quedabas fascinado. Una vez dijo Spinetta: vivía colocado.
Era un artista de la noche a la mañana. De él aprendí ese humor profundo. La gente que no tolera el humor, no es gente con la que yo vaya a tratar. Me hiciste acordar un texto de Mike, que se llama Carta a mí mismo o frases como esta: “No me lloren, crezcan”.  Y es algo parecido a “Himno de tu corazón”: La vida es un libro útil para aquel que puede comprender.  Estábamos  pelutodeando, Miguelito tenía un espíritu hincha pelotas, y al final, quedó grabado.

A la hora de encerrarte en un estudio, ¿cómo laburas?
Soy medio franela dependiente. Sin amigos, no me divierto. Cuando tengo algo en la cabeza, trato que se lleve adelante, tiene que estar firmado por mí. Con esto quiero decir que las ideas hay que respetarlas. Y claro, cada uno es una pieza fundamental en lo que estamos haciendo. 

¿Te arrepentiste de irte de Los Redondos?
Era una de las cosas que más me refregaba la gente. Y desde mi punto de vista, fue el primer romance que corté en el momento justo. En el amor, hice cosas hasta la imprudencia, la taradez profunda, pero acá fue justo, ya no gozaba de la música. Iba sumando elementos. Escuchaba Soda Stereo, y también me gustaba. Yo no veía esa pelotudez de Los Redondos vs Soda Stereo, ¿qué te pasa tarado?  No es un partido de tenis, es arte. 
Entiendo que cada cosa que pasa es porque tiene que pasar. No se contagia el talento que tienen los grandes, pero es posible, te acostumbras a desempeñarte entre ellos. Y te pone en un estado mental que te dice esto es posible, ¿entendés? Sucede.

¿Te sorprendes de algo que hayas vivido?
Todo me pareció justo y necesario. Muchas cosas las viví más estupefacto que contento. Soy un virginiano bastante frío, no llegué a pedir que me pellizquen. Poder tener la perspectiva de decir que estuve ahí o allá, quizás hice una mierda, pero estuve ahí. No cambio un fracaso mío por ningún gran éxito de Valeria Lynch.

¿Te sentís más cómodo tocando la guitarra?
No soy un solista privilegiado. A mí  me pasa por la cabeza la música completa. Espero para estar a la circunstancia. Siempre trato de tomar clases con grosos que están en internet. Ser violero es una cuestión armónica, tengo mayor conexión. A veces creemos que somos privilegiados. Imagínate la era de Mozart,  Bach, Beethoven, esos tipos no podían escucharse, morían con lo que tenían en la cabeza.  Pensaban para catorce mil instrumentos.  ¡Tomá mierda, eso sí que rock and roll!

¿Qué es lo que se viene?
Con 51 años todo está por empezar. Tengo sexo a la antigua, con la polla tiesa. Y tengo músicos que son unos monstruos, unos buenos hombres que me acompañan.

Al finalizar, luego de una hora de nota, Willy nos abraza e invita a su show, merecedor de grandes aplausos, porque el que fuera saxofonista de Los Redondos, demuestra en el escenario seguridad, experiencia y atracción, para mucha gente joven a la espera de una bocanada eterna de funk.

Todos los jueves por la noche en El imaginario Bar, del barrio de Almagro, podés encontrarte con una especie de ensayo abierto, digno de apreciar. Donde se lo ve a Willy, cantando en inglés o castellano, tocando la viola o el saxo  en fusión de sus Funky Torinos.

También brinda Workshop de improvisación de funky, de saxo y guitarra en Maya,  estudio fotográfico de Celeste Urriaga, en la ciudad de Córdoba. -

Carol Calcagno y Patricio Fernández Abregu


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