Centenares
de hombres de mediana edad (cuarentones largos, bah…) se pasean por el Teatro
Gran Rex. Algunos calvos, otros canosos, unos con melenas irredentas y otros
con barbas abundantes, quizás supervivientes fetichistas de juventudes hippies
o de un verano pasado en Villa Gesell. El típico oyente de FM Aspen, dirán
ustedes…
Suben,
bajan escaleras, hasta que por fin ubican y se sientan en sus ansiadas butacas numeradas reservadas. Arrastran a sus esposas e hijos. Todos ellos han pasado
años escuchando maravillas acerca del personaje que hoy toca con su banda en
esta sala porteña. Y es que los fans de Alan
Parsons son muy insistentes, y siempre dispuestos a convertir a su credo
musical a los incrédulos o neófitos en la música pop. Y yo, que no soy (aún) un
hombre de mediana edad, y aunque no tengo esposa ni (creo) hijos, igualmente me
dejo guiar, en esta tarde noche calurosa de enero, por esta turba de seres
mayormente empilchados con chombas de colores, jean y mocasines, a la hora de
sentarme a disfrutar de este concierto de clásico (¿lo llamamos así?) Pop Sinfónico.
Por supuesto, el señor Parsons es un
personaje muy renombrado en los últimos 40 años de la historia del rock y pop
internacional. Sin embargo, no muchos conocen como este famoso productor se
transformó en un artista con proyecto musical propio. Según cuenta la leyenda, Parsons
desarrolló en su juventud un aprendizaje musical, estudiando piano y guitarra,
al mismo tiempo que tocaba guitarra en varios grupos de su ciudad. Apasionado
por la electrónica, buscó combinar ambas pasiones (la música y la ingeniería)
en una sola. Determinado por esta iniciativa, siendo aún un adolescente, a
principios de 1969, envió una carta solicitando empleo en los míticos estudios
Abbey Road de la EMI… ¡y lo consigue! Allí, Parsons empieza su aprendizaje del
oficio, trabajando, nada menos, como asistente de grabación en el álbum Abbey Road, de los Beatles. (Creer o
reventar…) Y se ve que aprendió bien. Porqué,
más tarde que temprano, a partir de allí comenzará a desarrollar una
interesantísima labor como productor de varios discos clásicos del rock
británico de comienzos de los 70. Entre ellos se destacan sus producciones en álbumes
de los Hollies, Al Stewart, Wings, Ambrosia
y John Miles. Desde la maravillosa
"Music" a "The Air that I Breath" o "The Year of the
Cat"; todas estas canciones tuvieron un poco (o mucho) de su sofisticado
buen gusto como productor.
Sin
embargo, el mayor logro de la carrera de Parsons llegaría en 1973, cuando se
encargó de la mezcla del famosísimo Dark Side of the Moon, de Pink Floyd.
Cabe reseñar que varios de los efectos sonoros de este disco (por ejemplo, las
cajas registradoras incluidas en "Money") fueron ideas suyas. A mediados
de los 70, Parsons (cada vez más enamorado de la música, el sonido y las más
avanzadas técnicas de producción) se decide a producir sus propias obras, y da
vida, junto al escocés Eric Woolfson,
al Alan Parsons Project. Será
durante el periodo 1976-1982 que este proyecto musical vivirá su periodo de
mayor éxito, con una serie de discos conceptuales muy elaborados. Estos álbumes
eran prolijos experimentos musicales, casi in
vitro, que buscaban la creación de la "canción perfecta". Casi
como si fuera un proyecto de laboratorio, eran verdaderas "películas
sonoras", en donde Alan Parsons desempeñaba con oficio su papel de
director de escena, invitando a participar a un seleccionado de excelentes
músicos, mayormente británicos y varios norteamericanos, como sus amigos
de Ambrosia.
Ahora bien, la pregunta siempre fue: ¿Se podría
reproducir la magia de aquellos discos en el vivo de un concierto? Al
principio, Parsons fue reacio a llevar a cabo semejante tarea. Pasarían muchos
años antes de que se animara a mostrar su música sobre las tablas. Está más que
claro que con los avances tecnológicos actuales, no existe ningún tipo de inconveniente
para reproducir la música de los álbumes del APP en un show en vivo. La contundencia del concierto brindado el
sábado 29 de enero de 2005 en el teatro Gran Rex, así lo demostró.
Durante su concierto, Parsons pudo disparar, sin
inconvenientes, decenas de trucos sonoros, mediante samplers, para recrear la compleja elaboración musical de aquellos
discos. De cualquier forma, nada de esto sería posible si no contara con un
grupo de excelentes músicos como los que lo acompañan. La actuación de los
mismos es impecable. En batería, Steve
Murphy, un tipo que literalmente "la rompió"; John Montagna en bajo, cumpliendo un
trabajo sobrio y preciso; un correcto tecladista como Manny Focarazzo; el explosivo guitarrista Godfrey Townsend (casi una mixtura perfecta entre Dave Gilmour y Joe Satriani) y el saltarín P.
J. Olsson, en voz. Mientras que el centro del escenario fue ocupado por Alan Parsons (teclado y guitarras), extrañamente
parecido, por su sobretodo purpura oscuro y prominente panza, a un Luciano Pavarotti melenudo…
Resultaba
curioso, observando su actual carisma en el escenario, recordar su larga negativa a
tocar en vivo. Parsons ya había
visitado nuestro país en 1980, pero sólo en carácter promocional. Volvería a
mediados de los 90, ahora sí para tocar en vivo. Y en esta tercera visita, volvió
a llevarse todos los aplausos realizando un brillante show de más de dos horas
de duración, que recorrió toda su carrera, desde el mítico Tales of Mistery and Imagination hasta un par de atractivos temas
de su última producción. El concierto comenzó con el espectacular instrumental
"I Robot", que luego dio paso a "I Wouldn't Want be Like You",
"Breakdown", "Damned if I Do", la emotiva "Don't Let
it Show", "Don't Answer Me",
"Prime Time", "The Raven", "Days Are Numbers",
"What Goes Up" y la excelente "Snake Eyes". Por supuesto, no podía faltar en esta andanada de hits, ese
clásico de 1980 llamado "Time", un tema con un comienzo muy parecido
(“un afano", según David Gilmour) a "Us and
Them", de Pink Floyd.
Luego
llegaría la presentación de un tema nuevo llamado "Return to
Tunguska", con reminiscencias arábicas muy bien mixturadas con música
electrónica actual. Tampoco faltó un repaso obligado por el gran Eye in the Sky (el disco más exitoso del
APP, cuya historia casi se anticipó
a la época actual, en la que estamos sumergidos en esta maraña de la convergencia
comunicacional mundial) con la interpretación de los clásicos “Mammagamma",
"Psychobbace" (con un espectacular despliegue de sirenas y luces
rojas) y el emotivo final con "Old and Wise". En los bises
continuaron con más temas de Eye in the
Sky, como su clásica apertura instrumental "Sirius" (la misma que
era usada por los Chicago Bulls en su época de mayor esplendor en la NBA, con
Michael Jordan, Pippen, Rodman y Cia.) y la homónima "Eye in the Sky",
pedida a los gritos, y muy coreada por el público.
También
hubo una pequeña improvisación, en la que el guitarrista Townsend se lució
tocando un fragmento de "Layla", aquel viejo y hermoso tema de Derek and the Dominos, la mítica banda
de Eric Clapton. Luego de esto el
show acabó con "Games people play", el alegre tema de The Turn of a Friendly Card.
Fin de la
velada. Caputt. Finale. The End. Arrivederci.
Sayonara… No estuvo tan mal, ¿no? Lamentablemente, gustar de esta
música tan soft, tan fina, no
significa que en el garaje de enfrente me espere una Pick Up 4x4. No vaya a
creer, ¿eh? Bien hecho, adivinó. En la esquina de Corrientes y Maipú me espera
el 45… Y bueh, es dura la vida del laburante…
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