Una tarde de enero, cuando el sol
porteño me derretía, me encontré en un bar de Congreso con Jorge
Durietz,
para charlar sobre su vida. Casi cincuenta años de carrera como músico trashumante,
en esta ruta bohemia y laboriosa del devenir de un artista. Desde los mágicos
años 60, del Instituto Di Tella, La Fusa y el Café Concert; hasta estos
frenéticos años dos mil. Sus vivencias junto a Miguel Cantilo en el dúo Pedro y Pablo, pasando por su pasión por los ritmos
latinos, el folklore y las cosas lindas de la vida. Durietz es un tipo humilde
y alegre, un grande. Un apasionado, y se nota… Justo, cuando me iba, me
autografió la tapa del disco Contracrisis, y puso: “Para Emiliano, de Jorge
Durietz, también conocido como Pablo…” En
la siguiente charla, empezamos a desentrañar este código…
ENTREVISTA>
¿Cómo te inicias en la música?
A
los ocho años, con canciones folklóricas de esa época. En mis inicios, aprendí
de oído. Más tarde tuve un profesor que me enseñó canciones en inglés, standars
como “Blue Moon” y otros. También escuchaba muchos discos de mis padres, como
la música de películas de la época, o álbumes de Louis Armstrong o de Los
Hermanos Ábalos. Luego, cuando ya tenía 13 años, aparecen los Beatles, quienes cambiaron totalmente
mi cabeza musical. Ahí hago un grupo con un compañero de escuela. Más tarde, en
1967, conozco a Miguel (Cantilo) y formamos un trio llamado Los Cronopios, con Guillermo Cerviño, un amigo que teníamos en común. Hacíamos el
repertorio beatle, con guitarra acústica.
Porque,
un verano que nos fuimos a tocar a Punta del Este, nos descubre Horacio Molina. Justo estábamos parando
junto a un grupo de amigos, con los que nos alquilamos un cuarto. Éramos un
grupito de siete u ocho chicos, y pasamos un mes allá. Cada día íbamos a la
playa y tocábamos la guitarra; y la gente se juntaba alrededor para
escucharnos. Se recopaban porque era lindo como Los Cronopios hacíamos los
temas beatles a tres voces. Justo, una chica que nos iba a ver a esos fogones
que se hacían en la playa, era amiga del mozo de La Fusa, el famoso Café Concert que se había inaugurado ese
verano, y nos invitó a ir. Llegamos tipo 2 de la mañana, cuando ya habían
pasado los números principales, pero igual había un par de personajes famosos
de la época en el lugar, como María
Elena Walsh, que estaba sentada en el fondo del boliche. Y nos hicieron
cantar, creo que hicimos “Guarda con la rutina”. Como a la chica que organizaba
la artística de La Fusa le gustó lo nuestro, nos dijo que volviésemos al otro
día. Así quedamos fijos, abriendo todos los días. Aunque no nos pagaran nada, para
nosotros era genial. Porque estaban Horacio
Molina, su mujer de entonces, (la modelo y luego actriz) Chunchuna Villafañe; Amelita Baltar… a veces, hasta venían Les Luthiers. En fin, muchos artistas
copados de aquella época. Ahí nos hicimos amigos de Horacio, que nos llevó a
CBS…
Sí.
Al primero que nos escuchó, el productor Héctor Piombi, no le gustó lo que
hacíamos. Pero Horacio insistió, y nos presentó a Francis Smith, quien sí se copó con nosotros, y nos hizo grabar
todas las canciones que ya había compuesto Miguel, que son las que luego
terminaron en el primer disco del dúo.
El
otro integrante del trio ya no estaba…
No,
Guillermo optó por irse, porque estudiaba Ciencias Económicas. Después le fue
muy bien, tanto que actualmente es el presidente de un banco muy importante,
imagínate… Ahora le debo plata y todo… (risas)
Ahí
ya hacían todo el repertorio de Miguel…
Sí,
tan solo había un tema mío: “Andando a caballo”, en donde ya se perfila mi
ideología de vida, vinculada a solo disfrutar, sin preocuparse demasiado.
Un
tema bien bosavonesco…
Sí,
menos social que el material de Miguel. Es que yo era bastante inconsciente de
las cosas que estaba cantando. Es que era mucho más músico que letrista, en ese
momento. Me absorbía mucho la música, a la letra me costaba prestarle atención.
Yo estaba escuchando la armonía todo el tiempo, algo que siempre me pasó. Me
cuesta aprender la letra de una. Luego empecé a desarrollarme un poco más como
compositor.
Esa
onda le pegó mucho a Cantilo. Artistas franceses comprometidos como (Georges) Brassens, y demás. Claro, también
estaban en boga, por esa época, Jorge
Schussheim y Jorge de la Vega o Nacha Guevara, que habían salido del Di
Tella, y hacían esa onda. Por otro lado, fijate que ese primer disco casi no es
rock. Son canciones que tienen una cosa más foxtrot, o de swing, o más de
música beat.
¿Y
no tuvieron problemas al momento de grabar letras como las de “Los Perros
Homicidas”?
Es
que en la grabadora no se dieron cuenta de quienes eran los “perros homicidas”;
y, aparte, hasta ese momento no habían listas negras, ni nada por el estilo, a
pesar de que aun estábamos bajo la bota de un régimen militar como el de
Ongania. Todo eso vino después. Lo que sí nos pidieron luego, como al año y
medio de estar en CBS, fue que cambiáramos un poco la letra de “Catalina Bahía”,
algo a lo que Miguel se opuso. Así que fuimos a juicio, que finalmente ganamos,
para que nos devolvieran el contrato. Ellos no nos querían dejar ir, porque
querían que siguiéramos haciendo temas como “La Marcha de la Bronca”, que se
había vendido mucho y les había dado buenos dividendos. Nosotros habíamos hecho
“Pueblo nuestro que estás en la tierra”, que era casi una segunda “Marcha de la
Bronca”, y que a mí me gustaba más que aquel primer tema; pero ahí sí, a la
semana nos prohibieron la difusión de la canción, con lo que comenzó nuestro
conflicto con CBS. Por eso nos piden que modifiquemos algunas cosas, nos
negamos, pedimos el contrato y nos fuimos.
Se
van al histórico sello Trova, nada menos…
Claro,
un sello más artesanal con un catálogo impresionante, en donde sí te daban
mucha más libertad artística que en una multinacional como CBS. En Trova estaba
a cargo Alfredo Radoszynski, un tipo
bien melómano que grababa solo lo que a él le gustaba. Por eso en ese sello
grabaron Les Luthiers, el Cuarteto Zupay, Vinicius y Toquinho (con María Creuza y María
Bethania), Susana Rinaldi, Carlos Perciavalle y Antonio Gasalla y también muchos artistas
de jazz. Como a Alfredo le gustó nuestra propuesta musical, nos contrató. Aun
hoy me sorprende la libertad que había en Trova, podíamos hacer lo que
queríamos.
Sí,
y todo eso surge de vivir en esa famosa casa de la calle Conesa, junto a otros
músicos, como Roque Narvaja; y Kubero Díaz y Quique Gornatti, que venían de La
Cofradía de la Flor Solar. Aquella era una casa tipo chorizo, que los
muchachos alquilaron entre el 71 y el 75, para vivir en comunidad. Y todo eso
surgía en ese ambiente de comunidad, de vivir en la misma casa, con nuestras
parejas, y estar tocando mucha música juntos. También ahí empezaban nuestros
primeros contactos con la marihuana, a fumar y experimentar, casi como si fuera
un rito, mientras escuchábamos discos de Crosby,
Stills, Nash & Young y demás… También venían varios personajes del
arte, como visitantes asiduos: Dalmiro
Sáenz, Rocambole, que también venía de la Cofradía… Siempre había una cosa
creativa ahí, muy libre. La casa de Conesa era prácticamente una verdadera
usina del arte. Lamentablemente, no quedan registros fotográficos de eso. Pappo también caía a veces a tocar ahí.
Narvaja, que ya se había ido de La Joven Guardia, se había lanzado como
solista y también grababa para Trova. Así surgieron nuestras colaboraciones.
Nosotros grabamos como invitados en su disco Octubre, y Roque hizo lo suyo en el nuestro, Conesa.
¿Pero
cuál fue el costo comercial de irse de CBS?
El
costo fue que dejaron de difundir nuestra música. Así dejamos de ser famosos,
al nivel de cuando estábamos en CBS. Aunque suene paradójico, habida cuenta de
que luego de mitad de los setenta fue un tema prohibido, al principio, como te
decía, “La Marcha de la Bronca” era un tema muy popular. Hasta llegamos a ganar
el Segundo Festival de la Música Beat con esa canción, para que te des una
idea. Bueno, cuando nos fuimos a Trova, las radios dejaron de pasar nuestra
música. A ninguna les interesaba nuestro nuevo material. Y Trova no tenía
presupuesto para publicitar nuestros temas por la radio, así que pasamos a ser
(casi) un dúo underground. Sin embargo, a pesar de su baja difusión, creo que Conesa fue el disco más lindo que
hicimos.
¿Y
de dónde sale ese cambio de sonido tan marcado, virando decididamente hacía el
rock, y con letras tan politizadas?
Porque
el momento político era mucho más duro, y Miguel estaba muy metido con sus
lecturas vinculadas a los movimientos tercermundistas, la revolución y demás.
Por otra parte, en nuestro primer álbum, el sonido estaba basado solo en
nuestras guitarras acústicas, acompañadas por la Orquesta Estable de CBS, en
base a los arreglos que hacía Jorge
Calandrelli. Mientras que en el segundo, toda la música está hecha por
nosotros, acompañados por nuestros amigos. Una cosa muy libre, hippie y
rockera. El resultante fue un sonido más contundente, que nos gustaba muchísimo.
Aparte, teníamos el doble de canales para grabar, porque en Trova nos daban
cuatro canales, mientras que en CBS teníamos solo dos… Parece joda ahora, en
donde cualquiera en su casa tiene una computadora para grabar 64 o 128 canales,
pero en aquella época que te dieran cuatro canales para grabar, era un avance
notable.
Mientras
a Miguel en Conesa
le pinta el rock, a vos te tira más la
onda poética surrealista de Rimbaud, ¿no?
Sí.
En realidad, en mi vida fui poco lector, un tipo bastante ignorante, pero muy
intuitivo y muy músico. A las letras no les daba pelota. Así que era, por un
lado, muy inocente, y por el otro estaba muy protegido porque no confrontaba
ideas. Estaba absorbido por la música y por todo lo que fuera romántico, bello;
ya sean paisajes o mujeres. Entonces, todas mis canciones eran de amor. Algo
leí de Rimbaud, en esa época, pero
más que nada porque era algo que se usaba en esos círculos, era casi una moda
minoritaria de los jóvenes de la época. De ahí que Spinetta escribiera cosas a partir de sus lecturas de Rimbaud o Artaud. Así que leí un libro de Rimbaud, elegí un poema y le hice
la música, que fue “El Alba del Estío”. Pero no era que yo fuera un lector de
poesía, para nada… El otro tema que hice en Conesa, “Instrucciones”, tiene una
poesía muy simple, muy naif y muy
hippie. Un mensaje bien hedonista y “fiaca”: “Quiero estar vagando, tirado en el lago todo el día con la chica que
me gusta…”
¿Por
qué vos no te acoplaste al Grupo Sur de Cantilo, que luego graba su propio
disco…?
Porque
esa fue una sociedad musical que hizo Miguel con Kubero, en donde Cantilo hacía
la letra y Kubero la música. Ambos vivían en Conesa. Yo iba todos los días a
Conesa, pero esa casa no era mi vivienda. Entonces, ellos hicieron ese
repertorio y lo grabaron con músicos amigos. A mí me encantaba el Grupo Sur, y creo que ese disco es de
lo mejor que hizo Miguel. En lo que respecta a la composición, a las letras. A
nivel rockero visceral, es lo mejor que escuché de Miguel. Por otra parte, en
esa época, Cantilo quería cantar en un estilo tipo Robert Plant, quería cantar rock con voces muy agudas, algo que ya
había empezado a hacer en “Apremios
Ilegales”. Y a mí el rock no me pegaba tanto como a él; a mí me interesaba
mucho más la música no tan sajona sino más de raíz latina, más sincopada. Pero,
de ninguna manera, hubo una discusión entre nosotros dos. Entonces Miguel se
fue al Bolsón a grabar con varios músicos que vivían por allí, en el sur del país.
Luego llegaría la reunión de ustedes
dos, más otros amigos, para grabar Apóstoles, un disco muy accidentado…
En
Apóstoles, además de la marihuana,
empezamos a consumir acido, pero siempre al servicio de la creatividad, no era
que estábamos todo el día tomando LSD, ni mucho menos. Fue un disco tranquilo
pero caótico. Lo grabamos en RCA, ya con ocho canales. El productor fue Piero. Ahí toca Charly (García) el (sintetizador) Moog en “Amasando Pan”. Después
de un tiempo de grabado el álbum, Gornatti
y Kubero se van a España. Y Miguel se les une, luego de pasar un
año viviendo en Colombia. Así fue como Pedro y Pablo dejó de tocar como dúo, durante
5 años.
No.
En realidad, lo grabamos en el 75, y al toque los muchachos se fueron a España.
O sea, se cortó porque había poco laburo, no se podía tocar. Me acuerdo que se
armó una gira con ese repertorio, y apenas si pudimos hacer un par de shows en Paraná,
Mendoza y La Plata. En esa época curtíamos una onda muy hippie, sucios, bien
metidos en la experimentación con el ácido. Andábamos mucho en tribu por la
calle; éramos como veinte personas, con las mujeres dándoles la teta a los
bebés, parecíamos gitanos. Todos tipos con los pelos muy largos, y la gente nos
miraban muy raro, ¿viste? Varias veces nos llevaban en cana, como pasó, por
ejemplo, en Mendoza. Era algo habitual en ese momento que te llevaran detenido
por la pinta que curtías. Esa situación fue la que a ellos los convenció para
irse a Europa. Yo no me fui, me quedé acá, intentando otros proyectos
musicales. Hice un dúo con un amigo, Jorge
Bretón, que ahora también vive en España. Después otro dúo, con otro amigo;
y posteriormente armé un grupo, Melimelum,
con el que grabé un disco en 1976. Con Daniel
Russo (bajo), Eduardo Figueroa
(guitarra), Fernando Gonzáles
(flauta) y Micky Mitchell, un muy
buen batero de jazz, que luego se fue a vivir a Estados Unidos. Ese grupo duró apenas
dos actuaciones y se disolvió.
¿Cómo
se dio la grabación del disco de Melimelum?
Medio
de casualidad. Yo era muy amigo de Eduardo
Figueroa, tocábamos mucho juntos, nos quedábamos improvisando. Tal es así,
que yo había compuesto varios temas que luego los arreglamos juntos. En esa
época, un día estaba caminando por la calle Paraguay y pasé por donde estaba
CBS. Ya habían pasado seis años desde que habíamos grabado con Miguel ahí. Así
que me pintó la nostalgia y entré al edificio de la compañía, y veo que el
director general era Miguel Ángel Tellechea,
un tipo al que apreciaba mucho, por eso lo fui a saludar. Me pregunta en que
andaba, y así de la nada me propone si no quería grabar algo. Y le dije que sí.
Entonces, nos hizo grabar ese repertorio de Melimelum, sin escuchar nada
previamente, así de una. Increíble. Por eso es un disco muy fresco, que no
tiene mucho ensayo tampoco. Sin embargo, creo que fue mi mejor experiencia
solista.
Porque
yo era bastante infantil, todavía lo soy, cuarenta años después. Me gustaba lo naif, lo inocente, y además estábamos
obsesionados con la libertad. Los temas daban cuenta de eso, de que nos
sentíamos presos dentro de nuestras limitaciones. Por eso un tema se llama
“Liberiola Uno”, otro “Liberiola Dos” y otro “Liberiola Tres”. La conclusión
era que era imposible encontrar la libertad, pero teníamos que lograrla. Pero
no hablábamos de libertad en términos políticos, en contra del Proceso.
Hablábamos de encontrar una libertad de la mente y del ser. La música del disco
estaba influenciada por el rock sinfónico, además de algunas baladas muy
suaves. A Figueroa y a mí nos gustaba mucho Yes, y estábamos a full con ese estilo de música.
¿Y
el nombre Melimelum?
Se
me ocurrió leyendo un libro de palabras en latín, creo que de la época del
colegio. Melimelum quiere decir “Manzana Dulce”, me gustaba mucho como sonaba y
además el significado en castellano me pareció bastante piola también.
¿Y
ahora que se convirtió casi en un disco de culto, que hasta músicos y
coleccionistas prestigiosos como el brasileño Ed Motta lo señalan como uno de
sus favoritos del rock argentino, no te da cosa pensar que haya durado tan poco
ese proyecto?
Claro.
Pero también hay que tener en cuenta que este proyecto se terminó tan rápido, por
una falta de voluntad y constancia propia de mi personalidad. De debilidad en
lo referente a la concreción de proyectos. De pereza, tal vez. Y todo eso
mezclado con varios quilombos familiares que siempre tuve: juntarme, separarme,
tener hijos. Por eso me arrepiento muchísimas veces de no haber hecho con la
música más cosas de las que hice, y que tranquilamente podría haber hecho. Hubo
muchas cosas que, en su momento, no desarrollé. Siento que ahora recién estoy
empezando a desarrollarlas.
¿Qué
cosas te quedaron en el tintero?
Tocar
mucho más, componer mucho más, grabar mucho más, y viajar tocando mucho más.
Diez, veinte veces más de lo que hice.
¿Qué
hiciste entre el proyecto de Melimenum y la vuelta de Pedro y Pablo?
Entre
el 76 y el 80, tuve mi primera experiencia matrimonial y mi primer hijo, y como
con la música no tenía ingresos, me dediqué a armar otro emprendimiento
laboral. En ese momento, en 1978, estaba tocando en trio, junto a Fena Della Maggiora y Adriana Sica, una guitarrista muy
buena, que era novia de Pedro Aznar;
haciendo a tres voces, temas de mi repertorio, pero no ganábamos un mango. Así
que pusimos un lavadero industrial en Villa Devoto con Fena. Era un lavadero al
por mayor, alquilábamos y lavábamos toallas para peluquerías. Una experiencia
muy loca. Esos fueron los dos únicos años que yo laburé por fuera de la música,
y me di cuenta lo duro que es laburar, a pesar de que era nuestro el lavadero.
Porque teníamos que afrontar dos créditos que habíamos sacado para comprar la
máquinas y las toallas. Aparte que había que estar a las siete en punto de la
mañana, para hacer el reparto, y después, el resto de la jornada, lavar. En
esos dos años en los que me dediqué a este trabajo extra musical, me di cuenta
de que tendría que haber seguido tocando, porque me gustaba mucho lo que se
estaba haciendo en la música por esa época. Me acuerdo que en un momento pasó
Miguel a visitarme, y cuando vi la música que estaba haciendo, me recopé mal;
así que vendí mi parte del lavadero a mi cuñado y empezamos a tocar de nuevo
con Cantilo. Esa fue la época más fuerte de Pedro y Pablo, la época de más trabajo del dúo, que duró toda la
primera mitad de los ochenta, hasta el 85.
Sí,
lo grabamos en el 81, y sale junto con Apóstoles,
que ya llevaba más de 6 años en las gateras, inédito.
¿Qué
te parece Contracrisis a la distancia, te gusta cómo quedó?
Salvo
la canción “Señora Violencia e Hijos”, compuesto por Miguel con Piero, y
dedicado a Margaret Thatcher,
ninguno de los demás temas tuvo ningún mensaje político. Este fue un disco más
de mirarse para adentro, es un álbum muy reflexivo, más maduro que los
anteriores. Eso se ve en canciones como “Ánimo Che”. Mismo el nombre del disco:
Contracrisis, habla de estar en
oposición a la crisis general que había en el país en ese momento, no solo lo
político. Era un mensaje reaccionario, de oponerse a esa situación critica a
nivel general. En mi opinión, “Ganas, amor y tiempo” es el mejor tema de ese
disco, una canción muy poética.
Me
parece que es un álbum que tiene un sonido excelente. Lo grabamos en el estudio
Moebius, con Carlos Piris, el mismo
técnico que grabó Conesa, un capo.
Hay dos o tres temas en ese disco que me gustan mucho, como “Ciudad Mujer”,
casi una actualización de “Yo vivo en esta ciudad”, pero mucho más copado, con armonías
muy buenas y un saxo alucinante. Un disco genialmente grabado, con grandes
músicos que nos acompañaron como Adalberto
Cevasco o Ricardo Lew. Sí, nos gustó mucho grabarlo, pero, lamentablemente,
fue un álbum que no tuvo ninguna repercusión.
¿Por
qué?
Porque
ya estábamos muy distanciados con Miguel. Ahí sentí que Miguel quería seguir
por una veta más rockera, que a mí no me interesaba en ese momento. Por eso
decidimos separarnos. Ahí me fui e hice un disco con el grupo Celofán, en donde hicimos un repertorio
que no era mío, pero en el que yo quedé como líder porque era el integrante más
conocido. Tampoco tocamos mucho con ese grupo. Después volvimos a tocar de
nuevo con Miguel, para festejar los veinte años del dúo, a fines de los
ochenta, principios de los noventa.
Estuve
componiendo material en una onda folklórica, y también grabé un par de discos.
Me metí de lleno en el folklore. Tan así fue que me junté con una folklorista,
después me casé con otra folklorista, y tuve hijas que también se hicieron
folkloristas… Tomé mi vena folklorista, y la sigo desarrollando hasta la
actualidad, fusionando todo eso con el bolero y la bosanova, que también me
encantan. Me dediqué a eso durante los últimos quince años, tocando por todo el
país. Y ahora estoy con eso, más un dúo que hice con Rodolfo Haerle, y volviendo a tocar con Miguel, el nuevo material que acabamos de grabar y editar (Unidos por el cantar), a partir de un
repertorio medio latino que trajo él, al que yo me acoplé arreglándolo. Y eso
es lo que pienso seguir haciendo por ahora, con ganas de tocar lo más que se
pueda.
Emiliano
Acevedo
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