Christian Van Lacke nació
en Buenos Aires, pero su veta de músico itinerante lo ha llevado por, desde muy
joven, por España, Venezuela y Perú, países en donde templó su voz y se
perfeccionó como guitarrista.
Entre sus trabajos se
destacan el proyecto Christian Van Lacke
& La Fauna, que grabó cuatro discos con el sello peruano Urbanoid
Records. Así también como su veta solista acústica y sus grupos Tlön, Tortuga y Comeflor. En el 2017 lanzó el disco solista doble Fauna – Información Catedral, grabado en
el estudio de Litto Nebbia. Aparte
de Comeflor, Volumen II (2018),
registrado por su propia marca y subido a Bandcamp.
ENTREVISTA> Christian, te sabemos cómo un conocedor del rock clásico argentino y de
su historia…
Te cuento una anécdota. En el año 2007, me enteré que cerraba el
mítico estudio de grabación TNT. Yo estaba viviendo en Lima, Perú, y me volví
loco, me quería venir para acá. Estamos hablando del histórico estudio TNT de
la calle Moreno, en donde grabaron Moris,
Los Gatos, Almendra, Tanguito, Manal,
Piazzolla, Aníbal Troilo, Vox Dei, y
muchos más. En ese momento ya no se usaba como estudio de grabación sino como
sala de ensayo.
Sentí mucha lástima por el cierre, y por otro lado, me enteré
que estaban los mismos paneles acústicos de los años 60. Los paneles que
estaban cuando grabó Manal, por ejemplo. Yo me moría de ganas de venirme
corriendo a Buenos Aires y rescatar eso, me imaginaba que iban a terminar
tirados en la calle, que es seguramente lo que paso.
También estaba el mismo
piano en que tocaban Los Gatos, ¿entendés? ¿Qué habrán hecho con ese piano? Y
me volví loco cuando veo que esas cosas no le interesaban a nadie. A nadie le
interesaba preservar eso. TNT tendría que haber sido preservado como un museo
de la música argentina y de la memoria y no ser desmembrado como fue. Ahí había
una información y parte del ADN de nuestro rock, una mística que se perdió para
siempre. Haciendo una analogía con mi propio ser musical, ese sentimiento
representa lo que hago, que es ser un continuador de aquel legado, defenderlo, cuidarlo
y seguir desarrollándolo con ideas nuevas.
¿Y
qué ves de positivo dentro de tanta depredación cultural?
Como
positivo, veo que ahora entre los músicos del semillero y su público, hay
muchos pibes que están redescubriendo a los grandes pioneros y maestros de
nuestro rock; bandas como Color Humano,
¿entendés? Después de décadas de olvido, hay pibes que empiezan a conocer esa
maravillosa música hecha acá y en esa música hay identidad, calidad y búsqueda,
ese es el camino correcto. Por otra parte, como negativo, en líneas generales
te diría que cuando volví a Argentina en 2015, me encontré que nuestro rock había
sido ultrajado, que estaba en ruinas y que había que reconstruirlo. Al rock
argentino siempre me lo imaginé como si hubiera sido una hermosa Catedral,
construida por artesanos que se esmeraron para darle forma, grandeza y belleza.
Los Soulé, Miguel Abuelo, Litto Nebbia,
Spinetta, Charly, Cerati… ellos fueron los arquitectos y los obreros que
nos dejaron un maravilloso templo con cimientos sólidos donde nosotros podíamos
habitar. Lamentablemente, ese templo se llenó de okupas que lo desvalijaron. Mi
arte está al servicio de la reconstrucción.
¿Y
cuándo empezó a caerse a pedazos ese templo?
En
los noventa se empezó a ir todo a la mierda, aunque hayan salido buenas cosas.
También fue negativa la muerte del cd. Ahora hay de todo, pero no hay filtro, la
sobrepoblación confunde un poco; antes, al disco no llegaba cualquiera, ¿no?
También en los noventa (una época vacía, ideológicamente) empezaron a surgir
grupos festivos, tribuneros, básicos, sin imaginación. Hubo mucha vagancia sensorial,
y así llegamos a la época actual: sin discográficas, sin difusión en los medios
masivos… por eso, el buen rock se ha vuelto under. Eso suena “lindo” o
“bohemio”, pero con buenas intenciones no alcanza para comer y es injusto, aparte
retrasa la idea de un mundo mejor. Por eso el buen arte es subterráneo, de guetos,
nos han puesto una pared que se llama Mainstream
y la masa está del otro lado, escuchando basura. Eso tiene que ver con que el
mundo esté tan mal, tan insensible, tan cuadrado. Por suerte, de este lado de
la pared corren nuevos vientos que me entusiasman, grupos como Knei, Los Espíritus, Ambassador o Pasajero Luminoso, por nombrarte
algunos.
¿Y
cuál es tu situación artística dentro de esta realidad?
Yo
tengo 17 discos, editados por sellos, europeos, peruanos y argentinos. Pero,
claro, no tienen una infraestructura de prensa y difusión multinacional de
infinitos recursos… los tengo que mover yo básicamente una vez que me los editan,
con los años van apareciendo muchos aliados para difundir, como vos por ejemplo
que estas acá porque valoras lo que hago, no hay ningún negocio en esta conversa,
amor a la música nomas y así se ha ido armando.
¿De
dónde vienen tus ansias por preservar y rescatar nuestro rock?
Primero,
de escuchar mucho rock argentino, desde que soy muy chico. Quizás, por mi
manera de ser, fui hasta el fondo, porque quería conocer todo. Sabía que ahí
había algo importante que me identificaba. Esto me viene desde antes de
aprender a tocar la guitarra. Ya antes de todo, yo estaba totalmente sumergido
en esta cultura rock, que es propia y no se parece a ninguna otra. Después,
cuando empecé a tocar mis primeros acordes en la guitarra, a los trece años ya
empecé a componer mis primeras cositas. He escuchado un montón de música, pero
lo que hago me sale por ahí, lo conozco, lo entiendo y lo quiero, de ahí lo
traduzco y lo interpreto a mi forma.
¿Tu
devenir como músico cómo fue?
Itinerante,
viajero, viví en Venezuela, en España, en Perú, me sentía -y te hablo de 25
años aproximadamente- totalmente fuera de contexto con lo que se escuchaba y
consumía, hasta que empecé a grabar y esto se dio en un contexto más favorable,
con TLON, Tortuga, solista y otras yuntas, lo que te comentaba con el
redescubrir, coincidió con una necesidad pues había un gran vacío de
creatividad, que no es un revival retro, se dio una vuelta a lo que estaba
bien, a lo clásico, a que la música rock sea una obra de arte.
¿Eso
arrancó en Perú?
Sí,
mis primeras grabaciones las hice allá. Apenas había llegado allá me convocaron
a laburar con un grupo de músicos legendarios del rock peruano. Una banda de
versiones de rock de 60 y 70, casi todo el material en inglés. Y les llegó una
propuesta para grabar un disco de versiones. Y ahí en el estudio, yo como
productor y arreglista, me entusiasmé. Al toque armé el proyecto de Tlön, con el mismo baterista del grupo
de versiones: Walo Carrillo, una
leyenda que grabó en el 67 con los Holy´s,
luego con The Telegraph Avenue, con Tarkus… estuvo en un montón de
proyectos históricos del rock peruano. Grabamos un disco (Tlön I), luego lo subimos a MySpace, y salió la posibilidad de
editarlo en Alemania, en Nasoni Records. Se interesaron por editarnos en vinilo
y en cd. Ahí me entusiasmé y ya no paré más. Y la inspiración me sigue cayendo,
por suerte. Porque sin canciones no hay discos.
¿Qué
te impulsó a volver a Argentina?
Tengo
una especie de amor – odio con Buenos Aires. Pero me encanta, amo a este país,
y necesitaba volver. Extrañaba toda la movida cultural que hay acá. Extrañaba
el sanguche de milanesa, todo. Cuando estás afuera, extrañas todo del país.
Creo que en estos tres años y medio, casi cuatro, que llevo de vuelta viviendo
en Argentina, hice muchas cosas que quería hacer. Me siento muy satisfecho de
haber tocado con Litto (Nebbia), con Claudia (Puyó), con Rolando Castello Jr.; con Jorge Durietz, etcétera… O que Ricardo Soulé me diga cosas buenas
acerca de mi trabajo. Osea, trabajo y soy amigo de los que construyeron aquel
templo para que yo viviera feliz ahí haciendo mi música... Tuve un gran
compañero como Marcos Rocca, un tipo
con una sensibilidad exquisita que me acompaño en este tramo aportando mucho a
mis ideas musicales, conocí gente como Nico
Foti, un capo ilustrando discos y un hermano que me puso al día ni bien
llegué. También toqué en el BaRock, armé mi grupo Comeflor y edite cosas solista, ha sido productivo.
¿A
Litto cómo lo conociste?
Litto
es lo más grande que hay. Generoso, trabajador y humilde. Un ejemplo para
todos. Él es un súper tótem musical en mi vida. Me gustan mucho sus discos más
raros, Canciones para cada uno, el de
Huinca… Él no podía creer que yo
conociese ese material. Yo había grabado “Memento mori”, un tema de él y de Mirtha Defilpo, en mi primer álbum
solista grabado en Perú. Así que me puse a indagar como podía hacer para
contactarme con Litto, y me pasaron su dirección de mail, así que le escribí. Rápidamente
me contestó, un texto grandísimo con mucho amor, y diciéndome que le había
gustado mucho la versión y me quería conocer. Así que, apenas llegué, lo llamé
y fui a verlo en su estudio de Melopea. Nos pusimos a tomar un vino, a conversar.
Me ofreció su estudio para grabar. Colaboró conmigo en mi material… Grabamos un
tema inédito suyo. Es decir, es un tipo con una generosidad tremenda. También
tocamos juntos en Perú. He charlado mil cosas con él y tenemos una relación
amistosa muy linda. Litto es un espejo para mirarse, para no confundirse, para
saber por qué estamos acá. Es un artista con todas las letras, un creador.
¿Qué
opinás de la movida del rock emergente argentino?
Me
llevo bien, aunque la mayoría son más jóvenes que yo. De mi generación, Pepo Limeres me parece un genio como
tecladista. Sin embargo, este año decidí no tocar más, porque a mí me gusta
tocar temprano, no puedo tocar a cualquier hora, como suele pasar en algunos
festivales emergentes. Hay una escena muy linda, con varios grupos y artistas
muy interesantes; músicos, diseñadores, dibujantes… Knei, La Patrulla Espacial, todos grupos buenísimos… Es
impresionante, una inmensidad, y todos los días salen grupos nuevos. Tienen un
empuje bárbaro. En mi caso, ahora estoy más comprometido con la creación,
aunque también me encanta tocar en vivo. Me encanta improvisar.
¿Cómo
definirías tus proyectos musicales?
Mi
música se divide claramente en dos facetas: el rock pesado, que incluyen mis
trabajos con los grupos Tlön, Tortuga
y Comeflor; y como solista, en
un formato más cancionero, en donde
libero más mi parte armónica.
¿De
dónde sale el nombre Comeflor?
De
Venezuela, yo viví allá seis años. Yo tenía una novia que me decía: “Tu música
es muy comeflor”. Allá se le dice así a una onda medio “fumado”. También a los
hippies se le dicen “comeflor”. Y me gustó mucho como sonaba el nombre, por eso
lo adopté. Me identifica porque es una música volada, libre y extraña.
Una
pregunta que le hacemos a todos los músicos que entrevistamos: ¿qué canción te
hubiera gustado componer?
“Jugo
de Lúcuma”, de Invisible. Es una
nave extraterrestre. Es de otro planeta, es marciano. Lo escuché por primera
vez a los 15 años y me voló el cerebro. Fue muy loco. Yo venía escuchando Pink Floyd, o King Crimson, pero nada me pareció tan marciano como “Jugo de
Lúcuma”.
Emiliano
Acevedo
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