Ahora parece casi obvio, porque nos disponemos a
hablar de Dark Side of the Moon, uno de los más exitosos álbumes de la historia del rock, un disco que ha permanecido en
las listas de los más vendidos nada menos que 750 semanas (¡más de 14 años!); pero
el proceso que llevó a Pink Floyd a su obra cumbre, no fue para nada fácil. Era el octavo disco de una
banda que desde 1968 venía batallando contra el fantasma omnipresente de su
primer líder y creador, Syd Barrett, quien, víctima del LSD, había
quedado apartado del grupo en medio de la grabación de A Saucerful of Secrets(1968), el segundo álbum de la
banda, llevándose toda su magia compositiva y surrealista. Desde ese momento, y
hasta 1973, luego de que el bajista, vocalista y compositor Roger Waters pasara a liderar el grupo, Pink Floyd se
caracterizó por realizar un space rock bien volado, under y
experimental; en donde había lugar para largas improvisaciones instrumentales
con pretensiones vanguardistas, la composición de bandas sonoras, shows con
luces estrambóticas y efectos sonoros, y alguna que otra canción con gancho,
pero muy lejos del éxito comercial de los primeros singles de la época
liderada por Barrett. Sin embargo, la suerte de este grupo formado,
además de Waters, por Dave Gilmour (guitarra y voz), Rick Wright (teclados y voz) y Nick Mason (batería) comenzaría a cambiar a partir del álbum Meddle(1971), y
especialmente debido a la realización del largo tema “Echoes”, que adelantó la
nueva etapa creativa de Floyd.
Luego llegaría la realización de un film que
retrataba una presentación del grupo en las ruinas de Pompeya y la composición
de un material nuevo en 1972, pensado, desde el vamos, para ir mechándolo en el
vivo de sus shows. Esas nuevas composiciones serian el germen de The Dark Side of the Moon. Finalmente,
el disco sería grabado desde agosto de 1972 hasta enero de 1973 en Londres, en
los históricos estudios Abbey Road de la EMI. Así, improvisando mucho del nuevo
material, Pink Floyd empezó a desarrollar un conjunto de ideas musicales
a las que Waters les puso letra. En principio, lo que el grupo
buscaba era realizar un disco que tuviera un mensaje más claro y directo que el
de sus álbumes anteriores. La obra resultante anticipó la música del futuro,
nada menos. Fue editado el 24 de marzo de 1973 y se convirtió en un éxito
instantáneo, y es que tanto el público como la crítica se dieron cuenta
enseguida de que estaban en presencia de una obra de rock de altísimo nivel. No
por nada, muchos lo denominaron como “el
Sgt. Pepper´sde los 70”. Según el propio Waters, Dark Side of the Moon fue un disco
que “significó una empatía política, filosófica y humanitaria que, de una
forma u otra, tenía que salir a la superficie. Era la emoción la que
impulsaba al álbum. No había elementos forzados. Y creo que esta es la razón
por la que su mensaje no envejecerá nunca.”
Sin dudas, era un álbum profundo, con una música
bella, sofisticada y sutil, la síntesis perfecta entre el sonido avant garde
del Floyd posterior a Barrett y el lirismo de Waters. En
resumen, el disco que amalgamó mejor que cualquier otro ese estilo que se llamó
rock progresivo para la mayoría, y, vulgarmente, “rock sinfónico” para muchos
otros. Sin embargo, con Dark Side of
the Moon, Floyd daba un paso más allá que otros grupos
contemporáneos, porque quizás este haya sido el gran álbum conceptual de toda
la historia del rock –no solo de los 70-, ya que todo el concepto estaba ahí,
implícito tanto en la música y las letras que hablaban de temáticas humanas
universales, propias de las sociedades modernas. Sin dudas, tocó la fibra
sensible de mucha gente, pero con una música muy alentadora, cautivadora y
fascinante. En sí, cada una de las canciones del álbum, que se fundían una
sobre la otra, era una historia sobre la vida en el mundo moderno, sobre las ideas
que te podían llevar a la avaricia, la codicia, la locura, el envejecimiento,
la compasión y la muerte. Todo eso desde el lado de las letras de Waters,
pero no hay que dejar de lado el extraordinario sonido del disco, con una
profundidad que no se había escuchado nunca, debido a la impecable labor
artesanal del famoso ingeniero de sonido Alan Parsons –recordemos que muchos de los efectos de este
álbum fueron grabados conloops
de cinta, mucho antes de que se pudiera soñar con la edición digital-, y de la
mezcla del disco realizada por Chris Thomas; ambos, dos antiguos
colaboradores de los Beatles, que se movían como peces en el agua en los
estudios Abbey Road. Y como si fuera poco, el disco traía una de las
tapas más reconocibles de la historia del rock, diseñada por el grupo de diseñadores gráficos Hipgnosis –habituales colaboradores de Pink
Floyd y de varios de los más grandes grupos de los 70-, con ese fondo
en negro y el primer plano de un prisma que reflectaba la luz. Una tapa
icónica, que según Rick Wright sintetizaba “luz, ambición y codicia”.
LAS CANCIONES
Dark Side of the Moon comenzaba con los latidos de un corazón, que daban paso a una fusión de
efectos sonoros llamada “Speak to Me” –obra de Nick Mason-
que anticipaba el contenido del álbum. Este tema se fundía con “Breathe”, en
donde la letra hablaba acerca de la importancia de que cada persona pudiera
vivir su propia vida y arriesgarse en busca de un objetivo. Según Waters,
ésta era una letra un tanto “adolescente”, porque hablaba de la vida desde la
perspectiva idealista de un hombre muy joven: “Me sorprende escucharla ahora
porque pienso que era muy inocente en ese entonces al escribir eso”. Sin embargo, estaba claro desde un inicio que
–al igual que el resto del disco- éste era un tema deprimente, porque también hablaba
de las eternas desilusiones adolescentes que aparecen al tener que enfrentarse
al mundo adulto. Algo de eso se entreveía en “On the Run”, un tema creado a
partir de una secuencia creada con el sintetizador EMS VCS3. Originalmente, una
improvisación instrumental descartada, pero con el uso del sintetizador y
sonidos y raros efectos se creó una atmósfera sonora que mostraba el stress y
la ansiedad propia del transporte moderno. Luego llegaba el ruido de un choque,
ambulancias, y los rápidos pasos de gente corriendo; efectos de sonido que preanunciaban
la atronadora explosión de decenas de alarmas de relojes despertadores
–registrados por Parsons, en forma individual-, junto a los ruidos de
infinidad de relojes y cronómetros, antes de que llegara “Time”, un tema cuya temática
se adentraba en el paso del tiempo y como éste puede controlar la vida de las
personas, con una letra que a la vez funcionaba como vehemente
advertencia acerca de cómo los hombres pueden desperdiciar el tiempo
aferrándose a sus asuntos mundanos. La siguiente canción, “The Great Gig in The
Sky”, funcionaba como una metáfora sobre la muerte a partir de la participación
invitada de la brillante cantante Clare Torry, quien realizaba una
maravillosa improvisación no léxica en clave soul sobre un bello pasaje instrumental de piano escrito por Rick
Wright.
La segunda parte del disco arrancaba con “Money”,
casi el único hit verdadero que tuvo el álbum, una canción realizada a partir
de un demo de un blues acústico escrito por Waters, que empezaba con una
irregular métrica de 7/8 -una verdadera rareza en el mundo del rock-, alternado con un 4/4 en el
medio de la canción, para luego volver al 7/8 sobre el final. Sin dudas, un
impresionante tema que también contenía una letra que hacía referencia a la
avaricia y el consumismo de la sociedad, además de un impetuoso riff y uno de
los mejores solos de Gilmour, y la participación destacada del
saxofonista Dick Parry. “Us and Them” emergió de un viejo tema
instrumental realizado por el grupo en 1969 para la banda sonora de Zabriskie Point, un film de Michelangelo
Antonioni, y que no había llenado las expectativas del cineasta italiano.
Recién en Dark Side of the Moon,
Pink Floyd pudo retomar esta melodía para desarrollar una canción que
hablaba de dos problemáticas “antropológicas” del ser humano: la otredad y el
etnocentrismo, a partir del uso de dicotomías simples que hablaban de las
diferencias personales. “Any Colour You Like” era un instrumental psicodélico
que funcionaba como intermezzo antes
que llegara “Brain Damage”, un tema con claras alusiones
a la locura, en general, y a la decadencia mental de Syd Barrett, en
particular. Finalmente, la obra se cerraba con “Eclipse”, una canción cuya
letra examinaba los rasgos comunes del ser humano: “Todo lo actual, todo lo
que se fue, todo lo que está por venir, y todo lo que está bajo el sol está en
sintonía, pero el sol está eclipsado por la luna…”
Ese era el verso final de este álbum que ya ha
vendido más de 50 millones de copias alrededor del mundo, y que nunca dejará de
sonar en nuestros equipos de audio, ya sea en vinilo, magazine, casete, cd, mp3,
DVD… Elegí el formato que quieras, allí siempre te estará esperando este disco
inmortal.
Este álbum, Fugazi, el segundo editado por Marillion (grupo integrado por Derek William Dick -más
conocido como- Fish en voces; Mark Kelly, teclados; Steve Rothery, guitarra; Pete Trewavas, bajo y Ian Mosley, batería), además de
tener una excelente y bellísima portada (quizás, una de las mejores de la
historia), es un disco exquisito y disfrutable, tanto por los fanáticos del
celebérrimo rock progresivo (y/o
“sinfónico”), como por aquellos
que no gusten de este estilo. Por eso, incluso, varios críticos, en su momento,
definieron a esta obra como de “pop
elaborado". Curiosa reflexión ésta, pero no del todo desacertada.
Pensemos si no que este disco salió en 1984, en medio del auge de grupos como Tears
For Fears, Duran Duran o Culture Club; pero, sin embargo, dentro de
este panorama "popero",
la música de Marillion no sonaba para nada disonante ni rara, aunque tenía una
actitud artística decidida por la inclusión de tópicos musicales que también
hacían las delicias de los viejos fans más recalcitrantes del prog, así como de los nuevos que se
acercaban a escuchar aquel rock sinfónico de sus hermanos mayores: Solos de
teclados, buenos guitarrazos, cambios de ritmos, temas "épicos"... Y, por cierto, de
eso, en este Fugazi hay, y mucho…
El disco empezaba con “Assassing”, en medio de unos
sonidos perturbadores, de resonancia india, hasta que, de repente, estalla la canción,
cercana al Pink Floyd más rockero de
The Wall, con muy
buenas secciones de teclados, y arreglos ajustados y precisos. Un típico
tema ganchero como para empezar el disco bien arriba. Lo seguía “Punch
& Judy”, otra canción con mucha onda y muy elaborada en lo que respecta a
su nivel compositivo. Sin embargo, lo que más llama la atención aquí es la voz
de Fish, porque, en verdad, cuesta creer que el que canta esta canción ¡no
es Peter Gabriel!
“Jigsaw” era un tema muy emotivo, que contiene
lindos arreglos, con un papel predominante de los sutiles teclados –cortesía de
Mark Kelly-, y un par de momentos muy emotivos, en lírica y música, que
levantan, rompiendo la pasividad. Además, Fish realizaba una muy buena
interpretación vocal. Por el contrario, “Emerald Lies” era una canción potente
y muy progresiva que, incluso, contenía un par de cambios rítmicos de
naturaleza casi hard rock, así
como un par de estructuras complejas y un clima casi épico, que la emparentaban
con algunas cosas del primer Genesis de los 70, cuando todavía era un
quinteto progresivo, antes de
la masividad de la era Collins. Luego, en “She Chameleon”, Marillion daba forma a un tema bastante oscuro e
interesante, que contiene una impresionanteperformance vocal de Fish, con obvios guiños genesianos a lo
Peter Gabriel… En “Incubus” la banda de Fish realizaba una
canción pretenciosa, muy bien lograda, y con climas variados. Otra vez, aunque
suene redundante, es imposible pasar por alto el "deja vu" auditivo constante, generado por estos temas de Marillion,
como si fueran casi los “Danger Four” de Genesis, pero una con calidad
musical incuestionable. Por eso, es muy loable su propuesta artística, y su
nivel compositivo, aunque sea casi imposible no relacionar a temas como
“Incubus” al material de Genesis, del periodo ´72 - ´74. Incluso, el
final de este tema recordaba al clásico "Supper's Ready", incluido en
Foxtrot,
de 1972. Y así llegamos al final de este Fugazicon su tema
homónimo, en otra muy buena performance progresiva,
que también contenía muchos cambios climáticos, pasando de la tranquilidad a la
inquietud, cortesía de la guitarra de Rothery, quien cumplía aquí una
gran labor.
En resumen, la canción ideal para cerrar este
colosal disco –uno de los mejores de toda la historia de Marillion-, con
un final que se va en fade out, haciéndonos creer que éste quizás también sea
un disco eterno...
Un disco que
se llama Rock Nacional, pero que no
es un homenaje a este género musical. Porque aunque esta vez las letras del
logo de Pez vengan con la forma de la tipografía de la mítica revista Pelo, este no es un
trabajo nostálgico que recorre la historia del rock de acá; desde la progresía
setentosa hasta la época actual. Nada más alejado que eso, porque Pez es un
grupo que siempre va hacia adelante. Sin embargo, eso sí, y se nota, la banda
liderada por Ariel Minimal Sanzo da cuenta en esta obra de toda la música que escucharon y los
influenció, y por eso, al no renegar ni un ápice de esas raíces musicales, el
titulo de este nuevo disco de Pez no sería nada antojadizo.
Como lo asevera el
propio Minimal en una entrevista reciente del sitio WYWH: “Si tuviera que decir algo (del disco) creo que también
habla de un hacernos cargo de quienes somos, de dónde venimos. Somos una
banda más de rock nacional (…)
Son referencias. Tampoco sé que quiere decir bien que se titule Rock Nacional y
tenga la tipografía de la Pelo porque como te
decía antes hay discos nuestros que suenan más a eso que éste”.
Palabras tan ciertas como esa presunción de
que en ninguna otra latitud más que en la nuestra existiría
esta música que Pez cincela, disco a disco, siempre sorprendiendo, nunca
parando en su exploración sonora.
Porque, seamos sinceros; ¿Quién podría haber
predicho esta nueva propuesta artística del grupo? Dejando de lado la distorsión
de los últimos discos, Pez apuesta por un nuevo sonido, más ecléctico, en donde
se gana su lugar la labor del nuevo integrante Juan Ravioli en los
teclados. Y es que este músico le da una nueva gama de colores sonoros al trio
formado por Ariel (voz, guitarras eléctrica y acústica), Franco Salvador (voz, batería y percusión) y Fósforo García (bajo). Puede
que la transición resulte bruscae
incluso forzada para algunos, pero el proceso que los ha conducido hasta aquí
ha requerido 23 años, en donde Pez ha dejado bastantes pistas en el camino como
anticipando el tipo de música que hacen hoy.
Diecisiete discos incluyendo algunos en vivo sirven
para completar una discografía harto generosa, a la que se suma este nuevo Rock Nacional. El resultado han sido
diez composiciones que van a dejar boquiabierto a más de uno, para bien o para
mal. Porque es justo avisar a todo aquél que espere una nueva dosis de
agresividad aplastante, que este álbum está bastante lejos de eso. Nada de
guitarras saturadas o de tempos
acelerados. Podríamos, por supuesto, buscar un precedente en aquel insigne Hoy (2006), disco tranquilo si los hay
en la historia de Pez, pero un hecho diferencial separa el álbum que hoy nos ocupa
de aquel remanso de paz: Rock Nacional
no es un disco de temas folk ni lentos. La pasión, la potencia y la, por así
llamarla, “patada sonora aplastante” característica del grupo de Minimal siguen
aquí presentes, aunque expresadas a través de vías menos obvias. Más maduras y sutiles.
Y como ejemplo de eso, nada mejor que el tema que abre el disco:
“Más música”, muy sutil, con arreglos de exquisito
sabor latino, y con unas liricas con mucho gancho; un numero sumamente
cancionero. Por supuesto, esta apasionante composición incluye secciones que
remiten incluso al rock de fusión, con una banda que se muestra mucho más
comedida y elegante de lo que se podría creer tras semejante cambio
estilístico, sin ningún exceso.
“Tan deprisa ya” es otra deliciosa canción movida,
pero con mucho sabor folk-pop de fogón. “De la vieja escuela del amor” es, a
decir de Minimal, un tema “kissero”, y algo de eso hay, porque es un rockazo
bien setentoso que recuerda algunas canciones del primer Kiss. Sin embargo, hay
que puntualizar que los colchones de órgano de Juan Ravioli en esta canción lo
acercan al Carlos Cutaia de Pescado Rabioso…
“Disparado” es el único tema en donde participan en
la composición los cuatro músicos de Pez; quizás sea por eso su amplitud
rítmica y dinámica, que van desarrollando esta canción en varias secciones
hasta terminar en un estribillo repetitivo y tan pegadizo como un mantra.
“Lo nuevo” es psicodelia ensoñadora, un hermoso
viaje en donde el oyente se deja llevar por la música del grupo hacia una
atmosfera fantasiosa, pletórica de acertadas intuiciones. Si nos atenemos al
nombre del álbum este sería un tema que nos recuerda los momentos más volados
del mejor Color Humano, aunque las comparaciones son sumamente odiosas, y más
en una obra tan heterogénea e inesperada como la de Pez.
“El aprendiz” es el regreso de ese rock progresivo
de alto vuelo con el que Pez dio cátedra en el disco Folklore (2004). La parte final instrumental de la canción arranca
con un groove imponente del bajo y la
batería, que se conjuga a las mil maravillas con el sonido prog de los sintetizadores vintage
de Ravioli y los guitarrazos poderosos de Sanzo. Sin dudas, uno de los temas
más prepotentes de este nuevo repertorio del grupo.
En “Cerezas”,
por el contrario, vuelve el pop de alto nivel; ese que nos recuerda al rock
argentino de los 80. Quizás esto haya sido pensado adrede o no por la banda;
como sea, es otra canción irresistible, con destino de corte de difusión, si
eso existiera en el universo inusual del grupo de Minimal.
En “Lucifer” predomina una dinámica polirrítmica,
con partes más tranquilas (las de los intermezzos
melódicos) y otras más rock (las cantadas por Ariel), lo que propulsan al tema
hacía una área musical indeterminada, que se termina resolviendo súbitamente.
“Cuidate,
monito” da muestras de una herencia rítmica rioplatense muy evidente, aunque no
sería nada apropiado asociar a esta canción al candombe, ya que su acentuación
rítmica difiere bastante de ese género musical. De esta forma, Pez, otra vez,
forma y deforma, a partir de una rítmica determinada, creando una música que no
está ni acá, ni allá, y que suena particularmente novedosa.
Tan novedosa e inusual como la canción final, “Calabacita”,
que, como su título lo indica, está dedicada a CFK, según las palabras de
Sanzo. Aquí, a partir de una letra verdaderamente cariñosa hacía la figura de
la ex presidente, se termina desarrollando una canción muy sutil, pero que también
puede llegar a guardar cierto dejo de ironía, que la saca del homenaje simple y
aburrido, para emparentarla, más bien, con ese tipo de canción pop de amor como
fue “Canción para el día que se muera Elton John”, incluida en el primer álbum
solista de Ariel, Un hombre solo no puede
hacer nada, editado en 2004.
La producción de todos los integrantes de Pez y la
mezcla de Walter Chacón otorgan al álbum un alma cristalina, nada espesa,
reforzando la sensación “retro” propulsada por los teclados de Ravioli, que
deja la escucha de este nuevo material de Pez. Ahora lo que queda por definir
es si éste es el principio de un nuevo camino para el cuarteto, o solo un álbum
donde Ariel Minimal ha desahogado de forma puntual sus tendencias más clásicas
enfocadas hacia el rock clásico. Lo único seguro es que Rock Nacional ya está aquí, convertido, seguramente, en el que será
uno de los mejores discos del año, lo que nos da la seguridad de que este viaje
ha valido la pena.