Ilustración: Ariel Tenorio (http://ccelrock.blogspot.com.ar) |
Si uno tuviera que pensar en la quintaesencia del guitarrista del rock, inevitablemente, su nombre
estaría allí, junto a algunos pocos más: Jimi Hendrix –por supuesto-, Eric
Clapton, Jeff Beck, Chuck Berry, Dave Gilmour, Jimmy
Page, Keith Richards, George Harrison, Carlos Santana,
Peter Green, y él... Aunque haya habido cientos, miles, de héroes de la
guitarra, no son demasiados los que se convierten en mitos intocables; y en el
caso de Pete Townshend, además, se conjuga su faceta de compositor
(y uno de los más importantes de la historia rockera). Además, Pete estaba en una de las bandas más geniales
y grandilocuentes que haya pisado jamás un escenario: The Who. Es decir, el grupo ideal
para este hombre. Dementes, brutales en vivo, salvajes; también hacían muy
buenos discos y canciones. Muchas de ellas pasarían a la historia. En ellas, Pete
volcaba toda su frustración y volcánico temperamento. Así, pasábamos de
historias protagonizadas por un semi discapacitado autista (Tommy)–ciego, sordo y mudo; campeón
del pinball y posterior ídolo
religioso- a su recuerdo no complaciente del mundo mod de los 60 (en Quadrophenia), el anticipo
multimedia de su proyecto (frustrado) Funhouse
(luego, núcleo central del fantástico álbum Who´s Next), la operita A
Quick One; o ese experimento de avanzada que jugaba con la estética de
las radios alternativas del rock
en Sell Out: un imaginativo
collage psicodélico con
canciones entrelazadas por los jingles de las emisoras piratas.
Y siempre detrás de todas estas elucubraciones
estaba él: el inmenso Pete. También, Townshend era increíble en los
shows del grupo, con sus saltos y su overol blanco. Estrellaba la guitarra
contra el Marshall y todo volaba en pedazos. Feo pero vistoso, sabía cómo dar
espectáculo con su inimitable forma de tocar la viola, revoleando su brazo
derecho como si fuera un molino. Poco le importaba si eso le causaba una lesión
muscular. Siempre daba todo lo que tenía, tanto arriba del escenario como
abajo, cuando escribía una canción. Sí, es el mismo tipo que alguna vez dijo
que prefería “morir antes de llegar a viejo” (en “My Generation”) y que
más tarde, borracho, en un boliche se burló de los jovencitos músicos punks (entre ellos, Steve Jones
y Paul Cook) que lo reverenciaban como a un dios: “Idiotas, yo los inventé. Pero
ustedes apestan...” Aprendan a tocar, giles: esa fue su respuesta a
estos imberbes. Y tenía con qué. Si total él había sido el más punk de todos -y 10 años antes-,
cuando no tenía ni un mango y se afanaba de las casas de música las violas que
luego partía contra el piso. ¿Té acordás del loco que rompía las guitarras
cuando nadie tenía un amplificador? Rock
teatral de excepción. Y cuando se pudrió del todo, fue a meditar con el
Maharaji Baba, harto del mundo material. Incluso, luego le dedicaría una
canción: “Baba O´Riley”.
Siempre Pete Townshend. El mismo tipo que se
peleó con Hendrix, entre bambalinas, en el mítico Festival de
Monterey ´67, para ver quien tocaba antes del otro. Más tarde, esa disputa
se decidiría arriba de las tablas, cuando se realizaron dos de los shows más
impactantes de la historia del rock.
Sin embargo, esa vez ganó Hendrix, quien tuvo que inmolar su Fender en
una histriónica exhibición vudú, sexual y ancestral, para opacar el desastre
previo que habían realizado los Who; en especial Pete y el loco Keith
Moon. Pero Townshend aceptaría como un caballero esa derrota
escénica. Total, a él ni le interesaba demasiado figurar. Siempre fue el mismo
paranoico megalómano. Un tipo que odió Woodstock (aunque allí también la
rompió), a los hippies, y la década del 70 (a la que definió como “La caída del Imperio Romano”). Le afanó
el show a los Stones, en su histórico Rock n´ Roll Circus del 68,
y no le importó un pepino. Pete era así. Armado de un firme e
interminable inconformismo, experimentaba con las secuencias de los
sintetizadores y escribía discos conceptuales súper personales –en donde sacaba
afuera sus neuróticos pensamientos, sin ningún inconveniente-, quedando
desnudo, revelando sus íntimos sentimientos y miedos, antes que ningún otro.
¿Habría habido un The Wall sin un Tommy previo? No lo sabemos,
pero no sería descabellado pensar que no. Porque, avant garde a la
carta, Townshend se anticipó a un montón de movidas posteriores, como si
fuera un maestro inspirador. Incluso, se animó a escribir un himno ecologista
(“Going Mobile”) mucho antes de que la idea de fundar Greenpeace existiese en
la mente de algunos ex hippies reconvertidos en empresarios bien
pensantes. Además, sabio como ninguno, cuando vio que no tenía lugar con The
Who en los 80, cansado y con una vincha multicolor en la cabeza, luego de
fundir biela, decidió bajar la cortina del grupo, para dedicarse full time a su
carrera solista. Así llegarían varios discos buenos, y canciones legendarias
como “Face to Face”, que -con su final inesperado- eran la pesadilla de los
musicalizadores y operadores de radio en la era pre digital del vinilo y el
casete.
Alma caritativa, luego, no tendría problemas en
juntar a los Who para ayudar económicamente a su amigo John Entwistle,
cuando este monstruo del bajo se gastó todo lo que tenía en putas, ropa, vicios
y timba. En resumen, una de las cosas que siempre dejó bien en claro Townshend
es que no había que ser un estúpido Pomelo
para rockear, para tener esa actitud (y aptitud) que te hace volar el cerebelo
cuando estalla un riff, o un solo de viola. Ahora mismo me parece verlo,
volando por los aires, con su mameluco, aterrizando en el piso, rodeado de
láseres verdes y azules (ah, sí, también los utilizó antes que los demás...),
ejecutando un solo atronador, mientras Roger Daltrey cantaba ese “Won´t
Get Fooled Again”. Otro himno inmortal, uno más entre varios. “No nos van a tomar de pelotudos otra vez.”
Claro que no. Vos lo enseñaste bien, Pete. Genio y figura; no te hizo
falta morir antes de llegar a viejo. Es más: Mejor, ¡no te mueras nunca! Sin
lugar a dudas, muchos se habrán quedado con las ganas en marzo de 2007 de verlo
en vivo con The Who en el Monumental. Ojalá, alguna vez se cumpla ese
sueño. Por lo pronto no nos queda otra que decirle que siga dando cátedra,
tratando de inyectarle un poco de sangre al paupérrimo rock actual. Cuantos Pete Townshend se necesitarían hoy,
¿no? Lastimosamente, músicos como él ya no nacen más...
Emiliano Acevedo
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